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particularismo y romanticismo
“Todo el presente libro no está reducido más que a la exposición de los fines que debe proponerse el
nuevo derecho constitucional sudamericano”
(Alberdi, Bases, Cap. XVIII)
El Alberdi de las Bases será crítico tanto del unitarismo rivadaviano como del
federalismo rosista. Comenzará, de hecho, por proponer un distanciamiento frente a
ambas posturas desde el momento en que impugna el simulacro constitucional del
primero, y la práctica inexistencia de código constitucional en el segundo. En efecto, la
constitución sancionada en 1826 durante el unitarismo, adolece de las mismas falencias
que la de 1819 sancionada con el fin de exaltar el sentimiento patriótico para luchar
contra los españoles que aún dominaban gran parte de América del Sur, de aquí que sus
máximos principios nacionales versaran sobre “la seguridad y la libertad”. Alberdi, por
otro lado, efectúa una lectura completamente distinta, todo aquel código constituyente
que abrevase en las fuentes históricas nacidas en la excepcional coyuntura de la primer
década independentista está condenada a paralizar el desarrollo del país que con tanta
urgencia necesita su exigua demografía territorial. Ya sea la necesidad de expulsar a los
españoles (const. de 1819), o de premunirse contra el estado fuerte y monárquico del
Imperio del Brasil (const. de 1826), las causas que originen una nueva constitución no
pueden ser las mismas que las que signaron aquellas necesidades: si bien en aquellos
momentos sirvieron para proteger un territorio apenas pacificado, de frágil estabilidad
frente a los golpes de la economía mundial en desarrollo y los intereses políticos de la
Restauración a nivel internacional, no están hoy a la altura de las circunstancias. Y esto
por dos motivos, en primer lugar el panorama internacional ha cambiado, y en segundo,
dos décadas de gobierno rosista han configurado un clima interno donde las fuerzas
políticas habían adquirido una fuerte polarización con el estado de Bs. As. por un lado y
el resto de las provincias por el otro. El panorama internacional hacia 1852 proyectaba
una serie de riesgos que era conveniente interpretar y saber evitar en caso de ser
necesario. En primer lugar pesaba el fantasma del último alzamiento revolucionario de
1848, donde cientos de organizaciones proletarias (en Francia, herederas de Babeuf y
adquiriendo en la actualidad la forma que pronto habría de acaudillar Blanqui; en
Inglaterra con la proclama owenista que desembocaría en el cartismo) hacían sonar sus
gritos de igualdad social poniendo en entredicho las pretensiones del liberalismo
meramente constitucionalista cuya reivindicación de máxima –en lo económico- se
acotaba a la garantía de la propiedad privada; en segundo lugar la progresiva
industrialización de los países que ya no necesitaban de la tracción financiera de
Inglaterra, como por ej. Polonia, Alemania y los Estados Unidos indicaban la apertura
de un contexto en que era requisito necesario iniciar el camino hacia la inserción en el
mercado mundial si se quería cubrir los estandartes de un estado moderno y civilizado.
En esta encrucijada liberal-desarrollista se ubicaba Alberdi para efectuar su lectura
cruzada, producto a la vez de la intersección entre las características sociohistóricas
particulares de las provincias rioplatenses por un lado, y del esquema mundial
capitalista en constante expansión y adaptación por el otro. De aquí que pronosticara
que la patria deberá mucho a los “nobles corazones y espíritus altamente cultivados en
ciencias morales” del clero argentino que por largo tiempo habían encabezado las
cúpulas de las instituciones educativas –y definido sus programas-, pero “más deberá en lo
futuro, en materias económicas, a simples comerciantes y a economistas prácticos, salidos del terreno de
los negocios” (Juan Bautista Alberdi, 1981:38). La libertad de comercio, tránsito e industria no
implica para Alberdi solo el atenerse a los principios que toda constitución liberal que se
precie de serlo debería tener, sino también, una manera de apuntalar la construcción de
aquella clase social dominante de amplitud nacional que debería asumir el rol de
burguesía local. No es menor esta aclaración si la insertamos en el contexto posrosista
que vive la futura república. Rosas ha llegado a sujetar las élites dirigentes de las
provincias mediante pactos surgidos bien de la diplomacia, bien de la coerción en bruto,
pero si ha legado un sistema de provincias en relativa pacificación, no ha logrado
montar un aparato de gobierno lo suficientemente estable como para aglutinar en su
núcleo político los intereses de los distintos sectores dominantes regionales, en
resumidas cuentas: no ha logrado consolidar un aparato estatal ni ha contribuido a
homogeneizar una élite social dominante de perfil capitalista: “Quienes creían poder recibir
en herencia un Estado central al que era preciso dotar de una definición institucional precisa, pero que,
aun antes de recibirlo, podía ya ser utilizado para construir una nueva nación, van a tener que aprender
que antes que ésta –o junto con ella- es preciso construir el Estado” (Tulio Halperín Donghi,1982:10)
Prueba de esto es que, luego de Pavón, siguen diez años de enfrentamiento civil
entre dos centros de poder –Buenos Aires y la Confederación- inconciliables, nudo
político que tendría al PAN roquista como ejecutor de su desenlace.
El valor que en política tiene la experiencia para el tucumano es central, y es una
característica de su análisis sociológico; el autor de las Bases prefiere inferir
conclusiones que sean producto de un análisis inductivo de casos políticos e históricos
antes que partir de modelos deductivos que muchas veces tienden a derivar conclusiones
cuyo punto de partida está lo suficientemente alejado de la realidad social como para
chocar irremediablemente contra un escenario muy diferente del planteado. Evitar estos
errores (cuya aparición más reciente la Nueva Generación identifica con el período
unitario 1824-1827) es lo que lleva a Alberdi a la necesidad de desarrollar las
características específicas que distinguen, en un plano internacional, al Río de la Plata
de Europa y Norteamérica, en un plano interregional, a las provincias Unidas
rioplatenses de otros centros de poder como Uruguay, Chile y Paraguay, y finalmente en
un plano intra-regional, los aspectos que diferencian al Litoral del Cuyo y Centro junto
con los problemas políticos que Bs. As. compone individualmente con cada una de las
provincias paralelamente. Para demostrar esto, podemos enumerar algunos problemas
que el análisis sociológico de las Bases permite dilucidar:
Las “bases” sociológicas de las Bases son de tres tipos; filosóficas, en cuanto a
la filosofía social de procedencia sansimoniana, jurídicas en cuanto a su propuesta
legislativa derivada de las teorías de Constant, Lammenais y Lerminier, histórico-
políticas en cuanto a su análisis cronológico tanto de la historia constitucional como
política del itinerario rioplatense. Escribiendo desde el exilio, y haciendo eco de las
aspiraciones vanguardistas de la generación del Salón Literario y la Joven Argentina,
Alberdi se construye un lugar de consejero para la solución del acuciante enigma
argentino. El tucumano piensa su texto de intervención en la perentoriedad de la
situación rioplatense luego de Caseros la cual exige medidas rápidas que sepan explotar
los recursos que ofrece la nueva coyuntura abierta, pero entiende a su vez que el
contexto de esta apertura es especial pues, bien aprovechado, permitiría introducir sobre
la base de las operaciones concretas destinadas a afectar en el corto plazo, la simiente
estructural que provea de una plataforma consistente a proyectos de largo plazo, como
toda República en nacimiento necesita: una Constitución.
Si bien aquí el autor de las Bases advierte que para los tiempos que corren es una
constitución de transición y creación lo que necesitan las provincias de estas latitudes
continentales, también deja entrever que la condición de excepcionalidad de estos
mismos tiempos es lo que determina aquella elección, pero a su vez esto quiere decir
que las condiciones bajo las cuales se hace posible tal transición (y creación)
constitucional tienen una duración finita y es en el lapso indefinido –pero pasajero- de
esta circunstancia cuando las decisiones devenidas de la urgencia pueden adquirir la
trascendencia necesaria como para hablar de creación y constitución de un nuevo orden.
“[…] una constitución pérfida y falaz lleva siempre el germen de
muerte en sus entrañas... Deja de ser exótica, desde que es aplicable a la
organización del gobierno argentino; y no será copia servil, desde que se
aplique con las modificaciones exigidas por la manera de ser especial del país,
a cuyas variaciones se presta esta fórmula como todas las fórmulas conocidas
de gobierno” (Juan Bautista Alberdi, 1981:63)
BIBLIOGRAFÍA
- Alberdi, Juan B. (1981), Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina, Bs. As.: Ed. Plus Ultra.
- Halperín Donghi, Tulio (1982), Una nación para el desierto Argentino, Bs. As.: Centro editor de
América Latina.
- Hobsbawm, Eric, La era de la revolución
- Ingenieros, José (xxxx), La evolución de las ideas argentinas, Bs. As.: XXXX.
- Terán, Oscar (2007), Para leer el Facundo, Civilización y Barbarie: cultura de fricción, Buenos
Aires: Capital Intelectual.