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Algunas singularidades del análisis político de Las Bases:

particularismo y romanticismo

Pérez Diego Martín (UNL)

“Todo el presente libro no está reducido más que a la exposición de los fines que debe proponerse el
nuevo derecho constitucional sudamericano”
(Alberdi, Bases, Cap. XVIII)

Indagar acerca de los basamentos sociológicos de las “Bases” implica destacar


cuáles fueron las perspectivas o paradigmas que contribuyeron a formar los criterios de
análisis implementados por Alberdi en esta obra. Estos paradigmas, a su vez, se
enmarcaban en el clivaje determinado por la oposición a otras perspectivas las cuales
habían probado sus grandes falencias para interpretar ciertos aspectos de la realidad
social en transformación (como, por otro lado, sus grandes aptitudes para analizar
algunos otros). Los instrumentos analíticos alberdianos no pueden entenderse, en este
sentido, aislados del ámbito de producción sociocultural que florecía en las Provincias
Unidas en las décadas que precedieron a la del ’30. Y si, por otro lado, nos referimos a
las décadas posteriores a la independencia del año ’10 hallaremos que importantes
corrientes ideológico-literarias se gestaban en distintas partes del mundo logrando
trascender sus esferas regionales para alcanzar impactos de carácter mundial. Entre ellas
encontramos el ideologismo, el eclecticismo, el romanticismo, etc. cuya mayor o menor
relevancia se verá supeditada a factores tan disímiles como las posibilidades de
conformar sociedades literarias, las crisis político-económicas de los diversos países, el
signo político de los círculos letrados, los proyectos sociales en pugna hacia el interior
de un mismo movimiento estilístico, etc. En lo que a las provincias rioplatenses del
segundo cuarto de siglo decimonónico respecta, estas corrientes habrían de tener sus
expresiones en la forma de diversas formaciones o entidades sociales cuyas maneras de
manifestarse estarían estrechamente condicionadas por el período político propio del
momento, ejemplos de esto lo serán la escuela rivadaviana para el ideologismo –
marcado por el régimen unitario- o el Salón Literario de Don Marcos Sastre para el
romanticismo –que hubo de pasar paulatinamente a la clandestinidad desembocando en
la Joven Argentina, debido a la progresiva coerción sociocultural del tigre de los cerros-
.
La generación de Echeverría y Alberdi fue hija de la de Rivadavia -accediendo a
sus universidades (Rivadavia fue el principal impulsor de la Escuela de Ciencias
Morales fundada en 1823) en pleno proyecto unitario-, como la de este lo fue de la de
Moreno. La nueva corriente a la que pertenecería la generación del ’37 es la que se
definiría como “social” donde convergían corrientes fisiocráticas, enciclopédicas e
ideologistas; Saint Simón, Fourier, Cabet, Comte, Leroux, Reynaud, etc. integraban la
llamada escuela sansimoniana (también conocida como de “socialismo utópico”). Quizá
quien mejor se imbuyó del espíritu literario de estas corrientes fue el joven Echeverría
cuya estancia en París (1826-30) coincidió con la moda del eclecticismo, simpática
hasta 1830 porque era la filosofía de una oposición popular, pero que con el triunfo de
Luis Felipe de Orleáns se transformó en oficialista y sus doctrinas fueron combatidas
por los actores que prepararon la revolución de 1848.
La juventud a la que pertenecían Echeverría, Alberdi, Juan María Gutiérrez,
Vicente Fidel López, Miguel Cané, etc. -algunos de los cuales habían estudiado en el
Colegio de Ciencias Morales-, carecía de un espacio público donde proponer los debates
políticos más acuciantes, no estaba preparado el escenario adecuado para la disputa libre
de ideas, ágora que se vería cada vez más eclipsada por el régimen rosista desde que
este obtuviera la suma del poder público en 1835. Previo a esto se formaron
asociaciones letradas como la del salón literario de Don Marcos Sastre que fue alentada
por los actores de la joven generación y adquirió un claro matiz romanticista; allí el
debate de las nuevas ideas provenientes de Francia –y el resto del mundo– cobraría un
nuevo relieve. Sin embargo, una vez suelta la Mazorca en las calles, el Salón Literario
hubo de cerrar y sus miembros, no intimidados por la medida y dispuestos a continuar
con sus debates, se dispusieron a formar una nueva asociación que esta vez estaría
revestida por un sesgo político más pronunciado: surge así la Joven Argentina en 1837.
Las sucesivas formas de filiación sociocultural fueron adquiriendo mayores rasgos de
clandestinidad proporcionalmente al incremento coercitivo del régimen.
Ahora bien, hemos comentado brevemente cuáles son los espacios de
producción ideológica y producción periodística en que la Joven Generación depositó e
hizo circular sus intereses pero nuestra intención es marcar cómo el romanticismo que
se evidenciaba en estos espacios contribuyó a darle forma al análisis sociológico
alberdiano. Si bien podemos decir que es Sarmiento quien condensa y evidencia en
mayor grado la impronta romántica, hemos de observar que también Alberdi se hizo de
esta lente para observar la sociedad rioplatense y esto por las características que el
romanticismo, en su antagonismo con la Ilustración, confiere a los análisis
sociopolíticos:

• El romanticismo proclama su predilección por lo excepcional frente a la


norma, busca destacar los elementos cuyas características evidencian un
marcado localismo.

• Construye actores cuya especificidad expresa de la forma más “natural”


el dominio social y territorial al que pertenecen. Muchas veces los tipos
sociales, como en el Facundo, son casi una prolongación de la región –
tanto cultural como territorial- que habitan, “dentro de lo cual (cruzado con la
exaltación del Yo) cobrará relevancia el gran hombre, el genio o el héroe; en suma, lo
individual y original sobre las convenciones colectivas” (Oscar Terán, 2007:14).

• Elabora un proceso identitario de características endógenas donde la


identidad de un determinado conjunto sociocultural (cuya unidad mínima
es el individuo) se elabora a partir de elementos clasificados como
“locales”, proceso también en que una Nación adquiere un gran pasado
épico que se pierde en la historia.

“Esto último se complementará con su visión de la historia... Porque el historicismo


romántico, frente a la historia vista como un proceso de civilizaciones que avanzan
de manera homogénea y lineal, introduce la noción de que cada nación es una
totalidad en sí misma, que posee una finalidad en sí y que por ende cada pueblo vale
tanto como cualquier otro” (Oscar Terán, 2007:15).

Bien podemos derivar de la última afirmación de Terán una consecuencia no


explicitada: el romanticismo sería la contracara inseparable de la Ilustración, pues a la
vez que desata un proceso de autovaloración de las características locales con el fin de
hacerlas valer por sí mismas, enuncia una equivalencia de estas totalidades autóctonas
(una vale tanto como cualquier otra, llámese pueblo, nación o comunidad) la cual, al fin
y al cabo, realiza los estándares de igualdad y universalidad propugnados por la
Ilustración. Pero llegados a este punto podemos formular algunas aseveraciones que
oficiarán de puntos de referencia para entender de dónde se deriva la visión alberdiana y
cuál es la impronta del romanticismo en ella. No en balde el redactor de las Bases
llamará repetidas veces la atención sobre el carácter diferencial y distintivo de la
redacción de una constitución para la República Argentina que no realice imitaciones
anacrónicas y desfasadas de la naturaleza propia de los actores políticos en cuestión,
naturaleza cuyas propiedades características son resultado de procesos históricos
subyacentes que las condicionan pero que a la vez necesitan de la pluma ágil y la visión
incisiva del legislador capaz de integrarlas en un proyecto de República.

“La constitución que no es original es mala, porque debiendo ser la


expresión de una combinación especial de hechos, de hombres y de cosas, debe
ofrecer esencialmente la originalidad que afecte esa combinación en el país que ha
constituirse. Lejos de ser extravagante la Constitución argentina, que se
desemejare de las constituciones de los países más libres y más civilizados, habría
la mayor extravagancia en pretender regir para cualquier gobierno constitucional,
por el sistema que prevalece en los Estados Unidos o en Inglaterra...” (Juan Bautista
Alberdi, 1981: 35. Itálica de Alberdi)

El Alberdi de las Bases será crítico tanto del unitarismo rivadaviano como del
federalismo rosista. Comenzará, de hecho, por proponer un distanciamiento frente a
ambas posturas desde el momento en que impugna el simulacro constitucional del
primero, y la práctica inexistencia de código constitucional en el segundo. En efecto, la
constitución sancionada en 1826 durante el unitarismo, adolece de las mismas falencias
que la de 1819 sancionada con el fin de exaltar el sentimiento patriótico para luchar
contra los españoles que aún dominaban gran parte de América del Sur, de aquí que sus
máximos principios nacionales versaran sobre “la seguridad y la libertad”. Alberdi, por
otro lado, efectúa una lectura completamente distinta, todo aquel código constituyente
que abrevase en las fuentes históricas nacidas en la excepcional coyuntura de la primer
década independentista está condenada a paralizar el desarrollo del país que con tanta
urgencia necesita su exigua demografía territorial. Ya sea la necesidad de expulsar a los
españoles (const. de 1819), o de premunirse contra el estado fuerte y monárquico del
Imperio del Brasil (const. de 1826), las causas que originen una nueva constitución no
pueden ser las mismas que las que signaron aquellas necesidades: si bien en aquellos
momentos sirvieron para proteger un territorio apenas pacificado, de frágil estabilidad
frente a los golpes de la economía mundial en desarrollo y los intereses políticos de la
Restauración a nivel internacional, no están hoy a la altura de las circunstancias. Y esto
por dos motivos, en primer lugar el panorama internacional ha cambiado, y en segundo,
dos décadas de gobierno rosista han configurado un clima interno donde las fuerzas
políticas habían adquirido una fuerte polarización con el estado de Bs. As. por un lado y
el resto de las provincias por el otro. El panorama internacional hacia 1852 proyectaba
una serie de riesgos que era conveniente interpretar y saber evitar en caso de ser
necesario. En primer lugar pesaba el fantasma del último alzamiento revolucionario de
1848, donde cientos de organizaciones proletarias (en Francia, herederas de Babeuf y
adquiriendo en la actualidad la forma que pronto habría de acaudillar Blanqui; en
Inglaterra con la proclama owenista que desembocaría en el cartismo) hacían sonar sus
gritos de igualdad social poniendo en entredicho las pretensiones del liberalismo
meramente constitucionalista cuya reivindicación de máxima –en lo económico- se
acotaba a la garantía de la propiedad privada; en segundo lugar la progresiva
industrialización de los países que ya no necesitaban de la tracción financiera de
Inglaterra, como por ej. Polonia, Alemania y los Estados Unidos indicaban la apertura
de un contexto en que era requisito necesario iniciar el camino hacia la inserción en el
mercado mundial si se quería cubrir los estandartes de un estado moderno y civilizado.
En esta encrucijada liberal-desarrollista se ubicaba Alberdi para efectuar su lectura
cruzada, producto a la vez de la intersección entre las características sociohistóricas
particulares de las provincias rioplatenses por un lado, y del esquema mundial
capitalista en constante expansión y adaptación por el otro. De aquí que pronosticara
que la patria deberá mucho a los “nobles corazones y espíritus altamente cultivados en
ciencias morales” del clero argentino que por largo tiempo habían encabezado las
cúpulas de las instituciones educativas –y definido sus programas-, pero “más deberá en lo
futuro, en materias económicas, a simples comerciantes y a economistas prácticos, salidos del terreno de
los negocios” (Juan Bautista Alberdi, 1981:38). La libertad de comercio, tránsito e industria no
implica para Alberdi solo el atenerse a los principios que toda constitución liberal que se
precie de serlo debería tener, sino también, una manera de apuntalar la construcción de
aquella clase social dominante de amplitud nacional que debería asumir el rol de
burguesía local. No es menor esta aclaración si la insertamos en el contexto posrosista
que vive la futura república. Rosas ha llegado a sujetar las élites dirigentes de las
provincias mediante pactos surgidos bien de la diplomacia, bien de la coerción en bruto,
pero si ha legado un sistema de provincias en relativa pacificación, no ha logrado
montar un aparato de gobierno lo suficientemente estable como para aglutinar en su
núcleo político los intereses de los distintos sectores dominantes regionales, en
resumidas cuentas: no ha logrado consolidar un aparato estatal ni ha contribuido a
homogeneizar una élite social dominante de perfil capitalista: “Quienes creían poder recibir
en herencia un Estado central al que era preciso dotar de una definición institucional precisa, pero que,
aun antes de recibirlo, podía ya ser utilizado para construir una nueva nación, van a tener que aprender
que antes que ésta –o junto con ella- es preciso construir el Estado” (Tulio Halperín Donghi,1982:10)

Prueba de esto es que, luego de Pavón, siguen diez años de enfrentamiento civil
entre dos centros de poder –Buenos Aires y la Confederación- inconciliables, nudo
político que tendría al PAN roquista como ejecutor de su desenlace.
El valor que en política tiene la experiencia para el tucumano es central, y es una
característica de su análisis sociológico; el autor de las Bases prefiere inferir
conclusiones que sean producto de un análisis inductivo de casos políticos e históricos
antes que partir de modelos deductivos que muchas veces tienden a derivar conclusiones
cuyo punto de partida está lo suficientemente alejado de la realidad social como para
chocar irremediablemente contra un escenario muy diferente del planteado. Evitar estos
errores (cuya aparición más reciente la Nueva Generación identifica con el período
unitario 1824-1827) es lo que lleva a Alberdi a la necesidad de desarrollar las
características específicas que distinguen, en un plano internacional, al Río de la Plata
de Europa y Norteamérica, en un plano interregional, a las provincias Unidas
rioplatenses de otros centros de poder como Uruguay, Chile y Paraguay, y finalmente en
un plano intra-regional, los aspectos que diferencian al Litoral del Cuyo y Centro junto
con los problemas políticos que Bs. As. compone individualmente con cada una de las
provincias paralelamente. Para demostrar esto, podemos enumerar algunos problemas
que el análisis sociológico de las Bases permite dilucidar:

• Territorio escasamente poblado.


• Sistema rentístico orientado al fisco de la tierra, de sesgo feudal-colonial.
• Explotación de un único centro aduanero monopolizado por Bs. As.
• Imposibilidad y obstrucciones a la navegación de los afluentes.
• Atraso en cuanto a la creación de líneas ferroviarias, es decir, en cuando
a los medios de movilidad que facilitan la comunicación y el comercio.
• Política anti-inmigratoria; hermetismo territorial; política exterior
deficiente.
• Educación superior retrógrada y poco práctica.

Las “bases” sociológicas de las Bases son de tres tipos; filosóficas, en cuanto a
la filosofía social de procedencia sansimoniana, jurídicas en cuanto a su propuesta
legislativa derivada de las teorías de Constant, Lammenais y Lerminier, histórico-
políticas en cuanto a su análisis cronológico tanto de la historia constitucional como
política del itinerario rioplatense. Escribiendo desde el exilio, y haciendo eco de las
aspiraciones vanguardistas de la generación del Salón Literario y la Joven Argentina,
Alberdi se construye un lugar de consejero para la solución del acuciante enigma
argentino. El tucumano piensa su texto de intervención en la perentoriedad de la
situación rioplatense luego de Caseros la cual exige medidas rápidas que sepan explotar
los recursos que ofrece la nueva coyuntura abierta, pero entiende a su vez que el
contexto de esta apertura es especial pues, bien aprovechado, permitiría introducir sobre
la base de las operaciones concretas destinadas a afectar en el corto plazo, la simiente
estructural que provea de una plataforma consistente a proyectos de largo plazo, como
toda República en nacimiento necesita: una Constitución.

“No se ha de aspirar a que las constituciones expresen las necesidades de


todos los tiempos... Hay constituciones de transición y de creación, y
constituciones definitivas y de conservación. Las que hoy pide la América del Sur
son de la primera especie, son tiempos excepcionales” (Juan Bautista Alberdi,
1981:63)

Si bien aquí el autor de las Bases advierte que para los tiempos que corren es una
constitución de transición y creación lo que necesitan las provincias de estas latitudes
continentales, también deja entrever que la condición de excepcionalidad de estos
mismos tiempos es lo que determina aquella elección, pero a su vez esto quiere decir
que las condiciones bajo las cuales se hace posible tal transición (y creación)
constitucional tienen una duración finita y es en el lapso indefinido –pero pasajero- de
esta circunstancia cuando las decisiones devenidas de la urgencia pueden adquirir la
trascendencia necesaria como para hablar de creación y constitución de un nuevo orden.
“[…] una constitución pérfida y falaz lleva siempre el germen de
muerte en sus entrañas... Deja de ser exótica, desde que es aplicable a la
organización del gobierno argentino; y no será copia servil, desde que se
aplique con las modificaciones exigidas por la manera de ser especial del país,
a cuyas variaciones se presta esta fórmula como todas las fórmulas conocidas
de gobierno” (Juan Bautista Alberdi, 1981:63)

El modo de constituir esta plataforma política capaz de transponer las fronteras


del tiempo y las animosidades de facciones federales solo se logrará construyendo
objetos generales de gobierno en torno a los cuales exista el consenso más o menos
pactado (en ayuda del “menos” pactado vendrá a cumplir un rol esencial la
instrumentación de un aparato coercitivo como medio de persuasión) de sectores
dominantes de amplitud nacional, sectores que a su vez, tengan la capacidad de reflejar
y dinamizar los intereses de una clase económica en formación cuyo perfil capitalista
tomará una forma más acabada en la medida en que la apertura al mercado internacional
sea de mayor amplitud. Aquí los efectos de la inmigración vendrían a amortiguar el
impacto de tal apertura cuando el territorio en cuestión carece de una base productiva lo
suficientemente competitiva.

BIBLIOGRAFÍA

- Alberdi, Juan B. (1981), Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina, Bs. As.: Ed. Plus Ultra.
- Halperín Donghi, Tulio (1982), Una nación para el desierto Argentino, Bs. As.: Centro editor de
América Latina.
- Hobsbawm, Eric, La era de la revolución
- Ingenieros, José (xxxx), La evolución de las ideas argentinas, Bs. As.: XXXX.
- Terán, Oscar (2007), Para leer el Facundo, Civilización y Barbarie: cultura de fricción, Buenos
Aires: Capital Intelectual.

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