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18; 1 ow \ piscorpia EN EL_MATRIMONIO Y LO QUE ACONTECIO Al dia siguiente Luquesio tomé los libros, clau- Burd las cuentas, liquidé su negocio y acudié al escribano para convertir sus bienes én dinero y poner a la venta fincas y tierras. —Bona —dijo a su mujer—, me retiro de los negocios. —jAb! —exclamé Bona con alegria, feliz de verle tomar algun reposo y de la posibilidad de gozar en paz de su marido y del bienestar ad- quirido Pero a medida que llegaba el dinero, iba Lu- quesio en busca de aquellos que sabia él habian sufrido por sus malos procederes y les entregaba el dobie de lo perdido. i Qué estds haciendo? —te preguntaba Bona, estupelacta y ansiosa. —Lo que debo hacer —le contesta él con abso- uta. caima. Llegé el turno de los pobres. Luquesio fué en busca de ellos. Pero muy pronto fueron los pobres quienes se liegaron a él, pues en dos dias la no- ticia habia cundido por ia ciudad ; como todos los que se muestran ampliamente generosos, se vid en seguida acosado por mendigos, pordioseros y toda clase de desvaiidos. Y él, que sdlo anhelaba des- pojarse, daba incansablemente a todos, compro- bando cuanto més facil es deshacer una fortuna que hacerla, y también cudnto mas dulce. La pobre Bonadonna no voivia de su asombro. Una angustia la sofocaba. Luquesio le explicaba, con mucha dulzura y persuasién, todo lo que Fran” cisco le habla dicho ; pero, por mas que le demos- trara que no podia guardar esos bienes, que le hablara de justicia y de deber, del Reino de Dios, del cielo y det infierno, ella no comprendia. —é Qué mal hiciste? —repetia ella con voz do- liente=. Fuiste como todos. YY Moraba, gemia y le suplicaba que no conti- nuara, que pensara en sus hijos y no les quitase su patrimonio. Por toda contestacién, Luquesio murmuraba : —Jestis ha dicho: “Desdichados los ricos". No haré’ de mis hijos unos desgraciados, unos maidi- tos, como yo. No... Les ensefiaré el trabajo, ta honradez y el Santo Evangelio, y ello les serd mas Util que el oro. Al fin, indignada, Bona lo abruma con amargos reproches Hombre sin corazén, padre desnaturalizado! eNo tienes vergiienza? Nos vas a dejar en-la calle ¥ nos obligarés a mendigar nuestro pan. Pero siempre estaba la contestacién pronta: —Dios —decia con su gran caima inspirada— ; Dios, de quien viene el precepto de ia. limosna, sabré proveer a todo. El lo ha dicho, El no per- mitiré “que nos Megue a faltar con qué vivir, Bona mia. Mas no, semejantes razones no podian llegar a convencerla; todo eso estaba muy lejos de ella. iQue dificil es creer en el Evangelio, creer en é hasta vivirlo en ta integridad de su sublime I6- gica! —En fin —le decia gimiendo—, ¢ qué es lo que ti quieres? Hasta dénde quieres llegar? —Bona —contestaba él, con una’ sonrisa— dime, no éramos felices en Caggiani? Lo sere: mos doblemente ahora, habiendo compartido todo con los pobres, como ‘hermanos. ; Hace falta tan poco para ser feliz! —i Caggiani, Dios mio, retroceder hasta ese punto! Ser ‘nuevamente’ una simple paisanita después de haber sido gran dama! No; eso ya era_demasiado. ¥ Bona ibg a Ilorar tas locuras de su marido a casa de sus amigas. —Luquesio estd enfermo —Ie dectan éstas—, tie- ne mal Semblante desde hace algdn tiempo. Habra trabajado demasiado el pobre. Procure fortalecerlo, que tome algiin descanso, mas alimento. Y todo e80 se ie pasard, Era justamente lo que Luquesio no querfa. Ayu naba de un modo inguietante; rehusaba tomar vino —pero se lo daba a los pobres—; casi no comia mas que pan y espinacas hervidas, como los pobres. Pasaba la’ mayor parte de sus noches de rodillas, rezancio y levendo el Evangelio. Adel. Bazaba a ojos vistas, Cuando salia, eta para vic sitar a algdn indigente, ir al hospital o 2 alguna iglesia, en donde se le veia rezar durante largas horas, el rostro bafiado en lagrimas. sstros modernos psiquiatras hubieran diag- noBticado: “Neurastenia aguda y locura. religio- sa”. Su perspicacia hubiera descubierto inmedia- tamente ¢l origen del mal: “Exceso de trabajo fisico € intelectual, con trastornos digestivos, que shan 'provocado una intoxicacién de las células ‘efvioct'” Sin aorta’ subia, Bonadonne juagabe ‘un modo andlogo el caso de su marido: segu- famente suftia de bilis negra. Ya no reconocia a su uguesio de antafio, tan alegre, tan capaz y empyendedor, amante de la vida y tan amante también de ella. Ahore se habia vuelto silencioso, reconcentrado, tan distante, segiin le parecia. Si Ie hablaba, sdlo era para sermonearla, procurando arrastrarla’ en. sus extravagancias. Si, Luquesio queria convencerla, compartir con efla ‘su tesoro. Y la amaba ahora con un amor mis elevado, con muchisima més ternura, una ter nura mas profunda y més noble que la de antes. Y Bona debia reconocer que, fuera de su locura, como ella decia, se habia vuelto mejor, més suave, més conciliador en todo. Ya no se enojaba més, ni tenia aquellos leves malos humores de antes ; no encontraba nada malo que decir de nadie, sino de si mismo. Pero justamente esa caridad, esa hu- mildad la disgustaban y fastidiaban. ; Ah, cudn- to més lo amaba antes ; Lugquesio sufria —era su tinico sufrimiento— al sentir ese alejamiento que no le era posible reme- diar, al ver a su querida Bona todavia tan abajo, tan ligada a aquellas cosas que a él le parecian ahora de tal modo despreciables. La compadecia ¥, por eso mismo, le demostraba mayor carifio. De todo corazén, con torpezas de nedfito, se obs- tinaba en catequizarla. Pero aquel celo intempes- tivo la indisponia aun mas, y ese amor nuevo, gan elevado, tan fuerte, le era incomprensible. Ella no podia ver eso, no podia entenderlo; seguia siendo Solamente una “buena cristiana”. La luz que viene de Io alto no la habia iluminado, y ella juzgaba con alma terrena, segiin la prudencia de la carne, no comprendiendo aquella otra prudencia del es- piritu que conducia a su marido por nuevos sen- deros. Un profundo equivoco reinaba en. el matrimo- nio, y Bonadonna se sentia cada vez més desgra- ciada e irritada. Pues Jo unico que vela era la intolerable situa cin de su casa: una procesién de mendigos la habia invadido, y su miserable marido parecia no tener ojos sino para ellos. A pesar de sus: ruegos y de sus protestas, él continuaba dando, dando Siempre, vaciando cofres y despensas, expidiendo uno tras otro los muebles y objetos de valor. Y se vi hasta obligada a esconder sus alhajas. Y a de verdad pura y simple. Luquesio lor alegria; sabia que iba a’ser liberado. Otros también lloraban y se golpeaban el pecho'; el “Poverello” hablaba shora’a la gente de San Gemigniano de paz, de dulzura, de perdén, de con- cordia... Les mostraba a Cristo en la Cruz... Y, fueron entonces tales los acentos de su voz que, cuando hubo terminado, se vié a dos hombres de Ja ciudad, dos enemigos acérrimos, estrecharse la mano y abrazarse. Y Luquesio sintié que Dios es- taba con Francisco, Si, era algo mas que un hombre el que asi habia hablado ; jamas pudiera un hombre hacer esos milagros. Habiendo alabado al Sefor y conversado con los que se le acercaban, pidié Francisco un pedazo de pan por amor de Dios: luego se retird, y vidle y era "de ’ Luguesio entrar en el presbiterio con su compaiiero. Solicits hablarle. pe iDios mio! ; Qué frégil parecia el “Povereli visto asi de cerca! ; Y qué humilde y sencilio era ! i Qué frescura, qué cordialiddd encantadoras, y esos ojos Ienos de celestiales sonrisas! Luquesio creia encontrarse ante un ngel y sintié el deseo de hacer Jo que él le dijese. Le expuso su vida, su pecado, la turbacién de su alma. Francisco, habiéndole escuchado, le dijo: —Hermano, el Seftor te concede una gracia muy grande al abrirte ios ojos y debes ser fiel en corres- Ponderle. Devuelve esos bienes, pues si aquelios que poseemos honestamente ya nos daiian, jcudnto mas los adquiridos por ia injusticia ! Si... cy luego me devolveré Dios la paz? —Oh, hermano, grechaza Dios ab hijo prédigo? iMiralo crucificado por ti! El es quien te habla, no yo: esctichale y mira a qué te convida: “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y dis buye todo a los pobres, y luego sigueme y tendrés un tesoro en el cielo”. ¢No quisieras seguirle y compartir la alegria de los santos? =iAh, si, hermano Francisco, sit... Gracias, gracias.... ruega por m » sollozando, cayé en los brazos de Francisco. Volvid a su casa, el corazén lieno de una ma. ravillosa. paz, . 7 43, Luquesio, al llegar a San Gemigniano, vié una ultitud de gentes estacionada en. la plaza, yun ombre que alzaba su hijita en los brazos diciéndo- “; Beco il santo! ; He aqui al santo!” El mira, abre paso, se acerca y ve, parado sobre una pie~ dra, a un hombre endeble, harapiento, descalzo, cefido de una cuerda, que mira a la multitud con profundos ojos negros y angelical sonrisa en el desencajado rostro. Luguesio creia ver una estatua viva del renunciamiento y del amor. Ya estaba conquistado. Cerca de ¢1 se hallaba otro frate. Comenzaron a canta “Honzad a Dios y temedie, load a Dios y cele- bradle. iDad gracias al Sefior y convertios, pues habsis de’ saber que muy pronto moriréis ! iDad y’se os dard! ; Perdonad y seréis perdo- nad Y perseverad en las buenas obras: ;bienaven- turados Jos que mueren en estado de conversion, pues llegardn al reino de los cielos!” Luego hablé Francisco. Su voz era clara como la de un nifio. Decia cosas sencillisimas, pero asom- brosamente penetrantes, porque més’ que su voz era su persona la que hablaba: sdlo de verlo se 4 Nenaban los ojos de lagrimas. ;Oh! no eran ser- mones aprendidos los que ¢1 repetia ; se sabia bien de qué profundidades y de qué heroismo nacia cada una de sus palabras. “Hermanos —decia con su voz armoniosa—, la vida es corta ¥ el juiicio esté cercano : buscad, pues, el Reino de Dios y haced penitencia. ; Ah, her manos, despreciad “el mundo, despreciad el’ or ison ellos que os alejan de Dios y os hacen desdi- chados! Temed el apego a cosas pasajeras, pues en 1 mundo sélo somos peregrinos y viajeros. Dad a Jos pobres en vez de atesorar, sed pobres por amor a Jesucristo y El os devolveré la alegria; donde hay pobreza de espiritu no hay ya codicias ni hay suirimientos, donde hay compasidn y caridad no hay ya bienes superfluos ni dureza de corazon, donde se hallan el amor y la sabiduria no hay ya temores ni tinieblas. Que anden, si, cabizbajos ios que al diablo pertenecen ; mas nosotros alegrémos- nos en el Sefor." {Dios mfo, cémo traspasaban el corazén de Lu- quesio! ;Cémo lo penetraban cada una de estas palabras! Parecia que Francisco adivinaba su pre sencia y angustia y sélo hablara para él, De esa agua justamente estaba sediento: de las palabras veces, cuando iba a preparar la comida, solid eny? contrar vacias la cocina y la bodega.’ Estol er inaguantable, Ademds, se murmuraba ; el triste matrimonio si habia vuelto Ia irrisién de las gentes. Todos erbian gue Luquesio estaba trastornado. En Poggi-Bonzi,! como en todo pueblo chico, el comadreo hacia de las suyas. La gente se conocia y siempre habia al- guna hueva que comentar en el umbral de la puerta ¥en tiendas, salones y tabernas, y no siempre la caridad presidia estos corrillos. Asi es que se hae biaba mucho del caso de Luquesio. Semejante acontecimiento era una ganga para las malas lene guas: se deseaba ser eb primero en contar algo, en inventar alguna nueva travesura para endo. sdrsela al pobre hombre. jEs tan divertido dar esas noticias, sobre todo si se trata de alguien a quien se ha envidiado! Los burgueses de Poggi- Bonzi, Jo mismo que Bonadonna, eran totalmente incapaces de entender algo de la “divina locura”, Un santo es, por naturaleza, un incomprendido “Liberado de preocupaciones humanas, es consi j,derado por el vulgo como un loco; y el vulgo no 4 mm y “J ve que es un inspirado”. (Piatén.) Pero equé le importaba eso ai hombre que el Espiritu guiaba? El sabia que veia claro y que los otros eran ciegos, como éi mismo lo habia sido jotrora. Gozaba de una felicidad intensa, de una gran alegria serdfica, pues en su corazén embria- Migado el amor surgia, vencedor, de las profund: ‘dades del renunciamiento. Ante sus ojos flotaba, como una visién, Ia son- risa del “Poverelio", su’ sonrisa angelical, sus ojos iluminados por una'tlama interior. Y eso le pres taba alas para elevarse, para volcarse a su ver en el corazén de Cristo bendito. Vivia en Dios; y amaba ‘a Dios, y a todos se daba en caridad, y ésta ascendia en ardiente ple- garia por ellos. Cada dia, suplicaba al Sefor que iluminara a su compaiiera, va que é mismo no podia conseguirlo. “Convertidla, Jesis mio”, sua Plicaba Horando. “Vos sabéis cuanto la amo, y emo quisiera verla feliz, jfeliz como yo, Dios gmio! Estd atin tan lejos, y yo sufro de verla asi. 710h buen Jestis, tened’ compasién de ella, como tuvisteis divinamente compasién de mil; Ayu. dadla, curadia también a ella!” Una oracién suscitada por tanto amor debia ser escuchada. Un dia en que la afluencia de los pobres habia sido particularmente molesta, cuando iba a poner Ja mesa, advirtié Bonadonna, al abrir el arca del 48 i a9 “pan, que habia sido otra vez enteramente vaciada. Luguesio habia distribuido nuevamente todo el pan. Despechada, indignada, se lo fué a repro- ‘char. Pero ya otros pobres estaban alli, Ya Lue quesio se le ocurre decir a su mujer precisamente en aquel momento : —Bona, trae panes para esta pobre gente. Era demasiado. La indignacién de la pobre mu- jf jer estallé : —iQué dices! ¢ Algunos panes?... jAh, cémof se ve que tus ayunos y tus vigilias te han trastor- nado el cerebro! ;Bien sabes que lo has dado todo, 7 que ni para nosotros queda in pedazo de pan! Poco te importan los tuyos, ya no son sada para ti, Sélo tienes corazén para los extras... —Bona, ¢tendré que despachar a estos pobres con las manos vacias? —Vé, pues, tii mismo a buscar con qué alimen- tar a esos insaciables Luquesio le dirigié una suave y profunda mi- rada : —Bona —le dijo—, piensa en Aquel que con cinco panes y dos peces alimenté miles de perso- nas... Vé pensando en El, y trae los panes. Para demostrarle su equivocacién y_cortar toda discusién initil, volvié a la cocina... Esa mirada, sin embargo, ese acento de Luquesio la habian impresionado... Subyugada, como inconsciente, viovié a abrir el arca. ; Qué sorpresa! ;Oh mara~ villa! ;Frescos y sabrosos panes la lenaban hasta colmarla! Y la luz de Dios la ilumin6. iUn milagro! ;La mano de Dios! ; Dios que. se pronunciaba, aprobando y apoyando la conduc- ta de Luquesio! ¢Cémo no creer y aprobar tam- bign ella? ; Dios mio! Temblando de emocién Hevé los panes y los distribuyé. —Luquesio —exclamé luego, cuando estuvieron solos, echdndose en sus brazos—, eras ti quien tenia razdn... Perdéname por no haber compren- dido. Qué maldad la mia... Ahora si que veo cla- ro. Contigo, quiero servir también yo a Dios y a Jos pobres. 'Y desde ese dia, los dos levaron vida cristiana, y su casa se transformé en hogar de caridad. Sis- tematicamente tendian a la pobreza. Lo hubieran dado, todo si no fuese por sus hijos, a quienes re- servaban lo necesario para vivir honestamente. Acquella fortuna desaparecia en sus manos. Pero Iclero? En aquel tiempo atravesaba una de sus ma- Has épocas, y sélo les repetia en latin sermones ofid ciales, desprovistos de alma. : Pero he aqui que aquel hombre les hablapa en Js" propio idioma ; aquel pequeiio mendigo que iba ide puerta en puerta les traia nuevamente las mila: igrosas palabras, que en sus cindidos labios se re- Juvenecian hasta parecer las de Cristo mismo; y icobraban vida en su boca, porque era sabido que esas palabras palpitaban en su vida. Despertaba por doquier esas extraas y profundas nostalgias, esa trascendente alegria que habia descubierto en el renunciamientoey que negaban las codicias col- madas. Todos corrian tras él. Por centenares iban a alistarse en la nueva Orden para vivir pobres.y liberados del mundo: era la renovacién de la pri- mitiva Iglesia en su pureza, en su exquisita cari- dad y en su fervor conquistador. Estos aconteci- mientos causaban gran sensacién en todo el pais. Y causaron una viva impresign en el pobre Lu quesio. Lo perseguia la idea del “Poverello”, como Ila- maban a ese Francisco. No podia menos de com- parar aquel gesto, aquella vida sublime con su des- preciable conducta ; y la vergiienza y el remordi- miento le pesaban dé tal modo, que le invadia el deseo inmenso de librarse de’ esa carga. ; Ah! icémo deseaba hablar al "Poverelio”.... verlo sik quiera! Debja tener él la solucién, ia formula, el remedio para su mal. Un dia, pues, del afio 1212, Luquesio se enteré de la presencia de Francisco en la Toscana: ya habia estado en Arezzo, expulsando de alli los monios de lz discordia.. ;Por qué no vendr expulsar al demonio, al suyo, al de Luquesio! E Florencia, Francisco habia ‘convertido al. ilustre Juan Parenti, doctor en la Universidad de Bolonia, Quien, dejando alli sus bienes y sus funciones de juez, Se unid a él para evitar el infierno. Y ahora, regresando de Pisa, iba @ pasar por San Gemig- niano, distante una hora de Poggi-Bonzi... Luque- sio_ya no pudo resistir, y se puso en camino. San Gemigniano estaba destrozado por las fac- ciones. Eran tan frecuentes las escaramuzas que obligaron a Ia nobleza a flanquear sus casas de altas, torres almenadas ; y ese bosque de torreones daba a Ia ciudad el curioso aspecto que atin conserva en nuestros dias y que le ha valido el nombre de “ciu- H} dad de las torres”, Su interior era un campo de BEES batalla permanente. LY aie le aba con qué aiar exe waco ER Hoy Pero los negocios son los negocios ; siendo ne- gotiante... —Sdio uno es el negocio que hay que realizar illegar al cielo! ;Y ti, estés condenado! Fuiste asesino, jirés al infierno !... Al infierno... 'Y del pecio de Luquesio se escapaba un suspiro} enronguecido y salvaje que espantaba a su mujer. Qué te pasa, Luquesio? —Mujer —contestaba él con vox ahogada—, ten- 8 go Ia idea de que no estamos en paz con nuestra, conciencia. —Pero ; qué cuento es éste?... estariamos en paz con ella? —He abusado de la confianza de las gentes. 50 no era justo... ; no, Bona, eso no es permitid —¢ Cémo ‘que no es justo? ;No lo has ganado ‘caso con tus negocios! Pero, de repente, se erguia Luquesio, terrible, con la mirada extraviada : ‘Me enriqueci engafiando, robando. nando! ; Entiendes ? —i Vaya! Aparta esas ideas. ¢No tienes ti el derecho de hacer tus negocios, como todo el mun- do? Se razonable, Luquesio, rechaza esas imagi: naciones, distréete. Ahora que hemos ilegado a ser ricos, ¢ vas a ponerte triste? Pero en vano buscaba el buen Luquesio distraer- se. Su educacién, cristiana y honesta, aunque in- completa, despertaba, y su conciencia, su corazén y el temor del juicio lo atormentaban sin cesar, Toyéndole cada dia més y més. Se sentia profun- damente desdichado. e¥ por qué noS a LA LUZ EN LAS TINIEBLAS En aquel tiempo se hablaba de cierto fray Fran- cisco, hijo de un rico mercader de Asis, que port. amor a Dios habia dejado a su familia, y renun- jie ciando a todos sus bienes, recorria toda’ Italia con sus discipulos, mendigando el pan, predicando la 5) penitencia y ei Reino de los Cielos. Aparecié a lass conciencias como un libertador. Las almas de acostumbradas de Dios, volvianio a sentir nueva- mente presente ; envilecidos en la politica, endu- recidos por guetras sin fin, aburguesados por los negocios y con el peso de tantas preocupaciones gue los habian distraido de lo tinico necesario, to- dos sentian ese “vacio del corazén” de quienes vuelven las espaldas a la Vida. en’ el plano superior del amor diviho habian ha- Ilado nuevamente 1a unién de los corazones y la alegria de los hijos del Espiritu. Dios mismo sellé su desprendimiento. Les qui: t6 sus dos hijos, proveyendo a su suerte con mano soberana... Y ‘ese dolor, santamente aceptado, acabé de entregarlos a El... Desde entonces ya no fueron en la tierra mas que forasteros, peregrinos_. del Reino. | a v al gis) LA TERCERA ORDEN Le | nee ‘Cuando .un alma se ha dado.aDies.contedadeai- tad, es natural que sienta-despertar-en ella el deseo de la vida religiosa. Desapegada de un mundo demasiado bajo ya para ella, en el que se siente extraila, quiere ale- arse... Se vuielve hacia el claustro. Como por ins. tinto natural, siente que alli, en la apacible sole- dad, en el total abandono a Dios, en la continua acién, en esa vida orientada solamente a perfec ‘onar el amor, éste podré desarrollarse y encontrar | alimento. deseado. : Luquesio y Bona, desapegados de la tierra, exe fperimentaban ese deseo. Olan hablar de la vida ‘dmirable llevada por los discipulos de Francisco, los envidiaban. ;Ah, ser como ellos, libres de iodo, y vivir en la'simplicidad perfecta de la obe- iencia y de la pobreza! Pero eran casados, y los lazos que ata la Santa Iglesia no se desatan, El fasunto parecia sin solucidn. Bona se lanzaba de vez en cuando a pequefias soluciones personales: pero al primer examen Te- sultaban irrealizables y de pura fantasia. =i Qué pena, no poder entrar juntos a un mo- Inasterio ! | Ti Qué suefios! —respondia Luquesio, sonrien- ‘do—. No es posible, tendriamos mas bien que reti- rarnos cada uno por su lado: yo, con las frailes ; ti, con las hermanas de “Donia Clara". =iNo nos volveriamos entonces a ver més! —exclamaba Bonadonna—. Es que te quiero de- masiado para eso. Ademés, necesito de ti para po- der servir al Seftor: verte @ ti tan bueno, tan des. Prendido y tan piadoso es mi fuerza. La fuerza de Luquesio era Francisco. En cuanto pensaba en él, se sentia como desprendido de st mismo.v su fervor ardia en nuevas llamas. Aseme- 20 jarse a Francisto era un método de ascetismo. Fre- cuentemente hablaba de 1 con Bona, v ella hubiera dado todo lo que posefa, por ver al “Poverello”. Luquesio mismo deseaba hablarle y someterle sus dudas. Pero se decia que Francisco se habia em- bdrcado con el rey Luis hacia el Oriente, a predi- car la fe a los infietes. Pocos aiios después de su conversién, supieron que Francisco habia regresado de Egipto, y de nuevo atravesaba la provincia toscana. Era en el afio 1221. Esta vez, Luquesio no tuvo que ir a su encuentro, pues el’ hermano Francisco se detuvo en Poggi-Bonzi. Volvié a ver al santo tal como lo habia visto en San Gemigniano, pero mas demacrado y més serd- fico. Acompafiado de Bonadonna, lo oyé nueva- predicar las palabras de verdad. Luego fué tarlo y a presentarle su mujer. —Hermano Francisco —dijo—, deseariamos se- guiros y compartir vuestro género de vida. Pero so- Serd, pues, necesario separarnos? , por cierto —respondié Francisco—, no os separdis, seguid unidos, puesto que aprendisteis juntos a servir al Sefor. —¢Podriais, entonces, indicarnos de qué manera santificarnos, aunque casados, como aquellos que iven junto a vos? Francisco los miré con amor. Estando en Floren- cia habia establecido, con el Cardenal Hugolino, Jos detalles de la regla de la tercera orden. —Precisamente —respondié Francisco--, desde hace algin tiempo pienso fundar una tercera orden. En ella, los casados 0 aquellos que estén retenidas en el mundo podrdn servir-a Dios con toda perfec. cién. Pues muchos otros, impedidos de entrar en 1a Primera o en la segunda orden me han hecho el mismo pedido que vosotros. Podeis ser los prime- ros en alistaros ; asi permaneciendo en el mundo, no seréis ya del mundo... —Si, si—interrumpié Bonadonna alegremente—, so es, justamente lo qué deseamos. —Pues lo importante'—prosiguié Francisco, no es el lugar, sino el,porazén. Santificarse, es amar a Dios y servirle ef I pureza, en la abnégas cién ¥ en la caridad ; y elf es posible en todas par- tes yen todos los estados, pues el Sefior nos enco- mendé a todos llevar unaiyida perfecta. Pero como no es bueno que los hombres estén solos para prac- ticar bien, he querido @gruparlos en fraternida des, bajo la obediencia dein director, ¥ darles una # “GH GBaee: ogares arruinados, familias hambrientas arzch Bg “jadas a la calle, dolorosas ventas de pobres mobi I liarios, madres ‘que lo miraban fijamente, con, los ojos febriles, mostrandole sus hijos enfermgos, padres que lo amenazaban con el puiio, maldiden- do al acaparador... Luquesio se revolvia en su Jecho, escondiendo la cara en la almohada, que parecia arder, para huir de las obsesionantes vi- siones. Pero el suplicio continuaba: sin cesar vol- via a su oido la vor de aquel desdichado que, al enterarse de su ruina, grité al salir: “Dios te maidiga, asesino!” Y se estremecia su corazén como en el-dia de la lacerante injuria. ; Ah! esa breve escena de algunos segundos, ese gesto deses- perado e indignado, aquella mirada cargada de odio, jcémo se habia grabado, en sus ojos, in- SS crustada, entre tantas otras! Y esa voz ronca, re- pentinamente alterada, que seguia martillando en sus oidos: " Asesino! ; Asesino!”... ;Si, era ver- dad! El asesin6, tomando el pan ajeno, especulé odiosamente con'ia miseria para enriquecerse, abu- sando de la buena fe de est pobre gente que con- fiaba en él: jy era él, él, Luquesio, quien, casi sin advertirlo, habia podido llegar @ tal extremo! Y ahora se maldecia a si mismo: “Miserable, he aqui que centenares de desdichados te cubren de sus maldiciones... Un dia se levantardn contra ti ante Dios, y entonces...” Y al recordar el juicio, el terror lo invadia —pues su fe estaba intacta— Si, y ser otra la maldicién que caeré sobre ti, en= tonces... 0 estarés a la izquierda... Dios mio! ; Para siempre! qué te habran servido esos y que amontonaste, y esas tierras qué compraste, y esa vajilla de plata de la que te enorgulleces tan tontamente? ; Asesino, estas orgulloso de tus cri- menes! —i Pero, en qué piensas? —le preguntaba Bo- nadonna, viéndole golpearse la frente y murmurar entre dientes. Entonces, él, para alejar sus terrores, volvia a los argumentos de la “moral comercial”, que con tan- 1a complacencia le habian ya servido. “No hax: que /mezclar la caridad con los negocios...” Mas al pun ito, replicaba la conciencia : —En todo debe haber caridad. —iY a mis hijos, no debia asegurarles el por venir? —Pero no_a costa de injusticias —proseguia la Jotra voz—. Tus hijos serdn malditos contigo ; ti les habras ensefiado el pecado. 40 Era rico; era, por fin, un personaje importante, respetado, adulado, que vivia fastuosamente ¥ te- nia las puertas abiertas en la mejor sociedad, y aba de gran influencia en la ciudad de Poggi- jonzi. Sus suefios se habian realizado; mejor di- cho, 1 los habia realizado. Joven atin, antes de ‘cumplir Jos treinta afios levaba recorrido un ca- mino més largo que muchos hombres en toda una vida. Su casa albergaba una familia dichosa. n EL DESPERTAR DESPUES DE LA CULPA Mas he aqui que, habiendo llegado el momento de gozar de su fortuna, se extraié Luquesio de sentirse satisiecho sélo a medias y nada feliz. En medio de ese Iujo y ese bienestar, de esos honores que habia perseguido con tanto empefio, estaba desorientado, incémodo; se sentia extrafio, como si esas cosas no fuesen hechas para él, como si ja- mas las hubiera deseado. ¢ Por qué toda esa fiebre, todo ese trabajo para llegar a una vida tonta, me diocre, vacia, que no le decia ya més nada? Para resolver este enigma impreciso, instintiva- mente pasaba revista en su imaginacién a los afos| transcurridos : los habia vivid como inconsciente- mente. Llegaba a verse, muy joven atin, en Caggia- ni, antes de que todo esto sucediera, y' sentia, con clara evidencia, que su alma habia sido més feli Y era entonces més libre que ahora. En la calma que sucede a le lucha, volvia Lu- quesio a encontrarse a si mismo, como a alguien que desde hacia largos afios habia perdido de vista ¥ totaimente descuidado. Volvia a encontrarse con Su corazdn; y su corazén estaba descontento. Comprobaba un hecho extraiio, a saber: que la continua tensién de esos aiios hacia una meta fija ¥ obsesionante habia como envuelto e inmovilizado| Jo mejor de su alma y ta lucha por el dinero lo| habia absorbido tan totalmente, que llegé a relegar al hombre que él habla sido, reemplazdndolo por un extraiio personaje: un implacable y codicioso comerciante. En el fondo, Luquesio era recto, bue- no y hasta generoso. Y" ahora que encontraba el tiempo para "ser él mismo”, esa nativa bondad se rebelaba, apelando contra “el otro”, recordando a su conciencia st injusticia, su dureza, todas sus victimas. Sus noches se tornaban agitadas. Y en las horas ff AEE ING de un penoso entresuefio, lamentables y sinies! visiones pasaban ante sus ojos en largas zaraban- Biges PAZ 4 t jregla, a fin de que se alinten mutuaniente, y ten- fan obligacién de persevérar en su santo proyecto. Jevarin de esa manerd una vida religiosa, in | abandonar sus ocupaciones. seglares. ! Y les expuso la forma de vida que habia cont fbido para esa nueva orden Estaremos contentos, mi mujer y yo —respon- dis Luquesio—, de ser vuestros primeros reclutas ly de responder 'a una gracia tan grande. Al siguiente dia, Francisco antncid piblicamen- e te su proyecto de restaurar en el mundo la vida cristiana perfecta; y gran numero de hombres y mujeres dieron su adhesién. Este éxito se debia en gran parte a Luquesio, pues si al principio muchos se mofaron de él, no tardé en producirse un cam- bio favorable. Su piedad, su desinterés y, sobre todo, su caridad, le conguistaron la estima y luego la admiracién de la gente de Poggi-Bonzi, por lo menos de los mejores. Se envidiaba su’ virtud, como se habia envidiado su fortuna, Y muchos es- taban prontos a seguir sus huellas. Habia obrado la muy poderosa fuerza del ejemplo. La presencia del “Poverello” hizo lo demés. Francisco los congregé a todos en una capilla que le habian regalado, les expuso la regla y, des- pués de algunas reuniones, juzgandolos suficiente- mente preparados, ante una concurrencia emocio- iada hasta Jas lagrimas, los revistié de un habito {color gris ceniza los cis Son un cordon te espar- to. La primera fraternidad de In Orden de Peniten- cia estaba fundada. ~ La vida pura y ferviente de las primeras comuni- dades cristianas florecia nuevamente en el mundo. Eso era lo que San Francisco habia querido para esta tercera orden, como para las dos primeras hacer vivir el Evangelio, integramente, como 10 habian vivido los primeros cristianos, en la peni- ftencia, Ja oracién y el amor mutuo, instaurando lesta vida perfecta, modelo de vida teligiosa, que inspiré mas tarde todas las constituciones mondsti- cas. Las observancias de la regia tendian todas a te fin Los hermanos de la Tercera Orden eran peniten- » debian abstenerse de festines, espectacuios y lanzas, y distribuir a los pobres io superfluo de su fenta; levaban un hdbito de tosco paiio, de a seis centavos la vara para los hombres, y de a doce cen. favos para las mujeres, decia la primera regia; ademés, tenian muchos dias de ayuno y de abst nencia. 23 |. Eran hombres de gracién, rezaban las horas “siénicas, comulgaban con frecuencia y mantenian viva en ellos la llama de la piedad por la oracién continua “dirigida dia y noche a Dios”. Sus re- + uniones mensuales consistian en misa, prédica, ofi- cio divino y oracién privada Practicaban la caridad y la paz, su hermana: se obligaban @ poner término a toda enemistad, a res- tituir el bien mal adquirido, a hacer limosna, visi- tar enfermos y contribuir a la caja comin. Pero por encima de estas prescripciones, un espiritu animaba esas fraternidades y les infundia una vida prodigio- sa: el espiritu mismo del “Poverello” y, en todos los corazones, el deseo terminante y ferviente de mo- t delar sus vidas sobre la de Francisco y sobre la d= “tos hermanos de la primera orden. Los terciarios ‘gran, “verdaderamente, religiosos en el mundo, y ) tomo tales se consideraban. Esto fué su fuerza. +" Tan pronto como fuera fundada, la fraternidad de Poggi-Bonzi se volvid el centro’ religioso de la ciudad, y un fermento activo de regeneracién cris- tiana. Basté la accién de ese nucleo de verdaderos cristianos, fuertemente unidos entre si, para trans- formar la'pequefia ciudad. Al poco tiempo ya no se Ja reconocia: habia profunda y verdadera piedad en los corazones, en todas partes reinaban las bue- nas costumbres, ios pobres eran socorridos con con- movedora caridad, los negocios se llevaban a cabo honradamente, y 1a moral comercial y la moral cris tiana estaban nuevamente de acuerdo: las disen- siones de clases y de familias se habian extinguido, fen todas partes se hallaba la paz y una santa ale- gria en el amor mutuo y en el amor de Cristo. 'Y Luquesio, primer promotor de esta magnifica renovacién, daba a todos el noble ejemplo de esa vida integramente cristiana y de las virtudes m; admirables. = RELIGIOSOS EN EL MUNDU Desde entonces vivieron ¢i y Bonadonna en rik gurosa pobreza. Ser religiosos, vivir como el her- mano Francisco, no ser ya del mundo, como él les habia dicho, era la idea que los guiaba. Los reli- giosos no poseen nada, y Francisco tenia ansias de pobreza. Luquesio enajend los bienes que atin le quedaban, no reservindose sino un campo pequeai- simo, que él mismo cultivaba, compartiendo luego los beneficios con los indigentes. Y Bonadonna misma lo incitaba a ello, pues ia pobreza se habia ‘sas que aumentarian mas y mds Ia naciente Tor tuna. Era necesario dar con un importante negocio que les permitiera abordar una especulacién de gran envergadura. Luquesio emprendié el comercio de cereales ¥ se puso al acecho de una buena ocasién. Se presenté ; su sentido de los negocios se la hizo prever v explotar con maestria. Presintiendo la ca- restia de la vida, dispuso sus baterias. Como agen- te de cambio, era el consejero de muchos buenos mercaderes, totalmente confiados en él, y que él manejaba a su voluntad. Les hizo creer que impor- tantes cantidades de granos-estaban por llegar y desvalorizarian el trigo, y los persuadid de que le vendieran sus reservas a bajo precio. Este acapara- miento precipité naturalmente la crisis, y Luquesio fué duefio de la situacién. ; Qué hermosa victoria ! Todo el mundo necesitaba de él. Alz6 los precios 4 su gusto, realizando enormes beneficios. Su casa se habia hecho el centro vital de la ciudad, afluia el oro: jera la hora de la fortuna ! Entregado totalmente a la lucha y embriagado por tanto éxito, no habia lugar en su vida para pensar en la miseria que sus brillantes negocios sembraba en torno suyo. Un dfa, sin embargo, un pobre paisano, arruinado por sus maniobras, salié de su casa maldiciéndolo y traténdolo de asesino : esto lo hirié vivamente y" aquella noche no le fué facil conciliar el sueio. Pero muy pronto ahogé esa sensibilidad, pues ‘los negocios no tienen nada que ver con los sentimientos”. Era necesario “llegar”, ¥guien desea el fin, desea los medios. Ademds, te2 hia dos hijos, cuyo porvenir queria asegurar :' era un deber de conciencia. 4 7 Pero el verdadero motivo que, sin sospecharlo, inducia a Luquesio a consolidar su conciencia, era que el confesar su injusticia le planteaba el compli- ‘eado problema de la restitucién, pues no se renuncia tan facilmente a las riquezas adquiridas. Vivian en una hermosa casa, grande como un pa- lacio, con chimeneas de marmol vy pisos alfombra- dos, ‘muebles de rices maderas y multitud de chus icherias. En Jas comidas que ofrecian a sus amigos scogidos, ostentaban con orgullo su vajilla de pla- ta. Cuando Luquesio se paseaba por las calles, los ‘ombreros se inclinaban_profundamente ante’ sus vestiduras de brocado. Sin duda, nadie olvidaba por qué medios habia adquirido todo eso; se co- mentaba @ media voz en los corrillos. Pero, al fin yy al cabo eso era habilidad, y aquellos que io criti ‘aban, en el fondo lo envidiaban, convencidos de que en su lugar no hubiesen obrado de otra mane- ra, Habja triunfado ; era, pues, respetable. Boriadonna estaba orgullosa de su marido, se ale- raba al ver con qué destreza manejaba su barco y facia llegar el dinero a la caja. Ademés, era un buen muchacho, generoso, de excelente caricter ; la queria, Ta toleraba todos sus caprichos, la regalaba con lindos vestides para que pudiera pavonearse y Cubrirse de gloria los domingos, en misa mayor. Porque ambos eran, naturalmente, buenos cris- tianos. No hubieran jamés faltado a’ sus deberes ; Tezaban, comulgaban una vez por aflo, cada semana asistian'a misa y hasta asistian a las’ procesiones ; cumplian con estas obligaciones lo mismo que pa. gaban el censo y el diezmo y el fogaje, consideran= dose, una vez hecho esto, libres de todo deber para con Dios y con su conciencia. Eran cristianos como se era en esa época, como se es, en suma, hoy : la religion residia en la forma, pero ya no estaba en los corazones y, por lo tanto, fen la Vida. Y la causa principal del mal era ia misma de nuestros dias: los negocios, Los Comunes, los oficios y los negocios habjan transformado prodigiosamente las condiciones de la vida. Las ciudades bullian de actividad : todo el mundo vendia, especulaba, se enriquecia. El dinero, p antiguamente patrimonio de los nobles, venia ahora a Menar los cofres de los burgueses. Todos estos nuevos ricos pretendian, naturalmente, gozar de los bienes asi adquiridos por el trabajo honesto ; el lujo Y la comodidad se introducian en todas partes, con ellos el placer y muy pronto la licencia. Ei cuanto al pueblo, que miraba con envidia la feli cidad de aquellos nuevos ricos, buscaba también él abrirse camino. Periddicamente la carestia azotaba alguna regidn: esta prueba pasajera s6lo aguijo- neaba el ansia de riquezas y exasperaba el odio de clases. En esa fiebre de codicia y de goce, las almas se habian alcjado de las cosas espirituiales : absorbi- das por las preocupaciones temporales, ya no les quedaba tiempo para interesarse en Ia religién. Se hablan entorpecido, materializado, aburguesado. Todavia seguian vendo a los oficios, por la fuerza del habito, porque era la costumbre; en el fondo de las preocupaciones, Mammén habia suplantado, a Dios; los corazones habian dejado la iglesia por Ia tienda. Luquesio y su mujer eran muy de su época : pa- decian exactamente e} mal de su tiempo. Sf, “cum plian con sus deberes”, pero de noche, en las vela- as, no era de las Bienaventuranzas o del Reino de los Cielos de lo que conversaban, sino de dinero, de cuentas, de combinaciones y de nuevas empre~ hecho su aspiracién, su alégria y sur tesoro. El Senado de Poggi-Bonzi, lieno de gratitud ha- cia Francisco, le rogé que estableciera una comu- nidad de frailes en ia ciudad, autorizéndole a edi- ficar un convento en el monte donde se ergufan las tuinas de un castillo desmantelado. Encanto esto a Luquesio y ofrecié sus servicios a los frailes, para los trabajos de construccién. Em- Prendié el trabajo con ardor, quitando las piedras del antiguo castillo y transportindolas cerca de la hueva obra. Juntébase a los obreros, comia con ellos y los traiaba como a camaradas. Esta sencillez de don Luquesio en el oficio de peén de albaail fué més Util para el acercamiento social que mu- chos discursos y mucha politica. En cuanto a ely experimentaba én esta humilde labor y en esta frae ternidad una alegria que jamais habia sentido duc rante su fastuosa vida. Tan pronto como se instalaron los religiosos, se \ eestabiecié entre los hermanos de la primera y ter- cera orden gran rivalidad de pobreza, de oraciones y de buenas obras. —También nosotros —dijo Luquesio a su_mu- jer debemes tener nuestro convento: serd nues- ira propia casa. FA las puertas de! convento, los franciscanos da- ban pan y sopa a los pobres; Luguesio los imité, Como no habia clausura en ese convento, él hacia {comer a los pobres a su mesa, dejandoles lo mejor ¥ contentindose con una corteza de pan. Los franciscanos daban pan y sopa a los pobres que legaban a su puerta; Luquesio, habiendose hecho pobre, iba de puerta en puerta, en busca de alimento para ellos; y sus hermanos terciarios, conmovidos por ese ejemplo, daban generosamente. Luego alojé en su casa alos pobres ya los ens fermos, prodigdndoles, con su mujer, toda clase de cuidados. Habian descubierto ahora, después de haber suprimido toda necesidad superflua, que Ia casa era demasiado grande, que habia mucho luger inutil ; asi fué pronto rtansformandola en refugio. en asilo y en hospital. En la ciudad la denominas ban “el albergue de los pobres”. El dormitorio de Luquesio estaba siempre dispo- inible, pues tomé la costumbre de dormir en los pasillos, © simplemente afuera, en la tierra. Expe- Fimentaba una extrafla y profunda alegria cuando colocaba delicadamente a algun pobre vagabundo jen su buena cama, o velaba a algiin enfermo. Re- ‘cordaba entonces las palabras del Maestro: “Lo oy 25 4 fi que hacéis al mas peguefio de los mios, a mi me lo hacéis". Y le parecia realmente estar cuidando Jesucristo, cosa deliciosa, y redoblaba sus atencio- nds y -delicadezas hacia esas pobres gentes ahora sakradas ; y cuando se inclinaba hacia ellos, 1o ha~ cia con algo mas que compasién : lo hacia con amor. Pasaba la mayor parte de su tiempo en los hos- pitales vecinos, dndose sin medida a su oficio de enfermero. En cuanto a su propio hospital, su casa, ena de enfermos-pobres, era el dominio de Bona: donna, Ella era alli la mamé de todos, y trabajaba, correteaba, preparaba ungiientos y tisanas al ‘mi ‘mo tiempo que rezaba y cantaba... sinti¢ndose mas feliz: que nunca Luquesio salia en busca de los enfermos, los Te- vaba a su casa, sosteniéndolos, tomandolos en bra- 208, cargandolos sobre los hombros. Un dia lo divisé asi un joven. Luquesio iba es coltado por dos achacosos, 'y llevando a un tercero a la espalda. Tendria éste probablemente tan mala apariencia, que, al pasar, el joven mal educado exciamé : —jEh! {Es al diablo a quien levas cargado! {No —repuso el Santo, repentinamente conmo- vido—, no es el diablo; es Nuestro Sefor Jesu- cristo! Y en el acto enmudecié el joven atolondrado. Se eché a los pies de Luquesio, gimiendo y llorando, las manos juntas; y el buen Samaritan, habiendo orado, le devolvié el habla y le dijo dulcemente : —Vete en paz, y no peques més contra Ja santa caridad. Prodigaba a sus amados enfermos cuidados tan maternales, les demostraba tan sincero carifio, les hablaba con tanta persuasién, que les legaba al alma, mientras curaba los cuerpos. Asi, muchos de los que habia recogido agriados e irritados, se convirtieron bajo la influencia de su bondad a la pobreza y a la vida perfecta. Solo la caridad aicanza semejantes triunfos, Toda desgracia, toda miseria fisica 0 moral, es taba segura ‘de encontrar en ¢l amistosa acogida. Para ‘nosotros, un pedigiiefio es un importuno. Semejantes visitas no son sino causa de molestias ; ¥ si las atendemos, muy pronto nos vemos desbor. dados por un sin niméro de preocupaciones. Pero Luquesio las buscaba, y eso, esq eta heroico. No esperaba que viniesen'a solicitarle un favor ; gene. Pero: Luquesio- no. conccia a-los: hombres; muy. saeco (2222s ‘vera: que. la-vida: tiene mds: complicacion que las que ¢l-habia previsto. Un competidor: sacs, Provecho de sus tendencias gibelinas, demasiadoos:t tentosas, ¥'como:el pueblos era giielfo.en su mayo fay Hegé avalejar- dela. tienda de Luquesio'@ la mayor parte de su clientela. Los negocios empeza- “ron a tambalearse, y muy pronto se encontrd en mala posicién, disminuyendo, por consiguiente, su influencia politica. ; Mezquino comienzo para el pobre ambicioso! En fin, como todos ios medios son buenos cuando se trata de negocios, su rival hizo circular'a su respecto rumores enojosos : su ituacién se hizo intolerable. Aprendié a costa pro- pia que es peligroso mezclar Ia politica a los\ne~ gocios. 1Bah'!, pero no hay fracaso que pueda vencer una joven y ardiente ambicién. Luquesio encaré su asunto con decisién. La pequefia ciudad de Poggi- Bonzi, vecina de Caggiano, estaba toda ella en favor del partido gibelino, y alli por lo menos los giielfos gstaban dominados y reducidos a silencio: no tendr ya desventuras politicas que temer, v la ciudad le ofreceré para sus negocios mejores ‘oportunidades que aquel rincdn perdido de Caggiani. Luquesio dejé su pueblo para instalarse en Poggi-Bonzi- Alli, con juvenil audacia, emprendié negocios en’ gran escala. Instalé un comercio de salazén hébilmente unido a una agencia de cambio. La idea fué genial: el uno hacia marchar al otro; esta combinacién, ex- plotada con habilidad, le permitia realizar grandes beneficios. Por supuesto, no habia que tener sutic lezas en materia de honradez ; pero Luquesio, fuer de buen comerciante, se amoldaba sin dificul- tad, practicando maravillosamente esa “moral co- mercial", propia de los aprovechadores de “busi- ness” 0 “negocios”, bastante flexible en aquella época. La casa prosperaba, Luquesio era habil... El ven- dia el mejor tocino y ‘su salazén tenia buena fama; sus amables modales atrafan a los clientes y los ducados afiuian a la caja. Ya no se ocupaba de politica, pero negociaba con los ricos y adulaba a Jos nobles." Les prestaba dinero y les ayudaba en Ja administracién de sus bienes : necesitaban de él, rcionaba relaciones envidiables en e! “gran mundo” de Poggi-Bonzi. Esta vez iba viento en Popa. 6 53 j Ep duel “tetas as \p vaaltigiad ais aie et pasionestiftvadfaiy basta ‘Todos: Hackain” polities: nes :” puéblos*y* Burg montabain Ia guardian ‘y se’afanabatr por conan ‘noblés resistian con+ ace brgullo, para, salvar sus if surgfa. una situadiGn, la!’ menor otasién, 'san- { agravado por’ uti la'lucha entre el emper TT rianiobraba pata ane~ faba en los nobles, ‘que: nde restaurar ef’ antigua: régimen : ra éste el. partido gibelino. Por reaccién,, 4 el pueblo habfase-enrolader bajo li bandera de lo¢ Papas,.que se constituiatr asf,en los.campeones del, rador'f el xionarse Téaliay"y" se’ aj velar en'sa triunfo'la orden’ nuevo y de la libertad : era el partido giielfo.| Giielfos: y- gibelinos,: puehla nobles, aristécratas| burgueses se enfrentaban enuna lucha. sin. tregua Tas’ dos facciones:mantgna en todas. partes jas armadas. -~ Bie wa tasci shies tne, Entre: esta batahola, catia uno tomaba su: partido, ‘¥y como: sucede- com frecuencia.en-cuestiones.politi= ‘cas,:no.eran siempre motives desinteresados los. que guiaban swelecciém: convenienciag personales, pe quefias discordias de familia, odios de clases;,ven= tajas: inmediatas:pesabam en-su decisién mas: que consideraciones: dei orden: social: a::religioso. ‘Unay multitud:de cristianes. eonyencidos no- vacilaba, por. diversos. motivos,: em-9ponerse.a) la Santa Sede. Ebrios:de la libertad conguistada y extraviados, por| complicaciones. politicasy: los: fieles: se: habian-.dé acostumbrado-a.obededete :svininny ssuris vets Tal, fué'et caso de- Lauquesio. A guijoneada posta, ambicién; queria: elevatse:sociaimente;: ardia.en de se0s de igualara los nebles-y.de ser admitido:ert say circula::: para eso: era/nécesario, ponerse de su, lado. Ademés, los gibelinog formaban el partido distio- ghidor de:la.época,.yelal vanidad' de: Luquesio.debia arrastrarlo ; se dediebt a: la-politiea:-gibelina sin: desatender sus: nego agree atl El comienzo fue fetiz.. Bien: paresido' y-algo.char- latdn, no tardé-en:ser jefe de-faceién y capitan de:la: juventud, armada; de: a, localidad... Sevfrotaba: las, manos. con: fruicién-anticipada. 1.00» 1s rosamente’iba al encuentro de Jas penas y dificul- tades que la caridad nos impone ; estaba siempre al acecho de las miserias, para aliviarlas. Y el caim= po de su caridad se extendia mas y més, transfor mando su vida en fatiga sin descanso. Perh es fall abnegacién era su felicidad, pues de Francisch hae bia aprendido el secreto de la “alegria perfecta”, ¥ jamés se saciaba. Grandes flanuras pantanosas se extendian de Pog- gi-Bonzi a Siena, formando las “marismas”, ver- daderos focos de fiebre y de enfermedad. Los ha- bitantes de esa triste regiOn, distantes unos de otros WPBRH y pobrisimos, casi todos enfermos de malaria, se J encontraban en gran abandono. Se evitaban a(ue- % © \Ilos parajes por temor al terrible contagiv. Esto no « pecia'menes de eonmever la acva compasion de : Luguesio, que habia conservado su esprit ee os YG prendedor, drientando ahora toda su inschative hacia el bien del prdjimo. Se hizo médico, compré un burrito, lo cargé de febrifugos y ténicos, y se fue @ recorrer las “marismas”..De choza en choza, bajo fun t6rrido sol, en la safocante atméstera de aque lllos pantanos, exponiéndose sin cesar al terrible contazio, ciidaba, reconfortaba, syudaba, ‘amabe f esos desgraciados. Segin su bidgrafo, més que sus remedios, su sola presencia los curaba (1). En recompensa de tan maravillosa caridad, Dios mismo se dignaba secundarlo, y Luquesio’ hacia milagros. Pero eso lo voivia ain mas humilde, y cuando lo elogiaban, respondia _senciliamente= “Oh, el hombre 'sélo-vale Jo-que=valesamte-Bios ! Y aprovechando esa influencia decisiva que su po- der ‘sobrenatural le aseguraba en todas partes, atraia las almas al bien, extendiendo cada vez mas la bienhechora Tercera Orden y enrolando en ella Auevos adeptos, de modo que esta milicia termind por agrupar a la mayor parte de la poblacién Tal cele y esa abnegacién, tan heroica bondad, no eran sino Ia Tama que emanaba del foco de otro amor: el amor de Cristo, a quien se habia entre- gado en cuerpo y alma, Embriagado por ese amor Unico, a semejanza de su maestro, el seréfico estig- matizado, su vida ya no era sino una oracién, un fervor continuo hacia Aquel que lo habia conquis- tado, que se habia hecho su todo. “En lo interior |G como en lo exterior, en Ia labor camo-en ei repeso, por los caminos como en la casa, su-espiritu vivi en continua oracién” (2). 2t mh Su improbe labor no Te impedia jamas ocuparse saria”, Ia santa contempla- ‘Ya en la iglesia, ya de noche, a la cabecera enfermos, durante largas horas dejaba a su in evadirse del mundo en ardientes coloquios, con a) Bienamado : ¥ se le veia a veces inmévil, in- sensible, transfigurado y rodeado de una luz cele (2) Bolland, tome 1 ig, 693. @), Bolland, pag. 60 tial, Salia de estos éxtasis con el alma renovada y radiante. ‘Meditaba incesantemente en la pobreza y en los sufrimientos de Jestis y de Maria, meditacién que le arrancaba lagrimas, y no sabia ya qué inventar para alcanzar, en pos de ellos, mas pobreza y mas sufrimientos. Por amor a Cristo llevaba con Bona- donna una vida sumamente mortificada y dura; y ambos dormian en el suelo, usaban cilicio, se da- ban sangrientas disciplinas, no se permitian ya el més minimo placer, y era costumbre en su. casa ayunar y hacer abstinencia. Pero juntos rezaban y juntos recibian el nico pan que tuviera atin sabor para sus santificados labios; juntos amaban a Cristo con un amor que Jos invadfa cada vez més; y ese amor y esa unién al Dador de toda felicidad ilenaba sus corazones de transportes inefables, de una alegria pura y vasta como los cielos, y de-esa “paz de Cristo que sobre- pasa a'todo sentimiento”’ ‘Despojados de todo, habian encontrado el Reino de, los Cielos : habian encontrado ia felicidad. “Cuanta razén tenias —exciamaba Bonadonna— al pensar que bien poco es.necesario para set feli sélo basta el amor de Dios.” 'Y con lagrimas de alegria le agradecia haberle sefialado los senderos que llevan a la alegria per- fecta. Y juntos murieron, el mismo dia, a la misma hora. Dios les hizo esta ultima y conmovedora gra- cia, después de haber vivido en la tierra en esa unign espiritual, tanto més elevada que la primera, de llegar unidos a la celestial morada hacia la cual se habian encaminado luchando y no estar sepa- rados ni una hora, ni aqui abajo, ni allé arriba. Esto sucedié ¢] 28 de abril de 1260, en medio de Jos perfumes primaverales de Italia, @ los cuarenta aiios de vida heroica. UN HOMBRE DE NEGOCIOS QU NO PIERDE EL RUMBO t Hacia principios de! siglo xu vivia en Caggiani, lueblito de Toscana, un buen hombre llamade Lit. juesio. Recién casado, leno de salud, de proyectos Y de ilusiones, activo, inteligente y de espiritu em- ‘prendedor, veia abrirse ante si el curso de la vida. Estaba decidido a alcanzar su propésito. Sus buenos padres le habian ensefiado air a misa Jos domingos, a no mentir ni robar y a portarse correctamente : esto era, mas 0 menos, todo su haber religioso y moral. Asi, pues, su joven imaginacién 10 Se alimentaba precisamente de suefios ascéticos, jue mds bien le eran tan desconocidos como e! Al- igebra. Pero vivir, luchar por vivir y por vivir me- Jer, como lo habian hecho sus padres y como lo Ivela hacer a todo el mundo, jah! eso si que lo ‘comprendia... Como sucede ‘a'la mayoria de los hombres, Luquesio forjé su ideal en lo ya vivido, Liegar a ser rico y un dia, zquién sabe?, jser personaje en su aldea!: esas’ dos ilusi Sentaban a sus ojos la cumbre de una v ‘Ambiciones éstas que se resolvian en ott: relacio- narse con los nobles. Luquesio era hermoso de sem- blante, bien plantado, de lenguaje y modales féciles yy elegantes, ventajas'que deseaba hacer valer en el rato de personas nobles y distinguidas (1). (1) Paul Guérin : Le palmier Seraphign LIN, pig. 2 Su esposa, Bonadonna, que era. verdaderamente Venerable ServadeDios una. buena mujercita, compartia. sus. suefios y sus Stare oreo ne, EN —FAh! le decia: ella—, cuando. seamos ricos... tendremos una gran casa.hermost. Uy cast ime, compraas:yeatidos, de. pura. seda, noe Gierto?, Fy, un ble de perlas’ coma clade Dona cierto "ry; un opUMe fle perles comg 'Y. sus ojos se Gjaban,. rtos, golosamente sorientes anfe/el Iujo “codiciado. ** ; * Pero Duquesioy hacia: algo’ ma que. sonar Hs biendo' reflexionad6, ‘caltulade y“considerada aten= tamente todas’Sus probabilidades, se puso 4 Ta obra- cow ardor,’ abaréanidd_ a la. vez los ‘negocios y. la i ia mii Euquesio lanzado hacia ld 3 rice en eazacteristicas, puesto que nos prescata Tas | note: salientes de la espiritualidad franciseana mez las en los aspectos que tienen de ascético yd misjico. Aparecen en toda su fragancia y hermo Ta fenitencia ln susteridad, la pobreca y el renanciar siento, unidos a la earidad, a la alegria, al emor v al sevvieio de Dios en el préjimo. Todo ello en medio del mundo, en Te vida segler, compartiendo e} amor ireunstancia que. debe 1 Pero ai no es abundante en ey ° " a. ya que Ja Orden Tercera pars la santificaciOn de los ceglares, principal- mili ia Editorial Cisneros con esta nte on Is vida de Sugaramos éxito a Seccién «Fratellis, y experamos que la galeria de personajes que vaya presentando sea un_ modelo RiRimbeemmatby cds para los seglares de hos y una apologia de la Orden | pi™e" Sate farvem Tercera de San Francicco que los santifi Tibernupare a Madrid, 8 de abril de 1960, fiesta de Nuestra Se-| Ghurr apr veaty hur ot fiora de os Dolores. P. Castano Sizz, 0. FM. Comisario Nacional de la T. 0. PROLOGO Todos pueden santificarse: esto quise demostrar,| para estimulo de las almas buenas, en “Sainteté ei Bonne Volonté™. Pero la doctrina sin el ejemplo es letra muerta, Pareciéme mecesario completarla con ejemplos y hechos de Ia vida de los santos. i ears imitarlos, los he elegido de entre diversos estados de Ja vida burguesa: santos que han vivido en el mun- do y que mostrardn a la gente del mundo que la perjeccion se puede alcansar en todos los oficios, en las circunstancias mds variadas, més eulgares y. « veces, en las més dificiles. He querido escribir vidas vivientes, porque estoy convencido de que la historia de los santos, lejos de cansar, es emocionante y conmozedora. A este fin fuse que trasladar, de eez en cuando, @ lenguaje directa los relatos de viejas crénicas, combinar hechos entre si y, a la ves, relacionarlos con los ntos Contempordneos. Espero no haber traicionado la verdad. fo. en mastrar gue esas grandes « no nosotros antes de Hoga nas, & nosolres que mas fueron hombres ser suntos, pare estinn ‘llegar Y su muerte “tuvo la grandeza y Ja serenidad de la muerte de los patriarcas” (3). Como estaban ambos enfermos, de pronto sey agravé el estado de Bonadonna. Olvidando siipro- pio mal, Luquesio se levanté, se aceroé a recon- fortarla, la aconsejd que recibiéra los ltimos sacra- mentos, encontrando energia para poderla asistir 41 mismo. Cuando hubo terminado la piadosa cere- monia, le dijo con un acento en que se ofan ya las celestiales alegrias Oh, Bona mia, bien sabes con qué unién de corazones hemos servido juntos a nuestro buen Se- fior! Juntos hemos de partir al cielo a morar con E]. jBona, seré muy pronto, ahora mismo! Mi corazdn desfallece ante tan suave pensamiento... Espérame un poco, que vaya yo también a recibir el Santo Vidtico, y" Iuego juntos nos iremos al Cielo. 'Y después de hacer sobre ella Ja seftal de la cruz, volvié penosamente a su lecho. Su confesor, el Pa: dre Hildebrando, del convento franciscano, je dij —Mi buen hermano Luquesio, sed fuerte y pre- paraos a la venida de vuestro Salvador, pues va festa cerca. Desechad toda tentacién. Creedme, hor mismo veréis la salvacién v la corona de gloria. Luquesio alzé levemente su moribunda cabeza y respondié, sonriendo —Mi buen Padre Hildebrando, si para prepa rarme a morir hubiese esperado este momento, no desesperarfa aun asf de la bondad de Dios; pero, a decir verdad, estaria menos tranquilo. ¥ alzando las manos y mirando al cielo dij —0s doy gracias, oh Santa y adorable Trinidad, Padre, Hijo y Espiritu Santo, y a Vos, bienaven- turada y dulée Virgen Maria, y a Vos mi bendito bienaventurado Francisco, por haberme librado de los lazos del infierno. ; Heme aqui pronto, libre y alegre! j A vosotros os lo debo, por los méritos de la Pasién de Nuestro Seftor Jesucristo ! Y en esta fiesta de su alma recibié los ultimos B sacramentos. Luego, enterdndose de que su mujer estaba en agonia, hizo un tltimo esfuerzo, arras- tréndose hasta ella, tomé sus manos en las suyas, ¥ Ja reconforts con’suavisimas y sublimes palabras. Pero ya desmayaba. Lo llevaron a su lecho. Su mirada Se volvia fija y se le oyé murmurar: "Jeu - Maria... Francisco, Padre mio”... Hizo la seial de la cruz, y su alma, junto con la de su es- posa, se elevé alos cielos. 24 EPILOGO Habiéndose convertido Luquesio al amor, con- \Virtié también a Ia ciudad en que moraba mejor de ‘Jo que hubiesen hecho muchos sermones, misiones “o cuaresmas: sencillamente, habia dado ejempl ‘Hechos semejantes no eran extrafios en aquella época ; brotaban abundantemente sobre las huellas de San Francisco. En una sociedad extraviada, el “Pobrecito de Asis” atraia, imantaba, reunia’en torno de si a todo lo que atin era bueno, a todas yuellas aimas que conservando su nobleza y sin- tiendo el hastio de su ambiente tenian necesidad de una renovacién, y esperaban al hombre por quien ésta les legaria. Asi habia constituido el micleo in- dispensable de toda renovacién social, que obraria sobre la multitud. Los resultados fueron prodigiosos. La Tercera Orden iba extendiéndose como mancha de aceite por toda Italia, Europa y el mundo entero. Des bordando del campo religioso, 0 mejor dicho, en- sanchéndolo, su influjo alcanzé a todas las ramas del orden politico 0 social. No sélo restauré en to- das partes la piedad, las buenas costumbres y la obediencia de los fieles, sino que afirmé el triunfo de la Santa Sede, asegurd la autonomia de los Co- munes y obligé al emperador a deponer las.armas. Y realmente, segin la visidn profética de Inocen- cio IIL, Sen’ Francisco habia reconstruido, debido en gran parte a la Tercera Orden, una nueva cris- tiandad, salvando a un tiempo a la Iglesia y a la sociedad. ¢.Cual fué el secreto de aquellos triunfos? “Vivid el Evangelio”, habia dicho el ““Poverello”. Eso ha- bia bastado. Porque esta formula abarcaba en cada uno toda !a vida, transforméndola segtin el espiritu cristiano : y de la santificacién asi alcanzada bro- taban naturalmente el celo, la abnegacién y todas las obras reclamadas por las circunstancias de la época. Eso basté entonces, como habia bastado en los primeros siglos para ia conquista del imperio romano, Y bastarfa aun en nuestros dias. Pero es lo que més se oivida hoy En el transcurso de los siglos, la Tercera Orden ha sido un semillero de santos. Mas de cien ter- iarios han sido elevados a los altares. comenzando por sus dos aumirables Protectores, San Luis de Francia y Santa Isabel de Hungria. Mas de qu nientos murieron en olor de santidad. Estos fastos son para los cristianos una admirable esrucla de perfeccién: COLECCION “FRATELL!” La Editorial Cisneros inieia una de sus seecionr= bajo el titulo de Coleccién «Fratellis. Por cil s- propone difundir la vida de los personajes de reliev= espiritual y social que han honrado a la Orden Ter- cera de San Francisco y todas aquellas materias y asuntos que puedan tener alguna relaeién con ella, De institucién genial ha sido calificada esta fun- dacién de San Franciseo de Asis. Genial por haber inalisima a un problema espirit ‘que suscité entre el pueblo su predieacién y -u vida iea, y genial también, por la reforma que in- trodujo en la 1a de los sezlares, Hoy. a distancia de siete siglos, podemos enjuiciar mejor ¥ ponderar con sentido real el valor dle Ja ins- titucién de la Orden Tercera por San Francisca, Ex Jel acervo de valores y de méritos figura uns larga lista de aimas santas que han encontrado en ella el camino para su ascensién a Dios y una riea espiritna- Jidad que ha dado sello y caracter evangélica 2 su Junto a las almas santas con santidad heroien figu a una pléyade innimera de seglares escosicos. ie vida cristiana destacada, que, sin haber legado tal vez a la santidad heroiea, han perfumado el ambiente con sus virtudes. Ta Editorial Cisneros los iri dando poco a poco a Bien podemos Hamar benemérita a la Orden Te cera de San Francisco en Ja tarea de santificar sezla- res y en su habitual y secular empefio de ser cler- mentox de perfeccién’ evangélica en el mundo iano. Siete siglos hace que lo viene haciendo con gran frato. Precisamente en este afio de 1960 se cumplen lot setecientor afios de Ja muerte del que fue (segiin los datos més probables) el primero que ingresé cn Ia Orden: Luquesio de Poggi-Bonzi. Ejemplar luminoso de penitencia, de austeridad, de misericordia, de amor y de bondad. Su biografia abre 1a seccién Co- BG ap 'ecion Pratllin. de Ie Eaitoral 2 i yundante dee ¥ La ‘historia ha. aldo parca, Nos hi. present é€ sélo los rasgor mas generales de Ja personalidad de Luquesio, lo mismo en su vida de comercisnte que fl en su dedicacién a la penitencia y a la prictica del amor y de la caridad evangélieos, sexiin Ju habia aprendido de Francisco de Asis. PEE doe {Cuerpo incorrupto de san ucchese en Pog Bon, 28 de abl 1260 30 Todo cristiano debe santificarse. Los santos, so- bre todo las santas terciarias, todos esos segiares, elocuentemente cémo se puede reai- en su estado. La Iglesia los cano- niza para que sean nuestros modelos. No estin, por cierto, todos obligados al herotsmo de Luquesio: tel ascensién exige un vigor poco Sin embargo, ain sopla el Esp all ‘cu Santo no tiene nada que envidiar al he- Que, por fo menos, ante taics ejem- plos, los cristianas adquieran la conciencia de lo gue este titulo implica, que examinen su propia 3 que renuncien H asociar a Dios con Mammon, al Reino de ios Cice fj los con el Reino de la tierra; y que, tomando en serio el Evangelio, consientan, por fin, en edificar su vida sobre esta piedra fundamental : el renun- ciamiento. Encontraran el tiempo que ahora les falta, segiin pretenden, para rezar, ir a misa y po- aggder comulgar; y descubririn tiempo y medios in- BY Mocspechados para dispensar ayuda’ a los pobres ppracticar el apostolado. Lo que falta es valor. El tinico obstéculo es la Ybardia; se asustan, se apartan ante esta palabs Kdesagradable escrita en el Evangelio: el renunci imiento, Ojala creyeran Io que dicen los santos ; por- que de todos os ensayos que hagan aqui en la tie~ ‘ra para ser felices, sélo uno resultara: el que ten= ga ese fundamento. Sélo los santos son dichosos : el camino es rudo, pero su (érmino es la alegria

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