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“Frente de Aragón. Año mil novecientos treinta y ocho. En los días siguientes a la
decisiva y crucial batalla del Ebro, que inclinó la balanza a favor del que,
vieron otra salida que huir, traspasar la frontera y exiliarse en Francia, pues el Ejército
Algunos de ellos todavía tenían la vana esperanza de que las Potencias Democráticas
pero nada más lejos de la realidad. Medio año más tarde, dicha esperanza quedó
Inglaterra, y estos dos últimos cedieron a las pretensiones de los dos primeros. No
obstante, unos pocos milicianos, poseedores de una bravura y una valentía escasas veces
recordada, optaron por continuar con la resistencia ante un enemigo superior técnica y
numéricamente.
Uno de los ejemplos más destacados y celebrados de esta lucha sin cuartel vana y
heroica, tuvo lugar en un pequeño pueblo de la región del Alto Aragón, concretamente
en un chalé a las afueras del mismo, que había quedado semidestruido a causa de los
había caído en manos de las tropas nacionales, pero dos milicianos nativos, Ricardo y
enemigos. El Teniente del Ejército Nacional que había ocupado el pueblo estaba
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visiblemente satisfecho y feliz pues éste había sido ocupado de forma rápida y con una
cantidad de bajas muy pequeña en comparación a las grandes pérdidas que se habían
resistencia del enemigo. Por si esto fuera poco, los únicos habitantes del pueblo que
quedaban con vida eran ancianos, mujeres y niños. De los hombres con capacidad para
poder portar un arma, unos habían huido, como si sus almas las transportará el diablo,
hasta la frontera natural pirenaica, mientras que otros habían sido detenidos y fusilados
sin más miramientos. Incluso algunos, los menos, no habían tenido siquiera tiempo de
orden del Coronel al cargo del operativo para la ocupación de aquélla Comarca había
sido clara y contundente. En ningún caso, se debían hacer prisioneros porque los que
declaraban, tratando de ser lo más sinceros posibles, que eran de derechas, en realidad,
podrían hacerse pasar, perfectamente por espías, comunicando al enemigo, que todavía
resistía en otros pueblos, información valiosa sobre las fuerzas de ocupación. Parecía
ser que el tramo final del conflicto y la proximidad del triunfo final, habían hecho
enloquecer en una medida difícil de calificar a los Altos Mandos del Ejército
El teniente del ejército nacional que acababa de constatar plenamente que la victoria de
sus hombres, por lo menos en aquel pueblo, era ya incontestable, pidió a algunos de sus
subordinados que sacarán todas las mesas y las sillas que pudieran de las casas y que las
como señal inequívoca de aquel triunfo momentáneo, ya que era sabedor de que al día
siguiente tendría que intentar ocupar otros pueblos. Proyectó que dicho banquete debía
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de iniciarse al atardecer. Por su parte, los cocineros sacaron una apreciable cantidad de
las viandas que había en el interior de unos carros y unas botellas de carísimo champán
francés que llevaba el Teniente en el maletero de su coche. Así, mientras que los
cuando vislumbró, hacia el final de la localidad, y separado del resto del pueblo por una
Éste había sufrido en sus carnes los bombardeos de la eficiente aviación franquista. Sus
tejados y paredes estaban parcialmente destruidos y los escombros ocasionados por los
El teniente interrogó a uno de sus subordinados sobre si había sido registrada ya aquélla
se modificó en unos segundos, como por arte de magia. Pasó de una alegría y una
ninguna de las maneras, que aquel chalé no hubiera sido inspeccionado hasta su más
recóndito rincón, por sus hombres. Aquello le pareció una dejación de funciones
soldados que estaban tumbados contra unos árboles, jugando a las cartas. Les hizo
incorporarse y ponerse en posición de firmes. Sin más dilación, les ordenó que fueran a
registrar el chalé, el cual se ubicaba a las afueras del pueblo. La patrulla de los
jugadores de cartas ociosos partió con celeridad hacia el destino que les había indicado
su Superior. Aquélla media docena de hombres, que habían visto como su tensión
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pueblo con andares relajados, con la plena convicción de que entre las ruinas del
acceder a la puerta principal, una acertada ráfaga de disparos, que destruyó la quietud
mantenida desde el mediodía en el pueblo, segó sus vidas. El Teniente, que estaba
movimientos de sus hombres, pues al igual que éstos pensaba que en el chalé no había
nadie, no pudo por menos que quedarse con la boca abierta. Su grado de sorpresa e
indignación por el abatimiento de sus subordinados había sido de tal magnitud, que el
habano se le cayó al suelo. Los cuatro soldados de la patrulla que seguían vivos,
Teniente supo, en ese instante, que los que resistían en aquel chalé eran unos magníficos
soldados integrantes del Pelotón que habían puesto a sus órdenes, expresaban en sus
caras una incredulidad y un grado de estupefacción palpables. Y no hacían otra cosa que
concentrar sus miradas hacia el punto de aquélla pequeña localidad donde sus
empezó a chillar para que reaccionaran pero su grado de asombro estaba lejos de
menos en un par de kilómetros a la redonda, pero aquélla era la prueba más palmaria y
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fehaciente de que se habían equivocado y de que aún les tocaría luchar un poco más
Por fin, los gritos del Teniente implorando a sus hombres que atacarán, surtieron el
efecto deseado y los soldados nacionales se precipitaron, como una horda de bárbaros,
sin orden ni concierto, hacia el chalé. El asaltó se efectuó de manera desordenada, sobre
todo debido a la desgarradora visión que habían tenido que contemplar los asaltantes de
sus compañeros, abatidos de forma traicionera pero certera. Esta dolorosa circunstancia
provocó que se encendiera la chispa de su ardor guerrero y para que de sus mentes,
acabar lo antes posible con las alimañas que, como parásitos, se estaban agarrando, cuán
clavo ardiendo, a la última y más grande casa del pueblo. La primera acometida fue
repelida y solventada sin mayores problemas por Eduardo y Ricardo. Éstos, poseedores
franquistas. El resto del pelotón retrocedió sobre sus pasos, apostándose detrás de varios
árboles. La primera acometida había sido un total fracaso. El Teniente del Ejército
decisión más oportuna que debería tomar ante aquel inesperado e improvisado nido de
Dio una nueva orden de asalto, pero Eduardo y Ricardo volvieron a repeler la agresión.
Los dos milicianos, ellos solitos, habían acabado ya con la mitad de los efectivos del
pelotón que había ocupado el pueblo y provocaron una segunda retirada de los
Teniente nacional. Éste sabía ya, como sus hombres le habían empezado a transmitir ,
que era urgente y perentorio que llamara por el telefonillo de campaña al Coronel
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solicitar refuerzos. Así iba a proceder y, de hecho, llamo al encargado de
voz, dirigiéndose a sus oponentes, pensando que si establecía una comunicación directa
con ellos, que si les retaba, lograría ponerlos nerviosos. Comenzó por alabar su afinada
puntería y les interrogo acerca de cuántos eran. Ricardo y Eduardo, lejos de adredarse,
le dijeron que solamente eran dos, pero que se bastaban y sobraban para producir un
buen número de bajas antes de que terminaran con sus vidas. El Teniente estaba
profundamente impresionado por el coraje de sus enemigos. Les ofreció rendirse y que,
a cambio, como contraprestación, podrían salvar sus vidas. Pero los dos milicianos no
se creyeron la oferta del fascista, pues sabían que era de una contrastada falsedad. El
Teniente, tocado en su orgullo, les prometió que, si era preciso, arrasarían el chalé y tras
acabar con ellos, mandaría que los empalaran como a pinchos morunos. El Jefe de los
Nacionales, sorprendido por la crudeza de sus propias afirmaciones, soltó una risotada.
una cascada de risas ininterrumpidas, encadenadas unas con otras. Una vez que las risas
se extinguieron, el Teniente resolvió que no había más tiempo que perder y que debía
comunicarse ya con su Coronel. Éste, desde su cuartel general, le confirmó que los
mención.
Los refuerzos facilitados fueron de treinta hombres más que, sumados a los que ya
eliminar a una docena de sus enemigos. Los dos valientes milicianos no le habían dado
propósito de las mismas no era otro que desmoralizarles. Así, que se aprestaron con
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indudablemente, el inminente tercer ataque sería mucho más contundente que los dos
primeros. Habían podido observar, por entre los huecos de la ventana, que sus
vez más, la orden de asalto. Esta vez, las pisadas de hombres que oyeron Eduardo y
Ricardo se habían multiplicado por dos. Estaban obligados a asomarse por el hueco de
Eduardo, que estaba arriesgándose mucho, poniéndose a tiro de los invasores, fue
derribado por uno de ellos. Ricardo trató de auxiliarle lo mejor que pudo. Se hizo
jirones su chaqueta e intentó contener la hemorragia que el orificio de una bala estaba
de la amplitud de la casa, los ruidos de las pisadas y los ecos de los jadeos de los
Eduardo le pidió a Ricardo que abandonase la casona por la puerta trasera. Éste,
inicialmente, se negó alegando que no estaba dispuesto a huir como un cobarde y que
con el fin de disuadirle. Le transmite que es indispensable que salve su vida pues,
aunque forma parte del bando derrotado en el conflicto, tiene la absoluta certeza de que
algún día, de un año no muy lejano, España volverá a estar unida y el elemento
aglutinante de los españoles del futuro será una Democracia. Eduardo desea que
Ricardo pueda ser testigo, por él, de un país que iniciará una etapa de convivencia en
chalé y sacrificar su vida, se quiebra ante las súplicas de amigo Eduardo, que expira.
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cumplirá con su deseo. Ricardo, embargado por la emoción y con el rostro bañado e
inundado por las lágrimas, se dirige hacia la parte trasera del chalé. Instantes más tarde,
dos guerrilleros republicanos que habían puesto un precio tan caro y elevado a su
pero no ven el cuerpo del segundo resistente por ninguna parte. El Sargento que ha
liderado el asalto, le ordena a uno de sus soldados que vaya a buscar al Teniente.
Cuando éste aparece, le comunican que sólo han encontrado un cadáver y que el otro
miliciano debe haber huido por la parte trasera. El Teniente, muy contrariado, pues cree
haber acabado con sus fieros y escasos rivales, vuelve a formar una patrulla que
emprende la persecución del fugitivo por los montes cercanos. Sin embargo, Ricardo,
que además de ser extremadamente veloz y ágil, parte con la ventaja de ser un gran
conocedor del terreno que pisa, pone tierra de por medio con respecto a sus
Año mil novecientos setenta y ocho. Cuarenta años más tarde, el panorama en España
ha cambiado de forma radical. El Dictador, Francisco Franco, ha muerto hace tres años
de Don Juan Carlos de Borbón. Son las fechas previas a las vísperas de la aprobación y
cara heroicamente a sus enemigos, vendiendo su derrota a un alto precio, una familia de
mayor, de unos sesenta y cinco años aproximadamente, y un hombre y una mujer más
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jóvenes, los hijos, de unos treinta y cinco años. La pareja va delante y sus hijos un poco
más atrás, rezagados. El hombre mayor es Ricardo. No obstante, pese a que la estampa
se corresponde con lo que va a acaecer más tarde. La familia ha llegado del exilio el día
angustiada por algo que no se ha atrevido a confesar a su marido durante los largos años
de convivencia matrimonial en París. Laura trata, por todos los medios, de parar la
su zozobra, pero éste le repite, por enésima vez, que tiene la necesidad urgente de
homenaje que se merece. Más tarde, los dos podrán hablar y discutir de lo que sea
necesario. Laura, comprendiendo que los designios de su marido van a ser inamovibles,
un respetuoso silencio. Las tumbas de los caídos por el bando nacional están hechas con
mármol de la mejor calidad, mientras que las restantes tumbas, pertenecientes a los
fieles a la República, están coronadas por una sencilla cruz de madera. Ricardo suspira
aliviado.
las fuerzas nacionales condujeron a que miles de sus camaradas fueran enterrados en
Laura deposita un ramo de flores en la tumba. Por último, tanto los hijos, Luís y María,
como el padre, Ricardo, dejan una flor al lado del ramo. Y los cuatro rezan una oración
emocionado, sin poder articular palabra por el nudo que se le ha formado en la garganta,
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toma la palabra ante la tumba de su amigo comunicándole, como si todavía siguiera
democracia está cada vez más asentada. Asimismo, le transmite que en su prolongado
destierro, ha salido adelante como ha podido, trabajando en toda clase de oficios, desde
carpintero a electricista, pasando por fontanero. Y que también ha formado una familia.
Seguidamente, presenta a su mujer y sus hijos. Se hace un corto silencio y los cuatro se
dan la vuelta, encaminándose hacia la salida del cementerio. Laura, corroída por la
angustia, logra que Ricardo y sus hijos se paren antes de salir del camposanto y
bonito y colorista Bar situado en la famosa Colina de Montmatre, desde la que se podía
otear, prácticamente sin dificultad, la Capital Gala. Allí, ambos tuvieron un flechazo, y
formalizar su relación, casándose lo antes posible. Ricardo le contó a Laura que era un
narró el heroico e inolvidable episodio del chalé en el que combatió por última vez. Por
su parte, Laura le explicó que estaba en París por viaje turístico, de placer, pues
prospero negocio de telas en Madrid. Laura se quedo tan prendada de Ricardo, que
nacieron sus hijos. No obstante, Laura ocultó a su marido, a lo largo de más de dos
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que por una asombrosa coincidencia del destino, se había casado antes del estallido de
la guerra con el que era su novio desde muy joven, un Teniente del Ejército Franquista,
el mismo que había ocupado el pueblo de Ricardo y Eduardo, y, por tanto, dirigido el
asalto final al chalé donde ambos se habían hecho fuertes. Aquel matrimonio había
durado más de diez años, pero el Teniente, que había sido condecorado por su tenacidad
fue demasiado duro para Laura, que lo resistió a duras penas, metiéndose en una
depresión muy profunda. Una amiga suya, ante el deplorable estado que presentaba, le
aconsejó que lo mejor y lo más adecuado que podía hacer, era viajar unos días a París,
una ciudad excepcional para curar el mal de amores y otros tipos de crisis. Además, allí
podía olvidar la tragedia que había vivido, reencontrarse consigo misma, e incluso
conocer a alguien. Indudablemente, allí, en ese lugar mágico, podría llegar a enfocar su
vida de otra manera. Y así paso. Efectivamente, París fue la solución milagrosa para su
muchos años, una historia sesgada, parcial, a sabiendas de que el amor que se
profesaban habría sido capaz de superar cualquier verdad, por muy dolorosa que ésta
momento, por su temor, sobradamente justificado, de que su amor se rompiera por las
diferencias políticas y tuviera que volver a sufrir un nuevo revés, del que con total
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hecho de haberse borrado de la Falange poco después de haberle conocido, y el hecho
Pero la rectificación de Laura había llegado demasiado tarde. Ricardo, muy afectado, le
dijo que valoraba su sinceridad, pero no podía aceptar ni soportar que hubiera
hecho broma y chanza de los vencidos. Laura le volvió a pedir perdón, pero sus
disculpas cayeron en saco roto. Ricardo le dijo, por último, que desde ese momento,
esperaría fervientemente a que se aprobará y entrará en vigor la Ley del divorcio, que ya
cementerio, quedaron separados para siempre los destinos de aquella pareja, una pareja
que había vivido en armonía durante más de veinte años y tenido dos hijos, pero que no
La hija, María, fue detrás de su padre para tratar de persuadirle de que cambiara de
opinión, mientras que el hijo, Luis, se quedo son su madre tratando de consolarla y
Y esta es una de las muchas historias invididuales, particulares, de miles de parejas que,
absurdo que representa todo conflicto militar puede llegar a originar un posterior
conflicto emocional de igual gravedad para los afectados, puesto que, en ocasiones, ni
los más sentidos homenajes a bravos difuntos pueden servir para restañar las heridas
profundas que subyacen en el interior de las personas y que su salida a la luz hace que
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