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El concepto de socialdemocracia
Una propuesta para cambiar los rumbos del debate
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Doctorando en Ciencia Política en Iuperj, becario CNPq.
Agradezco a Lorena Granja y a Florencia Antía la ayuda con la revisión de este texto.
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muy útil su constatación de que los partidos socialistas no tenían en su programa de
gobierno ninguna política económica sino la nacionalización de la indústria, de modo
que, cuando ganaron las elecciones por primera vez, tuvieron que adoptar las mismas
políticas económicas ortodoxas de sus adversarios – excepto por un poco más de
política social – y que la situación cambió cuando ellos adoptaron el Keynesianismo en
los años 1930, redefiniendo el rol del Estado.
Sin embargo, Przeworski señala conclusiones cuestionables cuando afirma
categóricamente que cambiaron los objetivos de los partidos socialdemócratas y, peor,
ve eso como un rasgo propio de la socialdemocracia. El politólogo polaco-
estadounidense sistematizó la trayectoria de la socialdemocracia en una perspectiva
determinista.
Afirma que el abandono del capitalismo dejó de ser el objetivo de la
socialdemocracia y fue sustituido por su humanización. Esa aceptación del capitalismo,
según dicho autor, implicaría la necesidad de que las intervenciones del Estado se
pautaran por la eficiencia económica, de modo que los partidos socialdemócratas
hubieran pasado a preocuparse más por el debilitamiento de sus efectos perversos que
por el propio reformismo, que ya no tendría su carácter acumulativo.
Esping-Andersen (1985:14) clasifica la argumentación de Przeworski como “una
versión más sutil y sofisticada de leninismo”. Przeworski consideraría posible que la
socialdemocracia parlamentaria consiguiera la mayoría necesaria para la transformación
socialista; sin embargo, justo en ese momento histórico, ella miraría la derrota,
sobrecargada con demandas populares que no podrían ser atendidas sin que la economía
fuera desestabilizada y que se provocara una crísis incontrolable.
La tésis de la dilución ideológica de la socialdemocracia precede la obra de
Przeworski. Manin (1989) constata que ésta se propagó en los años 60 con la tésis de
Kirchheimer (1966) de la “americanización” de los partidos socialdemócratas. Sin
embargo, Manin contesta que el objetivo final es abandonado en la socialdemocracia.
Para dicho autor, el objetivo final sigue existiendo, como un tipo de idea reguladora, de
guía para la acción. El concepto de socialdemocracia que es adoptado en este artículo se
parece más al de Manin que al de Przeworski.
El argumento pautado en el sentido común está presente en autores liberales, que
aplauden a la izquierda por su supuesta domesticación, y también en marxistas, como
Coelho (2001), que tratan a la izquierda como traidora.
El análisis de Panizza (2005) de la “socialdemocratización” de la izquierda
brasileña, uruguaya y chilena es más rico. Él está atento al importante problema de los
límites – era de capitales móviles y financieros, sindicatos debilitados, baja cantidad de
trabajadores industriales – y al acatamiento a las instituciones democráticas en la lucha
por reformas. También está atento a las posibilidades de profundización de las
instituciones democráticas y al cambio radical que la creación de empleos y la mejoría
de los servicios públicos significarían en la vida de la población.
Sin embargo, Panizza caracteriza la posición de la socialdemocracia como una
guiñada del radicalismo a la “centroizquierda”, como si el no rompimiento (inmediato)
con el capitalismo – y sí la limitación y corrección del capitalismo – inviabilizaría la
clasificación como “izquierda”.
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de fuerzas entre los partidos políticos y el modo cómo se organizan los trabajadores, por
ejemplo) para avanzar el proceso de transformación del sistema productivo de modo de
tornarlo más favorable a los trabajadores y excluidos, que forman su base electoral
prioritaria (core constituency).
La socialdemocracia es un tipo de socialismo en que las instituciones
democráticas liberales son vistas como un instrumento para las políticas socialistas. En
ella, el Estado no es concebido como una institución necesariamente antiproletaria,
porque él cambia su carácter cuando los representantes del pueblo están en el poder. El
reformismo gradual que resulta de esa posición es adoptado mientras se procesa un
conflicto interno entre el pragmatismo bernsteiniano – que, por no tener objetivos de
largo plazo definidos, en ocasiones es confundido con los adversarios de derecha – y el
purismo kautskiano – que recusa alianzas que no solo no impedirían, sino también
tornarían viables reformas profundas.
La socialdemocracia sería, por tanto, heredera de la Segunda Internacional1, donde
siguieron tanto los “ortodoxos” democráticos como los revisionistas – éstos, a pesar de
condenados en el discurso, prevalecieron en la práctica de los partidos
socialdemócratas. La socialdemocracia contrasta, dentro del campo socialista, con los
comunistas, que rompieron con la Segunda Internacional para formar la Comintern, la
Tercera Internacional, condenando, como “deformaciones” del marxismo, tanto la
defensa de la “democracia burguesa” como el rechazo a la revolución violenta. Como
observa Andreucci (1982), aquella fue una fractura dramática en el movimiento obrero,
mucho más significativa que las divergencias entre ortodoxos y revisionistas en el seno
del Partido Socialdemócrata Alemán, que tenía amplia “libertad de crítica” como norma
interna.
La referencia a Kautsky y Bernstein, dos teóricos de origen marxista de contacto
muy cercano con Engels, en la presentación de este concepto de socialdemocracia no
significa ignorar que la socialdemocracia no tiene el marxismo como única base teórica.
Es necesario tener en cuenta que ella ha incorporado muchas otras influencias, como la
del socialismo utópico, la del socialismo cristiano y la de diferentes tradiciones
económicas. Ese ecletismo, que fue duramente condenado por muchos marxistas
favorables a la revolución violenta, es nítido en Bernstein, muy influenciado por el
contacto con la socialista Sociedad Fabiana británica, particularmente con la pareja
Sidney y Beatrice Webb (Kloppenberg, 1986).
1
Andreucci (1982: 18) dice que no hay una “estricta continuidad con la Segunda Internacional” en el
marxismo no comunista; sin embargo, hay en realidad casos de innovación, como el austromarxismo.
Entretanto, él reconoce que las innovaciones eran en parte “resultado de una selección muy atenta en el
ámbito de las tradiciones de la Segunda Internacional”.
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representativo y electoral e, inclusive, el respecto por la existencia y actuación de
partidos adversarios, burgueses, pero consideraba inaceptable un acuerdo con ellos.
Según este autor, el proletariado debería actuar en la democracia como oposición hasta
que, suficientemente maduro y numeroso, fuera capaz de alcanzar la mayoría en el
parlamento y, entonces, llevar adelante la “revolución social” (Salvadori, 1982;
Waldenberg, 1982). La idea de “revolución”, aquí, está disociada de la violencia y de la
rapidez, refiriéndose solamente a la profundidad de la transformación (Przeworski,
1989; Manin, 1989).
En la redacción del Programa de Erfurt, Kautsky (1971) ya defendía la
importancia del derecho de sufragio de los trabajadores. Veía la política parlamentaria –
que tiene su propia naturaleza alterada cuando los trabajadores empiezan a hacer parte
de ella – como una arena de la lucha de clases sin violencia, donde no había desperdicio
de tiempo y energía de ninguna de las dos partes, porque ambas veían, como en un
termómetro, el grado de apoyo que tenían y su capacidad de avanzar los cambios o de
frenarlos. En La dictadura del proletariado, Kautsky (1979) defiende, sin lugar a
ambigüedad, la opción por los medios legales y pacíficos, a no ser, obviamente, que no
exista una democracia o que los adversarios intenten derribarla. En dicha situación, la
violencia es necesaria, pero justamente para defender el régimen democrático, nunca lo
contrario.
Kautsky no abandona la idea de derribar al capitalismo y sustituirlo por el orden
de producción socialista, pero considera la democracia representativa un medio eficiente
para alcanzar este objetivo – que necesariamente ocurriría, de acuerdo con su teoría
determinista –, aunque de forma lenta, sin desperdicio de fuerzas. Como observa Manin
(1989), la oposición que marca la diferencia entre la cultura socialdemócrata pacífica y
la leninista violenta, es aquella del corto y del largo plazo.
Kautsky condenaba el reformismo y el gradualismo, pero no exactamente. Él
juzgaba que las conquistas de beneficios para la clase trabajadora no deberían advenir
de acuerdos, sino de la presión política ejercida por ella; las reformas, por tanto, serían
bienvenidas e importantes, no perjudicarían la “revolución social”, pero no deberían
decurrir de ninguna concesión, sino de la simple aceptación de la legitimidad de la
democracia representativa. En relación al gradualismo, no estaría tan presente en la
actuación parlamentaria, considerándose que el objetivo final era la completa
transformación de la sociedad después de la conquista del poder a través de una
contundente victoria electoral. Sin embargo, el gradualismo estaría presente en la
conquista del apoyo de la población, que maduraría gradualmente conforme viviera la
democracia y estaría cada vez más convencida de que solo tendría a ganar con la
adhesión al socialismo. Waldenberg (1982) observa que no es justo acusar la doctrina de
Kautsky de llevar a un quietismo, porque él no defiende una espera pasiva del
“momento cierto”, sino un trabajo continuo de desarollo de la consciencia y de la
organización del proletariado, que llevaría a ese momento.
Kautsky dice que no es posible la existencia del socialismo sin democracia,
porque, sin ella, no se emancipa al proletariado, no se cumple el objetivo final: la meta
es la “revolución social”, o sea, una profunda transformación de la sociedad, con la
eliminación de la opresión y de la exploración – el objetivo no es un simple cambio de
quien está en el poder, como ha pasado en las revoluciones burguesas y en el régimen
soviético. Esa “revolución social” es necesariamente gradual y lenta, no puede ser
impuesta por una minoría que se vea como dueña del conocimiento, sino que debe ser
aceptada por la mayoría de la población.
Según Kautsky (1979: 37), es necesario que “la revolución social se someta a los
principios de acción de la democracia; es decir, que la revolución social no vaya más
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lejos que la mayoría de la masa del pueblo está determinada a ir”. En su defensa de la
democracia, Kautsky dice que solo la política puede mostrar si el proletariado está
suficientemente maduro para el socialismo; el pueblo todavía no estará maduro hasta
que las masas dejaran de ser hostiles a éste.
Salvadori (1982) observa que Kautsky cambiaría su opinión en cuanto a los
gobiernos de coalición, defendidos por él abiertamente en su La revolución proletaria y
su programa, publicada en 1921, tres años después de La dictadura del proletariado.
Sin embargo, durante casi todo el período de mayor influencia intelectual de Kautsky, él
defendió una adhesión pacífica a la democracia liberal sin cualquier concesión política a
los burgueses, viendo las elecciones y disputas parlamentarias como una arena
preferencial de la lucha de clases. Es ésta la línea de pensamiento que representa el ala
“purista” de los partidos socialdemócratas expuesta en este artículo.
Kautsky creía que la burguesía vendría a reaccionar a la victoria del proletariado
de forma violenta y, en dicho momento, los trabajadores deberían responder también
violentamente. Sin embargo, esta respuesta debería tener como meta justamente la
defensa de la democracia y, mientras la reacción violenta no ocurriera, los
socialdemócratas deberían seguir adoptando los medios pacíficos (Kautsky, 1979;
Salvadori, 1982; Waldenberg, 1982).
Duramente criticado por Lenin (1979), su ex-admirador que empieza a llamarlo
“renegado”, por su defensa de la “democracia burguesa” y por sus ataques al
autoritarismo del régimen soviético, Kautsky defiende derechos políticos claramente
liberales, incluso con alguna semejanza con John Stuart Mill. Kautsky afirma que la
protección a las minorías es una condición indispensable para el desarollo democrático
y que no es menos importante que la regla de la mayoría, inclusive porque toda nueva
idea o doctrina, buena o mala, es representada en primer lugar por las minorías, que
deben ser oídas. Kautsky defiende incluso el respeto a la alternancia de poder entre
partidos y opina que, cuanto mayor es la práctica de la democracia, más influye en los
costumbres, y mayor es la efectividad de la minoría y su capacidad de oponerse a la
pretensión de un partido de mantenerse en el poder de cualquier manera.
La defensa de la democracia que Bernstein realiza es conocida. Según dicho autor,
la democracia es el medio para el socialismo, pero tambiém es el fin, porque el fin es
siempre construido, no podiendo ser definido ex ante. Según Bernstein (1997: 126),
“Sin una determinada cantidad de instituciones o tradiciones democráticas, [...]
Existiría, ciertamente, un movimiento obrero, pero no una socialdemocracia.”
Contrariamente a Kautsky – que cree en una inevitabilidad de la democracia en
dirección al socialismo y considera la disputa política como un juego de suma cero,
donde quien tiene la mayoría necesaria para ganar las elecciones implementa su
programa –, Bernstein es ecéptico en relación a dicha uniformización. Él defiende
justamente la incorporación de las camadas medias como aliados, lo que tiene sentido
en su concepción ética de socialismo, no deducida del materialismo histórico
(Waldenberg, 1982; Fetscher, 1982; Salvadori, 1982; Kloppenberg, 19862; Przeworski,
1989).
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Kloppenberg no enfatiza la adhesión a la democracia, sino otros elementos, en su definición de
socialdemocracia, que, a veces, es contrapuesta al marxismo. Aspectos presentes en Bernstein, y que él
reconoce también en pensadores que serían los representantes teóricos socialdemócratas en Francia, en el
Reino Unido y en los Estados Unidos, son los tópicos que él identifica como definidores de la
socialdemocracia: empiricismo, reconocimiento de la imposibilidad de tener certezas sobre el futuro,
idealismo y ética en lugar de materialismo. Kautsky, según el autor, no sería ni un socialdemócrata, ni un
revolucionario, y estaría estrujado entre los dos, en el centro del Partido Socialdemócrata Alemán. Sin
embargo, Kloppenberg considera a Jean Jaurés como el representante por excelencia de la
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Bernstein observa que el capitalismo puede traer bienestar y generar
diferenciaciones importantes entre los trabajadores, y esto introduce problemas de
acción colectiva, de unión alrededor de un partido común. Según Bernstein (1997: 114),
el ambiente democrático es el más propicio para la experimentación, que es
fundamental debido a las incertidumbres de la política y ocurre por medio del conflicto
de ideas y de intereses.
La concepción acerca de lo que el partido debe hacer en la democracia puede ser
muy diferente para Kautsky y Bernstein, pero no la concepción sobre lo que debe ser la
democracia. Bernstein (1997: 113) también defiende los derechos de las minorías: “La
idea de democracia incluye, en el concepto contemporáneo, una noción de justicia – una
igualdad de derechos para todos los miembros de la comunidad y, en ese principio, un
gobierno de la mayoría, para lo cual, en todos los casos concretos, la voluntad de la
mayoría se extiende y encuentra sus límites.”
Bernstein observa que el sufragio universal es útil para los exploradores, como
Bismarck, cuando los trabajadores no tienen discernimiento, pero, cuando tienen, el
sufragio universal es su terror, estando de acuerdo con Kautsky que, después de la
organización de los trabajadores, el sistema representativo con sufragio universal
cambió su carácter:
El derecho a voto, en una democracia, hace de sus miembros socios virtuales de la
comunidad, y esa asociación virtual debe conducir, al final, a una asociación
efectiva. Con una clase trabajadora subdesarollada en números y cultura, el derecho
general a voto puede parecerse mucho al derecho de escoger “el verdugo”; sin
embargo, con el número creciente y el mayor discernimiento de los trabajadores, la
situación cambió para convertir el derecho de voto en el mecanismo por lo cual los
representantes del pueblo se transforman en verdaderos servidores del pueblo.
Como Kautsky, Bernstein también ve a la democracia como un termómetro por lo
cual los partidos y clases saben hasta dónde pueden ir sin correr mayores riesgos. Él
dice que la democracia es la “escuela superior del compromiso”, y que los partidos y las
clases sociales responsables por ellos conocen sus límites, saben hasta dónde ir de
acuerdo con las circunstáncias del momento, modérandose, aunque a veces hagan
exigencias superiores a lo que realmente piensan.
Bernstein (1997: 126) da especial énfasis a las limitaciones que llevan a un
gradualismo:
Las tareas de un partido están determinadas por una multiplicidad de factores: por la
posición del desarollo general, económico, político, intelectual y moral, en la esfera
de su actividad, por la naturaleza de los partidos que actúan a su lado o contra él,
por el carácter de los medios que están en su comando y por una serie de factores
objetivos e ideológicos, delante de los cuales se sitúan la principal finalidad del
partido y su concepción del mejor camino para alcanzar esa finalidad.
Bernstein también está de acuerdo con Kautsky tras la superioridad de la
democracia parlamentaria sobre el uso de la fuerza como medio para el socialismo.
Afirma que el sufragio universal, alternativa a la revolución violenta, es solo una parte
de la democracia, sin embargo, atrae lenta pero incontestablemente las otras partes,
“como un imán atrae pedazos dispersos del hierro”. Así como Kautsky, Bernstein
también considera el recurso a la violencia admisible solo para instaurar una democracia
o para impedir que reaccionarios usen la fuerza para derribarla (Waldenberg, 1982).
Bernstein (1997: 125) da el importante paso de explicitar que las instituciones
liberales no son contrarias al socialismo, bastando que ellas sufran ajustes para que los
trabajadores sean beneficiados – el sufragio universal y los derechos laborales serían
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solo los primeros: “Las organizaciones liberales de la sociedad moderna se distinguen
de aquellas [de las organizaciones feudales] precisamente por su flexibilidad y
capacidad de transformación y desarollo. No necesitan ser destruidas, sino ser
desarolladas.”
Es verdad que la socialdemocracia, a diferencia del marxismo-leninismo, fue
mucho más el resultado de la práctica política que de una elaboración teórica previa. Sin
embargo, Kautsky y Bernstein la sistematizaron, contraponiéndose a la tésis de la
conquista del poder por los trabajadores por medio de la revolución violenta. Hay otros
autores que, desde el inicio, elaboraron reflexiones teóricas sobre la socialdemocracia,
pero la opción por enfatizar las posiciones de dichos autores del socialismo alemán se
debe a su posición crucial en los debates teóricos en el seno de la izquierda, a la
influencia sin paralelo de su partido sobre el movimiento socialista en los otros países
(Andreucci, 1982; Nettl, 1973-1974), y al hecho de que la síntesis de las ideas de los
dos resume tanto lo que une como lo que separa las fuerzas internas de la
socialdemocracia en todo el mundo a lo largo de la historia.
Lo que interesa particularmente en el abordaje de este artículo no es el análisis de
la Historia que Kautsky y Bernstein realizan – el primero adoptando una perspectiva
determinista de inevitabilidad del triunfo del proletariado3 y el último subrayando una
imposibilidad de previsión y criticando fallas que encontró en las predicciones de Marx
y Engels4. Tampoco es relevante para el presente argumento la evaluación de dichos
autores sobre la coyuntura política y económica de su tiempo, la cual, obviamente,
impactó significativamente en las tácticas que juzgaron como las más adecuadas. Lo
que tiene particular importancia para este artículo es aquello que los aproxima o aleja,
en cuanto a la forma de acción que ellos creían adecuada cuando hubiera una coyuntura
apropiada, especificamente un sistema democrático donde las fuerzas reaccionarias no
recurren a la violencia para impedir el avance del socialismo.
Ambos enfatizan la necesidad de aceptar y participar de la democracia
representativa, inclusive admitiendo la actuación de los partidos burgueses, rechazan el
uso de violencia, llaman la anteción al cambio de carácter de la democracia liberal a
partir de la actuación del partido socialdemócrata, y reconocen que hay límites para una
transformación socialista rápida.
La dinámica de la socialdemocracia
En lugar de seguir la idea de que la socialdemocracia es un movimiento pasivo, es
más constructivo analíticamente y superior normativamente, adoptar como premisa de
análisis el compromiso con la transformación de la sociedad, que era esencial tanto para
Kautsky como para Bernstein. Esto, inclusive, ayuda a pensar acerca de las
posibilidades del liberalismo político, ofuscadas en abordajes procedimentalistas
reduccionistas como, por ejemplo, el de Riker (1982).
Las diferencias entre el pensamento de Kautsky y el revisionismo de Bernstein
deben ser consideradas en este abordaje a cerca de la socialdemocracia. Los dos
elementos clave – democracia representativa y reconocimiento de los límites –,
comunes a los dos autores, son rasgos irreductibles de la socialdemocracia. Los
3
A pesar de criticado, como resultado de una mala lectura de las obras de Marx, ese fatalismo de
Kautsky, que infuenció la Segunda Internacional, tuvo como efecto psicológico positivo, el de contribuir
para mantener la cohesión y el autoestima del movimiento obrero en aquella época en que reinaban las
leyes anti-socialistas (Waldenberg, 1982, Fetscher, 1982).
4
Según Fetscher (1982), al menos parte de esas críticas es equivocada, aunque, de hecho, ellas tendrían,
en general, a aplicarse a la simplificación teórica del marxismo realizada por los defensores de la
ortodoxía dentro del Partido Socialdemócrata Alemán.
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antagonismos entre ellos se reflejan en las alas “purista” y “pragmática” de todo partido
socialdemócrata, y la propia tensión entre ellas es importante para el desarollo de la
socialdemocracia.
Esa definición es análoga a la tensión entre la lógica de la representación de las
bases electorales y la lógica de la competencia electoral, presente en la formulación de
Kitschelt (1989) sobre la formación de los partidos políticos. La lógica de la
representación de las bases electorales se inspira por la ideología y por las prácticas
políticas de los que la apoyan. La opción por la lógica de la competencia electoral, por
otro lado, implica el ajuste de la organización interna, del programa y de las estrategias
a las condiciones del “mercado político”, para maximizar el apoyo electoral. Cuanto
más puro ideológicamente es el programa del partido, más restringida es su
convocatoria electoral. Entre las dos opciones polares habría un continnum de
posibilidades, del mismo modo, naturalmente, que existen posibilidades intermedias
entre los tipos ideales “purista” y “pragmático” en la teoría de socialdemocracia aquí
sostenida.
Subyace en la perspectiva adoptada en este artículo la idea de que existen actores
dentro de los partidos que pretenden que den una guiñada para cada uno de los extremos
– del purismo y del pragmatismo. Además, está implícita la idea de que es la tensión
entre ellos que mantiene al partido aproximadamente en el medio de los dos polos,
pudiendo inclinarse un poco para cada uno de los lados.
Los dos polos – el purista y el pragmático – están vivos y en permanente disputa
dentro de los partidos. Si uno de los dos se debilita mucho, correrá el riesgo de que el
partido deje de ser efectivamente socialdemócrata y se torne meramente office-seeking
(interesado en puestos de poder no como medio de implementar determinadas políticas
sino como fin último), o de que se aisle como un partido de gueto, que no es capaz de
ganar elecciones y, por eso, tiene dificultades o hasta la imposibilidad de influenciar la
decisión acerca de las políticas a ser adoptadas.5
Este concepto tiene como puntos esenciales la insustituible opción por la vía
democrática de las reformas y la comprensión de que ellas son realizadas dentro de las
limitaciones existentes en el país, con la intención de transformar al capitalismo, de
modo de tornar el sistema productivo más favorable a los trabajadores y excluidos. El
enfoque es, idealmente, siempre la mejoría de las condiciones de vida y de trabajo de
los asalariados y de los desfavorecidos en general, que forman su base electoral
prioritaria (core constituency). Las limitaciones son de varios tipos: correlación de
fuerzas entre los partidos políticos, herencias teóricas tradicionales del partido
socialdemócrata, necesidad o no de formar coaliciones con otros partidos, capacidad de
intervenir en la legislación, poder económico del país y su inserción en la economía
internacional, grado de responsabilidades atribuidas al Estado, proporción de clientes y
potenciales impulsadores de políticas públicas socialdemocráticas, etc.
El concepto de socialdemocracia aquí desarollado implica la transformación de la
sociedad dentro de lo que es aceptado por ella, necesariamente – pero no únicamente –
por medio de la democracia electoral y parlamentaria, con la velocidad en que las
condiciones lo posibiliten. Tal interpretación se identifica tanto con el revisionismo de
Bernstein como con lo que defendía Kautsky, para quien la “dictadura del proletariado”
5
Obviamente, también pueden llevar a un cambio de rumbo de los partidos sus integrantes no
clasificables como socialdemócratas, tales como los liberales, los puros office-seekers no ideológicos, o
los comunistas, por ejemplo. La entrada de ellos es frecuentemente admitida, por la blandura de criterios
comunmente empleada para las afiliaciones y por la mayor libertad interna, una significativa diferencia en
relación a los partidos comunistas (Esping-Andersen, 1985).
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no significaría un gobierno autoritario sino el resultado de una victória electoral
contundente (Kautsky, 1979).
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Para una crítica a este abordaje, ver Reis y Vieira (2009).
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Esping-Andersen (1985) presenta un argumento semejante. Según dicho autor, no se puede prever, al
momento de la realización de una reforma, si ésta tendrá o no un efecto revolucionario.
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analizando las limitaciones, con atención a las oportunidades de avance, y siempre con
la política institucional electoral y parlamentaria como locus incontestable. A los
analistas, por su parte, les resta buscar métodos de evaluar si los avances en los
proyectos socialdemócratas están ocurriendo al límite de las posibilidades o si los
gobiernos clasificados como socialdemocracia no hacen justicia a este rótulo.
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Referencias bibliográficas
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PANIZZA, Francisco E. (2005). “The Social Democratisation of the Latin American
Left”. Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, no 79,
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REIS, Guilherme Simões y VIEIRA, Soraia Marcelino (2009). Left-Wing Populists in
Latin America?: An Analysis of the Chávez and Morales Governments. Artículo
presentado en el 21er Congreso Mundial de Ciencia Política, en Santiago de Chile.
RIKER, William H. (1982), Liberalism against populism: A confrontation between the
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SALVADORI, Massimo L. (1982). “Kautsky entre ortodoxia e revisionismo”. In: Eric
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Eric J. Hobsbawm et alii. História do Marxismo 2: O Marxismo na Época da
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