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EL
AUTISMO
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2009. Pablo Ruiz Leyva
Portada diseño: Celeste Ortega (www.cedeceleste.com)
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INTRODUCCIÓN
I. DEFINICIÓN
V. ETIOLOGÍA Y ETIOPATOGENIA
X. ATENCIÓN TEMPRANA
XI. EVALUACIÓN
BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA
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INTRODUCCIÓN
Un tercer instrumento de gran ayuda es conocer las alteraciones del autismo desde una
perspectiva evolutiva. Se recorre, así, la evolución sintomatológica desde el nacimiento
(con manifestaciones aún poco claras) hasta la edad adulta.
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Según se avanza en los métodos diagnósticos instrumentales y complementarios, cada
vez es mayor la evidencia, y está más ampliamente admitido que los sujetos con
autismo infantil tienen dificultades en el funcionamiento de su cerebro y que, por lo
tanto, el trastorno está en los niños y no en sus padres, aunque las anomalías de la
función cerebral sean demasiado complejas y sutiles como para poder detectarlas todas
y precozmente con los medios actuales.
Aunque sea alentador lo conseguido en los últimos años, todavía sigue sin conocerse
una causa única determinante, pudiéndose comprobar que el autismo infantil es un
síndrome general que puede encontrarse en una gran variedad de trastornos clínicos,
admitiéndose la existencia de un proceso causativo biológico común, polivalente, que
va a dar lugar a un cuadro de gravedad, amplitud e intensidades variables, en el que
pueden influir factores de predisposición genética, agentes infecciosos, procesos
bioquímicos, anomalías metabólicas, etc.
A diferencia de los mitos que las novelas y películas recientes nos han hecho creer, solo
un pequeño segmento de los autistas llega a mostrar alto grado de inteligencia y aunque
no es válido decir que tienen un retraso mental, su falta de aprendizaje se hace evidente,
debido precisamente, a su pobre o nula comunicación.
Una analogía sería la de Mowgli (del “Libro de la selva”) en el que el niño crece sin
contacto con los demás y por lo mismo es instintivo y sus conocimientos de la vida son
nulos (esto, por supuesto, en el peor de los casos).
I. DEFINICIÓN
Es difícil el rastreo histórico de los antecedentes del autismo infantil precoz, porque la
literatura aporta pocas o nulas evidencias experimentales de casos descritos con
objetividad antes de las observaciones que ya hiciera Kanner.
Los primeros dos casos de niños que presentaban alteraciones similares a las que
muestran los autistas se publicaron en 1799. El primero de ellos fue descrito por John
Haslam que nos informa de un niño de cinco años que fue ingresado en el Bethlem
Royal Hospital en aquel año. El niño había pasado un sarampión muy fuerte cuando
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tenía un año. A los dos, según cuenta su madre se hizo difícil de controlar. Empezó a
andar a los dos años y medio pero no habló ni una palabra hasta los cuatro años. Le
gustaba observar a otros niños pero nunca se unió a ellos. Jugaba de manera absorta y
solitaria. Recordaba melodías. Siempre hablaba de sí mismo en tercera persona (citado
por Wing, 1982).
El segundo caso es más conocido e instructivo. Se trata de Víctor, el niño salvaje de los
bosques de Aveyron en Francia. Este caso fue descrito por el célebre autor Jean Marc
Gaspard Itard, que con sus métodos de tratamiento sentó las bases modernas de
actuación terapéutica frente al retraso mental. Itard describe su peculiar y escasa
utilización de la vista y el oído: Nunca jugaba con juguetes, pero reía encantado cuando
le dejaban chapotear y salpicar el agua del baño, llevaba a las personas de la mano para
mostrarles lo que quería. Cuando había visitantes que se quedaban demasiado tiempo,
les daba sus sombreros, guantes y bastones, los empujaba fuera de la habitación y
cerraba con fuerza la puerta. Se resistía al menor cambio que se produjera en su entorno
y tenía una excelente memoria para recordar la posición de los objetos de su habitación,
que siempre le gustaba mantener exactamente en el mismo orden. Le encantaba palpar
las cosas y tocaba y acariciaba la ropa, las manos y la cara de las personas que conocía,
pero, en un principio, parecía completamente insensible al frío y al calor (Itard, 1964).
Desde hace más de cien años se han venido describiendo casos de niños con trastorno
mental severo que implicaban una profunda distorsión del proceso de desarrollo, aunque
el reconocimiento general de estas condiciones es un fenómeno mucho más reciente. La
gran variedad de descripciones de síndromes de este tipo que incluían términos como la
demencia precoz, la esquizofrenia infantil y la demencia infantil reflejaban la
consideración general de que estos síndromes representaban psicosis de tipo adulto,
pero que comenzaban muy tempranamente.
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• Buen 'Potencial cognítívo".
La evidencia de síntomas en la primera infancia hacía que este trastorno fuera distinto
de todas las variedades que se habían descrito anteriormente de esquizofrenia o de
psicosis infantil.
• La propia elección del término "autismo". Este nombre ya había sido usado en
psiquiatría por Bleuler en la dirección de indicar la retirada activa al terreno de la
fantasía que presentaban los pacientes esquizofrénicos (Bleuler, 191l). Kanner no
habló de una retirada, sino que describió una incapacidad para establecer
relaciones. Ello constituye una diferencia fundamental con el sentido dado
anteriormente al término por Bleuler; por otro lado, podría postularse una rica
fantasía presente en los autistas, mientras que las observaciones de Kanner
indicaban una falta de imaginación. Por último, la confusión podría mantenerse y
complicarse si se postulaba una relación con la esquizofrenia que se observa en los
adultos, dando lugar a la utilización de términos como esquizofrenia infantil,
autismo y psicosis infantil como diagnósticos intercambiables.
• Otro problema estuvo relacionado con la tendencia a no considerar la edad de
comienzo como criterio necesario para el diagnóstico, lo que tuvo por resultado que
los trastornos que comienzan en la primera infancia se agruparan con las psicosis
que no surgen hasta la infancia avanzada o la adolescencia.
• Las reducciones posteriores de síntomas realizadas por Eisenberg y Kanner (1956)
a sólo dos esenciales, la soledad extrema y el deseo intenso de preservar la identidad
(junto con el comienzo en los dos primeros años) dieron lugar- en un efecto de
malinterpretación- a que diversos autores cambiaran los criterios y omitieran hacer
referencia a los fenómenos clínicos minuciosamente recogidos en la descripción
original de Kanner y obras posteriores. Por ejemplo, Ornitz y Ritvo (1968)
enfatizaron los trastornos de percepción, elevándolos a la categoría de síntoma
primario. Tinbergen y Rinbergen (1 972) fueron más lejos, al realzar la evitación de
la mirada cara a cara y prescindir de todas las demás características clínicas
descritas por Kanner. Un mejor ejemplo de la existencia de distintos conjuntos de
criterios de diagnóstico lo constituye la lista de catorce manifestaciones preparada
por Rendle-Short (1969), quien sostenía que, para el diagnóstico deben presentarse
siete de ellas. Pero esas siete manifestaciones podían ser falta de miedo al peligro,
fuerte resistencia al aprendizaje, utilización de gestos, risas y risoteos,
hiperactividad, dificultad para jugar con otros niños y actuación como los sordos: es
decir, una lista que no incluye ninguno de los criterios de Kanner.
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• El clima global del pensamiento psiquiátrico junto con el estado de conocimientos
de la época, favoreció la interpretación de que el autismo era también una forma
inusual de esquizofrenia que acontecía en edades muy tempranas.
Sin embargo, otros aspectos de la definición han tenido que ser revisados
posteriormente, teniendo en cuenta los resultados de las investigaciones realizadas
desde que Kanner (1943) definiera el síndrome, por ejemplo, hoy sabemos que en la
mayor parte de los casos, los autistas no poseen "un buen potencial cognitivo", sino que
el autismo se asocia en un alto porcentaje con deficiencia mental. También sabemos
que, a pesar del aspecto físico normal y la fisonomía inteligente en la infancia, pueden
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reconocerse "estigmas físicos menores" ya en este período en bastantes casos, y sobre
todo es frecuente que, desde la adolescencia, el aspecto físico y la fisonomía sean
menos "normales". Finalmente, la idea de Kanner de que el autismo se manifiesta
siempre desde el comienzo de la vida ha tenido que ser revisada a la vista de los casos
en los que se desarrolla el síndrome, después de unos meses de evolución normal.
DEFINICIÓN DE LA NSAC
Los estudios experimentales que se realizan en la década de los setenta sientan las bases
de un consenso interprofesional, que de alguna manera recoge la propuesta de
definición de la National Society for Autistic Children (NSAC), elaborada en una
reunión del comité técnico en Orlando (Florida) en 1977. Para la NSAC, el autismo es
un síndrome que se define conductualmente. Los rasgos esenciales suelen presentarse
antes de los treinta meses de edad, e incluyen:
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Hay una perturbación de la coordinación normal de las tres vías de desarrollo (motora,
social-adaptativa y cognitiva). Se dan retrasos, interrupciones o regresiones en una o
varias de esas vías:
• En la vía motora: por ejemplo, puede ocurrir que los hitos del desarrollo de la
motricidad gruesa se hayan adquirido normalmente y, por el contrario, se retrase
el desarrollo de la motricidad fina.
• Entre vías: por ejemplo, puede ocurrir que sean normales las respuestas motoras
y haya un retraso social-adaptativo y cognoscitivo.
Puede haber una hiperactividad o hipoactividad generalizada, así como una alternancia
de estos dos estados en períodos que oscilan entre horas y meses. Por ejemplo:
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• Lenguaje-cognición: por ejemplo, capacidad simbólica ausente o limitada, buen
desarrollo de capacidades cognitivas específicas como la memoria mecánica y
las relaciones viso-espaciales sin que se desarrollen, en cambio, los términos
abstractos, los conceptos ni el razonamiento; ecolalia inmediata o demorada con
intención comunicativo o sin ella, empleo ilógico de conceptos, neologismos.
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• Ausencia de ideas delirantes, alucinaciones, pérdida de la capacidad asociativa e
incoherencia como en la esquizofrenia.
Sin embargo, no todo el mundo se mostró satisfecho con esta denominación porque, a
pesar de que el trastorno afecta a muchos procesos del desarrollo, algunos permanecen
intactos. Los trastornos son profundos, pero no todos lo son. Realmente es un hecho
comprobado que la inteligencia general puede estar relativamente conservada (alrededor
de una quinta parte de los autistas tienen un cociente normal), subrayando con ello la
necesidad de separar el autismo del déficit mental global.
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II. EVOLUCIÓN SINTOMATOLÓGICA
PATRÓN EVOLUTIVO
Constituye también un instrumento de gran ayuda, conocer las alteraciones del autismo
en una perspectiva evolutiva. Desde este punto de vista los síntomas comienzan
habitualmente antes de los tres años de edad y, en ocasiones, desde el nacimiento,
aunque en el primer año suelen ser poco claras, haciendo difícil el diagnóstico de
autismo en esta época de la vida. El autismo se manifiesta en algunos niños después de
un período de desarrollo aparentemente normal. En cualquier caso, los primeros
síntomas de¡ autismo suelen ser "insidioso" y poco claros y es frecuente que provoquen
en los padres y familiares de los afectados un vago sentimiento de intranquilidad y
temor más que una actitud eficaz de búsqueda de ayuda profesional.
Muchas veces, lo primero que se observa es una gran pasividad en el niño, que tiende a
permanecer ajeno al medio, absorto, poco sensible a las personas y a las cosas que hay a
su alrededor. En otras ocasiones, el niño se muestra, por el contrario, muy excitable y
llora casi constantemente sin ninguna razón aparente. Frecuentemente, el primer temor
que tienen los padres es el de que el niño pueda ser sordo, debido a su falta de interés
por las personas y el lenguaje. Pero la "sordera aparente" se acompaña de otros
síntomas: muchas veces, las acciones del niño se limitan cada vez más, convirtiéndose
en "estereotipias", que son movimientos "extraños" y repetidos con las manos, los ojos,
la cabeza o todo el cuerpo (por ejemplo, balanceándose una y otra vez). Al mismo
tiempo, las conductas más "positivas" (sus juegos, imitaciones, gestos comunicativos)
no llegan a desarrollarse o se pierden progresivamente. Casi siempre, estos primeros
"síntomas" se acompañan de otras alteraciones muy perturbadoras para las personas que
rodean al niño autista, como los problemas persistentes de alimentación, falta de sueño,
excitabilidad difícilmente controlable, miedo anormal a personas y sitios extraños,
tendencia a no mirar a las personas y a evitar o permanecer indiferente a sus abrazos y
mimos, etc.
Es frecuente que, desde muy pronto, el niño autista muestre una gran resistencia a los
cambios de ambientes y rutinas habituales reaccionando a ellos con fuertes rabietas y
tratando de evitar cualquier clase de cambios. Es como si pretendiera mantener el medio
siempre constante. Este síntoma es el más característico, junto con el aislamiento, la
evitación de las personas o indiferencia hacia ellas. Muchas veces se describe al niño
como "encerrado en una campana de cristal", una especie de muralla invisible que le
separa de las personas. La "comunicación intencional" activa y espontánea que suele
desarrollar el niño normal desde los ocho a nueve meses, a través de sus gestos y
vocalizaciones prelingüísticas, se ve muy perturbada o limitada en los niños autistas. La
falta de sonrisa social, mirada a las personas, gestos y vocalizaciones comunicativas, la
falta de "apego" en una palabra, es la característica más evidente de su conducta.
Estas dificultades se manifiestan aún con más claridad a partir del año y medio a los
dos años, edad en que los niños normales hacen progresos muy rápidos en la
adquisición del lenguaje. Algunos niños autistas tienen un desarrollo normal, que llega,
incluso, a la adquisición de un lenguaje funcional y "correcto", que luego se perderá o
alterará seriamente con el desarrollo de la enfermedad. En otros muchos, el momento
del lenguaje marca ya claramente el paso de las preocupaciones más inconcretas de la
etapa anterior -por parte de los padres- a un temor más definido, que suele llevarles a
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buscar el consejo y la ayuda de los especialistas. Con frecuencia, ocurre, que en esta
edad de desarrollo del lenguaje, el niño se muestra aún más claramente aislado,
excitado, encerrado en estereotipias o conductas rituales, falto de juego, incomunicado,
y no desarrolla el lenguaje, o bien adquiere un lenguaje muy perturbado. En ocasiones
llega a decir palabras repetitivas y sin sentido, en otras permanece "mudo", en algunas
adquiere con extraordinaria lentitud un lenguaje más funcional. Además no parece
interesarse por el lenguaje de los demás, y muy frecuentemente, no comprende más que
órdenes muy simples o rutinas muy repetidas. A veces, no parece comprender nada. Es
importante recordar que las alteraciones y deficiencias del lenguaje se dan, de un modo
o de otro, en todos los niños autistas. Es decir, constituyen uno de los criterios para
diagnosticar la enfermedad.
El período que se extiende entre los dieciocho meses y los cuatro o cinco años es
extraordinariamente importante para el niño normal: desarrolla el lenguaje, se integra
activamente en el ámbito social de la familia y la escuela, asegura sus recursos afectivos
y emocionales, adquiere conceptos y progresa en sus habilidades de pensamiento,
memoria, etc. Sin embargo, ésta suele ser la etapa más difícil y alterada de los niños
autistas. Es frecuente que, a las deficiencias del lenguaje, capacidad de emplear
símbolos, comunicación y acción, se añadan nuevos problemas de conducta o se
acentúen los que existían previamente. Pueden aumentar las "estereotipias", dificultades
de alimentación y sueño, rabietas y resistencia a los cambios, muestras de excitación y
ansiedad inexplicable. El niño puede permanecer largas horas ajeno a las personas y a
otros estímulos del medio, realizando unas mismas acciones repetitivas sin juego ni
conductas de exploración. Además puede mostrar claras dificultades para aprender a
través de la imitación y de la observación de la conducta de los demás.
Resulta difícil explicar con palabras la importancia y amplitud de las alteraciones de los
niños autistas en esta etapa. Podemos imaginarnos a un niño encerrado en sí mismo,
indiferente a los demás, ajeno a los estímulos, repitiendo una y otra vez las mismas
acciones sin sentido aparente. Pueden aparecer "autoagresiones". A veces, algunos
niños autistas permanecen durante horas mirándose las manos o balanceándose,
poniendo los dedos o manos en posiciones extrañas. También podemos observar
extrañas respuestas a los estímulos del medio: niños que parecen sordos pero se extasían
con ligeros ruiditos o con música, o que hacen girar objetos y se estimulan con cosas sin
significado, ignorando a las personas, evitando su contacto, ajenos a sus palabras y
expresiones emocionales...; en realidad, el niño parece estar "solo", aunque los demás
estén con él, y su dificultad para usar y comprender gestos y lenguaje acentúan esta
impresión. Al observador ajeno le desconciertan, generalmente, estas alteraciones en un
niño que, por otra parte, suele tener una apariencia sana y normal, y frecuentemente,
una expresión inteligente.
Cuando el niño autista tiene esta edad (entre dos y cinco años) es cuando la familia
suele encontrar alguna ayuda profesional, después de muchas consultas a diversos
especialistas. Se considera generalmente que el diagnóstico precoz es un factor
importante para ayudar eficazmente a los niños autistas, sin embargo, es raro que los
cuadros de autismo sean diagnosticados antes de los dieciocho meses.
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excitación del niño y sus rabietas, estereotipias y autoagresiones. Adquiere algunas o
muchas habilidades intelectuales y de autonomía y lenguaje, en algunos casos. Se hacen
menores sus dificultades de comunicación. Pero esta evolución es muy variable de unos
niños a otros, como son muy variables los niveles de capacidad intelectual, lenguaje,
autonomía de los niños autistas y la gravedad y frecuencia de sus alteraciones de
conducta. En los extremos hay un número limitado de niños con una evolución muy
positiva o que no desarrollan apenas sus capacidades. En líneas generales, lo que ocurre
es que la persona que padece autismo mantiene su alteración aun cuando los síntomas
puedan atenuarse.
En la edad adulta la mayor parte de los casos siguen requiriendo asistencia y ayuda
profesional. Muy raras veces llegan a desarrollar un trabajo independiente y productivo.
Más infrecuente aún es que llegue a vivir con independencia. En la mayoría de los
casos, los autistas adultos necesitan ser atendidos de forma muy continuada para
garantizar su bienestar psicológico, protegidos en sus actividades laborales, ayudados
por personas cercanas y profesionales. En general, los autistas adultos requieren
ambientes poco complejos, ordenados y fáciles de comprender. Puede ser clarificador
visualizar, en cuadro esquemático, la evolución sintomatológica en los tres aspectos más
característicos del autismo: las relaciones sociales, destrezas lingüísticas y
prelingüísticas y la invarianza ambiental.
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• Falta conducta de apego • Fuertes dificultades sociales
• Fracaso establecimiento vínculos • Falta de juego cooperativo
• No búsqueda de confort y consuelo • Fracaso establecimiento amistad
• No emisión conductas anticipatorias • Falta de empatía
• Fracaso para percibir respuestas
• Alteración contacto ocular
socioemocionales
Según varios autores revisados (Charman, Baird, 2002, Wing, Leekam, Libby, Gould y
Larcombe 2002, Mendizábal, 1996) el diagnóstico temprano de autismo es cada vez
más utilizado, pero también se muestra muchas veces poco exacto e inestable. Se ha
observado que los síntomas presentes en niños de dos años es muy distinto cuando
tienen cuatro años, por lo tanto se considera tomar con precaución los criterios
diagnósticos de los manuales de trastornos mentales DSM y CIE, considerándose un
estudio más acucioso para llegar al diagnóstico que permitirá una adecuada
intervención. Por ende, es fundamental incorporar a la familia en la detección y
seguimiento, y cuando se posee ciertas evidencias, realizar un seguimiento continuo del
desarrollo del niño en conjunto con los padres, a quienes se debe informar y preparar
para estar atentos a los cambios del desarrollo de su hijo.
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planificadas con el padre y con la madre, videos familiares e instrumentos clínicos
diversos como los tests normativos como el Brunet-Lezine o Vineland, test criteriales
como el Uzgiris-Hunt o inventarias del desarrollo como el Battelle, y el test de Carolina
del norte (Tamarit, 2002, Riviére, 2002, Mendizábal 1996); las funciones motoras:
Brunet Lezine, PEP-R, Picq y Vayer; las funciones lúdicas: observaciones semi-
estructuradas como el juego libre, videos familiares e instrumentos clínicos diversos
(Mendizábal 1996); las médicas: pruebas neurológicas y de neuroimagen EEG, TAC,
SPECT, Resonancia Magnética, análisis de sangre y orina, potenciales evocados, entre
otras (Rivière 1997, Mendizábal 1996, De La Barra 1995).
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III. ESTUDIOS EPIDEMIOLOGICOS
Una última vía de clarificación y acercamiento al autismo infantil son los datos que nos
proporcionan los estudios epidemiológicos.
Primer estudio
El primer estudio epidemiológico detallado del síndrome autista fue dirigido por Lotter,
quien investigó a los 78.000 niños de ocho, nueve y diez años que estaban domiciliados
en el antiguo condado de Middlesex el 1 de enero de 1964 (Lotter, 1966, 1967 a, b;
Wing y otros, 1967).
Los primeros sondeos detectaron 135 posibles casos de autismo de primera infancia.
Estos niños fueron intensamente estudiados y 54 de ellos mostraron ciertas anomalías
en una escala de 24 puntos que cubrían los siguientes aspectos de conducta: anomalías
de lenguaje, aislamiento social, movimientos estereotipados, reacciones anormales a los
sonidos, conducta repetitiva y ritualista, incluyendo la resistencia al cambio.
GRUPO B: Grupo no nuclear. Compuesto por 17 niños que no ofrecían esa acusada
combinación, pero que tenían muchos rasgos característicos del autismo.
GRUPO C: No eran autistas. 22 niños con algún tipo de conducta parecida a la de los
niños autistas.
Grupo A : 2 / 10.000
· Incidencia Grupo B : 2,5 / 10.000
Grupo C : 3,3 / 10.000
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• 4,8 por 100 hermanos de grupos A y B eran retrasados o presentaban algún
trastorno antes de alcanzar la edad escolar
Segundo estudio
El segundo estudio epidemiológico fue llevado a cabo por Brask (1970) en el condado
de Aarhus en Dinamarca. Los niños con edades comprendidas entre los dos y los
catorce años fueron seleccionados entre los que recibían servicios psiquiátricos,
pediátricos o asistían a centros para retrasados. Las conclusiones de Brask son muy
similares a las de Lotter, siendo menor la proporción entre niños-niñas con excepción
del grupo de los gravemente retrasados.
En el grupo de Aarhus se daba un 24 por 100 de casos con epilepsia a diferencia de sólo
un 12 por 100 en el de Middlesex. Brask sugiere que esto se debe al hecho de haber
incluido en el estudio de Aarhus niños mayores, lo cual concuerda con las conclusiones
de Rutter, que indican una creciente frecuencia de ataques epilépticos conforme los
niños van haciéndose mayores, hasta el punto de que un tercio de los niños autistas
tienen ataques epilépticos cuando llegan a su edad adulta (Rutter, et al 1971).
Tercer estudio
Treffert seleccionó un subgrupo de niños que consideró que tenían el típico autismo de
primera infancia. Lo definió estrictamente de acuerdo con los criterios de Kanner, pero
incluyendo a aquellos que ofrecían evidencia de sufrir trastornos orgánicos.
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Resumiendo y teniendo en cuenta las diferencias de definición y de metodología, parece
bastante cierto que, en los grupos de edad que sí manejan los anteriores estudios, la
proporción específica del síndrome autista, parcial o completo, es de 4 a 5 por 10.000
niños. A continuación se sintetizan las conclusiones.
Se podrían distinguir como dos subgrupos, uno formado por un pequeño número de
niños que funcionan de forma normal o que manifiestan retraso leve en destrezas no
verbales y un grupo mucho mayor que son gravemente retrasados. El primer grupo
parece estar más próximo a la descripción que hizo Kanner de su síndrome y constituye
el grupo que tiene más probabilidad de mostrar una alta proporción de niños respecto a
las niñas, así como de tener padres con un elevado estatus socioeconómico. Una clara
anomalía neurológica es muy poco común en este grupo, aunque unos pocos niños
experimentan un desarrollo de ataques epilépticos cuando llegan a su vida adulta.
Los estudios epidemiológicos más recientes que unifican los criterios diagnósticos,
tomando como referencia los expuestos en la DSM-III, están ofreciendo datos de
incidencia más altos. Ishii y Takahashi (1983) encuentran una ratio de 16 por cada
10.000 habitantes en Toyota (Japón). Bohman y cols. (1983) obtienen una incidencia de
12,6 en Suecia. Un estudio reciente en Ibaraki (Japón) de Tanoue y cols. (1988) informa
de una incidencia de 13,9 por cada 10.000 habitantes.
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IV. ETIOLOGÍA Y ETIOPATOGENIA
ANOMALÍAS GENÉTICAS
Son de destacar, en primer lugar, las observaciones de Kallman y Roth (1956) sobre
gemelos que indicaban una incidencia de la enfermedad en el 17 por 100 de los
dicigóticos y del 70 por 100 en monocigóticos.
Sin llegar a admitir la afirmación de Hanson y Gottesman (1976) quienes sostienen que
"los factores genéticos son necesarios para el desarrollo de este trastorno", parece de
gran interés prestar atención a este tipo de investigaciones, sobre todo después de los
estudios realizados por Folstein y Rutter (1977 a, 1977 b), en 21 pares de gemelos del
mismo sexo (11 pares monocigóticos y 10 pares dicigóticos) donde existían 25 niños
con autismo infantil. En cuatro pares monocigóticos, ambos gemelos presentaban
autismo infantil, mientras que entre los dicigóticos nunca aparecía el trastorno en ambos
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gemelos. Un par de gemelos monocigóticos era concordante para el autismo, pero
marcadamente discordante para la edad de aparición, lo que resulta sorprendente.
Era muy significativo, además, que los hermanos gemelos monocigóticos no autistas
presentaran frecuentes trastornos cognitivos y dificultades en la adquisición del
lenguaje, mientras que entre los hermanos gemelos dicigóticos no autistas no se
manifestase ese tipo de trastorno.
Más recientemente, Ritvo y col. (1985) publican los resultados de una investigación
realizada sobre 40 pares de gemelos en los que uno o los dos eran autistas, encontrando
una concordancia para el autismo del 95,7 por 100 en los gemelos monocigóticos (22 de
23) y el 23,5 por 100 en los dicigóticos (4 de 17), concluyendo que, aunque el autismo
infantil es un síndrome definido conductualmente que puede estar ligado genéticamente
a otros trastornos cognitivos, y tener etiologías heterogéneas, queda aún por determinar
qué proporción de casos están causados por genes patógenos, si es que existe alguno.
No obstante, la aceptación de que estén presentes genes patógenos, plantea la tarea
fascinante de determinar dónde residen en el mapa genético, qué cifras patológicas
exactamente transmiten y si se puede deducir su presencia desde indicadores clínicos.
Un mes más tarde, estos mismos autores (Ritvo y col., 1985) publican los hallazgos
encontrados en 46 familias con más de un hijo autista (41 con dos hijos autistas, y cinco
con tres), excluyéndose en esta investigación a los gemelos univitelinos, los casos de X-
frágil y los hermanos de padre o madre únicamente. En el estudio de estos 97 niños
autistas, no se pudo detectar que el trastorno fuera recesivo ligado al cromosoma X, ya
que, aunque justificaría el aumento de número de varones sobre el de hembras, este
modelo de mecanismo genético no era demostrable en todos los casos. Igualmente,
pudo descartarse un modelo de umbral poligenético o multifactorial sugerido para
muchas de las malformaciones congénitas, y un modelo hereditario autosómico
dominante, llegándose a la conclusión de que la hipótesis genética más segura, de
acuerdo con los resultados de estas 46 familias con incidencia múltiple de autismo, es
una herencia autosómica recesiva, y que el autismo infantil representaría la forma más
grave de un spectrum de trastornos cognitivos determinados genéticamente.
En nuestra opinión este tipo de estudios, aunque difícil de plantear por la escasa
prevalencia del trastorno y, más aún, en gemelos, resulta sumamente interesante, ya que,
los gemelos comparten el mismo ambiente intrauterino, por lo que la concordancia
puede reflejar fundamentalmente herencia genética, además de daño gestacional o
infección intrauterina, menos concordante en los resultados.
ALTERACIONES CROMOSÓMICAS
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hallazgos fortuitos o marginales, ya que pocos niños con anomalías cromosómicas
manifiestan síntomas autísticos, aunque en opinión de Meryash y col. (1982), en los
estudios cromosómicos llevados a cabo en autistas no se hayan utilizado técnicas
específicas recientemente conocidas, que están planteando un indudable interés actual,
como ocurre con el denominado síndrome de X-frágil.
Las madres portadoras del X-frágil poseen, por lo general, una inteligencia normal
(Harvey y col., 1977; Turner y col., 1980) y sus hijos afectados suelen ser varones que
presentan retraso mental medio o severo con anomalías físicas específicas, que se han
advertido en algunos casos, como la existencia de incremento del perímetro cefálico,
frente prominente, orejas agrandadas, paladar ojival, sínfisis mandibular prominente,
cara alargada, dedos hiperextensibles, testículos grandes, pobre tono muscular, pies
grandes y, a veces, prolapso de la válvula mitral (Turner y col., 1980; Gerald, 1980;
Turner y Opitz, 1980).
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conocimientos, sólo podemos afirmar que el síndrome del cromosoma X-frágil no está
relacionado específicamente con el autismo infantil, sino con el retraso mental,
apareciendo únicamente en aquellos varones autistas portadores de un déficit grave de
las funciones cognitivas.
TRASTORNOS INFECCIOSOS
La pregunta que frecuentemente nos formulamos es, ¿puede una infección del sistema
nervioso central, prenatal o en los primeros meses de vida, producir un síndrome de
autismo?
Son bien conocidos los trabajos en los que se establece el virus de la rubéola como una
etiología evidente en la facilitación de autismo. Una de las últimas epidemias
documentadas de rubéola tuvo lugar en 1964. Se estimó que al menos 20.000 niños en
los EE.UU. nacieron dañados como resultado de esa epidemia. En el Medical Center de
la Universidad de New York se estableció un programa de evaluación del defecto de
nacimiento por rubéola en 243 niños estudiados, encontrándose 18 de estos pacientes
con un síndrome de autismo (Chess y col. 1971) lo que representaba un 741/10.000 en
este grupo frente a la prevalencia del 2/10.000 en la población general; sugiriéndose que
en esa muestra, la prevalencia del autismo era una consecuencia de la invasión del
sistema nervioso central por el virus de la rubéola. Trabajos anteriores (Desmond y col.,
1967) ya habían señalado esta circunstancia.
Posteriormente, Chess (1977) publica un estudio longitudinal de 205 casos, de los 243
anteriormente descritos, donde se identificaron cuatro nuevos casos, y de los 18
originales, seis se habían recuperado y uno había mejorado de su sintomatología autista,
lo que indicaba que en estos casos la evolución había sido semejante a la de una
infección crónica en la que la recuperación, la cronicidad, la mejoría, el empeoramiento
y las secuelas pueden suceder, advirtiéndose que los cuatro nuevos casos indicaban que,
aunque la rubéola se cree que es un virus que causa daño prenatal, podía haber
continuado su acción después del nacimiento debido a la naturaleza persistente y
crónica de muchas infecciones víricas.
Es bien conocido que una invasión vírica del sistema nervioso central puede producir
psicopatología grave y compleja que, en algunos casos, podría identificarse como
autismo infantil, aunque en ocasiones su presentación se advierta después de los treinta
meses de edad, lo que utilizando el concepto de encefalitis vírica crónica, esta aparición
tardía podría ser un ejemplo de efecto de virus lento.
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En relación con estas hipótesis, Stubbs (1978), Markowitz (1983), Gillberg (1986),
DeLong y col. (1981), Ritvo y col. (1985), Knoblock y Pasamanick (1975), Rutter y
Bartak (1971), etc., describen casos de autismo infantil consecutivo a infecciones
intrauterinas y postnatales por citomegalovirus, sífilis, herpes simple, toxoplasmosis
gondii, etc., aunque su concurrencia con la sintomatología autista tiene que establecerse
todavía como etiológica, advirtiéndose su presencia por pruebas diagnosticas
complementarias.
Ciertos virus son persistentes (Stagno y col, 1973) y pueden continuar alterando el
desarrollo, incluso después del nacimiento del niño, al igual que otras infecciones
congénitas conocidas, capaces de producir daño cerebral, no sólo en el momento de la
infección inicial del feto, sino también después del nacimiento (Hanshawy col. 1976)
sin causar lesiones estáticas, sino que siguen siendo activos durante el crecimiento y
desarrollo del niño.
DEFICIENCIAS INMUNOLÓGICAS
Las anomalías del sistema inmune pueden estar directamente relacionadas con el
proceso biológico subyacente en el autismo o estos cambios pueden ser un reflejo
indirecto del mecanismo patológico real. Como hemos visto, las viriasis han sido
asociadas en autismo y es posible que una predisposición genética en relación con
deficiencias en la función de las células T haga al feto más susceptible a daño por
viriasis. Asimismo, las infecciones víricas pueden contribuir al defecto inmune por estar
presentes en el feto en una etapa muy temprana de la diferenciación inmunológica.
26
Del 30 al 40 por 100 de la población autista tiene niveles elevados de serotonina en su
sangre. Un estudio reciente sugiere que los linfocitos de los sujetos sanos expuestos in
vitro a altas concentraciones de serotonina tienen respuestas inhibidas del sistema
inmunológico. Por consiguiente, los niveles elevados de serotonina plasmática de los
autistas pueden suprimir la respuesta inmunológica de los linfocitos.
El autismo, en algunos casos, ha sido ligado con la disfunción del hemisferio cerebral
izquierdo, y estudios recientes en ratones indican que las lesiones localizadas en el
hemisferio izquierdo cerebral están asociadas con alteración de la función de las células
T, las mismas que se encontraron en los autistas, por lo que suponen que estos hallazgos
aumentan la posibilidad de que las funciones de las células T alteradas en los autistas es
un reflejo de una lesión cerebral.
Todos estos hallazgos que vienen descubriéndose desde hace escasamente dos años, son
todavía limitados y necesitan apoyarse en investigaciones más amplias y controladas, ya
que de confirmarse, al menos en algunos casos, servirían para ensayar otras medidas
terapéuticas que las que actualmente vienen siendo utilizadas, además del extraordinario
interés que representarían para una prevención y un diagnóstico precoz.
ALTERACIONES METABÓLICAS
Ya en 1969, Friedman publicó un trabajo que señalaba que los niños que habían sido
diagnosticados de autismo, de hecho, tenían una enfermedad metabólica llamada
fenilcetonuria. Esta afirmación globalizadora, totalmente exagerada, suscitó la
posibilidad de otras enfermedades metabólicas subyacentes en el autismo y, en los
últimos años, se ha planteado una búsqueda de tales enfermedades por distintos
investigadores.
27
creencia de que pueden probar que un péptido concreto que aparecía con niveles
elevados en 145 niños autistas estudiados, sea un marcador biológico para el autismo.
Es prometedor señalar, con todas las cautelas posibles, que Gruber y Laikind (1988), de
la Universidad de San Diego, han desarrollado un simple y seguro test en orina para
identificar esta acumulación de purina en sujetos autistas con deficiencia de la enzima
liasa, que se mejoran extraordinariamente con una sustancia nutricional, elaborada por
ellos, que corrige la deficiencia de esa enzima. Estos autores opinan, que en el futuro
podrá ser posible tratar el trastorno a través de terapia genética, pero que también es
posible que en los tejidos humanos existan diversas isoenzimas de la adenilsucinasa, lo
que produciría muchos defectos enzimáticos distintos. (En la actualidad, el Centro
Nuevo Horizonte, de Madrid, está en contacto con el Instituto for Child Behavior
Research, de San Diego -EE.UU.- colaborando en la realización de una investigación de
esta alteración enzimática mediante unos dipsticks preparados para este estudio, y cuyos
resultados todavía desconocemos.)
El área del metabolismo de los hidratos de carbono en niños autistas ha sido muy
irregularmente estudiado, habiéndose señalado como último hallazgo la coexistencia del
síndrome de autismo y la acidosis láctica (trastorno en el que el ácido láctico, formado
cuando las células metabolizan la glucosa sin oxígeno, se produce en exceso y llega a
ser extremadamente tóxico para el organismo).
Coleman y Blass (1985) que son quienes más han trabajado en esta parcela de
deficiencia genética, aconsejan incluir estudios de lactato y piruvatos sanguíneos
(productos finales del metabolismo de la glucosa) en las valoraciones de los niños
autistas, sobre todo cuando hay una historia familiar de herencia autosómica o la
evidencia de anomalías motoras sintomáticas de acidosis láctica.
Desde hace tan sólo unos años, se viene estudiando las posibles alteraciones
bioquímicas responsables del autismo infantil que, todavía, se encuentran en una fase de
28
hipótesis, dada la complejidad que suponen los estudios sobre el metabolismo de los
neurotransmisores cerebrales.
Sin embargo, tiene interés exponer algunas de estas hipótesis que han alcanzado más
importancia en los últimos años. Vamos a referirnos, en primer lugar, a la serotonina.
Se sabe que los niños normales, al nacer, tienen elevados niveles de serotonina en las
plaquetas, que van disminuyendo a lo largo de la vida y se estabilizan en niveles bajos
cuando se llega a la vida adulta. Sin embargo, un alto porcentaje de autistas (entre 30-40
por 100) no consiguen esa disminución y quedan en un estado hiperserotonémico para
toda la vida, al igual que les ocurre a niños que no son autistas, pero sí severamente
retrasados (Hanley y col., 1977; Pare y col., 1960; Partington y col., 1973) al
compararles con controles normales de edad y sexo semejantes.
Posteriormente, Ritvo y col., (1970) realizan un segundo estudio advirtiendo que los
niveles de serotonina en la sangre estaban inversamente relacionados con la edad de la
población normal y que la cantidad de serotonina era mayor en los niños autistas. Más
tarde, Campbell y coll. (1974) no encuentran diferencias significativas entre distintos
grupos diagnósticos y, en su opinión, sólo el bajo funcionamiento intelectual era el
único parámetro que parecía estar claramente relacionado con los niveles más altos de
serotonina.
29
demostrar cuáles son los síntomas del autismo que producen el metabolismo anormal de
la serotonina.
También se está prestando atención al posible papel del sistema opiáceo endógeno en la
fisiopatología del autismo, habiéndose sugerido la hipótesis de que el aislamiento de los
niños autistas, las conductas autoagresivas, las actividades de autoestimulación y otras
anomalías pueden proceder de un exceso de opiáceos cerebrales (sustancias naturales,
semejantes al opio, producidas en el cerebro).
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Como puede comprenderse, este planteamiento, al igual que las demás hipótesis sobre
la alteración bioquímica subyacente en el autismo infantil, precisa basarse en
investigaciones más controladas y extensas, aunque el camino emprendido pueda
considerarse muy prometedor, pudiendo afirmar que cada día ganan más adeptos las
teorías e hipótesis de trabajo relacionadas con la alteración funcional de
neurotransmisores y neuromoduladores cerebrales, sobre todo después de los numerosos
estudios apoyados en el fenómeno denominado kindling.
Estos estudios se han planteado, principalmente, en las áreas del sistema límbico (SL) o
las estructuras relacionadas con él. Se sabe que la función del SL es coordinar la
percepción, el pensamiento, las emociones, la conducta, etc., y que las alteraciones
bioquímicas y estructurales de estas regiones pueden conducir a trastornos de sus
funciones y llegar a una situación anómala secundaria, situación que una vez que ha
sido condicionada, puede inducirse de forma repetida por el mismo estímulo subumbral,
incluso semanas o meses más tarde, pudiendo establecerse también un estado recurrente
continuado y crónico.
Parece ser que una alteración sostenida de estas estructuras podría justificar las
alteraciones de conducta del niño autista, al menos en algunos casos, aunque todavía sea
precipitado poder afirmar estos planteamientos, ya que, en la actualidad, los estudios se
encuentran realizándose en pacientes adultos y en modelos experimentales sobre
animales.
Con todo esto, dejamos planteada la hipótesis de la etiología del autismo infantil como
la existencia de un sustrato bioquímico alterado con anomalías metabólicas y
rendimiento neuronal anómalo específico de determinadas áreas cerebrales, siendo cada
vez más sugeridora la hipótesis de una etiología bioquímica del autismo infantil.
El hecho de que la mayoría de los niños con lesión demostrada no desarrollen un cuadro
de autismo hace suponer que la alteración cerebral, cuando existe, bien estructural o
funcional, en este síndrome debe ser tan sutil y de naturaleza tan específica que los
31
métodos diagnósticos actuales son incapaces de descubrirla, dada, además, la
complejidad del trastorno.
Sin embargo, en los últimos años, el avance ha sido considerable y hace suponer que la
mejoría de las técnicas instrumentales pueda llegar a precisar con objetividad lo que
ahora se expone como hipótesis de trabajo.
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cerebrales en el sentido de que tanto una lesión cerebral pre, peri o postnatal, como una
anomalía bioquímica neuronal pueden conducir a una alteración funcional semejante.
Entre los estudios neurorradiológicos primeros merecen nuestra atención los publicados
por Hauser y col. (1975), quienes en las exploraciones neumográficas realizadas a 17
niños autistas encontraron ensanchamiento del asta temporal del ventrículo lateral
izquierdo en 15 de ellos, lo que indicaba principalmente un aplanamiento y atrofia de
los contornos del hipocampo, y cinco de ellos también presentaban dilatación del
ventrículo derecho.
Hier y col. (1979) utilizando estudios de TAC en 13 niños y tres niñas autistas,
encontraron que, al contrario de la población general, nueve de ellos (57 por 100)
presentaban una región parieto-occipital derecha más amplia que en la izquierda,
precisamente cerca de la zona del lenguaje, lo que podría justificar el retraso en su
adquisición.
También Damasio y col. (1980) estudiaron las TAC de 17 autistas y encontraron que
seis de ellos mostraban aumento del tamaño ventricular con inversión del modelo
habitual de la asimetría ventricular lateral, y en tres de ellos hidrocefalia y lesiones
circunscritas al parénquima.
Más recientemente, Hoshima y col. (1984) utilizando unas técnicas más precisas de las
mediciones en las TAC advierten que la anchura del tercer ventrículo en los cerebros de
los niños autistas se incrementa con la edad. Este aumento de los ventrículos puede
indicar atrofia de otras estructuras cerebrales, sobre todo sugieren un trastorno
progresivo del tálamo, hipotálamo y cerebro medio que rodean al tercer ventrículo,
advirtiendo que el deterioro de estas estructuras cerebrales podrían explicar por qué
algunos autistas "comienzan a tener crisis epilépticas o pierden su capacidad intelectual
o motora" cuando se hacen mayores.
Algo verdaderamente importante es que muchos niños autistas, que en sus primeras
investigaciones no presentan hallazgos de base orgánica, más tarde desarrollan una
sintomatología que evidencia la existencia de un trastorno neurobiológico, el cual, en su
33
origen, puede haber sido importante en la producción del síndrome. Otras veces, será la
mejor calidad de la exploración, tanto personal como instrumental, la que facilitará la
positividad de anomalías en casos que habían sido etiquetados como negativos.
Desde hace tan sólo unos años, la utilización de la Tomografía por Emisión de
Positrones (ETP) ha venido a facilitar el estudio anatomo-funcional del cerebro,
utilizando determinados productos radioactivos, fundamentalmente glucosa y oxígeno.
La TEP permite obtener imágenes de la velocidad con que las reacciones bioquímicas se
producen en las diferentes partes del cerebro, midiéndonos por medio de distintos
colores y escalas, el metabolismo regional del oxígeno y las tasas de utilización de
glucosa.
• Las tasas metabólicas absolutas eran más elevadas en las personas autistas que
en los grupos de control.
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• El metabolismo de los lóbulos del hemisferio cerebral derecho era más elevado
en todos los autistas. (Estudios actuales de potenciales evocados auditivos han
puesto de manifiesto que la mayoría de los autistas procesan el lenguaje en el
hemisferio derecho y presentan una dominancia cerebral invertida, lo que
indicaría la pobreza en el procesamiento del lenguaje. Dawson y col. (1986).
• Y los lóbulos frontales y parietales tenían un metabolismo más inferior que los
valores medios del resto del cerebro.
Todavía existe escaso número de este tipo de investigaciones, pero se supone que será
uno de los caminos más fascinantes y concretos para poder determinar con precisión los
mecanismos de funcionamiento bioquímico que subyacen en el autismo infantil.
Estos hallazgos en la TEP concuerdan funcionalmente con los obtenidos por Díez
Cuervo y García de León (1986), con los estudios de mapa de actividad eléctrica
cerebral, donde se advierten en los autistas, respecto de los controles:
También recientes estudios con resonancia magnética (RM) han puesto de manifiesto la
existencia de un subdesarrollo significativo en el cerebelo de autistas (Courchesne y col.
1987) sin retraso mental, sin crisis epiléptica y sin historia de trauma de parto,
sugiriendo que el defecto cerebeloso está ligado únicamente a su autismo.
Estos hallazgos de subdesarrollo del cerebelo concuerdan con los resultados de las
autopsias publicadas de autistas retrasados (Ritvo y col. 1986), con la disminución del
número de células de Purkinje. (Estas células liberan neurotransmisores que miden el
encendido de otras neuronas, un proceso que podría interrumpirse si muy pocas de estas
células están presentes en el cerebelo del autista. También, dado que el cerebelo regula
35
los estímulos sensoriales entrantes, los defectos en sus neuronas pueden causar
problemas sensoriales, sintomáticos en el autismo).
Otro equipo (Bauman y Kemper, 1985) encuentran en las autopsias: contaje reducido de
células de Purkinje y atrofia discreta cerebelosa, descubriendo, además, que las células
en el sistema límbico eran más pequeñas y estaban peor distribuidas en hipocampo,
córtex entorrino, amígdala, cuerpos mamilares y núcleos de septum.
Normalmente, las neuronas del recién nacido se extienden para hacer sitio a las células
gliales y a las dendritas. Este proceso se detiene aparentemente en el autista, dando
lugar a alteraciones en el sustrato biológico cerebral.
De todo lo expuesto, existen muchas razones para suponer que el autismo infantil está
basado en algún tipo de disfunción orgánica cerebral aunque, en la mayoría de los
casos, no sea posible descubrir todavía el fondo causal de estas alteraciones.
Siguiendo a Gómez Bosque (1985), quién recuerda que ya Paulov (1930) intentó
explicar la etiología cerebral de la esquizofrenia como un estado de "hipnosis", crónica
provocada por un predominio de la inhibición cortical sobre los procesos de excitación.
El término hipnosis debe entenderse como un estado de conciencia que se caracteriza
por una elevación del umbral de excitación, lo que conduce a una disminución de la
vigilancia, y el sujeto tiene una percepción "embotada" del perimundo. En este caso, la
inhibición tendría un carácter protector de las neuronas debilitadas frente a un exceso de
estímulos.
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además, en el control del lenguaje y de la memoria, etc. lo que significaría que una
afectación de estos lóbulos temporales podría originar síndromes tan complejos como el
autismo infantil.
Según esto, la alteración podría residir en ambos lóbulos temporales y en las estructuras
próximas o relacionadas con ellos. Sin embargo, existe la creencia de que la alteración
cerebral es global, que afectaría masivamente al encéfalo, con una reducción del número
de neuronas, el número de sus prolongaciones dendríticas, la cantidad de sinapsis o
enlaces interneuronales, etc., con la consiguiente alteración de los procesos
bioquímicos, enzimáticos y de los neurotransmisores.
Este planteamiento supone que los factores señalados pueden conducir a una debilidad
cerebral y a una fatiga precoz en su funcionamiento, lo que obligaría al cerebro a
defenderse, poniendo en marcha el mecanismo protector de la inhibición cortical que
podría ser producido por neuronas corticales inhibitorias o por el exceso de serotonina
procedente de los núcleos del rafe troncoencefálicos (Gómez Bosque, 1985), o por
cualquier otro mecanismo.
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funcionamiento mental para minimizar la influencia del retraso mental, con muestras
homogéneas y normas controladas que puedan interpretar y replicarse.
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VI. PLAN DE ACTUACIÓN
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3. Ofrecer apoyos para la inquietud.
Con frecuencia, los alumnos con autismo se esfuerzan por mantenerse sentados o
permanecer en el salón durante períodos prolongados. Si bien una forma de responder a
esta necesidad es permitiéndole al alumno moverse con frecuencia, otros alumnos
pueden sentirse igualmente apoyados si se les permite manipular un objeto durante las
lecciones.
Otra técnica efectiva para mantenerse quieto podría ser permitirles dibujar.
Muchos alumnos con y sin necesidades identificadas parecen concentrarse mejor en una
charla o en una actividad cuando hacen garabatos o dibujan o escriben en un cuaderno.
4. Ayudar en la organización.
Mientras que algunos alumnos con autismo son superorganizados, otros necesitan apoyo
para encontrar los útiles, mantener su casillero y escritorio en orden, y recordar llevar
las tareas a casa al final del día. Hay que considerar la implementación de estrategias de
apoyo que podrían ser útiles para todos los alumnos. Por ejemplo, los alumnos podrían
tener en su casillero una lista recordatoria de "Cosas que llevar a casa" o mantener en
cada salón un juego de útiles escolares en lugar de cargarlos en el bulto. Los maestros
también pueden:
- Hacer que todos los alumnos copien las tareas, coloquen los libros en el bulto,
guarden sus materiales y recojan su área de trabajo en forma conjunta. Este
tiempo puede aprovecharse para enseñar destrezas específicas (por ej. hacer
listas de "Cosas por hacer", priorizar las tareas);
- Al final de la clase, solicitar a todos los alumnos participar en una sesión de
dos minutos de limpieza y organización;
- Tener visible listas de verificación alrededor del salón - especialmente en áreas
claves de actividad. Por ejemplo, cerca del sitio donde se colocan los trabajos
terminados en clase (por ej. ¿Terminaste el trabajo? ¿Colocaste tu nombre en el
trabajo?) ó en la puerta de entrada al salón (por ej. ¿Trajiste un lápiz? ¿El
cuaderno? ¿La tarea?).
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conversar" con un compañero. Después de diez minutos de movimiento, reunía
nuevamente a los alumnos y les pedía comentar sus conversaciones.
9. Permitir escoger.
Las elecciones no solo pueden darle a los alumnos un sentimiento de control en sus
vidas, sino que también les ofrecen oportunidades para conocerse mejor como
trabajadores y aprendices. Los alumnos, especialmente aquellos a quienes se les da la
oportunidad de tomar decisiones, conocen mejor en qué momento del día son más
creativos, productivos y enérgicos; qué materiales y apoyos necesitan; en qué forma
pueden expresar mejor lo que han aprendido.
Las elecciones pueden incorporarse prácticamente en cualquier momento de la jornada
escolar. Los alumnos podrían escoger las evaluaciones que completarán, el rol que
desempeñarán en un grupo cooperativo, los temas que estudiarán, los problemas que
resolverán o cómo recibir ayuda personal o apoyos. Algunos ejemplos de elecciones que
pueden ofrecerse en el aula incluyen:
- Resolver 5 de los 10 problemas indicado.
- Levantar la mano o pararse si estás de acuerdo.
- Trabajar solo o en un grupo pequeño.
- Leer silenciosamente o con un amigo.
- Utilizar un lápiz, pluma o el computador.
- Hacer la investigación en la biblioteca o en el salón de recursos.
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- Tomar apuntes utilizando palabras o dibujos.
- Seleccionar cualquier tópico para su trabajo escrito.
10. Incluir.
Si los alumnos han de aprender conductas apropiadas, deberán estar en un entorno
inclusivo para observar y escuchar como hablan y actúan sus compañeros. Si los
alumnos han de aprender destrezas sociales, necesitarán estar en un lugar donde puedan
escuchar y aprender de quienes están socializando. Si los alumnos han de necesitar
apoyos especializados para tener éxito académico, los docentes tendrán que observarlos
funcionando en el salón inclusivo para reconocer qué tipos de apoyos necesitarán.
Si es cierto que aprendemos haciendo, entonces la mejor forma de
aprender cómo apoyar a alumnos con autismo en escuelas inclusivas
es incluyéndolos.
Los Sonidos
Algunos alumnos con autismo no solo batallan con sonidos que para la mayoría de
nosotros resultan irritantes (por ejemplo, las alarmas de los carros, la lija sobre madera),
sino que también pueden reaccionar negativamente a sonidos que la mayoría de
nosotros ignoramos o no notamos (por ejemplo, el sonido de un ventilador en
movimiento). También podrían tener reacciones negativas ante sonidos que la mayoría
encontramos agradables, y no reaccionar ante sonidos como golpes en la puerta o el
sonido de una sirena.
Los maestros pueden ayudar a los alumnos a lidiar con los sonidos conversando con las
familias sobre cuáles sonidos son más difíciles para el alumno.
Algunos consejos:
- Una vez descubierto un sonido perturbador, podría mantenerse al alumno lo
más alejado posible de la fuente del mismo.
- Experimente con unos tapones o con audífonos en los oídos durante ciertas
actividades o en algunas partes del colegio (por ejemplo, en el gimnasio).
- Reduzca los sonidos en el aula. Instalando alfombras se pueden reducir los
efectos de eco u otros sonidos. Con frecuencia se pueden encontrar retazos en
tiendas especializadas. Algunos maestros pican una pelota de tennis a la mitad y
las colocan debajo de las patas de las silla o de las mesas; esta adaptación
amortigua los sonidos que resultan al mover los muebles (Grandin, 1998).
- ¿Podría modificarse el sonido? Por ejemplo, si un alumno se encoje al oir el
ruido de los aplausos, los compañeros podrían inventar otro método de
demostrar su emoción en celebraciones o asambleas. Si a un alumno le molesta
el sonido de los pitos, el maestro de educación física podría utilizar un
megáfono, una campana, un timbre, cierta música, o una señal de la mano para
iniciar y detener las actividades.
- Prepare al alumno para el sonido. Si el maestro sabe que el timbre del colegio
va a sonar, se puede hacer una señal para que el alumno se tape los oídos o
simplemente decirle "prepárate".
- Permítale a los alumnos escuchar música suave utilizando audífonos en
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entornos ruidosos o caóticos o ponga música suave (por ejemplo, música clásica)
para todos los alumnos ocasionalmente.
- Muchos alumnos tienen formas efectivas de lidiar con sonidos problemáticos.
Algunos alumnos, por ejemplo, se concentran en un objeto o hacen garabatos en
el papel cuando le molestan los sonidos. Preste atención a estas estrategias y de
ser posible, evite interferirlas. Si bien los mecanismos compensatorios del
alumno posiblemente no sean evidentes para todos, los maestros deben estar
abiertos ante la posibilidad de que agitar las manos o sonar los dedos puede
ayudar al alumno.
Es importante recordar que el alumno puede encontrar algunos sonidos muy
útiles y agradables y que se podrían aprovechar para apoyarlo. Algunos alumnos
sienten que los sonidos de la naturaleza los calman (por ejemplo, el agua
corriendo). Si estos sonidos se identifican, podrán aprovecharse para apoyar al
alumno a lo largo del día. El alumno que disfruta del sonido del agua, por
ejemplo, podría escuchar un CD de la naturaleza.
La música también puede utilizarse como herramienta de enseñanza y como una
adaptación curricular para apoyar el aprendizaje de alumnos con autismo.
Muchos alumnos con autismo afirman que encuentran desahogo y alegría en la
música.
Los olores
Mientras que una persona sin autismo puede asociar unos pocos olores con la escuela,
otras personas con autismo pueden asociar docenas o hasta cientos de olores con la
escuela. Un alumno con un sistema sensorial exacerbado puede registrar varios olores
diferentes en breves segundos - los zapatos mojados de un compañero, el merengue de
una torta, el olor húmedo del casillero, el aserrín sucio en la caja de un ratoncito, la
gomina que la maestra se pone en el cabello, y el olor de un tubo de pegamento que
acaban de abrir al otro lado del salón.
Entre los olores del colegio que pueden molestar a los alumnos con autismo se
encuentran los productos de cuidado personal que los maestros u otros alumnos utilizan
(por ejemplo, perfume), pinturas u otros productos para actividades artísticas, productos
escolares (por ejemplo, la tiza), productos de limpieza, los olores de las mascotas del
salón, y de las plantas. Los maestros pueden tomar algunas precauciones y minimizar el
impacto de estos olores que con frecuencia resultan problemáticos para alumnos con
autismo:
- Muchas personas con autismo reportan que el perfume y otros productos de
aseo personal ocasionan problemas. Si se observa que un alumno evita el
contacto con alguien en particular o si solo interactúa con esa persona
ocasionalmente, considere que el alumno puede estar reaccionando al perfume,
la loción, el gel del cabello, colonia de afeitar o shampú de esa persona. Si el
alumno es muy sensible a estos olores, los maestros y otros profesionales que
trabajen en el salón deben evitar -al máximo posible - utilizar productos con
olores fuertes.
- Los olores de los alimentos pueden resultar extremadamente perturbadores
para algunos alumnos con autismo. Uno de mis antiguos alumnos podía oler un
dulce que se encontraba a dos salones de distancia del nuestro. Si bien le
encantaba el olor a dulce horneado, una vez que lo sentía ya no podía
concentrarse en su trabajo. Para ayudarlo, todos los maestros en nuestro pasillo
acordamos servir golosinas de cumpleaños solo al final de la jornada escolar.
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Los padres accedieron a entregar las golosinas en dirección y la secretaria
guardaba los brownies, las galletas y la torta hasta las 2:45 p.m.
- En salones que tienen un olor fuerte (por ejemplo, el salón de arte, la cafetería,
el laboratorio de ciencia), puede asignarse al alumno un pupitre cerca de una
puerta o de una ventana abierta. O el alumno podría utilizar un pequeño
ventilador personal para minimizar el impacto del olor.
Sin embargo, el hecho de que un olor sea fuerte no significa necesariamente que
el alumno con autismo reaccionará en una forma negativa. De hecho, muchos
olores pueden resultar agradables e inclusive reconfortantes para los alumnos. Si
se llegan a identificar estos olores agradables, podrán utilizarse para apoyar al
alumno con autismo. Por ejemplo, conocí a un joven que se calmaba con el olor
a menta. Su maestra tenía siempre caramelos de menta en su escritorio en caso
que su alumno necesitara relajarse.
La iluminación
Algunas personas con autismo tienen una asombrosa sensibilidad a la luz.
La iluminación fluorescente, la más común en las aulas, puede impactar el aprendizaje,
el comportamiento y el nivel de comfort de los alumnos con autismo. Para determinar si
la luz fluorescente resulta problemática para los alumnos en su aula, el maestro podría
apagar la luz de arriba durante algunos días para ver si este cambio impacta al alumno.
Si la iluminación no parece afectarlo, puede experimentar otras formas de utilizar las
luces:
- De ser posible, intente bajar la intensidad de la luz.
- En salones con varias ventanas, procure trabajar con la luz natural durante
parte del día.
- Utilice una iluminación que proyecte hacia arriba, en lugar de hacia abajo.
- Experimente con diferentes tipos de luz. Encienda las luces de adelante, pero
no las de atrás o encienda secciones alternativas de luz. En una ocasión un
maestro colgó luces blancas festivas alrededor de su pizarra y puso lucecitas
nocturnas en los enchufes para fomentar una sensación de calma y tranquilidad
en su salón.
- Pruebe con diferentes colores de luz, experimente con una lámpara rosada o
amarilla en una esquina del salón.
- Cambie los bombillos fluorescentes por otro tipo de bombillas..
- Algunos alumnos encuentran las gafas de sol útiles. Podría utilizar esos lentes a
la hora del recreo o inclusive adentro (especialmente cerca de las luces
fluorescentes). Una gorra de también podría ayudar a los alumnos a evitar la
exposición directa a la luz.
- Cambie de lugar el asiento del alumno. En ocasiones el problema no radica en
la luz en sí, sino en el reflejo de la luz en una pared u otra superficie.
- Los bombillos fluorescentes tienden a parpadear con mayor frecuencia a
medida que pasa el tiempo. Si debe utilizarse luz fluorescente, deben instalarse
los bombillos más nuevos posible.
- Algunos alumnos tienen particular dificultad para trabajar con papel blanco
debajo de la luz fluorescente. Posiblemente les moleste el resplandor del papel.
Es posible que utilizando acetatos de colores pueda minimizarse o eliminarse el
resplandor.
- Algunos alumnos se distraen más por el sonido que por el aspecto de la luz
fluorescente. En esos casos, el alumno podría usar tapones en los oídos mientras
estudia. O el alumno puede aliviarse sencillamente alejándose de las luces y el
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sonido.
La asignación de pupitres
Para algunos alumnos resulta crítico para su aprendizaje tener muebles cómodos en el
salón. Uno de mis antiguos alumnos no podía sentarse en su pupitre por más de unos
pocos minutos pero podía sentarse en un Puff durante 40 minutos seguidos. Pronto
compramos varios Puff para el colegio (unos para la biblioteca, otros para el salón de
música, otros para los pasillos) para que ese alumno pudiera sentirse cómodo a lo largo
del día y para que todos los alumnos pudieran disfrutar de un cambio de asiento
ocasionalmente.
No todos los alumnos con autismo necesitarán o disfrutarán la sensación de un Puff. En
la mayoría de los casos, encontrar el asiento apropiado es cuestión de ensayo y error.
Otra de mis antiguas alumnas, Kelly, no se lograba acomodar bien en su pupitre
metálico. Tampoco respondió bien a las Puff, al sillón que teníamos al fondo del aula o
a los almohadones en el área de descanso del salón. Luego de experimentar con muchas
sillas, materiales y estrategias diferentes, finalmente descubrimos que Kelly podía
permanecer sentada por más de una hora atándole un cojín forrado con cuentas de
madera (similar al que utilizan con frecuencia los taxistas) al respaldar de su silla.
Contar con una pequeña variedad de asientos en el salón podría mejorar la experiencia
educativa para todos los alumnos. Entre los asientos que podrían resultarle atractivos a
los alumnos, con y sin autismo:
- Sillones o mecedoras, sillas de extensión, viejos asientos de autos.
- Cojines para sentarse (del tipo que se sujetan a la silla).
- Un almohadón para leer (de esos que tienen brazos y que sostienen al usuario).
- Una colchoneta de ejercicios (se pueden confeccionar colchonetas individuales a muy
bajo costo cosiendo periódicos dentro de dos hojas de vinil) o almohadones para el piso
(también pueden hacerse fácilmente con relleno y retazos de tela).
- Sofás, butacas o banquitos.
- Fisio-Pelotas (pelotas que se utilizan para ejercicios y gimnasia).
Algunos maestros modifican el entorno de su salón colocando en un área un retal de
alfombra. O colocando algunas butacas en un lugar especial del aula.
Los maestros con alumos más pequeños podrían acomodar un espacio en el salón con
almohadas, retazos de alfombras y juguetes de peluche.
Algunos alumnos (con y sin autismo) podrían sentarse en el suelo parte del tiempo. Los
alummnos que prefieran sentarse en el piso o en una silla sin respaldo pueden utilizar
tablillas o un “escritorio portátil”, de esos que se colocan sobre las piernas. Estos
escritorios portátiles consisten de una plataforma rígida sobre un cojín, usualmente
relleno con unas peloticas suaves. Algunos alumnos prefieren que la plataforma
descanse sobre un relleno más sólido y consistente. Es posible lograrlo vaciando el
contenido del almohadón y rellenándolo con arena u otro material similar.
También es posible que algún alumno desee permanecer de pie durante parte del día, en
lugar de permanecer sentado. Se les podría proporcionar un atril y un escritorio al fondo
del salón para que alterne entre los dos, según sea necesario.
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VII. LA INTERVENCION EDUCATIVA EN AUTISMO:
En nuestra opinión, son tres las preguntas básicas para encarar la intervención
educativa: ¿qué enseñar?, ¿cómo enseñarlo?, y ¿para qué enseñarlo? Si estas preguntas
nos las hacemos en el caso del autismo, estas serían nuestras respuestas:
¿Qué enseñar?: Elegir las conductas o estrategias objetivo de enseñanza no es
tarea fácil. De una elección correcta dependerá la "fuerza" de lo que enseñemos en crear
un mayor grado de desarrollo. Deberíamos encontrar "gatillos" del desarrollo, objetivos
que con su enseñanza pongan en marcha nuevos desarrollos, construyan desarrollo. La
Psicología del desarrollo del niño normal es hoy la base más eficaz para encontrar esos
objetivos. Por tanto, el estudio, descriptivo y explicativo, de cómo el niño normal va
construyendo, en interacción con las demás personas, su conocimiento social es un tema
de obligado conocimiento para quien tenga que planificar la intervención educativa de
alumnos con autismo.
¿Cómo enseñar?: La tecnología surgida de la Teoría del Aprendizaje, la
tecnología conductual, en sus desarrollos actuales, sigue siendo la herramienta válida
para la enseñanza de estos alumnos. La necesidad de estructuración y de sistematización
de las unidades de enseñanza es algo básico para que el alumno con autismo pueda
aprender.
¿Para qué enseñar?: La respuesta a esta pregunta es obvia. Como en cualquier
contexto de enseñanza se trata de favorecer el máximo desarrollo personal para
conseguir la mayor calidad de vida posible.
Antes de analizar por separado las áreas de intervención vamos a comentar lo que
podríamos denominar como reglas básicas de intervención. En primer lugar, la división
de áreas se realiza simplemente para favorecer la explicación. Evidentemente, las áreas
están interrelacionadas, y por ello se hace a veces difícil determinar si un objetivo
pertenece al área social, comunicativa o cognitiva. No obstante, sí merece tener en
cuenta que el objetivo central de la intervención en el alumno con autismo es la
mejora de su conocimiento social y la mejora de las habilidades comunicativas
sociales, así como lograr una conducta autorregulada adaptada al entorno.
En segundo lugar, el contexto de aprendizaje más efectivo es aquel con un grado
importante de estructuración, tanto mayor cuanto menor es la edad o el nivel de
desarrollo. Podríamos decir que la intervención ha de recorrer el camino que va desde
un grado alto de estructuración (con numerosas claves para favorecer el aprendizaje) a
la desestructuración programada -paso a paso, y de acuerdo al nivel de desarrollo- que
es más cercana a los entornos naturales sociales (en donde las claves son, como
recordaremos, sutiles, complejas, pasajeras y variadas).
En tercer lugar, se ha de perseguir en cualquier aprendizaje la funcionalidad del
mismo, la espontaneidad en su uso, y la generalización, y todo ello en un ambiente de
motivación. Por esto, la educación del alumno con autismo requiere una doble tarea:
hay que enseñar la habilidad, pero también hay que enseñar su uso, un uso
adecuado, funcional, espontáneo y generalizado.
46
Por último, el mejor sistema de aprendizaje para el alumno con autismo es el de
aprendizaje sin error, en el que en base a las ayudas otorgadas, el niño finaliza con
éxito las tareas que se le presentan. A continuación, y poco a poco, hay que lograr el
desvanecimiento progresivo de las ayudas hasta los niveles mayores posibles, que
estarán en relación al nivel de desarrollo cognitivo.
47
Los objetivos que se plantean a continuación están sacados tanto de la literatura (vid.
Howlin y Rutter, 1989) como de la experiencia propia (Delgado et al, 1990). Su uso en
casos concretos estará condicionado por el nivel de desarrollo e incluso por el contexto
de enseñanza. Además, ninguno de ellos puede considerarse como un objetivo aislado;
su valor está en cuanto que se integren en programas globalizados de intervención
educativa.
1. Enseñanza de reglas básicas de conducta: p.e. no desnudarse en público, mantener la
distancia apropiada en una interacción, etc.
2. Enseñanza de rutinas sociales: saludos, despedidas; estrategias para iniciación al
contacto, estrategias de terminación del contacto, etc.
3. Entrenamiento de claves socioemocionales: a través del video mostrar emociones;
empleo de lotos de expresiones emocionales; estrategias de adecuación de la expresión
emocional al contexto, etc.
4. Estrategias de respuesta ante lo imprevisto: enseñanza de "muletillas" sociales para
"salir del paso", etc.
5. Entrenamiento de estrategias de cooperación social: hacer una construcción teniendo
la mitad de las piezas un alumno y la otra mitad otro, o la maestra.
6. Enseñanza de juegos: enseñanza de juegos de reglas, de juegos simples de mesa, etc.
7. Fomentar la ayuda a compañeros: enseñarles tareas concretas de ayudantes de las
maestras de alumnos de otro aula o nivel; favorecer esta ayuda aprovechando las
actividades externas, como excursiones, visitas, etc.
8. Diseñar tareas de distinción entre apariencia y realidad: por ejemplo, rellenando a
alguien con trapos: "parece gordo pero en realidad es delgado".
9. Enseñanza de vias de acceso al conocimiento: diseñar tareas para la enseñanza de
rutinas verbales sobre el conocimiento del tipo "lo sé porque lo he visto" "no lo sé
porque no lo he visto".
10. Adoptar el punto de vista perceptivo de otra persona: por ejemplo, discriminar lo
que un compañero está viendo aún cuando él no lo vea, etc.
11. En alumnos con menos nivel de desarrollo se fomentará el uso de estrategias
instrumentales simples, en las que el instrumento sea físico o social. Asimismo, se
fomentará la percepción de contingencia entre sus acciones y las reacciones del entorno
(en este sentido la contraimitación -imitación por parte del adulto de lo que el niño
hace- puede ser, entre otras, una buena manera de conseguirlo).
48
El perfil comunicativo del autismo: Como ya hemos comentado, alrededor del 50% de
las personas con autismo no llegan nunca a desarrollar un lenguaje oral funcional (lo
que a su vez, recuerde el lector, se considera un índice de pronóstico). Además existen
variaciones intraindividuales, en el sentido de que las manifestaciones de la
comunicación varían con el desarrollo (p.e., la ecolalia no tiene por qué ser una
manifestación "perpetua" en el lenguaje de los niños con autismo, y puede dejar de
darse si se consiguen avances en los niveles de competencia lingüística de la persona; lo
mismo puede decirse de la inversión pronominal). ¿Cuales son, entonces, las
características que definirían el perfil comunicativo en el autismo?
Como apunta Utah Frith (1989b) esas características son las que tienen algo que ver con
la Teoría de la Mente. Por ejemplo, las personas con autismo, aún cuando presenten un
buen nivel de desarrollo, fallan en cuanto a habilidades conversacionales: no dan
información relevante al oyente, carecen casi por completo de espontaneidad, hacen
frecuentes repeticiones de rutinas verbales, tienen tópicos de conversación muy
restringidos, desconocen las claves para el comienzo y la terminación de la
conversación, y tienen una ausencia casi total de comentarios.
Otro rasgo característico es la entonación. En el autismo no se sabe usar la entonación
para enfatizar, informar sobre el sentido, aumentar la comprensión, o expresar segundas
intenciones. En el autismo la entonación no va en relación con la emisión en el
contexto.
Los sistemas de intervención: Hoy en día la intervención se dirige más a favorecer
competencias comunicativas que competencias lingüísticas, y por tanto hay una estrecha
relación entre la intervención en el área social y la intervención en el área comunicativa.
No obstante, esta última se caracteriza por intentar promover estrategias de
comunicación expresiva, funcional y generalizable, usando como vehículo de esa
comunicación el soporte más adecuado al nivel del niño (ya sea la palabra, signos,
pictogramas, actos simples, acciones no diferenciadas, etc). Los llamados Sistemas
Alternativos de Comunicación (vid. Tamarit, 1989) han supuesto un enorme avance en
la intervención en poblaciones con alteraciones en la comunicación. En el caso concreto
del autismo el programa de Comunicación Total (Schaeffer et al, 1980) ha sido quizá el
más utilizado y el que mejores resultados ha ofrecido (vid. Gortázar y Tamarit, 1989;
Tamarit, 1988). Este programa enfatiza la espontaneidad y el lenguaje expresivo y se
estructura a través del aprendizaje de las funciones lingüísticas de: expresión de los
deseos, referencia, conceptos de persona, petición de información, y abstracción, juego
simbólico y conversación.
49
cuanto que desafía al entorno, a los servicios y a los profesionales, a planificar y
rediseñar esos entornos para que tenga cabida en ellos la persona que realiza esas
conductas y para que pueda ofrecerse dentro de ellos la respuesta más adecuada para la
modificación de esas conductas).
Interesa destacar aquí que puede haber una estrecha relación entre presencia de
trastornos de conducta y ausencia de estrategias efectivas de manejo del entorno (p.e.,
estrategias comunicativas y sociales), con lo cual la manera de tratar esos problemas es
implementar esas estrategias ausentes. Dicho de otro modo, cada conducta se compone
de una topografía, o configuración de la conducta, y de una función, o intención que
persigue esa conducta. Pues bien, pueden darse muchos casos en los que la topografía
sea inadecuada -problemática- pero la función no lo sea o incluso sea positiva. Por
tanto, de cara a planificar el tratamiento ha de cuidarse de variar la topografía,
cambiándola por otra positiva, pero mantener la función.
50
VIII. DIFERENCIA ENTRE DIAGNÓSTICO Y EVALUACIÓN.
51
características idiosincráticas que están siendo evaluadas tanto de la persona como de su
entorno. Es así que la sola evaluación dentro de un cubículo o laboratorio de
investigación ha dejado de ser el único ambiente en el cual las evaluaciones rigurosas se
consideraban posibles. Se le da gran valor a las evaluaciones realizadas en ambientes
más naturales y cercanos a la realidad cotidiana del individuo como aspectos
complementarios a toda evaluación que se considere realmente integral. Esto cobra aún
más importancia en una población con características tan peculiares como lo es la
población con autismo. De todos es conocido que muchas cosas que, por ejemplo, un
niño con autismo hace en casa o con la maestra no lo hace en un ambiente riguroso de
evaluación. De manera que todo evaluador debe considerar estos aspectos y programar
dentro del proceso visitas a los diferentes ambientes donde transcurre la vida cotidiana
de la persona con autismo a fin de lograr una visión lo más integral posible que permita
una intervención más ajustada a la realidad del individuo y su entorno.
Nadie pone en cuestión que una detección lo más temprana posible de cualquier
alteración en el desarrollo de un niño posibilita el establecimiento de un programa de
intervención temprana capaz de promover al máximo las capacidades de desarrollo
personal y social del niño y la adecuada orientación de sus familiares.
En el caso concreto del autismo y otros trastornos generalizados del desarrollo, este
deseable y necesario diagnóstico temprano se ve sumamente dificultada en la práctica.
Muy pocos niños sospechosos de autismo (o similar) son derivados a los profesionales o
servicios especializados antes de los tres años de edad habiéndose perdido por tanto un
tiempo precioso para la implementación de un programa de atención.
52
se dan desde el principio pero,, en otros, pueden aparecer después de un periodo
de desarrollo aparentemente normal de uno o dos años.
Los estudios que hemos podido revisar coinciden en una serie de conductas universales
y especificas que deberemos observar si queremos detectar autismo de manera
temprana. La mayoría de los autores mencionan el juego simbólico o de ficción, las
conductas de atención conjunta (incluyen el señalamiento protodeclarativo, la conducta
de mostrar y la coorientación visual) , el juego interactivo, el interés social y, asimismo
en varios estudios, respuestas de comprensión de emociones y empatía, imitación y
53
conductas o movimientos repetitivos. Por tanto, pensamos que en las revisiones
pediátricas rutinarias se debería evaluar cuidadosamente la posible ausencia o alteración
de estos aspectos.
La mayoría de los autores revisados (Volkmar y col. 1985; Wing, 1980; Short y
Schopler 1988; Gillberg 1990; Frith, Soares y Wing, 1993 y otros) afirman que los
síntomas del autismo aparecen antes de los tres años pero añaden que es difícil
detectarlos en el primer año de vida. Parece, sin embargo, razonable plantearse esa
posibilidad en algún momento del 2º año. De esa manera, se podrían detectar tanto los
casos ya con problemas durante el primer año (con mayor seguridad, además) como los
que desarrollan bruscamente los síntomas después del primer año (frecuentemente entre
los 12 y 18 meses). En un trabajo de Johnson, Siddons, Frith y Morton (1.992), los
autores concluyen, basándose en resultados de test de evaluación del desarrollo de
normales, retrasados no autistas y autistas, que, si bien antes de los 12 meses no parece
posible detectar autismo de forma inequívoca, sí es posible hacerlo a los 18 meses si
evaluamos preferentemente los aspectos sociales del desarrollo. A idéntica conclusión
llegan Simon Baron Cohen y sus colaboradores (Baron-Cohen, Allen y Gilberg, 1992).
Con todos estos datos parece razonable, hoy por hoy, considerar la posibilidad de
detectar autismo a una edad tan temprana como los 18 meses.
En el Estado español, la prueba utilizada por los pediatras para valorar el desarrollo es
la Escala Denver en su versión simplificada (no tipificada en España). La citada escala
evalúa las áreas motriz, adaptativa, lingüística y social del desarrollo del niño desde el
nacimiento hasta los 6 años y se aplica en todas las revisiones rutinarias establecidas en
nuestro país. Después de analizar los diversos items que componen la citada escala,
parece muy posible que algunos o muchos casos de autismo puedan pasar
desapercibidos con su aplicación puesto que no se trata de una prueba muy sensible a
los aspectos alterados en autismo que hemos comentado antes poniendo más el acento
en aspectos perceptivos y motores.
54
X. ATENCIÓN TEMPRANA
Características específicas
Principios de intervención
55
generales de estimulación y manejo conductual, diseñar un entorno estructurado
y "provocador" de comunicación, promover la autonomía... ),
• Individualización de los objetivos y estrategias terapéuticas,
• Cuidadosa adaptación al nivel real en las distintas áreas,
• Procurar no obsesionarse con la intensividad del tratamiento pero formar a las
personas implicadas y adaptar y enriquecer los diversos entornos para promover
su desarrollo 24 horas al día durante los 365 días del año,
• Procurar convertirnos en personas de referencia, significativas y deseables,
• Esforzarnos por comprender y mantener una actitud de reflexión constante,
• Dar oportunidades para la implicación activa del niño-a,
• Partir de sus capacidades (avanzar en la "zona de desarrollo próximo" de
Vigotsky), aprovechar sus "puntos fuertes",
• Tener en cuenta, el desarrollo normal y el principio de funcionalidad,
• Diseñar un entorno cálido, positivo, empático,
• Partir de sus intereses, aprovechar sus preferencias,
• Trabajar en situaciones naturales cotidianas,
• Promover su autonomía e interdependencia,
• Utilizar la enseñanza estructurado en un entorno comprensible y predecible
(Schopler, Mesibov y Hearsey, 1995)
• Secuenciar objetivos, alternar actividades fáciles y difíciles, más preferidas con
menos preferidas
• Utilizar apoyos visuales (fotografías, por ejemplo) para desarrollar capacidad
representacional, estructurar el espacio y el tiempo, organizar el trabajo, como
sistema alternativo de comunicación, promover la autonomía social, desarrollar
memoria autobiográfica, desarrollar habilidades de teoría de la mente
• Utilizar ayuda física más que instrucciones verbales o modelado,
• Utilizar aprendizaje sin error pero promover también gradualmente su tolerancia
al mismo y la búsqueda de alternativas,
• Promover la generalización de las habilidades adquiridas a otros ambientes y
personas,
• Utilizar el juego y dar a las actividades un carácter lúdico y agradable,
• Enfatizar los aspectos sociocomunicativos (los más alterados en autismo),
• Utilizar de manera dirigida y planificada pero preservando la espontaneidad
compañeros menos (más competentes socialmente) y/o no discapacitados (Lord,
1995),
• Atribuir de manera permanente, estructurado y previamente planificada
intencionalidad a sus acciones para ir, poco a poco, construyendo una verdadera
intencionalidad (Tamarit y Gortazar, 1988),
• Utilizar la imitación de las acciones y vocalizaciones del niño (Dawson y
Gallpert, 1990),
• Exagerar las consecuencias sociales (reacciones, expresiones faciales) de sus
actos para facilitar una mejor comprensión social,
• Diseñar un entorno provocador de comunicación funcional y espontánea
utilizando el procedimiento de instrucción del Programa de comunicación Total
de B.Schaeffer y los procedimientos de enseñanza natural del lenguaje
(incitación y modelado,, enseñanza incidental, espera estructurada, ruptura de
rutinas, interrupción de actividad deseada, "olvido" de objetos y turnos, -
violación de la función de los objeto o de su manipulación...),
56
• Adaptar nuestro lenguaje (ajustarnos a su nivel de comprensión, asegurar su
atención, emplear repeticiones, componer y descomponer estructuras, ofrecer
modelos expandidos... y reforzarlo con gestos, signos, fotos.... )
• Utilizar sistemas alternativos de comunicación ya con niños de 2-3 años que no
estén desarrollando lenguaje (Prizant y Wetherby, 1993),
• Intentar modificar gradualmente sus estereotipias, rituales y rutinas aumentando
y flexibilizando progresivamente su repertorio de actividades e intereses,
• Usar métodos conductuales positivos, imaginativos, comprensivos, flexibles en
base al concepto de "conductas desafiantes", ETC.
Prioridades curriculares-terapéuticas
• Formar a la familia,
• Énfasis en socio-comunicación:
o social: imitación, atención conjunta, toma de turnos, responsividad
social, juego cooperativo...
o comunicación: desarrollar herramientas comunicativas, ampliar
repertorio de funciones, aumentar la reciprocidad....
• Desarrollo de habilidades cognitivas y académicas (capacidad
metarepresentacional, inteligencia sensoriomotriz, habilidades de disposición al
aprendizaje, categorización... ),
• Reducir problemas de conducta intentando sustituirlos por formas adecuadas de
comunicación y control del entorno,
• Promover su autonomía e interdependencia y
• Flexibilizar tendencias repetitivas.
57
XI. EVALUACIÓN
58
proporciona una visión global de las similitudes y diferencias del niño con autismo con
respecto a los niños normales de su mismo grupo etario. De manera que ayuda a
comprender la naturaleza de la conducta y funcionamiento de las personas con autismo
en edades muy tempranas (Marcus y Stone, 1993). Esta evaluación permite obtener un
perfil de desarrollo funcional y un cuadro gráfico de la severidad del trastorno y
determinar así las áreas prioritarias de intervención. Una vez que los sujetos obtienen un
funcionamiento global por encima de los 5 años se puede complementar la evaluación
con pruebas estandarizadas tradicionales.
1.2. Adolescent and Adult Psychoeducational Profile (AAPEP): Evalúa 6 áreas
funcionales: destrezas vocacionales, funcionamiento independiente, destrezas de tiempo
libre, conducta vocacional, comunicación funcional y conducta interpersonal. Considera
también lo que el sujeto hace solo y aquello en lo cual requiere de ayuda tan útil para la
planificación de los programas educativos en los niños pequeños. Considera, además, de
la observación directa de la ejecución del joven o del adulto durante la prueba, los datos
aportados del hogar, la escuela o el sitio de trabajo.
1.3. Autism Screening Instrument for Educational Planning (ASIEP): Consiste en cinco
componentes separados diseñados para medir diferentes aspectos del trastorno. Las
descripciones de las 57 conductas se organizan en: sensorial, relación, uso del cuerpo y
objetos, lenguaje y social y autoayuda. Se evalúa la presencia o ausencia de cada
conducta (Krug, Arick y Almond, 1979)
2. Pruebas Estandarizadas Generales:
Baker (1983) sugiere la modificación de los procedimientos de evaluación con pruebas
estandarizadas. Para esto, se deben reordenar la secuencia de los ítems, incrementar el
uso de gestos, inclusión de actividades reforzantes en los sub-test y el uso de rutinas
repetitivas. Propone la flexibilidad en la administración de los tests estandarizados para
obtener mayor información. Además hay que considerar que para realizar una
evaluación integral las pruebas estandarizadas no son suficientes.
Cabe destacar que la evaluación de la mayor o menor integridad cognitiva de las
personas con autismo debe ir más allá de la mera determinación de un coeficiente
intelectual (C.I.) aún cuando éste aporte elementos de juicio en el proceso en cuanto a
las características que pueden o no acompañar a la condición. Rutter (1978) diferencia
dos subgrupos de autismo: uno caracterizado por un C.I. no verbal mayor de 70, con
algunas habilidades para la lectura y la aritmética y un ajuste social relativamente mejor
que muchos otros individuos autistas y otro con un C.I. no verbal menor de 70 con
ninguna o pocas habilidades para la lectura o la aritmética y ajuste social muy pobre. El
primer grupo permite el estudio del autismo sin confundirlo con el retardo mental, la
inatención, falta de cooperación y pobre capacidad de ejecución. La determinación tanto
de las fortalezas como de las debilidades cognitivas de una persona con autismo, así
como un cuidadoso análisis cualitativo de los resultados obtenidos en las diversas
pruebas aporta información valiosa del estilo cognitivo del individuo lo cual es de vital
importancia para la selección de objetivos y estrategias a ser considerados en los planes
y programas de intervención.
2.1. De Nivel Intelectual:
2.1.1. Escala de Inteligencia para los Niveles Preescolar y Primario de Wechsler
(WPPSI): Está dirigida a la población comprendida entre los 4 años 0 meses y los 6
años 6 meses Consta de 11 subpruebas agrupadas en una Escala Verbal (Información,
Vocabulario, Aritmética, Semejanzas, Comprensión) y una de Ejecución (Casa de
Animales, Figuras Incompletas, Laberintos, Diseños Geométricos y Diseño con Cubos).
Posee normas, confiabilidad y validez excelentes y es una de las mejores pruebas de
inteligencia disponibles.
59
2.1.2. Escala de Inteligencia para el Nivel Escolar de Wechsler Revisada (WISC-R):
También consta de once subpruebas agrupadas en una Escala Verbal (Información,
Semejanzas, Aritmética, Vocabulario, Comprensión y Repetición de Dígitos) y una
Escala de Ejecución (Figuras Incompletas, Ordenación de Dibujos, Diseño con Cubos,
Ensamblaje de Objetos, Claves y Laberintos). Ha sido una de la más utilizada.
Actualmente salió el WISC-III.
2.1.3. Escala de Inteligencia para Adultos de Wechsler (WAIS): Tiene las mismas
características que el WISC-R pero está dirigida a la población mayor a los 16 años.
También tiene una versión revisada.
2.1.4. Escala Internacional de Rendimiento de Leiter (LIPS): Formato de Escala de
edad. Mide la inteligencia por medio de reactivos no verbales. Se utiliza el método de
razón para calcular el C.I. Para edades comprendidas desde los 2 años hasta la adultez.
La confiabilidad y validez son satisfactorias pero las normas de grupo se describen de
forma deficiente. Sirve como medida suplementaria de inteligencia. Puede estar menos
influida culturalmente que las pruebas anteriormente descritas. Por esta razón y debido a
que es una prueba no verbal ha sido utilizada ampliamente para evaluar a las personas
con autismo.
2.1.5. Escala de Pruebas Mentales de Merrill-Palmer: Son 38 pruebas verbales y no
verbales distribuidas en intervalos de 6 meses. Permite calcular C.I. y se utiliza en
edades desde 1 año 6 meses a 5 años 11 meses.
2.1.6. Matrices Progresivas de RAVEN: Son tres formas diferentes de medir la
habilidad de razonamiento no verbal. La tarea es descubrir el símbolo faltante en
matrices que se acomodan en orden creciente de dificultad. Proporcionan percentiles
para edades de 6 años hasta adultos. Se han utilizado en personas con autismo ya que
son no verbales y aprovechando la habilidad visual de esta población.
2.2. Pruebas Neuropsicológicas:
2.2.1. Escalas de Habilidades Infantiles de McCarthy: Se utiliza en edades
comprendidas entre los 2 años, 6 meses y los 8 años, 6 meses. Consta de 18 pruebas
agrupadas en 6 escalas: Verbal, Perceptual/ejecución, Cuantitativa, Memoria, Motora y
Cognoscitiva general. Proporciona un Indice Cognoscitivo General (ICG). Posee
normas, confiabilidad y validez excelentes.
2.3. Escalas de Desarrollo:
2.3.1. Escalas Bayley del Desarrollo del Lactante: Considera edades comprendidas entre
los 2 meses y 2 años 6 meses. Proporciona un Indice de Desarrollo Mental y un Indice
de Desarrollo Psicomotor. Posee excelentes normas y su confiabilidad y validez son
satisfactorias. Se ha considerado como la mejor medida disponible de desarrollo
infantil.
2.3.2. Perfil de Desarrollo de Intervención Temprana de Michigan: Se creó por la
necesidad de disponer de un instrumento capaz de describir el estado del desarrollo de
los niños entre los 0 y los 36 meses en 6 áreas del desarrollo: percepción/motricidad
fina, cognición, lenguaje, social/emocional, autoayuda: alimentación, eliminación y
vestido, y motricidad gruesa. Es producto del Proyecto de Intervención Temprana para
niños pequeños con necesidades especiales. Proporciona un perfil de desarrollo y un
rango de edad en meses para cada una de las áreas. Los ítems son calificados en tres
categorías: pasa, pasa-falla y falla. Dentro de las escalas de desarrollo presenta la
ventaja para la población con autismo de una mayor flexibilidad tanto en su aplicación
como en su puntuación.
2.3.3. Prueba de Selección del Desarrollo de Denver: proporciona información sobre las
áreas personal-social, motora fina, lenguaje y motora gruesa. Las calificaciones son
aprobado y reprobado, evalúa desde el nacimiento hasta los 6 años.
60
Las pautas evolutivas del desarrollo han de permitir una referencia cuantitativa y una
aproximación cualitativa a las particularidades del desarrollo. La evaluación del
desarrollo, por ende, debe ser lo suficientemente flexible de manera que permita
determinar el tanto el nivel de desarrollo actual como el potencial del niño, es decir,
aquellos procesos que se están iniciando, los que deben continuar desarrollándose y
aquellos que están consolidados de manera que los objetivos y estrategias que se
diseñen en los planes y programas de atención sean evolutivamente pertinentes (Moreno
de Ibarra, 1999b).
3. Pruebas Especiales:
3.2. Prueba Guestáltica Viso-Motora de Bender: Es útil para evaluar las habilidades
viso-motoras para edades comprendidas entre los 5 años y los 11 años 11 meses. Su
validez es satisfactoria cuando se utiliza como una medida del desarrollo perceptivo-
motor. Consta de 9 tarjetas con diseños geométricos que el niño debe copiar.
3.3. Prueba de Vocabulario a base de imágenes de Peabody revisada: Se utiliza en
edades comprendidas entre los 2 años 6 meses hasta la adultez. Es de elección múltiple
no verbal que mide vocabulario receptivo. Es recomendable como recurso para medir la
extensión de vocabulario particularmente en niños con dificultades de expresión.
4. Escalas de Adaptación Social:
4.1. Escala de Madurez Social de Vineland: Abarca edades desde el nacimiento hasta
los 25 años. Mide diversas competencias incluyendo autoayuda, autodirección,
ocupación, comunicación y locomoción. Se utiliza el método de razón para obtener un
Cociente Social. La confiabilidad y validez no están totalmente determinadas. Es una
escala útil para medir competencias en niños y adultos por lo que ha sido también
ampliamente utilizada en la evaluación formal de las personas con autismo.
5. Las Listas de Chequeo:
5.1. Lista de Chequeo Diagnóstico, Forma E-2, de Rimland (1971): Consta de más de
200 preguntas acerca de los cinco primeros años de vida del niño, ya que él plantea que
a partir de esta edad los síntomas pueden cambiar y se basa en los síntomas principales
definidos por Kanner (Parks, 1988). Clasifica a la población con autismo en dos
categorías: (1) Tipo Autista donde se ubica aproximadamente el 90% de las personas
con autismo y (2) Autistas Típicos de Kanner, donde se ubica menos de un 10% de la
población total.
6. Escalas de Evaluación:
6.1. Escala de Evaluación para Autismo Infantil (Childhood Autism Rating Scale,
CARS) de Schopler, Reichler, DeVellis y Daly (1980): Considera 15 aspectos: Relación
con las Personas, Imitación Verbal y Motora, Afectividad, Uso del Cuerpo, Relación
con los Objetos, Adaptación al Cambio, Respuesta Visual, Respuesta Auditiva,
Ansiedad, Comunicación Verbal, Comunicación No Verbal, Nivel de Actividad,
Funcionamiento Intelectual e Impresión General. Cada aspecto se evalúa con una escala
que va desde "Dentro de límites normales para la edad" hasta "Severamente anormal"
para hacer la ubicación en las categorías: (1) No autista; (2) Autista Leve o Moderado y
(3) Autista Severo. En la revisión realizada en 1986 se consideró que para la
Clasificación Diagnóstica en Adolescentes y Adultos había que hacer un ajuste. Parks
(1988) considera que es una escala fuerte ya que tiene un criterio de evaluación
derivado empíricamente; proporciona una amplia valoración dentro de cada sub-escala;
toma en cuenta la importante influencia de la edad del niño y tiene buena confiabilidad
inter-evaluador.
6.2. Behavior Observation System (BOS): Evalúa 24 conductas divididas en cuatro
grupos: aislamiento, relación con objetos, relación con las personas y lenguaje. El
propósito de su construcción fue desarrollar una escala de conductas observables
61
objetivamente definidas, tomando adecuadamente en cuenta la influencia de la edad del
niño y proporciona perfiles objetivos tanto de niños normales como con problemas
(Parks, 1988). Con la finalidad de evaluar niños en un contexto evolutivo se deben
realizar comparaciones adecuadas con otros niños pareados en edad mental y
cronológica. El BOS está diseñado para ser utilizado en niños normales, autistas y con
retardo mental.
6.3. Behavioral Summarized Evaluation (BSE): Se desarrolló para la evaluación de
parámetros conductuales que pueden relacionarse con los datos de la Investigación
Biológica en niños autistas inmersos en programas educacionales, estudios
neuropsicológicos y ensayos terapéuticos. Consiste en 20 ítems que constituyen una
lista de síntomas frecuentemente observados en autistas y niños con retardo. Cada uno
es puntuado en una escala que va desde "Nunca Observado" hasta "Siempre
Observado". Por Análisis Factorial se encontraron 2 factores. El factor 1 se denominó
"Autismo" y se compone de 9 ítems: ignora a la gente, poca interacción social, contacto
visual anormal, expresión facial y gestos inapropiados, actividad pobre, agitación,
atención lábil y respuestas bizarras a estímulos auditivos (Barthelemy, Adrien, Tanguay,
Garreau, Fermanian, Roux, Sauvage y Lelord, 1990).
6.4. Evaluación Conductual Infantil Resumida (IBSE): Adaptada del BSE está
específicamente relacionada con la evaluación de conductas en niños pequeños con
Autismo. Se compone de un grupo de 19 ítems que incluyen algunas características
conductuales tempranas (anormalidades comunicativas y sociales) y algunas descritas
menos comúnmente en esta condición (Trastornos atencionales, perceptivos y
adaptativos) (Barthelemy, Adrien, Roux, Garreau, Perrot y Lelord, 1992)
6.5. Cuestionarios de Verificación Conductual de Conners: Son útiles en la evaluación
de la conducta de los niños en los contextos del hogar y la escuela. (Conners y Barkley,
1985) Son respondidos por los padres y maestros. Han sido ampliamente utilizados para
evaluar los resultados de diversos tratamientos farmacológicos (Wells, 1981). Su Escala
de Apreciación para Maestros fue aceptada y validada en Venezuela (Granell y Vivas,
1980). Se utilizaron para evaluar el efecto de la Naltrexona en un grupo de sujetos
autistas venezolanos(Ibarra, Negrón, Parra y García, 1995).
Considerando una combinación de las pruebas descritas anteriormente y muchas otras
que no se señalan se debe tratar de identificar el estilo cognitivo particular de cada
individuo con autismo ya que diversos estudios tienden a demostrar que hay
características cognitivas asociadas a esta condición.
Fein, Waterhouse, Lucci, y Snyder, (1985) realizaron un estudio en 54 niños autistas e
identificaron varios subgrupos cognitivos con el perfil de rendimiento en el Test de
McCarthy y el Peabody. No encontraron diferencias en el C.I., edad mental o edad
cronológica entre los grupos lo que sugiere que los hallazgos no reflejan diferentes
grados de retardo y que los cambios esperados, en función del tiempo, no se debían al
incremento de la edad mental o cronológica. El grupo 1A tenía picos en el subtest de
Ejecución del McCarthy y fallas en las medidas verbales de ambas pruebas. Sería el
perfil de habilidades cognitivas clásico de los "autistas" excepto por el bajo puntaje en
el tests de Memoria teniendo un déficit real en el área verbal. Los grupos 1B y 1C
tenían un segundo pico en el Test de Vocabulario del Peabody, diferenciándose ambos
perfiles solamente por una mayor dispersión intertest. Tienen buenas destrezas de
comprensión del lenguaje receptivo de palabras simples con habilidades expresivas
deficientes. Un hallazgo común a los 3 grupos fue una puntuación muy baja en el
subtest de Memoria del McCarthy y lo interpretan como una deficiencia en la memoria
a corto plazo en la cual influye la atención. Los grupos 2A y 2B tuvieron muy buena
ejecución de las funciones verbales y solo se diferenciaban en que un grupo se
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desempeñó mejor en la prueba Verbal de Peabody y el otro en la del McCarthy. Los
grupos 3A y 3B eran los de mayor edad cronológica y mostraron una mayor fortaleza
del perfil en las pruebas cuantitativas y de memoria, a pesar de sus bajas edades
mentales y C.I., lo que podría sugerir una mejoría en la focalización de la atención en
función de la edad. El grupo 4 estuvo conformado por los niños que no tenían una
dispersión intertests significativa mostrando perfiles de retardo relativo en todas las
funciones evaluadas. Esta es una aproximación a la determinación de estilos cognitivos
que podrían ser la consecuencia de una disfunción de diferentes regiones del sistema
nervioso.
Lincoln, Courchesne, Kilman, Elmasian y Allen (1988) realizaron dos estudios en 33
autistas entre 8 y 12 años comparados con niños con trastornos en el desarrollo del
lenguaje receptivo, trastorno distímico y trastornos de conducta. En el primer estudio
trataron de confirmar que los autistas no retardados tienen un patrón variable
característico en sus capacidades intelectuales y buscaron cuáles eran los factores
principales que contribuían a dicha variabilidad. En el segundo estudio se trató de
evaluar si la información de la evaluación intelectual de los autistas podría
discriminarlos de otros trastornos como los señalados. Se evaluaron con el WISC-R o
el WAIS-R, según la edad correspondiente. Los autores concluyeron que los autistas no
retardados presentan un nivel de funcionamiento intelectual dispar y cualitativamente
difiere de otros trastornos, presentan como habilidad más desarrollada la visomotora y
tienen afectados el razonamiento verbal y no verbal, la formación de conceptos y la
comprensión. Señalan además que la discrepancia entre los subtests de Diseño de
Bloques y Ensamblaje de Objetos y los de Comprensión y Vocabulario constituyen
una información complementaria importante en investigaciones que consideren
individuos autistas de alto nivel de funcionamiento. En una investigación similar
realizada por Ibarra y Gru (1995), en una muestra de sujetos autistas venezolanos, se
obtuvieron resultados parecidos. Por su parte, Moreno de Ibarra, Hernández y Rubín
(1998), utilizando el WISC-III encontraron que el funcionamiento intelectual dispar y
cualitativamente diferente se presenta tanto en niños con autismo no retardados como en
niños con autismo y retardo mental asociados. Las habilidades visomotoras, memoria
automática y el procesamiento de información no verbal constituyen una fortaleza,
convirtiéndose la expresión, razonamiento y juicio verbal en una debilidad. De manera
que pareciera existir una forma de perfil típico de habilidades cognitivas que
caracteriza a la condición de autismo independientemente del nivel de funcionamiento
intelectual ya que se encuentra presente en autistas con diferente integridad cognitiva
actuando el retardo mental con un efecto moderador.
B.- EVALUACION NO FORMAL:
Aunque la evaluación formal proporciona orientación a las familias, maestros y otros
profesionales que están comprometidos en la vida diaria de la persona con autismo,
existen también problemas y variaciones no cubiertas en el proceso de evaluación
formal.
Bandura (1987) considera que los niños con "autismo severo presentan grandes
dificultades para aprender por que suelen dirigir su atención solo hacia algunas de las
muchas señales disponibles en el medio, y con frecuencia atienden a los detalles más
pequeños e irrelevantes". Plantea que, ante los estímulos multidimensionales (con
señales auditivas, visuales y táctiles), los autistas a diferencia de los niños normales, se
fijan típicamente en una de las tres formas de información, siendo incapaces de
aprender de las otras formas. La mayor dificultad la presentan para hacer giros
atencionales. Esta sobreselectividad entre los estímulos está correlacionada
inversamente con el C.I. y la edad cronológica (Gersten, 1983; Lovaas, Koegel y
63
Schreibman (1979). Los autistas tienen déficit en la orientación conceptual y atencional,
de ahí que tengan marcadas dificultades para alterar sus ideas respecto al mundo. Hacen
que las representaciones cognitivas que una vez hicieron de fragmentos de información
existan independientemente del contexto (Courchesne, 1987). Esto influye
negativamente en la adquisición de nuevas conductas y en su relación con las personas
y con el ambiente general que los rodea.
A continuación se enumeran algunos de los aspectos importantes a considerar en la
evaluación no formal: área social y comunicacional: mirada, expresión facial,
vocalizaciones, uso del cuerpo, apego social, relaciones con pares, situaciones sociales,
conductas interferentes, conformidad social. En el área de la comunicación además,
deben considerarse el propósito, los medios, el contenido, el contexto y la comprensión,
así como las destrezas de comunicación prelingüísticas. Así mismo, deben contemplarse
los aspectos cognitivos, destrezas preacadémicas, imitación, cognición social,
aprendizaje, atención, solución de problemas y aprendizaje a través del juego
estructurado. Han de tomarse en cuenta también el área motora, médica, física,
autoayuda, juego y creatividad, y la organización y estructura del trabajo.
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El propósito último de la evaluación es facilitar la intervención. Como se señalara en
otras oportunidades, hay considerar no sólo el nivel de funcionamiento de la persona
que está siendo evaluada sino su grupo etáreo. En este sentido, en los niños, los padres
juegan un papel muy importante en la evaluación no sólo como proveedores de
información sino como el receptor más importante de los resultados e interpretaciones
de las pruebas y con quienes en una acción cooperativa se elaborará el plan de vida del
niño. La evaluación del preescolar con autismo es el primer paso para el desarrollo y
planificación de un tratamiento y programa de educación integral (Marcus y Stone,
1993).
Con respecto a los adolescentes y adultos autistas, en la consideración de sus
necesidades educacionales y laborales, se debe comenzar por identificar las
características de la persona con autismo que puedan influir en el ambiente tanto
educativo como laboral. Además, en los adolescentes no sólo basta con evaluar las
nuevas destrezas sino también los diversos aspectos referidos al cambio o la transición
de la escuela a la colocación residencial y/o inserción socio-laboral.
Para el desarrollo ulterior de las metas y objetivos curriculares, en todos los grupos
etáreos deben evaluarse las destrezas sociales, de uso del tiempo libre, nivel de
comunicación y de independencia, las destrezas vocacionales y de la vida diaria y
evidentemente los aspectos pedagógicos o académico-funcionales.
Desde el punto de vista educativo además de las evaluaciones con pruebas formales y
no formales se debe evaluar la disponibilidad de recursos humanos y materiales con los
cuales se cuenta para que el proceso de enseñanza-aprendizaje de la persona con
autismo se de manera efectiva, eficaz y eficiente. El ambiente donde dicho proceso va a
ocurrir debe tener organización y estructura para lograr estos objetivos. Las
características de los maestros y auxiliares y del personal en general que va a estar
involucrado con el niño debe considerarse en la evaluación. De esta manera los planes y
programas de intervención estarán ajustados a la realidad contextual del proceso.
Otro aspecto a considerar en la evaluación de personas con autismo son los recursos de
la comunidad. Si la meta final es la integración social se debe no sólo evaluar las
competencias de la población con autismo sino cómo puede ser involucrada la
comunidad en el proceso educativo y de atención integral de esta población.
FUENTES DE INFORMACIÓN
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Es fundamental recabar información de las conductas del niño-a con diferentes Personas
y en diversos contextos integrando 'las diversas fuentes de datos de manera
comprehensiva y clarificando las posibles discrepancias. Para ello es conveniente
basarse en las siguientes fuentes posibles de información:
Para llevar a cabo una apropiada evaluación en estas edades en general y en el campo
del autismo en particular es conveniente considerar una serie de cuestiones que pasamos
a enumerar:
Evaluación social:
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• Contenidos: interés social, cantidad y calidad de iniciativas sociales, contacto
ocular, atención conjunta, imitación (corporal, vocal y motora), apego,,
expresión y reconocimiento de emociones...
• Metodología e instrumentos: mediante entrevistas estructuradas a padres (ADI-
R, Riviere), observación estructurado en el contexto clínico tanto de las
interacciones planificadas (PL-ADOS, CARS) y no planificadas con el padre y
con la madre, videos familiares e instrumentos clínicos diversos (tests
normativos como el Brunet-Lezine o Vineland, test criteriales como el Uzgiris-
Hunt o inventarias del desarrollo como el Battelle, Carolina...
Evaluación comunicativa:
Juego:
Evaluación cognitiva:
Evaluación motora:
Evaluación familiar-ambiental:
Evaluación médica:
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• Pruebas neurológicas y de neuroimagen (EEG, TAC, SPECT, Resonancia
Magnética... análisis de sangre y orina, potenciales evocados, etc.
Evaluación de preferencias:
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BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA
Wing, L. (1974): La educación del niño autista. Buenos Aires. Editorial Paidos.
Wing, Everard y otros (1982): Autismo infantil. Aspectos médicos y educativos. Madrid.
Editorial Santillana.
INFORMACIÓN DE INTERNET
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