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Nuevas formas de dar vida


Niños de máquina: ¿Será posible reemplazar el útero materno?

Tener un hijo sin pasar por el embarazo ni el parto ya no es fruto de la ciencia-ficción.

Ectogénesis: ¿Una nueva realidad?


Entrevista a Henry Atlan:
Frédéric Joignot. Opublicada en El País, Madrid.

Las nuevas tecnologías lograrán dentro de pocas décadas niños concebidos en máquinas,
según afirma el biólogo y filósofo francés Henri Atlan en su libro ‘El útero artificial’.
Es un libro turbador, un libro que hará historia. Tres cuartos de siglo después de Un
mundo feliz, de Aldous Huxley, el libro que acaba de publicar en Francia Henri Atlan,
L’utérus artificiel (El útero artificial, ediciones Seuil), señala una etapa fundamental en la
toma de conciencia de las transformaciones como producto de los avances de la biología
y de la asistencia médica a la procreación. Huxley creaba una ficción con alcance
político, centrada en unas gestaciones mecánicas y colectivas. Atlan nos anuncia que el
siglo XXI verá nacer el útero artificial y la ectogénesis (es decir, el desarrollo del
embrión fuera del organismo materno).
Así, tras el auge de la reproducción in vitro y las importantes victorias logradas en la
lucha contra la esterilidad, Henri Atlan, biólogo y especialista en bioética, señala una
nueva y formidable frontera: aquella que verá a la especie humana reproducirse fuera del
cuerpo de las mujeres.
Prudente, Henri Atlan evita precisar cuál es el plazo que nos separa de este
acontecimiento histórico. Pese a todo, según él, está claro que hoy la mecanización de la
gestación ha dejado de pertenecer al ámbito de lo posible para entrar en el de lo probable.
Desde hace un cuarto de siglo sabemos crear embriones fuera del aparato genital
femenino y cultivarlos in vitro antes de colocarlos dentro del útero materno, y los
médicos han aprendido nuevas técnicas de reanimación de prematuros.

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No obstante, quedan por crear las herramientas que permitirán reunir estos dos estadios
del desarrollo embrionario y fetal; unos mecanismos que reproducirán artificialmente las
funciones naturales realizadas durante nueve meses por el útero y la placenta. La cuestión
es de una gran complejidad técnica. Pero para Atlan no es algo insuperable.
¿Pueden el embarazo y la maternidad ser razonablemente asimilados a un conjunto
técnico?
¿Debe verse en el útero artificial la continuación lógica de los proyectos que han
disociado la sexualidad de la reproducción y, al mismo tiempo, han reducido los
dolores del parto?
¿Se pueden imaginar todas las consecuencias de un proyecto que, finalmente, conduciría
a hacer que la mujer ya no fuese la creadora de la vida humana?
El primer mérito de Henri Atlan es plantear ya –y al mayor número de gente– las
preguntas que se plantean ciertos sectores de la sociedad en los que se enfrentan
partidarios y adversarios de la sacralización del embarazo o de la práctica de las madres
de alquiler.
Otros, en Estados Unidos, sostienen que los niños nacidos, ya no del vientre, sino de una
máquina, privados de cordón umbilical y de alumbramiento, carecerían de verdaderos
vínculos con su pasado, y afirman que, como en el caso de la clonación reproductiva, sólo
puede vislumbrarse una perspectiva funesta, ya que la gestación dejaría paso a una
forma de cría, de cosificación del cuerpo humano.
De esta forma, los debates sobre la legitimidad y las consecuencias de la utilización del
útero artificial podrían marcar el siglo XXI con más intensidad y violencia que los de la
despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en las últimas décadas del
XX.
Aunque es una perspectiva funesta para algunos que ven en estas investigaciones la
llegada de una madre-máquina, el útero artificial será para otros un notable avance
asociado al final del parto con dolor y a la igualdad entre hombre y mujer ante la
procreación.
Usted afirma que, tras las incubadoras actuales, destinadas a mantener con vida a los
niños prematuros, vamos a poner a punto un útero artificial y que los niños del futuro
podrán desarrollarse y nacer fuera del cuerpo de la mujer. ¿Se trata, en su opinión, de
un futuro próximo?
Algunos dicen que de aquí a 20 años. Yo pienso que todavía tendrán que pasar 50 o más.
Pero la puesta a punto del útero artificial parece inevitable. Esta técnica, denominada
ectogénesis, desarrollada en un principio por motivos terapéuticos en el marco de los
tratamientos contra la esterilidad, de los abortos repetidos o de la protección de los
grandes prematuros, permitirá desarrollar una nueva forma de procreación, ajena a la
mujer, artificial. Será una nueva fecha decisiva en la historia del cuerpo humano. Sin
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ninguna duda, se verá acompañada de un intenso debate en la sociedad. Entraremos en
una problemática que, a mi modo de ver, recordará la de la contracepción, lo que podrá
parecer paradójico, ya que se tratará de una nueva forma de concebir niños.

Las mujeres tendrán la libertad de tener niños sin embarazo, sin parto. Y que nadie
se llame a engaño: muchas mujeres elegirán tener niños de este modo. Será tan difícil
impedir la popularización de la ectogénesis como
lo fue impedir los métodos anticonceptivos y el
aborto. El argumento irrefutable será el de la libre
disposición, por cada mujer, de su propio cuerpo.
Muchas de ellas se dirán: ¿por qué no evitar los
riesgos, las deformaciones y los sinsabores
asociados al alumbramiento? La función materna,
tal y como la conocemos desde el origen de la
especie humana, va a cambiar de naturaleza. Es el
resultado de una voluntad, médica, terapéutica y
filosófica a la vez, de liberarse de determinados
imperativos biológicos y de evitar los peligros que
conllevan. La separación entre procreación y
sexualidad, ya ampliamente iniciada en el siglo
XX, no hace más que acentuarse.
Por primera vez, las mujeres ya no tendrán que
soportar la antigua maldición bíblica de “darás a
luz con dolor”. Pero al mismo tiempo, se
encontrarán fuera del proceso de procreación, al
menos en lo que concierne al embarazo…
La ectogénesis va a establecer una simetría que aún no ha existido entre los hombres y las
mujeres. Éstas sólo participarán en la procreación mediante el óvulo, al igual que los
hombres con sus espermatozoides. La mujer ya no tendrá que soportar la pesada carga
de la concepción. En el mito bíblico de la maldición humana –el hombre trabajará con el
sudor de su frente y la mujer parirá a sus hijos con dolor–, el hecho de que este destino
sea presentado como una maldición revela que no se trata de una realidad eterna. Si el
trabajo y la concepción son considerados maldiciones, es que otra realidad, más feliz, les
precedió en el mito. La interpretación tradicional de este mito implica que la maldición
desaparezca.
La ecotogénesis contribuirá a ello, como ha contribuido a cambiar el carácter arduo del
trabajo la disminución de la jornada laboral, un proceso también iniciado durante el siglo
pasado. Esto no significa que la ectogénesis no planteará, al igual que la mayoría de las
innovaciones técnicas, nuevos y temibles problemas.

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Las feministas parecen muy divididas respecto a estas técnicas de procreación artificial.
Algunas se alegran, pero otras, muy críticas, hablan de la llegada de una ‘madre-
máquina’ y de una industrialización del cuerpo femenino, que recordaría en cierto modo
a la industria ganadera. ¿Qué opina al respecto?
La lectura de los textos feministas sobre estas cuestiones revela dos opiniones muy
marcadas, cada una de ellas defendida de forma apasionada. Según una determinada
corriente, llamémosla modernista, todas estas tecnologías asistenciales ofrecen nuevos
grados de libertad a las mujeres, les eximen de peligros, les ofrecen el libre uso de su
cuerpo y certifican la separación entre el placer sexual y la procreación.
Para una corriente, digamos, más naturalista, estas técnicas incrementan la utilización del
cuerpo de la mujer, su explotación acelerada, con la complicidad de los médicos.
Quitarán a las mujeres el privilegio de la maternidad, les privarán de la cercanía carnal
con su hijo y de la felicidad de la maternidad y del alumbramiento. Sería como atentar
contra la mitología de la diosa Madre, la mujer que fecunda y nutre, más arraigada en la
naturaleza que en los hombres, en beneficio de una madre-máquina, como la denomina la
feminista Gena Corea, destinada a reproducir la especie de una forma simplificada.
No daré mi opinión sobre este debate. Ya lo hemos vivido varias veces, en relación con la
lactancia, la anestesia epidural, la fecundación in vitro, la píldora anticonceptiva…
Seguramente habrá mujeres que decidirán llevar en su seno a sus hijos, que querrán vivir
esta experiencia que para algunas es inolvidable y para otras muy dura. En cuanto a esta
filosofía de una mujer natural, intangible, fundamental, soy prudente, me parece bastante
cercana a algunas corrientes radicales de la ecología profunda, para las cuales las mujeres
encarnan la naturaleza y los hombres son una especie de parásitos.
Me parece muy difícil ponerse de acuerdo sobre una definición de lo que es el hombre, la
mujer, la especie humana, sobre todo con esta tendencia que consiste en decir que se
produce un “crimen contra la humanidad” o, peor aún, “contra la especie humana”, en
cuanto interviene la biotecnología. Luego se condena toda asistencia médica de alivio del
dolor, de libertad fisiológica, y se pretende prohibir la investigación en las ciencias de la
vida. La esencia del hombre, como la de cualquier cosa, evoluciona. Nuestra esencia
se modifica a medida que se desarrolla nuestra historia.
Los temores frente a una modificación tan radical se asemejan a los desarrollados frente a
la clonación o ciertas terapias génicas.
¿Podemos eludir un amplio debate público sobre estas cuestiones? ¿Evitar una
reflexión ética?
Desde luego que no. Pero el debate debe abordar los problemas concretos, anclados en la
realidad biológica y médica, en el desarrollo de las investigaciones, y no en generalidades
y grandes disputas ya conocidas. Fui miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética
durante 17 años, desde su creación hasta el año 2000. Recuerdo los grandes debates sobre
las primeras pruebas de terapia génica. A menudo fueron contraproducentes, daban
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miedo. En aquella época hubo una especie de reacción de horror y de grandes titulares
alarmistas en los periódicos. Algunos periodistas hablaban de pruebas de “manipulación
genética” en el hombre. Muchos blandieron palabras altisonantes como si fueran
espantapájaros, a menudo sólo para calmar su conciencia, y el debate civil se detuvo allí.
Es una pena. Tuvieron que pasar varios años para que la distinción clásica entre célula
somática –del cuerpo– y célula germinal se impusiera y que la prensa comprendiese la
verdadera importancia de estas investigaciones. Existe una diferencia básica entre
modificar genes de células somáticas, con el objetivo de curar enfermedades, y modificar
genes de células germinales, aquellas transmitidas a la descendencia, sin siquiera saber
cuáles serán las consecuencias para el niño. Sencillamente, tanto la mayoría de los
detractores como de los defensores entusiastas o cínicos desconocían el tema.
Asistimos a la misma dramatización a ultranza en relación con la clonación, difundida de
forma apresurada por algunos medios de comunicación o provocada por autores
empeñados en hacer un poco de ruido. Fíjese, si no, en los casos del escritor francés
Michel Houellebecq o el filósofo alemán Peter Sloterdijk. La provocación sólo
funciona con un trasfondo de miedo, de ignorancia o de confusión. En estos debates no
hay que limitarse a palabras que asustan, hay que entrar en el detalle de las técnicas,
comprender en qué conciernen a nuestro cuerpo y nuestros sufrimientos, qué
consecuencias sociales, políticas y simbólicas traen consigo.
Se sigue polemizando sobre la cuestión del estatuto ontológico del embrión: ¿a partir de
qué momento es el embrión una persona humana? Pero en la actualidad, nosotros, al
igual que algunos investigadores, debemos preguntarnos a partir de qué momento una
célula –o un grupo de células– es un embrión. Esto no es ni mucho menos evidente.
¿Dónde comienza la clonación de una “persona”? Está la posición que comparten el
Reino Unido, Corea del Sur, Bélgica, Israel, China y Japón, que consiste en establecer
una separación muy clara entre una clonación reproductiva, que debe ser prohibida, y una
clonación terapéutica, que debe ser autorizada. En Francia se ha optado por prohibir
ambas, aunque con penas diferentes [en España se ha legalizado recientemente la
investigación con células madre embrionarias]. La consecuencia es que la investigación
sobre diferentes técnicas de clonación no reproductiva, con unas aplicaciones terapéuticas
prometedoras, está paralizada.
La biología y las biotecnologías producen inquietud. Estas ciencias han conocido una
rápida aceleración y unos resultados espectaculares en unas décadas. ¿No se tiene la
impresión de que se produce una separación entre los investigadores y los profanos?
La biología, ciencia de la vida, se ha convertido en el siglo XX en una ciencia totalmente
materialista. Para los investigadores, la noción de vida, el vitalismo, con su misterio, ha
desaparecido en beneficio de un análisis del funcionamiento de los organismos como
máquinas fisioquímicas. Parece paradójico decir que las ciencias de la vida no se ocupan
de la vida, pero es bastante exacto. La biología se ocupa de los cuerpos, sin tener en
cuenta nuestra experiencia subjetiva del cuerpo y de lo vivo, y por eso nos inquieta.

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Pero estos avances de la biología no suprimen ni un ápice la belleza y la gracia de las
criaturas vivas, ni la riqueza extraordinaria de los comportamientos humanos, ni el
carácter sagrado de la experiencia humana. No impiden concebir lo que denominamos
habitualmente libertad. Creemos que la biología nos amenaza, porque fabrica artefactos
vivos. Cuando se trataba de las plantas, estas manipulaciones estaban aún muy lejos. Pero
ahora que abordamos los animales y, sobre todo, los mamíferos, están más cerca.
Las especies de animales de laboratorio son artefactos. Cuando se modifican sus genes,
se crean otros; cuando se fusionan embriones de especies diferentes, se fabrican
quimeras. La gente se pregunta si pronto vamos a realizar artefactos humanos. En efecto,
no es imposible, pero cuando la cuestión se plantee habrá que entrar en los detalles
técnicos y en sus efectos concretos. El simple hecho de modificar un gen no implica que
se haya modificado la especie humana.

¿Qué responde a quienes hablan de poshumanidad?


No me gusta esa palabra. Todas estas investigaciones no
conducen a una poshumanidad. El hombre sigue
formando parte de la naturaleza, ¿cómo podría dejar de
hacerlo? La especie humana siempre ha evolucionado a
través de sus técnicas, de la medicina, de su hábitat,
etcétera. Cómo hacer que la fabricación de niños sea
menos dolorosa y cómo controlar los nacimientos
siempre han sido las grandes cuestiones de la humanidad,
y la fabricación de un útero artificial no hace más que
proseguir estas investigaciones. Pero, pese a todo, no
transformamos radicalmente la especie humana. La
evolución biológica se realiza a lo largo de miles de años,
como mínimo, e incluso a lo largo de cientos de miles de
años.
Imaginar que se puede actuar en la misma escala de la evolución de las especies es una
visión utópica. No veo cómo podríamos intervenir en lo que va a ocurrir dentro de varios
miles de años. Hagamos lo que hagamos, siempre seguiremos dentro del marco de la
especie humana, cuya evolución biológica es muy lenta. Hablar de poshumanidad es
jugar con el miedo y la ignorancia. Esto no significa que debamos aceptar todo lo que la
técnica permite realizar, o acceder a todos los deseos de gozar del cuerpo o al
encarnizamiento procreativo.
La humanidad reflexiona sobre estas cuestiones y sobre las tecnologías de la procreación
desde siempre. El gran biólogo británico Haldane, que inventó el concepto de
ectogénesis, recordaba que el mito del Minotauro, el niño monstruoso nacido de los
amores entre Pasifae y un toro, ya lo preveía. El arquitecto Dédalo, al construir un
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artilugio para que Pasifae calmase sus deseos, logró, según el científico inglés Haldane,
“un éxito en genética experimental que la posteridad nunca ha igualado”. Haldane era
amigo de Aldous Huxley, y la ectogénesis es la técnica utilizada en Un mundo feliz, la
novela que reactualiza el mito y los peligros de un condicionamiento biológico, social y
político.
Las innovaciones técnicas traen consigo, desde los primeros hombres, efectos benéficos y
efectos perniciosos, y su uso depende en gran medida del entorno político, social y ético.
En Un mundo feliz no se cuestiona tanto la ectogénesis como la fabricación de individuos
adoctrinados desde la incubadora. En la actualidad, estas tecnologías pueden contribuir a
exacerbar un hedonismo egoísta, al tratar de manipular tanto el cuerpo de uno mismo
como el de los demás, todo esto con el trasfondo de una competición y de un
economicismo salvaje. También pueden dar a las mujeres, y a los hombres, una
existencia más agradable, exenta de varias formas de fetichismo; liberarlos de antiguos
miedos físicos, reforzar nuestras posibilidades de amor, de bienestar y de solidaridad.

A pesar de todo, con el útero artificial se transformará la relación carnal entre el niño y su
madre. El niño ya no será “la carne de mi carne”. ¿No a va a
repercutir esto en ese niño ‘externalizado’?
En efecto, es uno de los peligros. Por eso es interesante
desarrollar hasta el final la reflexión sobre la ambivalencia
de estas tecnologías, que presentan aspectos positivos a la
vez que negativos. En mi opinión, la gran cuestión que
planteará el útero artificial será la de la relación entre los
adultos y los niños. La desaparición del vínculo carnal entre
la madre y el bebé corre el riesgo de reforzar una forma de
egoísmo de los adultos y conducir a unas actitudes de
abandono de los niños, incluso a su instrumentalización.
Es en este nivel de la relación entre padres e hijos donde se
juzgará el carácter maléfico o beneficioso de esta nueva forma de concepción. Es difícil
prever lo que ocurrirá. Hoy también, decenas de miles de niños son abandonados y
maltratados. Por otro lado, el hecho de que a veces el niño cueste tanto a la madre no deja
de tener repercusiones negativas. Como ve, no es tan sencillo.
Al final de su ensayo, usted dice que la llegada de estas tecnologías nos obligará a
reflexionar sobre el género sexual. Vamos a pasar de los “estudios de género” a las
“predicciones de género”. ¿Van a evolucionar también los discursos feministas?
El estudio prospectivo se impone en cuanto se toman en serio las repercusiones de las
biotecnologías. La reivindicación feminista de “un hijo si quiero y cuando quiero”

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seguramente va a ser completada por un “como quiero”. La noción de parentesco se
volverá cada vez más social, ritual, simbólica y menos biológica.
Las representaciones de los géneros sexuales también cambiarán, en la medida en que
hasta ahora las mujeres nunca han podido liberarse de la necesidad de llevar dentro de sí
a los niños. Cuando esta necesidad haya desaparecido, la imagen simbólica de los
géneros se modificará, aparecerán nuevas entidades masculinas y femeninas, las
relaciones entre las mujeres y los hombres evolucionarán. Pero esto no quiere decir que
los géneros –y aún menos los sexos– desaparecerán, ni el deseo de las mujeres hacia los
hombres y viceversa.

El Pías Semanal, Madrid.


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