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JESUCRISTO PLENITUD DE LA
REVELACIÓN
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Universidad Católica de Trujillo “Benedicto XVI”
Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental
Tercera Unidad
PRESENTACIÓN
AUTOR
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Tercera Unidad
INDICE
1. Presentación 01
2. Índice 02
3. Indicaciones 03
4. Primer Momento: Reflexión 04
5. Introducción 05
6. Capacidades 06
7. Segundo Momento: Nivelación 07
8. Tema 1. La Divinidad de Jesús 11
9. Tema 2. Confirmación de la Divinidad de Jesús 15
10. Tema3. La Resurrección de Jesús I 30
11. Tema 4. La Resurrección de Jesús II 41
12. Tercer momento: Consolidación 51
13. Tema de reforzamiento: La Divinidad de Jesucristo 52
14. Tema de profundización: Jesús se revela como Dios 53
15. Referencias bibliográficas 54
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INDICACIONES
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PRIMER MOMENTO
REFLEXIÓN
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SEGUNDO MOMENTO
NIVELACIÓN
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ACTIVIDAD 2.1 Con las orientaciones del docente el alumno debe analizar los
textos proporcionados para luego expresarlo en mapas conceptuales.
TEMA Nº 1 LA DIVINIDAD DE JESÚS DE NAZARETH.
1. Introducción al Conocimiento de Jesús
• En caso positivo, ¿qué posibilidad tiene el hombre actual de encontrar a Jesús y conocer
la verdad entera sobre su persona y su obra?
La pregunta de Jesús a sus discípulos en Cesárea de Filipo sigue in terpelando a los
hombres de hoy , con la fuerza de ayer: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (.Mt 16.
15 ).
En primer lugar, son necesarias las actitudes de amor a la verdad y amor al bien,
hasta sus raíces últimas: el diálogo con Jesús a bre al hombre horizontes de conocimiento y
de amor divinos: «La palabra que oís no es mía, sino de] Padre, que me ha enviado» (Jn 14,
24).
Además, es necesaria una actitud de modestia y de humildad, para aceptar que Dios se
manifieste en un hombre concreto, Jesús de Nazaret, como lo encontramos en los
Evangelios. La razón está en que el amor de Dios a los hombres se manifestó históricamente
según el modo humano: 1) En la Encarnación de su Hijo; los Evangelios dan testimonio de
que el hombre Jesús es el Hijo Unigénito de Dios. 2) En la garantía divina de que la Iglesia
transmite la verdad sobre Cristo.
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a. Jesús se presenta como revelación del Dios vivo; es decir, Jesús ofrece a los hombres
el conocimiento del Dios verdadero, real v existente.
b. Jesús se presenta como el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios hecho hombre. Esto
significa el acercamiento real de Dios a los hombres, con condescendencia divina, con
abajamiento de amor, para elevar al hombre a participar de la naturaleza divina y al canzar
la vida eterna. En otras palabras, Jesús descubre lo que es el hombre al propio hombre y
trae la comunión amorosa y plena del hombre con Dios, pues «Cristo se ha unido a todo
hombre»'.
c. Jesús se presenta como el Salvador de los hombres: «El que crea y sea bautizado, se
salvará; pero el que no crea, se condenará» (Mc 16, 16).
Hay que tener en cuenta que el conocimiento racional de Jesús -el conocimiento que
nos ofrece la verificación que es propia de las ciencias históricas- no puede «demostrar» la
Divinidad de Jesús. La Divinidad de Jesús sólo se acepta por el conocimiento de fe, como
una verdad revelada por Dios a los hombres.
Ya hemos visto al tratar el tema de la Revelación divina que la fe sobrenatural es un don de
Dios por el que el hombre acepta la Divinidad del hombre Jesús: esta fe viene por el oído
que escucha la palabra de Jesús y busca asimilarla; y viene también por la vida que, con la
ayuda de la gracia, se esfuerza en seguir a Jesús, en vivir lo que Jesús enseña, lo cual
produce en el hombre una liberación gozosa del mal, del egoísmo, y de reducir la existencia
humana a una mera dimensión temporal y terrena. Pero es históricamente demostrable
que Jesús se presentó a sí mismo como Dios Salvador de los hombres, tanto en sus palabras
como en sus hechos.
Los hombres tenemos certeza científica de que los Evangelios de Jesús son relatos
históricos, veraces y auténticos, como hemos visto en el módulo Nº 2.
Además, tenemos certeza teológica, o certeza de fe, de que esos relatos han sido
inspirados por Dios; es decir, son escritos que contienen la Revelación de Dios a los hombres,
para que creamos que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombr es. En
consecuencia, desde una perspectiva científica es legítimo estudiar los Evangelios para
conocer la verdad sobre Jesús .
:
1.7 Conclusión de los estudios científicos
A1 estudiar los Evangelios se llega a la conclusión siguiente: Los Evangelios dan testimonio de
Jesús como Hijo de Dios. Además, este testimonio es múltiple; es decir, en los Evangelios se
afirma la Divinidad de Jesús por diferentes personas y de diversas maneras. Más aún: La verdad
sobre Jesús como Hijo de Dios es una verdad central de la fe cristiana, es el punto de
convergencia de todo el Nuevo Testamento
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conocer a sus discípulos que está unido al Padre con un vínculo único: «todo» lo del Padre
es del Hijo; y «todo» lo del Hijo es del Padre. En otras palabras, el Hijo es igual al Padre, el
Hijo es Dios como el Padre. También expresa que el Hijo revela al Padre como Aquel que lo
«conoce» y lo ha enviado como Hijo para «hablar» a los hombres y «lo ha dado» para la
salvación del mundo'.
Para hablar de sí mismo, Jesús utiliza frecuentemente la pro fecía mesiánica del «Hijo
del Hombre» (Dan 7, 14), mientras que los demás lo llaman «Hijo de Dios». Destacamos los
siguientes testimonios:
- en la curación del paralítico: Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5. 6-2 6;
- en el anuncio de su pasión, muerte y resurrección: Mc 8. 31-33;
- en la conversión de Zaqueo: Lc 19, 1-10;
El título «Hijo del Hombre» procede el profeta Daniel: «Seguía yo mirando en la visión
nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo a uno como Hijo del Hombre, que se llegó al
Anciano de muchos días y fue presentado ante éste. Le fue dado el señorío, la gloria y el
imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio
eterno que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan 7, 13-14).
En el arameo de la época de Jesús' el título de «Hijo del Hombre» se había convertido
para la mayor parte de las gentes en una expresión que indicaba simplemente «hombre».
Sin embargo, esta figura bíblica indica el carácter divino del Mesías prometido: a pesar de
su apariencia humana, se trata de un ser eterno que procede de Dios, que tiene el poder de
Dios y a quien todos los pueblos sirven.
En labios de Jesús, el título de «Hijo del Hombre» se enriquece y presenta un doble
significado: a) El Hijo del Hombre representa a Dios, pues anuncia el Reino de Dios, y es el
profeta que llama a la conversión. b) E1 Hijo del Hombre también representa a los
hombres, pues comparte con éstos su condición terrena v sus sufrimientos, para redimirlos
y salvarlos según el designio del Padre; se trata de un anuncio claro de la pasión.
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Jesús habla repetidas veces de la «elevación» del Hijo del Hombre, expresando también
que incluye la «humillación» de la cruz: «Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que no hago nada por mí mismo sino que según me
enseñó el Padre, así hablo» (Jn 8, 28). Jesús afirma que su «elevación» en la cruz
constituirá su glorificación. A1 abandonar Judas el Cenáculo. Jesús dice: «Ahora ha sido
glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13, 31 )
Con estas expresiones. Jesús distingue su filiación divina natu ral, que es por generación
eterna del Padre, de la filiación divina de los hombres, que es por adopción. Jesús es el hijo
«único» o «unigénito», en sentido propio y esencial. No duda en afirmar: «Todo me ha sido
entregado por mi Padre» (Mt 11, 27). A la vez, Jesús revela que los discípulos también
participan de un modo especial en la filiación divina, de la que el Apóstol Juan dirá en el
prólogo de su Evangelio: «A cuantos le recibieron (es decir, a cuantos recibieron al Verbo
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que se hizo carne), Jesús les dio poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Por eso,
siguiendo su propia enseñanza, los cristianos rezan con toda razón y confianza filial «Padre
nuestro».
Aunque en los Evangelios sinópticos Jesús jamás se define como Hijo de Dios (lo mismo
que no se llama Mesías), sin embargo acepta plenamente que los demás le llamen de este
modo`. Incluso afirma y hace comprender que es el Hijo de Dios en sentido natural, propio y
único. Como hemos visto antes, la convicción de la Filiación divina de Jesús tiene su fuente
definitiva en Dios-Padre. que da testimonio de Cristo como Hijo suyo en el Bautismo del
Jordán y en la Transfiguración. Destacamos las narraciones siguientes:
- en discusión con los judíos: Jn 10, 31-39:
- en el proceso ante el Sanedrín: Mc 14, 53-65: Mt 26, 57-68; Lc 22. 54-65: Jn 18, 12-24;
-los príncipes de los sacerdotes se burlan de Jesús precisa mente por declararse «Hijo de
Dios»: Mt 27, 41-43: Jn 19, 7.
Jesús habla de Sí mismo como enviado del Padre para liberar y salvar a los hombres:
«Yo he salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, sino que es Él quien me
ha enviado» (Jn 8, 42). Viene en la carne (Rom 8, 3), bajo la ley (Gál4, 4), para hacernos
justos (2 Cor 5, 21), enriquecernos (2 Con 8, 9) y hacer de nosotros los hijos de Dios por
medio del Espíritu Santo (Rm 8, 15). En concreto:
a. Jesús se manifiesta como la plenitud de la Revelación de Dios a los hombres: Se sabe
enviado para «anunciar el Evangelio del Reino de Dios» (Lc 4, 43). Su Persona divina, sus
hechos y sus palabras anuncian el Reino de Dios y lo hacen presente, para que el mundo sea
reconciliado con Dios y renovado'.
b. Jesús se presenta como el Salvador o Redentor de los hom bres: Se sabe enviado para
«buscar y salvar lo que estaba perdido» (Le 19, 10). Jesús ha aceptado libremente la
voluntad del Padre: dar su vida para la salvación de los hombres; se sabe enviado por el
Padre para servir y para dar su vida «por la muchedumbre» (Mc 14, 24). La parábola de los
viñadores homicidas subraya el carácter sacrificial y redentor de este envío (Ale 12, 1-12;
Mt 21. 33-46; Lc 20, 9, 19).
c. Jesús funda la Iglesia como sacramento universal de la salvación. La conciencia de su
misión salvífica implica la fundación de su Iglesia, regida por Pedro (Mt 16. 16-19) y los
Apóstoles (Mc 3, 13-19), abierta a todos los hombres (Mt 8, 11-12). Sus discípulos forman
la verdadera familia de Jesús (Mc 3, 34) y participan de su misma misión (Mi 5, 13-16: Jn
15, 16. 26-27).
d. Además, en discusión con los judíos, Jesús se identifica plenamente con la voluntad
del Padre: «He bajado del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquél
que me ha enviado» (Jn 6, 38); las palabras de Jesús son las palabras de su Padre (Jn 3, 34;
12, 49); sus obras son las obras del Padre (Jn 9, 4);
en consecuencia, puede decir: «Quien me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Véase
también: Jn 8, 16.18; 7, 28-29; 5, 36; 4, 34.
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- Cristo resucitado otorgó el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles, y a sus
sucesores, para la salvación de los hombres: «Recibid e1 Espí ritu Santo: a quienes
perdonéis los pecados, les serán perdonados» (Jn 20, 22-23).
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«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí;
al menos, creedlo por las obras» (Jn 14, 9. 11). A este respecto, comenta Juan Pablo II: «La
inteligencia humana no puede rechazar esta declaración de Jesús, si no es partiendo ya a
priori de un prejuicio antidivino. A los que admiten al Padre, y más aún, lo buscan
piadosamente, Jesús se manifiesta a sí mismo y les dice: ¡Mirad, el Padre está en mí!»'' Entre
otros, en los siguientes pasajes Jesús pide que se crea en su Divinidad:
-en el diálogo con Nicodemo: Jn 3, 15-21;
-Jesús es el pan de vida para los que creen en Él: Jn 6, 26-51;
-Jesús es el agua viva: Jn 7, 37-39;
- Jesús es la luz del mundo: Jn 8, 12-20;
-Jesús es la resurrección y la vida: Jn 11, 17-27.
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b. Simón Pedro confiesa la Divinidad de Jesús en Cesárea de Filipo: «Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios vivo». Jesús confirma de modo solemne esta declaración: «Bienaventurado
tú, Simón hijo de Juan, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado esto,
sino mi Padre, que está en los cielos» (Mt 16, 13-20). En definitiva. Jesús afirma en la
respuesta dada a Pedro, que sólo el Padre puede conceder este conocimiento al
hombre, porque sólo el Padre sabe «quién es el Hijo» (Le 10, 22). Esto es precisamente
lo que afirma Jesús en la respuesta dada a Pedro.
c. Natanael lo dice al encontrarse con Jesús: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey
de Israel» (Jn 1, 49).
d. Juan confiesa la Divinidad de Jesús en el prólogo de su Evangelio: Jn 1, 1-18. El que «se
hizo carne» en el tiempo, es desde la eternidad el Verbo mismo, el Hijo unigénito de
Dios, que trae a los hombres la plenitud de gracia y de verdad. Juan precisamente
escribe su Evangelio para que los hombres crean que Jesús es el Hijo de Dios (cfr. Jn 20,
31)
e. San Pablo resume el conjunto de su predicación en la expresión «el Evangelio de Dios
acerca de su Hijo» (Rom I, 3-9). Al hablar de la misión de Jesús dice que «Dios ha
enviado a su Hijo» (Gál 4, 4; Rom 8, 3)'6.
5. 2. Los Apóstoles le dan los títulos bíblicos que expresan la naturaleza divina de Jesús
a) el Verbo eterno: Jn 1, 1-18:
b) el Cristo o Mesías: Mi 1, 16; Hch 2, 36;
c) el Señor: Mt 3, 3,; Hch 2, 36;
d) el Cordero de Dios: Jn 1. 29:
e) el Siervo de Yahvéh: Mt 3, 17;
f) Rabbí o Maestro: Mt 9, 1;
g) Rey de Israel: Mi 2, 1-6; Le 1, 32-33;
h) Hijo de David: Mt l , 17.
5. 3. En siete ocasiones San Juan y San Pablo escriben directamente que Jesús
es Dios
a) «El Verbo era Dios» (Jn 1, 1)
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ACTIVIDAD 2.2 Analiza el texto interactúa con sus compañeros sobre lo que se ha
leído, finalmente elaborar un mapa conceptual
2.1.1 La Encarnación
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precisamente en el tiempo apostólico, en el que nacieron los textos del Nuevo Testamento
y tuvo origen la primera tradición cristiana»'.
Encarnación La doctrina de
Resurrección Jesús
Ascención
exigen exige
La divinidad de Jesús
demuestran prueban
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b. Concepto del hombre: -El hombre es criatura hecha a imagen y semejanza de Dios (Gén
1, 27). -Ha sido elevado a la condición sobrenatural de hijo de Dios (Jn 1, 12). -Vale tanto que
Jesucristo se entregó a la muerte para salvar al hombre (Rom 8, 31-39). -Lo que se haga en
favor de un hombre necesitado, Cristo lo valora como hecho a Él mismo (Mt 25, 31-46).
c. Concepto del mundo material: -Dios creó el mundo como una realidad buena (Gén 1,
31). -Ha sido redimido por Cristo (Rom 8, 19-23). -Será transformado al final de los tiempos
en «los nuevos cielos y la nueva tierra» (2 Pe 3, 13; Apoc 21, 1).
2.3.1. Definición
Se llama milagro a las acciones sensibles y extraordinarias que Jesús realiza como signos de
su Divinidad v que hacen presente la salvación. Santo Tomás define el milagro como «aquello
que se efectúa fuera del orden de toda la naturaleza creada. Evidentemen te, esto no puede
hacerlo más que Dios»'. San Agustín dice que «los milagros del Señor son signos de
misterios», «todo acontecimiento insólito que sobrepase de modo manifiesto las esperanzas
o capacidades del que lo admira»'. Desde la perspectiva de la Teología Fundamental el
milagro suele considerarse como «aquel hecho cuya realización no puede explicarse por
ninguna de las causas creadas, físicas o espirituales»`.
A1 examinar estas acciones observamos que están estructuradas por los siguientes
elementos:
a. Acciones sensibles,...: En primer lugar, para que haya milagro, se requiere que la
acción sea sensible, que sea perceptible por los sentidos de modo que podamos tener
experiencia cierta; por ejemplo, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná o la
resurrección de la hija de Jairo.
b. ... extraordinarias,...: Esas acciones sensibles deben ser extraordinarias, acciones que
«no siguen el curso ordinario de las leyes naturales»" y, en consecuencia, causan admiración
por ser inexplicables humanamente. En el milagro el hombre se encuentra ante una acción
que supera las fuerzas y las leyes de la naturaleza. Es decir, el milagro no puede ser realizado
por un simple hombre y motiva a aceptar «algo más» de lo que encontramos en el mundo.
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El milagro puede superar las fuerzas de la naturaleza en cuanto a la substancia del hecho
-por ejemplo, la resurrección de un muerto-, y en cuanto al modo de realizarlo =por ejemplo,
una curación instantánea-. Sin embargo, no parece correcto decir que esas acciones
extraordinarias están en «contraposición» con las leyes naturales, o que las anulen o
violenten, sino que implican solamente cierta «suspensión» experimentable de su función
ordinaria. Más bien hay que afirmar que los milagros están en la linea de la misma naturaleza,
aunque por encima de la capacidad normal de actuar de ésta. El milagro no introduc e «un
desorden en el mundo creado», sino un «orden superior»`.
En otras palabras: cuando hace un milagro, Jesús activa las fuerzas de la naturaleza
mediante su intervención divina, y produce un efecto que va más allá de la posibilidad
normal de acción de la naturaleza. Esto no elimina ni frustra la causalidad que Dios ha
comunicado a las cosas en su creación, ni viola las «leyes naturales» establecidas por Él
mismo e inscritas en la estructura de lo creado, sino que exalta y, en cierto modo,
ennoblece la capacidad de obrar de la naturaleza, como sucede precisamente en las
curaciones descritas en el Evangelio; por ejemplo, dar vista a un ciego de nacimiento, o dar
fuerza instantánea a los miembros tullidos de un paralítico.
c. ... producidas por Dios...: Para que haya milagro, debe excluirse la posibilidad de que esa
acción admirable pueda ser ocasionada por fuerzas ocultas desconocidas o por la acción del
demonio. Desde esta perspectiva, el milagro es un signo externo y objetivo de la acción de
Dios en el mundo y, en concreto, de la credibilidad de la Revelación sobrenatural y de la
Divinidad de Jesús. Como afirma el Concilio Vaticano I, los milagros «son signos certísimos
de la Revelación divina acomodados a la inteligencia de todos»". En definitiva, los milagros
externos y palpables están ordenados por Dios para probar una verdad de fe y, en primer
término, la Divinidad de Jesús.
En cuanto «hechos», los milagros «pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son
creíbles en la misma y aún mayor medida que los contenidos en otras obras históricas. Está
claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos, ya de historia ya de fe, radica
en el prejuicio antisobrenatural... Es el prejuicio de quien quisiera limitar el poder de Dios, o
restringirlo al orden natural de las cosas, casi como una auto-obligación de Dios de ceñirse a
sus propias leyes. Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y
teológica de Dios, Ser infinito, Subsistente y Omnipotente, que no tiene límites, salvo en el
"noser" y, por tanto, en el absurdo»`.
d. ... como signos de salvación: En armonía con las demás acciones, los milagros de Jesús
son signos de salvación: mediante
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Curacione s de personas
La suegra de Pedro 4 38-39 -
El c riado Malco T2-41 22 50-51 -
La mujer cananea - -
Un leproso 5 12-16 -
Diez lepro sos - - 17 12-19 -
El c riado del centurión 8 5-13 - 7 1-10 4 46-54
El paralitico de Cafarnaum 9 2-8 2 1-12 5 16-26 -
El paralítico de la piscina Bet
zata 5 1-IS
El hombre de la mano seca 12 9-13 3 1-6 6 6-11
La hermorroísa de Cafarnaum 9 20-26 525-34 843-48 -
Dos ciegos 9 ?7_31 - _ _
El endemoniado ciego y mudo 12 22-30 - - _
Dos ciegos de Jericó 20 29-34 1046-52 1 18 35-43
El ciego de Betsaida ~ g 22_26
El ciego de nacimie nto en Je ru
salén _ 9 1-12
La mujer encorvada - ¡ - 13 10-17 -
Un hidrópico -' - 14 I-6 -
Un sordomudo cerca de Sidón ~ ~ 7 31-37 _
Un muchacho lunático , - 17 14-18 9 14-29 9 37-4? -
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a. Jesús manifiesta que tiene un poder que corresponde a Dios, no a un simple hombre, en
los siguientes milagros: en la curación del leproso que, rogándole de rodillas, le decía: «Si
quieres, puedes limpiarme». Jesús respondió: «Quiero, sé limpio. Y al instante desapareció
de él la lepra y quedó limpio» (Mc 1. 40-42); en la resurrección de la hija de Jairo: «Niña, a
ti te digo, levántate. Y al instante se levantó la niña y se puso a andar» (Mc 5, 41-42); en la
resurrección de Lázaro: Jesús «gritó con fuerte voz: Lázaro, sal afuera. Y salió el que estaba
muerto» (Jn 11, 43-44).
b. Muchos contemporáneos de Jesús reconocen su Divinidad al ver los milagros que
hacía: los Apóstoles, al ver a Jesús andar sobre las aguas, le adoran y confiesan:
«Verdaderamente eres Hijo de Dios» (Mt 14, 33); las muchedumbres creyeron que venía de
parte de Dios (Jn 2, 23); Nicodemo. - «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como
Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él» (Jn 3, 2);
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incluso sus enemigos temen que las muchedumbres creerán en Él a causa de sus milagros
(Jn 11, 47-48).
Los milagros son "señales" mediante las cuales Jesús revela su obra divina de salvación.
En concreto, Jesús se presenta como el Salvador de los hombres respecto al pecado, al
demonio y a la muerte.
a. La salvación del pecado se revela de un modo particular en la curación del paralítico
de Cafarnaum: «Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son
perdonados» (cfr. Mc 2, 1-12).
b. La salvación del poder del demonio está significada en los milagros en los que Jesús
arroja a los «espíritus inmundos» que pueden dañar al hombre co n las tentaciones al
pecado; por ejemplo, la curación del endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20). Jesús tiene
poder sobre el primer autor del pecado en la historia del hombre: «Sal, espíritu inmundo,
de este hombre», conmina Jesús; y al sentirse amenazado por Cristo, el demonio grita
contra Él:
«¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?». La malicia del demonio queda
de manifiesto en su insistencia en dañar a los cerdos, ya que no puede seguir dañando al
geraseno por la acción de Jesús.
c. La salvación de la muerte, dramática consecuencia del pecado, está significada en las
resurrecciones --del hijo de la viuda de Naím, de la hija de Jairo y de Lázaro-.
Particularmente la re surrección de Lázaro (Jn 11, 1-45) es «como un "preludio" de la cruz y
de la resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y la
muerte»".
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b. La conversión del agua en vino en Caná de Galilea (in 2, 1-11) inaugura la nueva
creación, la de la gracia. La presencia de Jesús en las bodas de Caná es signo del sacramento
del matrimonio, en el que Cristo bendice el amor entre hombre y mujer. Por voluntad de
Jesús, el matrimonio de los cristianos es el sacramento que actualiza y manifiesta la unión
irrevocable, fiel y amorosa de Jesús con la Iglesia".
c. La curación del paralítico (Mc 2, 1-12) es un signo del poder de Jesús de perdonar
los pecados, por la conexión que hay entre la curación de la enfermedad y la gracia que
libera del pecado: «¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados; o
decir: levántate, toma tu camilla y anda?» (Mc 2, 9). También es un signo del sacramento
de la Penitencia, pues Jesús transmitió el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles y a
sus sucesores en el ministerio sacerdotal (Jn 20. 22-23).
d. E1 milagro de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15) realizado cerca de
Cafarnaum el día anterior a la promesa de la Eucaristía (Jn 6, 22-59), es un signo de este
sacramento. Jesús llama la atención sobre la necesidad de procurarse «el alimento que
permanece hasta la vida eterna», mediante la fe «en Aquel que E1 ha enviado» (Jn 6, 29); y
habla de Sí mismo como del Pan verdadero que «da la vida al mundo» (Jn 6, 33) y también
de que Él da su carne «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús anuncia su pasión y muerte
salvífica, haciendo referencia a la Eucaristía. que Él había de instituir el día anterior a su
pasión, como el sacramento-pan de vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6, 5455).
2.4. 5. Signos de la presencia de Jesús en la Iglesia
Los milagros de Jesús también son signos de su presencia constante en la Iglesia.
a. La tempestad camada (Mc 4, 35-41) en el lago de Genesaret es signo de la presencia
constante de Cristo en la «barca» de la Iglesia; en la pregunta a los discípulos: «¿Por qué
tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4, 40), se ve «la voluntad de Jesús de inculcar en los
Apóstoles y discípulos la fe en su propia presencia operante y protectora, incluso en los
momentos más tempestuosos de la historia, en los que se podría infiltrar en el espíritu la
duda sobre la asistencia divina»`.
b. Su caminar sobre las aguas (Mc 6, 45-52) es otra señal de su presencia y asegura
una vigilancia constante sobre sus discípulos y su Iglesia: «Soy yo, no temáis», dice Jesús a los
Apóstoles que lo habían tomado por un fantasma.
c. Las pescas milagrosas (Lc 5, 1-11; Jn 21, 1-14) son para los Apóstoles y para todos
los miembros de la Iglesia señales de la fecundidad evangelizadora y apostólica, si los
fieles se mantienen unidos al poder salvífico de Cristo; en la primera pesca Jesús dice a Pedro
que, en adelante, será «pescador de hombres» (Le 5, 10); tras la pesca que tiene lugar
después de la Resurrección, Jesús dice a Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (Jn 21, 17).
2.4. 6. Signos del amor de Dios hacia los hombres
Los milagros de Jesús narrados en los Evangelios revelan el amor misericordioso de Dios
proclamado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento ='. Se puede decir que los milagros de
Jesús tienen su fuente en el corazón misericordioso de Dios, que vive y vibra en el corazón
humano de Jesús, quien realiza los milagros «para superar toda clase de mal existente en el
mundo: el mal físico, el mal moral -es decir, el pecado- y, finalmente, para superar a aquel
que es "padre del pecado" en la historia del hombre, Satanás» .
Los milagros de Jesús son «para el hombre», especialmente para el bien físico v
espiritual de los que sufren. Ningún milagro ha sido realizado por Jesús en beneficio personal
ni para castigar a nadie, aunque fuese culpable -por ejemplo, la curación de la oreja de Malco
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en el huerto de los Olivos (Lc 22, 51)-; por el contrario, los milagros de Jesús son acciones
que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde anida
el mal; quienes los presencian se dan cuenta de ello y dicen admirados: «todo lo ha hecho
bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 37).
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generación en generación realizan esos milagros como "prolongación" de los milag ros de
Jesús v. consiguientemente, como llamada continuada a la conversión y a la fe.
a. Milagros de los Apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de
que «los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo» (Hch 5; 12)
«en el nombre de Jesucristo». Por ejemplo, Pedro curó a un paralítico de naci miento en
Jerusalén (Hch 3, 1-11), a numerosos «enfermos y poseídos del espíritu inmundo» (Hch 5,
l6), al paralítico Eneas en Lida (Hch 9, 32-35) y resucitó a la cristiana Tabita en Joppe (Hch
9, 36-42). El diácono Esteban realizó «grandes prodigios y signos» (Hch 6, 8). Pablo curó
en Listra a un hombre cojo de nacimiento (Hch 14, 8-10), hizo muchos milagros en Éfeso
(Hch 19, 11) y resucitó a Eutico en Tróade (Hch 20, 9-12).
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- La destrucción del Templo de Jerusalén (Mt 24, 2. 15-20; Me 13, 14-19); cfr. Catecismo, n.
585.
- La perennidad de la Iglesia (Mi 16, 18).
- La persecución de sus discípulos (Mt 10, 16-28; Jn 15, 20; 16, 2-4).
- El fin del mundo con la resurrección de los cuerpos (Mt 22, 23-33; 2S, 46; Jn S, 28-30).
- El juicio universal (Mt 16, 27; 25, 31-46).
En el Antiguo Testamento hay numerosas profecías que seña lan notas características
del Mesías o Salvador que Dios promete enviar a la tierra (cfr. Catecismo, nn. 64 y 489). Los
autores dan la mayor importancia a las profecías siguientes, cuyo cumplimiento tiene lugar
en Jesús:
- El anuncio de la redención salvadora en el relato del pecado original (Gén 3, 9-15).
- El Emmanuel (Isalás 7, 14). - El Dios fuerte (Isaías 9, S).
- El árbol de Jessé (Isaías 11, 1-3).
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ACTIVIDAD 2.3 Leer y analizar el tema propuesto para luego elaborar un mapa semantico.
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destruido»; Juan anota que Jesús «hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó de
entre los muertos, se acordaron sus discípulos que había dicho eso, y creyeron en la
Escritura y en las palabras que había dicho Jesús» (Jn 2, 19-22).
b. Jesús también manifiesta con sus hechos que tiene poder sobre la vida y sobre la
muerte, y muestra que tiene este poder al resucitar a la hija de Jairo (Mc 5, 39-42), al joven
de Naím (Le 7, 12-15) y, sobre todo, al resucitar a su amigo Lázaro (Jn 11, 42-44); esta
resurrección se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio y una prefiguración de la
Resurrección de Jesús; en las palabras dirigidas a Marta, afirma Jesús: «Yo soy la
resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá eternamente» (Jn 11, 25-26).
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Fue un hecho público, presenciado por numerosas personas y certif icado por la
autoridad romana: Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión,
le preguntó si efectivamente había muerto. Cerciorado por el centurión, entregó el cuerpo a
José» de Arimatea (Mc 15, 44-45; cfr. Jn 19, 30-37; Me 15, 33-41. Cristo experimentó la
muerte humana. Y si Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre, cuando expiró Cristo no murió
un simple hombre: murió Dios, murió el Hijo de Dios en su naturale za humana, en el modo
de ser humano que el Hijo de Dios tomó para sí en la Enc arnación.
3.2. 2. Jesús fue sepultado realmente
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«infiernos». No se trata aquí del estado de condena eterna, sino del descenso al «lugar de
los muertos», «país de la muerte» o «lugares inferiores», para comunicar la felicidad del
cielo a todos los hombres justos con los que, en cuanto al cuerpo, Jesús comparte el estado
de muerte.
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' Las principales apariciones de Jesús documentadas en la Sagrada Escritura son las
siguientes:
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El primer testimonio escrito es del año Si: El primero y más antiguo testimonio escrito
sobre la Resurrección de Cristo se encuentra en la Primera Carta de San Pablo a los
Corintios, escrita en Éfeso hacia la Pascua del año 57. En ella el Apóstol recuerda a sus
destinatarios: «Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día,
según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más
de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros
murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último lugar
a mí, como a un abortivo» (1 Cor 15, 3-8).
Pablo habla aquí de la tradición viva de la Resurrección, de la que él había tenido
conocimiento hacia el año 36 0 3, tras su conversión a las puertas de Damasco (cfr. Hch 9,
3-18), con lo que este testimonio se remonta a sólo seis o siete años después d e la
Resurrección. Este conocimiento fue confirmado posteriormente por Pablo en Jerusalén por
medio de testigos presenciales de la Resurrección: los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, como
precisa en su Carta a los Gálatas (1, 1 8 ss.). En su relato, San Pablo recurre a los testigos a
los que Cristo se apareció personalmente.
Ante la fuerza de los testimonios históricos sobre la Resurrección de Jesús, que acabamos
de ver, carecen de credibilidad las hipótesis que no reconocen la Resurrección como un hecho
histórico. Las más difundidas son las siguientes:
a. Teoría del recuerdo: Algunos entienden que la Resurrección no sería otra cosa que
una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras su muerte (estado
de vida, y no de muerte); es decir, entienden la Resurrección de Jesús como un mero
recuerdo que permanece vivo en una serie de personas.
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b. Teoría del influjo: Otros reducen la Resurrección al influjo que, tras su muerte. Cristo
ejerció, e incluso reanudó con nuevo e irresistible vigor, sobre sus discípulos.
Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la Resurrección,
considerándola solamente como «el producto» del ambiente psicológico formado en los
discr'pulos de Jerusalén. Pero estas hipótesis no hallan comprobación en los hechos. Más
aún; son crítica e históricamente insostenibles. Por el contrario, los hechos comprobados
contradicen esas hipótesís'.
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a. 2) No pudo ser obra de los discipulos: «se encontraban tristes y llorosos» (Mc 16, 10);
tenían «miedo a los judíos» (Jn 20, 19); estaban temerosos, turbados y asustados; tenían una
profunda depresión moral y derrumbamiento de ánimo. Robar el cuerpo de Jesús y anunciar
con falsedad que había resucitado, es impensable e iba en contra de la sinceridad que les
había enseñado su Maestro. Además, los testimonios históricos afirman que los discípulos se
quedaron muy sorprendidos al comprobar que el sepulcro estaba vacío.
a. 3) No fue robado por ladrones.- los lienzos _v el sudario con el que cubrieron el
cuerpo de Cristo estaban en el sepulcro. De robarlo, era más lógico sacarlo con las ropas que
le cubrían. Sin embargo:
- Los lienzos estaban depósitdos (Jn 20. 6) _ «colocados», «dispuestos»: el texto
evangélico parece sugerir que el lienzo superior estaba doblado o «caído» sobre el lienzo
inferior: es decir. los lienzos habían quedado aplanados y como vacíos al resucitar v
desaparecer de allí el cuerpo de Jesús; no estaban desordenados ni tirados por el suelo, como
dicen algunos.
-El sudario que envolvía la cabeza permaneció involutum (Jn 20, 7) _ «envuelto»,
«enrollado» en otro sitio, lo que sugiere el sudario conservaba todavía su forma de envoltura,
probablemente debido a la tersura producida por los ungüentos, y permaneció como si la
cabeza de Jesús hubiese desaparecido sin desenvolver el sudario
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Del hecho de la Resurrección de Jesús se derivan unas consecuencias que vamos a perfilar
brevemente (cfr. Catecismo, nn. 651-658).
Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres". La
víspera de su pasión, en la oración sacerdotal dijo Jesús: «Padre... glorifica a tu Hijo para que
tu Hijo te glorifique a ti. Y para que, según el poder que le has dado sobre toda carne, dé
también vida eterna a todos los que tú le has dado» (Jn 17, 1-2). Esta «vida nueva» o «vida
eterna», que se concede a los creyentes en virtud de la Resurrección de Jesús, consiste en la
liberación del pecado y en la participación en la vida nuera de la gracia. Estos frutos de la
Resurrección de Jesús se aplican a los hombres en el Bautismo: «Fuimos con Él [Cristo]
sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de
entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así nosotros vivamos una vida nueva»
(Rom 6, 4).
Esta vida nueva manifiesta la filiación adoptiva, es decir, que los bautizados han sido
constituidos en hijos de Dios. Lo afirma San Pablo en estos términos: «Envió Dios a su Hijo...
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La
prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su
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Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también
heredero por voluntad de Dios» (Gá14, 4-7). Esta filiación de los bautizados es un don real,
una verdadera participación en la vida divina.
Otra consecuencia o fruto de la Resurrección es que Cristo vive en los cristianos como
fuente de santificación; es decir, Cristo «diviniza» todos los ám bitos de la vida del cristiano`.
Ya lo había prometido Cristo el día de la última Cena: «Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23)". Esta
certeza le lleva a decir a San Pablo: «Con Cristo estoy crucificado: y ya no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en rm: La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2. 20). Como el Apóstol, también cada
cristiano, aunque vive todavía en la carne, en la vida terrena, ha sido capacitado y llamado
para vivir aquí en la tierra la vida sobrenatural, porque el Cristo vivo, el Cristo resucitado, se
ha convertido en principio vivificador de todas sus acciones mediante la acción del Espíritu
Santo en las almas. Por eso se ha podido decir que «la divinización redunda en todo el
hombre como anticipo de la resurrección gloriosa»' =.
Lo propio y específico del cristiano es vivir la vida de Cristo, es decir, dar sentido divino a
todos los afanes y quehaceres terrenos. Esta certeza sostiene a cada cristiano en los trabajos
y sufrimientos de esta vida, tal como aconseja Pablo a su discípulo Timoteo: «Acuérdate de
Jesucristo, resucitado de entre los muertos... Por eso, todo lo sobrellev o por los elegidos,
para que también ellos alcancen la salvación, que nos llega por Cristo Jesús, junto con la
gloria eterna. Podéis estar seguros: si morimos con Él, también viviremos con Él; si
perseveramos, también reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si no
somos fieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2, 8 -13).
3.6.6. La Resurrección afecta a toda la creación
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una participación en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Como leemos en la Carta a
los Romanos, «la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento
presente. Y no sólo ella, sino que nosotros, que tenemos ya las primicias del Espíritu,
también gemimos en nuestro interior aguardando la adopción de hijos, la reden ción de
nuestro cuerpo» (Rom 8, 22-23). La redención realizada por Cristo comporta la
«restauración de todas las cosas» (Hch 3, 21), la «recapitulación» de todas las cosas en
Cristo (Ef l, 10). Esta verdad la expresa el Concilio Vaticano II al afirmar que «el universo
entero, que está íntimamente unido con el hombre y por él alcanza su fin, será perfe ctamente
renovado en Cristo»`.
La «restauración» y la «recapitulación» de todas las cosas en Cristo supone «informar el
mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas»"; en
otras palabras, supone que los cristianos, y de un modo peculiar los laicos, están llamados a
«llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al
laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y
a los senderos de montaña»`.
Dice Mussner, tras el estudio que hace de la resurrección en el Antiguo Testamento, "en el
judaísmo tardío no se concibe ciertamente el estar con Yahvé de un modo definitivo, si no es
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contando con la resurrección de entre los muertos, perteneciendo como pertenece el cuerpo
a la esencia del hombre`. Lo mismo afirma Díez Macho s. Con la mentalidad del judaísmo
tardío, recuerda también González Gil, no se concibe una salida del Sheol que no sea también
una salida del sepulcro'. Por ello Ramsey reconoce que los apóstoles no habrían creído en la
resurrección de Cristo si hubieran encontrado su cuerpo corrupto' °. Esto es tan claro que Léon
Dufour se ve obligado a decir: "si hubieran encontrado el cadáver en el sepulcro, no habrían
podido admitir la resurrección y anunciarla a sus contemporáneos" ".
El sepulcro vacío es, ciertamente, insuficiente para probar la resurrección de Jesús. Es,
como dice J. Guitton, una huella negativa que necesita de las apariciones de Jesús para poder
llegar a la certeza'z. Ciertamente los apóstoles no creen por el sepulcro vacío, pero no pueden
creer sin el sepulcro vacío.
Lo que definitivamente les da la certeza de la resurrección es el encuentro con Cristo
resucitado. Pero estas apariciones, ¿fueron encuentros objetivos con el Señor o, más bien,
visiones de tipo subjetivo? Tal como las narran los evangelios, no hay duda alguna de que
fueron encuentros objetivos.
El verbo griego que normalmente se emplea para describir las apariciones es ophzé (se
dejó ver); pero en muchos casos los verbos usados son de la raíz faino o fanero que
significan, literalmente, mostrarse visiblemente (He 10,40; Mc 16,9; Lc 24,31). Pedro dice en
el discurso del día de pentecostés que "Jesús se les manifestó visiblemente" (He 10,40).
En otras ocasiones se emplean verbos que tienen el significado de col ocarse o situarse
espacialmente: "se colocó en medio de ellos" (Lc 24,36; Jn 20,19.26; Mt 28,9; He 1,3).
Es el caso que los apóstoles tienen visiones subjetivas de tipo diurno y, sobre todo,
nocturno, y a éstas les dan el nombre de hórama (He 11,5.10.17.19), que nunca emplean
para designar los encuentros con Jesús resucitado ' 3. Entre estas visiones de tipo interior
encontramos en Pablo una cristofanía (He 22,17-21); pero Pablo la describe como un arrebato
de éxtasis y no la coloca en modo alguno en la lista de las apariciones de 1 Cor 15,3-8, en la
que sin embargo incluye la aparición de Damasco. En 2Cor 12,1 Pablo se excusa de hablar de
sus "visiones", mientras que del encuentro de Damasco habla sin excusa alguna (1 Cor 9,1;
15,8; Gál 1,25ss). Por ese encuentro de Damasco fue constituido apóstol, y por él se presenta
como testigo de la resurrección de Cristo (1Cor 15,8), aunque lo posponga a las apariciones
concedidas a los apóstoles.
Por otro lado, los discípulos de Cristo se dedican a dar testimonio de l a resurrección; y sabido
es que dicho término (martyría) sólo se utiliza respecto de lo que se ha visto u oído
externamente, no respecto de impresiones subjetivas". En este sentido vemos a los discípulos
de Jesús decir ante el sanedrín: "Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído" (He
4,20).
En una palabra, los mismos apóstoles distinguen las visiones puramente interiores de los
encuentros con Jesús resucitado.
¿Se podría pensar que la descripción de las apariciones en los evangelios son mero género
literario, es decir, una forma literaria de expresar lo que no es sino una impresión interior?
Respecto de esto . tenemos que decir en primer lugar que en el libro de los Hechos, en el
kerigma (predicación) escueto y sucinto, en el que no caben géneros literarios, se dice que
"Jesús se apareció visiblemente... a nosotros, que comimos y bebimos con él" (He 10,41).
Aparte de esto se dice que en las apariciones hubo por parte de Jesús una instrucción "sobre
la cosas del reino" (He 1,3).
Es también de pensar que, si los evangelistas hubieran caído en la tentación de
materializar gráficamente el cuerpo y las apariciones de Jesús, ¿por qué no cayeron también
en la tentación de describir el hecho mismo de la resurrección como lo hicieron los apócrifos?
La sobriedad de los relatos evangélicos es enorme; comparada en este aspecto con los
evangelios apócrifos.
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Por otra parte, el misterio sigue estando presente en los relatos evangélicos de las
apariciones. Estas nos sitúan ante una realidad misteriosa, nueva respecto a la historia normal
de los restantes hombres v del mismo Jesús antes de su muerte. Los discípulos no pueden
disponer de la presencia corporal de Jesús: aparece y desaparece repentinamente, sin que
pueda saberse de dónde viene _v a dónde va. No le puede ver quien quiere y cuando quiere.
No es visible, si él mismo no se hace visible. De Lázaro se podía disponer; de Jesús, no. La
descripción del trato con Jesús resucitado no elimina, por tanto, el misterio. Estamos ante
algo insólito, difícilmente imaginable para quienes carecían por completo de una experiencia
análoga.
En los encuentros con Jesús, los apóstoles dudan en un primer momento; pero está de
sobra todo tipo de especulación sobre la apariencia de Cristo resucitado, ya que se trata no
de un cuerpo terrestre, sino de uno celeste (pneumaticon, dirá san Pablo en I Cor 15,40), es
decir de un cuerpo espiritualizado. De lo que no cabe duda, de todos modos, es que los
apóstoles le reconocen. Se trata en todo caso, de un signo externo que les interpela, por que,
al tiempo que lo constatan (y sin esta constatación nunca habrían llegado a la fe), la gracia les
solicita interiormente para la decisión de fe.
Hay, pues, unas huellas objetivas de la resurrección por las que ésta ha podido ser
conocida. Cierto que la resurrección de Jesús no es como la de Lázaro. Lázaro vuelve a la vida
normal y tiene que morir de nuevo; Jesús resucita con su cuerpo glorioso no sometido ya a la
muerte. Su resurrección es definitiva, escatológica; su cuerpo está espiritualizado, no
sometido a las leves físicas de este mundo. Por ello con razón se dice que la resurrección de
Jesús es "metahistórica", si bien ha dejado huellas en la historia (sepulcro vacío y
apariciones), a través de las cuales puede ser conocida. Cristo resucitado, que tiene de suyo
un cuerpo no visible ni espacial, en ciertos momentos se deja ver, haciéndolo visible con el fin
de confirmar a los suyos en la fe.
La contradicción que a veces se pretende ver en el hecho de que algún evangelista sitúe
las apariciones en Galilea v otros en Jerusalén es meramente aparente. Mateo sólo trae una
aparición en Galilea (Mi 28,16-20); Lucas sólo aporta apariciones en Jerusalén (Le 24,21-29).
Juan trae apariciones en Jerusalén y en Galilea, y también Marcos parece aludir a ambos
lugares.
Estas diferencias se explican por la selección que cada evangelista hace de los relatos con
vistas a su intención teológica. Mateo, que centra sobre todo su evangelio en Galilea y en la
predicación de Jesús, peca de un constante galileísmo, de todos conocido. Lucas, por su parte,
centra su evangelio en Jerusalén, y también en Jerusalén inicia la historia de los hechos de los
apóstoles. Como dice Alarlé, "todas estas diferencias no ofrecen mayores dificultades de las
que presenta cualquier relato sobre un mismo hecho transmitido por diversos testigos. No es
necesario un esfuerzo excesivamente grande para suprimir un cierto número de estas
contradicciones, más aparentes que reales, pues son debidas a los diferentes puntos de vista
o distinto enfoque teológico del evangelista"
Pero estos relatos del sepulcro vacío y de las apariciones, ¿son dignos de crédito?'~.
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Ni incluso respecto del Mesías era previsible una resurrección. Habría sido necesario que
en el Antiguo Testamento hubiese profecías claras de una resurrección como ésta tal como la
confiesan los apóstoles, y que, además, fuesen así entendidas por los doctores de la ley y los
judíos piadosos de aquel tiempo. Cosa distinta es que, una vez conocido el hecho de la
resurrección de Jesús, se iluminen ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como el salmo 16
que Pedro utiliza en su discurso (He 2). Por sí solo, el Antiguo Testamento no proporcionaba
ciertamente mucha luz en torno a una resurrección del Mesías, que previamente hubiese
conocido, además, una muerte de cruz. Las mismas predicciones de Jesús no habían sido
entendidas por sus discípulos.
Hay también un detalle que garantiza por completo la fiabilidad de los relatos sobre la
resurrección, y es el hecho de que él hallazgo del sepulcro vacío y las primeras apariciones
hayan sido concedidas a unas mujeres. Es algo que no se comprende si se tiene en cuenta la
mentalidad judía sobre la mujer y la invalidez de su testimonio en aquella cultura. Pensemos
además la importancia que tienen para los apóstoles el hecho de la resurrección y la
verificación de la misma. Como vimos, en la confesión de 1Cor 15,3-8, no aparecen las muje-
res, porque ahí vienen sólo los testigos cualificados de la resurrección. Sin embargo, los
evangelios, al narrar los hechos, mencionan en primer lugar una aparición a las mujeres, cuyo
testimonio carecía en aquel tiempo de valor alguno. ¿Por qué, pues, favorecer a las mujeres
con esta primera aparición? Sólo por fidelidad histórica se puede explicar un hecho así.
Otro elemento que resulta también inexplicable es el mal lugar en el que quedan los
apóstoles. Los valientes pregoneros de la resurrección en el libro de los Hechos aparecen en
los evangelios como hombres desconcertados, incrédulos y dominados por la depresión. Jesús
los trata de insensatos y lerdos (Lc 24,25), incapaces de creer en la función salvífica de la
~muerte de Jesús. Ellos esperaban otra cosa: "nosotros esperábamos que él había de dominar
a Israel" (Lc 24,12-13). El mismo Lucas relata la mentalidad de los discípulos, que todavía
preguntan a Jesús resucitado si es ahora cuando va a restablecer el reino de Israel (He 1,6).
Los apóstoles sienten miedo en el primer momento de las apariciones y tienen dudas
(Lc 24,37-38; Jn 20,19-23). Aparecen más bien como personas que no esperaban nada; que
no contaban con la resurrección de Jesús, como no contaban con su muerte. La postura de
Tomás raya en la incredulidad (Jn 20,21-28). Dice Mateo de los apóstoles que le vieron en
Galilea: "Y en viéndole le adoraron; ellos que antes habían dudado" (Mt 28,17). Marcos
refiere cómo Jesús les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.
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No cabe, pues, que hayan sido inventados por la comunidad textos en los que sus
jefes aparecen totalmente desprestigiados. Aparecen siempre en un contexto que les
desprestigia y denigra.
La discontinuidad salta también a la vista cuando observamos la sobriedad con la que
se relata el hecho de la resurrección: "Se nos ha aparecido, lo hemos visto". A pesar de l
atractivo mítico o teológico que podría representar la resurrección, no se la describe nunca
como tal. "Y es que nadie, dice González Gil, ni los mismos "testigos de la resurrección" ni las
piadosas mujeres que tan de mañana fueron al sepulcro, pensaron jamás en decir que la
habían presenciado" ' 8. Los apócrifos fueron ciertamente los que cayeron en la tentación de
escribir el hecho de la resurrección. Por ello pensamos que, de haber sido inventada, nada
hubiese costado describirla. ¿Por qué no lo hicieron los evangelistas?
El hecho es que un acontecimiento como éste de la resurrección gloriosa sólo ha sido
relatado una vez y respecto de Jesús. De haber sido inventado, no se explica cómo el suceso
no se prodigó respecto de otros personajes bíblicos. "Esto parece más claro si se tiene en
cuenta la tendencia, en el campo de lo misterioso y lo mítico, a dejar correr la fantasía a
rienda suelta, a exagerar ilimitadamente, a imaginar aún lo más exorbitante".
Por ello se dedican ahora a anular la sentencia del sanedrín. Ellos dan testimonio con un
sentido jurídico: ése que condenasteis ha resucitado, la condena ha sido rescindida. l' de tal
manera se dedican a proclamar la resurrección de Jesús que el kerigma primitivo
(predicación) corrió el riesgo de olvidar la carrera terrena de Jesús.
¿Cómo explicar también el cambio de actitud de los apóstoles, los cuales antes de la
resurrección temen el viaje a Jerusalén (Me 10,34) y huyen de Getsemaní (Mc 14,50; Mt
26,56)? Pedro niega que sea discípulo de Jesús (Mc 14,66-72), y ahora lo vemos diciendo que
es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres; y esto lo dice ante el sanedrín (He 5,29-
32). Los encontramos alegres de sufrir ultrajes y flagelación por el nombre de Cristo (He 5,41).
De tal modo ha cambiado su actitud, que se dedican a dar "el testimonio" (He 4,33) como una
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acción judicial, proclamando ante los jueces de Israel que Dios, al resucitar a Cristo, ha
rescindido su sentencia (He 3,14-15; 5,30-32; 10,39ss.; 13,27-31).
Además se establecen en Jerusalén, proclamando el escándalo de la cruz y anunciando
a un Mesías, glorioso sí, pero ausente y sustraído a sus ojos (He 1,6-9). Todo esto exige una
explicación, como lo exige el hecho de que los apóstoles aceptaran la idea de un Mesías
ignominiosamente crucificado, "escándalo para los judíos" y para ellos mismos (Mc 8,32-33;
Mt 16,21-23), hasta el punto de que la muerte de Jesús había causado un eclipse en su fe en
él (Mc 14,27; Mt 26,31; Lc 24,19-21). Ellos pensaban, como los judíos de su tiempo, en un
Mesías glorioso en el sentido terreno del término, y esperaban reinar con él. La resurrección
renovó su fe en el mesianismo de Jesús v dio coherencia a ciertas expresiones suyas que
resultaban para ellos enigmáticas.
El cambio de Pablo es también un hecho extraordinario que exige explicación. De
perseguidor de la Iglesia, Pablo se convierte de pronto en el gran apóstol de Cristo, en el
hombre providencial para defender la vertiente universal del mensaje de Cristo v liberarlo de
la estrechez de la ley, hasta el punto de que su teología y actividad apostólica están centradas
en el encuentro con la persona de Cristo.
Es preciso explicar también el comportamiento de la Iglesia primitiva. Se ha enfrentado
(siendo judía en su origen) al escándalo de un Mesías crucificado. Ha ido sinagoga por
sinagoga predicando dicho escándalo. Es preciso caer en la cuenta de lo que esto supone para
los judíos. Presentan un Mesías puramente religioso, ausente hasta la restauración de todas
las cosas (He 3,31).
Mayor dificultad tiene la predicación de Jesús como Hijo de Dios en un ambiente tan
ceñido al monoteísmo. Siguen predicando el monoteísmo v, a pesar de ello, confiesan que
Jesús es Dios. ¿Cómo explicar esto? No lo explican; pero lo predican. Se necesitarán siete
siglos hasta que se encuentren las fórmulas apropiadas. Se han metido en un enorme
problema. Pero ellos no tienen ninguna duda: Jesús es Dios, es el Hijo de Dios.
Renuncian al culto del templo y a la ley de Moisés. Ello constituyó la gran batalla de los
primeros años. Costó sangre, vacilaciones, dudas, luchas, concilios. Pero la fe en Cristo
resucitado era tan fuerte que todos habían comprendido que la Antigua Alianza había cesado.
La destrucción del templo será un símbolo de todo ello.
Todos estos obstáculos fueron superados en menos de una generación. Era imposible
imaginar cosa semejante al día siguiente de la muerte de Jesús, cuando la ley había
sentenciado su "impostura".
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la gloria: "Había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). Veamos en
concreto las dimensiones salvíficas de la resurrección de Cristo.
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De momento, sabemos que no hav mal injusto que dure toda la eternidad, pues en
el cielo desaparecerá toda sombra de sufrimiento. Es curioso que los cristianos, más
bien, estamos resignados a ir al cielo, como si la finalidad última de esta vida no fuese
otra que la de instalarse lo más cómodamente posible para pasar felizmente el res to de
nuestros días en una casita con jardín. No, la finalidad del cristianismo, primordial y
fundamentalmente, es de tipo sobrenatu ral y trascendente: la salvación eterna. Lo cual
no quiere decir, por supuesto, que el cristiano se pueda desinteresar de las injusticias
que acucian al hombre. Todo lo contrario.
He aquí la resurrección de Cristo, el cual nos ha librado de las grandes
servidumbres que padece la humanidad, y de las que no libera filosofía o religión
alguna: el pecado, el sufrimiento y la muerte.
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último día" (Jn 6,54). El cuerpo y la sangre de Cristo son el cuerpo y la sangre resucitados de
Cristo, germen de nuestra resurrección corporal.
Por su parte, san Pablo subraya: "Y si el espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre
los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará
también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rom
8,11). Así pues, el espíritu de Cristo resucitado habita en nosotros como germen de
resurrección, de tal modo que Cristo es la primicia de los que resucitan: "Cristo resucitó de
entre los muertos como primicia de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un
hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del
mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos resucitarán en Cristo" (1Cor
15,21-22). Nuestra resurrección corporal está tan ligada a la de Cristo que Pablo exclama: "Si
no has , resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado" (1Cor 15,13).
Finalmente, el mundo entero participará un día de la gloria de Cristo resucitado. El
mundo ha padecido el influjo del pecado y está ansiando ser liberado de la corrupción y poder
participar de la libertad de la gloria (Rom 8,21). El mundo material que tiene su razón de ser
eh el hombre participará también de la suerte del hombre y de la glorificación final.
La resurrección tiene, pues, una significación salvífica de primer orden. Es el
acontecimiento clave de la historia humana; un acontecimiento que se inserta en nuestra
historia, al tiempo que la modifica radicalmente, en cuanto que anticipa en Cristo la victoria
final.
Pero la resurrección de Cristo es ya aquí principio de vida para el hombre. La vida del
cristiano consiste en vivir en Cristo glorioso. Nacemos a la vida del resucitado por medio del
bautismo (Rom 6,111), de modo que vivimos para las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios (Col 3,1). El cristiano vive la vida de este mundo en la cruz de
Cristo, que le hace nacer a la resurrección. Esta es su vida, vivir de Cristo crucificado para
resucitar con él.
Hay en todo hombre una tendencia a la entrega, a la generosidad, al heroísmo incluso.
Todos, cuando somos jóvenes, nos hemos dicho más de una vez que nuestra vida iba a
merecer la pena, que no íbamos a ser del montón, que íbamos a estudiar una carrera para
hacer el bien, para hacer más felices a los demás. ¿Quién no ha soñado a los dieciocho años
con heroísmo, con generosidad sin límites, con construir un mundo nuevo y distinto?
Pero después viene la vida y nos asesta sus golpes mortales. Nos damos cuenta de que
incluso el mejor amigo nos ha defraudado. Percibimos incluso que todo el mundo va a lo
suyo. Y esto duele. Nos hemos encontrado con la cruz. No es esto lo que esperábamos. Puede
incluso que nos hayamos encontrado con la falta de salud, con dificultades insolubles. No es
esto lo que esperábamos. Y sucede que el encuentro con la cruz, con la decepción, nos
conduce a la desilusión y a replegarnos sobre nosotros mismos. "No vale la pena luchar', nos
decimos. "El romanticismo es una enfermedad de juventud que se hace añicos a nada que nos
enfrentamos con la vida real".
Y en este momento nos resignamos a la vida mediocre, tratando de comprar la alegría
en los cuatro caprichos que podemos tener, tratando de arrancar unas gotas de placer a la
vida. Se trata de vivir no en búsqueda de la felicidad auténtica, sino en medio de este tedio
mediocre y de buena fachada con el que nos queremos engañar. Hasta que por este camino
nos damos cuenta un día de que hemos perdido lo mejor de nosotros mismos, de que no
somos ya jóvenes. Hoy la gente envejece prematuramente. La mayor parte de los hombres
sucumben en la lucha, por la desilusión v la resignación.
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TERCER MOMENTO
CONSOLIDACIÓN
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Jesucristo se presenta como Dios. Ningún otro fundador de religiones ha tenido tal osadía.
Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tse, Zarathustra o Zoroastro presentaron una religión más o menos
moralizante, pero ninguno de ellos pretendió ser Dios.
Jesucristo dijo que él era Dios
Repetidas veces se presentaba a sí mismo como Dios: «Yo no soy de este mundo»; «Yo existía
antes que el mundo existiese»; «Quien me ve a Mí, ve al Padre»; «El Padre y Yo somos una misma
cosa». Es como decir: los dos somos de la misma naturaleza. Yo soy Dios como el Padre .
Los textos en que Jesucristo muestra su inferioridad respecto al Padre, son siempre refiriéndose a
su naturaleza humana.
Como Cristo tenía dos naturalezas, de Dios y de hombre, los textos del Evangelio unas veces se
refieren a Jesucristo como Dios, y otras a Jesucristo como hombre. Que Jesucristo fue verdadero
hombre es clarísimo: pasaba hambre y por eso se acercaba a la higuera a ver si tenía higos;
pasaba sed y le pedía a la samaritana que le diera agua del pozo; se cansaba y se quedaba
dormido en la barca, etc. Etc
Jesucristo se llamaba a sí mismo El Hijo del Hombre . Así aparece ochenta y dos veces en los
Evangelios; y siempre en boca de Jesús . Es una alusión al nombre que el profeta Daniel daba al
Mesías.
Pero Jesucristo también tenía naturaleza divina como se deduce de multitud de textos. Repetidas
veces se llama Hijo de Dios .
Pero esta filiación divina de Jesucristo es de distinta manera que la del resto de los hombres. Por
eso hace esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre». Mientras los hombres somos hijos adoptivos,
Jesucristo es Hijo natural, es decir, de la misma naturaleza del Padre: tiene la misma naturaleza
divina.
Los hijos siempre tienen la misma naturaleza que sus padres: el hijo de un pez es pez, el hijo de un
pájaro es pájaro, el hijo de un hombre es hombre, el hijo de Dios es Dios. /+ Y Jesus tiene dos
naturalezas una Divina y una humana
Nosotros somos hijos por adopción. Jesucristo lo es por generación. Por eso se llama «Hijo
Unigénito». . Dice San Pablo que Cristo «siendo de naturaleza divina no alardeó de su dignidad,
sino que prescindiendo de su categoría de Dios, tomó naturaleza de hombre». Y añade San Pablo
que Jesucristo «no consideró usurpación el ser igual a Dios», pues ya lo era por naturaleza.
Por eso, al hacerse también semejante a los hombres, «se anonadó a sí mismo», es decir, se rebajó
al asumir la naturaleza de hombre siendo Dios como era.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
B.- Complementaria
5. Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de editores del catecismo 3º
Edición, España 1994.
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