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Universidad Católica de Trujillo “Benedicto XVI”

Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental


Tercera Unidad

JESUCRISTO PLENITUD DE LA
REVELACIÓN

P. Dr. Emiliano Mendoza Reyes

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Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental
Tercera Unidad

PRESENTACIÓN

El presente módulo va dirigido a los alumnos que estudian el curso de


Teología Fundamental en el cual podrán encontrar los temas requeridos para el
desarrollo de la asignatura. Así mismo pretende ser un instrumento orientador en
la clase y que nos proporcionará los elementos necesarios para profundizar y dar
razón de nuestra Fe cristiana.

Se presentan las actividades y los temas que se desarrollarán durante la


clase con la ayuda del docente en la cual se propiciará en los alumnos un
aprendizaje interactivo en el aula.

La Teología Fundamental es teórica, reflexiva; sin embargo en este curso


se tratará de usar una metodología activa y estrategias que nos permitan
abandonar la pasividad reinante actualmente.

Para facilitar al alumno la bibliografía necesaria se ha seleccionado


cuidadosamente los temas de textos y revistas para ser utilizados en provecho del
aprendizaje interactivo del alumno.

Ahora se presenta el módulo de la tercera unidad siguiendo las tres


secciones conocidas: Reflexión Diagnostica, Nivelación cognitiva y Consolidación
Metaevaluativa. Además se considera una serie de actividades cortas, variadas y
en los posible visualizadas y concordantes con los momentos del Diseño ·RNC”
que el autor propone para operativizar al aprendizaje.

Esperamos valorar el esfuerzo realizado por el autor y al mismo tiempo


recibir sus sugerencias para mejorar el documento de trabajo interactivo que
operativiza la propuesta del Diseño RNC.

AUTOR

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INDICE

1. Presentación 01
2. Índice 02
3. Indicaciones 03
4. Primer Momento: Reflexión 04
5. Introducción 05
6. Capacidades 06
7. Segundo Momento: Nivelación 07
8. Tema 1. La Divinidad de Jesús 11
9. Tema 2. Confirmación de la Divinidad de Jesús 15
10. Tema3. La Resurrección de Jesús I 30
11. Tema 4. La Resurrección de Jesús II 41
12. Tercer momento: Consolidación 51
13. Tema de reforzamiento: La Divinidad de Jesucristo 52
14. Tema de profundización: Jesús se revela como Dios 53
15. Referencias bibliográficas 54

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INDICACIONES

1. En primer lugar el profesor presentará a los alumnos el silabo


de la presente asignatura

2. El docente explicará a los alumnos la forma como se


desarrollará el curso de Teología fundamental con la ayuda
del presente módulo de interaprendizaje.

3. En el módulo se encontrará la metodología, las estrategias y


cada una de las actividades que se desarrollarán en clase.

4. Así mismo el presente módulo contiene los temas que serán


analizados en cada sesión de aprendizaje.

5. Por lo mismo se le explicará al alumno el modo de la


evaluación conforme las orientaciones dadas por la
Universidad Católica.

6. Se requiere la buena disposición del alumno que tenga el gran


deseo de formarse con espíritu cristiano y ser un profesional
con valores éticos y cristianos.

7. El presente módulo está sujeto a correcciones o a futuras


modificaciones que será una ayuda útil para el alumno.

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PRIMER MOMENTO

REFLEXIÓN

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Actividad 1.1 Da lectura al siguiente texto subrayando las ideas que


consideres importantes
INTRODUCCIÓN

LA SABANA SANTA: Posible confirmación, el Santo


Sudario es del tiempo de Jesús de Nazareth .
Por www.encuentra.com/documentos
Un científico estadounidense revela que la tela data de unos 1.300 a 3.000 años,
y no de la Edad Media como se venía sosteniendo.

La evidencia más estudiada en la historia de la humanidad es el Santo Sudario, también conocido


como el lienzo de Turín. Es una sábana de lino de 4,2 por 1,06 metros, con imágenes borrosas de
lo que puede ser un hombre crucificado.
Una de las últimas versiones, publicada en 1988, afirmaba que lo que los católicos creían era el
manto que envolvió el cuerpo de Jesús en el Santo Sepulcro, era en realidad una tela de la Edad
Media, que nada tenía que ver con la crucifixión, muerte y resurrección del hijo de Dios.
Ahora, el investigador Raymond Rogers, quien trabaja para la Asociación Americana para la
Investigación de la Sábana Santa (Amstar, por sus iniciales en inglés), contradice esta tesis y
afirma que los anteriores científicos habían analizado un remiendo hecho al lienzo,
efectivamente, en 1534 por las monjas clarisas para sanar en algo las quemaduras dejadas en la
tela por un incendio. De hecho, entre junio y julio del 2002 se restauró la Sábana Santa,
quitándole todos los remiendos (eran 30 parches), para dejar al descubierto los agujeros que
produjo el fuego. Y quitándole también la llamada tela Holanda, que le pusieron las mismas
hermanas por debajo del lienzo, como soporte.
Por eso, la versión de Rogers puede tener asidero. Como publicó la BBC en su portal de Internet,
el investigador asegura que la verdadera edad de la tela es de entre 1.300 a 3.000 años. Rango
que no deja de ser bastante alto e impreciso. Lo cierto es que las últimas pruebas, publicadas en
la revista científica Thermochimica Acta, parecen ser más concienzudas. Él utilizó la microquímica,
con procesos de pirólisis (descomposición de tejidos mediante el calor) y espectrometría
(descomposición de los haces luminosos) que le permitieron determinar la diferencia de edades
entre las dos telas (la de los remiendos y la original).
Los incendios
De acuerdo con sus estudios, tanto los remiendos como la tela de Holanda tienen vanilina, un
compuesto químico cristalino que no aparece en el resto del lienzo ni en otros hilos de la época.
"Ese fue nuestro primer indicio para determinar que se trata de un lino que existía mucho tiempo
antes de la Edad Media", explicó Rogers, químico retirado del Laboratorio Nacional de Los
Álamos, en Nuevo México (Estados Unidos).
¿Cómo era Jesús?
La Policía italiana utilizó el Sudario para pronosticar cómo era la cara de Jesús a los 12 años.
La Unidad de Análisis de Crímenes Violentos -una división especial de la policía, la misma que se
encarga de los retratos de asesinos o narcotraficantes- aprovechó las últimas técnicas forenses e
informáticas que existen para quitarle años a la cara que se ve en la Sábana Santa.
El resultado: un niño rubio de nariz pronunciada, boca delicada y piel clara que no tiene más de
1,50 metros de alto y 50 kilos de peso. La imagen se difundió en Italia a finales del año pasado.
Antes de esto, el Centro de Investigaciones de Médicos Forenses de Calabria ya había intentado
definir la cara de Jesús. Resultó, en cambio, un joven de 16 años, moreno, de nariz aguileña y
labios finos. Coincidieron en un rostro dulce y una contextura delgada.

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Actividad 1.3 Analiza e internaliza las capacidades de la presente


unidad
Capacidades:
1. Explica que el Padre manifiesta su divinidad en Jesús como la
plenitud de la Revelación.
2. Caracteriza los acontecimientos y milagros de la vida de Jesús
que manifiestan su divinidad
3. Expresa ideas a través del hecho histórico de la Resurreción.
4. Formula una definición sobre la significación salvífica de la
Resurreción

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SEGUNDO MOMENTO

NIVELACIÓN

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ACTIVIDAD 2.1 Con las orientaciones del docente el alumno debe analizar los
textos proporcionados para luego expresarlo en mapas conceptuales.
TEMA Nº 1 LA DIVINIDAD DE JESÚS DE NAZARETH.
1. Introducción al Conocimiento de Jesús

1.1 Preguntas sobre quién es Jesús de Nazaret


En la actual coyuntura cultural, caracterizada por el progreso de las ciencias, de los
medios técnicos y del bienestar material, con frecuencia el hombre se hace estas dos
preguntas:
. ¿, Aporta algo Jesucristo al hombre contemporáneo?

• En caso positivo, ¿qué posibilidad tiene el hombre actual de encontrar a Jesús y conocer
la verdad entera sobre su persona y su obra?
La pregunta de Jesús a sus discípulos en Cesárea de Filipo sigue in terpelando a los
hombres de hoy , con la fuerza de ayer: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (.Mt 16.
15 ).

1. 2Presupuestos para el diálogo con Jesús


Para dialogar con Cristo --con la esperanza de que ese diálogo enriquezca la vida de
los hombres-, parecen necesarias las dos actitudes fundamentales que son propias d e
todo interrogante científico y de todo dialogo enriquecedor :

En primer lugar, son necesarias las actitudes de amor a la verdad y amor al bien,
hasta sus raíces últimas: el diálogo con Jesús a bre al hombre horizontes de conocimiento y
de amor divinos: «La palabra que oís no es mía, sino de] Padre, que me ha enviado» (Jn 14,
24).
Además, es necesaria una actitud de modestia y de humildad, para aceptar que Dios se
manifieste en un hombre concreto, Jesús de Nazaret, como lo encontramos en los
Evangelios. La razón está en que el amor de Dios a los hombres se manifestó históricamente
según el modo humano: 1) En la Encarnación de su Hijo; los Evangelios dan testimonio de
que el hombre Jesús es el Hijo Unigénito de Dios. 2) En la garantía divina de que la Iglesia
transmite la verdad sobre Cristo.

1.3. Dificultades del hombre contemporáneo


En ese diálogo con Jesús, al hombre contemporáneo se le presentan algunas
dificultades para aceptar la verdad sobre Jesús: se ha hablado del fenómeno de cansancio y
de vejez, que se manifiesta en la falta de esperanza que tienen muchos hombres por
alcanzar la verdad y por encontrar lo que da sentido a la vida.

1.4 Aportaciones o bienes que ofrece Jesús


Frente a esas actitudes de cansancio, se levanta vigorosa la figura de Jesús, que dice a
Pilato: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18, 37). Y en otra ocasión afirma:
«Yo soy la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Toda la vida de Jesús aparece como un misterio que
enriquece con bienes divinos la vida de los hom bres'. Tiene sentido escuchar a Jesús ante
los bienes que ofrece:

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a. Jesús se presenta como revelación del Dios vivo; es decir, Jesús ofrece a los hombres
el conocimiento del Dios verdadero, real v existente.
b. Jesús se presenta como el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios hecho hombre. Esto
significa el acercamiento real de Dios a los hombres, con condescendencia divina, con
abajamiento de amor, para elevar al hombre a participar de la naturaleza divina y al canzar
la vida eterna. En otras palabras, Jesús descubre lo que es el hombre al propio hombre y
trae la comunión amorosa y plena del hombre con Dios, pues «Cristo se ha unido a todo
hombre»'.
c. Jesús se presenta como el Salvador de los hombres: «El que crea y sea bautizado, se
salvará; pero el que no crea, se condenará» (Mc 16, 16).

1.5. El conocimiento histórico y el conocimiento de fe

Hay que tener en cuenta que el conocimiento racional de Jesús -el conocimiento que
nos ofrece la verificación que es propia de las ciencias históricas- no puede «demostrar» la
Divinidad de Jesús. La Divinidad de Jesús sólo se acepta por el conocimiento de fe, como
una verdad revelada por Dios a los hombres.
Ya hemos visto al tratar el tema de la Revelación divina que la fe sobrenatural es un don de
Dios por el que el hombre acepta la Divinidad del hombre Jesús: esta fe viene por el oído
que escucha la palabra de Jesús y busca asimilarla; y viene también por la vida que, con la
ayuda de la gracia, se esfuerza en seguir a Jesús, en vivir lo que Jesús enseña, lo cual
produce en el hombre una liberación gozosa del mal, del egoísmo, y de reducir la existencia
humana a una mera dimensión temporal y terrena. Pero es históricamente demostrable
que Jesús se presentó a sí mismo como Dios Salvador de los hombres, tanto en sus palabras
como en sus hechos.

1.6 Certezas acerca de Jesús

Los hombres tenemos certeza científica de que los Evangelios de Jesús son relatos
históricos, veraces y auténticos, como hemos visto en el módulo Nº 2.
Además, tenemos certeza teológica, o certeza de fe, de que esos relatos han sido
inspirados por Dios; es decir, son escritos que contienen la Revelación de Dios a los hombres,
para que creamos que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombr es. En
consecuencia, desde una perspectiva científica es legítimo estudiar los Evangelios para
conocer la verdad sobre Jesús .
:
1.7 Conclusión de los estudios científicos
A1 estudiar los Evangelios se llega a la conclusión siguiente: Los Evangelios dan testimonio de
Jesús como Hijo de Dios. Además, este testimonio es múltiple; es decir, en los Evangelios se
afirma la Divinidad de Jesús por diferentes personas y de diversas maneras. Más aún: La verdad
sobre Jesús como Hijo de Dios es una verdad central de la fe cristiana, es el punto de
convergencia de todo el Nuevo Testamento

2. Dios Padre revela la divinidad en Jesús


En los Evangelios sinópticos encontramos que la fe de los Apóstoles en la filiación divina
de Jesús se formó de un modo notable por el testimonio del mismo Padre, que revela en
Jesús a su Hijo, en sentido estricto y pleno, en las escenas del Bautismo en el Jordán y en la
Transfiguración. Jesús es «Dios de Dios, Luz de Luz», como dirá la teología.

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a) En el Bautismo de Jesús en el Jordán, al comienzo de su misión de Mesías, la voz del


Padre dice: «Tú eres mi Hijo, el Amado; en quien tengo mis complacencias»: Mc 1, 9-11,
Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22; Jn 1, 29-34; Catecismo, nn. 535-537.
La voz del cielo que se dirige al Hijo en segunda persona es la voz del Padre, que en cierto
sentido presenta a su propio Hijo a los hombres que habían acudido al Jordán para
escuchar a Juan Bautista. Jesús es el Hijo en quien el Padre ha puesto sus complacencias,
el Hijo «amado», el Hijo único en el sentido preciso y estricto de esta palabra.

b) En la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, poco antes de su Pasión, el Padre


dice: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9, 2-13; Mt 17. 1-13; Lc 9. 28-36:
Catecismo, nn. 554-556). En esta ocasión, la voz del Padre se dirige a unas personas
escogidas y constituye como una confirmación «desde lo alto» de lo que estaba
madurando ya en la conciencia de los discípulos. Sobre la base de los milagros y de las
palabras de Jesús, el Padre confirma la fe de los discípulos acerca de la condición divina
de su Maestro.

3. Jesús tuvo conciencia de su divinidad


La vida y las palabras de Jesús manifiestan la conciencia de su relación filial al Padre;
es decir, testifican que Jesús tenía conciencia de ser el Hijo único de Dios y, en sentido
propio y exclusivo, de ser, Él mismo, Dios'.

3.1 Se identifica con Dios Padre


Jesús tiene conciencia de ser Aquel que conoce a Dios Perfectamente. Por eso, el
propio Jesús es la revelación definitiva de Dios a los hombres: «Yo y el Padre somos una sola
cosa», dice Jesús (Jn 10. 30); «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10, 38). Este «Yo» de
Jesús tiene la misma dignidad que el «Yo» de Yahvéh cuando se revela a Moisés en la zarza que
no se consume (Ex3, 14).

CONCIENCIA DE LA DIVINIDAD DE JESÚS


Las principales manifestaciones que hace Jesús de su Divinidad
son las siguientes:
- Se identifica con Dios Padre.
- Se llama a sí mismo «Hijo del Hombre».
- Llama a Dios «mi Padre» y «Abbá».
- Distingue entre «mi Padre» y «vuestro Padre».
- Acepta plenamente que se le llame «Hijo de Dios».
- Conocía su misión divina de salvación.
- Manifiesta su divina preexistencia: su eternidad.

Los pasajes evangélicos más significativos son los siguientes:


a. Al regreso de los 72 discípulos, dice Jesús: «Todo me ha sido entregado por mi Padre; y
nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el
Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 25-27; Lc 10, 21-24). Con estas palabras Jesús da a

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conocer a sus discípulos que está unido al Padre con un vínculo único: «todo» lo del Padre
es del Hijo; y «todo» lo del Hijo es del Padre. En otras palabras, el Hijo es igual al Padre, el
Hijo es Dios como el Padre. También expresa que el Hijo revela al Padre como Aquel que lo
«conoce» y lo ha enviado como Hijo para «hablar» a los hombres y «lo ha dado» para la
salvación del mundo'.

b. En la fiesta de la Dedicación del Templo, Jesús manifestó públicamente su


identidad con el Padre. Al desafío de los que se habían congregado: «Si eres el Mesías,
dínoslo claramente». Jesús responde: «Os lo he dicho y no creéis; las obras que yo hago en
nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí». Y a continuación afirma Jesús que los
que lo escuchan y creen en Él, pertenecen a su rebaño en virtud de un don del Padre: «Mis
ovejas oyen mi voz y yo las conozco... Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie
podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10,
24-30).
c. También expresa la misma verdad en otras ocasiones: en el discurso de despedida
(Jn 14, 1-14); en la llamada oración sacerdotal, en la que Jesús insiste en dar a conocer a
sus discípulos que está unido al Padre con un vínculo de pertenencia particular: «Quien me
ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 19)`; «Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío» (Jn 17, 10); y,
por último, en la acusación de blasfemia que hacen los judíos contra Jesús (Jn 5, 18).

3.2 Jesús se llama «Hijo del Hombre»

Para hablar de sí mismo, Jesús utiliza frecuentemente la pro fecía mesiánica del «Hijo
del Hombre» (Dan 7, 14), mientras que los demás lo llaman «Hijo de Dios». Destacamos los
siguientes testimonios:
- en la curación del paralítico: Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5. 6-2 6;
- en el anuncio de su pasión, muerte y resurrección: Mc 8. 31-33;
- en la conversión de Zaqueo: Lc 19, 1-10;

- en el diálogo con Nicodemo: Jn 3, 1-21;

- ante el tribunal de Caifás: Mc 14, 53-64.

El título «Hijo del Hombre» procede el profeta Daniel: «Seguía yo mirando en la visión
nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo a uno como Hijo del Hombre, que se llegó al
Anciano de muchos días y fue presentado ante éste. Le fue dado el señorío, la gloria y el
imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio
eterno que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan 7, 13-14).
En el arameo de la época de Jesús' el título de «Hijo del Hombre» se había convertido
para la mayor parte de las gentes en una expresión que indicaba simplemente «hombre».
Sin embargo, esta figura bíblica indica el carácter divino del Mesías prometido: a pesar de
su apariencia humana, se trata de un ser eterno que procede de Dios, que tiene el poder de
Dios y a quien todos los pueblos sirven.
En labios de Jesús, el título de «Hijo del Hombre» se enriquece y presenta un doble
significado: a) El Hijo del Hombre representa a Dios, pues anuncia el Reino de Dios, y es el
profeta que llama a la conversión. b) E1 Hijo del Hombre también representa a los
hombres, pues comparte con éstos su condición terrena v sus sufrimientos, para redimirlos
y salvarlos según el designio del Padre; se trata de un anuncio claro de la pasión.

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Jesús habla repetidas veces de la «elevación» del Hijo del Hombre, expresando también
que incluye la «humillación» de la cruz: «Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que no hago nada por mí mismo sino que según me
enseñó el Padre, así hablo» (Jn 8, 28). Jesús afirma que su «elevación» en la cruz
constituirá su glorificación. A1 abandonar Judas el Cenáculo. Jesús dice: «Ahora ha sido
glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13, 31 )

3.3 Jesús llama a Dios «mi Padre» y «Abbá»


La designación de Dios como «Padre», que ha llegado a ser el modo cristiano más
sencillo y puro de nombrar a Dios, se remonta a Jesús mismo. En el Antiguo Testamento
también se utiliza el término «Padre» para referirse a Dios; pero tiene un significado
exclusivamente analógico, e incluso, metafórico; el pueblo de Israel llama a Dios «Padre»,
en sentido genérico, pues se sabe elegido como pueblo suyo, pero Jesús llama a Dios
«Padre» en sentido estricto y propio: el Padre de Jesús no es un hombre, sino el mismísimo
Dios, con el que Jesús se identifica plenamente.
Jesús fue acostumbrando a sus oyentes para que entendieran que en sus labios la
palabra «Dios» y, en especial, la palabra «Padre», significaba padre en sentido propio y
exclusivo: Abbá Padre mío. Así, desde la infancia, cuando tenía 12 años, Jesús dice a María
y a José que lo habían estado buscando durante tres días: «¿No sabíais que es preciso que
me ocupe de las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Y al final de su vida, en la oración
sacerdotal con la que concluye su misión, insiste en pedir a Dios: «Padre, ha llegado la
hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» (Jn 17, 1); «Padre santo, guarda
en tu nombre a éstos que me has dado» (Jn 17, I 1); «Padre justo, si el mundo no te ha
conocido, yo te conocí» (Jn 17, 25). Ya en el anuncio de las realidades últimas, hecho con la
parábola sobre el juicio final, se presenta como Aquel que proclama: «Venid a mí, benditos
de mi Padre» (Mt 25, 34). Luego pronuncia en la cruz sus últimas palabras: «Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu» (Le 23. 46). Por último, una vez resucitado anuncia a los
discípulos «Yo os envío la promesa de mi Padre» (Lc 24, 49).
Además, en su oración, Jesús invoca a Dios con una designa ción aún más sorprendente
y audaz: le trata con el lenguaje familiar e íntimo del hijo que ama profundamente a su
padre. San Marcos conserva la expresión aramea «Abbá», es decir, padre mío, papá, papá
querido, en la oración que Jesús dirige al Padre en el huerto de Getsemaní: Me 14, 36; Mt
26, 39-42; Lc 22, 42.

3.4 Jesús distingue siempre entre «mi Padre» y, «vuestro Padre»


La manera de orar Jesús («mi Padre», Mi 11, 25), y la manera de orar que enseña a los
discípulos («Padre nuestro», Mt 6, 9) subraya la exclusividad de su relación _filial con Dios.
Jesús establece siempre una distinción entre «Padre mío» y «Padre vuestro». Incluso después
de la Resurrección, dice a María Magdalena: «Ve a mis hermanos y diles: "Subo a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"» (Jn 20. 17). También lo había expresado nume-
rosas veces en el sermón de la montaña: (Mt 6, 1.4.6.8.9.14.15. 18.26.32).

Con estas expresiones. Jesús distingue su filiación divina natu ral, que es por generación
eterna del Padre, de la filiación divina de los hombres, que es por adopción. Jesús es el hijo
«único» o «unigénito», en sentido propio y esencial. No duda en afirmar: «Todo me ha sido
entregado por mi Padre» (Mt 11, 27). A la vez, Jesús revela que los discípulos también
participan de un modo especial en la filiación divina, de la que el Apóstol Juan dirá en el
prólogo de su Evangelio: «A cuantos le recibieron (es decir, a cuantos recibieron al Verbo

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que se hizo carne), Jesús les dio poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Por eso,
siguiendo su propia enseñanza, los cristianos rezan con toda razón y confianza filial «Padre
nuestro».

3. 5. Jesús acepta plenamente que se le llame «Hijo de Dios»

Aunque en los Evangelios sinópticos Jesús jamás se define como Hijo de Dios (lo mismo
que no se llama Mesías), sin embargo acepta plenamente que los demás le llamen de este
modo`. Incluso afirma y hace comprender que es el Hijo de Dios en sentido natural, propio y
único. Como hemos visto antes, la convicción de la Filiación divina de Jesús tiene su fuente
definitiva en Dios-Padre. que da testimonio de Cristo como Hijo suyo en el Bautismo del
Jordán y en la Transfiguración. Destacamos las narraciones siguientes:
- en discusión con los judíos: Jn 10, 31-39:
- en el proceso ante el Sanedrín: Mc 14, 53-65: Mt 26, 57-68; Lc 22. 54-65: Jn 18, 12-24;
-los príncipes de los sacerdotes se burlan de Jesús precisa mente por declararse «Hijo de
Dios»: Mt 27, 41-43: Jn 19, 7.

3.6. Jesús conocía su misión divina

Jesús habla de Sí mismo como enviado del Padre para liberar y salvar a los hombres:
«Yo he salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, sino que es Él quien me
ha enviado» (Jn 8, 42). Viene en la carne (Rom 8, 3), bajo la ley (Gál4, 4), para hacernos
justos (2 Cor 5, 21), enriquecernos (2 Con 8, 9) y hacer de nosotros los hijos de Dios por
medio del Espíritu Santo (Rm 8, 15). En concreto:
a. Jesús se manifiesta como la plenitud de la Revelación de Dios a los hombres: Se sabe
enviado para «anunciar el Evangelio del Reino de Dios» (Lc 4, 43). Su Persona divina, sus
hechos y sus palabras anuncian el Reino de Dios y lo hacen presente, para que el mundo sea
reconciliado con Dios y renovado'.
b. Jesús se presenta como el Salvador o Redentor de los hom bres: Se sabe enviado para
«buscar y salvar lo que estaba perdido» (Le 19, 10). Jesús ha aceptado libremente la
voluntad del Padre: dar su vida para la salvación de los hombres; se sabe enviado por el
Padre para servir y para dar su vida «por la muchedumbre» (Mc 14, 24). La parábola de los
viñadores homicidas subraya el carácter sacrificial y redentor de este envío (Ale 12, 1-12;
Mt 21. 33-46; Lc 20, 9, 19).
c. Jesús funda la Iglesia como sacramento universal de la salvación. La conciencia de su
misión salvífica implica la fundación de su Iglesia, regida por Pedro (Mt 16. 16-19) y los
Apóstoles (Mc 3, 13-19), abierta a todos los hombres (Mt 8, 11-12). Sus discípulos forman
la verdadera familia de Jesús (Mc 3, 34) y participan de su misma misión (Mi 5, 13-16: Jn
15, 16. 26-27).
d. Además, en discusión con los judíos, Jesús se identifica plenamente con la voluntad
del Padre: «He bajado del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquél
que me ha enviado» (Jn 6, 38); las palabras de Jesús son las palabras de su Padre (Jn 3, 34;
12, 49); sus obras son las obras del Padre (Jn 9, 4);
en consecuencia, puede decir: «Quien me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Véase
también: Jn 8, 16.18; 7, 28-29; 5, 36; 4, 34.

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3.7. Jesús manifiesta su divina preexistencia


La conciencia que Jesús tiene de su misión implica la conciencia de su divina
preexistencia como «Hijo Unigénito»`. El que «se hizo carne», es decir, hombre en el tiempo,
es desde la eternidad el Verbo mismo, el Dios que «está en el seno del Padre» y por quien
«todas las cosas fueron hechas» (Jn 1, 1-18). La misión de Jesús en la tierra no es
esencialmente separable de la generación eterna del Hijo, pues trae consigo a la humanidad
la plenitud «de gracia y de verdad». Trae la plenitud de la verdad, porque da a conocer al Dios
verdadero a quien «nadie ha visto jamás». Y trae la plenitud de la gracia, porque a cuantos le
acogen les da la fuerza para llegar a ser «hijos de Dios». Esta preexistencia se manifiesta con
claridad en el significado de la misión de Jesús y en la aplicación a sí mismo del nombre -«Yo
soy»- con el que Dios se da a conocer en el Antiguo Testamento.
a. En el significado de su misión: La misión de Jesús en la tierra es la prolongación en la
historia de la eterna acción del Espíritu Santo en el seno del Padre":
- En la Encarnación: La existencia humana de Jesús es el resultado de una acción del
Espíritu Santo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso, el hijo engendrado será llamado Santo, Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
- En su vida pública: Jesús realiza su misión en la tierra en y por e! Espíritu. - En la
sinagoga de Nazaret, Jesús afirma que El realiza la promesa de la Escritura por la acción del
Espíritu Santo:
«El Espíritu del Señor está sobre mí. ...para evangelizar a los pobres... y para anunciar la
redención a los cautivos» (Lc 4, 16-21; Mc 1, 12; Mt 12, 28).
- A partir de su Resurrección y Ascensión, Jesús es glorificado como hombre y
manifiesta que es el Señor que envía soberanamente al Espíritu Santo, para elevar a los
hombres a la dignidad de hijos y llamarles a la santidad de vida.
b. Al atribuirse el nombre divino «Yo soy»: Esta preexistencia o eternidad del Hijo la
afirma Jesús de Sí mismo al aplicarse el nombre con el que Dios se da a conocer en el
Antiguo Testamento: «YO SOY» (Ex 3, 14), significando que Dios es el Ser supremo en
sentido absoluto, pleno y eterno, que no depende de ningún otro ser:
- En discusión con los judíos: «Yo soy, de arriba. ... si no creéis que yo soy, moriréis en
vuestros pecados» (Jn 8, 24); «Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que según me enseñó el
Padre, así hablo» (Jn 8, 28); «Antes que Abraham naciese, yo soy» (Jn 8, 58). La prueba de
que sus oyentes entendieron que Jesús afirmaba de sí mismo que era Dios, como el Padre, es
que muchos creyeron en Jesús, mientras que otros le acusaron de blasfemia.
-Al lavar los pies a los Apóstoles, enseña que su misión y la de sus discípulos es la de
servir; y anuncia de antemano la traición de Judas: «Os lo digo desde ahora, antes de que
suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy» (Jn 13. 19). Poco después, les dice: «Salí
del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16, 28).
-En el proceso ante el Sanedrín. - Mc 14, 61-62; Le 22, 70.

4. Jesús manifiesta su Divinidad con sus actitudes.


Jesús manifiesta la conciencia de su Divinidad con unas actitudes externas que están
perfectamente testimoniadas en los Evangelios. Se trata de unos hechos y de unas palabras,
de unos comportamientos, que van más allá de lo que Jesús afirma sobre sí mismo. Las
actitudes que manifiesta Jesús expresan que Jesús se siente investido de autoridad divina, de
una autoridad que sobrepasa con mucho la de los antiguos profetas y que, propiamente;
sólo corresponde a Dios. Las actitudes que adopta Jesús sólo pueden ser entendidas desde

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su Divinidad; en otro caso, resultarían grotescas y absurdas, lo que va en contra del


testimonio histórico sobre Jesús. Veamos alguna de estas actitudes:

ACTITUDES DIVINAS DE JESÚS

• Se erige como Juez glorioso de vivos y de muertos.


• Perdona los pecados.
• Pide que se crea en su Divinidad.
• Llama a seguirle personalmente.
• Se declara superior a todos.
• Se atribuye el poder de resucitar a los muertos.

4. 1. Se erige como el Juez glorioso de vivos y de muertos


Adopta esta actitud cuando habla del juicio final, atribuyéndo se un poder que
corresponde sólo a Dios: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles
con Él, se sentará en su trono de gloría, y serán reunidas en su presencia todas las gentes, y
separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos». Después de la
convocatoria y del desarrollo del juicio. Jesús habla de la sentencia; para unos, será
aprobatoria: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo»; para otros será con denatoria: «Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt 25, 31-46).
También adopta la actitud de verdadero Dios, cuando se atri buye el poder divino de
juzgar las obras v las conciencias humanas de un modo definitivo y universal. El propio
Jesús explica por qué precisamente tiene este poder: «El Padre no juzga a n adie, sino que
ha entregado al Hijo todo su poder de juzgar, para que todos 'honren al Hijo como honran
al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo ha enviado» (Jn 5, 22-23).
Este poder divino está vinculado a la facultad de dar la vida sobrenatural (Jn 5, 21.2b-
29), y a la misión de Cristo como Salvador (Mt 16, 27).
Cristo juzgará a cada uno por el amor al prójimo (Mi 25, 40), y por la difusión de la fe
entre los hombres (Lc 12, 8; Lc 9, 26).

4.2. Jesús se atribuye el poder de perdonar los pecados


El poder de perdonar los pecados pertenece sólo a Dios''. Si Jesús tiene el mismo
poder que el Padre, quiere decir que É1 es Dios, conforme a lo que Él mismo había dicho:
«Yo y e1 Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30). Este poder lo ejercita Jesús en su vida
histórica y no sólo en el juicio Final. Además, se atribuye el poder de confiar a los hombres
el perdón de los pecados, mediante el sacramento de la penitencia:
- en la curación del paralítico: Me 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Le 5, 17-26;
- a la pecadora arrepentida en casa de Simón el fariseo: Le 7. 36-50;
- a la mujer sorprendida en adulterio: Jn 8, 1-11;

- Cristo resucitado otorgó el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles, y a sus
sucesores, para la salvación de los hombres: «Recibid e1 Espí ritu Santo: a quienes
perdonéis los pecados, les serán perdonados» (Jn 20, 22-23).

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4. 3. Pide que se crea en su Divinidad para conseguir una nueva vida


Se trata de la vida de la gracia: «Creéis en Dios, creed también en mí» (Jn 14, 1). En la
última Cena, Jesús dice a los Apóstoles que va a prepararles un lugar en la casa del Padre.
Felipe le pide que les muestre al Padre; y Jesús responde de un modo inequívoco:

«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí;
al menos, creedlo por las obras» (Jn 14, 9. 11). A este respecto, comenta Juan Pablo II: «La
inteligencia humana no puede rechazar esta declaración de Jesús, si no es partiendo ya a
priori de un prejuicio antidivino. A los que admiten al Padre, y más aún, lo buscan
piadosamente, Jesús se manifiesta a sí mismo y les dice: ¡Mirad, el Padre está en mí!»'' Entre
otros, en los siguientes pasajes Jesús pide que se crea en su Divinidad:
-en el diálogo con Nicodemo: Jn 3, 15-21;
-Jesús es el pan de vida para los que creen en Él: Jn 6, 26-51;
-Jesús es el agua viva: Jn 7, 37-39;
- Jesús es la luz del mundo: Jn 8, 12-20;
-Jesús es la resurrección y la vida: Jn 11, 17-27.

4.4. Llama a seguirle personalmente


Incluso hasta la muerte; y promete como recompensa la «vida eterna» (Mtt 16, 24-27; Le
18, 29-30). De este modo, la actitud de los hombres con respecto a Jesús es lo que decide su
salvación eterna (Le 12, 8). Para seguir a Jesús es necesario:
- amarle más que a los padres: Mt 10, 37-42; Me 10, 29-30; Le 14, 25-35;
- ponerle por encima de todos los bienes terrenos: la escena del joven rico: Mc 10, 17-31;
Mt 16, 24-28;
- estar dispuesto hasta perder la vida «por mí»: Mc 8, 34-38.

4.5. Se declara superior a todos


Y se coloca por encima de:
- los profetas y los reyes: Mt 12, 41-42.
- los Patriarcas: Jn 8. 48-59;
- David: Mt 22, 41-46;
- el Sábado: Mt 12, 1-8; Jn 5. 10-18;
- el Templo de Jerusalén: Mt 12,
4. 6. Se atribuye el poder del Padre para resucitar a los muertos
A1 afirmar Jesús que Él realiza obras que son propias de Dios, está testificando con ellas
su Divinidad: «Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo
da vida a quienes quiere» (Jn 5, 19-23).

5. Los Apóstoles proclaman la divinidad de Jesús.


En los Evangelios encontramos que los discípulos fueron descubriendo
progresivamente la Divinidad de Jesús y que la proclamaron abiertamente. Más aún: la
filiación divina de Jesús está en el centro de la predicación de los Apóstoles; éstos hablan
de Él afirmando que es «el Hijo de Dios», pero también le llaman con otras expresiones
que manifiestan la convicción de los Apóstoles acerca de la Divinidad de Jesús de
Nazaret`.
5. 1. Los Apóstoles proclaman a Jesús como «el Hijo», y como «el Hijo de Dios»
a. Cuando Jesús anda sobre las aguas del lago de Genesaret: «Los que estaban en la
barca le adoraron diciendo: "Verdaderamente eres el Hijo de Dios"» (Mt 14, 22-33).

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b. Simón Pedro confiesa la Divinidad de Jesús en Cesárea de Filipo: «Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios vivo». Jesús confirma de modo solemne esta declaración: «Bienaventurado
tú, Simón hijo de Juan, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado esto,
sino mi Padre, que está en los cielos» (Mt 16, 13-20). En definitiva. Jesús afirma en la
respuesta dada a Pedro, que sólo el Padre puede conceder este conocimiento al
hombre, porque sólo el Padre sabe «quién es el Hijo» (Le 10, 22). Esto es precisamente
lo que afirma Jesús en la respuesta dada a Pedro.
c. Natanael lo dice al encontrarse con Jesús: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey
de Israel» (Jn 1, 49).
d. Juan confiesa la Divinidad de Jesús en el prólogo de su Evangelio: Jn 1, 1-18. El que «se
hizo carne» en el tiempo, es desde la eternidad el Verbo mismo, el Hijo unigénito de
Dios, que trae a los hombres la plenitud de gracia y de verdad. Juan precisamente
escribe su Evangelio para que los hombres crean que Jesús es el Hijo de Dios (cfr. Jn 20,
31)
e. San Pablo resume el conjunto de su predicación en la expresión «el Evangelio de Dios
acerca de su Hijo» (Rom I, 3-9). Al hablar de la misión de Jesús dice que «Dios ha
enviado a su Hijo» (Gál 4, 4; Rom 8, 3)'6.

5. 2. Los Apóstoles le dan los títulos bíblicos que expresan la naturaleza divina de Jesús
a) el Verbo eterno: Jn 1, 1-18:
b) el Cristo o Mesías: Mi 1, 16; Hch 2, 36;
c) el Señor: Mt 3, 3,; Hch 2, 36;
d) el Cordero de Dios: Jn 1. 29:
e) el Siervo de Yahvéh: Mt 3, 17;
f) Rabbí o Maestro: Mt 9, 1;
g) Rey de Israel: Mi 2, 1-6; Le 1, 32-33;
h) Hijo de David: Mt l , 17.

5. 3. En siete ocasiones San Juan y San Pablo escriben directamente que Jesús
es Dios
a) «El Verbo era Dios» (Jn 1, 1)

b) «¡Señor mío y Dios mío!» (Apóstol Tomás) (Jn 20, 28);

c) «(Jesucristo) es el verdadero Dios» (1 Jn 5, 20);


d) «(Cristo es) Dios bendito por los siglos, amén» (Rorn 9, 5);
e) «El gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús» (Tit 2, 13);
f) «En Cristo habita toda la plenitud de la Divinidad corpo ralmente» (Col 2, 9);
g) Jesús «teniendo la forma de Dios» (Fil 2, 6).
6.Los demonios reconocen a Jesús como Hijo de Dios
Los Evangelios también dan testimonio de que los demonios reconocen la Divinidad de
Jesús de Nazaret:
a) En la sinagoga de Cafarnaum: «¿Qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has
venido a perdernos? ¡Sé quién eres tú, el Santo de Dios!» (Mc 1, 24; Lc 4, 34-41).
b) En Gadara: «¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios
que no me atormentes» (Mc 5, 7; Mt 8, 29).
Todos estos testimonios históricos muestran que los Apóstoles y la Iglesia primitiva tenían la
firme convicción de la condición divina de Jesús, a quien confiesan como «el Hijo de Dios» y por
quien dan sus vidas hasta la persecución y la muerte.

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ACTIVIDAD 2.2 Analiza el texto interactúa con sus compañeros sobre lo que se ha
leído, finalmente elaborar un mapa conceptual

TEMA Nº 2 Confirmación de la Divinidad de Jesús.


En el Tema anterior hemos visto los principales argumentos históricos narrados en
los Evangelios que dan testimonio de la Divinidad de Jesús de Nazaret. En este tema
veremos diversas confirmaciones de tales testimonios. Podemos decir que pasamos de las
palabras a los hechos incuestionables, de las afirmaciones y atribuciones divinas de Jesús
y de sus discípulos a los criterios externos y objetivos que hacen creíbles tale s
afirmaciones. El signo principal de la Divinidad de Jesús, su Resurrección gloriosa, será
analizado en el tema siguiente.

2.1 Algunos acontecimientos de la Vida de Jesús manifiestan su condición divina


Las palabras y las actitudes divinas de Jesús están confirmadas por unos hechos o
acontecimientos históricos, que exigen la Divinidad de Jesús y la demuestran; en otras
palabras: no hay modo de entender los hechos siguientes, atestiguados de modo
inequívoco por las fuentes históricas de los Evangelios, si se rechazase la personalidad
divina de Jesús. Destacamos los hechos siguientes:

2.1.1 La Encarnación

Los Evangelios de Lucas y de Mateo concuerdan en la consta tación fundamental de que


Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y que nació de María Virgen; además, estos
textos son complementarios entre sí para esclarecer las circunstancias de este
acontecimiento extraordinario: Lucas respecto a María; y Mateo respecto a José.
Según Lucas, el ángel dijo a María: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús... El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el hijo engendrado será llamado Santo, Hijo de Dios» (Le 1,
26-38). El Evangelio según Mateo confirma la narración de Lucas al decir el ángel a José:
«No temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del
Espíritu Santo» (Mi l, 18-25)'.
Además hay que decir que la Encarnación, es decir, la realidad misma del Hombre-
Dios, es el fundamento de los milagros de Jesús. Como afirma Juan Pablo II, “ se puede
decir que la Encarnación es el "milagro de los milagros", el "milagro" radical y permanente
del orden nuevo de la creación. La entrada de Dios en la dimensión de la creación se verifica
en la realidad de la Encarnación de manera única _v, a los ojos de la fe, llega a ser "signo"
incomparablemente superior a todos los demás "signos"-milagros de la presencia y del
obrar divino en el mundo. Es más, todos estos otros "signos" tienen su raíz en la realidad de
la Encarnación, irradian su fuerza atractiva, y son testigos de ella. Hacen repetir a los
creyentes lo que escribe el evangelista Juan al final del Prólogo sobre la Encarnación: '*Y
hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia v de verdad" (Jn 1,
14).
¿Cuál es la fuente de esta información inaudita? Lucas ofrece elementos suficientes
para identificar una de las fuentes de información utilizadas por él para escribir su
Evangelio en la frase: «María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón» (Lc 2, 19, S
l). Como señala Juan Pablo II, María «pudo dar testimonio después de la muerte y
resurrección de Cristo, de lo que se refería a su propia persona y a la función de Madre

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precisamente en el tiempo apostólico, en el que nacieron los textos del Nuevo Testamento
y tuvo origen la primera tradición cristiana»'.

CONFIRMACIÓN DE LA DIVINIDAD DE JESÚS

Encarnación La doctrina de
Resurrección Jesús
Ascención

exigen exige

La divinidad de Jesús

demuestran prueban

Los milagros de Las profecías que se


Jesús cumplen en Jesús

El testimonio evangélico de la concepción virginal de Jesús por parte de María


constituye un «signo» especial, un criterio externo y objetivo, del origen divino del Hijo de
María. El hecho de que Jesús no tenga un padre terreno, porque ha sido engendrado «sin
intervención de varón», pone de relieve la verdad de que Jesús es el Hijo de Dios, de modo
que cuando asume la naturaleza humana, su Padre continúa siendo exclusivamente Dios.

2.1. 2. La Resurrección gloriosa: Jn 20, 17-28


El testimonio de Juan sobre la Resurrección manifiesta la Divinidad de Jesús; y es el
fundamento de la fe en Él: tiene sentido creer en el Resucitado. La Resurrección es el signo
último y definitivo al que se refieren los milagros de Jesús: signos para la vida nueva de la
gracia (cfr. Tema 9).

2.1. 3. La Ascensión a los cielos


Este acontecimiento, narrado por Marcos y Lucas, es el hecho históri co Final de la
peregrinación terrena de Cristo. Jesús retorna al Padre y «fue elevado al Cielo y se sentó a la
derecha de Dios» (Me 16, 19), lo que significa que Cristo hombre participa en el poder soberano
de Dios mismo', que le «ha entregado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mi 28, 18). Ningún
ser humano puede por sí mismo elevarse sobre la tierra; el testimonio de los Apóstoles sobre la
Ascensión de Jesús es otra confirmación de su Divinidad. Por eso los Apóstoles proclaman que
Jesús ha sido constituido Señor y Cristo-`.

2.2 LA SUBLIMIDAD DE LA «DOCTRINA» DE JESÚS MANIFIESTA SU DIVINIDAD


La doctrina predicada por Jesús también manifiesta y exige su personalidad divina:
Jesús vincula su doctrina a Dios, la enseña con autoridad divina, las gentes la reciben con la
admiración de lo que viene de Dios, y la sabiduría y sublimidad de ella -aunque superan la
capacidad de la inteligencia humana- abren nuevas perspectivas sobrenaturales a los
hombres y la convierten en motivo de credibilidad.

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2.2.1. Origen divino de la doctrina de Jesús


Jesús afirma que su doctrina tiene origen divino: «Mi doctrina no es mía, sino de Aquél
que me ha enviado. Si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá si mi doctrina es de Dios,
o si yo hablo por mí mismo» (Jn 7, 16-17; Jn 8, 28). De ahí que se presente como el único
Maestro (Mt 23, 8), cuya palabra no pasará (Mc 13, 31).

2.2. 2. Jesús enseña con autoridad divina


No sólo en cuanto al modo de exponerla, sino en cuanto a su contenido propio: los que
escuchaban a Jesús «se maravillaban de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas» (Mc 1, 22). Además, Jesús no se limita a «interpretar» o
a «glosar» la Ley o la doctrina que había sido revelada en el Antiguo Testamento, sino que
se comporta como el Legislador soberano que da la Ley de Dios de un modo nuevo, aclara
su pleno significado y restablece lo que había sido deterio rado, mostrando su conciencia de
ser «igual a Dios». No olvidemos que Jesús lleva a plenitud toda la Revelación
En el Sermón de la montaña se recoge una síntesis de la enseñanza de Jesús; en la
narración según Mateo aparece con claridad el poder soberano de Jesús sobre la doctrina
que Israel ha recibido de Dios: Jesús declara el valor permanente de esa ense ñanza y el
deber de observarla, pero al mismo tiempo enseña el nuevo espíritu evangélico de caridad y
de sinceridad con que ha de ser aceptada y vivida: «Se os ha dicho..., pero yo os digo». Los
contenidos principales de esta enseñanza son los siguientes:

a) La doctrina de Jesús es la plenitud de la Ley: Mt 5, 17-20;


b) estimula a superar la ira: Mt 5, 21-26;
c) pide pureza de corazón: Mt 5, 27-30;

d) exige la indisolubilidad del matrimonio y ensalza el valor de la virginidad: Mi 5, 31-32;


19, 3-12;
e) requiere la sinceridad de palabra y de vida: Mt 5, 33-37;

f) demanda el perdón y la caridad mutua: Mt 5, 38-42;


g) reclama el amor a los enemigos: Mt 5. 43-47; h) conclusión: «Sed
perfectos»: Mt 5, 48.

2.2.3. La doctrina de Jesús causa admiración


La doctrina de Jesús suscita la sorpresa y la admiración de lo que viene de Dios: «La
muchedumbre que le oía se maravillaba diciendo: " ¿De dónde le viene a éste tales cosas, y
qué sabiduría es ésta que le ha sido dada"?» (Mc 6, 2).
a) en el colofón del sermón de la montaña: Mt 7, 28-29;
b) entre los vecinos de Nazaret: Mt 13, 53-56;
c) en Cafarnaum: Mc 1, 21-22;
d) entre la muchedumbre de Jerusalén: Mc 11, 18.

2.2. 4. Expresa la sabiduría de Dios


La doctrina de Jesús va más allá de la capacidad de la inteligencia humana; es una doctrina
original tras la cual se intuye la sabiduría y el misterio inefable de Dios. A1 analizar el
mensaje de Jesús, se puede comprobar que no constituye un desarrollo del legado cultural
de los siglos anteriores, sino que es una doctrina radicalmente nueva y que proclama la

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salvación sobrenatural. La elevación de la enseñanza de Jesús resalta de una manera


particular en los nuevos conceptos de Dios, del hombre y del mundo, conceptos que invitan
a aceptarlos por su luminosidad y porque ofrecen un sentido nuevo y pleno a la existencia
humana. De modo sintético, he aquí algunos ejemplos significativos:
a. Concepto de Dios: -Dios es un ser trascendente v, al mismo tiempo, es inmanente al
hombre y al mundo: Dios está «en los cielos» (Mt 5, 34; Jn 1, 18) y es un Padre que cuida con
ternura de los hombres (Mt 6. 25-32). -Dios es ser único y Trinidad de Personas: (Mt 28, 19). -
Dios es Espíritu puro (Jn 4, 24) y, a la vez, «se encarnó y habitó entre nosotros» (Jn l, 14).

b. Concepto del hombre: -El hombre es criatura hecha a imagen y semejanza de Dios (Gén
1, 27). -Ha sido elevado a la condición sobrenatural de hijo de Dios (Jn 1, 12). -Vale tanto que
Jesucristo se entregó a la muerte para salvar al hombre (Rom 8, 31-39). -Lo que se haga en
favor de un hombre necesitado, Cristo lo valora como hecho a Él mismo (Mt 25, 31-46).

c. Concepto del mundo material: -Dios creó el mundo como una realidad buena (Gén 1,
31). -Ha sido redimido por Cristo (Rom 8, 19-23). -Será transformado al final de los tiempos
en «los nuevos cielos y la nueva tierra» (2 Pe 3, 13; Apoc 21, 1).

2.3. LOS MILAGROS DE JESÚS


La predicación apostólica afirma que Dios acreditó la misión de Jesucristo con
«milagros, prodigios y señales» (Hch 2, 22). En efecto, Jesús acompaña frecuentemente su
predicación con numerosos milagros, para ofrecer motivos de credibilidad: «Recorría Jesús
toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando
toda enfermedad y dolencia del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria; y le traían a
todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los
endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curaba» (Mt 4, 23-24).

2.3.1. Definición

Se llama milagro a las acciones sensibles y extraordinarias que Jesús realiza como signos de
su Divinidad v que hacen presente la salvación. Santo Tomás define el milagro como «aquello
que se efectúa fuera del orden de toda la naturaleza creada. Evidentemen te, esto no puede
hacerlo más que Dios»'. San Agustín dice que «los milagros del Señor son signos de
misterios», «todo acontecimiento insólito que sobrepase de modo manifiesto las esperanzas
o capacidades del que lo admira»'. Desde la perspectiva de la Teología Fundamental el
milagro suele considerarse como «aquel hecho cuya realización no puede explicarse por
ninguna de las causas creadas, físicas o espirituales»`.
A1 examinar estas acciones observamos que están estructuradas por los siguientes
elementos:

a. Acciones sensibles,...: En primer lugar, para que haya milagro, se requiere que la
acción sea sensible, que sea perceptible por los sentidos de modo que podamos tener
experiencia cierta; por ejemplo, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná o la
resurrección de la hija de Jairo.

b. ... extraordinarias,...: Esas acciones sensibles deben ser extraordinarias, acciones que
«no siguen el curso ordinario de las leyes naturales»" y, en consecuencia, causan admiración
por ser inexplicables humanamente. En el milagro el hombre se encuentra ante una acción
que supera las fuerzas y las leyes de la naturaleza. Es decir, el milagro no puede ser realizado
por un simple hombre y motiva a aceptar «algo más» de lo que encontramos en el mundo.

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El milagro puede superar las fuerzas de la naturaleza en cuanto a la substancia del hecho
-por ejemplo, la resurrección de un muerto-, y en cuanto al modo de realizarlo =por ejemplo,
una curación instantánea-. Sin embargo, no parece correcto decir que esas acciones
extraordinarias están en «contraposición» con las leyes naturales, o que las anulen o
violenten, sino que implican solamente cierta «suspensión» experimentable de su función
ordinaria. Más bien hay que afirmar que los milagros están en la linea de la misma naturaleza,
aunque por encima de la capacidad normal de actuar de ésta. El milagro no introduc e «un
desorden en el mundo creado», sino un «orden superior»`.
En otras palabras: cuando hace un milagro, Jesús activa las fuerzas de la naturaleza
mediante su intervención divina, y produce un efecto que va más allá de la posibilidad
normal de acción de la naturaleza. Esto no elimina ni frustra la causalidad que Dios ha
comunicado a las cosas en su creación, ni viola las «leyes naturales» establecidas por Él
mismo e inscritas en la estructura de lo creado, sino que exalta y, en cierto modo,
ennoblece la capacidad de obrar de la naturaleza, como sucede precisamente en las
curaciones descritas en el Evangelio; por ejemplo, dar vista a un ciego de nacimiento, o dar
fuerza instantánea a los miembros tullidos de un paralítico.
c. ... producidas por Dios...: Para que haya milagro, debe excluirse la posibilidad de que esa
acción admirable pueda ser ocasionada por fuerzas ocultas desconocidas o por la acción del
demonio. Desde esta perspectiva, el milagro es un signo externo y objetivo de la acción de
Dios en el mundo y, en concreto, de la credibilidad de la Revelación sobrenatural y de la
Divinidad de Jesús. Como afirma el Concilio Vaticano I, los milagros «son signos certísimos
de la Revelación divina acomodados a la inteligencia de todos»". En definitiva, los milagros
externos y palpables están ordenados por Dios para probar una verdad de fe y, en primer
término, la Divinidad de Jesús.
En cuanto «hechos», los milagros «pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son
creíbles en la misma y aún mayor medida que los contenidos en otras obras históricas. Está
claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos, ya de historia ya de fe, radica
en el prejuicio antisobrenatural... Es el prejuicio de quien quisiera limitar el poder de Dios, o
restringirlo al orden natural de las cosas, casi como una auto-obligación de Dios de ceñirse a
sus propias leyes. Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y
teológica de Dios, Ser infinito, Subsistente y Omnipotente, que no tiene límites, salvo en el
"noser" y, por tanto, en el absurdo»`.
d. ... como signos de salvación: En armonía con las demás acciones, los milagros de Jesús
son signos de salvación: mediante

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PRIN CIPAL ES MILAGRO S D E JESCS

I Mateo Marcos Lucas Juan

Milagros sobre la naturale za


Conversión del agua en vino en
Caná _ _ 2 1-11
La primera pesca milagrosa - 5 1-11
Jesús camina sobre el lago 14 23-33 645-59 - 6 15-21
Primera multiplicación de los i
panes 14 13-21 6 31-44 9 10-17 1 6 1-15
Segunda multiplicación de lo s
panes 15 3'-39 8 1-10 - -
La tempestad calmada 8 23-27 4 36-41 8 22-25 -
Maldición de la higuera 21 18-22 11 12-25 - -
Segunda pesca milagrosa - - - 21 I-13

Curacione s de personas
La suegra de Pedro 4 38-39 -
El c riado Malco T2-41 22 50-51 -
La mujer cananea - -
Un leproso 5 12-16 -
Diez lepro sos - - 17 12-19 -
El c riado del centurión 8 5-13 - 7 1-10 4 46-54
El paralitico de Cafarnaum 9 2-8 2 1-12 5 16-26 -
El paralítico de la piscina Bet
zata 5 1-IS
El hombre de la mano seca 12 9-13 3 1-6 6 6-11
La hermorroísa de Cafarnaum 9 20-26 525-34 843-48 -
Dos ciegos 9 ?7_31 - _ _
El endemoniado ciego y mudo 12 22-30 - - _
Dos ciegos de Jericó 20 29-34 1046-52 1 18 35-43
El ciego de Betsaida ~ g 22_26
El ciego de nacimie nto en Je ru
salén _ 9 1-12
La mujer encorvada - ¡ - 13 10-17 -
Un hidrópico -' - 14 I-6 -
Un sordomudo cerca de Sidón ~ ~ 7 31-37 _
Un muchacho lunático , - 17 14-18 9 14-29 9 37-4? -

Expulsiones de demo nios ;


Un poseso en Cafarnaum -Í 1 23-28 4 36-37 -
Los endemoniados de Gadara Í 8 28-34 5 I-20 8 26-29
Un endemoniado mudo ~ 9 3'_-34 ~ - 11 14-15 i -
Resurreccione s de mue rtos i Í

El hijo de la viuda de Naím I - - 11_17 I _


La hija de Jairo en Cafarnaum 9 18-_26 I 5 21-43 8 46-56 I -
Lázaro en Be ta nia 1 l I-45
- - -
` I

los «milagros, prodigios y señales» que ha realizado, Jesús ha manifestado su poder de


salvar a los hombres del pecado que impide la salvación del alma inmortal y separa al hombre
de Dios; en otras palabras, los milagros de Jesús hacen presente la salvación.
2.3. 2. Tipos de milagros
Los tipos de milagros realizados por Jesús suelen clasificarse del modo siguiente:
curaciones de enfermos, resurrecciones de muertos, dominio sobre las fuerzas de la
naturaleza y expulsión de demonios. (Véase el cuadro anterior.)

2.4 SIGNIFICADO DE LOS MILAGROS DE JESÚS


Los milagros de Jesús tienen gran riqueza de significados; se dice que gozan de una «poli
valencia» de significación y de eficacia salvadora, relacionada con el misterio de la muerte y
Resurrección de Jesús`. Los principales significados son los siguientes:

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2.4. 1. Signos de la Divinidad de Jesús


Los milagros de Jesús son signos para reconocer su poder divino: El propio Jesús lo
expresa con toda claridad a los judíos: «Si no hago las obras de mi Padre no me creáis: pero si
las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí para que conozcáis y sepáis que el
Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10, 37-3á). Es decir, los milagros son signos de que
Jesús tiene «el Poder de lo alto» (Lc 24, 49), es decir, que es Dios.
Respecto al valor de los milagros como prueba del poder divino de Jesús, dice Juan Pablo
II: «Por muchas que sean las discusiones que se puedan entablar o. de hecho, se hayan
entablado acerca de los milagros (a las que, por otra parte, han dado respues ta los
apologistas cristianos), es cierto que no se pueden separar los "milagros, prodigios y
señales", atribuidos a Jesús e incluso a sus Apóstoles y discípulos que obraban "en su
nombre", del contexto auténtico del Evangelio. En la predicación de los Apóstoles, de la cual
principalmente toman origen los Evangelios, los primeros cristianos oían narrar de labios de
testigos oculares los hechos extraordinarios acontecidos en tiempos recientes y, por tanto,
controlables bajo el aspecto que podemos llamar crítico-histórico, de manera que no se
sorprendían de su inserción en los Evangelios. Cualesquiera que hayan sido las
contestaciones que han tenido lugar en tiempos sucesivos, de las fuentes genuinas de la
vida y enseñanza de Jesús emerge una primera certeza: los Apóstoles, los Evangelistas y
toda la Iglesia primitiva veían en cada uno de los milagros el supremo poder de Cristo sobre
la naturaleza y sobre las Leyes. Aquel que revela a Dios como Padre Creador y Señor de lo
creado, cuando realiza estos milagros con su propio po der, se revela a Sí mismo como Hijo
consubstancial con el Padre e igual a Él en su señorío sobre la creación»`. Vea mos algunos
ejemplos:

SIGNIFICADOS DE LOS MILAGROS DE JESÚS


Signos del amor de Dios.
Signos de la Divinidad de Jesús.
Llamadas a la fe.
Signos del Reino de Dios.
Signos de la presencia de Jesús en la Iglesia.
Signos de los sacramentos.
Signos de la acción salvadora de Jesús.
Signos del orden sobrenatural.

a. Jesús manifiesta que tiene un poder que corresponde a Dios, no a un simple hombre, en
los siguientes milagros: en la curación del leproso que, rogándole de rodillas, le decía: «Si
quieres, puedes limpiarme». Jesús respondió: «Quiero, sé limpio. Y al instante desapareció
de él la lepra y quedó limpio» (Mc 1. 40-42); en la resurrección de la hija de Jairo: «Niña, a
ti te digo, levántate. Y al instante se levantó la niña y se puso a andar» (Mc 5, 41-42); en la
resurrección de Lázaro: Jesús «gritó con fuerte voz: Lázaro, sal afuera. Y salió el que estaba
muerto» (Jn 11, 43-44).
b. Muchos contemporáneos de Jesús reconocen su Divinidad al ver los milagros que
hacía: los Apóstoles, al ver a Jesús andar sobre las aguas, le adoran y confiesan:
«Verdaderamente eres Hijo de Dios» (Mt 14, 33); las muchedumbres creyeron que venía de
parte de Dios (Jn 2, 23); Nicodemo. - «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como
Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él» (Jn 3, 2);

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incluso sus enemigos temen que las muchedumbres creerán en Él a causa de sus milagros
(Jn 11, 47-48).

2.4. 2. Signos de la acción salvadora de Jesús

Los milagros son "señales" mediante las cuales Jesús revela su obra divina de salvación.
En concreto, Jesús se presenta como el Salvador de los hombres respecto al pecado, al
demonio y a la muerte.
a. La salvación del pecado se revela de un modo particular en la curación del paralítico
de Cafarnaum: «Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son
perdonados» (cfr. Mc 2, 1-12).
b. La salvación del poder del demonio está significada en los milagros en los que Jesús
arroja a los «espíritus inmundos» que pueden dañar al hombre co n las tentaciones al
pecado; por ejemplo, la curación del endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20). Jesús tiene
poder sobre el primer autor del pecado en la historia del hombre: «Sal, espíritu inmundo,
de este hombre», conmina Jesús; y al sentirse amenazado por Cristo, el demonio grita
contra Él:
«¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?». La malicia del demonio queda
de manifiesto en su insistencia en dañar a los cerdos, ya que no puede seguir dañando al
geraseno por la acción de Jesús.
c. La salvación de la muerte, dramática consecuencia del pecado, está significada en las
resurrecciones --del hijo de la viuda de Naím, de la hija de Jairo y de Lázaro-.
Particularmente la re surrección de Lázaro (Jn 11, 1-45) es «como un "preludio" de la cruz y
de la resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y la
muerte»".

2.4. 3. Signos del Reino de Dios


Los milagros de Jesús también son signos del Reino de Dios, que ha irrumpido en la
historia del hombre y del mundo: «Si arrojo a los demonios por el Espíritu de Dios, es que
ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (47t 12, 28). Como había sido anunciado en el
Antiguo Testamento muchas veces, Jesús da vista a los ciegos, hace hablar a los mudos y oír
a los sordos, resucita a los muertos y arroja a los demonios (cfr. Le 4, 16-22). Estos hechos
muestran que los milagros no se reducen a ser simple contraseña externa de la Revelación
sobrenatural y de la Divinidad de Jesús, sino que anti cipan los bienes sobrenaturales que
Dios dará a los fieles al final de los tiempos; por ejemplo, las curaciones corporales son
expresión sensible de la salvación y de la felicidad eterna del cielo.

2.4.4. Signos de la realidad sacramental presente en la Iglesia


En los milagros de Jesús también se anuncia la realidad sacramental que es propia de la
Revelación cristiana. Procede del poder divino de Cristo, de su acción salvadora, y ha sido
confiada a su Iglesia. Veamos algunos ejemplos:
a. La curación del ciego de nacmiento (Jn 9, 1-41) es signo del sacramento del
Bautismo, en el cual, por medio del agua, el alma queda limpia y recibe la luz de la fe. Jesús
actúa por medio de la materia -el agua- para producir efectos que superan la naturaleza de
esa misma materia -la vista-. Algo semejante hará Jesús con los sacramentos: con su palabra
Jesús conferirá el poder de la regeneración sobrenatural del hombre a unos medios
materiales.

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b. La conversión del agua en vino en Caná de Galilea (in 2, 1-11) inaugura la nueva
creación, la de la gracia. La presencia de Jesús en las bodas de Caná es signo del sacramento
del matrimonio, en el que Cristo bendice el amor entre hombre y mujer. Por voluntad de
Jesús, el matrimonio de los cristianos es el sacramento que actualiza y manifiesta la unión
irrevocable, fiel y amorosa de Jesús con la Iglesia".
c. La curación del paralítico (Mc 2, 1-12) es un signo del poder de Jesús de perdonar
los pecados, por la conexión que hay entre la curación de la enfermedad y la gracia que
libera del pecado: «¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados; o
decir: levántate, toma tu camilla y anda?» (Mc 2, 9). También es un signo del sacramento
de la Penitencia, pues Jesús transmitió el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles y a
sus sucesores en el ministerio sacerdotal (Jn 20. 22-23).
d. E1 milagro de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15) realizado cerca de
Cafarnaum el día anterior a la promesa de la Eucaristía (Jn 6, 22-59), es un signo de este
sacramento. Jesús llama la atención sobre la necesidad de procurarse «el alimento que
permanece hasta la vida eterna», mediante la fe «en Aquel que E1 ha enviado» (Jn 6, 29); y
habla de Sí mismo como del Pan verdadero que «da la vida al mundo» (Jn 6, 33) y también
de que Él da su carne «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús anuncia su pasión y muerte
salvífica, haciendo referencia a la Eucaristía. que Él había de instituir el día anterior a su
pasión, como el sacramento-pan de vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6, 5455).
2.4. 5. Signos de la presencia de Jesús en la Iglesia
Los milagros de Jesús también son signos de su presencia constante en la Iglesia.
a. La tempestad camada (Mc 4, 35-41) en el lago de Genesaret es signo de la presencia
constante de Cristo en la «barca» de la Iglesia; en la pregunta a los discípulos: «¿Por qué
tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4, 40), se ve «la voluntad de Jesús de inculcar en los
Apóstoles y discípulos la fe en su propia presencia operante y protectora, incluso en los
momentos más tempestuosos de la historia, en los que se podría infiltrar en el espíritu la
duda sobre la asistencia divina»`.
b. Su caminar sobre las aguas (Mc 6, 45-52) es otra señal de su presencia y asegura
una vigilancia constante sobre sus discípulos y su Iglesia: «Soy yo, no temáis», dice Jesús a los
Apóstoles que lo habían tomado por un fantasma.
c. Las pescas milagrosas (Lc 5, 1-11; Jn 21, 1-14) son para los Apóstoles y para todos
los miembros de la Iglesia señales de la fecundidad evangelizadora y apostólica, si los
fieles se mantienen unidos al poder salvífico de Cristo; en la primera pesca Jesús dice a Pedro
que, en adelante, será «pescador de hombres» (Le 5, 10); tras la pesca que tiene lugar
después de la Resurrección, Jesús dice a Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (Jn 21, 17).
2.4. 6. Signos del amor de Dios hacia los hombres

Los milagros de Jesús narrados en los Evangelios revelan el amor misericordioso de Dios
proclamado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento ='. Se puede decir que los milagros de
Jesús tienen su fuente en el corazón misericordioso de Dios, que vive y vibra en el corazón
humano de Jesús, quien realiza los milagros «para superar toda clase de mal existente en el
mundo: el mal físico, el mal moral -es decir, el pecado- y, finalmente, para superar a aquel
que es "padre del pecado" en la historia del hombre, Satanás» .
Los milagros de Jesús son «para el hombre», especialmente para el bien físico v
espiritual de los que sufren. Ningún milagro ha sido realizado por Jesús en beneficio personal
ni para castigar a nadie, aunque fuese culpable -por ejemplo, la curación de la oreja de Malco

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en el huerto de los Olivos (Lc 22, 51)-; por el contrario, los milagros de Jesús son acciones
que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde anida
el mal; quienes los presencian se dan cuenta de ello y dicen admirados: «todo lo ha hecho
bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 37).

2.4. 7. Los milagros son llamadas a la fe

Los milagros están ordenados y estrechamente vinculados a la llamada a la fe, pues el


milagro acontece en unión orgánica con la Palabra de Dios que se revela. La Revelación es una
invitación de Dios a la fe, a creer lo que Él anuncia para la salvación de los hombres. El
milagro es «señal» particularmente intensa que confirma la presencia y la operatividad de la
Palabra de Dios anunciada. La llamada a la fe en relación con el milagro tiene dos formas:
a. En algunas ocasiones, la fe precede al milagro y es condición para que se realice: por
ejemplo:
- María en la Encarnación: Lc l, 26-38. 45;
- María en Caná de Galilea: Jn 2, 1-11;
- Jairo ante la enfermedad y muerte de su hija: Mc 5, 36;
- el padre del epiléptico: Mc 9, 22-24:
- Marta ante la resurrección de su hermano Lázaro: Jn 11, 25_27;
- la hemorroísa: Mt 9, 20-22;
- el ciego Bartimeo: Mc 10, 46-52;
- la mujer cananea: Mt 15, 21-28.

b. También encontramos ocasiones en las que la fe es un efecto del milagro, está


motivada por él; por ejemplo:
- los discípulos «creyeron en Él» (Jn 2. 11) después del milagro en Caná de Galilea;
- los Apóstoles creen que Jesús es «el Santo de Dios» (Jn 6, 66-69) después de la
multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum;
- la fe es el fin por el cual Jesús realizó sus milagros como expresa el Evangelista Juan:
«Muchos otros signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están
escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 3Ó -31).

2.4. 8. Signos del orden sobrenatural


Por último, los milagros demuestran la existencia del orden sobrenatural: mediante ellos se
constata que el orden de la naturaleza no agota toda la realidad y que el destino del hombre es el
Reino de Dios. Como hemos dicho arriba (cfr. n. 54. 1), los milagros tienen su raíz en la realidad de
la Encarnación y son testigos de ella. Pero, además, los milagros de Jesús están vinculados al
orden de la salvación, son signos salvíficos que llaman a la conversión y a la fe; es decir, no se
detienen en el orden de la creación -no los ha realizado Jesús, por ejemplo, para curar
simplemente unas cuantas enfermedades-, sino que dan testimonio del orden sobrenatural al que
han sido elevados los hombres por la acción redentora de Jesucristo. Por eso, los milagros de
Jesús también se refieren al signo último y' definitivo de su Resurrección.
2.5. LOS MILAGROS «EN EL NOMBRE DE JESUCRISTO
A lo largo de la historia nos encontramos con muchos milagros realizados por
cristianos. ¿Qué sentido tienen esas acciones prodigiosas? Tales milagros no aparecen
como expresión de un supuesto poder divino de esos hombres, sino de su estrecha unión
con Dios, pues siempre los realizan «en el nombre de Jesucristo» y con un fin
sobrenatural. Se puede decir que tanto los Apóstoles como los santos que se suceden de

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generación en generación realizan esos milagros como "prolongación" de los milag ros de
Jesús v. consiguientemente, como llamada continuada a la conversión y a la fe.
a. Milagros de los Apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de
que «los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo» (Hch 5; 12)
«en el nombre de Jesucristo». Por ejemplo, Pedro curó a un paralítico de naci miento en
Jerusalén (Hch 3, 1-11), a numerosos «enfermos y poseídos del espíritu inmundo» (Hch 5,
l6), al paralítico Eneas en Lida (Hch 9, 32-35) y resucitó a la cristiana Tabita en Joppe (Hch
9, 36-42). El diácono Esteban realizó «grandes prodigios y signos» (Hch 6, 8). Pablo curó
en Listra a un hombre cojo de nacimiento (Hch 14, 8-10), hizo muchos milagros en Éfeso
(Hch 19, 11) y resucitó a Eutico en Tróade (Hch 20, 9-12).

b. Milagros de los santos. También nos encontramos con numerosos milagros


realizados por santos a lo largo de los tiempos. Sobre la historicidad y el sentido de tales
prodigios son esclarecedoras las siguientes palabras de Juan Pablo II: «La vida de los
santos, la historia de la Iglesia, y, en particular, los procesos practicados para las causas
de canonización de los Siervos de Dios, constituyen una documentación que, sometida al
examen, incluso al más severo, de la crítica histórica y de la ciencia médic a, confirma la
existencia del poder de lo "alto" que obra en el orden de la naturaleza y la supera. Se
trata de "signos" milagrosos realizados desde los tiempos de los Apóstoles hasta hoy,
cuyo fin esencial es hacer ver el destino v la vocación del hombre al Reino de Dios. Así,
mediante tales "signos", se confirma en los distintos tiempos en las circunstancias más
diversas la verdad del Evangelio y se demuestra el poder salvador de Cristo, que no cesa
de llamar a los hombres (mediante la Iglesia) al cami no de la fe. Este poder salvífico del
Dios-Hombre se manifiesta también cuando los "milagros -signos” se realizan por
intercesión de los hombres, de los santos, de los devotos, así como el primer "signo" en
Caná de Galilea se realizó por la intercesión de la Madre de Cristo»`.
La riqueza y grandiosidad de todos estos significados indican muy bien que nos
encontramos ante acciones divinas, que ofrecen al hombre un nuevo sentido de su
existencia llamada a la salvación sobrenatural.

2.6 LAS PROFECÍAS SOBRE JESÚS


2.6.1. Concepto
Otro de los argumentos objetivos que confirman la Divinidad de Jesús es el de las
profecías. En Teología Fundamental se entiende por profecía el anuncio cierto de
acontecimientos futuros que no pueden ser conocidos por causas naturales y que, por eso, son
signos ciertos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos. La profecía consiste
esencialmente en un conocimiento recibido de Dios con una Finalidad de salvación. La
existencia de profecías, y su cumplimiento en Jesús de Nazaret, el Mesías anunciado, por
ser un milagro de orden intelectual, es un criterio externo para el conocimiento de la
Revelación sobrenatural y una confirmación de la Divinidad de Jesús.
El Evangelio de Juan presenta a Jesús como el Profeta mesiá nico: «Éste es
verdaderamente el Profeta que viene al mundo» (Jn 6, 14). Jesús se presenta como el
cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: «Hoy se ha cumplido esta Escritura
que acabáis de oír» (Lc 4, 21).

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En la Sagrada Escritura encontramos numerosas profecías; las que principalmente nos


interesan, como confirmación de la Divinidad de Jesús. son las siguientes: las que anunció el
propio Jesús y las del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías Salvador que tuvieron
su cumplimiento en Jesús.
2.6.2 Profecías de Jesús
Jesús hizo anuncios de futuro concretos o profecías. Las que se referían a sí mismo
tuvieron, efectivamente, cumplimiento en su vida. Son tanto más significativas cuanto
comprobamos la sorpresa e incluso la incredulidad por parte de sus discípulos. Veamos las
predicciones más importantes:
- Su pasión, Muerte y Resurrección (Me 8, 31-32); cfr. Catecisrmo, n. 601.
- El abandono de sus discípulos y la negación de Pedro (Me 14, 26-31).
-La traición de Judas (Me 14, 10-11; Jn 6, 70-71).

- La destrucción del Templo de Jerusalén (Mt 24, 2. 15-20; Me 13, 14-19); cfr. Catecismo, n.
585.
- La perennidad de la Iglesia (Mi 16, 18).

- La persecución de sus discípulos (Mt 10, 16-28; Jn 15, 20; 16, 2-4).
- El fin del mundo con la resurrección de los cuerpos (Mt 22, 23-33; 2S, 46; Jn S, 28-30).
- El juicio universal (Mt 16, 27; 25, 31-46).

2.6. 3. Profecías mesiánicas del Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento hay numerosas profecías que seña lan notas características
del Mesías o Salvador que Dios promete enviar a la tierra (cfr. Catecismo, nn. 64 y 489). Los
autores dan la mayor importancia a las profecías siguientes, cuyo cumplimiento tiene lugar
en Jesús:
- El anuncio de la redención salvadora en el relato del pecado original (Gén 3, 9-15).
- El Emmanuel (Isalás 7, 14). - El Dios fuerte (Isaías 9, S).
- El árbol de Jessé (Isaías 11, 1-3).

- El siervo doliente de Yahvéh (Isaías 42 y S3).

- El Hijo de Dios (Salmo 2, 6-8).

- El Hijo del Hombre (Daniel 7, 13-14).

Los Evangelios, especialmente el de Mateo, recogen el cumplimiento en Jesús de


numerosas profecías del Antiguo Testamento, para mostrar la Divinidad de Jesús de
Nazaret. He aquí algunos ejemplos:
- Mateo 1, 22: El Mesías es el Emmanuel,
- Mateo 2, 15. 23: Su estancia en Egipto (Oseas 11, 1). -Mateo 8, 17; 12, 17. 39; Juan 1, 29. 36:
El Mesías es el Siervo doliente de Yahvéh.
- Mateo 13, 35: realiza la revelación en parábolas (Salmo 78, 2). -Mateo 21, 4: Su entrada
triunfal en Jerusalén (Zacarias 9, 9). - Mateo 27, 9: Será vendido en treinta monedas de
plata (Zacarrás 11, 12-13: Jeremías 32, 6-9).
- Lucas 4, 17-21: El Mesías es el ungido de Dios (Isaías 61, 1-2).
-Lucas 7, 22: El Mesías hará milagros (Isaías 35, 5; 61, 1). - Lucas 24, 25-27: la redención
de los hombres se realiza por la pasión y muerte del Mesías (Deuteronomio 18, 15;
Salmo 22; Isaías 53).

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El propio Jesús muestra el cumplimiento de las profecías mesiánicas como prueba de su


Divinidad: «Escudriñad las Escrituras, ya que vosotros pensáis tener en ellas la vida eterna ;
pues ellas dan testimonio de mí» Un 5, 39).
San Pedro, el día de Pentecostés, para demostrar que Jesús de Nazaret es el Mesías
anunciado por los profetas, a la multitud congregada en Jerusalén recuerda los milagros
realizados por Jesús, así como su muerte, su Resurrección y su gloriosa Ascensión a los
cielos: «A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros con milagros,
prodigios y señales que Dios realizó entre vosotros por medio de Él, como bien sabéis, a
Éste, que fue entregado según el designio establecido y la presciencia de Dios, lo matasteis
clavándole en la cruz por manos de los impíos... A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Y ha sido exaltado a la derecha de Dios... Por tanto, sepa
con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis» (Hch 2, 22-24. 32-33. 36).

ACTIVIDAD 2.3 Leer y analizar el tema propuesto para luego elaborar un mapa semantico.

TEMA Nº 3 LA RESURRECCIÓN DE JESÚS I


Por: Gonzalo Lobo Méndez
3.1 IMPORTANCIA DE LA RESURRECCIÓN DE JESUS
La Resurrección de Jesús es una verdad que pertenece a la Revelación divina. Jesús
pone en relación su muerte y su Resurrección como signo de su Divinidad y, especialmente,
de su acción redentora en favor de los hombres.
Además, la Resurrección de Jesús es un hecho original que tiene una importancia
decisiva en la vida de los hombres. En concreto, puede decirse que la fe de los cristianos
descansa sobre el hecho histórico de la Resurrección. Más aún: el hecho de que Jesús haya
vuelto a la vida después de su muerte, es la prueba máxima de la Divinidad de Jesús. Los
puntos siguientes muestran la importancia de la Resurrección.

3.1 1. Jesús habla de su Resurrección


Jesús, durante su vida pública, y antes de los acontecimientos pascuales, fue
anunciando gradualmente con palabras y con hechos que, tras sufrir mucho y ser
ejecutado, resucitaría.
a. El Evangelio según Marcos atestigua tres anuncios solemnes de la pasión y de la
Resurrección de Jesús. El primero tiene lugar tras la confesión de Pedro en Cesárea de
Filipo; Jesús «comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser
reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a
los tres días. Hablaba de esto abiertamente» (Me 8, 31-32). Por segunda vez lo comunicó
a los discípulos, cruzando Galilea, después de la curación del epiléptico endemoniado
(Me 9, 31-32). El tercer anuncio a los Doce tiene lugar cuando ya se encuentra en camino
hacia Jerusalén: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a
los sumos sacerdotes y los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles,
y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará» (Mc
10, 33-34).
Hay otros anuncios proféticos de Jesús acerca de su muerte y Resurrección. Lo
manifestó a Pedro, Santiago y Juan después de la Transfig uración (Me 9, 9-12). También lo
manifestó Jesús a los escribas y fariseos que le pidieron una señal del cielo: Jesús se aplicó
el «signo de Jonás» (Mt 12, 38-42; 16, 4). Por último, también consta este anuncio
profético en el desafío a los judíos sobre «la reconstrucción en tres días del templo que será

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destruido»; Juan anota que Jesús «hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó de
entre los muertos, se acordaron sus discípulos que había dicho eso, y creyeron en la
Escritura y en las palabras que había dicho Jesús» (Jn 2, 19-22).
b. Jesús también manifiesta con sus hechos que tiene poder sobre la vida y sobre la
muerte, y muestra que tiene este poder al resucitar a la hija de Jairo (Mc 5, 39-42), al joven
de Naím (Le 7, 12-15) y, sobre todo, al resucitar a su amigo Lázaro (Jn 11, 42-44); esta
resurrección se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio y una prefiguración de la
Resurrección de Jesús; en las palabras dirigidas a Marta, afirma Jesús: «Yo soy la
resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá eternamente» (Jn 11, 25-26).

3.1. 2. Los Apóstoles dan importancia a la Resurrección


Los Apóstoles, desde el primer momento, predican la Resurrección de Jesús como un
hecho sucedido realmente. De este hecho deducen que la Resurrección es el signo
supremo de la Divinidad de Jesús y la demostración de la veracidad de su mensaje de
salvación:
San Pedro el día de Pentecostés afirma con claridad la Divini dad de Jesús: «Sepa con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor (Kyrios) y' Cristo (Mesiah) a este
Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2. 36: cfr 2, 22-24. 32-33. 37-38)'.
Pocos días después, ante el estupor de la gente que veía andar v saltar en el Templo de
Jerusalén a un paralítico de nacimiento. San Pedro dice de Jesús que «Dios le resucitó de
entre los muer tos, y nosotros somos testigos de ello». Y a continuación añade que. «por la
fe en su nombre», este paralítico ha sido curado (Hch 3, 15-16).

3.1.3. Es el hecho cumbre de la vida de Jesús


La Resurrección es el hecho cumbre de la vida histórica de Jesús de Nazaret: en Cristo
resucitado se revela la autenticidad de Jesús, hombre e Hijo de Dios glorioso: además, la
Resurrección de Jesús expresa la dignidad de toda persona humana, llamada a la vida
eterna.
3.1.4. La Resurrección presenta dos dimensiones
La Resurrección tiene dos dimensiones entrelazadas. Una es humana: se trata de un
hecho sucedido realmente en una circunstancia precisa de lugar y tiempo; y de un hecho
constatado por los métodos de las ciencias históricas. La otra dimensión es divina: se trata
de un acontecimiento sobrenatural que trasciende y supera la historia y sólo se capta a la
luz sobrenatural de la fe. Los textos del Nuevo Testamento expresan esta dimensión divina
de diversas maneras: que Jesús resucitó con un «cuerpo espiritual» (I Cor 15, 44) y hecho
partícipe de la vida divina como «Señor de la gloria» (1 Cor 2, 8): que «Dios le resucitó» y lo
ha constituido «Señor y Cristo»(Hch 2, 32.36): que «Jesús murió y resucitó» en virtud de su
propio poder (1 Tes 4, 14; Hch 10, 41); que resucitó «según las Escrituras» (1 Cor 15, 3-4),
indicando que se cumple en Cristo lo que había sido profetizado en el Antiguo Testamento.

3.2. EL HECHO HISTÓRICO DE LA RESURRECCIÓN

«Resucitar» es volver a la vida en el cuerpo después de la muerte. La muerte es la


separación del alma y el cuerpo. En consecuencia, la resurrección es la vuelta del alma al
cuerpo, dándole vida nuevamente.

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«El misterio de la Resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo


manifestaciones históricamente comprobadas, como lo atestigua el Nuevo Testamento» -.
La verdad de fe sobre la Resurrección tiene una base experimental en personas concretas y
suficientemente conocidas.
En la Resurrección de Jesús observamos los siguientes hechos, vividos y testificados
directamente por los discípulos, y documentados por el Nuevo Testamento.

3.2. 1. Jesús murió realmente

Fue un hecho público, presenciado por numerosas personas y certif icado por la
autoridad romana: Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión,
le preguntó si efectivamente había muerto. Cerciorado por el centurión, entregó el cuerpo a
José» de Arimatea (Mc 15, 44-45; cfr. Jn 19, 30-37; Me 15, 33-41. Cristo experimentó la
muerte humana. Y si Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre, cuando expiró Cristo no murió
un simple hombre: murió Dios, murió el Hijo de Dios en su naturale za humana, en el modo
de ser humano que el Hijo de Dios tomó para sí en la Enc arnación.
3.2. 2. Jesús fue sepultado realmente

Después de la muerte de Jesús, José de Arimatea «lo descolgó de la cruz, lo envolvió en


una sábana y lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una
piedra sobre la entrada del sepulcro» (Mc 15, 46). Este hecho ha sido confirmado por las
autoridades religiosas de Israel, temerosas de que los dis cípulos robasen el cuerpo de Jesús
del sepulcro. Según Mateo, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos fueron a Pilato para
que asegurase el sepulcro de Jesús; Pilato les dijo: «Ahí tenéis la guar dia; id y custodiad
como sabéis. Ellos marcharon y aseguraron el sepulcro sellando la piedra y poniendo la
guardia» (Mt 27, 65-66; cfr. Jn 19, 38-42 y Mt 27, 57-66).
La afirmación de que Jesús «fue depositado en un sepulcro» determinado, es la
confirmación de que su muerte fue real, y no sólo aparente. Su alma, separada del
cuerpo, fue glorificada en Dios, pero el cuerpo yacía en el sepulcro en estado de cadáver.
La referencia evangélica a la sepultura de Jesús parece una mera anotación de crónica;
sin embargo. es un dato cuyo significado se inserta en el horizonte más amplio de toda la
Cristología. Los textos evangélicos afirman que Jesús es el Verbo que se ha hecho carne,
para asumir la condición humana y hacerse semejante a los hombres en todo, excepto en el
pecado (cfr. Heb 4, 15). Se ha convertido verdaderamente en «uno de nosotros»', para
poder realizar la redención de los hombres, gracias a la solidaridad profunda instaurada con
cada miembro de la familia humana. En esa condición de hombre verdadero, Jesús sufrió
enteramente la suerte del hombre, hasta la sepultura que habitualmente sigue a la muerte.
La sepultura de Jesús es, pues, un hecho que expresa que el Hijo de Dios se hizo hombre y
experimentó hasta el extremo la condición de todos los hombres. Este hecho había sido
anunciado previamente por Jesús cuando, refiriéndose a la historia de Jonás, dijo: «también
el Hijo del Hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mi 12, 40).
Durante los tres días (no completos) transcurridos entre el momento en que «expiró» y
la Resurrección, Jesús experimentó el «estado de muerte». Si la muerte comporta la
separación de alma y cuerpo, se sigue de ello que también Jesús tuvo, por una parte, el
estado de cadáver de su cuerpo; y, por otra, la glorificación celeste de su alma desde el
momento de la muerte. Así lo expresa la primera Carta de Pedro: «muerto en la carne,
vivificado en el espíritu» (1 Pe 3, 18).
En el discurso de Pentecostés, el Apóstol Pedro, para confir mar la Resurrección, afirma
que Cristo «no fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción» (Hch 2,
31). «Ha des» es un término griego que, al igual que el término hebreo “sheol», significa

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«infiernos». No se trata aquí del estado de condena eterna, sino del descenso al «lugar de
los muertos», «país de la muerte» o «lugares inferiores», para comunicar la felicidad del
cielo a todos los hombres justos con los que, en cuanto al cuerpo, Jesús comparte el estado
de muerte.

3.2. 3. El sepulcro vacío


Otro hecho histórico claramente documentado es que los discípulos encontraron el
sepulcro vacío (cfr. Catecismo, n. 640). El día siguiente al sábado, María Magdalena fue
muy de mañana, con otras mujeres, al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús; y «vio
quitada la piedra del sepulcro»; sorprendida y asustada fue corriendo a Pedro y Juan y les
dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y
Juan fueron corriendo y comprobaron que el sepulcro estaba vacío (Jn 20, 1-10). Este
descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del hecho» de la Resurrección
como una verdad que no podía ser refutada.

3.2. 4. El anuncio de los ángeles


Otro hecho documentado históricamente es el testimonio que dan las mujeres de que
unos ángeles les anunciaron que Jesús había resucitado. Las mujeres fueron las primeras en
acoger el anuncio de los ángeles: «Ha resucitado; no está aquí... Pero id a decir a sus
discípulos y a Pedro...» (Mc 16, 5-7; .1-1t 28. 5-7; Le 24, 1-11).

3.2.5 Resistencia de los discípulos


Inicialmente los discípulos se resisten a admitir el anuncio de la Resurrección; lo califican de
«delirio», de «desatino». En concreto, el Evangelio según Lucas nos hace saber que cuando las
mujeres, «al regresar del sepulcro, anunciaron todas estas cosas [el sepulcro vacío] a los Once y a
todos los demás... les parecían todas estas palabras como un delirio, y no les creían» (Le 24, 9-11).

3.2.6. No hay testimonio del momento de la Resurrección


El momento preciso de la Resurrección no fue presencia do por los discípulos: Nadie vio
el hecho en sí; ninguno fue testigo ocular del suceso; no hay testimonio de ello en los Evan-
gelios.

3.2. 7. Jesús se apareció vivo, en persona


Jesús se apareció de modo sensible a los discípulos durante cuarenta días (cfr.
Catecismo, nn. 641-644). En sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: el
rostro, las manos, el costado traspasado, la voz; aparece c omo el mismo de antes de la
muerte, aunque con algunas «transformaciones» que sorprenden a los discípulos. Por eso,
Jesús les pide que le palpen para comprobar que no es un fantasma, sino que tiene carne y
huesos, y come delante de ellos, aunque no necesitaba alimento. Jesús les lleva
gradualmente al reconocimiento y a la fe. Entonces, una luz nueva ilumina sus ojos y
comprenden el acontecimiento de la cruz y de la muerte que concluye en la gloria de la vida
nueva.

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' Las principales apariciones de Jesús documentadas en la Sagrada Escritura son las
siguientes:

APARICIONES DE JESÚS RESUCITADO

Mateo Marcos Lucas Otros


Juan
,A las mujeres en el se
I pulcro 28 1-10 16 1-10 24 1-10 - -
Pedro y Juan van al
sepulcro - - 24 12 20 3-10 ~ -
A María Magdalena - 16 9-11 - 20 1-18 -
Soborno de los solda
dos 28 11-15 - - - -
A los discípulos de
Emaús - 16 12-13 24, 13-35 - -
A los Apóstoles en Je
rusalén - 16 14 24 36-43 20 19-20 Hch 1 4
A Pedro y a más de
quinientos - - - - 1 Cor 15 1-8
Misión universal de
los Apóstoles 28 18-20 16 15-16 24 47-48 20 21-23 Hch 1 8
Promesa del Espíritu
Santo - - 24 49 - Hch 1 4
~ A los Apóstoles con
Tomás - - - 20 24-29 1 Cor 15 7
A orillas del lago de
Tiberíades - - - 21 1-14 -
El día de la Ascensión - 16 19 24 50-53 - Hch 1 4-14
A Pablo camino de
Damasco - - - - 1 Cor 15 8

3.2. 8. Las huellas de la crucifixión


El cuerpo vivo que se aparece a los discípulos tiene las huellas de la crucifixión que
sufrió Jesús: las heridas de los clavos en las manos y la lanzada en el costado. Este hecho
manifiesta que el cuerpo vivo que se aparece a los discípulos es el mismo que había sido
martirizado y crucificado (Jn 20, 20.27). Es decir. Jesús volvió a la vida con el mismo cuerpo
que había sido sepultado.

3.2. 9. Cuerpo glorioso


Los discípulos advierten que el cuerpo vivo de Jesús posee propiedades «nuevas»:
Jesús entra en el Cenáculo estando las puertas cerradas (Jn 20, 19); aparece y desaparece
(Lc 24, 31); se puede afirmar que se ha «hecho espiritual» y «glorificado»; no está
sometido a las limitaciones habituales de los cuerpos humanos, ni a la muerte; pero, al
mismo tiempo, es un cuerpo auténtico y real. Jesús aparece como el mismo de antes, pero
al mismo tiempo como otro: un Jesús «transformado». No es nada fácil para los discípulos
hacer la inmediata identificación; intuyen que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que
Él ya no se encuentra en la condición anterior a su muerte. En la identidad física del cuerpo
de Jesús está la demostración de que ha resucitado (cfr. Le 24, 40-43; Catecismo, nn. 645-
647).
Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho
de la Resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del testimonio
que está en el centro de su predicación.

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3.3. PRIMEROS TESTIMONIOS SOBRE LA RESURRECCIÓN


En los documentos cristianos primitivos encontramos numerosos testimonios históricos
sobre la Resurrección de Jesús'. Entre los: más importantes están los siguientes:

3.3. 1. El mismo día de la Resurrección


El hecho real de la Resurrección de Jesús es testificado por algunos discípulos el
mismo día en que ocurrió: María Magdalena, los discípulos de Emaús, y los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo, exceptuando a Tomás, afirman según los Evangelios que el primer
día de la semana vieron a Jesús vivo y que hablaron con Ël.
3.3 2. El día de Pentecostés

El primer testimonio oral público tiene lugar el día de Pentecostés: El día de


Pentecostés del año 30, después de recibir al Espíritu Santo, Pedro afirma en Jerusalén,
ante miles de personas, que «a Jesús Nazareno, hombre a quien Dios acreditó entre
vosotros con milagros, prodigios y señales... Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros
somos testigos... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido
Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado». Este testimonio está
recogido por Lucas en Hc/z 2, 22-24. 32-33. 36, libro escrito hacia el año 63. En definitiva,
el libro de los Hechos testifica que a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, el
Apóstol Pedro se presentó públicamente como testigo de que Jesús de Nazaret está vivo, de
que ha resucitado.

3.3 3. La Primera Carta a los Corintios

El primer testimonio escrito es del año Si: El primero y más antiguo testimonio escrito
sobre la Resurrección de Cristo se encuentra en la Primera Carta de San Pablo a los
Corintios, escrita en Éfeso hacia la Pascua del año 57. En ella el Apóstol recuerda a sus
destinatarios: «Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día,
según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más
de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros
murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último lugar
a mí, como a un abortivo» (1 Cor 15, 3-8).
Pablo habla aquí de la tradición viva de la Resurrección, de la que él había tenido
conocimiento hacia el año 36 0 3, tras su conversión a las puertas de Damasco (cfr. Hch 9,
3-18), con lo que este testimonio se remonta a sólo seis o siete años después d e la
Resurrección. Este conocimiento fue confirmado posteriormente por Pablo en Jerusalén por
medio de testigos presenciales de la Resurrección: los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, como
precisa en su Carta a los Gálatas (1, 1 8 ss.). En su relato, San Pablo recurre a los testigos a
los que Cristo se apareció personalmente.

3.4. INCONSISTENCIA DE LAS HIPÓTESIS CONTRA EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN

Ante la fuerza de los testimonios históricos sobre la Resurrección de Jesús, que acabamos
de ver, carecen de credibilidad las hipótesis que no reconocen la Resurrección como un hecho
histórico. Las más difundidas son las siguientes:
a. Teoría del recuerdo: Algunos entienden que la Resurrección no sería otra cosa que
una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras su muerte (estado
de vida, y no de muerte); es decir, entienden la Resurrección de Jesús como un mero
recuerdo que permanece vivo en una serie de personas.

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b. Teoría del influjo: Otros reducen la Resurrección al influjo que, tras su muerte. Cristo
ejerció, e incluso reanudó con nuevo e irresistible vigor, sobre sus discípulos.
Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la Resurrección,
considerándola solamente como «el producto» del ambiente psicológico formado en los
discr'pulos de Jerusalén. Pero estas hipótesis no hallan comprobación en los hechos. Más
aún; son crítica e históricamente insostenibles. Por el contrario, los hechos comprobados
contradicen esas hipótesís'.

3.4.1. Los Apóstoles son testigos de la Resurrección


Consta históricamente que los Apóstoles se presentaron como testigos directos de la
Resurrección de Jesús: «todos nosotros somos testigos» (Hch 2, 32). Por su parte, San Pablo
basa su convicción en los testigos oculares del «hecho»: su testimonio sobre la Resurrección
de Cristo se basa en la experiencia vivida por numerosas personas.

La verdad sobre la Resurrección no es un «producto» de la fe de los Apóstoles o de los


demás discípulos; no se trata de un «entusiasmo psicológico», ni de un mito, ni de una idea
inventada. De los datos históricos resulta más bien que la fe de los discípulos, incluso la fe
que tenían en Jesús antes de su Resurrección, fue .sometida a la prueba radical de la
pasión y de la muerte de su Maestro. Jesús mismo había anunciado esta prueba,
especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro poco antes de la pasión: «¡Simón,
Simón! Mira que Satanás ha pedido poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para
que tu fe no desfallezca» (Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión y muerte de
Jesús fue tan grande que los discípulos -al menos algunos de ellos- inicialmente no creyeron
en la noticia de la Resurrección, como hemos visto antes.

3.4.2. Jesús se presentó vivo


El Resucitado confirma que es Jesús vivo. La hipótesis que quiere ver en la
Resurrección un «producto» de la fe de los Apóstoles, también se descalifica con lo que es
referido cuando el Resucitado «en persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a
vosotros!». Ellos, de hecho, «creían ver un fantasma». En esta ocasión, Jesús mismo debió
vencer sus dudas y temores, y convencerles de que era Él: «Mirad mis manos y mis pies:
Soy yo mismo. Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo
tengo... Y como no acabasen de creerlo y estuviesen asombrados», Jesús les dijo que le dieran
algo de comer y «lo comió delante de ellos» (Le 24, 36-4`

3.4. 3. La actitud de Tomás


Especialmente llamativo es el caso del Apóstol Tomás, que no se encontraba con los
demás Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar
de que la puerta estaba cerrada. Cuando, después, los discípulos le dijeron «¡Hemos visto al
Señor”, Tomás no creyó y dijo: «Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi
dedo en el agujero de sus clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días
después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo y dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédul o sino creyente». Entonces,
ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús. Tomás cambió de parecer y manifestó su
fe con las palabras: «Señor mío y Dios mío». Y Jesús le dijo: «Porque me has visto has
creído; dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 24-29). Esta resistencia de
Tomás a admitir la Resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de
Jesús vivo, es una prueba más de que la Resurrección no es un «producto» de la
«credulidad» o fantasía de los Apóstoles, sino una experiencia profunda, un hecho real'. En

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definitiva, la fe de los Apóstoles en la Resurrección nació -bajo la acción de la gracia divina-


de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.

3.4.4 Los Apóstoles «han visto» a Jesús


Los testimonios de los Apóstoles sobre la Resurrección de Jesús se fundamentan en las
experiencias directas que han tenido los discípulos: han visto y han hablado con el Señor
resucitado. Precisamente cuando eligen a Matías, para completar el número de los Doce,
los Apóstoles requieren como condición que el que sea elegido no sólo haya sido
«compañero» de ellos en el tiempo en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo
pueda ser «testigo de su resurrección» (Hch 1, 22), gracias a la experiencia vivida antes de
la Ascensión de Jesús a los cielos.

3.4 .5. El hecho histórico real es el fundamento de la fe sobrenatural

La consecuencia de los hechos comprobados es la siguiente: El hecho histórico real


de la Resurrección es el fundamento de la fe de los Apóstoles. De los textos evangélicos
resulta que la fe de los Apóstoles en la Resurrección es, desde el comienzo, una convicción
basada en un hecho sucedido realmente, experimentado varias veces, y por muchas
personas, durante cuarenta días. Las sucesivas generaciones cri stianas aceptaron el
testimonio de los Apóstoles como testigos creíbles. La fe cristiana en la Resurrección de
Cristo está vinculada, pues, a un hecho real, que tiene una dimensión histórica precisa.

3.5. EXPLICACIÓN DE LA REALIDAD HISTÓRICA DE LA RESURRECCIÓN


Además de todas las pruebas que acabamos de ver, el testimo nio evangélico sobre la
Resurrección necesita una explicación racional. Podemos decir que ese testimonio sólo
tiene sentido, si puede demostrarse que son reales los dos hechos siguientes: a) Que los
Apóstoles hubieran encontrado realmente el sepulcro vacío. b) Y que los Apóstoles tengan
fundamento cierto para afirmar que Jesús se les ha aparecido realmente. Expliquemos estos
dos puntos.

3.5.1 Explicación racional del hecho histórico del sepulcro vacío


Los Apóstoles predicaron que ellos encontraron el sepulcro vacío. Esta predicación
tenía que coincidir con la realidad, es decir, con que el sepulcro en el que Cristo fue
depositado estuviese realmente vacío. De lo contrario, los enemigos de Jes ús inmedia-
tamente habrían presentado el cuerpo muerto, para desmentir aquella predicación, cosa
que no hicieron. Pero, ¿cómo puede explicarse esta realidad histórica? Sólo caben dos
posibilidades: a) Que alguien lo robase. b) Que el cuerpo de Jesús saliese por sí mismo del
sepulcro.
a. El cuerpo de Jesús no fue robado. La hipótesis del robo y ocultamiento del cuerpo de
Jesús es históricamente insostenible; es decir, el cuerpo de Jesús no pudo ser robado:
a. 1) No lo robaron los enemigos de Jesús: iba contra sus intenciones e intereses;
sellaron la piedra y pusieron guardia en el sepulcro para que nadie lo pudiese robar (Mt 27,
62-66). Este hecho viene confirmado por el soborno de los soldados; el Sanedrín «dio una
buena suma de dinero a los soldados» y trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían
éstos, el cuerpo de Jesús había sido robado por los discípulos. «Y se corrió esta versión entre
los judíos -anota Mateo-, hasta el día de hoy» (Mt. 28, 11-15)

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a. 2) No pudo ser obra de los discipulos: «se encontraban tristes y llorosos» (Mc 16, 10);
tenían «miedo a los judíos» (Jn 20, 19); estaban temerosos, turbados y asustados; tenían una
profunda depresión moral y derrumbamiento de ánimo. Robar el cuerpo de Jesús y anunciar
con falsedad que había resucitado, es impensable e iba en contra de la sinceridad que les
había enseñado su Maestro. Además, los testimonios históricos afirman que los discípulos se
quedaron muy sorprendidos al comprobar que el sepulcro estaba vacío.
a. 3) No fue robado por ladrones.- los lienzos _v el sudario con el que cubrieron el
cuerpo de Cristo estaban en el sepulcro. De robarlo, era más lógico sacarlo con las ropas que
le cubrían. Sin embargo:
- Los lienzos estaban depósitdos (Jn 20. 6) _ «colocados», «dispuestos»: el texto
evangélico parece sugerir que el lienzo superior estaba doblado o «caído» sobre el lienzo
inferior: es decir. los lienzos habían quedado aplanados y como vacíos al resucitar v
desaparecer de allí el cuerpo de Jesús; no estaban desordenados ni tirados por el suelo, como
dicen algunos.
-El sudario que envolvía la cabeza permaneció involutum (Jn 20, 7) _ «envuelto»,
«enrollado» en otro sitio, lo que sugiere el sudario conservaba todavía su forma de envoltura,
probablemente debido a la tersura producida por los ungüentos, y permaneció como si la
cabeza de Jesús hubiese desaparecido sin desenvolver el sudario

b. El cuerpo de Jesús salió por sí mismo del sepulcro. La explicación anterior de la


imposibilidad del robo del cuerpo de Jesús, lleva racionalmente a admitir que Jesús salió por
sí mismo: el sepulcro vacío sólo es científicamente explicable por la salida del propio Jesús
vivo: es decir, por el milagro de su verdadera Resurrección.

3.5. 2. Explicación y fundamento histórico de la predicación de los Apóstoles sobre


la afirmación de que Jesús se les había aparecido
La predicación de los Apóstoles afirmando que Jesús se les apareció vivo después de
su muerte en la cruz, tiene fundamento histórico y es explicable racionalmente:
a. Los relatos evangélicos no concuerdan en el orden, número y lugar de las apariciones.
Estas narraciones se presentan inicialmente como una dificultad para admitir su veracidad
histórica.
b. Pero la discordancia de los relatos evidencia que los Evangelistas no se pusieron de
acuerdo. Es razonable admitir que, debido precisamente a su afán de ser veraces, cada
Evangelista haya escrito su propia experiencia; también es posible que se refieran a
apariciones distintas.
c. Debido al carácter salvífico de los Evangelios, lo decisivo es el testimonio de que Jesús,
después de su muerte y sepultura, se apareció vivo a los discípulos, y se manifestó de modo
sensible e inequívoco: los relatos afirman que Jesús se apareció vivo a los discípulos, que le
vieron en diversas ocasiones, que hablaron con Él e, incluso, que Jesús comió un trozo de pez
asado delante de ellos. Los encuentros de Jesús resucitado están certificados históricamente,
aunque llenos de misterio.

d. La predicación de los Apóstoles no pudo ser fruto de un entusiasmo psicológico, pues


inicialmente ofrecieron resistencia a admitir la Resurrección de Jesús: los Apóstoles no fueron
crédulos sino críticos, especialmente Tomás. `
e. Los relatos evangélicos ofrecen evidencias palpables de que se refieren a hechos
concretos, a experiencias personales de los discípulos de haber visto y oído a Jesús resucitado:
los relatos están muy lejos de reflejar cualquier alucinación.

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3.6 CONSECUENCIAS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Del hecho de la Resurrección de Jesús se derivan unas consecuencias que vamos a perfilar
brevemente (cfr. Catecismo, nn. 651-658).

3.6. 1. Confirmación de lo «hecho y enseñado» por Jesús


La Resurrección constituye, en primer lugar, la confirmación de todo lo que Cristo mismo
había «hecho y enseñado»; es decir, que su mensaje de salvación es verdadero. La
Resurrección es el sello divino puesto sobre sus palabras y sobre su vida. El mismo Jesús había
indicado a los discípulos y a los adversarios este signo definitivo de su verdad. El ángel del
sepulcro lo recordó a las mujeres la mañana de la Resurrección: «Ha resucitado, como lo
había dicho» (Mt 28, 6). Si esta palabra y promesa suya se reveló como verdad, también todas
sus demás palabras y promesas poseen el poder de la verdad que no pasa como Jesús mismo
había proclamado: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mi 24, 35).
Nadie habría podido imaginar ni pretender una prueba más autorizada, fuerte y decisiva que
la resurrección de entre los muertos. De ahí que la Resurrección de Jesús sea la confirmación
definitiva y plena de la Revelación divina.

3.6. 2. Confirmación de la Divinidad de Jesús

La Resurrección también confirma la verdad de la misma Divinidad de Jesús, quien había


dicho: «Cuando hayáis levantado [sobre la cruz] al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo
soy -ego eimi-» (Jn 8, 28). Los que escucharon estas palabras quisieron lapidar a Jesús, puesto
que la expresión «Yo soy» era para los hebreos el equivalente del nombre de Dios. De hecho,
el Sanedrín condenó a Jesús como reo de blasfemia después de haber declarado que era el
Cristo, el Hijo de Dios, tras el interrogatorio del sumo sacerdote (Mi 26, 63-65). Y ésta es la
acusación principal que el Sanedrín presenta a Pilato pidiendo para Jesús la pena de muerte
(Jn 19, 7). La gran blasfemia era haberse proclamado Hijo de Dios. Y ahora su Resurrección
confirmaba la veracidad de su identidad divina y legitimaba la atribución hecha a Sí mismo,
antes de la Pascua, del «nombre» de Dios: «En verdad os digo: antes de que Abraham
existiera, Yo soy» (Jn 8, 58). La Resurrección del Crucificado por esa blasfemia demuestra que
Él era verdaderamente Yo soy, el Hijo de Dios'.

3.6 3. Jesús trae la vida nueva

Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres". La
víspera de su pasión, en la oración sacerdotal dijo Jesús: «Padre... glorifica a tu Hijo para que
tu Hijo te glorifique a ti. Y para que, según el poder que le has dado sobre toda carne, dé
también vida eterna a todos los que tú le has dado» (Jn 17, 1-2). Esta «vida nueva» o «vida
eterna», que se concede a los creyentes en virtud de la Resurrección de Jesús, consiste en la
liberación del pecado y en la participación en la vida nuera de la gracia. Estos frutos de la
Resurrección de Jesús se aplican a los hombres en el Bautismo: «Fuimos con Él [Cristo]
sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de
entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así nosotros vivamos una vida nueva»
(Rom 6, 4).
Esta vida nueva manifiesta la filiación adoptiva, es decir, que los bautizados han sido
constituidos en hijos de Dios. Lo afirma San Pablo en estos términos: «Envió Dios a su Hijo...
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La
prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su

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Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también
heredero por voluntad de Dios» (Gá14, 4-7). Esta filiación de los bautizados es un don real,
una verdadera participación en la vida divina.

3.6.4. Cristo resucitado es principio y fuente de la resurrección futura de


los hombres
El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de la Eucaristía como sacramento
de la vida eterna, de la resurrección de los hombres al Final del mundo: «El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 54). Jesús
enseña que bajo las especies sacramentales de la Eucaristía se da, a los que la reciben en
gracia, una participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo glorificado.
También Pablo pone de manifiesto la vinculación entre la Resurrección de Cristo y la de
los hombres: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, corno primicia de los que
mueren ... Pues así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán
vivificados» (1 Cor 15, 20-22). «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se revista
de incorruptibilidad, y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este
cuerpo corruptible se haya revestido de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal se haya
revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: "La muerte ha
sido devorada en la victoria"» (1 Cor 15, 53-54). Cristo ha logrado ya la victoria definitiva
sobre la muerte. Y Él hace partícipe de esta victoria a la humanidad en la medida en que ésta
recibe los frutos de la redención. Por tanto, el hombre debe abrirse a su vocación de
eternidad: Jesús resucitado es garantía de la resurrección corporal de los hombres al final de
los tiempos'.

3.6.5. Cristo resucitado vive en los fieles cristianos

Otra consecuencia o fruto de la Resurrección es que Cristo vive en los cristianos como
fuente de santificación; es decir, Cristo «diviniza» todos los ám bitos de la vida del cristiano`.
Ya lo había prometido Cristo el día de la última Cena: «Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23)". Esta
certeza le lleva a decir a San Pablo: «Con Cristo estoy crucificado: y ya no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en rm: La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2. 20). Como el Apóstol, también cada
cristiano, aunque vive todavía en la carne, en la vida terrena, ha sido capacitado y llamado
para vivir aquí en la tierra la vida sobrenatural, porque el Cristo vivo, el Cristo resucitado, se
ha convertido en principio vivificador de todas sus acciones mediante la acción del Espíritu
Santo en las almas. Por eso se ha podido decir que «la divinización redunda en todo el
hombre como anticipo de la resurrección gloriosa»' =.
Lo propio y específico del cristiano es vivir la vida de Cristo, es decir, dar sentido divino a
todos los afanes y quehaceres terrenos. Esta certeza sostiene a cada cristiano en los trabajos
y sufrimientos de esta vida, tal como aconseja Pablo a su discípulo Timoteo: «Acuérdate de
Jesucristo, resucitado de entre los muertos... Por eso, todo lo sobrellev o por los elegidos,
para que también ellos alcancen la salvación, que nos llega por Cristo Jesús, junto con la
gloria eterna. Podéis estar seguros: si morimos con Él, también viviremos con Él; si
perseveramos, también reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si no
somos fieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2, 8 -13).
3.6.6. La Resurrección afecta a toda la creación

Por último, es oportuno recordar que en la Revelación divina se afirma que la


Resurrección de Jesús afecta también a toda la creación, incluido el mundo material, como

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una participación en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Como leemos en la Carta a
los Romanos, «la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento
presente. Y no sólo ella, sino que nosotros, que tenemos ya las primicias del Espíritu,
también gemimos en nuestro interior aguardando la adopción de hijos, la reden ción de
nuestro cuerpo» (Rom 8, 22-23). La redención realizada por Cristo comporta la
«restauración de todas las cosas» (Hch 3, 21), la «recapitulación» de todas las cosas en
Cristo (Ef l, 10). Esta verdad la expresa el Concilio Vaticano II al afirmar que «el universo
entero, que está íntimamente unido con el hombre y por él alcanza su fin, será perfe ctamente
renovado en Cristo»`.
La «restauración» y la «recapitulación» de todas las cosas en Cristo supone «informar el
mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas»"; en
otras palabras, supone que los cristianos, y de un modo peculiar los laicos, están llamados a
«llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al
laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y
a los senderos de montaña»`.

ACTIVIDAD 2.4 Lee, analiza y elaborar mapas conceptuales

TEMA 4 . LA RESURRECCIÓN DE JESÚS II

Por: Josè Antonio Sayes


4.1. Las huellas de la resurrección
Nadie en los evangelios describe el hecho mismo de la resurrección, como por el
contrario hacen los apócrifos. Los testigos hablan de la resurrección que han conocido a
través de sus huellas: el sepulcro vacío y las apariciones.
El relato del sepulcro vacío, lo hemos visto, aparece explícitamente en varias fuentes. Pedro v
Pablo dicen también que el cuerpo de Cristo no conoció la corrupción, con lo cual dan
testimonio del sepulcro vacío, implícitamente presente en la confesión de 1Cor 15,35. A este
propósito observa con razón el que fuera primado de la Iglesia de Inglaterra, A. M. Ramsey:
"Muerto, enterrado, resucitado: si estas palabras no significan que lo que fue enterrado, eso
mismo resucitó, entonces estas palabras tienen un sentido muy extraño. ¿De qué serviría
mencionar el entierro? A falta de un argumento más poderoso para mostrar que Pablo quería
decir otra cosa v usaba las palabras de un modo antinatural, esta frase debe referirse a la
resurrección del cuerpo "
También Kremer opina en el mismo sentido: la mención de la sepultura en 1 Cor 15,4,
inmediatamente antes de la expresión "ha resucitado", indica el lazo entre la sepultura y la
resurrección. "Resurrección, dice, presupone aquí abiertamente el abandono de la tumba`. Si
no se cita el hallazgo del sepulcro por las mujeres es porque éstas no son testigos oficiales'. El
testimonio de la mujer no tenía valor alguno; de ahí que no aparezca en este credo primitivo
y oficial de la iglesia.
Por lo tanto, lo que afirman los textos es que el cuerpo de Jesús no conoció la corrupción,
que el sepulcro quedó vacío. Esto es lo que dicen los textos. Los judíos, desde dos siglos antes
de Cristo, concebían la resurrección como recuperación del cadáver'. Como bien

Dice Mussner, tras el estudio que hace de la resurrección en el Antiguo Testamento, "en el
judaísmo tardío no se concibe ciertamente el estar con Yahvé de un modo definitivo, si no es

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contando con la resurrección de entre los muertos, perteneciendo como pertenece el cuerpo
a la esencia del hombre`. Lo mismo afirma Díez Macho s. Con la mentalidad del judaísmo
tardío, recuerda también González Gil, no se concibe una salida del Sheol que no sea también
una salida del sepulcro'. Por ello Ramsey reconoce que los apóstoles no habrían creído en la
resurrección de Cristo si hubieran encontrado su cuerpo corrupto' °. Esto es tan claro que Léon
Dufour se ve obligado a decir: "si hubieran encontrado el cadáver en el sepulcro, no habrían
podido admitir la resurrección y anunciarla a sus contemporáneos" ".
El sepulcro vacío es, ciertamente, insuficiente para probar la resurrección de Jesús. Es,
como dice J. Guitton, una huella negativa que necesita de las apariciones de Jesús para poder
llegar a la certeza'z. Ciertamente los apóstoles no creen por el sepulcro vacío, pero no pueden
creer sin el sepulcro vacío.
Lo que definitivamente les da la certeza de la resurrección es el encuentro con Cristo
resucitado. Pero estas apariciones, ¿fueron encuentros objetivos con el Señor o, más bien,
visiones de tipo subjetivo? Tal como las narran los evangelios, no hay duda alguna de que
fueron encuentros objetivos.
El verbo griego que normalmente se emplea para describir las apariciones es ophzé (se
dejó ver); pero en muchos casos los verbos usados son de la raíz faino o fanero que
significan, literalmente, mostrarse visiblemente (He 10,40; Mc 16,9; Lc 24,31). Pedro dice en
el discurso del día de pentecostés que "Jesús se les manifestó visiblemente" (He 10,40).
En otras ocasiones se emplean verbos que tienen el significado de col ocarse o situarse
espacialmente: "se colocó en medio de ellos" (Lc 24,36; Jn 20,19.26; Mt 28,9; He 1,3).
Es el caso que los apóstoles tienen visiones subjetivas de tipo diurno y, sobre todo,
nocturno, y a éstas les dan el nombre de hórama (He 11,5.10.17.19), que nunca emplean
para designar los encuentros con Jesús resucitado ' 3. Entre estas visiones de tipo interior
encontramos en Pablo una cristofanía (He 22,17-21); pero Pablo la describe como un arrebato
de éxtasis y no la coloca en modo alguno en la lista de las apariciones de 1 Cor 15,3-8, en la
que sin embargo incluye la aparición de Damasco. En 2Cor 12,1 Pablo se excusa de hablar de
sus "visiones", mientras que del encuentro de Damasco habla sin excusa alguna (1 Cor 9,1;
15,8; Gál 1,25ss). Por ese encuentro de Damasco fue constituido apóstol, y por él se presenta
como testigo de la resurrección de Cristo (1Cor 15,8), aunque lo posponga a las apariciones
concedidas a los apóstoles.
Por otro lado, los discípulos de Cristo se dedican a dar testimonio de l a resurrección; y sabido
es que dicho término (martyría) sólo se utiliza respecto de lo que se ha visto u oído
externamente, no respecto de impresiones subjetivas". En este sentido vemos a los discípulos
de Jesús decir ante el sanedrín: "Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído" (He
4,20).
En una palabra, los mismos apóstoles distinguen las visiones puramente interiores de los
encuentros con Jesús resucitado.
¿Se podría pensar que la descripción de las apariciones en los evangelios son mero género
literario, es decir, una forma literaria de expresar lo que no es sino una impresión interior?
Respecto de esto . tenemos que decir en primer lugar que en el libro de los Hechos, en el
kerigma (predicación) escueto y sucinto, en el que no caben géneros literarios, se dice que
"Jesús se apareció visiblemente... a nosotros, que comimos y bebimos con él" (He 10,41).
Aparte de esto se dice que en las apariciones hubo por parte de Jesús una instrucción "sobre
la cosas del reino" (He 1,3).
Es también de pensar que, si los evangelistas hubieran caído en la tentación de
materializar gráficamente el cuerpo y las apariciones de Jesús, ¿por qué no cayeron también
en la tentación de describir el hecho mismo de la resurrección como lo hicieron los apócrifos?
La sobriedad de los relatos evangélicos es enorme; comparada en este aspecto con los
evangelios apócrifos.

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Por otra parte, el misterio sigue estando presente en los relatos evangélicos de las
apariciones. Estas nos sitúan ante una realidad misteriosa, nueva respecto a la historia normal
de los restantes hombres v del mismo Jesús antes de su muerte. Los discípulos no pueden
disponer de la presencia corporal de Jesús: aparece y desaparece repentinamente, sin que
pueda saberse de dónde viene _v a dónde va. No le puede ver quien quiere y cuando quiere.
No es visible, si él mismo no se hace visible. De Lázaro se podía disponer; de Jesús, no. La
descripción del trato con Jesús resucitado no elimina, por tanto, el misterio. Estamos ante
algo insólito, difícilmente imaginable para quienes carecían por completo de una experiencia
análoga.
En los encuentros con Jesús, los apóstoles dudan en un primer momento; pero está de
sobra todo tipo de especulación sobre la apariencia de Cristo resucitado, ya que se trata no
de un cuerpo terrestre, sino de uno celeste (pneumaticon, dirá san Pablo en I Cor 15,40), es
decir de un cuerpo espiritualizado. De lo que no cabe duda, de todos modos, es que los
apóstoles le reconocen. Se trata en todo caso, de un signo externo que les interpela, por que,
al tiempo que lo constatan (y sin esta constatación nunca habrían llegado a la fe), la gracia les
solicita interiormente para la decisión de fe.
Hay, pues, unas huellas objetivas de la resurrección por las que ésta ha podido ser
conocida. Cierto que la resurrección de Jesús no es como la de Lázaro. Lázaro vuelve a la vida
normal y tiene que morir de nuevo; Jesús resucita con su cuerpo glorioso no sometido ya a la
muerte. Su resurrección es definitiva, escatológica; su cuerpo está espiritualizado, no
sometido a las leves físicas de este mundo. Por ello con razón se dice que la resurrección de
Jesús es "metahistórica", si bien ha dejado huellas en la historia (sepulcro vacío y
apariciones), a través de las cuales puede ser conocida. Cristo resucitado, que tiene de suyo
un cuerpo no visible ni espacial, en ciertos momentos se deja ver, haciéndolo visible con el fin
de confirmar a los suyos en la fe.
La contradicción que a veces se pretende ver en el hecho de que algún evangelista sitúe
las apariciones en Galilea v otros en Jerusalén es meramente aparente. Mateo sólo trae una
aparición en Galilea (Mi 28,16-20); Lucas sólo aporta apariciones en Jerusalén (Le 24,21-29).
Juan trae apariciones en Jerusalén y en Galilea, y también Marcos parece aludir a ambos
lugares.
Estas diferencias se explican por la selección que cada evangelista hace de los relatos con
vistas a su intención teológica. Mateo, que centra sobre todo su evangelio en Galilea y en la
predicación de Jesús, peca de un constante galileísmo, de todos conocido. Lucas, por su parte,
centra su evangelio en Jerusalén, y también en Jerusalén inicia la historia de los hechos de los
apóstoles. Como dice Alarlé, "todas estas diferencias no ofrecen mayores dificultades de las
que presenta cualquier relato sobre un mismo hecho transmitido por diversos testigos. No es
necesario un esfuerzo excesivamente grande para suprimir un cierto número de estas
contradicciones, más aparentes que reales, pues son debidas a los diferentes puntos de vista
o distinto enfoque teológico del evangelista"

Pero estos relatos del sepulcro vacío y de las apariciones, ¿son dignos de crédito?'~.

4.2 Resurrección e historicidad


Con el fin de aquilatar el valor histórico de los relatos que ya conocemos, aplicamos ahora los
criterios de historicidad.
4.2.1. Criterio de múltiple fuente
Conocemos va este criterio, y podemos decir que no hay a este respecto en el Nuevo
Testamento testimonio más unánime que el de la resurrección de Jesús. Del sepulcro vacío y
las apariciones nos hablan no sólo las distintas fuentes de los evangelios sino también el libro
de los Hechos v las cartas de S. Pablo.

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4.2.3 Criterio de discontinuidad

Con este criterio la historicidad de la resurrección queda suficientemente salvada. La


resurrección de Jesús es un hecho imposible de inventar.
Ciertamente, el pueblo judío creía en la resurrección; pero en la reservada para el final
de los tiempos. Como dice González Gil: "El evento que aquí se afirma tenía para ellos todas
las trazas de ser improbable y hasta imposible. Porque la resurrección escatológica, y ésta es
la que se afirma de Jesús, no una mera revivificación, estaba reservada para el final de los
tiempos. Así lo sugerían los pocos pasajes del Antiguo Testamento en los que de ella se
hablaba, y así pensaban los fariseos en oposición a los saduceos (cf Mc 12,13-23). Era, pues,
improbable una resurrección escatológica prematura de un individuo, aunque éste fuera el
Mesías; porque ella hubiera señalado el fin de los tiempos, y, sin embargo, el mundo
continuaba existiendo como ayer y antes de ayer" ". No podían imaginar una resurrección
como la de Jesús y que el mundo siguiese el curso normal de su historia.

Ni incluso respecto del Mesías era previsible una resurrección. Habría sido necesario que
en el Antiguo Testamento hubiese profecías claras de una resurrección como ésta tal como la
confiesan los apóstoles, y que, además, fuesen así entendidas por los doctores de la ley y los
judíos piadosos de aquel tiempo. Cosa distinta es que, una vez conocido el hecho de la
resurrección de Jesús, se iluminen ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como el salmo 16
que Pedro utiliza en su discurso (He 2). Por sí solo, el Antiguo Testamento no proporcionaba
ciertamente mucha luz en torno a una resurrección del Mesías, que previamente hubiese
conocido, además, una muerte de cruz. Las mismas predicciones de Jesús no habían sido
entendidas por sus discípulos.
Hay también un detalle que garantiza por completo la fiabilidad de los relatos sobre la
resurrección, y es el hecho de que él hallazgo del sepulcro vacío y las primeras apariciones
hayan sido concedidas a unas mujeres. Es algo que no se comprende si se tiene en cuenta la
mentalidad judía sobre la mujer y la invalidez de su testimonio en aquella cultura. Pensemos
además la importancia que tienen para los apóstoles el hecho de la resurrección y la
verificación de la misma. Como vimos, en la confesión de 1Cor 15,3-8, no aparecen las muje-
res, porque ahí vienen sólo los testigos cualificados de la resurrección. Sin embargo, los
evangelios, al narrar los hechos, mencionan en primer lugar una aparición a las mujeres, cuyo
testimonio carecía en aquel tiempo de valor alguno. ¿Por qué, pues, favorecer a las mujeres
con esta primera aparición? Sólo por fidelidad histórica se puede explicar un hecho así.
Otro elemento que resulta también inexplicable es el mal lugar en el que quedan los
apóstoles. Los valientes pregoneros de la resurrección en el libro de los Hechos aparecen en
los evangelios como hombres desconcertados, incrédulos y dominados por la depresión. Jesús
los trata de insensatos y lerdos (Lc 24,25), incapaces de creer en la función salvífica de la
~muerte de Jesús. Ellos esperaban otra cosa: "nosotros esperábamos que él había de dominar
a Israel" (Lc 24,12-13). El mismo Lucas relata la mentalidad de los discípulos, que todavía
preguntan a Jesús resucitado si es ahora cuando va a restablecer el reino de Israel (He 1,6).
Los apóstoles sienten miedo en el primer momento de las apariciones y tienen dudas
(Lc 24,37-38; Jn 20,19-23). Aparecen más bien como personas que no esperaban nada; que
no contaban con la resurrección de Jesús, como no contaban con su muerte. La postura de
Tomás raya en la incredulidad (Jn 20,21-28). Dice Mateo de los apóstoles que le vieron en
Galilea: "Y en viéndole le adoraron; ellos que antes habían dudado" (Mt 28,17). Marcos
refiere cómo Jesús les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.

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No cabe, pues, que hayan sido inventados por la comunidad textos en los que sus
jefes aparecen totalmente desprestigiados. Aparecen siempre en un contexto que les
desprestigia y denigra.
La discontinuidad salta también a la vista cuando observamos la sobriedad con la que
se relata el hecho de la resurrección: "Se nos ha aparecido, lo hemos visto". A pesar de l
atractivo mítico o teológico que podría representar la resurrección, no se la describe nunca
como tal. "Y es que nadie, dice González Gil, ni los mismos "testigos de la resurrección" ni las
piadosas mujeres que tan de mañana fueron al sepulcro, pensaron jamás en decir que la
habían presenciado" ' 8. Los apócrifos fueron ciertamente los que cayeron en la tentación de
escribir el hecho de la resurrección. Por ello pensamos que, de haber sido inventada, nada
hubiese costado describirla. ¿Por qué no lo hicieron los evangelistas?
El hecho es que un acontecimiento como éste de la resurrección gloriosa sólo ha sido
relatado una vez y respecto de Jesús. De haber sido inventado, no se explica cómo el suceso
no se prodigó respecto de otros personajes bíblicos. "Esto parece más claro si se tiene en
cuenta la tendencia, en el campo de lo misterioso y lo mítico, a dejar correr la fantasía a
rienda suelta, a exagerar ilimitadamente, a imaginar aún lo más exorbitante".

4.2.4. Criterio de explicación necesaria


Cuando nos encontramos frente a un conjunto de datos importantes que exigen una
explicación y se presenta una que los ilumina a todos, podemos pensar que es auténtica, so
pena de dejar sin explicación a todo un conjunto de datos.
Es curioso que el que más ha utilizado el argumento de explicación necesaria haya sido
el protestante Pannenberg, defensor de la historicidad de la resurrección de Jesús frente a la
explicación de Bultmann a quien acusa de sustituir la resurrección de Jesús por un mero
significado antropológico de su muerte. Nosotros seguimos por nuestra cuenta la
argumentación basada en dicho criterio.
Conocemos la pretensión de autoridad que tuvo Jesús frente a la ley, el sábado, etc. Su
actitud fue considerada blasfema. Los fariseos buscaban pretextos para perder a Jesús, y, en
efecto, si no confirmaba sus pretensiones, era realmente un blasfemo. Pensando en la ley,
Jesús tenía que ser condenado. En este sentido estuvo bajo la maldición de la ley, fue
proclamado pecador y su muerte fue la de un "impío".
Por ello, no habría ningún lazo entre la vida prepascual de Jesús y la fe pascual de los
apóstoles, si en realidad no pasó algo que cambiara por completo el contexto judío de la
crucifixión. Con otras palabras, no se explica la fe pospascual de los apóstole s (teniendo en
cuenta que Jesús muere como un impío) si no poseen el apoyo objetivo de la resurrección. Si
los apóstoles se ven obligados a reinterpretar la crucifixión es porque ha pasado algo muy
importante. Es psicológicamente imposible para ellos arrastrar el escándalo de la cruz,
aceptarlo, sin algo que lo justifique. Para los apóstoles era absolutamente imposible creer en
Cristo después de que recibiera la condena del Altísimo dada por los jefes del pueblo.

Por ello se dedican ahora a anular la sentencia del sanedrín. Ellos dan testimonio con un
sentido jurídico: ése que condenasteis ha resucitado, la condena ha sido rescindida. l' de tal
manera se dedican a proclamar la resurrección de Jesús que el kerigma primitivo
(predicación) corrió el riesgo de olvidar la carrera terrena de Jesús.
¿Cómo explicar también el cambio de actitud de los apóstoles, los cuales antes de la
resurrección temen el viaje a Jerusalén (Me 10,34) y huyen de Getsemaní (Mc 14,50; Mt
26,56)? Pedro niega que sea discípulo de Jesús (Mc 14,66-72), y ahora lo vemos diciendo que
es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres; y esto lo dice ante el sanedrín (He 5,29-
32). Los encontramos alegres de sufrir ultrajes y flagelación por el nombre de Cristo (He 5,41).
De tal modo ha cambiado su actitud, que se dedican a dar "el testimonio" (He 4,33) como una

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acción judicial, proclamando ante los jueces de Israel que Dios, al resucitar a Cristo, ha
rescindido su sentencia (He 3,14-15; 5,30-32; 10,39ss.; 13,27-31).
Además se establecen en Jerusalén, proclamando el escándalo de la cruz y anunciando
a un Mesías, glorioso sí, pero ausente y sustraído a sus ojos (He 1,6-9). Todo esto exige una
explicación, como lo exige el hecho de que los apóstoles aceptaran la idea de un Mesías
ignominiosamente crucificado, "escándalo para los judíos" y para ellos mismos (Mc 8,32-33;
Mt 16,21-23), hasta el punto de que la muerte de Jesús había causado un eclipse en su fe en
él (Mc 14,27; Mt 26,31; Lc 24,19-21). Ellos pensaban, como los judíos de su tiempo, en un
Mesías glorioso en el sentido terreno del término, y esperaban reinar con él. La resurrección
renovó su fe en el mesianismo de Jesús v dio coherencia a ciertas expresiones suyas que
resultaban para ellos enigmáticas.
El cambio de Pablo es también un hecho extraordinario que exige explicación. De
perseguidor de la Iglesia, Pablo se convierte de pronto en el gran apóstol de Cristo, en el
hombre providencial para defender la vertiente universal del mensaje de Cristo v liberarlo de
la estrechez de la ley, hasta el punto de que su teología y actividad apostólica están centradas
en el encuentro con la persona de Cristo.
Es preciso explicar también el comportamiento de la Iglesia primitiva. Se ha enfrentado
(siendo judía en su origen) al escándalo de un Mesías crucificado. Ha ido sinagoga por
sinagoga predicando dicho escándalo. Es preciso caer en la cuenta de lo que esto supone para
los judíos. Presentan un Mesías puramente religioso, ausente hasta la restauración de todas
las cosas (He 3,31).
Mayor dificultad tiene la predicación de Jesús como Hijo de Dios en un ambiente tan
ceñido al monoteísmo. Siguen predicando el monoteísmo v, a pesar de ello, confiesan que
Jesús es Dios. ¿Cómo explicar esto? No lo explican; pero lo predican. Se necesitarán siete
siglos hasta que se encuentren las fórmulas apropiadas. Se han metido en un enorme
problema. Pero ellos no tienen ninguna duda: Jesús es Dios, es el Hijo de Dios.
Renuncian al culto del templo y a la ley de Moisés. Ello constituyó la gran batalla de los
primeros años. Costó sangre, vacilaciones, dudas, luchas, concilios. Pero la fe en Cristo
resucitado era tan fuerte que todos habían comprendido que la Antigua Alianza había cesado.
La destrucción del templo será un símbolo de todo ello.
Todos estos obstáculos fueron superados en menos de una generación. Era imposible
imaginar cosa semejante al día siguiente de la muerte de Jesús, cuando la ley había
sentenciado su "impostura".

4.3 Significación salvífica de la resurrección


Visto el hecho de la resurrección, analicemos ahora su repercusión salvífica. A decir
verdad, frecuentemente se ha considerado la resurrección de Jesús sólo desde el punto de
vista apologético, sin tener suficientemente en cuenta sus dimensiones salvíficas. Se hacía de-
pender la salvación exclusivamente de la muerte. Pero la resurrección tiene un claro
significado de salvación. Bastaría recordar lo dicho por Pablo: "Y si Cristo no resucitó, vuestra
fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados" (1 Cor 15,17). Según esto, la resurrección no
sólo tiene un carácter confirmativo de la divinidad y del mensaje de Cristo, sino que es
también principio de salvación, principio de la remisión de nuestros pecados.
La muerte v la resurrección de Cristo hemos de considerarlas unidas, de tal modo que la
eficacia salvífica no hemos de colocarla exclusivamente del lado de la muerte. La resurrección
no es simplemente el término de un drama, sino el culmen de una vida redentora que
comienza ya en la encarnación, tiene su punto álgido en la muerte de cruz v se c onsuma en la
resurrección. Nadie como Juan ha visto la íntima unión que se da entre la muerte y la
resurrección de Jesús. La "hora" en la vida de Cristo es la hora de la pasión redentora (Jn
12,27) y de la glorificación (Jn 12,23; 17,1). Es una hora que a la vez es muerte e ingreso en

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la gloria: "Había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). Veamos en
concreto las dimensiones salvíficas de la resurrección de Cristo.

4.3.1. La resurrección y el perdón de los pecados


Pablo dice que, si Cristo no ha resucitado, estamos todavía en nuestros pecados (1Cor
15,17). La muerte y resurrección de Cristo es el acto redentor por antonomasia. Muerte y
resurrección son las dos fases de la redención obrada por Cristo para nuestra justificación
(Rom 4,25). La resurrección es la aceptación por par -te del Padre del sacrificio de Cristo
ofrecido por nuestros pecados. Cristo en su muerte fue escuchado por el Padre y, "al ser
consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna" (Heb 5,9) . Ello
significa que el Padre se ha complacido en el sacrificio de su Hijo y con él nos ha dado la
salvación. El Padre nos ha dado su amor en Cristo; nuestros pecados no tienen ya la última
palabra.
Entendemos ahora el significado redentor de la muerte de Cristo. Cristo murió en
rescate por nuestros pecados, y el Padre ha aceptado la entrega de su Hijo. Eso es la
resurrección. Con ella ha sido vencido el pecado y sus consecuencias. ¿Qué significa esto?
¿Acaso podemos decir, como Lutero, que Dios Padre no nos perdonó hasta que sació en su
Hijo muerto en la cruz la ira provocada por nuestros pecados? ¿Cómo entender la reparación
de nuestros pecados obrada por Cristo?
Es claro, como vimos, que Cristo dio un sentido expiatorio a su muerte. Por su parte,
Pedro desarrolla este aspecto cuando dice que "no fuimos rescatados con oro o plata
corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo" (1Pe 1,18-19); o como cuando Juan dice
que "el Padre nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (Un 4,10). San
Pablo es el que más desarrolla esta dimensión.
Ciertamente, cuando hablamos de satisfacción o expiación de nuestros pecados por
Cristo, tenemos que evitar falsas concepciones que a veces se entremezclan con ella. No
hemos de entenderla, por supuesto, en el sentido de que Dios sea indigente o que necesite
algo en su propia naturaleza. No podemos olvidar que la expiación ofrecida por Cristo, antes
de ser un don nuestro al Padre, es un don del Padre a los hombres. Es el Padre el que ha dado
el primer paso, dándonos a su Hijo. Es preciso eliminar también de la idea de satisfacción toda
concepción mágica, como si el hombre pudiera arrancar a Dios el perdón por el simple
cumplimiento de un rito.
Pero, una vez suprimidas estas caricaturas de este concepto de satisfacción, no
podemos eliminarla como una dimensión auténtica de la muerte de Cristo, pues él nos ha
ganado definitivamente el amor del Padre ofendido por el hombre.
Es preciso aclarar cómo el pecado afecta a Dios para que podamos entender la
satisfacción. Es frecuente que el hombre secularizado de hoy, que deja a Dios en la
trascendencia de la nube, como hacía el deísmo, y no le permite intervenir
sobrenaturalmente en el mundo, no conciba que el pecado le afecte a Dios mismo en
persona. El hombre prefiere un Dios lejano, que le deje el protagonismo todo de su vida. Le
molesta un Dios cercano, que se humilla por amor y busca la amistad del hombre.
Pero en la Biblia el pecado aparece como una realidad misteriosa que ofende a Dios
en sí mismo. Frente a la raíz hattá (que significa más bien faltar, fallar el objetivo), segagah
(errar) y la raíz awon (desviarse), existe en los textos bíblicos un término para designar el
pecado que es pasa y que implica la idea de infidelidad a Dios (Is 1,2; 43,27; Os 7,13; 8, 1; Jer
2,29; 3,13). El mismo término que se usa para designar la infidelidad conyugal (zanah) se
emplea también para describir la infidelidad a Yahvé (Jer 2,20; 3,6.8; Ez 6,15.16.17; Os 2,7;
4,12).

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La experiencia vivida por Oseas de la infidelidad de su esposa la va a emplear Yahvé


para expresar, por medio del profeta, el dolor que le produce la infidelidad de su pueblo. Es la
misma idea que vemos en Ez 16,1ss.
Por eso el pecado tiene en Israel un sentido profundamente religioso. El pecado, dice
Van Imschoot 2°, es una desobediencia a Yahvé, una transgresión de su voluntad. La noción de
pecado en Israel es incluso más religiosa que moral o ética.
En el Antiguo Testamento se da una doble imagen para expresar el pecado como ofensa
a Dios: el adulterio (Ez 16,16; Dt 31,16; 32,15; Is 57,8; Os 2,60) y la imagen del hijo que
abandona al Padre (Os 11,34). No se puede decir que en estos casos se trate de
antropomorfismos, pues lo mismo habría que decir cuando se presenta a Dios como Padre. Se
trata en ambos casos de imágenes que tienen ciertamente valor analógico, en cuanto que
encierran matices no siempre aplicables a Dios, pero contienen un núcleo de verdad. Resulta
siempre paradójico que se acepte sin reservas que Dios se alegre con la con-versión del
pecador y que se rechace al mismo tiempo que el pecado le afecte. No se puede entender lo
uno sin lo otro. La herida es siempre proporcional al amor, dice Galot Z '. Dice también Guillet
que Dios, en la medida en que se ha comprometido en el mundo, se ha hecho vulnera ble-2; v
otro tanto confiesa Descamps: "Para la Biblia, y para los profetas en particular, el pecado
hiere a Dios en su ser íntimo, ultraja su santidad v suscita una reacción personal de tristeza v
desdén" ". Por ello concluye Van Imschoot: "Siendo una rebelión-contra Dios, una infidelidad
que aleja de Dios, el pecado crea una separación entre Dios y el hombre v hace que Yahvé
`esconda su rostro", es decir, que se aleje a su vez del pecador para ` no escucharle ya (Is
59,2), o que se niegue a responderle cuando se le pide un oráculo" (1Sam 14,37ss)`'.

En el Nuevo Testamento, en la parábola del hijo pródigo (Le 15,1132), se describe el


pecado como ofensa de un hijo a su padre. La alegría del padre en el momento del retorno
del hijo nos ayuda a comprender la profundidad de su tristeza en su marcha de casa. Jesús
con esta parábola ha querido descubrir los sentimientos de su Padre respecto del pecador.
Pero ¿cómo el pecado puede afectar a un Dios que es de naturaleza inmutable e
infinita? Lo primero que hay que decir es que, aunque no supiéramos explicarlo, el hecho de
que le afecta es un dato bíblico. Pero podemos comprenderlo también en cierta medida si
tenemos en cuenta que Dios, aparte de su naturaleza inmutable, ha querido tener con
nosotros una relación gratuita de amor paternal, ha querido mostrarse como Padre, ha
querido salir de sí mismo v crear con el hombre una nueva relación que está por encima de
todo derecho de éste como criatura.
Pues bien, lo que hace el hombre con el pecado es impedir a Dios que consume su amor
como Padre. El pecado rechaza a Dios como Padre; no le deja ser Padre. Esto, naturalmente,
no toca para nada la divinidad de Dios, que sigue siendo inmutable; pero tampoco le deja al
Padre realizar esa relación que él busca. No causa ningún daño efectivo en la naturaleza
divina, pero le impide darse como Padre, o, mejor, consumar su comunicación como Padre.

De momento, sabemos que no hav mal injusto que dure toda la eternidad, pues en
el cielo desaparecerá toda sombra de sufrimiento. Es curioso que los cristianos, más
bien, estamos resignados a ir al cielo, como si la finalidad última de esta vida no fuese
otra que la de instalarse lo más cómodamente posible para pasar felizmente el res to de
nuestros días en una casita con jardín. No, la finalidad del cristianismo, primordial y
fundamentalmente, es de tipo sobrenatu ral y trascendente: la salvación eterna. Lo cual
no quiere decir, por supuesto, que el cristiano se pueda desinteresar de las injusticias
que acucian al hombre. Todo lo contrario.
He aquí la resurrección de Cristo, el cual nos ha librado de las grandes
servidumbres que padece la humanidad, y de las que no libera filosofía o religión
alguna: el pecado, el sufrimiento y la muerte.

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Se ha sellado, pues, la alianza definitiva. Sólo se condenará aquel que


voluntariamente se ría de este Dios que por nosotros ha hecho el ridículo en la cruz y ha
entregado a lo más querido, a su Hijo. A ese Dios no se le puede pedir que ame más; lo
ha dado todo en su Hijo. Este es nuestro Dios, un Dios qu e nos ha amado hasta el ri-
dículo.

Así pues, con la resurrección, el Padre ha aceptado el sacrificio de Cristo y con él


tenemos la garantía de nuestra salvación. La resurrec ción de Cristo es principio de
filiación divina. La vida, según el Espíritu que nos viene de Cristo glorificado, nos
conduce a la condición de Hijos de Dios: "En efecto, todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rom 8,14; Gál 4,5-7). Ahora podemos llamar a Dios
Padre, Abba, como Cristo mismo lo hacía. Somos hijos en el Hijo, y el Padre nos ama con
el mismo cariño con que le ama a él.

4.4. La glorificación de Cristo


Pero la resurrección tiene también una consecuencia inmediata para el mismo
Jesús. Jesús no se limita a recuperar su cadáver que había quedado en el sepulcro, sino
que es constituido en Señor lleno de gloria. Este es el sentido de Rom 1,3 -4: el Hijo, que
había venido entre nosotros en la debilidad de la carne, ha sido exaltado, desde la
resurrección, en poder y gloria: "El que nació de la estirpe de David según la carne, el
que fue constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad desde la
resurrección de los muertos, Jesucristo nuestro Señor".
El texto no dice que Jesús comience a ser Hijo de Dios en la resurrección, pues en la
misma carta Pablo presupone la preexistencia del Hijo (Rom 8,3.32). Sólo cambia el
contraste entre el Hijo que vino en la debilidad de la carne i ahora ha sido constituido
en poder (en dynarnei).
Así pues, el que tenía el rango divino ha vivido en la debilidad de una humanidad
semejante a la nuestra; pero él vive ahora en la potencia de una humanidad exaltada
como conviene a la del Hijo de Dios. Este paso de la debilidad a la potencia se hizo, dice
Pablo, "según el Espíritu de santidad": La plenitud sobrenatural divina, que había
permanecido escondida en el Jesús de aquí abajo, ahora im pregna con su potencia a la
humanidad misma del resucitado. Después de haber expresado el rebajamiento } la
exaltación del Hijo de Dios, Pablo no puede privarse de añadir el títu lo que, bajo una
forma y , otra, no cesa de repetir: "Jesucristo, nuestro Señor".
Son varios los textos en los que Jesús resucitado aparece también como Señor glorificado
(He 2,36; 3,15; 4,10). Resurrección y exaltación son dos aspectos que van juntos. Jesús vence
la muerte v triunfa glorioso sobre ella. Esta es la fuerza del cristianismo frente a tantos
humanismos que no se atreven a decir una palabra sobre la muerte. Por ello el cristianismo
tiene la respuesta plena a todos los interrogantes del hombre, al problema del mal, del dolor
v de la muerte. El cristiano sabe que no hay dolor que sea definitivo, ni la muerte tiene la
última palabra. Los sepulcros de Marx, Nietzsche y Freud están entre nosotros; su cuerpo ha
conocido la corrupción; sólo Cristo ha presentado una respuesta cabal al problema más agudo
que tiene el hombre. Resucitado, domina la muerte y confiere la esperanza de resurrección a
todo hombre que cree en él.

4.5. Nuestra resurrección en Cristo

La resurrección de Cristo es el fundamento de la resurrección corporal de los hombres.


"El que come mi carne y bebe mi sangre, dice Jesús, tiene vida eterna v vo le resucitaré el

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último día" (Jn 6,54). El cuerpo y la sangre de Cristo son el cuerpo y la sangre resucitados de
Cristo, germen de nuestra resurrección corporal.
Por su parte, san Pablo subraya: "Y si el espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre
los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará
también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rom
8,11). Así pues, el espíritu de Cristo resucitado habita en nosotros como germen de
resurrección, de tal modo que Cristo es la primicia de los que resucitan: "Cristo resucitó de
entre los muertos como primicia de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un
hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del
mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos resucitarán en Cristo" (1Cor
15,21-22). Nuestra resurrección corporal está tan ligada a la de Cristo que Pablo exclama: "Si
no has , resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado" (1Cor 15,13).
Finalmente, el mundo entero participará un día de la gloria de Cristo resucitado. El
mundo ha padecido el influjo del pecado y está ansiando ser liberado de la corrupción y poder
participar de la libertad de la gloria (Rom 8,21). El mundo material que tiene su razón de ser
eh el hombre participará también de la suerte del hombre y de la glorificación final.
La resurrección tiene, pues, una significación salvífica de primer orden. Es el
acontecimiento clave de la historia humana; un acontecimiento que se inserta en nuestra
historia, al tiempo que la modifica radicalmente, en cuanto que anticipa en Cristo la victoria
final.
Pero la resurrección de Cristo es ya aquí principio de vida para el hombre. La vida del
cristiano consiste en vivir en Cristo glorioso. Nacemos a la vida del resucitado por medio del
bautismo (Rom 6,111), de modo que vivimos para las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios (Col 3,1). El cristiano vive la vida de este mundo en la cruz de
Cristo, que le hace nacer a la resurrección. Esta es su vida, vivir de Cristo crucificado para
resucitar con él.
Hay en todo hombre una tendencia a la entrega, a la generosidad, al heroísmo incluso.
Todos, cuando somos jóvenes, nos hemos dicho más de una vez que nuestra vida iba a
merecer la pena, que no íbamos a ser del montón, que íbamos a estudiar una carrera para
hacer el bien, para hacer más felices a los demás. ¿Quién no ha soñado a los dieciocho años
con heroísmo, con generosidad sin límites, con construir un mundo nuevo y distinto?
Pero después viene la vida y nos asesta sus golpes mortales. Nos damos cuenta de que
incluso el mejor amigo nos ha defraudado. Percibimos incluso que todo el mundo va a lo
suyo. Y esto duele. Nos hemos encontrado con la cruz. No es esto lo que esperábamos. Puede
incluso que nos hayamos encontrado con la falta de salud, con dificultades insolubles. No es
esto lo que esperábamos. Y sucede que el encuentro con la cruz, con la decepción, nos
conduce a la desilusión y a replegarnos sobre nosotros mismos. "No vale la pena luchar', nos
decimos. "El romanticismo es una enfermedad de juventud que se hace añicos a nada que nos
enfrentamos con la vida real".
Y en este momento nos resignamos a la vida mediocre, tratando de comprar la alegría
en los cuatro caprichos que podemos tener, tratando de arrancar unas gotas de placer a la
vida. Se trata de vivir no en búsqueda de la felicidad auténtica, sino en medio de este tedio
mediocre y de buena fachada con el que nos queremos engañar. Hasta que por este camino
nos damos cuenta un día de que hemos perdido lo mejor de nosotros mismos, de que no
somos ya jóvenes. Hoy la gente envejece prematuramente. La mayor parte de los hombres
sucumben en la lucha, por la desilusión v la resignación.

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TERCER MOMENTO

CONSOLIDACIÓN

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Actividad 3.1 Leer el articulo y elaborar un resumen.

Tema de reforzamiento: Divinidad de Jesucristo.


La expresión Hijo de Dios no siempre supone divinidad, según el uso de esta expresión
entre los judíos. Pero el Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, José Caba, S.I. ,
demuestra, en uno de sus libros, cómo en algunos pasajes de los Evangelios se expresa
claramente la divinidad de Cristo(336).
Jesucristo se presenta como Dios. Ningún otro fundador de religiones ha tenido tal osadía.
Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tse, Zarathustra o Zoroastro(337) presentaron una religión más o
menos moralizante, pero ninguno de ellos pretendió ser Dios(338).
Jesucristo dijo que él era Dios.
Repetidas veces se presentaba a sí mismo como Dios: «Yo no soy de este mundo»(339); «Yo
existía antes que el mundo existiese»(340); «Quien me ve a Mí, ve al Padre»(341); «El Padre y Yo
somos una misma cosa»(342) . Es como decir: los dos somos de la misma naturaleza. Yo soy Dios
como el Padre .
Los textos en que Jesucristo muestra su inferioridad respecto al Padre, son siempre
refiriéndose a su naturaleza humana.
Como Cristo tenía dos naturalezas, de Dios y de hombre, los textos del Evangelio unas veces
se refieren a Jesucristo como Dios, y otras a Jesucristo como hombre. Que Jesucristo fue
verdadero hombre es clarísimo: pasaba hambre y por eso se acercaba a la higuera a ver si tenía
higos; pasaba sed y le pedía a la samaritana que le diera agua del pozo; se cansaba y se quedaba
dormido en la barca, etc. etc.
Jesucristo se llamaba a sí mismo El Hijo del Hombre. Así aparece ochenta y dos veces en los
Evangelios; y siempre en boca de Jesús. Es una alusión al nombre que el profeta Daniel daba al
Mesías. Pero Jesucristo también tenía naturaleza divina como se deduce de multitud de textos.
Repetidas veces se llama Hijo de Dios.
Pero esta filiación divina de Jesucristo es de distinta manera que la del resto de los
hombres. Por eso hace esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre»(343). Mientras los hombres
somos hijos adoptivos, Jesucristo es Hijo natural, es decir, de la misma naturaleza del Padre: tiene
la misma naturaleza divina.
Los hijos siempre tienen la misma naturaleza que sus padres: el hijo de un pez es pez, el hijo
de un pájaro es pájaro, el hijo de un hombre es hombre, el hijo de Dios es Dios.
Nosotros somos hijos por adopción(344). Jesucristo lo es por generación. Por eso se llama «Hijo
Unigénito»(345) . . Dice San Pablo que Cristo «siendo de naturaleza divina no alardeó de su
dignidad, sino que prescindiendo de su categoría de Dios, tomó naturaleza de hombre»(346). Y
añade San Pablo que Jesucristo «no consideró usurpación el ser igual a Dios»(347), pues ya lo era
por naturaleza.
Por eso, al hacerse también semejante a los hombres, «se anonadó a sí mismo», es decir, se
rebajó al asumir la naturaleza de hombre siendo Dios como era.

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Actividad 3.2 Leer, analizar y resumir.

Tema de profundización: Jesús se revela como Dios

Jesucristo se presenta como Dios. Ningún otro fundador de religiones ha tenido tal osadía.
Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tse, Zarathustra o Zoroastro presentaron una religión más o menos
moralizante, pero ninguno de ellos pretendió ser Dios.
Jesucristo dijo que él era Dios
Repetidas veces se presentaba a sí mismo como Dios: «Yo no soy de este mundo»; «Yo existía
antes que el mundo existiese»; «Quien me ve a Mí, ve al Padre»; «El Padre y Yo somos una misma
cosa». Es como decir: los dos somos de la misma naturaleza. Yo soy Dios como el Padre .
Los textos en que Jesucristo muestra su inferioridad respecto al Padre, son siempre refiriéndose a
su naturaleza humana.

Como Cristo tenía dos naturalezas, de Dios y de hombre, los textos del Evangelio unas veces se
refieren a Jesucristo como Dios, y otras a Jesucristo como hombre. Que Jesucristo fue verdadero
hombre es clarísimo: pasaba hambre y por eso se acercaba a la higuera a ver si tenía higos;
pasaba sed y le pedía a la samaritana que le diera agua del pozo; se cansaba y se quedaba
dormido en la barca, etc. Etc
Jesucristo se llamaba a sí mismo El Hijo del Hombre . Así aparece ochenta y dos veces en los
Evangelios; y siempre en boca de Jesús . Es una alusión al nombre que el profeta Daniel daba al
Mesías.

Pero Jesucristo también tenía naturaleza divina como se deduce de multitud de textos. Repetidas
veces se llama Hijo de Dios .
Pero esta filiación divina de Jesucristo es de distinta manera que la del resto de los hombres. Por
eso hace esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre». Mientras los hombres somos hijos adoptivos,
Jesucristo es Hijo natural, es decir, de la misma naturaleza del Padre: tiene la misma naturaleza
divina.

Los hijos siempre tienen la misma naturaleza que sus padres: el hijo de un pez es pez, el hijo de un
pájaro es pájaro, el hijo de un hombre es hombre, el hijo de Dios es Dios. /+ Y Jesus tiene dos
naturalezas una Divina y una humana

Nosotros somos hijos por adopción. Jesucristo lo es por generación. Por eso se llama «Hijo
Unigénito». . Dice San Pablo que Cristo «siendo de naturaleza divina no alardeó de su dignidad,
sino que prescindiendo de su categoría de Dios, tomó naturaleza de hombre». Y añade San Pablo
que Jesucristo «no consideró usurpación el ser igual a Dios», pues ya lo era por naturaleza.

Por eso, al hacerse también semejante a los hombres, «se anonadó a sí mismo», es decir, se rebajó
al asumir la naturaleza de hombre siendo Dios como era.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Biblia Latinoamericana. Edición Pastoral. Edición 118. Editorial Verbo


Divino. España 2005.
2. Lobo Méndez, G. Razones para creer. Teología fundamental. Ediciones
Rialp.S.A. Madrid 1993
3. Sayes, José Antonio. Razones para creer. Dios, Jesucristo, la Iglesia.
Ediciones Paulinas. Madrid 1992.
4. Pié i Ninot, Salvador. Tratado de teología fundamental. Dar razón de la
Esperanza. Ediciones Secretario Trinitario. Salamanca, 1989.

B.- Complementaria
5. Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de editores del catecismo 3º
Edición, España 1994.

6. Dei Verbum en: Documento del Vaticano II. Biblioteca de Autores


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8. Juan Pablo II. Fides et Ratio. Sobre las relaciones entre fe y razón.
Ediciones Paulinas, Lima 2002.
9. Ratzinger Joseph. Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. 1º Edición. Editorial
Planeta Perú. S. A. Lima 2007.

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