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ABUSO EMOCIONAL EN LA PAREJA.

UN ENFOQUE INTERDISCIPLINARIO*

Dra. María R. Madariaga1


Dra. Sonia Abadi2

Cada vez existe mayor conciencia social de que las personas pueden golpear, no sólo físicamente
sino psíquicamente, y de que esto último es más devastador que la violencia física.
Debido al modo paulatino e insidioso en que esta conducta se desarrolla, sobre todo en las
relaciones de pareja, el abusado no puede precaverse de ello sino cuando el abuso se halla
instaurado crónicamente en la relación. Generalmente la toma de conciencia y la búsqueda de
ayuda llegan cuando la autoestima ya se encuentra erosionada y lesionada gravemente.
El abuso emocional, por su modo de operar, -a diferencia de la violencia física cuyos efectos
resultan evidentes-, incrementa la confusión, la sumisión y la culpabilidad.
Con frecuencia, al abordar este tema, el interlocutor se siente identificado en algunos aspectos con
las conductas abusivas. Generalmente se consideran muchas de ellas como propias de la relación
afectiva. No obstante, adoptar ciertas conductas en forma circunstancial, no instaura un cuadro de
abuso emocional, ya sea en el rol de abusado o de abusador.
Los maltratos emocionales en forma aislada, pueden surgir de cualquiera de los miembros de la
pareja y en sí, no son suficientes para constituir la figura de abuso emocional. Este requiere una
verdadera “campaña” destinada a controlar al otro y destruir su autoestima.
En el libro Rape in Marriage, Diana Russell reproduce el Cuadro de Coerción de Amnesty
International titulado “Report of Torture”, describiendo el lavado de cerebro de los prisioneros
de guerra y trazando un paralelo con el abuso emocional en las relaciones afectivas. “La mayoría
de las personas que lavan el cerebro de sus íntimos usan métodos similares a los guardias de las
prisiones, que reconocen que el control del prisionero no es fácil de realizar sin su cooperación. La
manera más efectiva de ganar la cooperación es a través de una manipulación subversiva de la
mente y sentimientos de la víctima, que así se convierte en un prisionero físico y psicológico”.
En las relaciones que involucran tanto lo afectivo como el compromiso contractual implicado en la
formalización de la unión, se genera un tercer espacio donde lo subjetivo y lo objetivo se articulan.
Este espacio merece ser estudiado en sus características particulares.
Este es el caso entre otros, del matrimonio, y allí puede desplegarse la figura de abuso emocional.
Sobre el particular, caben algunas reflexiones sobre el “contrato matrimonial”:
En el matrimonio se conceden de común acuerdo, derechos recíprocos sobre las personas, la
intimidad, el uso de los recursos económicos, de los espacios habitacionales y del tiempo. Se
comparte la mesa, la cama, los proyectos y los hijos. Esto deja a cada uno expuesto al otro, más
aún si se suma la confianza que se otorga a alguien hacia quien se tienen sentimientos amorosos.

*Presentado en la Conferencia Internacional: "En el Umbral del Milenio". Lima, Perú. Abril de
1998. Artículo publicado en la Revista de Psicoanálisis, Número Especial Internacional
2000.Presentado en Dpto de Familia y Pareja de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Córdoba, junio 2000
1
Abogada. Libertador 774 9no. "I". Buenos Aires, Argentina.

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Por todo ello, la institución matrimonial es el campo paradigmático para la aparición de
interacciones patológicas.
Podríamos hacer una comparación -si se nos permite el recurso- con la figura legal de “la
posición de garante” (que podemos ejemplificar para ser rápidamente comprendidas, en el rol del
guardavidas respecto de los bañistas, o del guía de montaña respecto de los alpinistas, entre
otros): aquí la responsabilidad de cuidar al otro se incrementa. De igual modo, en la pareja, donde
cada uno está relativamente desarmado y en estado de dependencia respecto del otro, la agresión
o el abandono son doblemente graves. El manejo del dinero, el sexo o los hijos como forma de
chantaje se facilita.
Destacamos que esta problemática no se circunscribe a las relaciones abusivas en la pareja.
Existe otra diversidad de relaciones en las cuales el fenómeno puede presentarse, cuando se
hallan en juego factores tales como poder, influencia, ascendiente, unidos a vínculos
emocionales.
Afirma Ginny Nicarthy en su libro Getting Free: “Todos abusamos emocionalmente... Hay algo de
verdad en eso, pero la cuestión adquiere relevancia cuando una persona abusa para controlar a
otra, para atemorizarla, o para destruir su autoestima, o bien cuando estamos frente a un patrón
que caracteriza a la relación y le otorga sólo a una de ellas todo el poder. También cuando una
persona comienza a dudar tanto de sí misma que no puede confiar en su criterio y cree que no
tiene derecho a expresar una opinión válida...Muchas veces es difícil decir si una persona es
abusada por otra o se abusa a sí misma. Qué decir acerca de la mujer neurótica, que tiene una
muy baja autoestima, que continuamente delega todo en su pareja, que entrega su poder a otros?
No será que sólo está imaginándose el abuso emocional del otro? Puede ser, pero posiblemente al
menos, su pareja esté ayudándola”.
Para mejor ilustrar cómo se realiza un diagnóstico certero de una situación de abuso,
diferenciándola de otras interacciones patológicas de pareja, formulamos a continuación el
desarrollo de un caso real, abordado desde las perspectivas legales y psicoanalíticas, cuyas
conclusiones se posibilitaron a través de la intervención interdisciplinaria.

Consulta jurídica
Concurre a la consulta legal una mujer de 45 años de edad, licenciada en ciencias de la educación.
Casada con un profesional y madre de dos hijos varones adolescentes. Pertenece a la clase social
media-alta.
Llega sola. Su marido no está al tanto de su concurrencia al estudio. Plantea la necesidad de
asesoramiento jurídico. El motivo de la consulta resulta confuso. No sabe si debiera separarse para
protegerse y proteger a sus hijos, y en tal caso, qué respaldo legal tiene.
Alega desgaste de pareja, falta de comunicación con su marido, sensación de inutilidad y vacío,
desinterés sexual.
En su vida de relación relata ser víctima de subestimación, burlas y descalificación, respecto de las
cuales no puede recordar un comienzo preciso.

2
Médica Psicoanalista. Parera 62 7mo 21 (1014) Buenos Aires, Argentina.

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En un principio los comentarios descalificantes y críticas de su marido, se manifestaron en relación
con su conducta como persona. Poco después éste comenzó a cuestionar también su autoridad,
sus hábitos referentes a la crianza y educación de los hijos.
En el aspecto puntual de la educación, las agresiones pueden ejemplificarse en la costumbre de
su marido de menospreciar su carrera y formular a la consultante y también a parientes y amigos
que "no le sirve de nada el título, ya que siendo una experta en ciencias de la educación, la de sus
hijos no es la más adecuada". Comenta que se desempeña con ineptitud, que sus hijos no le
obedecen, que la casa es un caos, cuestionando sus condiciones y habilidades, y menospreciando
y descalificando su propia personalidad.
Refiere que su marido critica permanentemente su modo de hacer las cosas, encarar situaciones, y
hasta de conducirse en público. Cuestiona inclusive su trato con las demás personas,
puntualizando qué no debió decir, por qué no debió reír, qué debió o no debió preguntar.
En reuniones familiares o con amigos, el menosprecio de su marido se manifiesta en forma de
bromas y burlas descalificantes. La consultante muchas veces reprime su ira para evitar el
escándalo, ya que se siente avergonzada y trata de evitar más humillaciones, pero las pocas veces
que trata de defenderse, es nuevamente vapuleada por su marido, quien manifiesta delante de los
demás que “no tiene sentido del humor, y que sus actitudes de enojo le dan la razón acerca de la
ineptitud de ella”. Se siente atrapada en un círculo vicioso.
Si bien nunca hubo actos de violencia física en la pareja, sí discute mucho a solas con él. Ella le
implora un cambio de conducta y más respeto: entre ambos, en público, y fundamentalmente con
sus hijos. Su marido invariablemente responde “que el respeto se gana y que no hay que pedirlo. Y
por eso, ella no es merecedora de tenerlo”.
Se muestra muy agresivo en las discusiones, ocasionándole miedo; y luego de largas
recriminaciones y agresiones que la dejan extenuada, no le habla. La ignora. En ocasiones durante
días. Confiesa que muchas veces prefiere discutir antes que soportar su silencio hostil.
Resulta llamativo ver cómo ella se hace eco de estas críticas, ya que a lo largo de la entrevista
refiere que realmente esa es la visión que tiene de sí misma. Sus autorreproches son
permanentes y variados en todos los campos.
Está francamente deprimida y desgastada. La relación con sus hijos también está severamente
afectada. A su juicio ya no la respetan, emulando la conducta del padre. Se burlan de ella, muchas
veces repitiendo frases textuales oídas al padre.
El mayor de ellos prácticamente la ignora. Incluso ha llegado a decirle -ante algún reto o actitud
correctiva de ella- "que hablaría con su padre a su regreso del trabajo, para decirle cómo se
comportaba la madre".
A veces se siente tan confundida que cree que su marido debe tener razón en sus apreciaciones y
que ella es una inepta e infeliz, tal como él la ve. Se siente culpable.
Desea separarse pero al mismo tiempo tiene miedo. Cree que aún lo quiere, pero está
desesperada y casi sin fuerzas. Teme también por la relación con sus hijos; no quiere "perder" a su
familia.
Pregunta si todo lo expuesto puede ser causal de divorcio, y en qué situación quedaría ella.

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Al término de la consulta se analiza el caso para su evaluación jurídica y se contempla la
conveniencia de una consulta diagnóstica a los fines de establecer el grado de compromiso
psicológico atribuíble a su personalidad de base y la importancia del daño psíquico causado
en la situación vincular.

Consulta psicoterapéutica
Se realiza una entrevista diagnóstica con el objetivo de obtener una evaluación de la personalidad
de la consultante y de la situación interactiva de la pareja.
La paciente refiere dudas respecto de la utilidad de la consulta, manifiesta temor a estar
volviéndose loca y fantasías recurrentes de suicidio. Se siente culpable, dice estar deprimida y sin
ganas de nada.
Cuenta que la consulta jurídica fue desencadenada por el encuentro con una ex-compañera de
trabajo a quien no veía desde hacía 15 años. Esta se sorprendió por su aspecto y actitud,
señalándole que la recordaba como una mujer activa, entusiasta, siempre de buen humor y llena
de proyectos...Ahora la ve gorda, descuidada y triste.
Se sintió avergonzada, y al volver a su casa, revisó carpetas, diplomas y fotos. Pasó varias noches
sin dormir, recordando tantos proyectos truncos, abandonados...y reflexionando sobre su situación
actual.
Comenta que después de recibirse, trabajó durante varios años en un centro infantil para el
tratamiento de trastornos de aprendizaje. Ahora recuerda que dejó el centro con el proyecto de
instalar un consultorio privado, alentada por su joven marido, quien argumentaba que “no valía la
pena trabajar por tan poco dinero”, prometiendo obtener un crédito para comprarle un consultorio
propio.
No recuerda cómo, pero el proyecto fue siempre postergándose a expensas de planes de
crecimiento laboral de él.
Sus hijos eran pequeños y "de mutuo acuerdo" llegaron a la conclusión de que debían "priorizar su
familia", y así, decidieron que ella se ocupara de los hijos y él de trabajar y aportar dinero.
Entretanto su marido seguía progresando en su profesión y la brecha entre ambos se ampliaba
cada vez más.
El empezó a viajar, por trabajo. La dejaba sola muchos días y cuando regresaba, decía que estaba
cansado, que no lo molestara con problemas domésticos nimios, ni exigencias. No mostraba
demasiado interés en la vida sexual, ni deseaba salidas solos o con los chicos.
Ella pasaba largas horas frente al televisor, comía dulces y bebía para sentirse menos sola y más
animada.
Dejó de ver a su familia y a sus amigas. Comenzó a tener taquicardia y jaquecas y a tomar
tranquilizantes.
Se le hace notar su insatisfacción en el desarrollo personal, su soledad real (le niegan el diálogo, el
afecto y la vida sexual), la constante denigración a la que está expuesta.
Llama la atención que ella no registre el maltrato recibido como posible fuente de su malestar. Se
le señala esto, y responde que su madre siempre le decía “que las mujeres están hechas para

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soportar”. A su vez, el padre -cuando por ejemplo, ella tenía algún problema escolar-, afirmaba que
“la culpa debía ser de ella misma”.
Luego de una serie de entrevistas, se llega a una primera evaluación diagnóstica. En el campo
individual se registra una depresión con marcados autorreproches y abandono de importantes
áreas vitales, con el agregado de síntomas psicosomáticos y abuso de alcohol y psicofármacos.
En la dinámica vincular, se detecta un fuerte sentimiento de soledad, causado por situaciones de
abandono crónico, lesiones reiteradas a su autoestima, y deterioro de la relación afectiva de pareja
y materno-filial.

Interconsulta de las profesionales


Dada la múltiple problemática psicológica individual, de pareja y familiar, así como las posibles
incidencias legales, se decide abordar el caso desde un enfoque bimodal interdisciplinario, para
favorecer en la cliente-paciente una toma de conciencia de su realidad y de sus posibles
soluciones o, cuanto menos, propiciar un esclarecimiento que optimice el trabajo jurídico.
Se sugiere a la cliente-paciente la realización de una serie de entrevistas psicoterapéuticas
simultáneas con las que habrá de efectuar para el asesoramiento legal.
Se considera que el trabajo psicológico redundará en una mayor eficacia del trabajo jurídico,
evitando las naturales resistencias, confusiones y temores originados en la negación de la
problemática individual. Al mismo tiempo, al instaurarse un diálogo entre ambas profesionales, la
psicoterapeuta estará en condiciones de aportar a la abogada datos sobre el perfil psicológico de la
consultante.
A su vez la psicoterapeuta, al contar con elementos de la realidad objetiva de la paciente y conocer
las posibilidades y limitaciones de su situación legal a través de la interconsulta jurídico-
psicológica, se hallará en mejores condiciones operativas. Además, la paciente, asesorada
jurídicamente acerca de sus derechos y recursos legales, contará con información adecuada para
cotejar con sus vivencias subjetivas.
En síntesis: la psicoterapeuta recibe información de la abogada, y además, trabaja con una
paciente informada y orientada jurídicamente. Por otra parte, la abogada recibe información
de la psicoterapeuta y trabaja con una cliente esclarecida respecto de su problemática
psicológica.

Perfil de las partes involucradas en la problemática


El abusado
Sabemos que muchas veces existe un déficit constitucional en uno de los miembros de la
pareja, con una historia familiar de abuso y una estructura de baja autoestima: estos son factores
que aumentan el riesgo de sometimiento.
También pueden coexistir ciertas condiciones de la realidad que facilitan la interacción
patológica: en el caso de la mujer, la falta de formación para acceder a una independencia
económica, problemas de salud, o ciertas etapas de mayor labilidad como la crianza de los hijos
mientras son pequeños.

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Todos estos elementos configuran un perfil “tipo” de abusado, con características propias:
-La dificultad para registrar la escalada gradual del abuso: los conflictos vivenciados parecen
insuficientes o superables, como para justificar la consulta a un terapeuta o a un abogado. La
ausencia de un hecho puntual de gravedad autónoma, y la dificultad de su prueba, confluyen para
generar tal dificultad.
-La aparición de conciencia del problema es eclipsada por el temor a empeorar las cosas, a
la violencia física, a la venganza, o al abandono.
- Los sentimientos de culpa, autorreproches, dudas sobre la propia conducta, acompañan la
disminución gradual de la autoestima. Esto genera dificultades para reaccionar: el abusado se
siente débil, incapaz, sin recursos, manifestando desaliento y depresión.
- El surgimiento de comportamientos anormales en el abusado: escenas de violencia, crisis de
llanto, consumo de psicofármacos o alcohol, promiscuidad sexual o inhibición del deseo, control
compulsivo del otro. Estas conductas refuerzan la idea de la propia enfermedad, y disminuyen la
objetividad, la capacidad de reacción y el criterio de realidad.
-El temor a ser juzgado por otros que desconocen el problema, lo que conduce al aislamiento
de amigos, familiares y confidentes. Tal aislamiento limita la posibilidad de buscar apoyo afectivo y
ayuda profesional.
-La omnipotencia: cree poder manejar la situación, tiene la ilusión de cambiar al otro, o la
confianza de poder soportarlo indefinidamente.
-El abandono de intereses y actividades propias: el trabajo, los hobbies, el propio cuerpo, la
casa, los hijos. Esto “confirma” en el abusado su incapacidad para construir una vida autónoma.
En las circunstancias precitadas, existen para el abusado, tres alternativas posibles:
-La toma de conciencia, generando autodefensa, puesta de límites, y, virtualmente, corte de la
relación.
-La autodestrucción gradual, la cual puede incluir enfermedades físicas graves, a más del
trastorno psicológico crónico.
-Los actos violentos sobre el abusador, los hijos, o la propia personas: desde accidentes
supuestamente “involuntarios”, hasta el homicidio y el suicidio.
Dice Nicarthy: “Una vez que la mujer deja de interactuar abiertamente con otras personas, la
influencia de su abusador se convierte en algo predominante. Ella es bombardeada con
información tendenciosa, se distorsionan sus valores, y no hay nadie que refuerce sus propias
ideas y su verdad. .... La sensación de humillación extrema hace que la mujer sienta que
realmente es merecedora del trato infrahumano que recibe, llegando a veces a creer que
únicamente al abusador puede interesarle tener algo con ella. Cuando el abusador ocasionalmente
la trata bien, está tan hambrienta de alguna migaja de cariño que lo acepta agradecida.
Eventualmente, el darse cuenta de su dependencia y su gratitud ante la menor atención, contribuye
aún más al sentimiento de degradación, y se abusa a sí misma con sentimientos de culpa. ... La
mujer abusada trata de leer la mente de su pareja y anticiparle sus deseos, desviándole su
cólera. .... Todo lo que le importa es relativo a cuánto puede afectarlo a él; por lo tanto, sus
propios deseos, sentimientos e ideas se convierten en insignificantes. Hasta deja de saber

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qué es lo que realmente quiere, siente o piensa. Él monopoliza todas sus percepciones con sus
demandas triviales, y así, ella pierde la perspectiva de la situación”.
El aislamiento es la característica que crea el campo propicio para el desarrollo y mantenimiento de
las restantes conductas abusivas: “Las mujeres golpeadas son frecuentemente aisladas de todos
excepto del abusador. Así, los mensajes amenazadores, egoístas y degradantes pueden saturar
sus sentidos”.
“Cuando ellos “confiesan” que son unos inadaptados y que no valen nada, el contraste de estos
momentos de vulnerabilidad con su pose habitual de todopoderosos genera la compasión de la
mujer y le “da esperanzas” de una comunicación abierta...Su única meta es cómo sobrevivir a
corto plazo y ésto la aleja de considerar un verdadero plan de real seguridad a largo plazo.”
Nicarthy gráfica con maestría el estado de desamparo y agotamiento psicofísico que presenta la
mujer abusada: “El maltrato crónico crea un estado de agotamiento. La mujer que está sometida a
estas técnicas de lavado de cerebro queda rendida ante la tensión, miedo y permanente
desesperación ... Además debe reprimir sus temores, pena o rabia, ya que cualquiera
demostración de emociones será ridiculizada y castigada. La debilidad física, la auto-duda, y el
auto-aborrecimiento, reforzados por la insistencia de su pareja tildándola de estúpida, loca, o
inepta, finalmente convencen a la mujer abusada de que es incapaz de hacerse cargo de ella
misma o de cortar con la relación”.
El abusador
Como contracara, el perfil “tipo” del abusador, presenta un conjunto de características, claramente
identificables:
-Rasgos paranoides, psicopáticos o sádicos, con tendencia a ejercer humillaciones, burlas,
persecuciones, y violación de la intimidad del otro. Intimidación por amenazas y chantaje moral
permanente. En ocasiones, abuso con la palabra y el silencio, como otras formas de violencia
psíquica.
-Descalificación física, moral e intelectual del otro.
-Crítica a las actitudes sociales, al manejo del hogar, a la crianza de los hijos.
- Intentos explícitos o encubiertos de alejar al abusado de su familia, amigos y colegas.
- Abandono: manifestado como indiferencia sexual, ausencias prolongadas e injustificadas,
negativa a acompañar o a ser acompañado, falta de contención ante problemas de trabajo o de
salud, recurrencia de actitudes de ocultamiento respecto del dinero, las propias actividades
laborales, amistosas, etc.
- “Vampirismo emocional”: demanda permanente, encierro y persecución, y monopolización de
la percepción, que obstaculizan el desarrollo de las actividades del otro.
- Comportamiento contradictorio entre lo que se evidencia ante la familia y los amigos y en
la intimidad, generando en el abusado un estado de confusión y de duda sobre su propia salud
mental.
-Raptos de violencia acompañados por insultos, golpes, destrozo de objetos, portazos y partidas;
alternándose con crisis de llanto, arrepentimiento, autoacusaciones y nuevas promesas.
-Mentiras, secretos, trampas y mensajes contradictorios.

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-Frustración sistemática de promesas y expectativas.
-Escenas de celos: control, investigación, persecución.
-Malhumor permanente “justificado” por problemas laborales, económicos o de salud.
Refiere Nicarthy: “Los abusadores insisten en someter con demandas triviales tales como la
comida, vestimenta, dinero, cuidado del hogar, hijos y diálogo. Monitorean el aspecto de sus
parejas, critican sus valores, su lenguaje y el cuidado de los hijos. Insisten en horas precisas para
comer, con menúes prescriptos, que pueden cambiar y contradecirse día a día, momento a
momento.
Los abusadores persuaden a la mujer de que ellos son los únicos que saben cómo deben ser
hechas las cosas. Cuando su comportamiento deriva en resultados desastrosos, como
habitualmente ocurre, su compañera es la que tiene la culpa. Incluso los abusadores pueden
llegar a decir que poseen poderes especiales. Habitualmente se vanaglorian de ser
superiores intelectualmente y de saber de todo.
La transferencia de culpa del abusador a la víctima algunas veces hace que ésta se sienta
“loca”. “Te gusta ser maltratada”, dice el hombre, y la mujer eventualmente se pregunta, “Puede
que me guste inconcientemente? Será mi culpa?. Los abusadores muy a menudo sufren miedos,
enojo y depresión e intentan deshacerse de esos sentimientos fanfarroneando, amenazando y
dominando a la mujer o a toda la casa. Así, sienten algún alivio, y el miedo, el enojo y la
depresión son vivenciados por los otros. Así los abusados pasan a ser criticados por esos
sentimientos, mientras que el abusador se jacta de tener los suyos bajo control.
Algunos abusadores son adeptos a criticar algún rasgo valioso de la mujer y usarlo en su contra...
convirtiéndolo ante sus ojos en un defecto .... Cuando la mujer comienza a creer que sus virtudes
son sus defectos, su habilidad para juzgar otras cosas también se ve perjudicada. Otra táctica es
convencer a la persona abusada de que no tiene sentido del humor, ni es inteligente, ni tiene
talento.”

Fundamentación del trabajo interdisciplinario


Según la ideología y las características del medio social en que la víctima de abuso se
desenvuelve, existe una tendencia mayor a consultar al abogado o al psicoanalista, atomizando el
problema.
En ese caso, la experiencia y posición del profesional deben posibilitarle evaluar la necesidad de la
interconsulta. Esta última permite implementar estrategias de ayuda y una teorización general a
partir del estudio de múltiples casos.
Puede trabajarse en tres niveles:
1.- Prevención temprana: toma de conciencia e instrumentación de recursos psicológicos y
legales.
2.- Mediación, negociación, conciliación, separación temporaria y hasta divorcio,
incorporando la ayuda terapéutica para disminuir los daños a las personas involucradas en el
conflicto de pareja, y virtualmente, a los hijos. La consigna es evitar situaciones traumáticas con
secuelas difíciles de resolver.

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3.- En el “post-divorcio”, observancia de las cláusulas éticas inherentes al contrato matrimonial
que persistirían en forma implícita, toda vez que esta estructura tiene continuidad en el tiempo y no
rescinde con la separación de los cónyuges. La ruptura del contrato no debiera acarrear los
riesgos para cada uno de ser lesionado en su intimidad y privacidad por las “infidencias” del otro
miembro de la pareja. El fin del matrimonio no debe tener entre sus consecuencias la pérdida del
respeto por las experiencias, proyectos y confidencias compartidos durante la vigencia de la unión.
Según nuestra experiencia, en algunos casos la problemática cede ante el tratamiento
interdisciplinario, en otros, estará indicada la separación, transitoria o definitiva.

El vacío legal
Ya es hora de que el abuso emocional tenga recepción legislativa autónoma.
Si bien es cierto que, por sus características, constituye una situación de prueba compleja y difícil,
también lo es que la cotidianeidad con que se produce el fenómeno, lo dota de la necesaria
identificación de algunas de sus características y consecuencias más salientes. Ello facilita, una
posible prueba pericial psiquiátrica o psicológica en juicio, y la asistencia profesional médico-legal
en las etapas previas.
Este tema es claramente distinto de la problemática de las injurias como causal de divorcio.
La recepción legislativa operaría no solamente como paliativo y toma de decisión respecto de una
situación crítica ya instaurada en nuestra sociedad, sino también como remedio potencial
“preventivo” a los fines de abortar las conductas que tiendan a configurar situaciones de abuso
emocional.
Además, el anoticiamiento y la divulgación de los remedios legales, aunados a la terapéutica
médica inducida, operarían como factores de difusión de la problemática, permitiendo configurar
situaciones hasta hoy “atípicas”, en claros casos de abuso emocional.
El abuso emocional está receptado legislativamente en otros países, no así en el nuestro. Merece
a esta altura un tratamiento pormenorizado y autónomo. La protección legal debe alcanzar a los
menores en sus relaciones con adultos, incluyendo obviamente a los adultos entre sí, indicando los
tratamientos y agravando las sanciones en caso de parentesco cercano y vínculo legal (v.g. entre
cónyuges). También debe amparar aquellas situaciones laborales en las cuales el desnivel
jerárquico favorezca la instauración de alguna de las características que tratamos.

Reflexiones finales y profilaxis


Dados los condicionantes culturales, se dificulta la toma de conciencia del abuso emocional, su
diagnóstico por los profesionales tanto legales como psiquiátricos, y la posibilidad de plasmarlos en
forma objetiva. La vergüenza, el temor a la venganza, el miedo a no ser comprendido ni ayudado, y
las vivencias de aislamiento, impiden conocer los recursos terapéuticos y legales al alcance del
individuo abusado.
Sabemos que el diagnóstico es complejo. Estamos investigando y experimentando el tratamiento
interdisciplinario, conscientes de que el problema existe, es identificable y requiere una
denominación y tratamiento específicos.

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La difusión de ello favorecerá -al menos en los comienzos- la profilaxis, y esperamos que también
el tratamiento.
El momento de intervención, tanto terapéutica como legal, resulta complejo de determinar, ya que
el abuso emocional se realiza en forma gradual y crónica, esfumando los límites de la toma de
conciencia y favoreciendo su negación.
La consigna debe ser la creación no sólo de una conciencia individual, sino también de una
conciencia profesional y social.
Para todo ello se hace necesario instrumentar diferentes recursos de capacitación profesional así
como estructuras institucionales de contención social: seminarios para abogados, médicos,
psicoterapeutas, educadores, asistentes sociales, comunicadores.
Toda la casuística de las investigaciones sobre este tema marca una predominancia de situaciones
en las que la mujer es la abusada y el hombre el abusador. Sin embargo existen casos en los
cuales el hombre es el abusado, que merecen ser destacados e investigados. Este modo de
interacción patológica también existe entre padres e hijos, maestro y alumno, médico y paciente,
jefe y empleados. Destacamos en tal sentido que el abuso emocional, en cualquier campo, no es
privativo de los vínculos entre personas de sexo diferente.
La problemática del abuso emocional existente en estas relaciones será tratada en un próximo
trabajo.

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Las autoras del presente trabajo han efectuado su registro intelectual en fecha 26 de marzo de
1997 bajo el Nº 739291.

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