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Durante el periodo de la Guerra Fría así como durante otros periodos de guerra
se utilizo el deporte como un escaparate de las naciones. Los Juegos Olímpicos de los
años 1956, 1980 y 1984 son claros ejemplos de cómo se explotaba dicho escaparate.
La friolera de 38 países no se
presentaron a los JJOO. Otros, como Gran
Bretaña, Italia, Australia o Francia,
participaron desfilando sin su bandera ni su
himno, que sustituyeron por la enseña y el
himno olímpico. Fueron dieciocho los
comités olímpicos nacionales, entre ellos
España, que no desfilaron bajo su bandera,
ni estaba previsto que se escucharan las 6
notas de sus respectivos himnos
nacionales, en el caso de que lograsen
alguna medalla de oro. De estos dieciocho,
quince desfilaron bajo la bandera del COI y
dos, España y Portugal, lo hicieron bajo la bandera olímpica nacional. Australia, por su
parte, desfiló en la ceremonia de apertura bajo la bandera del COI y en la entrega de
medallas con su bandera nacional. Asimismo, diez comités olímpicos no estuvieron
presentes en la ceremonia de apertura.
Desde luego eran muchas las formas de manifestar la posesión de ideas políticas
diferentes, pero estas nunca deberían haber perjudicado a los propios deportistas, que
habían dedicado su esfuerzo y un gran sacrificio a llegar en las mejores condiciones a la
competición olímpica, celebrada cada cuatro años. Pero, las decisiones de los dirigentes
de distintos países, que en muchos casos desconocían el mundo del deporte (aunque se
aprovechasen de su trascendencia mundial) e ignoraban los principios olímpicos, se
superponían a los intereses de los propios deportistas. Hubo casos contradictorios como
el de Gran Bretaña, cuyos deportistas acudieron a Moscú; mientras que, su primera
ministra, Margaret Thatcher ordenó, al personal de la Embajada Británica en Moscú,
que ignorase la Olimpiada y evitase todo contacto con los deportistas británicos. Era
una forma de no perjudicar a sus deportistas, defendiendo sus convicciones políticas.
Hubo otro incidente de carácter político, suscitado por el gobierno
estadounidense, que afectó al normal desarrollo de esta edición de los Juegos
Olímpicos; ya que, la bandera estadounidense debía ondear en la ceremonia de clausura
de los Juegos de Moscú. El protocolo exigía que estuviese presente la bandera del país
que debía organizar la próxima Olimpiada y la de 1984 estaba concedida a Los Ángeles
(Estados Unidos). El problema era que el Gobierno de Washington había indicado tanto
al de Moscú como al COI que no quería ver su bandera aparecer durante estos Juegos.
Este nuevo problema situaba los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 como una de
las más politizadas de la historia. La solución fue aportada por Juan Antonio Samaranch
que, al objeto de evitar nuevos problemas de índole político, propuso que se izase la
bandera de Los Ángeles, en una interpretación un tanto subjetiva del protocolo
olímpico; pero que resolvió el problema suscitado, con aparente satisfacción de todos
los implicados.
Los dos equipos llegaron al encuentro lejos de su mejor forma. Los locales
habían ganado sus dos primeros partidos y tenían la clasificación en el bolsillo, pero
desarrollando un juego
bastante pobre que
provocó el enfado de
los aficionados. Por su
parte los orientales se
habían complicado la
clasificación empatando
con Chile (1-1) tras
superar a Australia (2-
0), por lo que la victoria
era su única esperanza
de pasar a la segunda
fase. Pese al mal juego
de Alemania Federal,
nadie pensaba que los
comunistas iban a vencerle en su cancha y en µsu¶ deporte. Además, el seleccionador
occidental era Helmut Schön. Nacido en el este, se vio obligado a viajar hasta el oeste
en 1950 para desplegar sus teoremas futbolísticos sin trabas en el Hertha de Berlín.
Otro dato curioso es lo que se bautizo como la diplomacia del ping pong, El 10
de abril de 1971 nueve jugadores estadounidenses, cuatro funcionarios y dos de sus
cónyuges, acompañados por diez periodistas, cruzaron un puente desde Hong Kong
hasta China continental y dieron paso a la era de la "diplomacia del ping-pong". La
aventura de ocho días señaló un deseo común de relajar las viejas tensiones entre
Washington y Pekín.