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prohistoria

Colección
Historia de la Ciencia
Este libro describe y analiza el trabajo llevado adelante en los
observatorios de Córdoba y de La Plata desde su fundación
Marina Rieznik
dirigida por Irina Podgorny
(en 1871 y 1882 respectivamente) hasta los años 1920.

Los cielos del sur


El análisis de Marina Rieznik sigue perspectivas abiertas en
Máximo Farro
la historiografía de las ciencias según la cual los discursos
La formación del Museo de La Plata.
Coleccionistas, comerciantes, políticos no constituyen una referencia central del desarrollo
estudiosos y naturalistas viajeros científico sino que lo político es una de las vertientes
a fines del siglo XIX analíticas que debe ser combinada con el análisis de los Los observatorios astronómicos
Irina Podgorny instrumentos, los espacios y los productos de los de Córdoba y de La Plata, 1870 - 1920
El sendero del tiempo y de observatorios, los debates parlamentarios y el abordaje que
las causas accidentales de su existencia histórica hizo la prensa del periodo.
Los espacios de la prehistoria
en la Argentina, 1850 - 1910 Los cielos del sur..., prologado por António Augusto P.
Videria, pone en evidencia la manera en que adoptando una
Susana García clave de lectura original, la historia de estos dos
Enseñanza científica y cultura
académica
observatorios argentinos está atravesada por conflictos
La Universidad de La Plata internacionales que son perceptibles de una manera muy
Marina Rieznik es historiadora. Se

LOS CIELOS DEL SUR


y las Ciencias Naturales concreta en los materiales, los productos, los procesos, los
(1900 - 1930) doctoró en la Facultad de Filosofía y
espacios y los personajes analizados.
Letras de la Universidad de Buenos
Aires, con mención en dicha
disciplina. Fue becaria doctoral y
posdoctoral del CONICET. Ha sido
Investigadora visitante del Instituto
Iberoamericano de Berlín y dirige
los proyectos “Observatorios
astronómicos: organización
espacial, temporal y climática del
territorio argentino 1870-1920”
(FONCYT) y “Estudios Sociales de la
Ciencia y de la Tecnología. Enfoque
Crítico desde la Economía Política”
(UBA). Actualmente revista como
docente en el área de historia y
estudios sociales de la ciencia de la
carrera de Sociología, en la carrera
ISBN 978-987-1304-72-1 de Historia y en el Doctorado de

MARINA RIEZNIK
Ciencias Sociales de la UBA, así
como en la Maestría CTS de la
Universidad Nacional de Quilmes.
Colección
Historia de la Ciencia, 4
9 789871 304721 Dirigida por Irina Podgorny colección Historia de la Ciencia
Colección Historia de la Ciencia
dirigida por Irina Podgorny

Máximo Farro

La formación del Museo de La Plata.


Coleccionistas, comerciantes, estudiosos y naturalistas
viajeros a fines del siglo XIX
234 pp.

Irina Podgorny

El sendero del tiempo y de las causas accidentales.


Los espacios de la prehistoria en la Argentina,
1850-1910
334 pp.

Susana V. García

Enseñanza Científica y Cultura Académica.


La Universidad de La Plata y las Ciencias Naturales
(1900-1930)
314 pp.

Marina Rieznik

Los cielos del sur. Los observatorios astronómicos


de Córdoba y de La Plata, 1870-1920
220 pp.

Descargue gratuitamente el índice y un capítulo de estos libros en


www.scribd.com/prohistoria
Marina Rieznik

Los cielos del sur


Los observatorios astronómicos de
Córdoba y de La Plata, 1870-1920

Rosario, 2011

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ÍNDICE

SIGLAS y ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES................................. 9

AGRADECIMIENTOS.......................................................................... 11

PRÓLOGO............................................................................................ 15

INTRODUCCIÓN................................................................................. 19

PRIMERA PARTE................................................................................. 23

CAPÍTULO I
La fundación del Observatorio de Córdoba........................................... 25

CAPÍTULO II
La estandarización de los catálogos . ..................................................... 61

CAPÍTULO III
Zonas de observación: el cronógrafo y la oscuridad de los brillos.......... 83

SEGUNDA PARTE................................................................................ 97

CAPÍTULO IV
El Bureau des Longitudes en la Argentina.............................................. 99

CAPÍTULO V
Gould y la fundación del Observatorio de La Plata ............................... 119

CAPÍTULO VI
La Carte du Ciel. El debate entre los astrónomos de Córdoba
y de La Plata.......................................................................................... 135

CAPÍTULO VII
El Observatorio de La Plata y la Universidad Nacional.......................... 163

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A MODO DE CONCLUSIÓN............................................................... 179

APÉNDICE
La Escuela Superior de Ciencias Astronómicas y Conexas (1935).......... 181

BIBLIOGRAFÍA..................................................................................... 197

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES............................................................. 217

ÍNDICE DE NOMBRES........................................................................ 219

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SIGLAS y ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES

CDNA-DS Diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación

CSNA-DS Diario de sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación

SCA Sociedad Científica Argentina

IGM Instituto Geográfico Militar

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AGRADECIMIENTOS

E
ste libro es una versión corregida de la tesis doctoral defendida en marzo
de 2005 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Integraron el jurado los doctores Guillermo Ranea, Diego Hurtado
de Mendoza y Olimpia Lombardi.
La investigación fue financiada por dos becas internas del CONICET, por
el proyecto PICT08 CÓDIGO 1252, distintos programas de investigación de
la Universidad de Quilmes radicados en el Instituto de Estudios de la Ciencia
y la Tecnología, y por los PICT 581/06, 32111/05 y 4/13435. Gracias a ellos
pude afrontar una estadía de investigación en el Museo de Astronomía e Cien-
cias Afîns (MAST) de Río de Janeiro y complementar la otorgada por el Ibero-
Amerikanisches Institut Preußischer Kulturbesitz en Berlín.
Para llevar adelante este trabajo recurrí a la Biblioteca y Archivo del Mu-
seo del Observatorio Nacional de Córdoba, la Biblioteca del Observatorio de
La Plata, el archivo del Museo del Observatorio de La Plata, la Biblioteca de la
Asociación Argentina de Amigos de la Astronomía, el Archivo de la Sociedad
Científica Argentina, la Biblioteca y Archivo de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires, el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos
Aires Ricardo Levene, la Biblioteca del Museo de Astronomía e Ciencias Afins,
la Biblioteca de la Legislatura de Buenos Aires, el Archivo del Ministerio de
Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, la Biblioteca de la Casa de la
Provincia de Buenos Aires, la Sala Histórica de la Biblioteca de la Universidad
Nacional de La Plata, la Biblioteca y Archivo del Museo Etnográfico, la Bi-
blioteca y Hemeroteca del Congreso de la Nación, la Biblioteca Nacional, el
Archivo General de la Nación. También fueron consultados los catálogos del
Museo Saavedra, Biblioteca Leopoldo Lugones, Biblioteca Suipacha, Biblioteca
del Maestro y Archivo Histórico de la Provincia de Santa Fe. En las estadías de
investigación tuve además acceso a bases virtuales de datos y en particular, en el
Instituto Iberoamericano de Berlín, tuve a disposición libros y documentos que
ubiqué en catálogos como TIB, the German National Library of Science and
Technology; SWB, Union Catalog Southwest Germany; BVB, Union Catalog
Bavaria; HeBIS Retro - Digitalisierte Zettelkataloge; GBV, Union Catalog Nor-
thern Germany; Aufsätze - DFG-Nationallizenzen y en el catálogo de la Staats
Bibliothek de Berlín.
Agradezco en primer lugar a mi directora, Irina Podgorny, porque sin su
orientación, rigurosidad, exigencia y lectura atenta de los sucesivos borradores
este trabajo no hubiese llegado a buen puerto –y la papelera de mi computadora

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hubiese permanecido prácticamente en desuso. También agradezco a los prime-


ros consejeros, directores y codirectores de mi investigación: Oscar Terán, Jorge
Myers, Carlos Prego, Enrique Oteiza, Dora Barrancos, Alfonso Buch, Eduardo
Glavich y Javier Ordóñez, a quienes les debo las primeras observaciones sobre
mis escritos. Por otra parte, tuve el agrado de tomar cursos de introducción a
la astronomía con Alejandro Blain de la Asociación Argentina de Amigos de
la Astronomía y con Mariano Ribas del Planetario Galileo Galilei. Pude así
consultarlos y adquirir conocimientos básicos sobre las operaciones iniciales
de la astronomía que me han servido para entender los materiales que encon-
traba en los archivos y los instrumentos astronómicos de los observatorios y
museos. También Diego Hernández, director de la Revista Astronómica, me
ayudó a despejar diversas dudas. Estoy en deuda con Guillermo Goldés del
Museo del Observatorio de Córdoba y con Sixto Giménez Benítez del Museo
del Observatorio de La Plata, por su ayuda en la búsqueda de material prima-
rio, así como con todos los bibliotecarios de los archivos y bibliotecas antes
mencionados. Partes de los Copiadores del Observatorio de Córdoba me fue-
ron cedidos en formato digital por Goldés. Muchas de mis nociones respecto a
cómo proceder en el análisis de las transformaciones materiales de los procesos
de trabajo derivan de conversaciones con Juan Iñigo Carreras, Luis Denaris y
otros economistas que compartieron conmigo los casi cinco años del taller de
lectura de El Capital organizado por el primero. Estoy agradecida también con
los compañeros y titulares de las cátedras de la Universidad de Buenos Aires, a
cargo de Marcelo Levinas, en la carrera de Historia, y de Enrique Oteiza, en la
carrera de Sociología y en el Doctorado de la misma facultad, en las que enseño
y aprendo historia de las ciencias desde hace diez años. Los compañeros del
equipo dirigido por Pablo Kreimer en el Instituto de Estudios de la Ciencia y la
Tecnología de la Universidad de Quilmes y los alumnos me han ayudado con el
debate y nuevas ideas. Por lo mismo doy las gracias a los compañeros del grupo
de investigación Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología. Enfoque crítico
desde la Economía Política, radicado en la Facultad de Ciencias Sociales de la
UBA; al colega y amigo Octavio Colombo con el que leo a Hegel y aprendo
a pensar cuestiones historiográficas desde hace años; y a Nicolás Kiatkowski
que ha leído y comentado mis primeros escritos. Con Lisandro Suriano, amigo
e historiador que ya no está, tuvimos en común haber sido bichos raros entre
nuestros compañeros de militancia, él estudiando la historia del surrealismo,
yo de la astronomía; le estoy agradecida por haber compartido esa experiencia
en mis primeros pasos de investigación y docencia. Isabel Herrera me ayudó a
corregir algunas secciones del libro y mi madre, Alejandra Herrera, ha lucha-
do con mis borradores en reiteradas oportunidades. A ella, a mi padre, Pablo
Rieznik, y a mi abuelo, Amílcar Herrera, les debo además el hecho de que desde
mi infancia mis hermanos y yo escucháramos divulgación científica en las con-

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versaciones de sobremesa. A mi abuela, Lía Guarnieri, agradezco por aguantar


durante años a toda una familia hablando de esas cosas entre platos. En alguna
de esas conversaciones –ya no recuerdo el momento aunque sí el asombro– des-
cubrí que oteando el cielo uno miraba hacia el pasado, cuestión que, al fin y al
cabo, emparenta a las ciencias reunidas en estas páginas. Como señal de que las
estrellas abrigaban también el futuro existe este libro, dedicado a quienes hoy
me encandilan, León y Esteban.

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PRÓLOGO

Ainda que seja certo e indubitável que as civilizações localizadas nas regiões si-
tuadas abaixo do Equador tenham elaborado complexas e fecundas concepções
sobre os céus, suas estruturas e seus objetos, isto é, ainda que maias, aztecas e
muitos outros povos tenham desenvolvido explicações cosmológicas, a astrono-
mia, uma das mais antigas ciências praticadas pelos seres humanos em pratica-
mente todos os lugares do globo terrestre, quando avaliada a partir de critérios
e regras epistêmicos e metodológicos dos nossos dias, é, entre nós, fenômeno
relativamente recente, não possuindo muito mais do que 180 anos de existên-
cia. Ou seja, menos da metade da idade atribuída à chamada ciência moderna.
A determinação das razões responsáveis pela inserção tardia das disciplinas e
práticas científicas em nossos territórios permanece um assunto atual, ocasio-
nalmente despertando debates acalorados e, como não poderia deixar de ser
quando se trata de história ou filosofia da ciência, permanecendo inconclusos.
Uma das razões para o “calor” de tais debates encontra-se na tese, ainda
hoje presente e efetiva, de que os países do hemisfério sul –em particular, os
sul-americanos e africanos– justamente por terem acolhido tardiamente (grosso
modo, a partir de fins do século XVIII) a ciência moderna, seriam mais atrasados
do que os países europeus; mais especificamente, eles estariam distantes daque-
les outros responsáveis pela criação da moderna visão científica de mundo. No
caso dos Estados Unidos da América, país que não deu nenhuma contribuição
para o surgimento da ciência moderna, mas que, não obstante, é a principal po-
tência científica mundial desde meados do século XX, sua primazia em assuntos
científicos poderia ser explicada lançando-se mão, entre outras razões, pelo fato
de que, desde o século XVIII, esse país criou instituições de ensino superior que
abrigaram adequadamente o novo conhecimento. As universidades nas colônias
espanholas não puderam participar desse processo, uma vez que seus dirigentes
e professores comungavam de princípios equivocados, posto que próximos às
teses da Igreja Católica.
O parágrafo acima reproduz, de modo um tanto quanto breve, difundi-
da opinião acerca do desenvolvimento da ciência em nossos países, dominante
durante algumas décadas. Nos dias que correm, essa opinião, ao menos entre
aqueles que se dedicam profissionalmente à história da ciência, é considerada
um equívoco, quando não simplesmente errada, uma vez que parte do pressu-
posto de que os processos de desenvolvimento científico deveriam ter sido os
mesmos em todas as regiões. A natureza epistêmico-metodológica da ciência
imporia tal uniformidade.

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A partir de meados dos anos 1980, os historiadores da ciência latino-ame-


ricanos começaram a rever muitas das teses até então aceitas nos nossos meios
acadêmicos e intelectuais. Um dos primeiros passos dados para o entendimento
dos conteúdos dessas teses relativas ao desenvolvimento da ciência entre nós
foi a conscientização de que os cientistas encontravam-se entre aqueles que as
produziram e disseminaram. Por exemplo, e atendo-me ao caso do Brasil, du-
rante muito tempo defendeu-se a tese de que a ciência nesse país teria começado
na década de 1930 quando as faculdades de ciência foram criadas nas primei-
ras universidades brasileiras dignas desse nome, localizadas nas cidades de São
Paulo e Rio de Janeiro. Um dos mais conhecidos defensores da associação de
dependência entre a possibilidade de existir ciência e o modelo humboldtiano de
universidade foi o educador e sociólogo Fernando de Azevedo, autor do monu-
mental A Cultura Brasileira (1943) e organizador dos dois volumes intitulados
As Ciências no Brasil (1956). Os capítulos desta última obra foram todos escri-
tos por cientistas profissionais, os quais, conhecedores da situação vivida nos
países avançados, tentaram explicar o atraso brasileiro no campo das ciências
naturais e humanas.
A modificação nesse cenário começou, como já observado, há 25 anos atrás
e foi possível quando o foco mudou dos resultados científicos para os locais em
que as diferentes ciências eram praticadas. Em outras palavras, a preocupação
dessa nova geração de historiadores não mais estava destinada a explicar o
porquê de Argentina, Brasil, México, Peru ou Uruguai não terem sido capazes
de contribuir com grandes e relevantes descobertas para a ciência mundial (ou
universal), mas passou, sim, a ser dirigida para a compreensão dos processos
efetivos e que determinaram a inserção e consolidação da ciência moderna, de
matriz europeia, nos nossos países. Mudou-se a atenção da (suposta) ausência
de uma ciência produtora de resultados brilhantes para uma outra, que exis-
tindo menos nas universidades e mais nos organismos do estado, mesmo assim
obteve resultados sérios e conhecidos para além dos limites dos seus locais de
produção.
A partir do momento em que o interesse se orientou para outros locais
(instituições, museus, laboratórios, observatórios, faculdades de medicina, peri-
ódicos, expedições, coleções, etc) uma nova realidade abriu-se diante de todos.
Em termos generosos, porque algo exagerados, foi como se a presença todo
um novo universo, habitado por novas “espécies”, se apresentasse de maneira
inequívoca e irrecusável diante de nossos olhos. Desde então, muitos de nós
temos nos empenhado em penetrar nos meandros e detalhes desse passado rico,
mutante e surpreendente.
O livro de Marina Rieznik, resultado de sua tese de doutoramento em his-
tória da ciência defendida recentemente, constitui um trabalho relevante para
todo aquele que se interessa pelo domínio da astronomia na Argentina e países

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semelhantes. Ao longo de suas duzentas páginas, o trabalho de Rieznik des-


creve a partir da nova historiografia, próxima aos chamados Science Studies, e
apoiando-se em fontes documentais, certamente conhecidas, mas pouco usadas,
as fundações dos observatórios de Córdoba e La Plata, ambos da segunda me-
tade dos oitocentos. Sua narrativa abarca, grosso modo, os primeiros cinqüenta
anos das duas instituições.
Ainda que o recurso a essas fontes (caricaturas, artigos de jornais, cartas,
relatórios de atividades, entre outras) seja importante para corrigir excessos
e equívocos das interpretações mais antigas –elaboradas, como sugerido pela
nossa autora, por um pensamento político de matiz sarmientista, eu penso que o
resultado mais interessante e mais inovador das análises de Rieznik encontra-se
no fato de que mesmos os historiadores não mais podem tomar os objetos na-
turais descritos nos documentos que estudam e investigam como sendo eternos
e imutáveis. Não apenas os documentos são resultado de processos históricos,
mas mesmo os objetos das ciências naturais possuiriam uma evolução, que nos
permitiria perguntar se eles mesmos não seriam históricos. Assim, em que medi-
da os céus do hemisfério sul (el cielo austral) existiam antes de se transformarem
em objetos de estudos de astrônomos argentinos e estrangeiros?
Ao investigar em pormenor as representações dos fenômenos astronômicos,
construídas por cientistas, políticos, jornalistas, entre outros, Rieznik descreve
como muitos dos critérios de padronização de entidades astronômicas, como a
meridianos e horas legais, foram forjados em disputas que interessavam a e nas
quais participavam cientistas, políticos e diplomatas. De outro modo, práticas
científicas e sociais foram construídas num jogo em simultâneo em que forças
para além do domínio da ciência atuavam efetivamente. Não apenas políticos
recorriam à ciência para atingirem as suas metas, mas também os cientistas
transformavam-se em políticos para fazer valer os seus objetivos.
O interessante na postura metodológica de Rieznik é que a pergunta aci-
ma não surge a partir de uma discussão filosófica distanciada da história da
ciência. A bem da verdade, Rieznik não a formula como eu faço. Seu interesse
é mais circunscrito, atendo-se às redes de circulação constituídas a partir das
práticas científicas entre aqueles que trabalhavam nos observatórios argentinos.
Na organização de tais redes de circulação, a escolha e o uso de instrumentos
científicos detinham uma relevância toda particular, já que se tornava necessário
comprá-los –o que requeria dinheiro para tanto; testá-los– o que requeria con-
tatos com especialistas; aprender a usá-los –o que requeria tempo para o apren-
dizado; calibrá-los– o que requeria conhecimento exato do seu funcionamento,
e efetivamente empregá-los nas observações e medições –o que requeria clareza
nos objetivos fixados. Todas essas necessidades foram impostas pela própria
prática científica e contribuíram para a criação e a consolidação de alianças
entre cientistas e não cientistas. Desse modo, parece-me fundamental ressaltar a

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ligação estreita que surge do livro de Rieznik entre práticas científicas, redes de
circulação/comunicação e objetos científicos.
Uma outra contribuição importante, ainda que neste caso indireta, desta
obra está no fato de ela fornecer elementos para estudos comparativos entre os
diferentes países latino-americanos. Para usarmos uma expressão da diplomacia
de nosso tempo, o livro de Rieznik, ao lado de outras obras sobre o mesmo tem-
po, permite um diálogo Sul-Sul entre as historiografias existentes. Já é possível
ao(à) historiador(a) da ciência –seja ele (ou ela) boliviano(a), equatoriano(a),
argentino(a) ou brasileiro(a)– comparar e avaliar o desenvolvimento da astro-
nomia em seus países. É certo que essa comparação não poderá jamais dar
resultados definitivos (algo inexistente no domínio de Clio), mas, ao compreen-
dermos os processos que nos geraram, poderemos ao menos diminuir o senti-
mento de inferioridade que teima persistir entre muitos de nós.
Os breves comentários aqui apresentados obviamente não esgotam toda
a gama de assuntos levantados e tratados por Marina Rieznik em seu livro. Ao
fazê-los, minha pretensão resume principalmente em divulgar a publicação de
um livro que em muito contribui para a consolidação da história da ciência em
nossos países.

António Augusto P. Videira


Professor Adjunto do Departamento de Filosofia da UERJ
Pesquisador Visitante no Centro Brasileiro de Pesquisas Físicas
Colaborador no Programa de Pós-Graduação em História das
Ciências, Técnicas e Epistemologia da UFRJ
Bolsista de Produtividade do CNPq.

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Los cielos del sur 19

INTRODUCCIÓN

E
n este libro me propongo caracterizar el trabajo llevado adelante en los
observatorios de Córdoba y de La Plata entre 1871 y 1920. El período
se inicia con la fundación del primer observatorio nacional en Córdoba y
continúa con la creación del Observatorio de La Plata en 1882. En el apéndice
me extiendo con algunas sugerencias sobre la creación, en 1935, de la Escuela
Superior de ciencias astronómicas y conexas en la Universidad Nacional de La
Plata. Esta investigación representa un primer análisis conjunto de la historia de
los observatorios astronómicos en la Argentina en un período dedicado princi-
palmente a la astronometría.
El observatorio de Córdoba fue estudiado como ejemplo del nacimiento
de las políticas institucionales y la aparición del “complejo científico y tecno-
lógico nacional” y del pretendido papel de las ciencias en la consolidación del
Estado-Nación. Este tipo de argumentación no pudo despegarse de la relevancia
retórica que, desde mediados del siglo XIX, la ciencia ocupó en los discursos de
un sector de la clase dirigente argentina como instrumento de modernización,
construcción y legitimación de la nacionalidad. En sintonía con esta tendencia,
la fundación del Observatorio de Córdoba se entendió literalmente como parte
de la obra civilizatoria de Sarmiento “[…] que comenzaba a extenderse enton-
ces también al cielo austral” (SCA, 1979: 11). Los discursos de Sarmiento, o
en el otro extremo, los dichos de sus oponentes de entonces y de los siglos que
siguieron, no permiten resolver los señalamientos hechos al observatorio o bien
como una cáscara vacía, refugio de intereses foráneos, o bien como el contene-
dor de un trabajo necesario a nivel mundial y local.
Autores como José Babini e iniciativas colectivas como las publicaciones de
la Sociedad Científica Argentina publicaron y relevaron una profusa documen-
tación sobre este observatorio (Babini, 1963; SCA, 1979). En la última década,
Santiago Paolantonio y Edgardo Minniti (Paolantonio y Minniti, 2000, 2009)
investigaron aspectos antes desconocidos de la biografía y obra de Benjamin A.
Gould, primer director del observatorio cordobés, aportando nuevos análisis so-
bre quienes continuaron su trabajo. Asimismo, Omar Bernaola (2001) rastrilló
el Archivo Gaviola de la Biblioteca del Centro Atómico Bariloche y reescribió
buena parte de la historia del observatorio cordobés desde su fundación. Singu-
larmente, la historiografía local prácticamente ha olvidado al Observatorio de
La Plata o se limitó a reproducir los discursos político enunciados por Dardo
Rocha, responsable del decreto que dio origen a la institución (SCA, 1979).
Lewis Pyenson (1985, 1993), por su parte, recurrió a su historia para analizar

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la expansión de los distintos modelos de investigación astronómica promovi-


dos desde algunos centros académicos del hemisferio norte. Pyenson analizó
las estrategias del denominado imperialismo cultural europeo, en particular el
alemán en competencia con el francés y estadounidense, para imbricarse en las
instituciones de investigación y enseñanza de las ciencias en la Argentina y otros
países periféricos. Las miras del autor estuvieron puestas en dar una explicación
de las políticas, lógicas y estrategias imperiales de quienes vinieron al país y se
insertaron en las estructuras científicas argentinas como parte de un supuesto
programa de expansión cultural y comercial. Desde la perspectiva que ofrecen
las políticas de las metrópolis, Pyenson no llegó a formular –ni lo pretendió–
una historia de las políticas locales o de las correlativas transformaciones de
los observatorios argentinos después de la partida de los primeros directores
extranjeros. El gran legado de Pyenson consistió en desarticular una mirada
hagiográfica y parroquial, recordar que los observatorios locales surgieron en
conexión con otras tradiciones científicas y mostrar que la historia de la cien-
cia tiene fronteras que difícilmente coincidan con las de los estados nacionales
(Pyenson, 1985: 1993).
Retomando este aporte y siguiendo las perspectivas abiertas en la histo-
riografía local de las ciencias (Podgorny y Lopes, 2008; Podgorny, 2009), este
libro quiere apartarse de los discursos políticos locales como única referencia
para dar cuenta del desarrollo de la astronomía en Córdoba y La Plata. Intenta,
en cambio, combinarlos con el análisis de otro tipo de fuentes: los instrumen-
tos, los espacios y los productos de los observatorios, las notas periodísticas y
los debates parlamentarios. Asimismo, señalaré la importancia de incorporar
fuentes que reflejan parte de las ideas populares de la época sobre los aportes de
esta ciencia, refiriéndome a los periódicos y revistas del período y, en particular,
a algunas caricaturas. Tal como ha señalado Rudwick para la geología (1975)
y en un período que vio florecer la caricatura política, éstas encierran mucha
información sobre el contexto social y sobre los contenidos fundamentales de
la actividad científica que no son explicitados en otros documentos. Además,
muestran el lado público de una disciplina que, a fines de siglo XIX, gozaba de
extraordinaria popularidad (Staubermann, 2001; Stephens, 1990) y que inten-
taba institucionalizarse apoyada, también, en el reclutamiento de observadores
aficionados en distintos puntos del planeta (Lankford, 1981 a; Wilcox, 1981;
Thomas, 1987; Stebbins, 1980, 1982, 1992). La ponderación de este conjunto
de materiales y documentos deja entrever los conflictos que se manifestaban en
los observatorios argentinos mientras sus equipos construían el cielo austral –a
partir de la observación, el registro y la publicación de determinados fenómenos
(Cfr. Daston y Galison, 2007; Rheinberger, 1997, 2005; Podgorny, 2009).
Lejos de construir un agregado de historias institucionales que convergen
en el desarrollo de una hipotética ciencia astronómica nacional, en los tramos

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Los cielos del sur 21

que aquí reconstruyo muestro que las dinámicas de los dos observatorios estu-
diados son resultado de conflictos internacionales encarnados en los materiales,
productos, procesos, espacios y personajes que analizo. Al hablar de la astrono-
mía en el país, en vez de concentrarme en el desarrollo de conceptos, disciplinas,
instituciones o investigadores individuales, decido seguir el desarrollo de obje-
tos epistémicos, pero considerados en el sentido estricto de objetos materiales
de trabajo e investigación (Rheinberger, 2005; Lefevre, 2005). En este sentido,
cuando haga referencia a la historia material de las prácticas de la investiga-
ción astronómica en la Argentina, estaré enfocando las diversas actividades del
proceso de trabajo humano que median en la apropiación y transformación del
medio natural y social, y que remiten a las siguientes dimensiones: a) instru-
mentos y máquinas de registro y de observación, b) características de la fuerza
de trabajo que interviene en la construcción del objeto científico en cuestión, c)
espacios, organización y resultados de esos trabajos científicos. De esta manera,
quiero contribuir a sentar las bases preliminares para comprender los cambios
históricos en dos aspectos de la producción científica local: la materialidad de
sus productos y de los procesos de trabajo que los construyen.
En la primera parte de este libro, centrada en el Observatorio de Córdoba,
muestro las limitaciones de ciertos análisis apegados a las estrategias de los
discursos políticos y pongo de relieve la importancia de atender a los desarro-
llos internacionales de las prácticas astronómicas. Para ello, retomaré algunos
análisis sobre las transformaciones en los espacios y actividades de los observa-
torios durante el siglo XIX realizados por historiadores de la astronomía (Cana-
les 2001; Hoffman, 2007; Green Musselman, 1998; Lankford, 1997; Schaffer,
1988) y mostraré el lugar que ocupó el equipo del observatorio de Córdoba
en los procesos internacionales de producción e intercambio de materiales e
información científica. La segunda parte del libro se detendrá en la fundación
del Observatorio de La Plata y en los conflictos sostenidos por sus miembros
con los directores del Observatorio de Córdoba en el marco de la competencia
entre redes de trabajo internacionales que, entre otras cosas, se disputaban para
la obtención de un financiamiento local que no se mostraba muy dispuesto a
comprometerse con la eternidad del universo.

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PRIMERA PARTE

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Los cielos del sur 25

CAPÍTULO I

La fundación del Observatorio de Córdoba

Es una cruel desilusión del espíritu creernos y llamarnos pue-


blos nuevos. Es de viejos que pecamos [...]. Lo que necesita-
mos es, pues, regenerarnos, rejuvenecernos, adquiriendo ma-
yor suma de conocimientos y jeneralizándolo entre nuestros
conciudadanos. ¿Cuánto necesitamos nosotros, los rezagados
de cuatro siglos, para alcanzar en su marcha a los pueblos que
nos preceden? El Observatorio Astronómico Arjentino es ya
un paso dado en este sentido.
Domingo Faustino Sarmiento, 1871

E
l Observatorio Nacional Argentino fue inaugurado en 1871 en los al-
rededores de la ciudad de Córdoba. Distintas versiones sitúan el origen
del primer observatorio financiado por el Estado en 1865, cuando Sar-
miento, entonces Ministro Plenipotenciario de Bartolomé Mitre, viajó a Estados
Unidos, donde conoció al astrónomo Benjamin A. Gould (Gould, 1885; Hodge,
1971 a; Chandler, 1896; Chaudet, 1924, 1926; Comstock, 1922; SCA, 1979).
Supuestamente en ese encuentro, Gould solicitó ayuda oficial para un proyecto
que tenía en mente; adelantó ideas sobre cómo realizar ciertas exploraciones del
cielo austral, y sugirió que las instalaciones necesarias podrían quedar luego en
manos del gobierno.
Benjamin Apthorp Gould había nacido en 1824, en Boston, había estudia-
do matemática y física en el Harvard College y luego cursado astronomía en la
Facultad de Ciencias de Göttingen, donde se había formado con el reconocido
astrónomo Friedrich Argelander.1 Después de obtener allí el título de Doctor
en Astronomía, volvió a su país y fue nombrado director del Observatorio
de Dudley en Albany, donde supervisó la construcción del edificio, equipó la
planta de trabajo y organizó las actividades. Entre sus publicaciones de mayor
circulación se encontraban entonces las reducciones de las observaciones de

1 Friederich Wilhelm August Argelander (1799-1785): discípulo de Friederich Bessel, profesor


de astronomía en la Universidad de Bonn y director de la Astronomische Gessellschaft.

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D’Agelet,2 importante catálogo de la época (Benjamin, 1899; Chandler, 1896;


Hodge, 1971 a).
Aunque Sarmiento aceptó impulsar la propuesta de Gould, la ejecución del
proyecto se atrasó porque el Estado no contaba con los fondos necesarios que,
según las fuentes y la historiografía, estaban volcados a la guerra del Paraguay
(Bernaola, 2001; SCA, 1977; Gould, 1881). Finalmente, en 1870, durante la
presidencia de Sarmiento, el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública,
Nicolás Avellaneda, invitó formalmente a Gould a organizar y dirigir un obser-
vatorio nacional, otorgándole material instrumental y edilicio. La Ley 484 del
Presupuesto General de la Nación para 1870 aprobaba un monto anual total
de aproximadamente 14 millones de pesos fuertes y destinaba a la construcción
del edificio del observatorio 31.980 pesos fuertes (CSNA-DS, 1869: 1245), más
del 4% del total de los 785.027 del Ministerio de Justicia Culto e Instrucción
Pública. Además, el decreto del 29 de diciembre de ese año, estipulaba 5.000
pesos para el sueldo del director, 2.500 pesos para un auxiliar y 2.000 pesos
para el otro (Hodge, 1971 a). La legislación y asignación de estas partidas fue-
ron objeto de discusiones que se reiteraron en las cámaras del parlamento y que
cobraron repercusión pública. Aunque los debates hayan sido dejados al mar-
gen por la historiografía (Cfr. Babini, 1979, 1986; Chandler 1926; SCA, 1979),
la controversia no estaría ausente del discurso de Sarmiento en la inauguración
del observatorio:

“[...] Es anticipado se dice, un Observatorio en pueblos nacientes y


con un erario ó exhausto ó recargado. Y bien, yo digo que debemos
renunciar al cargo de nación, ó al título de pueblo civilizado, si no
tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las cien-
cias naturales. Nos hemos burlado del tirano Rosas cuando se hacía
solicitar que dejase por años abandonado todo interés administrativo,
á fin de contraerse solamente a los asuntos de eminencia nacional.
Los asuntos de eminencia nacional, según esta teoría, era hacer cartu-
chos para exterminar á los salvajes unitarios, pues caminos, muelles,
educación, industria, todo debía sacrificarse ante esta maestranza de
proyectiles. Los que hallan inoportuno un Observatorio Astronómi-
co, nos aconsejan lo que Rosas practicaba, lo que Felipe II legó a sus
sucesores, y nos separa por fin de la especie humana, en todos los pro-

2 Las reducciones consistían en una serie de complicados cálculos matématicos sobre las obser-
vaciones iniciales hechas en París por Joseph Lepaute D’Agelet entre 1783 y 1785. Los cálculos
permitían comparar esos datos antiguos con los de los catálogos que se estaban elaborando,
ayudar a la verificación de algunas coordenadas y, eventualmente, atribuir al movimiento este-
lar las diferencias entre las posiciones encontradas.

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gresos realizados mediante el estudio de las ciencias naturales, desde el


renacimiento hasta nuestros días, en el resto de Europa y en los Estado
Unidos [...].” (Sarmiento, 1871)

La construcción del observatorio aparece en este discurso ligada a la historia


del progreso en la Argentina, entendido como continuidad del proceso iniciado
por la conquista, cristalizado en caminos, muelles, educación e industria. El
observatorio era el símbolo de los primeros pasos dados por el Estado y, en ese
sentido, la proclamación de la capacidad estatal en relación a la transformación
y el orden social. En la cita del epígrafe de este capítulo, se puede leer que la
astronomía llegaba para remediar una cruel desilusión del espíritu, la de creerse
un pueblo nuevo sin serlo. Según Sarmiento, la ciencia impulsada por el Estado
rejuvenecería a la República; sin embargo, el sanjuanino no ocultaba que sus
discursos eran textos de batalla y que con ellos pretendía poner al descubierto
a quienes, agazapados en la trinchera opuesta, según su entender, promovían
las guerras interprovinciales. Por el contrario, la historiografía presentaría estos
discursos como relatos objetivos del devenir de la ciencia nacional, dejando en
la sombra no sólo los argumentos de quienes se oponían a la fundación del ob-
servatorio, sino toda disputa entre instituciones estatales que pudiera nublar la
idea del éxito de la supuesta planificación central del desarrollo científico.
Quienes enfrentaban a Sarmiento sosteniendo que, en pueblos nacientes,
no se debería incurrir en ciertos gastos, mascullaban el asunto antes de que
formalmente se sometiera a debate parlamentario la cuestión de la partida pre-
supuestaria mencionada. En la prensa local ya se había puesto en duda que se
fuese a construir en Córdoba un observatorio arguyendo que la suma necesaria
era excesiva:

“[…] se cree que el Gobierno Nacional desiste de pensar en la ciudad


de Córdoba, para el establecimiento del Observatorio, y que eligirá
probablemente Villanueva, ó el Rio 4º, todo a causa de que no es
posible dar un paso para cualquier adelantamiento en Córdoba, sin
que le cueste al Gobierno Nacional cien veces mas de lo que una obra
costaria en otra parte. Y ciertamente que por un acre que se necesitaria
en las barrancas, de Córdoba, para poner el observatorio, tendría el
Gobierno que pagar 25 ó 30 mil fuertes.”3

Efectivamente, en los alrededores de Córdoba la tierra había subido de precio


debido a la inauguración, en mayo de 1870, del ferrocarril que unía esa ciudad
con Rosario y que prometía conectar la zona con el desarrollo económico de la

3 La República, 7 de abril de 1869.

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provincia del litoral (Cárcano, 1917). Oportunamente veremos que los motivos
de esta localización todavía no son claros, aunque, por lo visto, fue cuestionada.
Ciertamente, quien escribía la nota en la prensa estaba al corriente del monto
estimado por el oficialismo como partida presupuestaria y quería poner al des-
cubierto la desproporción de la suma. Cuando el tema finalmente fue sometido
a debate en las cámaras, en la sesión del 3 de septiembre de 1869, el diputado
Cortinez inició la polémica argumentando que no votaría la asignación destina-
da a la construcción del observatorio de Córdoba:

“Creo que el estado de la República, su educación, su progreso mate-


rial, son muy rudimentarios; que hay muchas necesidades preferibles
á esta. Creo que no es adecuado para nuestro estado este gasto [...] es
lo mismo que exijir a un niño que carece de la educación rudimental,
que estudie las combinaciones mas difíciles del Aljebra; me parece que
hay mas urjentes necesidades á que atender que no a la creación de un
Observatorio Astronómico.”4

Nicolás Avellaneda, entonces Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública,


era el encargado de tutelar la posición de Sarmiento en la cámara de diputados.
Cautamente, le contestó a Cortinez que el gasto no sería permanente, puesto
que la suma tan abultada se debía a que era necesaria para la construcción del
edificio y para la instalación de instrumentos, pero que luego bastarían con dos
o tres mil pesos para su funcionamiento. Es decir, a pesar de los relatos sobre la
supuesta epopeya científica del Estado, lo que se argüía era la nimiedad del gas-
to que implicaban las ciencias para las arcas del tesoro. Por otro lado, al igual
que el presidente, Avellaneda asociaba las necesidades del desarrollo científico
internacional a una de las trincheras de las disputas locales en medio de un rela-
to sobre los avances de la astronomía. Explicaba que a diferencia del hemisferio
norte, para toda América del Sur faltaba el trabajo de catalogar las estrellas, y
remarcaba que esta carencia era sentida desde hacía mucho tiempo; el relato ela-
borado para los señores diputados, “una explicación breve pero instructiva”,5
en palabras de Avellaneda, planteaba el tema de la siguiente manera:

“[...] un día, el principal Observatorio de Londres dijo: es necesario


que la Inglaterra llene ese gran vacío; porque solo podría ser estableci-
do ese observatorio por los pueblos de la América del Sud y aquellos

4 Cámara de Diputados de la Nación Argentina, Diario de sesiones (en adelante CDNA-DS),


1869, p. 237.
5 CDNA-DS, 1869, p. 238.

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pueblos y aquellos Gobiernos se ocupan de guerras malgastando así


su dinero [...].”6

De esta manera, el Ministro transforma al propio Observatorio de Londres en


un personaje que opinaba sobre las administraciones de los gobiernos locales
anteriores contra los que también se pronunciaba el ejecutivo. Por si quedaban
dudas de que Sarmiento no era responsable de la situación advertida por el Ob-
servatorio de Londres, Avellaneda especificaba que el entonces señor presidente
en el trascurso de los años previos, mientras era Ministro de la República:

“[...] y no teniendo los conocimientos necesarios, procuró la opinión de


personas competentes; y efectivamente encontró en los Estados Unidos
una opinión formada, entre dichas personas, sobre la necesidad de este
establecimiento en la ciudad de Córdoba, recorrió los establecimientos
científicos y en todas partes se lo hizo saber de esta necesidad [...].”7

Por otra parte, este instructivo relato sobre las necesidades de la astronomía
internacional, le permitía a Avellaneda señalar que la Nación que había acudido
en primer lugar a la solicitud del progreso civilizado era la de Chile, cuyo go-
bierno, sin estar en condiciones muy diferentes a las nuestras, había establecido
hacía muchos años un observatorio.8

“A este respecto le contesto con un recuerdo: no es mayor el adelanto


científico de Chile [...] uno de los motivos que han contribuido al res-
peto que se tiene en Europa por aquella nación, es al establecimiento
de ese Observatorio Astronómico [...].”9

6 CDNA-DS, 1869, p. 238.


7 CDNA-DS, 1869, p. 238.
8 En realidad, el primer observatorio financiado con fondos estatales en América del Sur había
sido el de Río de Janeiro, en Brasil, fundado por decreto bajo el Imperio de Don Pedro I, el 15
de octubre de 1827. En el decreto se explicitaba, entre los propósitos de la institución, el entre-
namiento de ingenieros militares y la formación de los alumnos de la Escuela Militar en la prác-
tica de la astronomía aplicable a la geodesia y de los alumnos de la academia de Marina en la
astronomía aplicable a la navegación. En 1828 se crea una comisión compuesta por miembros
de la Academia de Marina, del Cuerpo de Ingenieros y de la Academia Militar para estudiar el
proyecto. Sin embargo, en 1846 se hizo efectiva la creación del Imperial Observatorio de Río
de Janeiro (Barboza, 1994; Barreto, 1986; Keenan, 1991; Morize, 1987; Passos Videira, 2000).
Recién en 1871 se discutió en Brasil la incorporación a tareas para catálogos internacionales,
por eso la opción de Chile como ejemplo en astronomía austral era significativa y, como se verá
más adelante, lejos de ser una elección de la élite estatal local, estaba ligada a la posición de
Gould en las tramas de constructores de catálogos.
9 CDNA-DS, 1869, p. 238.

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Avellaneda no aclaraba que el observatorio chileno se había creado a instancias


de la Armada y del gobierno de los Estados Unidos, con permiso del estado lo-
cal, pero con fondos del país del norte. Su origen estaba ligado a la expedición
del Observatorio Naval estadounidense que el Teniente James Gillis condujo a
Santiago en 1849 para la observación simultánea de Venus y de Marte desde los
hemisferios sur y norte (Cfr. Keenan, Pinto y Alvarez, 1985). Hubo que esperar
algunos años para que las instalaciones e instrumentos fuesen comprados con
fondos del estado chileno y para que se estableciera como observatorio nacio-
nal.10 Por otro lado, el Ministro destacaba un elemento que sería decisivo para
la aprobación final del inciso en la Cámara de Senadores: Avellaneda sostenía
que el futuro director del observatorio nacional, una persona altamente colo-
cada en la ciencia “podrá desempeñar una clase en la Universidad de Córdoba;
y de este modo su sueldo será doblemente útil, puesto que tendrá una doble
aplicación”.11 De este modo, aparece otro de los tópicos de los defensores es-
tatales de la ciencia en la Argentina: sus políticas siempre están justificadas en
última instancia porque sustentan instituciones educativas, mientras que pare-
cen mucho menos los dispuestos a atrincherarse detrás de eventuales líneas de
investigación como necesarias (Cfr. Podgorny, 2009; García, 2010). Esta última
defensa, en cambio, ha sido enarbolada por la historiografía tradicional como
la quintaesencia de toda financiación estatal dedicada a la ciencia. El punto sería
fundamental después del debate en diputados, cuando la cuestión se reavivara,
el 2 de octubre del mismo año, en la cámara de senadores. Entonces, el señor
Bustamante, senador por la provincia de Jujuy, votó en contra de la propuesta
del ejecutivo, postulando que:

“Este inciso del observatorio astronómico ha sido una creación nueva


propuesta por el Poder Ejecutivo y sancionada por la Cámara de Di-
putados. La mayoría de la Comisión de Hacienda lo ha aceptado; pero
mi voto particular, señor Presidente, es en contra de ese inciso, y lo
fundo en que por más útil que sea el establecimiento del observatorio
en Córdoba, no lo creo tan urgente y necesario como para ponerlo en

10 Las negociaciones en Chile culminaron con un decreto del Presidente Bulnes en mayo de 1850
donde se designa a tres jóvenes profesores del Instituto Nacional, para hacer estudios prácti-
cos de astronomía y aprender el uso de los instrumentos, con una remuneración de 25 pesos
mensuales. El observatorio fue transferido al Gobierno de Chile después de la partida de los
observadores norteamericanos. Finalmente, el 17 de agosto de 1852, mediante Decreto del
Presidente don Manuel Montt y su Ministro de Instrucción Pública, Silvestre Ochagavía, se
crea el Observatorio Astronómico Nacional. En 1856 se decretó el traslado del Observatorio a
la Quinta Normal de Agricultura, situada al oeste de Santiago (Keenan, Pinto y Álvarez, 1985;
Gajardo Reyes, 1930).
11 CDNA-DS, 1869, p. 238.

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Los cielos del sur 31

el presupuesto para el año setenta, que es precisamente cuando las fi-


nanzas de la República presentan una situación más desfavorable.”12

En esta ocasión, Avellaneda reiteró la estratagema presentada en la cámara de


diputados respecto a la suma ínfima que implicaría más adelante el sostenimien-
to de la institución, y es significativo que este haya sido el punto elegido para
comenzar su defensa:

“Principiaré por hacer notar á la Cámara, que el gasto que hoy se pre-
supone relativamente crecido, irá disminuyendo sucesivamente en vez
de aumentar de año en año. Las cantidades principales que hoy van á
votarse, se aplican a la adquisición de instrumentos y á la construcción
del observatorio. Estas sumas forman casi la totalidad del gasto; pero
son sumas que se invertirán por una sola vez, y una vez construido
el observatorio y dotado de instrumentos, solo continuará formando
parte del presupuesto la pequeña cantidad que sea necesaria para aten-
der al servicio del establecimiento.”13

En segundo lugar, Avellaneda proseguía con una larga exposición sobre la nece-
sidad de catalogar las estrellas del hemisferio sur y sobre los servicios prestados
por Chile a la astronomía. La necesidad de fundar un observatorio nacional
era nuevamente asociada al progreso y a la pacificación local y el personaje
que ahora se sumaba a la interpretación de las disputas locales era la prensa
inglesa:

“Entonces los principales astrónomos dijeron: necesitamos catalogar


las estrellas del hemisferio Sud; pero las naciones de Sud América que
son las que debieran responder á esta demanda de la ciencia y del mo-
vimiento progresivo de la humanidad, no lo harán, porque aquellos
pueblos, según la opinión de la prensa inglesa á este respecto, gastan
su tiempo en guerras é invierten su dinero en sostenerlas.”14

El Ministro contribuía a despejar las dudas respecto a la sabiduría que desplega-


ba sobre la situación del desarrollo astronómico en los cielos australes, por eso
aclaraba que contaba con el asesoramiento de los conocimientos astronómicos
del propio Gould. El ardid contrario era usado, ante una requisitoria, para dis-
culparse por no saber explicitar cuáles serían las utilidades prácticas reportadas

12 Cámara de Senadores de la Nación Argentina, Diario de sesiones (en adelante CSNA-DS),


1869, p. 1068.
13 CSNA-DS, 1869, p. 1069.
14 CSNA-DS, 1869, p. 1070.

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para nuestros pueblos por la instalación de un observatorio: “terreno que me


está perfectamente vedado, puesto que no poseo conocimientos especiales so-
bre astronomía”.15 No obstante, agregaba una serie de preguntas retóricas que
pretendían oficiar de respuesta: “¿cuáles son en el siglo actual los pueblos más
prácticos, los que van más adelante en la industria, en el comercio, en el pro-
greso material? […] ¿[...] como puede ser un gasto de lujo aquello en lo que los
pueblos más prácticos del mundo, Inglaterra y Estados Unidos, habían invertido
tanto?”16 Sin más, inmediatamente, pasaba a ilustrar la respuesta omitida:

“[...] todos los viajeros que recorren la Unión Americana hacen notar
cómo los observatorios se hallan reproducidos por todas partes, no
solo en las ciudades sino en las villas, de tal manera que calculan que
su número pasa de quinientos o seiscientos en toda la Unión. Sucede
lo mismo en Inglaterra [...].”17

Es decir, aunque no podía decir exactamente de qué se trataba, Avellaneda in-


sinuaba que existía un abanico tácito de utilidades prácticas que la Nación se
aseguraría al fundar un observatorio; la artimaña se apoyaba en la creencia de
que los pueblos más industrializados no habrían actuado irreflexivamente al
fundar sus propias instituciones.
No obstante, no iba de suyo que la astronomía en otros lados fuese finan-
ciada por los estados nacionales. Lankford muestra algunas cuestiones que se
deducen de datos publicados en 1886 sobre los cuatro países con más observa-
torios en el mundo (Cfr. Lankford, 1997: 383-389). De los cuarenta observato-
rios ubicados en los Estados Unidos, veintinueve estaban asociados a la educa-
ción superior, frecuentemente financiada por fondos privados, y a eso había que
sumar los netamente privados y los amateurs que totalizaban nueve; solo dos se
alojaban en instituciones como las Nautical Almanac Offices que recibía fondos
nacionales. En Gran Bretaña, que contaba con treinta y dos observatorios, una
veintena eran o privados o amateurs, cuatro tenían financiamiento nacional y
los ocho restantes pertenecían a universidades o colleges. Los observatorios ale-
manes, que totalizaban veintiseis, sumaban diez entre privados y amateurs, aun-
que entre sus universidades, mayoritariamente estatales, y los observatorios que
recibían fondos nacionales podían contarse dieciseis. Con menos de la mitad de
observatorios que Estados Unidos, en Francia, el estado financiaba trece de los
dieciseis establecimientos (Cfr. Lankford, 1997). Aunque no tenemos el cuadro
estadístico para el mismo año de la discusión en el parlamento argentino, se des-

15 CSNA-DS, 1869, p. 1070.


16 CSNA-DS, 1869, p. 1070.
17 CSNA-DS, 1869, p. 1071.

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Los cielos del sur 33

prende de estas cifras que el ministro Avellaneda o su informante desconocían, o


preferían hacer caso omiso de la importancia enorme que los emprendimientos
privados tenían en la historia de multiplicación de observatorios que describían
esparciéndose por los paisajes ingleses y estadounidenses (Lankford, 1997; Por-
tolano, 2000). Más aún, por ese motivo, la financiación gubernamental para el
observatorio de Córdoba finalmente aprobada sería utilizada como argumento
en debates posteriores generados en los Estados Unidos para la creación de un
Observatorio Nacional en dicho país.18 En todo caso, la relevancia del apoyo
privado de los estadounidenses a la astronomía no se mencionaba, justamente
porque Avellaneda intentaba dar vuelta el argumento de que los estados urgidos
por necesidades básicas y con escasos fondos debían ahorrarse ciertos gastos.
Recordemos que aun si faltara sustancia para convencer de la urgencia y
practicidad de estas partidas, la cuestión era salvada por el primer argumen-
to sobre la insignificante magnitud del gasto implicado. Como han señalado
Podgorny y Lopes para el caso de los museos de la época, el presupuesto na-
cional se mostraba escaso para comprometerse en planes institucionales a largo
plazo, pero también era generoso si se trataba de obras que pudieran exponer
la grandeza nacional (Podgorny y Lopes, 2008). En el caso del observatorio,
esta tensión se manifestaba durante todo el debate parlamentario y lo escueto
de la suma necesaria funcionaba como piedra angular que permitía sugerir que
incluso si ninguno de los pretendidos beneficios omitidos se cumpliera, habría
otros no tan inmediatos a los que se podrían arribar. Haciendo una analogía con
el caso del observatorio de Chile, Avellaneda sostenía que:

“[...] prescindiendo del resultado que ha tenido para la ciencia, le ha


producido a Chile la gran ventaja de darle notoriedad y hacerle cono-
cer en las naciones extranjeras, consolidando así la buena reputación
de que goza aquel país en Europa. Es decir, que mediante este observa-
torio, Chile se ha hecho la residencia favorita de los sabios extranjeros
que han ido allí a hacer excursiones en su territorio y a ayudar al pro-
greso del país sirviéndole con sus luces [...].”19

A pesar del intento de poner de relieve el tipo de utilidad que reportaría a nues-
tro país la tarea de catalogar las estrellas del hemisferio sur, cuando el Ministro
ya estaba algo enredado en este punto, entrando en el terreno de las cartas de

18 “Dr. Gould, in South America, had a government observatory, $40000 per year […] It is simply
a matter of income” (National Academy of Science, 1883: 71). El mismo argumento reapare-
cería hasta 1886 en los informes pertinentes que se presentaban ante el Congreso impulsando
la creación de un observatorio nacional (National Academy of Science, 1886: 19). Ver anteced-
entes de este debate en Portolano, 2000.
19 CSNA-DS, 1869, p. 1071.

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presentación para los encuentros internacionales y en el de cómo atraer a sabios


para que nos presten sus luces, intervino Bartolomé Mitre, entonces senador
por Buenos Aires, advirtiendo que en realidad la aplicación “más útil” del ob-
servatorio no era la de catalogar estrellas. Su argumento apuntaba a reforzar
una veta en la que se había amparado el propio Avellaneda en la cámara de di-
putados, aunque parecía habérsele olvidado en esta segunda ocasión, estrategia
quizá enlazada con el interés por atraer a científicos extranjeros al país. Por un
lado Mitre sostuvo respecto a la tarea de catálogo que:

“Cuando esa exigencia se hizo sentir en Inglaterra, los Estados Unidos


se encargaron de satisfacerla eligiendo el punto más adecuado de la
América del Sud para hacer esas observaciones, es decir, buscaron el
cielo más sereno y más claro y lo hallaron en Chile. [...] establecieron
el observatorio y pasaron un año y medio entero sin dormir una sola
noche, para poder catalogar las estrellas. [...] Esta fue la razón porque
se dirigieron a Chile”.20

La tarea importante, según Mitre, ya la habían realizado los Estados Unidos en


Chile, en un lapso relativamente breve. Esta era la conclusión a la que arribaba
el Senador después de discurrir por los andamiajes de la astronomía internacio-
nal. Sin embargo, una lección podía aprenderse del país vecino:

“[...] me parece que debemos seguir el camino luminoso que a este


respecto nos ha trazado Chile, es decir, el de aprovechar las leccio-
nes de astronomía que pudieran dar los astrónomos norteamericanos.
Chile formó discípulos que aprendieron á observar los astros dirigidos
por los astrónomos americanos estableciendo después el observatorio
astronómico. Por consiguiente, el observatorio astronómico en Chile
no fue improvisado únicamente para catalogar estrellas, sino que fue
fundado después que tuvo astrónomos formados en aquella escuela
bajo la dirección de aquellos sabios. Así fue que el observatorio fue
entregado después á hombres muy competentes formados en Chile,
que han publicado dos volúmenes de observaciones astronómicas que
adelantan los conocimientos que el señor Ministro dice que vamos á
obtener aquí por medio de este observatorio.”21

Si por un lado, Mitre ponía en duda la cuestión de la novedad que reportaría


la construcción de catálogos del cielo austral, por el otro, sacaba a relucir un

20 CSNA-DS, 1869, p. 1071.


21 CSNA-DS, 1869, p. 1071.

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Los cielos del sur 35

tema que podía reorientar la discusión sobre la utilidad del observatorio. Efecti-
vamente en Chile, Andrés Bello, rector de la universidad nacional, se había pro-
puesto conseguir un grupo de jóvenes chilenos para que se integrara al trabajo
de los norteamericanos como ayudantes en las tareas científicas con la idea de
formarlos en la materia.22 Mitre utilizaba esa experiencia para indicar que no se
trataba de misteriosos provechos prácticos, ni de credenciales ante los pueblos
avanzados, sino de la formación de científicos en suelo local. El punto confluía
con lo señalado en la cámara de diputados por Avellaneda hablando de la doble
utilidad del sueldo de Gould. Por eso, aunque advertía que no votaría en contra
del inciso, Mitre sugería:

“[…] me parece que lo más práctico sería gastar alguna cantidad para
hacer astrónomos á fin de que cuando el observatorio se estableciera
bajo nuestro cielo, tuviésemos hombres nacidos bajo este mismo cielo
que hubieran aprendido á observarlo [...] me parece que esos trein-
ta mil pesos al año [...] podrían emplearse más bien en una escuela
astronómica.”23

Avellaneda, retomando el argumento que había quedado deshilvanado desde la


sesión en la cámara de diputados, respondió que había hablado personalmente
con el doctor Hermann Burmeister y se había encargado de:

“[...] arreglar todo lo concerniente para la formación de un departa-


mento de ciencias en la universidad de Córdoba, y le pedí la nomen-
clatura de las materias que debían enseñarse en él. Entonces el señor
Burmeister me dijo que una de las cosas principales era la fundación

22 Según Andrés del Bello se lograba así “[…] por un medio tan económico como el que ahora
se ofrece, formar en Chile buenos ingenieros geógrafos y dejar establecido un observatorio
donde permanentemente se lleven las observaciones astronómicas que por todo tiempo y tan
vivamente los astrónomos europeos han deseado tener en el Hemisferio Sur” (Citado por Kee-
nan, Pinto y Álvarez, 1985: 70). Ignacio Domeyko, encargado para esa tarea por el Consejo de
Instrucción Pública, presentó las condiciones convenidas con Gilliss para la incorporación a su
trabajo de tres jóvenes chilenos: “Dichos jóvenes serán obligados a asistir a las observaciones
que se hagan de noche y a hacerlas ellos mismos […] las más noches tendrán que trabajar de
las diez a las doce o de las doce a las dos de la mañana” (Citado por Keenan, Pinto y Álvarez,
1985: 70). Se preocupó de establecer también cómo se harían los estudios, para dar a los
estudiantes los conocimientos teóricos y la habilidad en el manejo de los instrumentos. Los
resultados obtenidos por el equipo que trabajó en la misión Gilliss fueron publicados en 1856
por el Congreso de los Estados Unidos, en cuatro volúmenes, bajo el título The U.S. Naval
Astronomical Expedition to the Southern Hemisphere, donde se presentan los resultados cien-
tíficos, junto con descripciones de las características geográficas de Chile y de las costumbres
de su gente (Cfr. Keenan, Pinto y Álvarez, 1985).
23 CSNA-DS, 1869, p. 1071.

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de una cátedra de astronomía, que, como todos saben, es la primera


de las ciencias naturales. A esto le contesté mostrándole la carta del
señor Gould. Así es que este caballero, reputado como el primer as-
trónomo de los Estados Unidos, no solamente se compromete á venir
á regentear este observatorio con el objeto de servir á las miras espe-
ciales de su ciencia sino que se obliga al mismo tiempo á establecer
cursos científicos en la universidad de Córdoba durante tres ó cuatro
años. Por consiguiente, pueden formarse discípulos que puedan ser-
vir, no solamente como auxiliares sino para la dirección del mismo
observatorio.”24

De esta manera, Avellaneda, frente a la persistente negativa a asumir como una


necesidad del Estado el fomento de ciertas líneas de investigación en astrono-
mía, esgrimió el punto sobre las funciones docentes de Gould tanto en la cámara
de diputados como en la de senadores. Sin embargo, el astrónomo nunca se
entregaría a dichos menesteres, divergencia que advierte sobre la debilidad de
la línea historiográfica que sugiere coherencia entre iniciativa estatal, consoli-
dación del orden social y desarrollo científico local. Una vez cerrado el debate,
transcurridos los argumentos aquí expuestos, se sometió a votación la partida
para el establecimiento del observatorio, con el resultado de diecisiete votos
positivos y cinco negativos. Unos meses más tarde, Gould llegaba al país. Bajo
su supervisión, el 14 de octubre de 1870, se iniciaban las excavaciones para los
cimientos del edificio del observatorio.

La construcción del edificio del Observatorio de Córdoba


Hace unos años, Galison y Thompson se preguntaban cómo los espacios de la
ciencia daban forma a la identidad de los científicos y, en el sentido inverso,
cómo la ciencia estructuraba la práctica de la arquitectura (Galison y Thomp-
son, 1999). Aunque estos trabajos no incluyeron a los observatorios, las pre-
guntas de los autores ponen de relieve un área de investigación descuidada (Cfr.
Donnelly, 1973). Respecto a los observatorios construidos durante el siglo XIX,
debe decirse que la transformación de estos espacios estuvo fuertemente pauta-
da por la idea que tenían los astrónomos respecto a las actividades realizadas en
su interior. Si el aumento del porte de los telescopios durante ese siglo entraña-
ba, por un lado, modificaciones fundamentales en la organización de las tareas
científicas de los observatorios –tal como se enfocará oportunamente–, por el
otro, los arquitectos involucrados en la diagramación de estos edificios verían
seriamente transformadas sus maneras de intervención en el diseño de la cons-

24 CSNA-DS, 1869, p. 1071.

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Los cielos del sur 37

trucción. Antes del desarrollo de los grandes telescopios, las actividades llevadas
adelante por los astrónomos no necesitaban más que un horizonte despejado, y
podían instalarse en las azoteas de construcciones no destinadas específicamen-
te a la observación astronómica, o bien en torres que, sin descuidar las líneas
deseadas por los arquitectos, se elevaran apropiadamente. Por el contrario, el
derrotero de la construcción del Observatorio de París desde 1667 ejemplifica
la clase de conflictos que intentaban saldar los arquitectos de los observatorios
en la época en que se cimentaba el observatorio de Córdoba.
El primer arquitecto del Observatorio de París fue Claude Perrault, respon-
sable también, entre otras obras, de la construcción de la fachada del Museo del
Louvre. La controversia desatada en torno a la construcción del observatorio
estuvo ligada a que el diseñador no prestó atención a los astrónomos franceses
cuando sugirieron algunas reformas en los planos preliminares (Laxton, 1844)
(Figura I-1). Perrault se negaba a interrumpir tanto la armonía y regularidad de
las líneas exteriores, como el equilibrio entre los volúmenes de los cuerpos de
los distintos cuartos del observatorio. Una vez terminado el edifico, las quejas
no demoraron en cobrar difusión; los astrónomos que debía desempeñarse en la
institución pedían constantes adaptaciones de los pabellones, torres y aberturas,
y frecuentemente terminaban con sus instrumentos instalados en terrazas y jar-
dines aledaños (Cfr. Laxton, 1844). Lo cierto es que desde 1730 hasta mediados
del siglo XIX, se emprendieron innumerables reformas en el predio mientras el
deterioro avanzaba en el edificio original.25 La situación estuvo mediada por
múltiples debates; la tensión contra los reiterados pedidos de los astrónomos
provenía de que algunos seguían objetando que se alterase uno de los principa-
les ornamentos de la ciudad que, para mediados del siglo XVIII, ya había adqui-
rido carácter de monumento (Laxton, 1844). Así, aún iniciadas las refacciones,
frecuentemente se intentaba dar marcha atrás con ellas.
En medio de las polémicas, un astrónomo danés empleado en París antes
de iniciarse las reformas señalaba que un observatorio no debía ser más que
un abrigo para los instrumentos, una protección frente a las inclemencias del
tiempo (Knight, 1868: 318). Se trataba de Ole Römer y algunos arquitectos lon-
dinenses retomaban su idea, a mediados del siglo XIX, advirtiendo que como
los observatorios eran efectivamente enveloping buildings para los instrumentos
instalados, los arquitectos no debían preocuparse demasiado por las irregulari-
dades externas del edificio (Knight, 1868: 319). Subrayaban que esto debía ser
tenido siempre en mente por el profesional que deseara diseñar un observatorio,
sobre todo si estaba ajustado en sus costos (Knight, 1868: 320). No obstante, en

25 Con debates menos altisonantes, los astrónomos británicos también se quejaron de que el edi-
ficio del Real Observatorio de Greenwich, construido en 1675, no cumplía con los requisitos
de la ciencia astronómica (Laxton, 1844).

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Los cielos del sur 39

una enciclopedia de arquitectura editada en 1842 y reeditada en 1876, también


en Londres, se iniciaba la sección dedicada a los observatorios señalando que
en realidad los editores habían tenido grandes dudas sobre la admisión de dicha
sección en el volumen. Aclaraban que esto no obedecía a la falta de importancia
de las instituciones astronómicas, sino a que difícilmente alguien pudiera hacer-
se a la idea de que alguna vez las cúpulas para los instrumentos ecuatoriales y
las aberturas en los techos para los instrumentos fijos lograran armonizar con
la belleza del diseño (Gwilt, 1842: 794). Recordaban que el Observatorio de
París sin duda era un ejemplo de hermosura, pero se lamentaban de que univer-
salmente se admitiera su inadecuación para los objetivos según los que había
sido construido. No en vano, en 1867, el Director del Observatorio de París se
quejaba de que los proyectos de reformas edilicias en su institución, diseñados
por arquitectos parisinos, seguían prestando más atención a las cuestiones de
simetría que a las necesidades de la astronomía (Aubin, 2003: 89).26
Todavía a principios del siglo XX, el arquitecto Germano Paul Spieker se
afligía porque sus colegas aún no habían podido enfocar profesionalmente del
todo la meta de hacer los planos y supervisar la obra de construcción de obser-
vatorios, aunque alentaba a los constructores a guardar planos, bocetos, apun-
tes y mediciones para legar a los diseñadores posteriores (Spieker, 1905). Como
comentaba el autor, la arquitectura se encontraba ante problemas que su campo
no podía resolver por las artes de la inteligencia del diseño constructivo; más
bien se trataba de cómo aunarlas a las necesidades de la ciencia. No obstante,
el panorama se presentaba alentador, porque aunque la faz artístico-técnica del
arquitecto debería enfrentase a problemas muy difíciles, estos también eran in-
teresantes y atractivos. Desde el punto de vista teórico, sostenía que el intento
de superar estos escollos, así como las aparentes contradicciones que surgían de
las exigencias científicas, conducían al arquitecto a interesarse en las ciencias
naturales y en las minucias de las ciencias exactas. Como en otros manuales de
arquitectura y tratados técnicos de este arte de fines del siglo XIX, la sección de-
dicada a los observatorios se encargaba extensamente de describir los diseños,
funciones y criterios de manejo de los grandes instrumentos de observación, que
debían ser entendidos al detalle: la base de un dispositivo de sostén para tele-
scopios mal construida podía poner al observador demasiado cerca del ocular,
transmitiendo así la temperatura del cuerpo humano al instrumento de manera

26 Podgorny recuerda que la misma tensión existía para los museos de fines del siglo XIX; algunos
de quienes insidían en los diseños de construcción visaban a plantearlos como espacios de las
colecciones como objeto científico, trascendiendo así su carácter de mero triunfo de un arqui-
tecto, ornamento cívico o costoso emprendimiento. No casualemnte, en 1907, personajes que
publicaban en la Revista del Museo de La Plata se hacían eco de esta pretensión asegurando
que habían logrado que el Museo dejase de ser una “huaca de exterior monumental” (citado
en Podgorny, 2009: 213).

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inapropiada. El autor remarcaba la necesidad de que los astrónomos hicieran


accesible sus conocimientos a los técnicos y arquitectos como uno de los prime-
ros pasos para poder trabajar conjuntamente. En compensación, una vez que
ciertas cuestiones técnicas fueran resueltas por los arquitectos, los científicos
podrían encaminarse a metas antes impensadas. Spieker apelaba constantemen-
te a la descripción de los observatorios ya existentes con la certeza de que ellos
debían ser estudiados para encontrar sus fallas y evitarlas en el futuro. No obs-
tante, admitía que la velocidad de desarrollo de los instrumentos hacía que en
muchos casos las nuevas exigencias no se hubieran plasmado en obras.
En todo caso, muchas de las normas que aparecían en estas enciclopedias
y tratados de arquitectura recogían experiencias diversas en las construcciones
realizadas que, sin duda, eran también consideradas por quienes diseñaron los
observatorios locales. En primer lugar, los edificios debían ser diseñados a par-
tir de los instrumentos a instalar, que a su vez eran elegidos según las tareas a
emprender. Los meridianos y verticales, telescopios fijos en un eje vertical, con
los que se registraba el tránsito de las estrellas por el lugar de observación, ne-
cesitaban edificios que tuvieran una abertura alineada al meridiano local desde
el horizonte hasta el cenit, y generalmente eran instalados en cuartos de plantas
rectangulares con sus respectivas paredes mirando al este, oeste, norte y sur. En
cambio, los telescopios ecuatoriales que barrían el cielo con la lente siguiendo
a los astros en sus movimientos27 necesitaban cuartos con plantas circulares,
cuyas cúpulas debían permitir, al abrirse y girar, que nada se interponga entre
los instrumentos y el cielo.
En segundo lugar, en estas descripciones apegadas al tipo de precisión que
buscaban los astrónomos de la época, se advertía que todo lo que afectara la
marcha del instrumento –vibraciones, tráfico, luces, vapores y vientos– debía
mantenerse alejado del observatorio. Por eso, los arquitectos procuraban aislar
lo máximo posible el lugar de trabajo de los científicos respecto de carreteras,
ferrocarriles y fábricas con maquinarias. Pese a las gruesas paredes levanta-
das, frente a la imposibilidad del completo distanciamiento entre el edificio y
su medio circundante, se habían practicado algunas soluciones. Al principio
había bastado con construir fosas en torno a los observatorios para evitar las
vibraciones superficiales, pero se tornaban inútiles cuando las interferencias
eran subterráneas, como estaba ocuriendo con los cimientos de las fábricas más
modernas. Por otro lado, los disturbios no sólo venían de afuera sino que los
temblores podían provenir de adentro del edificio, por el tránsito interno (Cfr.
Shäffner, 2008 b). Era fundamental que los instrumentos descansaran sobre

27 Frecuentemente estos telescopios montados paralelamente al eje de rotación terrestre estaban


ajustados por mecanismos de relojería que generaban el movimiento a contramarcha del giro
de dicho eje.

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Los cielos del sur 41

pilares fijos separados de su entorno. La relación entre la base y la altura de los


pilares estaba limitada por la distancia que convenía guardar entre la base y los
muros de las habitaciones y su altura no debía exceder cierta proporción con
la base para no perder estabilidad. En algunos casos se había ensayado darle el
mismo fundamento a los pilares y al edificio para que con el peso de las paredes
ganaran fijeza los instrumentos. De cualquier manera, antes de comenzar con
el diseño y la construcción de cada cuarto, debía tenerse en cuenta el tamaño
del instrumento para planificar la altura de los pilares que debían estar en una
adecuada relación con la base de los mismos que a su vez determinaba las di-
mensiones mínimas del espacio en cuestión. Si a la necesidad de lejanía de los
accesos rápidos a la ciudad sumamos el horario nocturno de gran parte de las
actividades de los observatorios, se entiende que determinados compartimentos
además sean destinados a la habitación de los astrónomos. En general estos
cuartos se construían en edificios aledaños intentando minimizar el tránsito en
la planta del observatorio que contenía los instrumentos (Spieker, 1905).
En tercer lugar, debía prestarse especial atención tanto al equilibrio de tempera-
turas entre el adentro y el afuera, como a que en el ambiente de observación la
temperatura se mantenga constante o, por lo menos, sin cambios bruscos que
alteraran de manera diferencial los materiales disímiles que componían el cuer-
po de los instrumentos (Spieker, 1905). Por eso, en la construcción de pilares
se mezclaban los problemas relativos al intento de evitar las vibraciones, con la
intención de que las temperaturas no variasen abruptamente. Una desacertada
elección de materiales para estos pilares podía hacer que las temperaturas varia-
das entre el suelo y dichos soportes provocaran las mentadas molestias en el ma-
nejo de los instrumentos. Todos estos efectos estaban todavía poco estudiados
aunque ya se había detectado que en algunos casos los mismos pilares habían
transmitido la humedad y frío desde el suelo. Por otra parte, era fundamental
la elección del material de las cúpulas para evitar el calentamiento del sitio de
observación y se debatían, analizaban, probaban y erraban diferentes formas de
ventilar adecuadamente los cuartos para conservar una temperatura constante.
Después de la lectura de las descripciones de los arquitectos y astrónomos de la
época, centradas en los tres aspectos arriba expuestos, queda la impresión de
una extrema preocupación por no interferir con los instrumentos, de modo que
se intentaba que los propios edificios fueran invisibles en sus formas, estructuras
y materiales, así como el resto del mundo más allá y más acá de sus muros –los
hombres con sus cuerpos calientes, las máquinas ruidosas en las fábricas, los fe-
rrocarriles y carreteras que hacían temblar el terreno, el viento desestabilizante,
las lluvias que oxidaban las estructuras, el sol que calentaba las cúpulas. En este
sentido pasa algo similar cuando se leen los protocolos de trabajo de los obser-
vatorios, los hombres parecían tener que disimular todas las cualidades huma-
nas que pudieran afectar a los telescopios, como Simon Schaffer ha remarcado,

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el observador debía convertirse en una parte del instrumento, una pieza más que
pudiera ser calibrada (Schaffer, 1988). En estos discursos, no todo era invisibi-
lidad: los mismos edificios tenían que mostrar, en sus formas y dimensiones, la
potencia y finalidad de los instrumentos que albergaban y debían comportarse
como buenos voceros de la ciencia de avanzada que se practicaba en su interior.
Entre las líneas sobre la funcionalidad despojada de ornamentos y la inocuidad
del edificio, se escurría cierta monumentalidad que, si en algunos casos fue qui-
tada de las fachadas, se trasladó a la exhibición de los planos y perfiles de las
cúpulas y pilares de los observatorios (Figuras I-2 a I-9).
Aunque no pudimos consultar el plano original del edificio del Observato-
rio de Córdoba, quedaron imágenes y descripciones realizadas por su director
que testimonian la atención prestada al tipo de cuestiones descriptas anterior-
mente.28 Spieker, que advertía sobre lo desaconsejable que era un programa
de construcción dirigido únicamente por científicos, señalaba que lo mejor era
conformar una comisión mixta que funcionase durante toda la construcción,
encargada de discutir la obra de manera general, y de analizar y aprobar en
general y particular los bosquejos y diseños. Esperaba que estas reuniones sir-
vieran para recolectar materiales que serían valiosos o bien para futuras cons-
trucciones, o bien frente a problemas con las entonces existentes. Insistía en que
los resultados debían documentarse, por ende todo tenía que estar muy bien
apuntado y todos los diseños debían reunirse para que se pudiera acceder a la
experiencia de la construcción de manera ilustrada y clara.29 En el caso cordo-
bés, Hodge afirma que los planos de la planta del Observatorio de Córdoba se
habían realizado en Boston por profesionales de la firma Harris and Ryder, a
pedido de Gould (Hodge, 1971 a). Al margen de que los arquitectos eran de
Ryder and Harris,30 no logramos dar con fuentes que iluminen qué tipo de re-
lación se estableció entre el director y los diseñadores durante la construcción
del observatorio, si es que la hubo. La experiencia de construcción de este ob-
servatorio no es de fácil acceso. De todas maneras, quedó registrado el contrato
de constructores y albañiles locales para trabajos que, como parecía lamentarse
Gould, “era forzoso hacer construir aquí mismo” (Gould, 1870-1873: 79); y
la compra de gran parte de los demás materiales –sobre todo las estructuras de

28 En la última década, Paolantonio y Minniti han hecho reconstrucciones en tres dimensiones del
primer edificio a partir de estas fuentes (Paolantonio y Minniti, 2000).
29 Quizás no sea casual que esta insistencia en la colectivización del saber arquitectónicto y téc-
nico fuese impulsada por los germanos cuyos fondos estatales financiaban cada vez más estas
instituciones a lo largo del siglo XIX; por lo mismo, los límites en la efectividad de la propues-
ta pueden no estar desvinculados de la enorme importancia que tenían los emprendimientos
particulares en regiones de tanto relieve en la competencia internacional como los Estados
Unidos.
30 Los arquitectos de la firma, radicada en Boston, habían diseñado, entre otros, tres edifricios de
la Universidad de Harvard (Elliott, 2008; Bainbridge, 1985).

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metal, las cúpulas y aberturas– fabricados en los Estados Unidos. Según Gould,
las dos terceras partes de la composición del edificio habían sido importadas
(Gould, 1870-1873: 79). Aunque los dispositivos para rotación de las cúpulas
eran específicos de las necesidades de los astronómos, como recuerda Podgorny,
las exhibiciones científicas y los museos también contaban en la época con la
posibilidad de recurrir a la construcción prefabricada de estructuras portátiles
listas para armar en cualquier lado, desarrolladas gracias a la tecnología de las
estructuras montantes de hierro cuya proliferación no estaba desvinculada de la
de los galpones industriales, almacenes y depósitos de granos (Podgorny, 2009:
213-215).
El 30 de noviembre de 1870, el director informaba que se había terminado
con toda la albañilería del edificio, pero que aún faltaban los pilares (Gould,
1870-1873: 24). Tres meses más tarde, Gould se complacía en anunciar al mi-
nistro Avellaneda que el círculo meridiano estaba sostenido por dos pilares de
mármol blanco de las sierras de Córdoba que reposaban en sólidos cimientos
de albañilería y que el gran ecuatorial descansaba en un pilar de mármol blanco
de las mismas canteras, instalado en la torre Este (Gould, 1870-1873: 81-82).
La solidez y vistosidad de estos pilares, como en los demás observatorios del
mundo, serían expuestas como símbolo de la seguridad en la marcha de las in-
vestigaciones por emprender, así como del aislamiento del instrumento respecto
a las perturbaciones del mundo externo.
Con el edificio sin terminar, el director apeló a las autoridades porque, a pe-
sar de las promesas de Avellaneda, se requerían nuevas partidas para proseguir
la construcción. La prensa no demoró mucho en informar que:

“El gobierno nacional ha resuelto se suspendan las obras que se prac-


tican para la planteacion del Observatorio astronómico en Córdoba,
por cuanto lo gastado hasta el presente escedia ya la suma votada con
este objeto por el Congreso. Se formará un presupuesto de lo que im-
porte la terminacion de estas obras para presentarlo á la aprobacion
del Congreso en sus primeras sesiones, y solo se continuarán aquellas
obras de imprescindible necesidad para evitar la destruccion de las ya
practicadas, debiendo imputarse los gastos que es esto se haga á la
partida de eventuales.”31

Más de un mes después, en los primeros días de abril de 1871, una vez votada la
Ley 497 del Presupuesto general de la Nación para 1872, que otorgó al Obser-
vatorio astronómico otros 16.820 pesos para finalizar la construcción, la prensa
insisitía con los inconvenientes en marcha:

31 La Verdad, 24 de marzo de 1871.

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“Habiéndose concluido los fondos que el congreso votó el año pasado


para la planteacion de un observatorio astronómico en Córdoba, y no
estando terminadas aun las obras que se practicaban para su estableci-
miento, el gobierno nacional ha resuelto se suspendan estas hasta que
el Congreso autorice la inversion en ellas de nuevos fondos, debiendo
practicarse unicamente aquellos trabajos necesarios– para impedir el
deterioro de lo ya practicado.”32

Mientras el edificio se construía, Gould encargaba, en Estados Unidos y Euro-


pa, materiales e instrumentos menores, como relojes astronómicos o micróme-
tros, que llegaban vía Rosario mediante una casa que se ocupaba de enviarlos a
Córdoba y que pertenecía al Cónsul de los Estados Unidos, el Sr. Wheelwright
(Gould, 1870-1873: 17-18). A los problemas presupuestarios que interrum-
pían las obras, se sumaron otros inconvenientes. Los materiales e instrumentos
(Gould, 1870-1873: 28, 35, 41 y 46) embarcados en buques franceses y ale-
manes se demorarían por la detención del tráfico marítimo a raíz de la guerra
Franco-Prusiana. Una vez que se decidió correr el riesgo de volver al mar, los
vapores fueron bloqueados por el hielo del Báltico que se había congelado; lue-
go le sucedió un nuevo imprevisto: los establecimientos y comunicaciones del
comercio se interrumpieron por la fiebre amarilla, por lo tanto cuando los ma-
teriales llegaron a Rosario, encontraron el puerto cerrado por las precauciones
domésticas. Tuvo que pasar otro año hasta que todos los instrumentos llegaran
a Córdoba (Gould, 1871). Todavía deben agregarse los sucesivos intentos del
Director por sortear las dificultades burocráticas locales con la llegada de do-
naciones o compras de instrumentos, libros y materiales para la construcción.
Aunque el Ministro autorizaba los gastos de embarcación, transporte y los aran-
celes correspondientes para las casas intermediarias que recibían los materiales
en los puertos, el dinero demoraba meses en aparecer e intervenían en el rescate
de los objetos amigos de Boston, el cónsul de los Estados Unidos en la Argentina
o el propio Gould, quienes terminaban prestando el efectivo y reclamando luego
el saldo al Estado (Gould, 1870-1873: 24-79 y 341-342).
Finalmente, el 15 de junio de 1871 los diarios locales comentaban que se
había “terminado con la parte material de la obra, pudiendo desde luego darse
principio á la colocación de los instrumentos”.33 El edificio en cruz inaugurado
en Córdoba tenía un ala 38 metros y otra de 24 metros. La parte central estaba
dividida en cuatro piezas, cada una de 5,8 metros de lado. Alineadas en sentido
este-oeste, cada ala consistía en un cuarto de 3,6 metros de ancho y 4,2 de largo,
con sus respectivas aberturas para observación, en cuyos extremos se encontra-

32 La Verdad, 4 de mayo de 1871.


33 La Verdad, 15 de junio de 1871.

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ban torres circulares de 6 metros de diámetro y 6,3 metros de altura con sus
cúpulas correspondientes. Dos torres menores, de 4 metros de diámetro y 5,4 de
altura, se proyectaban en los extremos de las alas norte y sur (Gould, 1884: 12).
Al coordinar la ejecución de la construcción sobre los planos del observatorio,
Gould había tratado de dar solución a todos los inconvenientes descriptos en los
manuales de arquitectura de la época, sus cuartos, cúpulas y aberturas estaban
convenientemente dispuestos, sus pilares sólidamente establecidos. Salvo modi-
ficaciones menores, el edificio no fue reformado hasta 1920; no obstante, sus
cúpulas y albañilería no tardaron en manifestar las inadecuaciones de las cons-
trucciones, tanto locales como extranjeras, a los bruscos cambios climáticos.
Desde la dirección de Gould estos problemas trataron de paliarse de diversas
formas, entre otras, plantando árboles en las inmediaciones del observatorio,
mientras en los informes de trabajo se deslizaban los inconvenientes en marcha
(Cfr. Paolantonio y Minniti, 2000). Adelantemos que, cuando estos parecían
ya agravarse irremediablemente, entre 1920 y 1930, se iniciaron una serie de
reformas que terminaron con la casi total demolición del edificio original y
con una reinauguración en octubre de 1930 (Cfr. Perrine, 1931; Paolantonio y
Minniti, 2000).
A pesar del tipo de argumentos utilizados para ganar los debates parla-
mentarios, de las partidas que hubo que asignar y del arduo camino de cons-
trucción del observatorio (Caillet-Bois, 1969; Gould, 1870-1873), Avellaneda
en el día de la inauguración afirmaba pomposamente que “ensayamos nuestros
pasos en la senda de una civilización elevada y respondemos a una necesidad
del mundo científico incorporándonos a su movimiento” (Avellaneda, 1871).
Esta referencia en el discurso de ciertos individuos de la élite letrada al mundo
científico, así como la alusión a la cooperación científica internacional, puede
ser analizada en vinculación con relaciones políticas y económicas más genera-
les. Desde otro ángulo, son también determinaciones más amplias las que ayu-
dan a comprender el complicado lugar en el que el observatorio se encontró en
los discursos de la década de 1890, cuando, ante un rebrote antiestadounidense
por la guerra con España, no pasó inadvertido que el establecimiento había
funcionado como sede del consulado norteamericano y que su segundo direc-
tor, John Thome, había sido el Vicecónsul entre 1877 y 1881 (Hodge, 1971 a y
1971 b). Pero todo análisis sobre el espacio y funcionamiento del observatorio
sería endeble sin enfocar las prácticas astronómicas internacionales. Si, por un
lado, no deben minimizarse los embates políticos sobre la decisión de sostener
con fondos nacionales al Observatorio de Córdoba, debe tenerse en cuenta que
las actividades que allí se desarrollaron, estuvieron determinadas por otra serie
de factores.

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Los cielos del sur 51

Boston y el cielo austral


El proyecto de Gould para explorar los cielos del sur y producir nuevos catálo-
gos, preveía inicialmente una expedición astronómica privada para la cual sus
amigos de Boston habían prometido fondos (Chandler, 1896; Comstock, 1922;
Hodge, 1971 a). Gould ya en 1864, pensando en un viaje austral, había encar-
gado un círculo meridiano, una adquisición que retrospecivamente relataba de
la siguiente manera:

“La construcción de este hermoso instrumento fue esencialmente con-


cluida en el año 1868, por los señores Repsold, de quienes lo habia
pedido hacia unos cuatro años al dar los primeros pasos para la es-
pedicion austral, antes de haberme atrevido á esperar el eficaz y esen-
cial apoyo que le fue prestado despues por el gobierno Argentino.”
(Gould, 1884: 17)

Debe mencionarse un recaudo con respecto a los relatos autobiográficos de


Gould. Se ha señalado en este tipo de interpretaciones que se suelen ordenar re-
trospectivamente los acontecimientos de la vida personal de manera tal que los
logros futuros se encuentren prefigurados en etapas previas (Cfr. Farro, 2009);
en este caso la historia del observatorio y su potencialidad aparece en las visio-
nes de su Director desde años anteriores. No obstante, el telescopio que men-
ciona Gould bien pudo haberlo encargado para su propio observatorio privado
que poseía entonces en Cambridge, aunque ya entonces preveía la posibilidad
de hacer ciertas exploraciones bajo el cielo austral (Cfr. Comstck, 1922). En
1864 quien lo estaba ayudando a financiar sus exploraciones astronómicas era
su flamante esposa, Mary Quincy, hija de uno de los recientes alcaldes de Bos-
ton; ella había gastado una parte de su herencia en instrumentos astronómicos
para Gould (Luiggi, 1952). El interés por la empresa de su esposo era indisocia-
ble de su propia historia familiar: su abuelo, Josiah Quincy, también alcalde de
Boston, había sido además presidente de la Universidad de Harvard y entonces
reformó y equipó el observatorio de la institución (Cfr. Luiggi, 1952; Comstock,
1922). La integración en este tipo de redes sociales que auxilió a Gould en la
instalación de una cúpula y montaje del observatorio en su propia casa es lo que
corresponde analizar en relación a un instrumento encargado en 1864, y no una
hipótetica ayuda del Estado argentino.
Farro indica que estos escritos autobiográficos –como los de quienes los
toman acríticamente como fuentes– adolecen de una característica propia que
es la tendencia a sustituir todas las redes sociales que determinan esas vidas,
trabajando así una imagen personal forzadamente independiente de las circuns-
tancias (Farro, 2009: 18). Lo mismo se puede decir respecto a otros aconteci-
mientos y personajes de la historia de la astronomía local, por ejemplo, algunos

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atribuyeron la elección de Córdoba como lugar adecuado para la instalación


del observatorio a un criterio del teniente Gillis, quien, en su viaje de regre-
so de Chile a los Estados Unidos, habría pasado por esa ciudad y reconocido
su cielo “calificándolo de espléndido” (Perrine, 1931; Gajardo Reyes, 1930).
No obstante, Gould relataba la supuesta elección de Gillis, no como un acto
presencial sino como la elección de coordenadas adecuadas que, casualmen-
te, habrían convergido con los planes de Sarmiento respecto al desarrollo re-
gional34 (Gould, 1885). A inicios del siglo XX, echando un halo de sospecha
sobre la autoría de esta decisión, se advertía que Gillis no había estado jamás
en Córdoba (Chandler, 1926). Por eso, al margen del carácter de visionarios
que ciertas hagiografías atribuyeron a estos hombres, lo que importa indicar es
que el proyecto inicial de Gould, aun en su forma final, es decir sostenido con
recursos estatales argentinos, formaría parte de los objetivos astronométricos
de ciertas redes internacionales de trabajo entre las que se movían tanto Gillis
como Gould y que pretendían equiparar el conocimiento de los dos hemisferios
celestes (Chandler, 1896). Que Córdoba fuese el lugar preciso no estaba escrito
en las estrellas, no obstante, algunos astrónomos tenían puestas sus miras en las
tierras bajo los cielos del sur.
A lo largo de todo el siglo XIX, se consideró que la determinación y regis-
tro de las posiciones de las estrellas constituía la operación más importante de la
astronomía mundial (Rees, 1896). Sus resultados servían para fijar las distintas
horas locales y para la orientación en mar y tierra. El horario se obtenía si se
lograba precisar la latitud y las estrellas que se veían desde los correspondientes
sitios; y registrando qué estrellas reconocían dos observadores sobre la misma
latitud, en tiempos simultáneos, se podía calcular la longitud terrestre (Gali-
son, 2003).35 Así, la localización celeste era condición de la ubicación espacial-
temporal en un planeta cuyo territorio iba siendo incorporado al pujante modo
de producción capitalista. Los mapas y catálogos estelares se armaban sobre

34 Es probable que en los planes de Sarmiento la ubicación del observatorio en Córdoba jugase
un papel similar a la Exposición Nacional que se realizó en esa provincia en 1871. Según el
sanjuanino, “El forzarlos [se refiere a los pueblos del litoral y Buenos Aires] al abrirse el ferro-
carril de Rosario a Córdoba a penetrar en el interior, fue uno de los motivos de escoger a Cór-
doba para la Exposición. Aquella vieja ciudad mal preparada para los progresos modernos,
bajo la influencia de ideas y preocupaciones de otros tiempos necesita ayudarle a inocularle el
movimiento […]”, Carta de Sarmiento a Mary Mann, 16 de febrero de 1872 (Citada en Luiggi,
1952: 49).
35 Establecer estos tiempos simultáneos no fue una tarea sencilla y llegó a ser considerado uno
de los objetivos fundamentales de la época (Galison, 2003). Se tomaba de referencia algún
evento extraterrestre, como podían ser los eclipses de diferentes cuerpos celestes, estrellas por
la Luna, Luna por la Tierra, etc., también se intentaba transportar cronómetros con la hora del
lugar inicial, pero no era fácil en la época mantener la precisión del instrumento; luego tocaría
probar con señales telegráficas y posteriormente con ondas de radio (Bell, 2002).

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Los cielos del sur 53

un entramado cada vez más denso de transportes y medios de comunicación,


adquiriendo así un nuevo valor: la representación de la cúpula celeste debía
estar constituida de tal modo que permitiese ubicar la coordenada de cada es-
trella desde lugares del planeta antes inimaginados. Precisar variables estelares
significaba cartografiar, saber por dónde mover hombres y mercancías, calcular
recorridos y tiempos en los tendidos ferroviarios y en las expediciones militares.
Esta asociación entre el desarrollo de la astronomía al servicio de la navegación,
de la cartografía y del dominio territorial fue señalada reiteradamente por la
historiografía (Crosby, 1997; Palau Baquero 1987; Marshall, 2001). Sin embar-
go, ni el fenómeno de la expansión territorial era nuevo, ni la elaboración de
catálogos y mapas celestes, que ya existían antes del siglo XIX. Lo propio de ese
siglo, y de las redes de trabajo en las que los astrónomos que aquí se estudian
se movían, fue el intento de unificar los catálogos astronómicos. Se aspiraba
entonces a representar la totalidad de la cúpula celeste y que los equipos de los
observatorios respondiesen a los mismos criterios de trabajo, característica que
se manifestaba en los diversos fondos estatales y privados que financiaban y
ponían en acción las tareas astronómicas internacionales.
Los astrónomos extendían el mapa del cielo codificando sus fenómenos
visibles en variables gráficas o numéricas; darle productividad, regularidad, pro-
fundidad, acumulación y persistencia a dicha actividad suponía poder homoge-
neizar representaciones dispares de la cúpula celeste. En esta senda se incluía
la ampliación del diámetro de los telescopios, la introducción del cronógrafo
eléctrico para estandarizar el sentido del paso del tiempo para las observaciones
astronómicas, la construcción de fotómetros para poder consensuar las medidas
de los brillos estelares, los acuerdos internacionales sobre unidades de medida y
puntos de referencias comunes que servían al cálculo astronómico de las distan-
cias terrestres y las diversas convenciones respecto a la disciplina, organización
y regulación del trabajo astronómico (Canales 2001; Rogers, 1883; Safford,
1896 y 1897; Staubermann, 2001).
Al estudiar las actividades de los observatorios ya construidos en el siglo
XIX, algunos autores han señalado cambios importantes en relación al papel
que jugaban estos espacios en la organización del trabajo científico (Canales,
2001; Hoffman, 2007; Green Musselman, 1998; Lankford, 1997; Schaffer,
1988). Al principio, eran sitios donde –aunque en algunos casos financiados
por los estados– los astrónomos organizaban y realizaban su trabajo (Green
Musselman, 1998). Sin embargo, en consonancia con las transformaciones de
las prácticas, los observatorios se convirtieron en unidades en las que la conti-
nuidad del trabajo era organizada por simultáneos y sucesivos astrónomos que
trabajaban con los instrumentos cada vez mayores que se iban instalando (Ca-
nales, 2001; Hoffman, 2007). Schaffer (1988) comenta que para poder aprove-
char estos instrumentos, a fines del siglo XIX, en el Observatorio de Greenwich,

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el Director procuraba contratar a infatigables, constantes, obedientes pero des-


calificados trabajadores que eran sometidos a una estricta vigilancia disciplina-
ria. Este proceso histórico ha llevado a Lankford (1997) a considerar que ya en
el siglo XX podrían encontrarse observatorios-fábricas, donde el astrónomo
que dirigía la institución se habría convertido en un gerente administrador. De
esta manera, el incremento de recursos volcados a la astronomía no sólo mul-
tiplicaba la cantidad de científicos sino que los transformaba: el astrónomo de
finales del siglo XIX ya no trabajaba con instrumentos propios y sus trabajos
descalificados contaban con tiempos ajustados por la dirección jerárquica y co-
lectiva del lugar en que eran contratados como astrónomos. Por una parte,
algunas de sus habilidades –y con ellas sus ritmos de trabajo– se iban fijando
en nuevos instrumentos, por la otra, sus resultados estandarizados eran apro-
piados y continuados por distintos colegas (Lankford, 1997; Schaffer, 1988).
La investigación sobre estas dinámicas permite a los autores en cuestión com-
prender las variantes relaciones entre los equipos de los observatorios y quienes
otorgaban el financiamiento institucional, sean agentes privados o estatales. Por
eso, subrayaré algunos matices de estos procesos para el caso del observatorio
cordobés, mostrando asimismo que, a veces, son demasiado lineales los análisis
de los historiadores de la astronomía al respecto.
Los catálogos estelares fueron los principales productos desarrollados por
estas redes de trabajo de los observatorios del siglo XIX. Gould había sido
entrenado para construir estas tablas sobre las que se inscribían en varias co-
lumnas las coordenadas del cielo en las que se encontrarían determinadas estre-
llas. Para especificar la posición de cualquier estrella debía medirse su distancia
angular desde el polo (distancia polar) o desde el ecuador celeste (declinación)
y también su distancia angular desde el plano que pasa por el polo celeste y un
punto fijo en el ecuador celeste (ascensión recta). Una ayuda para la ubicación
de la estrella era conseguida si se lograba establecer la magnitud de su brillo y
de las que la circundaban, siendo la “uno” la más visible. Hacia 1896 el total
de estrellas ubicadas según estas indicaciones era de aproximadamente 700.000
y entre los astrónomos que mayor cantidad de estrellas registraban se encon-
traban Friederich Bessel36 y el mismo Argelander con quien, recordemos, Gould
había estudiado. Sus resultados se publicaban en catálogos tales como Urano-
metría Nova o Bonner Durchmusterung37 que incluían todas las estrellas hasta
la magnitud 9,5, visibles a simple vista en el hemisferio norte y en una pequeña
zona de dos grados al sur del ecuador celeste.

36 Friederich Wilhelm Bessel (1784-1846), Director del Observatorio de Königsberg.


37 “Durchmusterung” es un término que refiere técnicamente a “pasar revista”, en este caso a las
estrellas.

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Los cielos del sur 55

El primer gran esfuerzo de cooperación internacional para determinar las


posiciones de las estrellas con alta precisión fue dirigido por la Astronomis-
che Gesellschaft, sociedad astronómica alemana que tuvo su primera reunión
en 1863. El programa orientado por Argelander incluía fijar con precisión la
posición de las aproximadamente 130.000 estrellas de hasta la novena magni-
tud. Los directores de trece observatorios estuvieron interesados en este trabajo
y a cada uno le fue asignada una zona de observación de cinco grados en la
que se incluían estrellas australes hasta el Trópico de Cáncer y las zonas entre
-15º y +15º de declinación (Doolittle, 1901). Los resultados fueron impresos en
1876 con la colaboración de los equipos de los siguientes observatorios: Nico-
lajeff (Rusia), Albany (Estados Unidos), Leipzig (Alemania), Berlín (Alemania),
Cambridge (Inglaterra), Leiden (Holanda), Lund (Suecia), Bonn (Alemania),
Harvard College (Estados Unidos), Helsingfors (Finlandia), Christiana (Dina-
marca), Dorpat38 (Alemania), Kasan (Rusia)39 (Rogers, 1931). En cuanto a la
exploración del cielo austral, la extensión de la Durchmusterung hacia el Tró-
pico de Capricornio, fue llevada adelante por Edward Schönfeld en Leipzig.40
Como parte de esta tarea, en 1883 se determinaron las posiciones exactas de
303 estrellas australes en Leiden y en el Cabo de Buena Esperanza; y en el mis-
mo año, Arthur Auwers publicó un catálogo de 83 estrellas fundamentales del
cielo austral (Rogers, 1931). Como extensión de estas redes internacionales de
trabajo que se iban constituyendo, Gould y Thome dirigirían la construcción
de los más vastos registros australes de la época. El primero de ellos fue la Ura-
nometría Argentina que incluía la posición de 73.160 estrellas de hasta la 9,5
magnitud (Hodge, 1971 a).

La Uranometría
Gould sabía que la cantidad de nuevas estrellas ubicadas constituía un indica-
dor del avance del trabajo astronómico. Un camino para extender y precisar el
registro de estrellas consistía en el aumento del diámetro de los telescopios, que
permitía, por un lado, inscribir estrellas antes desconocidas y, por el otro, pre-
cisar las coordenadas de las ya representadas. Sin embargo, no se trataba sólo

38 Actualmente en Estonia.
39 Originalmente también participaron Palermo, Neutchâtel, Mannheim y Chicago (Rogers,
1931).
40 Hasta ese momento sólo se consideraban las coordenadas de declinación sur obtenidas por
Halley en la Isla de Santa Helena desde febrero de 1676 hasta mayo del 1678, contenidas en
un catálogo publicado en 1679. La misión fue impulsada por amigos de Halley de Oxford y los
pasajes fueron otorgados en naves de la East India Company por intervención del Rey Carlos
II. Entonces Halley había registrado 341 estrellas que no estaban en el catálogo de Tycho Brahe
(Jones, 1957).

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de construir telescopios más potentes, era necesario además que los procesos
de trabajo a los que se incorporaban fuesen internacionalmente estandarizados
para permitir el intercambio y empalme entre los catálogos producidos en los
distintos observatorios. Si muchas de las disparidades de estos procesos ya se
encontraban cristalizadas en los catálogos anteriores, Gould, con el catálogo
austral, trataría de evitar este problema. Sin embargo, no había un método
universalmente aprobado para homogeneizar las actividades. Galison muestra
cómo a la hora de elegir estándares se cruzaban desarrollos industriales disími-
les con intereses de política internacional diversos, de compañías telegráficas,
relojeras, comisiones cartográficas y asociaciones de geodestas.41 Gould tendría
que debatirse entre diversas opciones de estandarización, añadiendo las suyas a
la hora de entrenar al equipo que lo acompañó en Córdoba.
Los hombres provenientes de escuelas técnicas estadounidenses que auxi-
liaron a Gould en el observatorio de Córdoba no tenían carrera académica pre-
via en astronomía (Chaudet, 1924; Comstock, 1922). Inicialmente, en el decre-
to ya mencionado, se habían previsto sólo dos ayudantes, pero Paolantonio y
Minniti explican por qué fueron finalmente cuatro: William Davis, Miles Rock,
Clarence Hathaway y John M. Thome. Gould, en acuerdo con Manuel García,
el embajador argentino en Estados Unidos, decidió repartir en cuatro los dos
sueldos autorizados; así el de Rock se fijó en 1.500 pesos anuales y el de los
tres restantes en 1.000 pesos (Paolantonio y Minniti, 2000).42 Con este salario,
Thome se quedaría muchos años en el observatorio y lo llegaría a dirigir, los
otros volverían a Estados Unidos durante la dirección de Gould, pero dejarían
en el observatorio cordobés su fuerza de trabajo cristalizada en los catálogos
que ayudaron a construir (Gould, 1885).
Como ya se señaló, el instrumento más importante destinado al observa-
torio había sido encargado por Gould a Repsold tres años antes y, más allá
de su propósito original, fue traído a la institución cordobesa para servir a las
observaciones necesarias para construir catálogos del cielo austral. Se trataba
del círculo meridiano, cuyas piezas fueron armadas bajo la supervisión de los
colegas de Gould y que llegaría en 1872 al país (Hodge, 1971 b). Después del
círculo meridiano, los primeros telescopios instalados fueron: un telescopio To-
lles, un refractor de 12 cm adquirido por Gould, un telescopio Clark y un re-
fractor de 13 cm de apertura construido en 1870 en los Estados Unidos (Gould,
1870-1873: 81-82). Por otra parte, la Academia Americana de Boston financió
la compra instrumental con el compromiso de devolver el dinero o los instru-

41 Quizás el ejemplo más ilustrativo acerca de lo no deteminado del sistema de patrones impuesto
es el de la no decimalización de la hora, pese a las presiones de los intereses franceses que ha-
bían logrado imponer el sistema métrico a nivel global (Galison, 2003).
42 Debe tenerse en cuenta que 1.500 pesos anuales eran equivalentes a lo que el propio Gould
estaba ganando entonces en los Estados Unidos (Cfr. Paolantonio y Minniti, 2000).

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Los cielos del sur 57

mentos comprados; la Superintendencia de la United States Coast Survey ofre-


ció, como la Secretaría del Instituto Smithsoniano, prestar algunos instrumentos
portátiles. Estas instituciones junto al Observatorio Naval Norteamericano y la
Nautical Almanac Office proveyeron también colecciones completas de sus pu-
blicaciones. Estos materiales se sumaban a los catálogos que Gould poseía y a las
donaciones de libros y mapas realizadas por cuatro sociedades científicas ingle-
sas, además de las correspondientes a los observatorios de Greenwich, Pulkovo,
Leipzig y algunos astrónomos extranjeros (Hodge, 1971 a). Este flujo de bienes
era el rastro de relaciones de trabajo, formación e intercambio que Gould había
tejido con miembros de las instituciones europeas y norteamericanas. Como en
el caso de las bibliotecas de otras instituciones científicas locales, el Estado ar-
gentino no era el encargado de equiparlas, sino que su densidad dependía de las
redes que armaban sus directores, primero para recibir donaciones, luego para
concretar intercambios (Cfr. Buchbinder, 1996; Lopes, 1999; Farro, 2009). Con
el correr de los años, el equipo de trabajo de Gould produciría en Córdoba los
catálogos más extensos y detallados del cielo austral de aquellos tiempos que
circularían también por dichas redes.
Desde las primeras observaciones locales, Gould se encargaba de contras-
tar sus resultados sobre las magnitudes estelares con nuevos materiales publica-
dos internacionalmente. La “Uranometría Argentina” fue la primera actividad
emprendida, considerada como continuación de la homónima “Uranometría
Nova” iniciada por el Argelander. La Sociedad Astronómica Real de Gran Bre-
taña le otorgó a Gould una medalla de oro por esta obra que extendió la escala
de magnitudes a todas las estrellas visibles a ojo desnudo entre los diez grados
de declinación norte y el polo sur. A la primera edición deben sumarse además
las series de cartas que exhibían en proyección estereográfica la posición de
todas las estrellas de hasta sexta magnitud y una revisión de los límites de las
constelaciones australes; se publicaron en total 14 mapas (Anónimo, 1883).
Mientras se efectuaban las observaciones y registros, Gould escribía informes
al Ministro de Justicia Culto e Instrucción Pública postulando que Argelander
era “nuestro maestro y nuestra guía en las investigaciones” (Gould, 1870-1873:
341-342) y, en sintonía, le dedicaba su obra concluida:

“En los frecuentes momentos de desaliento que he experimentado en


todos los estados de esta empresa, siempre tuve el estímulo e incentivo
de esperar la aprobación del gran maestro en este departamento de la
astronomía. No se me ha concedido el privilegio anhelado de poner a
sus pies la obra acabada. Pero tanto la justicia como la gratitud me im-
pelen a recordar los favores que le debo por muchos consejos y auxi-
lios, directos e indirectos. A Argelander mismo esperaba dedicar esta
obra, la que a no ser su Uranometría Nova, es muy posible que jamás

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58 Marina Rieznik

se hubiera hecho. Actualmente, solo me es permitido consagrarla a su


venerada memoria.” (Gould, 1879)

Argelander había fallecido en 1875 pero la dedicatoria de Gould creaba un


linaje con su maestro que dejaría su impronta en las maneras de coordinar las
actividades en el observatorio cordobés. Esto implicó seguir gran parte de las
convenciones adoptadas, tanto para definir y dirigirse a sus objetivos y métodos
de investigación, como para materializar sus resultados. Las pautas concernían
tanto a la contratación, al entrenamiento y a la organización de los recursos
humanos, como a elecciones en la adquisición, refacción y utilización de los
instrumentos.
En el primer capítulo de la Uranometría Argentina, Gould dejaba en claro
el lugar que le cupo como organizador y director del trabajo. Respecto al desa-
rrollo de esta obra que se conoce como la “Uranometría de Gould”, el director
afirmaba:

“Dos dificultades principales se presentaron, pero fueron vencidas


bien pronto. Mi excesiva cortedad de vista me impidió tomar parte al-
guna en las observaciones a simple vista, como igualmente en aquéllas
en que el ojo debe, sin ayuda alguna, dirigir el anteojo de mano, con
el cual se hace la prolija apreciación de las magnitudes. [...]. El entu-
siasmo y buena voluntad de mis compañeros obvió las dificultades que
surgieron.” (Gould, 1879)

Aunque aquí Gould explique su no participación en el trabajo de observación


por su “cortedad de vista” en relación a un catálogo que tenía que ser hecho
a ojo desnudo, también se está hablando de la jerarquización del trabajo en la
medida en que se extienden los recursos humanos puestos a funcionar en los
observatorios. Cuando los astrónomos trabajaban de manera independiente,
se acostumbraba a llamar a los catálogos con sus apellidos, aunque hubiesen
contado con el auxilio de asistentes “invisibles” (Shapin, 1994). No obstante,
en aquel entonces las horas de trabajo del astrónomo principal constituían la
porción mayoritaria de la tarea; por el contrario, en el siglo XIX el carácter del
trabajo astronómico había cambiado notablemente. En primer lugar, en traba-
jos de más de cuatro ayudantes, raramente un solo hombre llevaba adelante más
de la mitad del trabajo de observación. En segundo lugar, empezaba a ocurrir
que los que ya se habían entrenado en la observación durante años, pasaban a
dirigir y planificar las horas de observación de los demás integrantes del equipo.
Esto no quiere decir que quien dirigía no trabajaba, o que se había convertido
en un mero administrador –como sostiene Lankford (1997)–, más bien signi-
fica que el tipo de trabajo que le tocaba realizar como astrónomo era otro. En

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Los cielos del sur 59

primer lugar, en el caso argentino, Gould dedicó muchas horas a entrenar a


sus ayudantes. El tipo de cargo requerido para administrar los recursos, solo
lo podía ocupar un astrónomo, y no era la primera vez que el norteamericano
se encontraba en ese lugar, en el observatorio de Albany ya había trabajado
entrenando a jóvenes asistentes. Además, toda la elaboración final del material
implicó poner los resultados de las observaciones en correlación con el trabajo
astronómico internacional acumulado hasta entonces y eso no podía hacerlo
alguien sin experiencia previa en las prácticas de observación astronométricas.
Gould tenía que contar con los catálogos existentes en función de homogenei-
zar sus resultados con ellos para dar continuidad al trabajo internacional de la
época. No se trataba sólo de observar el cielo para catalogarlo y mapearlo, sino
de homogeneizar la información nueva con la establecida por otros catálogos.
En este sentido, un primer inconveniente que encontró Gould para su trabajo
ya fue mencionado; la demora de la llegada de los cajones con los libros por la
guerra y los otros contratiempos redujeron su arsenal de catálogos de estrellas;
pero, conociendo los imprevistos de la comunicación internacional, él mismo
viajaba con los materiales más necesarios (Gould, 1879, capítulo uno) para que
el trabajo de su equipo se erigiera como continuación de la Uranometría Nova
de Argelander. El propio Gould, que se había formado y entrenado leyendo
estos catálogos y practicando sobre ellos la construcción de otros nuevos, relata
cómo logró saldar los gajes con la demora de los demás catálogos:

“[El] plan consistía en tomar del Catálogo General de Taylor todas las
estrellas que no bajasen del cuarto grado de magnitud, colocándolas
en mapas en blanco preparados para este objeto, y haciendo llenar
gradualmente dichos mapas con todas las demás estrellas visibles a
los observadores. Estando de antemano registradas las estrellas más
brillantes, hallé poca dificultad en identificarlas en los catálogos de
Taylor o de Lacaille; y reduciendo entonces las posiciones del catálogo
al equinoccio adoptado, pude fijar con precisión las posiciones defini-
tivas que debían ocupar en los mapas.” (Gould, 1879, capítulo uno)

Gould tenía un catálogo que debía sin embargo adaptar al cielo local, se trata-
ba de un catálogo general, es decir que fijaba las estrellas usadas de referencia
para construir luego catálogos más precisos. Una de las normas del trabajo
astronómico del momento suponía que el registro de las estrellas más brillantes
probablemente presentaría menos errores en la determinación de coordenadas.
Pero en tanto que la Tierra gira y además se traslada, no se trataba sólo de tener
las coordenadas de las estrellas en el cielo, sino de saber interpretar dichas co-
ordenadas desde distintos lugares del planeta en diferentes momentos del año.
Una de las dos coordenadas de los catálogos medía la declinación, es decir, la

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distancia de la estrella respecto al polo de rotación aparente de las estrellas; pero


el punto del ecuador celeste a partir del cual medir la ascensión recta era con-
vencional. El mismo se calculaba en el equinoccio –momento de la traslación
terrestre en la que el día en la Tierra dura lo mismo que su noche– y se corres-
pondía con la intersección entre el movimiento aparente del sol en la cúpula
celeste y el ecuador celeste. La operación inicial consistía entonces en ubicar
las estrellas más brillantes, que fuesen más fáciles de identificar en el cielo, para
luego atender a la diferencia entre las coordenadas de los catálogos de referencia
y los nuevos datos adquiridos. La tarea de llenar el mapa con las estrellas más
débiles tocaba a sus ayudantes.
Así el equipo de Gould era entrenado para adoptar las posiciones y bri-
llos iniciales del catálogo general, de manera de continuar los trabajos de los
astrónomos en tiempos pasados y lugares diversos. Para ello, también debían
aceptarse ciertos acuerdos respecto a la nomenclatura y coordenadas para las
estrellas y sobre las escalas utilizadas para medir el brillo de las mismas. Las
posibles desviaciones o exactitudes se medían tomando como parámetro a es-
tas convenciones; si una estrella de referencia se ubicaba en una coordenada o
magnitud que no le correspondía, la de al lado estaba también corrida; así, las
más precisas mediciones serían las que trasladaran el error inicial de manera
constante a las demás posiciones estelares. Desde 1865, los astrónomos dirigi-
dos por Argelander, entre los que se encontraba Gould, elaboraban protocolos
de trabajo explícitamente orientados por la pretensión de eliminar los errores
detectados asiduamente en sus prácticas; persiguiendo ese objetivo, el director
del observatorio cordobés había comenzado a entrenar a sus ayudantes; los
fondos del tesoro argentino se insertaban así en estas redes que bregaban por la
transformación de las prácticas coordinadas por los directores de ciertos obser-
vatorios del continente europeo.

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HORACIO CAPEL 

Geografía Humana y Ciencias Sociales.
Una perspectiva histórica
Prohistoria Ediciones, Rosario, 2009, 108 pp.
Colección Fundamentos (2)

Este libro se ocupa de las relaciones entre la


geografía humana y otras ciencias del hombre
como la antropología, la sociología, la ecología
o la economía.
El abordaje de Horacio Capel conecta las
relaciones entre las disciplinas encuadrándolos
en contextos más amplios de discusión
científica en cada época.

Horacio Capel (Málaga, 1941), Catedrático de Geografía Humana en la Universidad de


Barcelona, donde se desempeña como Profesor desde 1966, es uno de los máximos
referentes mundiales en historia de la geografía. En nuestro país es Socio Extraordinario
del Colegio de Graduados de Geografía de Buenos Aires, Socio Honorario de la Sociedad
Argentina de Geografía, Miembro Honorario de la Sociedad Científica Argentina y recibió
sendos Doctorados Honoris Causa de las Universidades de San Juan y Cuyo.
Dirige la prestigiosa revista “Geo-Crítica”.

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