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Terry Pratchett
Norberto
Setiembre 2010
Correccion
Tia Paca
Introducción
La gran Nevada
Cuando vino la tormenta, golpeó a las colinas como un martillo. Ningún cielo
debería soportar tanta nieve como ésta, y porque ningún cielo podría, la nieve cayó,
cayó en una pared de color blanco.
Había una pequeña colina de nieve que había sido, hace unas horas, un
pequeño grupo de árboles espinosos sobre un antiguo montículo. A esta altura el
año pasado habían habido unas pocas prímulas tempranas, ahora había sólo nieve.
Parte de la nieve se movió. Un trozo del tamaño de una manzana se levantó,
con el humo brotando a su alrededor. Una mano no más grande que una pata de
conejo apartó el humo.
Una muy pequeña pero muy enojada cara azul, con el bulto de nieve todavía
en equilibrio encima de ella, miró el súbito desierto blanco.
—¡Ach, crivens! —refunfuñó—. ¿No vais a mirar esto? ¡Es el trabajo del
Forjainviernos! ¡Ahora hay un scunner que no aceptará un no como respuesta!
Otros trozos de nieve fueron empujados hacia arriba. Más cabezas se
asomaron.
—¡Oh waily, waily, waily! —dijo uno de ellos—. ¡Ha encontrado la gran hag
pequeñita de nuevo!
La primera cabeza dio vuelta hacia esta cabeza, y dijo:
—¿Wullie Tonto?
—¿Sí, Roba?
—¿No te dije yo que dejes esa cosa del waily?
—Sí, Roba, lo hiciste —dijo la cabeza conocida como Wullie Tonto.
—Entonces, ¿por qué acabas de hacerlo?
—Lo siento, Roba. Me salió.
—Es tan descorazonante.
—Lo siento, Roba.
Roba A Cualquiera suspiró.
—Pero me temo que estás en lo cierto, Wullie. Vino por la gran hag pequeñita,
bastante cierto. ¿Quién está vigilando sobre ella en la granja?
—Pequeño Peligroso Spike, Roba.
Roba miró a las nubes, tan llenas de nieve que se combaban en el medio.
—Muy bien —dijo, y suspiró de nuevo—. Es hora para el Héroe.
Se hundió fuera de la vista, el trozo de nieve cayó cuidadosamente en su lugar,
y resbaló hacia el centro del montículo Feegle.
Era bastante grande por dentro. Un humano sólo podría estar parado en el
centro, pero entonces se doblaría por la tos, porque en el centro es donde hay un
agujero para que salga el humo.
Todo alrededor de la pared interna había niveles de galerías, y cada uno de
ellos estaba lleno de Feegles. Por lo general, el lugar estaba inundado de ruido, pero
ahora estaba espantosamente tranquilo.
Roba A Cualquiera caminó a través del piso hacia el fuego, donde su esposa,
Jeannie, esperaba. Ella estaba de pie erguida y orgullosa, como debía estar una
kelda, pero de cerca le pareció que ella había estado llorando. Puso su brazo
alrededor de ella.
—Muy bien, ustedes probablemente quieren saber qué pasa —dijo a la
audiencia azul y roja que miraba hacia él—. Esto no es una tormenta común. El
Forjainviernos ha encontrado a la gran hag pequeñita… ¡ahora entonces, cálmense!
Esperó hasta que los gritos y ruidos de espada se habían apagado, y dijo:
—¡Nosotros no podemos luchar contra el Forjainviernos por ella! ¡Ése es su
camino! ¡No podemos caminar por ella! ¡Pero la hag de hags nos ha puesto en otro
camino! ¡Es uno oscuro y peligroso!
Se oyó un vitoreo. A los Feegles les gustaba la idea, al menos.
—¡Correcto! —dijo Roba, satisfecho—. ¡Voy a tae hacer el Héroe! ¡Voy a salir a
buscar al Héroe!
Hubo un montón de risas ante esto, y Gran Yan, el más alto de los Feegles,
gritó:
—¡Es tae pronto! ¡Sólo hemos tenido tiempo tae darle a él un par de lecciones
de héroe! ¡Todavía no es más de una gran veta de nada!
—Va a ser un Héroe de la gran hag pequeñita y eso es el fin —dijo Roba
cortante—. Ahora, ya mismo salen, todos ustedes! ¡Tae al hoyo de tiza! ¡Excávenme
un sendero tae al Bajomundo!
La Srta. Traición
La gente del pueblo no sabía cómo había llegado el libro. Apareció un día, en
un estante en una de las tiendas.
Ellos sabían cómo leer, por supuesto. Había que tener una cierta cantidad de
lectura y escritura para avanzar en el mundo, incluso en Cododeperro. Pero no
tenían mucha confianza en los libros, o en el tipo de personas que los leían.
Éste, sin embargo, era un libro sobre cómo tratar con las brujas. Tenía un
aspecto bastante autoritario, también, sin demasiadas palabras largas (y por lo tanto
poco fiables), como "mermelada". Por último se dijeron unos a otros, esto es lo que
necesitamos. Éste es un libro sensato. Bueno, no es lo que uno espera, pero
¿recuerdas a esa bruja el año pasado? ¿La que metimos en el río y luego tratamos
de quemar viva? ¿Sólo que ella estaba demasiado húmeda, y se escapó? ¡No hay
que pasar por eso otra vez!
Prestaron especial atención a esta parte:
Por supuesto, esta vez algunas personas se quedaron. Y lo que vieron fue a la
bruja hundirse y no flotar de nuevo, mientras que su perverso sombrero puntiagudo
flotaba. Luego se fueron a casa para desayunar.
En este río en particular, nada importante sucedió durante varios minutos más.
Entonces, el sombrero puntiagudo comenzó a moverse hacia un parche espeso de
cañas. Se detuvo allí, y se alzó muy lentamente. Un par de ojos asomaban por
debajo del ala....
Cuando estuvo segura de que no había nadie alrededor, la Srta. Perspicacia
Tick, profesora y buscadora de brujas, se arrastró hasta la orilla sobre su estómago
y salió corriendo a alta velocidad hacia el bosque justo cuando el sol salía. Había
dejado una bolsa con un vestido limpio y algo de ropa interior limpia metida en una
madriguera de tejón, junto con una caja de fósforos (nunca los llevaba en su bolsillo
si existía el peligro de ser descubierta, en caso de que diera ideas a la gente).
Bueno, pensó, mientras se secaba enfrente de un fuego, las cosas podrían
haber sido peores. Gracias a Dios, en el pueblo aún había alguien que sabía leer, o
de lo contrario habría sido bonitamente escabechada. Tal vez fue una buena idea
que el libro fuera impreso en letras grandes.
De hecho, la Srta. Tick había escrito Cacería de Brujas para Tontos, y se
aseguraba de que las copias encontrasen su camino hacia las zonas donde la gente
todavía creía que las brujas deben ser quemadas o ahogadas.
Dado que la única bruja que podía pasar por allí estos días era la Srta. Tick
misma, eso significaba que si las cosas iban mal, habría conseguido un sueño
reparador y una buena comida antes de ser arrojada al agua. El agua no era ningún
problema para la Srta. Tick, que había estado en el Colegio Quirm Para Señoritas,
donde había que tomar un baño helado cada mañana para construir Fibra Moral. Y
el Nudo Bosun Nº 1 era muy fácil de desatar con los dientes, incluso bajo el agua.
Oh, sí, pensó, mientras vaciaba sus botas, y tenía dos monedas de plata de
seis peniques, también. En realidad, la gente de la aldea de Cododeperro era muy
estúpida, por cierto. Por supuesto, eso fue lo que sucedió cuando se deshizo de sus
brujas. Una bruja era sólo alguien que sabía un poco más que tú. Eso es lo que el
nombre significaba. Y a algunas personas no les gustaba que nadie supiera más que
ellos, por lo que en estos días los profesores y los bibliotecarios errantes evitaban
pasar por el lugar. Por la manera en que iban las cosas, si la gente de Cododeperro
quería tirar piedras a alguien que sabía más que ellos, pronto tendrían que tirarlas a
los cerdos.
El lugar era un desastre. Lamentablemente, había una niña de ocho años que
era definitivamente prometedora, y la Srta. Tick caía en ocasiones para mantener un
ojo sobre ella. No como una bruja, obviamente, porque aunque a ella le gustaba un
baño frío por la mañana, se puede tener demasiado de algo bueno. Se disfrazaba de
humilde vendedora de manzanas, o de adivina. (Las brujas no suelen practicar la
adivinación, porque si lo hicieran, serían demasiado buenas. La gente no quiere
saber lo que realmente va a ocurrir, sólo que va a ser bueno. Pero las brujas no
añaden azúcar.)
Lamentablemente, el resorte en el sombrero disimulado de la Srta. Tick había
funcionado mal, mientras ella caminaba por la calle principal, y la punta había
aparecido. Incluso la Srta. Tick había sido incapaz de salir de eso hablando. Oh,
bueno, tendría que hacer otros arreglos ahora. Encontrar brujas era siempre
peligroso. Había que hacerlo, sin embargo. Una bruja que crece sola era un niño
triste y peligroso....
Se detuvo y miró el fuego. ¿Por qué estaba pensando en Tiffany Doliente?
¿Por qué ahora?
Trabajando con rapidez, vació sus bolsillos y comenzó un amaño.
Los amaños funcionaban. Eso era todo lo que podías decir de ellos con
seguridad. Los hacías de un poco de cuerda y un par de palos y todo lo que tenías
en el bolsillo en ese momento. Eran el equivalente para una bruja de los cuchillos
con quince hojas y tres destornilladores y una lupa pequeña y una cosa para la
extracción de cera de los oídos de los pollos.
No podías siquiera decir exactamente lo que hacían, aunque la Srta. Tick
pensaba que eran una manera de descubrir qué cosas sabían, de alguna manera,
los fragmentos ocultos de tu propia mente. Había que hacer un amaño desde cero
cada vez, y sólo de las cosas en los bolsillos. No había nada malo en tener cosas
interesantes en sus bolsillos, sin embargo, por si acaso.
Después de menos de un minuto Miss Tick había elaborado un amaño de:
Una regla de doce pulgadas
Un lazo de zapato
Un trozo de cuerda de segunda mano
Algunos hilos negros
Un lápiz
Un sacapuntas
Una piedra pequeña con un agujero en ella
Una caja de cerillas que contenía un gusano de la harina llamado Roger, junto
con un trozo de pan para darle de comer, porque cada amaño debe contener algo de
vida
Alrededor de la mitad de un paquete de Pastillas Garganta Lubricada de la
Señora Sheergold
Un botón
Parecía una cuna de gato, o tal vez los hilos enredados de un títere muy
extraño.
La Srta. Tick se quedó mirando, esperando a que eso la leyera. Luego, la regla
dio la vuelta, los dulces de garganta estallaron en una pequeña nube de polvo rojo,
el lápiz fue disparado lejos y se metió en el sombrero de la Srta. Tick, y la regla
quedó cubierta de escarcha.
No se suponía que sucediese eso.
CAPÍTULO TRES
El Secreto de Boffo
—Muy vívido, ¿no crees? —dijo la Srta. Traición, volviendo clic-clic hacia su
silla—, ¡si puedes decir eso de un cráneo, por supuesto! La tienda vende una
máquina maravillosa para hacer telarañas. Le metes ese material pegajoso,
entiendes, y con algo de práctica puedes hacer unas telarañas bastante buenas. No
soporto esas horripilantes arañas, pero por supuesto tengo que tener las telarañas.
¿Observaste las moscas muertas?
—Sí —dijo Tiffany, mirando hacia arriba—. Parecen pasas. Creí que usted
tenía arañas vegetarianas
—Bien hecho. No hay nada malo con tus ojos, por lo menos. Tengo mi
sombrero allí, también. “Malvada Bruja Vieja Número Tres, Una Necesidad Para Las
Fiestas De Miedo," creo que era. Todavía tengo en alguna parte su catálogo, si
estás interesada.
—¿Todas las brujas le compran a Boffo? —preguntó Tiffany.
—Sólo yo, al menos por aquí. Oh, creo que la Vieja Sra. Sinaliento de Dos
Caídas acostumbraba a comprarle verrugas.
—Pero… ¿por qué? —dijo Tiffany.
—No las puede hacer crecer. No las puede hacer crecer para nada, pobre
mujer. Intentó todo. Toda la vida tuvo la cara como el culo de un bebé.
—No, me refería, ¿por qué quiere parecer tan —Tiffany dudó, y continuó—
horrible?
—Tengo mis razones —dijo la Srta. Traicion.
—Pero usted no hace esas cosas que las historias dicen que hace, ¿verdad?
Los reyes y los príncipes no vienen a consultarle, ¿verdad?
—No, pero pueden —dijo la Srta. Traición con firmeza—. Si se perdieron, por
ejemplo. Ah, sé todo acerca de esas historias. ¡Inventé la mayor parte de ellas!
—¿Usted inventó historias sobre sí misma?
—Oh, sí. Por supuesto. ¿Por qué no? No podría haber dejado algo tan
importante en manos de aficionados.
—¡Pero la gente dice que usted puede ver el alma de un hombre!
La Srta. Traición rió entre dientes.
—Sí. ¡No inventé ésa! Pero te diré, ¡para algunos de mis parroquianos
necesitaría una lupa! Veo lo que ven, oigo con sus oídos. Conocí a sus padres,
abuelos y bisabuelos. Sé los rumores y los secretos, las historias y las verdades. Y
yo soy la justicia para ellos, y yo soy justa. Mírame. Veme.
Tiffany miró… y miró más allá de la capa negra y las calaveras y las telarañas
de goma y las flores negras y la venda de los ojos y las historias, y vio a una viejita
ciega y sorda.
Boffo marcaba la diferencia... no sólo las tontas cosas de fiesta, sino el Bofo-
pensamiento… los rumores y las historias. La Srta. Traición tenía poder porque la
gente pensaba que lo tenía. Era como el sombrero de la bruja normal. Pero la Srta.
Traición estaba llevando a Boffo mucho, mucho más allá.
—Una bruja no necesita artefactos, Srta. Traición —dijo Tiffany.
—No te hagas la lista conmigo, niña. ¿No te contó la chica Ceravieja todo esto?
Oh, sí, no necesitas de una varita mágica ni de un amaño, ni siquiera de un
sombrero puntiagudo para ser una bruja. ¡Pero ayuda a una bruja montar un
espectáculo! La gente lo espera. Ellos creen en ti. ¡No llegué a donde estoy hoy con
un sombrero de lana y un delantal de algodón barato! Ocupo el rol. Yo…
Hubo un estrépito afuera, en la dirección de la lechería
—¿Nuestros amiguitos azules? —dijo la Srta. Traicion, alzando las cejas.
—No, tienen absolutamente prohibido entrar en cualquier trabajo en lácteos —
comenzó Tiffany, dirigiéndose a la puerta—. ¡Oh, cielos, espero que no sea
Horacio…!
—Ya te dije que traería problemas, ¿verdad? —gritó la Srta. Traición cuando
Tiffany salió a toda prisa.
Era Horacio. Se había escurrido fuera de su jaula de nuevo. Él se podía hacer
bastante fluido cuando quería.
Había un recipiente de manteca roto sobre el piso, pero aunque había estado
lleno de manteca, no había nada ahora. Sólo había una mancha de grasa.
Y, desde la oscuridad, bajo el fregadero, venía una especie de ruido quejoso de
alta velocidad, una especie de mnnamnamnam....
—Oh, estás buscando manteca ahora, ¿verdad, Horacio? —dijo Tiffany,
cogiendo la escoba de lácteos—. Eso es prácticamente canibalismo, ya sabes.
Aun así, era mejor que los ratones, tenía que admitirlo. Encontrar montoncitos
de huesos de ratón en el piso era un poco molesto. Ni siquiera la Srta. Traición
había sido capaz de resolverlo. Un ratón que ocurría que estaba usando para ver,
estaría tratando de llegar a los quesos y después vería todo oscuro.
Eso era porque Horacio era un queso.
Tiffany sabía que los quesos Lancre Azul estaban siempre un poco en el lado
alegre, y a veces tenían que ser clavados, pero... bueno, ella era muy hábil en la
elaboración del queso, aunque lo dijera ella, y Horacio era definitivamente un
campeón. Las famosas rayas azules que daban a la variedad su maravilloso color
eran muy bonitas, aunque Tiffany no estaba segura de que debieran brillar en la
oscuridad.
Ella pinchó las sombras con la punta de la escoba. Se oyó un chasquido, y
cuando ella tiró del palo de nuevo, faltaban dos pulgadas del final. Luego escuchó un
ruido ¡ptooi! y la parte que faltaba del palo rebotó contra la pared al otro lado de la
habitación.
—No más leche para ti, entonces —dijo Tiffany, enderezándose, y pensó: Él
vino a devolverme el caballo. El Forjainviernos lo hizo.
Hum...
Eso es... impresionante, cuando lo piensas.
Quiero decir, él tiene que organizar las avalanchas y los vendavales e inventar
nuevas formas en los copos de nieve y todo eso, pero encontró un poco de tiempo
sólo para venir y devolverme mi collar. Hum...
Y él se quedó allí parado.
Y después desapareció… quiero decir desapareció aún más.
Hum…
Ella dejó a Horacio murmurando debajo del fregadero y preparó té para la Srta.
Traición, que estaba de vuelta en su tejido. Luego subió tranquilamente a su
habitación.
El diario de Tiffany era de tres pulgadas de espesor. Annagramma, otra bruja
local entrenada y una de sus amigas (más o menos), dijo que ella debería en
realidad llamarlo su Libro de las Sombras y escribirlo en pergamino con las tintas
especiales mágicas vendidas en el Emporio Mágico de Zakzak Fuerteenelbrazo a
Precios Populares —al menos, los precios que eran populares para Zakzak.
Tiffany no podía permitirse una. Sólo se podía trocar brujería… no se suponía
que la vendieras. A la Srta. Traición no le importaba su venta de quesos, pero aún
así el papel era caro aquí arriba, y los vendedores ambulantes no tenían mucho para
vender. Por lo general, tenían una o dos onzas de sulfato ferroso verde, sin
embargo, que daba la posibilidad de hacer una tinta decente si se mezclaba con las
agallas de roble o cáscaras de nuez verde trituradas…
El diario ahora era tan grueso como un ladrillo, con las páginas que Tiffany le
había pegado. Ella llegó a la conclusión de que podía hacerlo durar dos años más si
hacía letra pequeña.
Sobre la tapa de cuero, ella había escrito, con un pincho caliente, las palabras
“¡Feegles Fuera!”. No había funcionado. Ellos veían ese tipo de cosas como una
invitación. Ella escribía partes del diario en código en esos días. La lectura no era
algo natural para los Feegles de La Colina de Creta, de forma que seguramente no
iban romper el código.
Miró a su alrededor con cuidado, por si acaso, y abrió el candado enorme que
aseguraba una cadena alrededor del libro. Volvió las páginas hasta el día de hoy,
metió la pluma en la tinta, y escribió: "Runms t *." (Werk ...)
Sí, un copo de nieve sería un buen código para el Forjainviernos.
Él se quedó allí parado, pensó.
Y echó a correr porque grité.
Lo cual era una buena cosa, obviamente.
Hum…
Pero… desearía no haber gritado.
Abrió su mano. La imagen del caballo aún estaba allí, blanca como la tiza, pero
no había ningún dolor.
Tiffany tuvo un pequeño escalofrío y se tranquilizó a sí misma. ¿Y qué? Había
conocido al espíritu del Invierno. Ella era una bruja. Era la clase de cosas que a
veces pasan. Le había devuelto educadamente lo que era suyo, y luego se había
ido. No había motivos para ponerse sensiblera al respecto. Había cosas que hacer.
Entonces escribió: “Crt d R.”
Abrió con mucho cuidado la carta de Roland, lo que fue fácil, porque la baba de
babosa no es con mucho un pegamento. Con un poco de suerte hasta podría volver
a utilizar el sobre. Se encorvó sobre la carta para que nadie pudiera leer por encima
del hombro. Finalmente dijo:
—Srta. Traición, ¿saldrá de mi cara, por favor? Tengo que usar mis ojos en
privado.
Hubo una pausa y luego un murmullo desde abajo, y el cosquilleo detrás de
sus ojos desapareció.
Siempre era… bueno recibir una carta de Roland. Sí, eran a menudo acerca de
las ovejas, y otras cosas de la Creta, y a veces habría una flor seca dentro, una
campanilla o una prímula. Yaya Doliente no lo habría aprobado; ella siempre decía
que si las colinas hubieran querido que la gente recogiera flores, habrían hecho
crecer más de ellas.
Las cartas siempre la hacían sentir nostalgia.
Un día la Srta. Traición había dicho:
—Este joven que te escribe... ¿Es tu pretendiente? —Y Tiffany había cambiado
el tema hasta que tuvo tiempo de buscar la palabra en el diccionario y mucho más
tiempo para detener el rubor.
Roland era... bueno, la cosa de Roland era... lo fundamental de... bueno, el
punto era... él estaba allí.
Bueno, cuando ella en realidad lo conoció, él había sido un zoquete bastante
inútil, y bastante estúpido, pero ¿qué se podía esperar? Había sido prisionero de la
Reina de los Elfos por un año, para empezar, gordo como manteca y medio loco por
el azúcar y la desesperación. Además, había sido criado por un par de tías altivas,
su padre —el Barón— estaba mayormente más interesado en caballos y perros.
Él más o menos había cambiado desde entonces; más reflexivo, menos
ruidoso, más serio, menos estúpido. Él había tenido también que usar anteojos, los
primeros que se veían en la Creta.
¡Y tenía una biblioteca! ¡Más de cien libros! En realidad, pertenecía al castillo,
pero nadie más parecía interesado en ella.
Algunos de los libros eran enormes y antiguos, con cubiertas de madera y
grandes letras negras, e imágenes de color de animales extraños y lejanos lugares.
Estaba el Libro de los Días Inusuales, de Waspmire, el Porqué Las Cosas No Son
Lo Contrario, de Crumberry, y todos los volúmenes, menos uno, de la Enciclopedia
Ominosa. Roland había quedado asombrado al ver que ella podía leer palabras
extranjeras, y había tenido cuidado de no decirle que todo fue hecho con la ayuda de
lo que quedaba del Dr. Bustle.
La cosa era... el hecho era... bueno, ¿quién más tenía lo que ellos tienen?
Roland no podía, no podía tener amigos entre los niños del pueblo, con eso que él
es el hijo del barón y todo eso. Pero Tiffany tenía el sombrero puntiagudo ahora, y
eso cuenta para algo. A la gente de la Creta no le gustaban mucho las brujas, pero
ella era nieta de Yaya Doliente, ¿no? Sin contar lo que había aprendido de la vieja
muchacha, allá en la choza de pastoreo. Y dicen que ella mostró a las brujas en la
montaña de qué se trata la brujería, ¿eh? ¿Recuerdas los partos del último año?
¡Ella trajo corderos casi muertos a la vida sólo mirándolos! Y es una Doliente, y ellos
tienen estas colinas en los huesos. Ella está bien. Ella es nuestra, ¿ves?
Y eso estaba bien, excepto que ella no tenía más viejos amigos. Los niños allá
en casa que habían sido amistosos, eran ahora... respetuosos, por el sombrero.
Había una especie de muro, como si ella hubiera crecido y ellos no. ¿De qué podían
hablar? Ella había estado en lugares que ellos ni siquiera podían imaginar. La
mayoría de ellos ni siquiera habían ido a Doscamisas, que estaba sólo a medio día
de distancia. Y eso no les preocupaba en absoluto. Iban a hacer el trabajo que
hicieron sus padres, o criar a los hijos como lo hicieron sus madres. Y eso estaba
bien, Tiffany añadió a toda prisa para sí misma. Pero ellos no lo habían decidido. Les
había sucedido, y no se dieron cuenta.
Era lo mismo en las montañas. Las únicas personas de su misma edad con las
que en realidad se podía hablar eran otras brujas en entrenamiento como
Annagramma y el resto de las chicas. Era inútil tratar de tener una verdadera
conversación con la gente en las aldeas, especialmente los chicos. Sólo bajaban la
vista y murmuraban y movían los pies, como las personas en casa cuando tenían
que hablar con el Barón.
En realidad, Roland hacía eso también, y se ponía rojo cada vez que ella lo
miraba. Cada vez que visitaba el castillo, o caminaba por las colinas con él, el aire
estaba lleno de complicados silencios... al igual que lo había estado con el
Forjainviernos.
Leyó la carta con cuidado, tratando de ignorar las sucias huellas dactilares de
Feegles por todas partes. Él había tenido la amabilidad de incluir varias hojas de
papel de repuesto.
Ella extrajo una, con mucho cuidado, miró la pared por un rato, y luego
comenzó a escribir.
Abajo, en la despensa1, Horacio el queso había salido de detrás de la cubeta
de decantación. Ahora estaba delante de la puerta trasera. Si alguna vez un queso
se vio pensativo, Horacio estaba pensativo ahora.
1
Una habitación fuera de una cocina para el lavado de las cacerolas y hacer otras tareas húmedas y
sucias. Aunque la Srta. Traición tenía cráneos, ella no los tenía en la despensa. Habría sido bastante
divertido, sin embargo, si lo hiciera.
—¿Querría que olvide lo que acaba de decir? —preguntó ella.
—¿Por qué? —dijo el cochero.
Hubo una pausa mientras la Srta. Tick quedó mirándolo. Luego volvió sus ojos
hacia arriba.
—Disculpe —dijo—. Esto siempre ocurre, me temo. Es la zambullida, ya sabe.
La herrumbre de primavera.
Extendió la mano y golpeó el lateral del sombrero. La punta escondida disparó,
esparciendo flores de papel.
Los ojos del cochero las siguieron.
—Oh —dijo.
Y la cuestión sobre los sombreros puntiagudos era la siguiente: La persona
debajo de uno era definitivamente una bruja o mago. Oh, alguien que no lo era
probablemente podría conseguir un sombrero puntiagudo y usarlo, y estaría bien
justo hasta el momento en que se encontrara con un verdadero dueño de sombrero
puntiagudo. A los magos y las brujas no les gustan los impostores. Tampoco les
gusta que les hagan esperar.
—¿Cuánto peso ahora, por favor? —preguntó ella.
—¡Dos onzas! —dijo rápidamente el cochero.
La Srta. Tick sonrió.
—Sí. ¡Y ni un escrúpulo más! Un escrúpulo es, desde luego, un peso de veinte
granos, o un veinticuatro avo de onza. Soy, en efecto… ¡inescrupulosa!
Esperó a ver si esta broma muy pedagógica iba a conseguir una sonrisa, pero
no lo lamentó cuando no fue así. A la Srta. Tick no le gustaba ser más inteligente
que otras personas.
Subió al coche.
Cuando el coche subió a la montaña, la nieve comenzó a caer. La Srta. Tick,
que sabía que no hay dos copos de nieve que sean iguales, no les hizo caso. Si lo
hubiera hecho, se habría tenido que sentir un poco menos inteligente.
CAPÍTULO CUATRO
Copos de Nieve
Se dice que nunca puede haber dos copos de nieve exactamente iguales, pero,
¿alguien lo verificó últimamente?
La nieve caía suavemente en la oscuridad. Se amontonaba en los techos,
besaba su camino entre las ramas de los árboles, se posaba en el suelo del bosque
con un chisporroteo suave y olía fuertemente a lata.
Yaya Ceravieja siempre comprobaba la nieve. Se paró en la puerta, con la luz
de las velas saliendo a su alrededor, y atrapó copos en el dorso de una pala.
La gatita blanca miraba los copos de nieve. Eso es todo lo que hacía. No los
tocaba con una pata, sólo miraba, muy atentamente, cada copo bajando en espiral
hasta que aterrizaba. Entonces la gatita lo miraba un poco más, hasta que estaba
segura de que el espectáculo había terminado, antes de levantar la vista y
seleccionar otro copo.
Se llamaba Tú, como en “¡Tú! ¡Deja eso!”, y en “¡Tú! ¡Baja de ahí!”. Cuando se
trataba de nombres, Yaya Ceravieja no iba por la fantasía.
Yaya miraba los copos de nieve y sonreía a su manera no-exactamente-
amable.
—Vuelve adentro, Tú —dijo, y cerró la puerta.
La Srta. Tick estaba temblando cerca del fuego. No era muy grande, apenas lo
suficiente. Sin embargo, había olor a tocino y budín de guisantes proveniente de una
olla pequeña sobre las brasas, y al lado de la olla pequeña había una mucho más
grande de la que procedía el olor del pollo. La Srta. Tick no conseguía pollo a
menudo, así que vivía en la esperanza.
Debe ser dicho que Yaya Ceravieja y la Srta. Tick no se llevaban bien entre
ellas. Las brujas superiores con frecuencia no lo hacen. Uno puede decir que no lo
hacen por la forma en que son muy amables todo momento.
—La nieve ha llegado temprano este año, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick.
—En efecto, Srta. Tick —dijo Yaya Ceravieja—. Y tan... interesante. ¿Se ha
fijado en ella?
—He visto la nieve antes, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick—. Estaba nevando
todo el camino hasta aquí. ¡Tuve que ayudar a empujar el coche del correo! ¡Vi
demasiada nieve! Pero ¿qué vamos a hacer con Tiffany Doliente?
—Nada, Srta. Tick. ¿Más té?
—Ella es más bien nuestra responsabilidad.
—No. Es suya, del principio al final. Ella es una bruja. Ella bailó la Danza de
Invierno. La vi hacerlo.
—Estoy segura que no fue su intención —dija la Srta. Tick.
—¿Como puede uno bailar sin intentarlo?
—Es joven. La emoción probablemente atrapó sus pies. No sabía lo que estaba
pasando.
—Tendría que haberse enterado —dijo Yaya Ceravieja—. Tendría que haber
escuchado
—Estoy segura de que usted siempre hizo lo que le decían cuando tenía casi
trece años, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick con una pizca de sarcasmo.
Yaya Ceravieja quedó mirando la pared por un momento.
—No —dijo ella—. Cometí errores. Pero yo no busqué excusas.
—Pensé que usted quería ayudar a la niña.
—La ayudaré a ayudarse a sí misma. Ésa es mi manera. Ella bailó en la
Historia más vieja que existe, y la única manera de salir es llegar hasta el final. La
única manera, Srta. Tick.
La Srta. Tick suspiró. Historias, pensó. Yaya Ceravieja cree que en el mundo
todo tiene que ver con historias. Bueno, todos tenemos nuestras pequeñas manías
graciosas. Excepto yo, obviamente.
—Por supuesto. Es que ella es tan... normal —dijo la Srta. Tick en voz alta—.
Cuando usted considera lo que ha hecho, quiero decir. Y ella piensa tanto. Y ahora
que ha llegado a la atención del Forjainviernos, bueno...
—Ella lo ha fascinado —dijo Yaya Ceravieja.
—Eso va a ser un gran problema.
—El cual tiene que resolver ella.
—¿Y si no puede?
—Entonces, ella no es Tiffany Doliente —dijo Yaya Ceravieja con firmeza—.
Ah, sí, ella está en la historia ahora, ¡pero ella no lo sabe! Mire la nieve, Srta. Tick.
Dicen que no hay dos copos de nieve iguales. ¿Cómo podían saber algo así? ¡Oh,
piensan que son tan inteligentes! Siempre he querido atraparlos. ¡Y lo he hecho!
Salga ahora, y mire la nieve. ¡Mire la nieve, Srta. Tick! ¡Todos los copos son iguales!
2
Kevin, Neville y Trevor.
Los Nac Mac Feegles espiaron los plumosos copos desde el techo de la casa
de la Srta. Traición. Por la luz que lograba filtrarse por las ventanas mugrientas de
abajo, vieron las pequeñas Tiffanys pasar en remolinos.
—Lo dice con copos de nieve —dijo Gran Yan—. ¡Ja!
Wullie Tonto arrebató un copo que bajaba en espiral.
—Tendréis que admitir que ha hecho el sombrero puntiagudo pequeñito muy
bien —dijo—. Tiene que gustarle mucho la gran hag pequeñita.
—¡Esto no tiene ningún sentido! —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Él es el Invierno!
Es todo nieve y hielo y tormentas y heladas. ¡Ella es sólo una gran niña pequeñita!
¡Vosotros no podéis decir que sea una pareja ideal! ¿Qué decís, Billy? ¿Billy?
El gonnagle estaba masticando el extremo de su gaita-ratón mientras
observaba los copos con una mirada lejana en sus ojos. Sin embargo, de alguna
manera la voz de Roba quebró en sus pensamientos, porque dijo:
—¿Qué hace que a él le guste la gente? Él no está tan vivo como un insecto
pequeñito, sin embargo es tan poderoso como el mar. Y él es dulce con la gran hag
pequeñita. ¿Por qué? ¿Ella qué puede ser tae él? ¿Qué va a hacer ahora? Te digo
lo siguiente: Los copos de nieve son sólo el comienzo. Debemos vigilar afuera,
Roba. Esto puede ponerse muy mal....
Una hora más tarde Tiffany salió, con sus bolsillos llenos de notas para los
carniceros y panaderos y los agricultores en las aldeas locales.
Le sorprendió un poco la acogida que tuvo. Al parecer creían que todo era una
broma.
—La Srta. Traición no va a ir a morir a su edad —dijo un carnicero, pesando
salchichas—. Escuché que la muerte ha venido por ella antes, ¡y ella le cerró la
puerta!
—Trece docenas de salchichas —dijo Tiffany—. Cocidas y entregadas a
domicilio.
—¿Está segura de que va a morir? —dijo el carnicero, con la incertidumbre
nublándole el rostro.
—Yo no. Pero ella sí —dijo Tiffany.
Y el panadero dijo:
—¿No sabe usted acerca de su reloj? Ella lo hizo fabricar cuando su corazón
se murió. Es como un mecanismo de relojería del corazón, ¿ve?
—¿En serio? —dijo Tiffany—. Así que si su corazón murió, y ella tuvo uno
nuevo hecho de un reloj, ¿cómo permaneció con vida, mientras que el nuevo
corazón se estaba haciendo?
—Oh, eso fue magia, obviamente —dijo el panadero.
—Pero un corazón bombea sangre, y el reloj de la Srta. Traición está fuera de
su cuerpo —señaló Tiffany—. No… hay… caños…
—Bombea la sangre mágicamente —dijo el panadero, hablando suavemente.
Le lanzó una mirada extraña—. ¿Cómo puede usted ser una bruja si no sabe esas
cosas?
Fue lo mismo en todas partes. Era como si la idea de la ausencia de la Srta.
Traición tuviese la forma equivocada para caber en la cabeza de nadie. Ella tenía
113 años, y argumentaban que era prácticamente desconocido que alguien muriese
a los 113. Era una broma, dijeron, o ella había firmado con sangre un pergamino que
significaba que viviría para siempre, o uno tendría que robarle el reloj antes de que
ella muriese, o cada vez que la Parca vino por ella, mintió sobre su nombre o la
envió a otra persona, o tal vez no era más que una pequeña sensación de
malestar....
Para cuando Tiffany terminó, se preguntaba si realmente iba a suceder. Sin
embargo, la Srta. Traición había parecido tan segura. Y si tuvieras 113, lo
asombroso no era que fueses a morir mañana, sino que todavía estuvieras vivo hoy.
Con la cabeza llena de pensamientos sombríos, se dirigió al aquelarre.
Una o dos veces pensó que podía sentir a los Feegles observándola. Nunca
supo cómo podía sentir eso; era un talento aprendido. Y aprendías a tolerarlo, la
mayoría de las veces.
Todas las otras jóvenes brujas estaban allí cuando ella llegó, y había incluso un
fuego encendido.
Algunas personas piensan que "aquelarre" es una palabra para un grupo de
brujas, y en verdad eso es lo que dice el diccionario. Pero la palabra real para un
grupo de brujas es “discusión”.
En cualquier caso, la mayoría de las brujas que Tiffany había conocido nunca
utilizaban la palabra. La Sra. Earwig lo hacía, sin embargo, casi todo el tiempo. Era
alta y delgada y más bien fría, y llevaba gafas de plata en una cadenita, y utilizaba
palabras como "avatar" y "sigilo". Y Annagramma, que dirigía el aquelarre, ya que lo
había inventado y tenía el sombrero más alto y la voz más aguda, era su mejor
alumna (y la única).
Yaya Ceravieja siempre decía que lo que la Sra. Earwig hacía era magia de
mago con un vestido, y sin duda Annagramma llevaba una gran cantidad de libros y
de varitas a las reuniones. Mayormente, las muchachas hacían unas pocas
ceremonias para mantenerla callada, porque para ellas el verdadero propósito del
aquelarre era ver a las amigas, aunque fueran amigas simplemente porque eran, en
realidad, las únicas personas con que podían hablar libremente porque tenían los
mismos problemas y entenderían acerca de qué se quejaban.
Siempre se reunían en el bosque, incluso con nieve. Siempre había suficiente
madera caída para un fuego, y todas vestían abrigos como una cosa natural. Incluso
en verano, la comodidad en un palo de escoba a cualquier altura significaba más
capas de ropa interior que la que nadie se atrevería a adivinar, y a veces un par de
botellas de agua caliente atadas con una cuerda.
Por el momento, tres pequeñas bolas de fuego rodeaban el fuego.
Annagramma las había hecho. Uno podía matar enemigos con ellas, había dicho.
Ponían a las demás incómodas. Era magia de mago, vistosa y peligrosa. Las brujas
preferían cortar a sus enemigas con una mirada. No tiene sentido matar a tu
enemiga. ¿Cómo iba ella a saber que le habías ganado?
Dimity Hubbub había traído una enorme bandeja de torta invertida. La cosa era
simplemente poner una capa en las costillas contra el frío.
Tiffany dijo:
—La Srta. Traición me dijo que va a morir en la mañana del viernes. Ella dijo
que simplemente lo sabe.
—Eso es una lástima —dijo Annagramma en un tono de voz eso-no-es-en-
realidad-una-lástima—. Ella era muy vieja, pienso.
—Aún lo sigue siendo —dijo Tiffany.
—Hum, le dicen La Llamada—dijo Petulia Gristle—. Las brujas viejas saben
cuándo van a morir. Nadie sabe cómo funciona. Sólo lo saben.
—¿Tiene todavía esos cráneos? —dijo Lucy Warbeck, que tenía sus cabellos
acumulado sobre la cabeza con un cuchillo y un tenedor clavados en ellos—. No los
podía soportar. ¡Parecían estar mirándome todo el tiempo!
—Fue ella utilizándome como un espejo lo que me hizo dejarla —dijo Lulu
Darling—. ¿Todavía hace eso?
Tiffany suspiró.
—Sí.
—Dije rotundamente que no iba a ir —dijo Gertruder Tiring, atizando el fuego—.
¿Sabías que si dejas a una bruja sin permiso, ninguna otra bruja te tomará, pero si
dejas a la Srta. Traición, incluso después de sólo una noche, nadie dice nada al
respecto y te consiguen otro lugar?
—La Sra. Earwig dice que las cosas como las calaveras y los cuervos van
demasiado lejos —dijo Annagramma—. ¡Todo el mundo está, literalmente, con un
susto de muerte!
—Hum, ¿qué te va a suceder a ti? —dijo Petulia a Tiffany.
—No lo sé. Supongo que iré a algún otro lado.
—Pobre de ti —dijo Annagramma—. ¿La Srta. Traición no dijo quién va a
hacerse cargo de la cabaña, por casualidad? —añadió, como si recién hubiera
pensado la pregunta.
El sonido que siguió fue el silencio hecho por media docena de pares de oídos
escuchando con tanto ahínco que casi chirriaban. No había una gran cantidad de
jóvenes que llegan a brujas, es cierto, pero las brujas vivían mucho tiempo, y
obtener su cabaña propia era el premio. Era entonces cuando empezabas a recibir
respeto.
—No —dijo Tiffany.
—¿Ni siquiera una pista?
—No.
—Ella no dijo que ibas a ser tú, ¿verdad? —dijo Annagramma bruscamente. Su
voz podía ser realmente molesta. Podría hacer que un "hola" sonara como una
acusación.
—¡No!
—De todas formas, eres demasiado joven.
—En realidad, no hay, ya sabes, límite de edad real —dijo Lucy Warbeck—.
Nada escrito, de todos modos.
—¿Cómo sabes eso? —le espetó Annagramma.
—Le pregunté a la anciana Sra. Pewmire —dijo Lucy.
Los ojos Annagramma se estrecharon.
—¿Tú le preguntaste? ¿Por qué?
Lucy blanqueó los ojos.
—Porque quería saber, eso es todo. Mira, todo el mundo sabe que eres la
mayor y la… tú sabes, más entrenada. Por supuesto que obtendrás la cabaña.
—Sí —dijo Annagramma, mirando a Tiffany—. Por supuesto.
—Eso está, hum, arreglado, entonces —dijo Petulia, con más fuerza que la
necesaria—. ¿Tuviste una gran cantidad de nieve anoche? Vieja Madre Blackcap
dijo que era inusual.
Tiffany pensó: Oh cielos, aquí vamos…
—A menudo la tenemos temprano aquí —dijo Lucy.
—Pensé que era un poco más mullida que de costumbre —dijo Petunia—. Muy
bonito, si te gusta ese tipo de cosas.
—Fue sólo nieve —dijo Annagramma—. Oigan, ¿alguna de ustedes escuchó lo
que pasó con la chica nueva que empezó con la Srta. Tumulto? ¿Huyó gritando
después de una hora? —Ella sonrió, no con mucha simpatía.
—Hum, ¿fue la rana? —preguntó Petulia.
—No, no la rana. No le importaba la rana. Fue Charlie Malasuerte.
—Él puede dar miedo —admitió Lucy.
Y eso era todo, comprendió Tiffany, mientras el chisme seguía corriendo.
Alguien que era prácticamente una especie de dios había hecho miles de millones
de copos de nieve que se parecían a ella… ¡y no se habían percatado!... Lo cual era
una buena cosa, obviamente...
Por supuesto que lo era. Lo último que quería era bromas y preguntas
estúpidas, por supuesto. Bien, por supuesto...
... pero... bueno... habría sido agradable si lo hubieran sabido, si hubieran dicho
"Guau", si hubieran estado celosas, o asustadas, o impresionadas. Y ella no les
podía decir, o al menos no le podía decir a Annagramma, que haría una broma de
ello y casi, pero no exactamente, diría que ella lo estaba inventando.
El Forjainviernos la había visitado y quedado... impresionado. Era un poco triste
que las únicas personas que sabían esto fueran la Srta. Traición y cientos de
Feegles, sobre todo porque —se estremeció— el viernes por la mañana sólo sería
conocido por cientos de hombrecillos azules.
Para decirlo de otro modo: Si ella no le contaba a otra persona que fuera al
menos del mismo tamaño que ella y estuviera viva, iba a estallar.
3
(El área de las responsabilidades diarias de una bruja. Puede ser sólo un pueblo, puede ser el
mundo entero.)
Con un clang, espero, pensó la Srta. Tick.
—Petulia Gristle se ha formado muy bien —dijo—. Una buena bruja por todos
lados.
—Sí, pero sobre todo por el lado de los cerdos —dijo Yaya Ceravieja—. Yo
estaba pensando en Tiffany Doliente.
—¿Qué? —dijo la Srta. Tick—. ¿No cree que esa niña tenga suficiente para
hacer frente?
Yaya Ceravieja sonrió brevemente.
—Bueno, Srta. Tick, ¿sabe qué dicen? Si quieres algo hecho, dáselo a alguien
que está ocupado. Y la joven Tiffany podría estar muy ocupada pronto —agregó.
—¿Por qué dice eso? —dijo la Srta. Tick.
—Hmm. Bueno, yo no puedo estar segura, pero voy a estar muy interesada en
ver lo que sucede con sus pies...
Tiffany no durmió mucho la noche antes del funeral. El telar de la Srta. Traición
había claqueado y cliqueado durante toda la noche, porque había un pedido de
sábanas que ella quería terminar.
Estaba llegando la luz cuando Tiffany se dio por vencida y se levantó, en ese
orden. Por lo menos podía tener limpio el establo y las cabras ordeñadas antes de
abordar las otras tareas. Había nieve, y un viento helado estaba soplando por la
tierra.
No fue hasta que estuvo acarreando bosta a la pila de mantillo, que humeaba
suavemente a la luz grisácea, que oyó el tintineo. Sonaba un poco como las
campanitas de viento que la Srta. Empujabajo tenía alrededor de su casa, sólo que
estaban ajustadas a una nota que era incómoda para los demonios.
Venía desde el lugar donde estaba el cantero de las rosas en verano. Crecian
rosas finas, viejas, llenas de aroma y tan rojas que eran casi, sí, negras.
Las rosas florecían de nuevo. Pero…
—¿Cómo te gustan, chica oveja? —dijo una voz. No llegaba de su cabeza, no
eran sus pensamientos, ninguno de ellos, y el Dr. Bustle no se despertaba al menos
hasta las diez. Era su propia voz, de sus propios labios. Pero ella no lo había
pensado, y no había querido decirlo.
Ahora estaba corriendo de regreso a la cabaña. No había decidido hacerlo,
pero sus piernas habían tomado el control. No era miedo, no exactamente, era sólo
que tenía muchas ganas de estar en alguna parte que no fuera el jardín con el sol no
arriba y la nieve soplando y llenando el aire con cristales de hielo tan finos como
niebla.
Atravesó la puerta de la despensa y chocó con una figura oscura, que dijo:
—Hum, lo siento —y por lo tanto era Petulia. Ella era el tipo de persona que
pedía disculpas si le pisabas el pie. En este momento no había una visión más
bienvenida.
—Lo siento, me llamaron para tratar a una vaca difícil y, hum, no valía la pena
volver a la cama —dijo Petulia, y añadió—: ¿Estás bien? ¡No lo parece!
—¡Escuché una voz en mi boca! —dijo Tiffany.
Petulia le dirigió una mirada extraña y puede ser que haya retrocedido dos o
tres centímetros.
—¿Quieres decir en tu cabeza? —preguntó ella.
—¡No! ¡Puedo hacer frente a eso! ¡Mi boca dijo palabras por sí sola! ¡Y ven a
ver lo que ha crecido en el jardín de rosas! ¡No lo creerás!
Había rosas. Estaban hechas de hielo tan delgado que, si soplabas sobre ellas,
se desvanecian y dejaban nada más que los tallos muertos en que habían crecido. Y
había docenas de ellas, ondeando en el viento.
—Incluso el calor de mi mano junto a ellas las hace gotear —dijo Petunia—.
¿Crees que es tu Forjainviernos?
—¡No es mío! ¡Y no puedo pensar en ninguna otra forma en que hubieran
aparecido!
—¿Y tú crees que él, hum, te habló? —dijo Petulia, arrancando otra rosa.
Partículas de hielo se deslizaban fuera del sombrero cada vez que se movía.
—¡No! ¡Era yo! ¡Quiero decir, mi voz! Pero no se parecía a él. ¡Quiero decir,
como creo que sonaría! ¡Era un poco sarcástico, como Annagramma cuando está de
mal humor! ¡Pero era mi voz!
—¿Cómo crees que él sonaría? —dijo Petulia.
El viento soplaba a través del claro, haciendo temblar los árboles de pino y
rugiendo.
—... Tiffany... sé mía...
Después de un rato Petulia tosió y dijo: —Hum, ¿era sólo yo, o eso sonó
como…?
—No sólo tú —susurró Tiffany, de pie y muy quieta.
—Ah —dijo Petulia, con una voz tan brillante y frágil como una rosa de hielo—.
Bueno, creo que debemos ir adentro ahora, ¿verdad? Hum, y encender todos los
fuegos y hacer algo de té, ¿verdad? Y entonces dejar las cosas listas, ya que muy
pronto vendrá una gran cantidad de personas.
Un minuto después estaban en la cabaña, con las puertas cerradas y todas las
vela chisporroteando a la vida.
No hablaron sobre el viento o las rosas. ¿Cuál sería el punto? Además, había
un trabajo por hacer. El trabajo, eso es lo que ayuda. Trabajar, y pensar y hablar
después, no hacer bulla ahora como patos asustados. Incluso consiguieron sacar
otra capa de mugre de las ventanas.
A lo largo de la mañana la gente llegó de la aldea con las cosas que la Srta.
Traición había ordenado. La gente caminaba a través del claro. El sol había salido,
aunque estaba pálido como un huevo escalfado. El mundo pertenece.... a la
normalidad Tiffany se sorprendió preguntándose si estaba equivocada acerca de las
cosas. ¿Había rosas? No se veía ninguna, los pétalos frágiles no habían sobrevivido
incluso a la débil luz del alba. ¿Había hablado el viento? Entonces encontró la
mirada de Petulia. Sí, había sucedido. Pero por ahora había un funeral para
alimentar.
Las chicas ya se habían puesto a trabajar en los rollos de jamón, con tres tipos
de mostaza, pero aunque no podías hacerlo demasiado mal con un rollo de jamón, si
eso era todo lo que estabas dando a setenta u ochenta brujas hambrientas, ibas
todo el camino más allá de Mal y te dirigías a la Fiesta del Desastre Absoluto. Así
fueron llegando los carros con el pan y la carne asada, y frascos de pepinos
encurtidos tan grandes que parecían ballenas ahogadas. Las brujas son muy
aficionadas a los encurtidos, como norma, pero la comida que más les gusta es la
comida gratis. Sí, ésa es la dieta para su bruja trabajadora: montones de comida que
alguien más está pagando, y tanta que hay suficiente para meter en los bolsillos
para más tarde.
Al final resultó que la Srta. Traición no pagó por ella tampoco. Nadie aceptaría
dinero. Ellos no se iban, tampoco, sino que holgazaneaban en la puerta de atrás con
aire preocupado hasta que pudieran hablar con Tiffany. La conversación, cuando
ella pudiera perder el tiempo entre cortar en lonchas y repartir, sería algo como esto:
—Ella no está realmente muriendo, ¿verdad?
—Sí. A eso de las seis y media, mañana.
—¡Pero ella es muy vieja!
—Sí. Creo que es algo de eso, usted ve.
—Pero, ¿qué vamos a hacer sin ella?
—No lo sé. ¿Qué hacían antes de que ella estuviera aquí?
—¡Ella siempre estuvo aquí! ¡Ella lo sabía todo! ¿Quién va a decirnos qué
hacer ahora?
Y luego ellos dirían:
—No va a ser usted, ¿verdad? —Y le echarían una Mirada que decía:
Esperamos que no. Ni siquiera usa un vestido negro.
Después de un rato, Tiffany se hartó de esto y con una voz muy aguda solicitó
a la siguiente persona, una mujer que entregaba seis pollos cocidos:
—¿Qué pasa con todas esas historias acerca de cortar el vientre de la gente
mala con la uña del pulgar, entonces?
—Eh, bueno, sí, pero nunca fue alguien que conociéramos —dijo la mujer,
virtuosa.
—¿Y el demonio en el sótano?
—Eso dicen. Desde luego, yo nunca lo vi personalmente. —La mujer le echó a
Tiffany una mirada de preocupación—. Está ahí abajo, ¿no?
Usted quiere que esté, pensó Tiffany. ¡Usted realmente quiere que haya un
monstruo en el sótano!
Pero por lo que Tiffany sabía, lo que estaba en el sótano esta mañana era un
montón de Feegles roncando, que habían estado emborrachándose. Si pones un
montón de Feegles en un desierto, dentro de los veinte minutos iban a encontrar una
botella de algo terrible para beber.
—Créame, señora, no quiero despertar lo que está ahí abajo —dijo ella,
dándole a la mujer una sonrisa preocupada.
La mujer parecía satisfecha con eso, pero de pronto pareció preocupada de
nuevo.
—¿Y las arañas? ¿Ella realmente come arañas? —preguntó.
—Bueno, hay un montón de telas —dijo Tiffany—, ¡pero nunca se ve una
araña!
—Ah, bien —dijo la mujer, como si hubiera sido introducida un gran secreto—.
Diga lo que quiera, la Srta. Traición ha sido una verdadera bruja. ¡Con calaveras!
Espero que tengas que pulirlas, ¿eh? ¡Ja! ¡Ella podría escupirte en el ojo tan pronto
como te viera!
—Ella nunca lo hizo, sin embargo —dijo un hombre que traía una enorme
bandeja de salchichas—. No a ninguna persona local, de todos modos.
—Es cierto —admitió la mujer de mala gana—. Ella fue muy amable en ese
sentido.
—Ah, ella era una bruja adecuada de los viejos tiempos, la Srta. Traición —dijo
el hombre salchicha—. Muchos hombres se han orinado en sus botas cuando ella
volvió el lado afilado de su lengua hacia ellos. ¿Usted conoce el tejido que está
siempre haciendo? ¡Teje tu nombre en el telar, es lo que hace! ¡Y si le dices una
mentira, rompe tu hilo y caes muerto en el acto!
—Sí, eso pasa todo el tiempo —dijo Tiffany, pensando: “¡Esto es increíble!
¡Boffo tiene una vida propia!”
—Bueno, no tenemos brujas como ella en estos días —dijo un hombre que
entregaba cuatro docenas de huevos—. Hoy en día todo es de cuento de hadas y
bailar por ahí sin calzones.
Todos miraron inquisitivamente a Tiffany.
—Es invierno —dijo con frialdad—. Y tengo que seguir con mi trabajo. Las
brujas estarán aquí pronto. Muchas gracias.
Mientras estaban poniendo los huevos a hervir, le contó a Petulia al respecto.
No fue una sorpresa.
—Hum, están orgullosos de ella —dijo Petulia—. Yo los he oído jactarse de
ella, arriba en el mercado del porcino en Lancre.
—¿Se jactan?
—Oh, sí. Cosas como: ¿Crees que la vieja Sra. Ceravieja es dura? ¡La nuestra
tiene calaveras! ¡Y un demonio! Ella va a vivir para siempre, porque tiene un corazón
de relojería que da cuerda todos los días! ¡Y ella come arañas, seguro! ¿Cómo os
gustan las manzanas envenenadas, eh?
Boffo funciona solo, pensó Tiffany, una vez que empieza a funcionar. Nuestro
Barón es más grande que su Barón, nuestra bruja es más brujeril que su bruja...
CAPÍTULO CINCO
Las brujas comenzaron a llegar alrededor de las cuatro, y Tiffany salió al claro
para controlar el tráfico aéreo. Annagramma llegó sola, muy pálida y llevando más
joyas ocultistas que lo que uno podría imaginar. Y hubo un momento difícil cuando la
Sra. Earwig y Yaya Ceravieja llegaron al mismo tiempo, haciendo círculos en un
ballet de cuidadosa cortesía, ya que cada una esperaba que la otra aterrizase. Al
final, Tiffany las dirigió a diferentes rincones del claro y se marchó apresuradamente.
No había ni rastro del Forjainviernos, y estaba segura de que ella sabría si él
estaba cerca. Se había ido muy lejos, esperaba, organizando un vendaval o
conduciendo una tormenta de nieve. El recuerdo de esa voz en su boca permaneció,
incómodo y preocupante. Al igual que una ostra tratando con un grano de arena,
Tiffany lo recubrió con gente y trabajo duro.
Ahora, el día era sólo otro pálido y seco día de principios del invierno. Aparte
de la comida, nada más en el funeral había sido arreglado. Las brujas se arreglaban
por su cuenta. La Srta. Traición estaba sentada en su sillón, saludando a viejas
amigas y antiguas enemigas por igual4. La casa era demasiado pequeña para todas
ellas, por lo que se derramaron en el jardín en grupos chismorreantes, como una
bandada de urracas o, posiblemente, de pollos. Tiffany no tenía mucho tiempo para
hablar, porque estaba muy ocupada llevando bandejas.
Pero algo estaba pasando, podía decirlo. Las brujas se detenían y se daban
vuelta a mirarla mientras ella pasaba tambaleando, y luego se daban vuelta de
nuevo a su grupo y el nivel de bullicio en el grupo subía un poco. Los grupos se
reunían y se volvían a separar. Tiffany reconoció eso. Las brujas tomaban una
Decisión.
Lucy Warbeck se acercó a ella mientras traía una bandeja de té, y le susurró,
como si se tratara de un secreto culpable: —La Sra. Ceravieja te ha sugerido, Tiff.
—¡No!
—¡Es cierto! ¡Están hablando acerca de ello! ¡Annagramma está teniendo un
ataque!
—¿Estás segura?
—¡Positivo! ¡La mejor de las suertes!
—Pero yo no quiero la… —Tiffany empujó la bandeja en brazos de Lucy—.
Mira, ¿puedes llevar esto por mí, por favor? Ellas sólo agarran a medida que vas
pasando. Tengo que obtener el, eh, poner las cosas en, eh... tengo cosas que
hacer....
Bajó corriendo la escalera a la bodega, que estaba sospechosamente vacía de
Feegles, y se apoyó contra la pared.
4
Dice algo sobre las brujas que una vieja amiga y una vieja enemiga muy a menudo pueden ser la
misma persona.
¡Yaya Ceravieja debe estar cacareando, reglas o no reglas! Pero sus Segundos
Pensamientos treparon hasta un susurro: Tú puedes hacerlo, sin embargo. Ella
puede tener razón. Annagramma molesta a la gente. Ella les habla como si fueran
niños. Está interesada en la magia (lo siento, Magik con una "K"), pero la gente la
pone nerviosa. Va a hacer un lío, sabes que lo hará. Resulta que es alta y lleva
muchas joyas ocultistas y se ve impresionante con un sombrero puntiagudo.
¿Por qué Yaya sugirió a Tiffany? Oh, era buena. Sabía que era buena. Pero,
¿no sabe todo el mundo que no quería pasar la vida aquí? Bueno, tenía que ser
Annagramma, ¿no? Las brujas solían ser cautelosas y tradicionales, y ella era la
mayor del aquelarre. Muy bien, a muchas de las brujas no les gustaba la Sra.
Earwig, pero Yaya Ceravieja no tenía precisamente muchos amigos tampoco.
Volvió a subir antes de que pudieran extrañarla, y trató de ser discreta cuando
se deslizó entre la multitud.
Vio a la Sra. Earwig y a Annagramma como centro de un grupo; la muchacha
parecía preocupada, y corrió cuando vio a Tiffany. Tenía la cara roja.
—¿Has oído algo? —preguntó.
—¿Qué? ¡No! —dijo Tiffany, comenzando a apilar platos usados.
—Estás tratando de quitarme la cabaña, ¿verdad? —Annagramma estaba casi
llorando.
—¡No seas tonta! ¿Yo? ¡No quiero una cabaña en absoluto!
—Eso dices tú. ¡Pero algunas de ellas dicen que debes hacerlo! ¡La Srta. Level
y la Srta. Empujabajo han hablado a tu favor!
—¿Qué? ¡Yo no podría suceder a la Srta. Traición!
—Bueno, por supuesto, eso es lo que está diciendo la Sra. Earwig a todos —
dijo Annagramma, restableciéndose un poco—. Totalmente inaceptable, dice ella.
Llevé la colmena a través de la Puerta Oscura, pensó Tiffany, mientras raspaba
con saña los restos de comida en el jardín, para los pájaros. El caballo blanco salió
de la colina para mí. Traje a mi hermano y a Roland de regreso de la Reina de los
Elfos. Y bailé con el Forjainviernos, que me convirtió en diez mil millones de copos
de nieve. No, no quiero estar en una cabaña en estos bosques húmedos, yo no
quiero ser una especie de esclavo de gente que no se molesta en pensar por sí
misma, no quiero vestir de medianoche y hacer que la gente me tenga miedo. No
hay nombre para lo que quiero ser. Pero yo tenía la edad suficiente para hacer todas
esas cosas, y yo era aceptable.
Pero dijo:
—¡No sé de qué se trata!
En ese momento sintió que alguien la miraba, y sabía que, si se daba la vuelta,
sería Yaya Ceravieja.
Sus Terceros Pensamientos —los que prestan atención por el borde de la oreja
y el rabillo de los ojos todo el tiempo— le dijeron: Algo está pasando. Todo lo que
puedes hacer al respecto es ser tú misma. No mires a tu alrededor.
—¿Realmente no estás interesada? —dijo Annagramma con incertidumbre.
—He venido hasta aquí para aprender brujería —dijo Tiffany con frialdad—. Y
luego me voy a ir a casa. Pero... ¿estás segura de que quieres la cabaña?
—Bueno, ¡por supuesto! ¡Cada bruja quiere una cabaña!
—Pero ellos han tenido años y años de Srta. Traición —señaló Tiffany.
—Entonces tendrán que acostumbrarse a mí —dijo Anagrama—. ¡Espero que
estén muy contentos de ver que los cráneos y las telarañas y ser asustados se han
ido! Sé que tiene a la gente del lugar realmente asustada.
—Ah —dijo Tiffany.
—Voy a ser una escoba nueva —dijo Anagrama—. Francamente, Tiffany,
después de esa vieja, casi cualquier persona podría ser popular.
—Eh, sí... —dijo Tiffany—. Dime, Annagramma, ¿has trabajado alguna vez con
cualquier otra bruja?
—No, siempre he estado con la Sra. Earwig. Soy su primera alumna, sabes —
agregó Annagramma con orgullo—. Ella es muy exclusiva.
—Y ella no va mucho por las aldeas, ¿verdad? —dijo Tiffany.
—No. Ella se concentra en Magik Superior. —Annagramma no era muy atenta
y era muy vanidosa, incluso según la norma de las brujas, pero ahora parecía un
poco menos segura—. Bueno, alguien tiene que hacerlo. No todos podemos
vagabundear por ahí vendando dedos cortados, sabes —agregó—. ¿Hay algún
problema?
—¿Hmm? Oh, no. Estoy segura de que lo harás bien —dijo Tiffany—. Eh... Yo
conozco el lugar, así que si necesitas ayuda, basta con preguntar.
—Oh, estoy segura de que voy a arreglar las cosas a mi gusto —dijo
Annagramma, cuya ilimitada confianza en sí misma no podía quedar aplastada por
mucho tiempo—. Mejor me voy. Por cierto, parece que la comida se está agotando.
Ella desapareció.
Las grandes cubas sobre la mesa de caballete junto a la puerta estaban
efectivamente pareciendo un poco vacías. Tiffany vio una bruja metiendo cuatro
huevos duros en el bolsillo.
—Buenas tardes, Srta. Tick —dijo ella en voz alta.
—Ah, Tiffany —dijo la Srta. Tick sin problemas, dando la vuelta sin el menor
signo de vergüenza—. La Srta. Traición acaba de decirnos lo bien que lo has estado
haciendo aquí.
—Gracias, Srta. Tick
—Ella dice que tienes un buen ojo para los detalles ocultos —continuó la Srta.
Tick.
Como las etiquetas de los cráneos, pensó Tiffany.
—Srta. Tick —dijo—, ¿sabe algo acerca de gente que desea que me haga
cargo de la cabaña?
—Oh, eso está decidido —dijo la Srta. Tick—. Hubo algunas sugerencias de
que fueras tú, puesto que ya estás aquí, pero en realidad, todavía eres joven, y
Annagramma ha tenido mucha más experiencia. Lo siento, pero…
—Eso no es justo, Srta. Tick —dijo Tiffany.
—Ahora, ahora, Tiffany, ése no es el tipo de cosas que dice una bruja —
comenzó la Srta. Tick.
—No quiero decir que no es justo para mí, quiero decir injusto con
Annagramma. Ella va a hacer un lío de esto, ¿verdad?
Sólo por un momento la Srta. Tick pareció culpable. Realmente era un espacio
muy corto de tiempo en verdad, pero Tiffany lo descubrió.
—La Sra. Earwig está segura de que Annagramma hará un trabajo muy bueno
—dijo la Srta. Tick.
—¿Y usted?
—¡Recuerda con quién estás hablando, por favor!
—¡Estoy hablando con usted, Srta. Tick! ¡Esto está... mal! —Los ojos de Tiffany
ardían.
Ella vio movimiento por el rabillo del ojo. Un plato entero de salchichas se
movía a través de la tela blanca a muy alta velocidad.
—Y eso es robar —gruñó ella, saltando atrás de él.
Corrió tras el plato mientras, a unos pocos centímetros por encima del suelo,
éste daba la vuelta a la casa y desaparecía detrás del cobertizo de las cabras. Se
zambulló detrás de él.
Había varios platos sobre las hojas detrás del cobertizo. Había papas,
rebosando mantequilla, y una docena de rollos de jamón, y un montón de huevos
cocidos, y dos pollos cocidos. Todo, menos las salchichas en el plato, que ahora
estaba inmóvil, tenía un aspecto roído.
No había absolutamente ninguna señal de los Feegles. Así fue como supo que
estaban allí. Siempre se escondían de ella cuando sabía que estaba enfadada.
Bueno, esta vez estaba muy enojada. No (mucho) con los Feegles, aunque el
estúpido truco del escondite la puso nerviosa, sino con la Srta. Tick y Yaya Ceravieja
y Annagramma y la Srta. Traición (por morir), y el Forjainviernos mismo (por un
montón de razones que no había tenido tiempo de resolver todavía).
Dio un paso atrás y se quedó en silencio.
Siempre había una sensación de hundirse lentamente y de forma pacífica, pero
esta vez fue como una inmersión en la oscuridad.
Cuando abrió los ojos, sintió como si estuviera mirando a través de las
ventanas en un enorme salón. El sonido parecía venir de muy lejos, y se produjo un
escozor entre sus ojos.
Los Feegles aparecieron de debajo de las hojas, detrás de las ramitas, incluso
de debajo de los platos. Sus voces sonaban como si estuvieran bajo el agua.
—¡Ach, crivens! ¡Ha hecho alguna hagglin grande sobre nosotros!
—¡Ella jamás lo había hecho antes!
Ah, me estoy escondiendo de ustedes, pensó Tiffany. Un poquito de cambio,
¿eh? Hmm, me pregunto si me puedo mover. Dio un paso al costado. Los Feegles
no parecieron verlo.
—¡Ella va a saltar sobre nosotros en cualquier momento! Ooohhh, waily…
¡Ja! Si pudiera caminar hasta Yaya Ceravieja así, quedaría tan impresionada…
La comezón en la nariz de Tiffany iba empeorando, y había una sensación
similar, pero afortunadamente aún no idéntica, a la necesidad de visitar el retrete.
Quería decir: Algo va a suceder pronto, por lo que sería una buena idea estar
preparada para ello.
El sonido de las voces comenzó a ser más claro y puntos azules y púrpura
corrieron a través de su visión.
Y luego fue algo que, si hubiera hecho un ruido, habría sido ¡wwwhamp! Fue
como el estallido que tienes en los oídos después de un vuelo alto en escoba.
Reapareció en medio de los Feegles, provocando el pánico inmediato.
—¡Dejad de robar las carnes del funeral ahora mismo, scuggers pequeñitos! —
gritó.
Los Feegles se detuvieron y la miraron fijamente. Entonces Roba A Cualquiera
dijo: —¿Calcetines sin pies?
Hubo uno de esos momentos —tienes un montón de ellos con los Feegles—
cuando el mundo parece estar enredado y es importante desentrañar el nudo antes
de que pueda ir más allá.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Tiffany.
—Scuggers —dijo Rob A Cualquiera—. Son como los calcetines sin pies en
ellos. Para mantener vuestras piernas calientes, ¿sabeis?
—¿Quieres decir como polainas? —dijo Tiffany.
—Sí, sí, eso sería un nombre muy bueno para ellos, siendo lo que son —dijo
Roba—. El punto a señalar, puede ser que el término que queríais utilizar fuese
“scunners ladrones", que significa…
—… nosotros —dijo Wullie Tonto amablemente.
—Oh. Sí. Gracias —dijo Tiffany en voz baja. Cruzó los brazos y gritó—: ¡Sí,
ustedes scunners ladrones! ¿Cómo se atreven a robar las carnes del funeral de la
Srta. Traición?
—¡Oh, waily waily, es el Cruzar de Brazos, el Cruuuzar de Brazos! —exclamó
Wullie Tonto, cayendo al suelo y tratando de cubrirse con hojas. A su alrededor los
Feegles comenzaron a llorar y se encogían, y Gran Yan comenzó a golpearse la
cabeza contra la pared posterior de la lechería.
—¡Ahora bien, vosotros todos debéis mantener la calma! —gritó Roba A
Cualquiera, dando la vuelta y agitando las manos desesperadamente a sus
hermanos.
—¡Ahí está el Fruncir los Labios! —gritó un Feegle, señalando con el dedo
tembloroso a la cara de Tiffany—. ¡Ella tiene el conocimiento del Fruncir los Labios!
¡La Condena ha venido sobre nosotros!
Los Feegles intentaron correr, pero ya que se encontraban en pánico de nuevo,
sobre todo chocaron unos con otros.
—¡Estoy esperando una explicación! —dijo Tiffany.
Los Feegles se congelaron, y todos los rostros se volvieron hacia Roba A
Cualquiera.
—¿Una Explicación? —dijo, moviéndose con inquietud—. Oh, sí. Una
Explicación. Nae problemo. Una Explicación. Eh... ¿de qué tipo la quieres?
—¿Qué tipo? ¡Sólo quiero la verdad!
—¿Sí? Oh. ¿La verdad? ¿Estás segura? —aventuró Roba con nerviosismo—.
Yo puedo hacer Explicaciones mucho más interesantes que eso…
—¡Afuera con ella! —le espetó Tiffany, golpeando con el pie.
—¡Ach, crivens, el Golpe con el Pie ha comenzado! —se quejó Wullie Tonto—.
¡Va a fulminarnos con la reprimenda en cualquier momento!
Y eso fue todo. Tiffany se echó a reír. No podías mirar un montón de Nac Mac
Feegles asustados y no reír. Eran tan malos en ello. Una palabra fuerte y eran como
una cesta de cachorros asustados, sólo que más apestosos.
Roba A Cualquiera le dio una sonrisa de medio lado.
—Bueno, todas las hags grandes están haciéndolo también — dijo—. ¡La gorda
pequeñita se robó quince rollos de jamón! —añadió con admiración.
—Ésa sería Tata Ogg —dijo Tiffany—. Sí, ella siempre lleva una bolsa de red
en la pierna de sus calzones.
—Ach, éste no es un velatorio apropiado —dijo Roba A Cualquiera—. Deberían
estar cantando y emborrachándose y flexionando las rodillas, no chismorrear por
todos lados.
—Bueno, el chisme es parte de la brujería —dijo Tiffany—. Están comprobando
si todavía están chifladas. ¿Cuál es la flexión de las rodillas?
—El bailar, vos sabéis —dijo Roba—. Las gigas y reels. No es un buen
velatorio a menos que las manos se agiten y los pies se muevan y las rodillas se
flexionen y los kilts vuelen.
Tiffany nunca había visto bailar a los Feegles, pero los había oído. Sonaba
como la guerra, que probablemente era la forma en que terminaba. La parte de los
kilts volando sonaba un poco preocupante, sin embargo, y le recordaba una
pregunta que nunca se había atrevido a hacer hasta ahora.
—Dime... ¿se lleva algo bajo el kilt?
De la forma en que otra vez se mantuvieron en silencio los Feegles, ella tuvo la
sensación de que ésa no era una pregunta que les gustase.
Roba A Cualquiera entornó los ojos. Los Feegles contuvieron la respiración.
—No necesariamente —dijo.
5
La Srta. Traición dice “Strumpet”, que Tiffany confunde con “Trumpet”. Juego de palabras
intraducible. (N. d. T.)
—¿Eso? Oh, es verdad. No hay nada mágico en eso. Es un truco muy viejo.
Cualquier tejedor puede hacerlo. Uno no será capaz de leerlo, sin embargo, sin
saber cómo se ha hecho. —La Srta. Traición suspiró—. Oh, mi tonta gente.
Cualquier cosa que no entiende es por arte de magia. Creen que puedo ver en sus
corazones, pero ninguna bruja puede hacerlo. No sin cirugía, por lo menos. No se
necesita magia para leer sus pequeñas mentes, sin embargo. Los he conocido
desde que eran bebés. ¡Recuerdo cuando sus abuelos eran niños! ¡Ellos piensan
que son tan adultos! Pero siguen siendo no mejores que los bebés en el cajón de
arena, peleando por pasteles de barro. Veo sus mentiras y las excusas y los
temores. Nunca crecen, en realidad. Nunca miran hacia arriba y abren los ojos. Se
quedan niños toda su vida.
—Estoy segura de que la van a extrañar —dijo Tiffany.
—¡Ja! Soy una malvada vieja bruja, niña. ¡Me temían, e hicieron lo que les
decía! Temían a los cráneos de broma y a las historias tontas. Elegí el miedo. Yo
sabía que nunca me amarían por decirles la verdad, así que me aseguré de su
miedo. No, van a estar aliviados al oír que la bruja está muerta. Y ahora te voy a
contar algo de vital importancia. Es el secreto de mi larga vida.
Ah, pensó Tiffany, y se inclinó hacia delante.
—Lo importante —dijo la Srta. Traición—, consiste en mantener el paso del
aire. Debes evitar las frutas y hortalizas bulliciosas. Los frijoles son lo peor, créeme.
—No creo entender —comenzó Tiffany.
—Trata de no tirarte pedos, en pocas palabras.
—¡En pocas palabras me imagino que sería bastante desagradable! —dijo
Tiffany con nerviosismo. Ella no podía creer que se había dicho esto.
—Esto no es cosa de broma —dijo la Srta. Traición—. El cuerpo humano sólo
tiene una cantidad de aire en él. Tienes que hacerlo durar. Un plato de frijoles puede
tomar un año de tu vida. He evitado el bullicio todos mis días. ¡Soy una persona de
edad y eso significa que lo que digo es la sabiduría! —Dio a la desconcertada Tiffany
una mirada severa—. ¿Entiendes, niña?
La mente de Tiffany corría. ¡Todo es una prueba!
—No —dijo—. ¡Yo no soy una niña y eso es una tontería, no sabiduría!
La mirada severa se resquebrajó en una sonrisa.
—Sí —dijo la Srta. Traición—. Un galimatías total. Pero tienes que admitir que
es una historia, de todos modos, ¿no? Definitivamente, ¿te lo creíste, por un
momento? Los aldeanos lo hicieron el año pasado. ¡Deberías haber visto la forma en
que caminaron por un par de semanas! ¡Las miradas en sus caras tensas me
alegraron bastante! ¿Cómo van las cosas con el Forjainviernos? Todo ha ido
tranquilo, ¿verdad?
La pregunta era como un cuchillo afilado en una rebanada de pastel, y llegó tan
de repente que Tiffany quedó sin aliento.
—Me desperté temprano y me pregunté dónde estabas —dijo la Srta. Traición.
Era tan fácil olvidar que ella usaba los oídos y los ojos de otra gente todo el tiempo,
de una manera algo distraída.
—¿Ha visto las rosas? —preguntó Tiffany. Ella no había sentido el cosquilleo
indicador, pero no había tenido exactamente mucho tiempo para nada más que
preocuparse.
—Sí. Cosas finas —dijo la Srta. Traición—. Me gustaría poder ayudarte,
Tiffany, pero yo voy a estar ocupada en otra cosa. Y el romance es un área en la
que no puedo ofrecer muchos consejos.
—¿Romance? —dijo Tiffany, sorprendida.
—La niña Ceravieja y la Srta. Tick tendrán que guiarte —continuó la Srta.
Traición—. Debo decir, sin embargo, que sospecho que ninguna de ellas ha justado
mucho en las lides del amor.
—¿Las lides del amor? —dijo Tiffany. ¡Se estaba poniendo peor!
—¿Sabes jugar al póquer? —preguntó la Srta. Traición.
—¿Perdón?
—Póquer. El juego de cartas. ¿O Sr. Cebolla Tullido? ¿Caza Mi Vecino Hasta
el Pasaje? ¿Debes haberte sentado con muertos y moribundos antes?
—Bueno, sí. ¡Pero nunca he jugado a las cartas con ellos! ¡De todos modos, no
sé cómo se juega!
—Te voy a enseñar. Hay una baraja de cartas en el último cajón de la cómoda.
Ve a buscarla.
—¿Es como un juego de azar? Mi padre me dijo que no hay que jugar.
La Srta. Traición asintió con la cabeza.
—Un buen consejo, mi querida. No te preocupes. La forma en que juego al
póquer no es un juego de azar...
Sí, una podía pasar años tratando de ser una bruja, o podía pagar un montón
de dinero al Sr. Boffo y serlo tan pronto como llegara el cartero.
Fascinada, Tiffany pasaba las páginas. Había cráneos (Que Brilla En La
Oscuridad, $8 extra) y falsas orejas y páginas de narices hilarantes (Horribles Mocos
Colgando gratis en las narices de más de $ 5) y máscaras, como diría Boffo, ¡¡¡En
Abundancia!!! La máscara Nº 19, por ejemplo, era: Bruja Malvada De-Luxe, con Loco
Pelo Grasiento, Dientes Podridos, y Verrugas Peludas (¡¡¡suministradas por
separado, péguelas donde quiera!!!). La Srta. Traición se había abstenido,
obviamente, de comprar una de éstas, posiblemente debido a que la nariz se
parecía a una zanahoria, pero probablemente debido a que la piel era de color verde
brillante. También podría haber comprado las Espeluznantes Manos De Bruja ($ 8 el
par, con la piel verde y uñas pintadas de negro) y Apestosos Pies De Bruja ($ 9).
Tiffany escondió el catálogo de nuevo en el libro. No podía dejarlo para que
Annagramma lo encontrara, o el secreto del Boffo de la Srta. Traición sería
descubierto.
Y eso fue todo: una vida, terminada y pulcramente ordenada. Una cabaña,
limpia y vacía. Una niña, sin saber qué iba a suceder después. Se harían "Arreglos".
Clonk-clank.
Ella no se movió, no miró a su alrededor. Yo no voy a ser Boffo, se dijo. Hay
una explicación para ese el ruido que no tiene nada que ver con la Srta. Traición.
Vamos a ver... yo limpiaba la chimenea, ¿no? Y apoyé el atizador a su lado. Pero a
menos que lo pongas correctamente, siempre se cae, tarde o temprano, de una
manera furtiva. Eso es todo. Cuando me dé vuelta y mire detrás de mí, voy a ver que
el atizador se ha caído y yace en la parrilla, por lo que el ruido no fue causado por
ningún tipo de reloj fantasma.
Se dio la vuelta lentamente. El atizador se hallaba en la parrilla.
Y ahora, pensó, sería una buena idea salir al aire libre. Es un poco triste y
encerrado aquí. Es por eso que quiero salir, porque es triste y encerrado. No es en
absoluto, porque tenga miedo de cualquier ruido imaginario. Yo no soy supersticiosa.
Soy una bruja. Las brujas no somos supersticiosas. Somos acerca de quiénes la
gente es supersticiosa. Yo no me quiero quedar. Me sentía segura aquí cuando ella
estaba viva —era como estar refugiada bajo un enorme árbol—, pero no creo que
sea seguro ya. Si el Forjainviernos hace que los árboles griten mi nombre, bueno,
me taparé los oídos. La casa se siente como que está muriendo y me voy afuera.
No tenía sentido echar llave. La gente del lugar era bastante nerviosa acerca
de entrar, incluso cuando la Srta. Traición estaba viva. Desde luego, no pondrían los
pies en el interior ahora, no hasta que otra bruja hubiera hecho propio el lugar.
Un débil sol, una especie de huevo goteando, se mostraba a través de las
nubes y el viento había soplado lejos la escarcha. Pero un breve otoño se volvía
rápidamente invierno aquí arriba; de ahora en adelante siempre habría olor a nieve
en el aire. Arriba en las montañas, el invierno no se acababa nunca. Incluso en el
verano, el agua de los arroyos era fría como el hielo, al provenir de la nieve
derretida.
Tiffany se sentó en el viejo tocón con su antigua maleta y un saco y esperó a
los Arreglos. Annagramma estaría aquí muy pronto, podría apostarlo.
La cabaña ya parecía abandonada. Parecía como si…
Era su cumpleaños. El pensamiento mismo se abrió paso hacia el frente. Sí,
sería hoy en día. Muerte había acertado. El único gran día del año que era
totalmente suyo, y ella se había olvidado con toda la excitación, y ahora ya habían
pasado más de dos tercios.
¿Alguna vez le dijo a Petulia y a las otras cuándo era su cumpleaños? No
podía recordar.
Trece años de edad. Pero ella había estado pensando en sí misma como "casi
trece" desde hacía meses. Muy pronto estaría en "casi catorce."
Estaba a punto de disfrutar de un poco de autocompasión cuando se produjo
un ruido furtivo detrás de ella. Se volvió tan rápidamente que Horacio el queso saltó
hacia atrás.
—Ah, eres tú —dijo Tiffany—. ¿Dónde has estado, tú much… queso travieso?
¡Estaba muy preocupada!
Horacio parecía avergonzado, pero era muy difícil ver cómo lo lograba.
—¿Vas a venir conmigo? —preguntó ella.
Horacio fue rodeado inmediatamente por una sensación de asentimiento.
—Muy bien. Debes entrar en el saco. —Tiffany lo abrió, pero Horacio se apartó.
—Bueno, si vas a ser un queso travie… —empezó, y se detuvo. Su mano
picaba. Levantó la vista... hacia el Forjainviernos.
Tenía que ser él. Al principio no era más que remolinos de nieve en el aire,
pero mientras avanzaban a través del claro, parecían juntarse, convertirse en
humano, convertirse en un hombre joven con una capa ondeando a sus espaldas y
nieve en el pelo y los hombros. Él no era transparente en esta ocasión, no del todo,
pero algo como unas ondas corría a través de él, y Tiffany pensó que podía ver los
árboles detrás de él, como sombras.
Ella dio unos pocos pasos apresurados hacia atrás, pero el Forjainviernos
cruzaba la hierba seca con la velocidad de un patinador. Podía dar vuelta y correr,
pero eso significaría que estaba, bien, dando vuelta y corriendo, y ¿por qué debería
hacerlo? ¡No había sido ella la que escribía garabatos en las ventanas de la gente!
¿Qué debía decir, qué debía decir?
—Bueno, realmente aprecio que hayas encontrado mi collar —dijo ella,
retrocediendo de nuevo—. Y los copos de nieve y las rosas fueron realmente muy...
fue muy dulce. Pero... no creo que... bueno, que estás hecho de frío y yo no... Yo
soy humana, hecha de materia... humana.
—Tienes que ser ella —dijo el Forjainviernos—. ¡Tú estabas en el baile! Y
ahora está aquí, en mi invierno.
La voz no estaba bien. Sonaba... falsa de alguna manera, como si le hubieran
enseñado al Forjainviernos a pronunciar el sonido de las palabras sin entender lo
que eran.
—Soy una ella —dijo con incertidumbre—. No sé nada sobre “tienes”. Er... por
favor, lo siento mucho sobre el baile, yo no quise, me pareció tan...
Notó que él todavía tenía los mismos ojos de color púrpura-gris. Púrpura-gris,
en un rostro esculpido de niebla congelada. Una cara bonita, también.
—Mira, yo nunca pretendí hacerte pensar… —empezó.
—¿Pretender? —dijo el Forjainviernos, pareciendo asombrado—. Pero
nosotros no pretendemos. ¡Nosotros somos!
—¿Qué... pretendes?
—¡Crivens!
—Oh, no... —murmuró Tiffany mientras los Feegles brotaban de la hierba.
Los Feegles no conocían el significado de la palabra "miedo". A veces Tiffany
deseaba que hubieran leído un diccionario. Luchaban como tigres, luchaban como
demonios, luchaban como gigantes. Lo que no hacían era luchar con algo más de
una cucharada de cerebro.
Atacaron al Forjainviernos con espadas, cabezas y pies, y el hecho de que todo
pasaba a través de él como si fuera una sombra no parecía molestarles. Si un
Feegle dirigía una bota a una pierna brumosa y terminaba pateando su propia
cabeza, era un buen resultado.
El Forjainviernos no les hizo caso, como un hombre que no presta atención a
las mariposas.
—¿Dónde está tu poder? ¿Por qué estás vestida así? —preguntó el
Forjainviernos—. ¡Esto no es como debería ser!
Dio un paso adelante y agarró la muñeca de Tiffany con fuerza, mucha más
fuerza que la que una mano fantasmal debía ser capaz de hacer.
—¡Esto está mal! —gritó. Por encima del claro las nubes se movían
velozmente.
Tiffany trató de apartarse.
—¡Déjame ir!
—¡Tú eres ella! —gritó el Forjainviernos, tirándola hacia él.
Tiffany no supo de dónde vino el grito, pero el golpe vino de su mano,
pensando por sí misma. Pegó a la figura en la mejilla con tanta fuerza que por un
momento la cara fue borrosa, como si se hubiera borroneado una pintura.
—¡No te acerques! ¡No me toques! —gritó
Hubo un destello detrás del Forjainviernos. Tiffany no podía ver claramente a
causa de la niebla helada y sus propia ira y terror, pero algo borroso y oscuro se
movía hacia ellos a través del claro, vacilante y distorsionado como una figura vista a
través de hielo. Se asomó detrás de la figura transparente por un oscuro momento, y
luego se convirtió en Yaya Ceravieja, en el mismo espacio que el Forjainviernos... en
su interior.
Él gritó por un segundo, y estalló en una niebla.
Yaya se tambaleó hacia adelante, parpadeando.
—Urrrgh. Tomará un tiempo sacar el gusto fuera de mi cabeza —dijo—.Cierra
la boca, niña… algo podría volarte adentro.
Tiffany cerró la boca. Algo podría volarle adentro.
—¿Qué... qué hizo con él? —logró decir.
—¡Eso! —replicó Yaya, frotándose la frente—. ¡Es un eso, no un él! ¡Y eso
piensa que es un él! ¡Ahora dame tu collar!
—¡Cómo! ¡Pero es mío!
—¿Crees que quiero discutir? —demandó Yaya Ceravieja—. ¿Dice mi cara
que quiero discutir? ¡Dámelo ahora mismo! ¡No te atrevas a desafiarme!
—No voy sólo…
Yaya Ceravieja bajó la voz y, en un silbido penetrante mucho peor que un grito,
dijo: —Ésa es la forma en que te encuentra. ¿Quieres encontrártelo otra vez? Es
sólo una niebla ahora. ¿Qué tan sólido crees que será?
Tiffany pensó en esa cara extraña, que no se mueve como una verdadera, y
esa voz extraña, poniendo palabras juntas como si fueran ladrillos....
Desabrochó la hebilla de plata y levantó el collar.
Es sólo Boffo, se dijo. Cada palo es una varita mágica, cada charco es una bola
de cristal. Esto es sólo una... una cosa. No la necesito para ser yo.
Sí, la necesito.
—Debes dármelo —dijo Yaya en voz baja—. No puedo tomarlo.
Tendió la mano, con la palma hacia arriba.
Tiffany bajó el caballo en ella y trató de no ver los dedos de Yaya Ceravieja
cerrándose como una garra.
—Muy bien —dijo Yaya, satisfecha—. Ahora tenemos que irnos.
—Usted me estaba mirando —dijo Tiffany de mal humor.
—Durante toda la mañana. Podrías haberme visto si hubieras pensado en
buscar —dijo Yaya—. Pero no hiciste un mal trabajo en el entierro, voy a decir eso.
—¡Hice un buen trabajo!
—Eso es lo que dije.
—No —dijo Tiffany, sin dejar de temblar—. No lo hizo.
—Nunca tuve nada con calaveras y cosas por el estilo —dijo Yaya, haciendo
caso omiso de eso—. Artificiales, en todo caso. Pero la señorita Traición…
Se detuvo y Tiffany vio que miraba a la copa de los árboles.
—¿Es él otra vez? —preguntó ella.
—No —dijo Yaya, como si esto fuera algo decepcionante—. No, es la joven
Srta. Hawkins. Y la Sra. Letice Earwig. No perdieron tiempo, veo. Y la Srta. Traición
apenas enfriándose. —Resopló—. Algunas personas podrían tener la decencia de
no arrebatar.
Las dos escobas aterrizaron un poco más lejos. Annagramma parecía nerviosa.
La Sra. Earwig se veía como siempre: alta, pálida, muy bien vestida, llevaba muchas
joyas ocultistas y una expresión que decía que estaba un poco molesta, pero estaba
siendo lo suficientemente amable para no demostrarlo. Y ella siempre miraba a
Tiffany, cuando se molestaba en mirarla, como si Tiffany fuera una especie de
extraña criatura que ella no entendía del todo.
La Sra. Earwig siempre era cortés con Yaya, de una manera formal y fría. Eso
ponía loca a Yaya Ceravieja, pero ésa era la manera de las brujas. Cuando en
realidad no se gustaban una a la otra, eran tan corteses como duquesas.
Cuando las otras dos se acercaron, Yaya hizo una profunda reverencia y se
quitó el sombrero. La Sra. Earwig hizo lo mismo, sólo que la reverencia fue un poco
más baja.
Tiffany vio a Yaya mirar y luego inclinarse aún más bajo, alrededor de una
pulgada.
La Sra. Earwig consiguió ir media pulgada más abajo.
Tiffany y Annagramma intercambiaron una mirada desesperada sobre las
esforzadas espaldas. A veces este tipo de cosas podía continuar durante horas.
Yaya Ceravieja lanzó un gruñido y se enderezó. Lo mismo hizo la Sra. Earwig,
con la cara roja.
—Las bendiciones sean con nuestra reunión —dijo Yaya con voz tranquila.
Tiffany hizo una mueca. Ésa era una declaración de hostilidades. Los gritos y
pinchazos con los dedos eran argumentos de bruja perfectamente ordinarios, pero
hablar con cuidado y calma era una guerra abierta.
—¡Qué amable de su parte recibirnos! —dijo la Sra. Earwig—. ¿Espero verla
en buen estado de salud?
—Sigo bien, Srta. Ceravieja. —Annagramma cerró los ojos. Eso era una patada
en el estómago, según las normas de las brujas.
—Es Señora Ceravieja, Sra. Earwig —dijo Yaya—. ¿Como creo que usted
sabía?
—Pues sí. Por supuesto que sí. Lo siento mucho. —Habiendo pasado estos
golpes despiadados, Yaya siguió—: Confío en que la Srta. Hawkins encontrará todo
a su gusto.
—Estoy segura de que… —la Sra. Earwig miró a Tiffany, su rostro una
pregunta.
—Tiffany —dijo Tiffany amablemente.
—Tiffany. Por supuesto. ¡Qué nombre tan bonito...! Estoy segura de que Tiffany
ha hecho lo mejor —dijo la Sra. Earwig—. Sin embargo, vamos a confesar y
consagrar la cabaña, en caso de... influencias.
¡Ya fregué, y fregué todo!, pensó Tiffany.
—¿Influencias? —dijo Yaya Ceravieja. Ni siquiera el Forjainviernos podría
haber logrado una voz tan helada.
—Y vibraciones inquietantes —dijo la Sra. Earwig.
—Oh, yo sé sobre eso —dijo Tiffany—. Es la tabla del suelo suelta en la cocina.
Si pisas sobre ella, hace que la cómoda oscile.
—Se ha hablado de un demonio —dijo la Sra. Earwig, gravemente haciendo
caso omiso de esto—. Y... cráneos.
—Pero… —comenzó Tiffany, y la mano de Yaya le apretó el hombro con tanta
fuerza que se detuvo.
—Oh, cielos —dijo Yaya, sin soltar la presa—. Cráneos, ¿eh?
—Hay algunas historias muy inquietantes —dijo la Sra. Earwig, observando a
Tiffany—. De la más oscura naturaleza, Sra. Ceravieja. Creo que la gente en esta
granja ha sido muy mal servida, por cierto. Las fuerzas oscuras se han
desencadenado.
Tiffany quería gritar: ¡No! ¡Era todas historias! ¡Todo era Boffo! ¡Ella velaba por
ellos! ¡Detenía sus discusiones estúpidas, se acordaba de sus leyes, regañaba su
estupidez! ¡No podría haberlo hecho si no era más que una anciana frágil! ¡Tenía
que ser un mito! Pero el apretón de Yaya mantuvo su silencio.
—Hay fuerzas extrañas que están sin duda trabajando —dijo Yaya Ceravieja—.
Le deseo lo mejor en sus esfuerzos, Sra. Earwig. ¿Si usted me perdona?
—Por supuesto, Seño… ra Ceravieja. Quieran las buenas estrellas asistirla.
—Que sea el camino más lento para acompañar sus pies —dijo Yaya. Dejó de
apretar a Tiffany tan fuerte pero sin embargo casi la arrastró por el costado de la
cabaña. La última escoba de la Srta. Traición estaba apoyada contra la pared.
—¡Ata tus cosas cuanto antes! —ordenó—. ¡Tenemos que movernos!
—¿Va a volver? —preguntó Tiffany, luchando para atar el saco y la vieja
maleta a las cerdas
—Todavía no. No pronto, creo. Pero te buscará. Y será más fuerte. ¡Peligroso
para ti, creo, y para los que te rodean! ¡Tienes mucho que aprender! ¡Tienes mucho
que hacer!
—¡Le agradecí! ¡Intenté ser amable con él! ¿Por qué sigue interesado en mí?
—A causa del Baile —dijo Yaya.
—¡Lamento eso!
—No es suficiente. ¿Qué sabe una tormenta del dolor? Debes hacer las paces.
¿De verdad piensas que el espacio estaba allí para ti? ¡Oh, esto es tan enredado!
¿Cómo están tus pies?
Tiffany, enfadada y desconcertada, se detuvo con una pierna a la mitad sobre
el palo.
—¿Mis pies? ¿Qué pasa con mis pies?
—¿Te pican? ¿Qué sucede cuando te quitas las botas?
—¡Nada! ¡Sólo veo mis calcetines! ¿Qué tienen mis pies que ver con nada?
—Vamos a averiguarlo —dijo Yaya, exasperante—. Ahora, vamos.
Tiffany trató de que el palo levantara, pero apenas se separó del pasto muerto.
Miró a su alrededor. Las cerdas estaban cubiertas con Nac Mac Feegles.
—No nos tengáis en cuenta —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Nos agarraremos
fuerte!
—Y no vayáis a hacerlo demasiado lleno de baches, porque siento como que la
tapa de mi cabeza se sale —dijo Wullie Tonto.
—¿Nos darán comidas en este vuelo? —dijo Gran Yan—. Estoy listo para una
pequeña bebida.
—¡No puedo llevarlos a todos! —dijo Tiffany—. ¡Yo ni siquiera sé adónde voy!
Yaya Ceravieja miró a los Feegles.
—Van a tener que caminar. Estamos viajando a la Ciudad de Lancre. La
dirección es Tir Nani Ogg, La Plaza.
—Tir Nani Ogg —dijo Tiffany—. ¿No es eso…?
—Eso significa Lugar de Tata Ogg —dijo Yaya, cuando los Feegles
desaparecieron de la escoba—. Estarás segura allí. Bueno, más o menos. Pero
debemos hacer un alto en el camino. Tenemos que poner ese collar tan lejos de ti
como sea posible. ¡Y yo sé cómo hacerlo! ¡Oh, sí!
Los Nac Mac Feegle corrían por el bosque por la tarde. La fauna local se había
enterado de los Feegles, por lo que las criaturas del bosque se habían zambullido en
sus madrigueras o subido a lo alto de los árboles, pero después de un rato Gran Yan
hizo un alto y dijo:
—¡Hay algo siguiéndonos!
—No seas tonto —dijo Roba A Cualquiera—. ¡No ha quedado nada en estos
bosques tan loco como tae cazar Feegles!
—Yo sé lo que estoy sintiendo —dijo Gran Yan obstinadamente—. Lo puedo
sentir en mi agua. ¡Hay algo que nos sigue en este momento!
—Bueno, yo no voy tae a discutir con el agua de un hombre —dijo Roba,
cansado—. ¡Muy bien, muchachos, extiéndanse en un círculo grande!
Las espadas desenvainadas, los Feegles se dispersaron, pero después de
unos minutos hubo un murmullo general. No había nada que ver, nada que oír.
Algunos pájaros cantaban, a una distancia segura. Paz y tranquilidad, inusual en las
proximidades de Feegles, por todas partes.
—Lo siento, Gran Yan, pero estoy pensando que vuestra agua no dio en el
botón de este momento —dijo Roba A Cualquiera.
Fue en este punto que Horacio el queso cayó de una rama sobre su cabeza.
Mucha agua corría bajo el puente grande en Lancre, pero desde aquí arriba
apenas se podía ver por el rocío proveniente de las cascadas un poco más adelante,
rocío que se cernía en el aire helado. Había agua turbulenta por todos lados a través
de la profunda garganta, y luego el río saltaba en una cascada, como un salmón, y
golpeaba las llanuras de abajo como una tormenta. Desde la base de las cataratas
se podría seguir el río hasta más allá de la Creta, pero se movía en anchas curvas
perezosas, y era más rápido volar en línea recta.
Tiffany había volado hasta arriba sólo una vez, cuando la Srta. Level la había
traído por primera vez a las montañas. Desde entonces había tomado siempre el
camino largo abajo, cruzando justo por encima de la zigzagueante carretera de
coches. Volar sobre la orilla de ese torrente furioso en una caída repentina llena de
aire frío y húmedo y luego apuntar el palo casi directamente hacia abajo estaba
bastante alto en su lista de cosas que ella nunca tendría la intención de hacer,
nunca.
Ahora Yaya Ceravieja estaba en el puente, con el caballo de plata en la mano.
—Es la única manera —dijo—. Va a terminar en el fondo del mar profundo.
¡Que la busque el Forjainviernos allí!
Tiffany asintió con la cabeza. No lloraba, que no es lo mismo que, bueno, no
llorar. La gente camina alrededor no llorando todo el tiempo y sin pensar en ello en
absoluto. Pero ahora, ella lo hizo. Pensó: No estoy llorando...
Tenía sentido. Por supuesto que tenía sentido. ¡Todo era Boffo! Cada palo es
una varita mágica, cada charco es una bola de cristal. Nada tenía ningún poder que
no hubieras puesto allí. Amaños y cráneos y varitas... eran como palas y cuchillos y
anteojos. Eran como... palancas. Con una palanca se podía levantar una roca
grande, pero la palanca no hacía ningún trabajo.
—Tiene que ser tu elección —dijo Yaya—. No puedo hacerlo por ti. Pero es
una cosa pequeña, y mientras la tengas, puede resultar peligroso.
—Usted sabe, yo creo que él no quería hacerme daño. Sólo estaba molesto —
dijo Tiffany.
—¿En serio? ¿Quieres verlo molesto de nuevo?
Tiffany pensó en esa cara extraña. Había habido la forma de un ser humano allí
—más o menos—, pero era como si el Forjainviernos hubiera oído hablar de la idea
de un ser humano, pero no hubiera encontrado todavía la manera de hacerlo
funcionar.
—¿Usted piensa que va a dañar a otras personas? —preguntó.
—Él es el Invierno, niña. No es todo lindos copos de nieve, ¿entiendes?
Tiffany le tendió la mano.
—Démelo de nuevo, por favor.
Yaya se lo entregó con un encogimiento de hombros.
Yacía en la mano de Tiffany, sobre la extraña cicatriz blanca. Fue lo primero
que había recibido que no era útil, que no tenía que hacer algo.
Yo no necesito esto, pensó. Mi poder viene de la Creta. ¿Pero es que la vida va
a ser así? ¿Nada que no sea necesario?
—Tenemos que atarlo a algo liviano —dijo en una voz sin emoción—. De lo
contrario, se quedará atrapado en el fondo
Después de escarbar en la hierba cerca del puente, encontró un palo y envolvió
la cadena de plata alrededor.
Era mediodía. Tiffany había inventado la palabra medioluz porque le gustaba el
sonido. Cualquiera podía ser una bruja a la medianoche, había pensado, pero
tendría que ser muy buena para ser una bruja a medioluz.
Buena en ser bruja, de todos modos, pensó cuando se dirigía hacia el puente.
No buena en ser una persona feliz.
Tiró el collar desde el puente.
No hizo una gran cosa de eso. Hubiera sido bueno decir que el caballo de plata
brillaba a la luz, que pareció flotar en el aire por un momento antes de la larga caída.
Tal vez lo hizo, pero Tiffany no miró.
—Bien —dijo Yaya Ceravieja.
—¿Está todo terminado ahora? —preguntó Tiffany.
—¡No! Bailaste en una historia, chica, una que se cuenta al mundo cada año.
Es el Relato sobre hielo y fuego, Verano e Invierno. Lo hiciste mal. Tienes que
permanecer hasta el final y asegurarte de que resulte bien. El caballo está sólo
comprándote tiempo, eso es todo.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé. Esto no ha sucedido antes. Tiempo para pensar, al menos. ¿Cómo
están tus pies?
Esa noche, Tiffany se sentó en el borde de la cama nueva, con las nubes del
sueño creciendo en su cerebro como nubes de tormenta, bostezó y se quedó
mirándose los pies.
Eran rosados, y tenía cinco dedos cada uno. Eran pies bastante buenos,
teniendo en cuenta las circunstancias.
Normalmente cuando la gente te conocía, decían cosas como "¿Cómo estás?"
Tata Ogg acababa de decir:
—Vamos adentro ¿Cómo están tus pies?
De repente todo el mundo estaba interesado en sus pies. Por supuesto, los
pies son importantes, pero, ¿qué esperaba la gente que pase con ellos?
Los balanceó de un lado a otro en los extremos de sus piernas. No hicieron
nada extraño, así que se metió en la cama.
No había dormido bien durante dos noches. No había realmente entendido eso
hasta que ella llegó a Tir Nani Ogg, cuando su cerebro había comenzado a girar
espontáneamente. Había hablado con la señora Ogg, pero era difícil recordar sobre
qué. Las voces habían golpeado en sus oídos. Ahora, por fin, no tenía nada que
hacer, más que dormir.
Era una buena cama, la mejor en la que nunca había dormido. Era la mejor
habitación que había tenido, a pesar de que había estado demasiado cansada para
explorarla. Las brujas no se preocupaban mucho por la comodidad, especialmente
en los dormitorios extra, pero Tiffany había crecido en una cama antigua, donde los
resortes hacían gloing cada vez que se movía, y con cuidado podía conseguir que
tocaran un tema musical.
Este colchón era grueso y resistente. Ella se hundió como si fuera una muy
suave, muy tibia y muy lenta arena movediza.
El problema es que puedes cerrar los ojos pero no puedes cerrar tu mente.
Mientras yacía en la oscuridad, ésta garabateaba imágenes dentro de su cabeza, de
relojes que hacían clonk-clank, de copos de nieve con la forma de ella, de la Srta.
Traición caminando por el bosque durante la noche, en busca de gente mala, con la
amarilla uña del pulgar lista.
Mito Traición…6
Ella flotaba a través de estas memorias mezcladas en la blancura mate. Pero
las cosas se pusieron más brillantes, y mostraron detalles, pequeñas zonas de negro
y gris. Empezaron a moverse suavemente de lado a lado....
Tiffany abrió los ojos, y todo quedó claro. Ella estaba de pie en un... un bote,
no, un velero grande. Había nieve en las cubiertas, y colgaban carámbanos de las
cuerdas. Estaba navegando en la luz color-del-agua-de-lavado de la madrugada, en
un silencioso mar gris lleno de hielos flotantes y de nubes de niebla. El aparejo
crujía, el viento en las velas suspiraba. No había nadie a la vista.
Ah. Esto parece ser un sueño.
—Déjame salir, por favor —dijo una voz familiar.
—¿Quién eres? —dijo Tiffany.
—Tú. Tose, por favor.
Tiffany pensó: Bueno, si esto es un sueño... y tosió.
Una figura creció de la nieve en la cubierta. Era ella, y estaba mirando a su
alrededor, pensativa.
—¿Tú eres yo también? —preguntó Tiffany. Curiosamente, aquí en la cubierta
congelada, no parecía, bien, extraño.
—Hmm. Oh, sí —dijo la otra Tiffany, sin dejar de mirar fijamente las cosas—.
Yo soy tus Terceros Pensamientos. ¿Te acuerdas? ¿La parte de ti que nunca deja
de pensar? ¿La partecita que te avisa de los pequeños detalles? Es bueno estar en
el aire fresco. Hmm.
—¿Hay algo mal?
—Bueno, es evidente que parece ser un sueño. Si quieres mirar, verás que el
timonel en impermeable amarillo allí al timón es el Jolly Sailor de las envolturas del
tabaco que Yaya Doliente solía fumar. Él siempre viene a nuestra mente cuando
pensamos en el mar, ¿verdad?
6
El autor hace un juego de palabras intraducible, entre “Miss” y “Myth” (N. d. T.)
Tiffany miró a la figura con barba, que le dirigió un alegre saludo.
—¡Sí, ciertamente es él! —dijo
—Pero yo no creo que éste sea nuestro sueño, exactamente —dijo Terceros
Pensamientos—. Es demasiado... real.
Tiffany se agachó y recogió un puñado de nieve.
—Se siente real —dijo—. Se siente frío. —Hizo una bola de nieve y la arrojó a
sí misma.
—Realmente desearía que yo no hiciera eso —dijo la otra Tiffany, cepillando la
nieve de su hombro—. Pero ¿ves lo que quiero decir? Los sueños nunca son tan...
nosoñados como éste.
—Sé lo que quiero decir —dijo Tiffany—. Creo que va a ser real y, a
continuación algo raro aparece.
—Exactamente. No me gusta nada. Si esto es un sueño, algo horrible va a
pasar...
Miraron por delante de la nave. Había un banco de niebla triste y sucia,
extendido sobre el mar.
—¡Hay algo en la niebla! —dijeron las Tiffanys juntas.
Se dieron la vuelta y se escabulleron por la escalera hacia el hombre al timón.
—¡Manténgase alejado de la niebla! ¡Por favor, no se acerque a ella! —gritó
Tiffany.
El Jolly Sailor se sacó la pipa de la boca y miró desconcertado.
—¿Un Buen Fumar En Cualquier Clima? —dijo a Tiffany.
—¿Qué?
—¡Es todo lo que puede decir! —dijo Terceros Pensamientos, agarrando el
timón—. ¿Te acuerdas? ¡Eso es lo que dice en la etiqueta!
El Jolly Sailor la apartó suavemente.
—Un Buen Fumar En Cualquier Clima —dijo con dulzura—. En Cualquier
Clima.
—Mira, lo único que queremos —comenzó Tiffany, pero Terceros
Pensamientos, sin decir palabra, puso una mano en su cabeza y la hizo girar.
Algo estaba saliendo de la niebla.
Se trataba de un témpano, uno grande, por lo menos cinco veces mayor que el
buque, tan majestuoso como un cisne. Era tan grande que estaba causando su
propio clima. Parecía moverse lentamente; había agua turbulenta alrededor de su
base. La nieve caía a su alrededor. Serpentinas de niebla se arrastraban detrás de
él.
La pipa de Jolly Sailor cayó de su boca cuando miró.
—¡Un Buen Fumar! —juró.
El témpano era Tiffany. Era una Tiffany de cientos de pies de altura, formada
de brillante hielo verde, pero todavía era una Tiffany. Había aves marinas posadas
en su cabeza.
—¡No puede ser que el Forjainviernos haga esto! —dijo Tiffany—. ¡Tiré el
caballo lejos! —Se puso las manos en la boca y gritó: —¡TIRÉ EL CABALLO LEJOS!
Su voz hizo eco en la figura de hielo que se avecinaba. Algunas aves volaron
de la enorme cabeza fría, gritando. Detrás de Tiffany, el timón de la nave giraba. El
Jolly Sailor estampó un pie y señaló a las velas blancas por encima de ellos.
—¡Un Buen Fumar En Cualquier Clima! —ordenó.
—¡Lo siento, no sé lo que quieres decir! —dijo Tiffany desesperadamente.
El hombre señaló a las velas e hizo frenéticos movimientos tirando con las
manos.
—¡Un Buen Fumar!
—¡Lo siento, no te entiendo!
El marinero soltó un bufido y corrió hacia una cuerda, que tiró con mucha prisa.
—Se ha puesto raro —dijo Terceros Pensamientos en voz baja.
—Bueno, sí, creo que un enorme témpano con mi forma es…
—No, eso es sólo extraño. Esto es raro —dijo Terceros Pensamientos—.
Tenemos pasajeros. Mira —señaló.
Abajo en la cubierta principal había una fila de trampillas con grandes rejas de
hierro sobre ellas; Tiffany no las había notado antes.
Las manos, cientos de ellas, pálidas como raíces debajo de un tronco, a tientas
y saludando, empujaban a través de las rejas.
—¿Pasajeros? —susurró Tiffany con horror—. Oh, no...
Y luego empezaron los gritos. Hubiera sido mejor, pero no mucho mejor, si
hubieran sido gritos de "¡Ayuda! y "Sálvanos", pero estaban sólo gritando y llorando,
sólo sonidos de gente en el dolor y el miedo…
¡No!
—Vuelve dentro de mi cabeza —dijo con gravedad—. Es demasiada
distracción tenerte corriendo al aire libre. Ahora mismo.
—Voy a caminar detrás de ti —dijo Terceros Pensamientos—. Entonces, no
parecerá tan…
Tiffany sintió una punzada de dolor, y un cambio en su mente, y pensó: Bueno,
supongo que podría haber sido mucho más desordenado.
Está bien. Déjame pensar. Deja que toda yo piense.
Miró las manos desesperadas, ondeando como la hierba bajo el agua, y pensó:
estoy en algo parecido a un sueño, pero creo que no es mío. Estoy en un barco, y
nos va a matar un témpano que es una figura mía gigante.
Creo que me gustaba más cuando era copos de nieve....
¿De quién es este sueño?
—¿Qué es esto, Forjainviernos? —preguntó, y sus Terceros Pensamientos, de
vuelta donde debían estar, comentaron: Es increíble, incluso puedes ver tu propio
aliento en el aire.
—¿Es esto una advertencia? —gritó Tiffany—. ¿Qué quieres?
A ti para mi novia, dijo el Forjainviernos. Las palabras acaban de llegar a su
memoria.
Tiffany hundió los hombros.
Sabes que esto no es real, dijeron sus Terceros Pensamientos. Pero puede ser
la sombra de algo real....
No debería haber dejado a Yaya Ceravieja enviar a Roba A Cualquiera lejos…
—¡Crivens! Sacudan la madera —gritó una voz detrás de ella. Y luego estaba
el clamor de siempre:
—¡Es “maderas”, vosotros tontos!
—¿Sí? ¡Pero sólo puedo encontrar una!
—¡Empalmen el tablón grande! ¡Wullie Tonto acaba de caer en el agua!
—¡El gran budín! ¡Yo le dije, el parche en un solo ojo!
—Con un yo hoho y un ho yoyo…7
Los Feegles brotaron de la cabina detrás de Tiffany, y Roba A Cualquiera se
detuvo frente a ella mientras el resto pasaba. La saludó
—Sentimos llegar un poco pequeñito tarde, pero tuvimos que encontrar los
parches negros— dijo—. Hay tal cosa como el estilo, ¿sabéis?
Tiffany se quedó sin habla, pero sólo por un momento. Señaló.
—¡Tenemos que parar este barco antes de golpear ese témpano!
—¿Sólo eso? ¡Nae problemo! —Roba miró más allá de ella a la giganta de
hielo que se avecinaba y sonrió—.Tiene vuestra nariz muy parecida, ¿eh?
—¡Sólo tienes que pararlo! ¿Por favor? —suplicó Tiffany.
—¡Sí-sí! ¡Vamos, muchachos!
Observar el trabajo de los Feegles era como ver a las hormigas, salvo que las
hormigas no usaban kilts ni gritaban "¡Crivens!" todo el tiempo. Tal vez fue porque
podían hacer que una palabra hiciera tanto trabajo, que no parecían tener ningún
problema en absoluto con las órdenes del Jolly Sailor. Pululaban por la cubierta.
Misteriosa cuerdas fueron retiradas. Las velas se movían y agitaban a un coro de
"Un Buen Fumar" y "¡Crivens!
Ahora el Forjainviernos quiere casarse conmigo, pensó Tiffany. Oh, cielos.
Había veces en que se preguntaba si había de casarse un día, pero había
determinado que ahora era demasiado pronto para "un día". Sí, su madre se había
casado cuando tenía todavía catorce años, pero era el tipo de cosas que ocurrían en
los viejos tiempos. Había un montón de cosas por hacer antes de que Tiffany se
casara, ella lo tenía muy claro.
7
Una canción de piratas (N. d. T.)
Además, cuando una piensa en eso... puaj. Él ni siquiera era una persona.
Sería demasiado…
¡Tud!, hizo el viento en las velas. El barco crujía y se inclinaba, y todo el mundo
le gritaba. La mayoría de ellos gritaba:
—¡El timón! ¡Agarra el timón ahora! —aunque también hubo un desesperado—
¡Un Buen Fumar En Cualquier Clima!
Tiffany se volvió para ver el timón que giraba en forma borrosa. Intentó
agarrarlo, y le golpeó los dedos con los rayos, pero había un trozo de cuerda
enrollada cerca y se las arregló para lazar el timón y halarlo a un alto sin resbalar
demasiado por la cubierta. Después, agarró el timón y trató de girarlo en sentido
contrario. Era como empujar una casa, pero se movió, muy lentamente al principio y
luego más rápido mientras ella ponía la espalda en eso.
El barco dio la vuelta. Podía sentirlo en movimiento, comenzando a dirigirse un
poco lejos del témpano, y no directamente a él. ¡Bueno! ¡Las cosas estaban saliendo
bien al fin! Ella giró el timón un poco más, y ahora la enorme pared fría pasaba
deslizándose, llenando el aire de niebla. Todo iba a estar bien después de la…
El barco golpeó el témpano.
Comenzó con un simple ¡Crac! cuando un mástil quedo atrapado en un
afloramiento, pero luego se rompieron los demás cuando el buque raspó a lo largo
del hielo. Luego hubo algunos ruidos agudos como de astillas cuando el buque
continuaba destrozándose, y fueron disparados pedazos de tabla a las columnas de
agua espumosa. El tope de un mástil se rompió, arrastrando las velas y los aparejos
con él. Un trozo de hielo cayó sobre la cubierta a unos pocos metros de Tiffany,
bañándola con agujas.
—¡Así no es cómo se supone que debe suceder! —jadeó, aferrándose al timón.
Cásate conmigo, dijo el Forjainviernos.
Las aguas turbulentas rugían a través de la nave naufragada. Tiffany se
mantuvo por un momento más, luego el oleaje frío la cubrió... excepto que de
repente no era fría, sino caliente. Pero todavía contenía la respiración. En la
oscuridad, ella trató de abrirse camino a la superficie, hasta que la negrura se hizo
de pronto de lado, sus ojos se llenaron de luz, y una voz dijo:
—Estoy segura de que estos colchones son demasiado blandos, pero no se
puede decir nada a la Sra. Ogg
Tiffany parpadeó. Estaba en la cama, y una mujer delgada con el pelo
preocupado y una nariz roja estaba junto a ella.
—Estabas dando vueltas como loca —dijo la mujer, poniendo una taza
humeante en la mesita junto a la cama—. Un día alguien se sofocará, recuerda mis
palabras.
Tiffany parpadeó de nuevo. Se supone que debo pensar: Oh, fue sólo un
sueño. Pero no fue sólo un sueño. No mi sueño.
—¿Qué hora es? —alcanzó a decir.
—Como las siete —dijo la mujer.
—¡Las siete! —Tiffany apartó las sábanas—. ¡Tengo que levantarme! ¡La Sra.
Ogg querrá el desayuno!
—No lo creo. Se lo llevé a la cama no hace diez minutos —dijo la mujer,
echando una mirada a Tiffany—. Y yo estoy fuera de casa—. Resopló—. Tómate el
té antes de que se enfríe—. Y con eso se marchó hacia la puerta.
—¿Está enferma la Sra. Ogg? —preguntó Tiffany, buscando por todas partes
sus calcetines. Nunca había oído hablar de alguien que no fuera muy viejo o muy
enfermo comiendo en la cama.
—¿Enferma? No creo que haya estado enferma un día en su vida —dijo la
mujer, llegando a sugerir que en su opinión no era equitativo. Cerró la puerta.
Incluso el suelo del dormitorio era suave… no alisado por centenares de pies
que habían gastado las tablas y quitado todas las astillas, sino porque alguien lo
había lijado y barnizado. Los pies descalzos de Tiffany se pegaron un poco. No
había polvo a la vista, ni telarañas. La habitación era brillante y fresca y exactamente
diferente de cómo debía ser cualquier habitación en la cabaña de una bruja.
—Voy a vestirme —dijo al aire—. ¿Hay algun Feegle aquí?
—¡Ach, no! —dijo una voz desde abajo de la cama.
Hubo algunos susurros frenéticos y la voz dijo:
—Eso es tae decir, casi no hay uno de nosotros aquí.
—Entonces, cierra tus ojos —dijo Tiffany.
Se vistió, tomando sorbos ocasionales del té mientras lo hacía. ¿Té llevado a tu
cama cuando no estabas enferma? ¡Ese tipo de cosas les pasaban a los reyes y las
reinas!
Y entonces se dio cuenta del moretón en los dedos. No dolía nada, pero la piel
era de color azul adonde el timón de la nave había golpeado. Bien...
—¿Feegles? —dijo.
—Crivens, no nos engañareis una segunda vez —dijo la voz desde debajo de
la cama.
—¡Sal aquí donde pueda verte, Wullie Tonto! —ordenó Tiffany.
—Es hagglin real, señorita, la forma en que vos siempre sabéis que soy yo.
Después de algunos susurros urgentes más, Wullie Tonto —pues era él— salió
en tropel con dos Feegles más y Horacio el queso.
Tiffany se quedó mirando. Muy bien, era un queso azul, por lo que era casi del
mismo color que un Feegle. Y se comportaba como un Feegle, sin duda. ¿Por qué,
sin embargo, tenía una tira de sucio tartán Feegle a su alrededor?
—Él nos encontró —dijo Wullie Tonto, poniendo su brazo alrededor de la mayor
cantidad de Horacio que le fue posible—. ¿Puedo quedármelo? ¡Él entiende cada
palabra que digo!
—Eso es increíble, porque yo no lo hago —dijo Tiffany—. Mira, ¿estábamos en
un naufragio anoche?
—Oh, sí. De algún tipo.
—¿De algún tipo? ¿Era real o no?
—Oh, sí —dijo el Feegle nerviosamente.
—¿Sí, qué? —insistió Tiffany.
—Un poco real, y un poco no real, de una manera realmente irreal —dijo Wullie
Tonto, retorciéndose un poco—. No tengo el conocimiento de las palabras correctas.
—¿Están todos los Feegles bien?
—Oh, sí, señorita —dijo Wullie Tonto, iluminándose—. Nae problemo. Era sólo
un barco de ensueño en un mar de ensueño, después de todo.
—¿Y un témpano de ensueño? —dijo Tiffany.
—Ach, no. El témpano era real, señora.
—¡Ya me lo imaginaba! ¿Estás seguro?
—Sí. Somos buenos en el conocimiento de cosas por el estilo —dijo Wullie
Tonto—. Eso es así, ¿eh, muchachos? —Los otros dos Feegles, con el asombro
total de estar en la presencia de la gran hag pequeñita sin la seguridad de cientos de
hermanos que les rodeasen, asintieron con la cabeza a Tiffany y trataron luego de
esconderse uno detrás del otro.
—¿Un verdadero témpano con mi forma está a la deriva en el mar? —dijo
Tiffany con horror—. ¿Poniéndose en el camino de las naves?
—Sí. Podría ser —dijo Wullie Tonto.
—¡Me voy a meter en tantos problemas! —dijo Tiffany, poniéndose de pie.
Hubo un ruido seco, y el extremo de una de las tablas del suelo saltó fuera del
piso y quedó allí, balanceándose arriba y abajo con el ruido de una mecedora. Había
arrancado dos largos clavos.
—Y ahora esto —dijo Tiffany débilmente. Pero los Feegles y Horacio habían
desaparecido.
Detrás de Tiffany alguien se echó a reír, aunque fue tal vez más una sonrisa,
profunda y real y con sólo una insinuación de que tal vez alguien había dicho una
broma grosera.
—Esos diablillos no pueden correr a medias, ¿eh? —dijo Tata Ogg, entrando
tranquilamente en la habitación—. Ahora bien, Tiff, quiero que des la vuelta poco a
poco y vayas a sentarte en la cama con los pies que no toquen el suelo. ¿Puedes
hacer eso?
—Por supuesto, Sra. Ogg —dijo Tiffany—. Mire, lo siento.
—Caa, ¿qué es una tabla del piso más o menos? —dijo Tata Ogg—. Estoy
mucho más preocupada por Esme Ceravieja. ¡Ella dijo que podría pasar algo como
esto! Ja, ella tenía razón y la Srta. Tick estaba equivocada! ¡No habrá vivir con ella
después de esto! ¡Tendrá la nariz tan alta en el aire, que sus pies no tocarán el
suelo!
Con un sonido de ¡spioioioiiing!, surgió otra tabla.
—Y podría ser una buena idea que los tuyos tampoco, señorita —añadió Tata
Ogg—. Vuelvo en medio tic.
Eso resultó ser veintisiete segundos, cuando Tata regresó con un par de
pantuflas de color rosa violento con conejitos en ellas.
—Mi segundo mejor par —dijo mientras, detrás de ella, una placa hizo ¡plunk! y
lanzó cuatro clavos grandes a la pared del fondo. En las tablas que ya habían
surgido empezaban a brotar lo que se parecía mucho a hojas. Eran delgadas y
herbáceas, pero hojas era lo que eran.
—¿Soy yo haciendo esto? —preguntó Tiffany nerviosa.
—Me atrevería a decir que Esme querrá contarte sobre todo esto ella misma —
dijo Tata, metiendo los pies de Tiffany en las pantuflas—. Pero lo que tienes aquí,
señorita, es un caso grave de Ped Fecundis. —En la trastienda de la memoria de
Tiffany. el Dr. Sensibilidad Bustle, DM Phil., B. El L., se agitó en el sueño por un
momento y se hizo cargo de la traducción.
—¿Pies fértiles? —preguntó Tiffany
—¡Bien hecho! No esperaba que sucediera algo así a las tablas, fíjate, pero
tiene sentido, cuando se piensa en ello. Están hechas de madera, después de todo,
así que están tratando de crecer.
—¿Sra. Ogg? —dijo Tiffany.
—¿Sí?
—¿Por favor? ¡No tengo ni idea de lo que está diciendo! ¡Mantengo mis pies
muy limpios! ¡Y creo que soy un témpano gigante!
Tata Ogg le lanzó una lenta y amable mirada. Tiffany la miró a los ojos oscuros
y brillantes. No trates de engañarla o de obtener nada a cambio de esos ojos, dijeron
sus Terceros Pensamientos. Todo el mundo dice que ella ha sido la mejor amiga de
Yaya Ceravieja desde que eran niñas. Y eso significa que bajo todas esas arrugas
debe haber nervios de acero.
—La tetera está abajo —dijo Tata alegremente—. ¿Por qué no te vienes abajo
y me cuentas todo sobre eso?
Tiffany había buscado "hetaira" en el Diccionario Sin Expurgar, y encontró que
significaba "una mujer que no es mejor de lo que debería ser" y "una mujer de virtud
fácil". Esto, decidió después de un rato de pensar, hacía que la Sra. Gytha Ogg,
conocida como Tata, fuera una persona muy respetable. Ella encontraba fácil la
virtud, por un lado. Y si no era mejor que lo que debería ser, entonces ella era tan
buena como debería ser.
Tenía la sensación de que la Srta. Traición no había querido decir esto, pero
una no podía discutir con la lógica.
Tata Ogg era buena para escuchar, por lo menos. Ella escuchaba como una
gran oreja grande, y antes de Tiffany se diera cuenta, le estaba contando todo.
Todo. Tata se sentó en el otro lado de la gran mesa de la cocina, chupando
suavemente una pipa con un erizo grabado en ella. A veces hacía una pequeña
pregunta, como "¿Por qué?", o "¿Y entonces qué pasó?". Y allá íbamos de nuevo.
La amigable sonrisa de Tata podía arrastrar fuera de ti cosas que no sabías que
sabías.
Mientras hablaban, los Terceros Pensamientos de Tiffanys exploraban la sala
con el rabillo de sus ojos.
Era maravillosamente limpio y brillante, y había adornos por todas partes…
baratos, alegres, del tipo que tienen cosas como "a la Mejor Mamá del Mundo" en
ellos. Y donde no había adornos, había fotos de los bebés, y los niños, y las familias.
Tiffany había pensado que sólo la gente distinguida vivía en casas como ésta.
¡Había lámparas de aceite! ¡Había una bañera de hojalata, colgando
convenientemente de un gancho fuera de la letrina! ¡Había realmente una bomba en
el interior! Pero Tata deambulaba con su vestido desgastado y escasamente negro,
para nada distinguida.
Desde la mejor silla en la sala de los ornamentos, un gran gato gris observaba
a Tiffany con un ojo medio abierto que brillaba con maldad absoluta. Tata se había
referido a él como “Greebo... no le hagas caso, él es sólo un blandengue grande y
viejo”, pero Tiffany sabía lo suficiente para interpretarlo como "él tendrá sus garras
en tu pierna si te acercas a él."
Tiffany hablaba como ella no había hablado con nadie antes. Tiene que ser una
especie de magia, concluyeron sus Terceros Pensamientos. Las brujas pronto
hallaban la forma de controlar a la gente con sus voces, pero Tata Ogg te
escuchaba.
—Este muchacho Roland, que no es tu joven —dijo Tata, cuando Tiffany hizo
una pausa para tomar aliento—. Estás pensando en casarte con él, ¿verdad?
No mientas, insistieron sus Terceros Pensamientos.
—Yo... bueno, a tu mente se le ocurren todo tipo de cosas cuando no estás
prestando atención, ¿no? —dijo Tiffany—. No es como pensarlo. De todas formas,
¡todos los otros muchachos que he conocido sólo miran a sus estúpidos pies! Petulia
dice que es por el sombrero.
—Bueno, quitarlo ayuda —dijo Tata Ogg—. Eso sí, también ayudaba un
corpiño escotado, cuando yo era joven. ¡Los disuade de mirar sus estúpidos pies, no
me importa decirte!
Tiffany vio los ojos oscuros clavados en ella. Se echó a reír. El rostro de la Sra.
Ogg se iluminó con una enorme sonrisa que debería haber sido encerrada por el
bien de la decencia pública, y por alguna razón Tiffany se sintió mucho mejor. Había
pasado algún tipo de prueba.
—Eso sí, probablemente no funcionaría con el Forjainviernos, por supuesto —
dijo Tata, y la oscuridad volvió a bajar.
—No me importaban los copos de nieve —dijo Tiffany—. Pero el témpano…
Creo que eso fue un poco demasiado.
—Hacerse ver delante de las chicas —dijo Tata, fumando su pipa erizo—. Sí,
eso hacen.
—¡Pero él puede matar gente!
—Es Invierno. Es lo que hace. Pero creo que está en un poco nervioso, porque
él nunca antes ha estado enamorado de un ser humano.
—¿Enamorado?
—Bueno, es probable que él crea que lo está.
Una vez más los ojos la observaban con atención.
—Él es un elemental, y son simples, en realidad —prosiguió Tata Ogg—. Pero
él está tratando de ser humano. Y eso es complicado. Estamos llenos de cosas que
él no entiende… no puede entender, realmente. La ira, por ejemplo. Una tormenta
de nieve nunca se enfada. La tormenta no odia a las personas que mueren en ella.
El viento nunca es cruel. Pero cuanto más piensa en ti, más tiene que lidiar con
sentimientos de este tipo, y no hay nadie que pueda enseñarle. No es muy
inteligente. Él nunca ha tenido que serlo. Y lo interesante es que está cambiando
demasiado…
Hubo un golpe en la puerta. Tata Ogg se levantó y la abrió. Yaya Ceravieja
estaba allí, con la Srta. Tick mirando por encima de su hombro.
—Bendiciones sean sobre esta casa —dijo Yaya, pero con una voz que sugería
que si las bendiciones necesitaban ser quitadas, podía hacer eso, también.
—Muy probablemente —dijo Tata Ogg.
—¿Es Ped Fecundis, entonces? —Yaya señaló con la cabeza a Tiffany.
—Parece un caso grave. El suelo comenzó a crecer después de que caminó
sobre él con los pies descalzos.
—¡Ja! ¿Le has dado algo para eso? —dijo Yaya.
—Le receté un par de pantuflas.
—Realmente no veo cómo podría estar teniendo lugar una avatarización, no
cuando estamos hablando de los elementales, no tiene… —comenzó la Srta. Tick.
—Deje de parlotear, Srta. Tick —dijo Yaya Ceravieja—. Noto que parlotea
cuando las cosas van mal, y no es de ayuda.
—No quiero que se preocupe la niña, eso es todo —dijo la Srta. Tick. Tomó la
mano de Tiffany, le dio unas palmaditas y le dijo—: No te preocupes, Tiffany,
nosotras…
—Ella es una bruja —dijo Yaya con severidad—. Sólo tenemos que decirle la
verdad.
—¿Cree que me estoy convirtiendo en una... una diosa? —dijo Tiffany.
Valió la pena ver sus caras. La única boca que no era una O era la de Yaya
Ceravieja, que estaba sonriendo. Ella se veía como alguien cuyo perro acababa de
hacer un truco bastante bueno.
—¿Cómo llegaste a eso? —preguntó Yaya.
El Dr. Bustle había hecho una conjetura: Avatar, una encarnación de un dios.
Pero yo no voy a contarle eso, pensó Tiffany.
—¿Bueno, lo soy? —dijo.
—Sí —dijo Yaya Ceravieja—. El Forjainviernos piensa que lo eres... oh, ella
tiene un montón de nombres. La Dama de las Flores es uno agradable. O la Dama
Verano. Ella hace el verano, al igual que él hace el invierno. Él piensa que tú eres
ella.
—Está bien —dijo Tiffany—. Pero sabemos que él está equivocado, ¿no?
—Er... no tan equivocado como nos gustaría —dijo la Srta. Tick.
La mayoría de los Feegles había acampado en el granero de Tata Ogg, donde
se celebraba un consejo de guerra, excepto que se trataba de algo que no era
exactamente lo mismo
—Lo que tenemos aquí —pronunciaba Roba A Cualquiera—, es un caso de
Romance.
—¿Qué es eso, Roba? —preguntó un Feegle.
—Sí, ¿es como la forma como los bebés pequeñitos se hacen? —preguntó
Wullie Tonto—. Vos lo contasteis el año pasado. Fue muy interesante, aunque un
poco exagerado tae mi mente.
—No exactamente —dijo Roba A Cualquiera—. Y es un poco difícil tae
describir. Pero creo que aquel Forjainviernos quiere romance con la gran hag
pequeñita y ella no sabe qué tae hacer con eso.
—¿Así que es como la forma que se hacen los bebés? —dijo Wullie Tonto.
—No, porque incluso las bestias saben eso, pero sólo la gente sabe sobre
Romance —dijo Roba—. Cuando un toro se encuentra con una señora vaca, no
tienen que tae decir, “Mi corazón hace bang-bang-bang, cuando veo su cara
pequeñita”, porque está un poco incorporado dentro de sus cabezas. La gente lo
tiene más difícil. Y el Romance es muy importante, ¿sabéis? Básicamente es una
forma en que el chico puede acercarse a la chica sin que ella lo ataque y arañe sus
ojos.
—Yo no veo cómo podemos enseñarle eso a ella —dijo Angus Pocoloco.
—La gran hag pequeñita lee libros —dijo Roba A Cualquiera—. Cuando ve un
libro no puede evitarlo. Y yo —agregó con orgullo—, tengo un Plan.
Los Feegles se relajaron. Ellos siempre se sentían más felices cuando Roba
tenía un Plan, sobre todo porque la mayoría de sus planes se reducían a gritar y
correr hacia algo.
—Cuéntanos acerca del Plan, Roba —dijo Gran Yan.
—Estoy contento que preguntéis —dijo Roba—. El Plan es: Vamos a encontrar
un libro sobre Romance.
—¿Y cómo vamos a encontrar este libro, Roba? —preguntó Billy Granbarbilla
incierto. Era un gonnagle leal, pero también era lo suficientemente brillante como
para ponerse nervioso cada vez que Roba A Cualquiera tenía un Plan.
Roba A Cualquiera hizo un gesto alegre con la mano.
—Ach —dijo—, ¡nosotros sabemos este truco! ¡Lo que necesitamos es un gran
sombrero y un escudo y una percha y un palo de escoba!
—¿Oh sí? —dijo Gran Yan—. ¡Bueno, no voy a estar abajo en la rodilla de
nuevo!
Con las brujas, todo es una prueba. Es por eso que probaron los pies de
Tiffany.
Apuesto a que soy la única persona en el mundo a punto de hacer esto, pensó
mientras bajaba los dos pies en una bandeja de tierra que Tata había paleado a toda
prisa. Yaya Ceravieja y la Srta. Tick estaban sentados en sillas de madera desnuda,
a pesar del hecho de que el gato gris Greebo ocupaba la totalidad de un gran sillón
deformado. No querrías despertar a Greebo cuando él quería dormir.
—¿Puedes sentir algo? —preguntó la Srta. Tick.
—Está un poco frío, eso es todo… oh... pasa algo...
Aparecieron brotes verdes alrededor de sus pies, y crecieron rápidamente.
Luego se pusieron blancos en la base y empujaron suavemente los pies de Tiffany a
un lado cuando comenzaron a hincharse.
—¿Cebollas? —dijo Yaya Ceravieja con desprecio.
—Bueno, eran las únicas semillas que pude encontrar rápidamente —dijo Tata
Ogg, hurgando en los bulbos de brillante blancura—. Buen tamaño. Bien hecho, Tiff.
Yaya miró sorprendida.
—No vamos a comer eso, ¿verdad, Gytha? —dijo en tono acusador—. Lo
harás, ¿verdad? ¡Te los vas a comer!
Tata Ogg, poniéndose en pie con un manojo de cebollas en cada mano
regordeta, parecía culpable, pero sólo por un momento.
—¿Por qué no? —dijo con firmeza—. Las verduras frescas no deben ser
despreciadas en el invierno. Y de todos modos, sus pies son agradables y limpios.
—No es correcto —dijo la Srta. Tick.
—No me dolió —dijo Tiffany—. Todo lo que tuve que hacer fue poner los pies
en la bandeja por un momento.
—Sí, ella dice que no hace daño —insistió Tata Ogg—. Ahora, creo que podría
haber algunas viejas semillas de zanahoria en el armario de la cocina… —Ella vio
las expresiones en los rostros de las demás—. Está bien, está bien, entonces. No
hay necesidad de mirar así —dijo—. Yo estaba tratando de señalar el lado bueno,
eso es todo.
—¿Alguien por favor que me diga lo que me está sucediendo? —se lamentó
Tiffany.
—La Srta. Tick te va a dar la respuesta en algunas palabras largas —dijo Yaya
—. Pero se reduce a esto: Es la Historia sucediendo. Está haciendo que quepas en
ella.
Tiffany trataba de no parecerse a alguien que no entendía una palabra de lo
que acababa de oír.
—Yo podría hacer algo con los detalles finos, creo —dijo.
—Creo que voy a hacer un poco de té —dijo Tata Ogg.
CAPÍTULO SIETE
Era difícil sentirse avergonzado por Tata Ogg, porque su risa alejaba la
vergüenza. Ella no se avergonzaba de nada.
Hoy Tiffany, con un par de medias extra para evitar desafortunados incidentes
florales, fue con ella "a dar una vuelta a las casas", como lo conocían las brujas.
—¿Hiciste esto por la Srta. Traición? —preguntó Tata cuando salieron. Había
grandes nubes gordas concentrándose alrededor del monte; esta noche la nieve
sería mucho más.
—Oh, sí. Y para la Srta. Level y la Srta. Empujabajo.
—Lo disfrutabas, ¿verdad? —dijo Tata, envolviéndose en su capa.
—A veces. Quiero decir, sé por qué lo hacemos, pero a veces te hartas de
gente estúpida. Me gusta mucho hacer las cosas de medicina.
—Buena con las hierbas, ¿verdad?
—No. Soy muy buena con las hierbas.
—Oh, hay un poco de presumida, ¿eh? —dijo Tata.
—Si no supiera que soy buena con las hierbas, sería estúpida, Sra. Ogg.
—Así es. Bien. Es bueno ser bueno en algo. Ahora, nuestro pequeño favor del
día, es…
… dar un baño a una anciana, en la medida de lo posible, con un par de
cuencos de lata y algunos paños. Y eso era brujería. Luego vieron a una mujer que
acababa de tener un bebé, y eso era brujería, y un hombre con una lesión en la
pierna muy desagradable que Tata Ogg dijo que estaba yendo muy bien, y eso era
brujería también, y luego en un grupo de casitas acurrucado fuera-del-camino,
subieron la escalera de madera hasta un estrecho cuartito, donde un hombre de
edad disparó contra ellas con una ballesta.
—Tú, viejo demonio, ¿no estás muerto todavía? —dijo Tata—. ¡Te ves bien!
¡Te lo juro, el hombre de la guadaña debe de haber olvidado dónde vives!
—¡Estoy esperándolo, Sra. Ogg! —dijo el anciano alegremente—. ¡Si voy a ir,
lo voy a llevar conmigo!
—Ésta es mi chica Tiff. Está aprendiendo brujería —dijo Tata, alzando la voz—.
Éste es el Sr. Hogparsley, Tiff... ¿Tiff? —Chasqueó los dedos delante de los ojos de
Tiffany.
—¿Eh? —dijo Tiffany. Ella seguía mirando con horror.
El tuanng del arco cuando Tata abrió la puerta había sido bastante malo, pero
por una fracción de segundo, habría jurado que una flecha había atravesado a Tata
Ogg y se había clavado en el marco de la puerta.
—Avergüénzate por disparar a una joven, Bill —dijo Tata severamente,
esponjando las almohadas—. Y la Sra. Dowser dice que le has disparado cuando
ella vino a verte — añadió, poniendo su cesta en el suelo junto a la cama—. Ésa no
es manera de tratar a una mujer respetable que te trae tu comida, ¿verdad? ¡Qué
vergüenza!
—Lo siento, Tata —murmuró el Sr. Hogparsley—. Es que ella es delgada como
un rastrillo y se viste de negro. ¡Es un error fácil de cometer en poca luz!
—El Sr. Hogparsley aquí está al acecho de la muerte, Tiff —dijo Tata—. La Sra.
Ceravieja te ayudó a hacer las trampas especiales y las flechas, ¿no es cierto, Bill?
—¿Las trampas? —susurró Tiffany. Tata le dio un codazo y señaló hacia abajo.
Las tablas del suelo estaban cubiertas de cepos con púas feroces.
Estaban todas dibujadas con carbón.
—¿Yo dije que no está bien, Bill? —repitió Tata, alzando la voz—. ¡Ella te
ayudó con las trampas!
—¡Ella lo hizo! —dijo el Sr. Hogparsley—.¡Ja! ¡No me gustaría estar en el lado
equivocado de ella!
—Correcto, así que no disparas flechas a nadie, excepto a Muerte, ¿verdad?
De lo contrario la Sra. Ceravieja no te hará ninguna más —dijo Tata, poniendo una
botella en la vieja caja de madera que era la mesa de luz del Sr. Hogparsley—. Aquí
traje algo de linimiento, recién mezclado. ¿Adónde te dijo que pongas el dolor?
—Está aquí sentado, en mi hombro, señora, sin dar ningún problema.
Tata tocó el hombro, y pareció pensar por un momento.
—¿Es un garabato marrón y blanco? ¿Algo alargado?
—Así es, señora —dijo el Sr. Hogparsley, tirando del corcho en la botella—. Se
mueve fuera y me río de él. —El corcho saltó. De repente, la habitación olía a
manzanas.
—Se está haciendo grande —dijo Tata—. La Sra. Ceravieja vendrá esta noche
para quitarlo.
—Tiene razón, señora —dijo el viejo, llenando una taza hasta el borde.
—Trata de no disparar contra ella, ¿de acuerdo? La pone loca.
Estaba nevando otra vez cuando salieron de la cabaña, grandes copos
plumosos que significaban que iba en serio.
—Creo que eso es todo por hoy —anunció Tata—. Tengo más cosas para ver
en Rebanada, pero vamos a tomar el bastón mañana.
—Esa flecha que disparó contra nosotros… —dijo Tiffany.
—Imaginaria —dijo Tata Ogg, sonriendo.
—¡Por un momento parecía real!
Tata Ogg se rió entre dientes.
—¡Es increíble lo que Esme Ceravieja puede hacer que la gente imagine!
—¿Cómo las trampas para Muerte?
—Oh, sí. Bueno, le da al viejo muchacho un interés en la vida. Está en camino
a la Puerta. Pero al menos Esme se ha ocupado de que no haya dolor.
—¿Debido a que está flotando por encima del hombro? —dijo Tiffany.
—Sí. Lo puso afuera de su cuerpo, por lo que no le hace daño —dijo Tata, con
la nieve crujiendo bajo sus pies.
—¡Yo no sabía que usted podía hacer eso!
—Puedo hacerlo con cosas pequeñas, dolores de muelas y cosas similares. La
campeona es Esme, sin embargo. Ninguna de nosotras es demasiado orgullosa
para llamarla. Sabes, ella es muy buena con las personas. Es curioso, en realidad,
porque a ella no le gustan mucho.
Tiffany miró el cielo, y Tata era la clase inconveniente de persona que se fija en
todo.
—¿Preguntándote si el muchacho amoroso está por caer? —dijo con una gran
sonrisa.
—¡Tata! ¡De verdad!
—Pero lo estás, ¿no? —dijo Tata, que no conocía la vergüenza—. Por
supuesto, siempre está alrededor, cuando se piensa en ello. Estás caminando a
través de él, lo sientes en tu piel, lo pateas de las botas cuando entras en la casa…
—Pero no hable así, ¿por favor? —dijo Tiffany.
—Además, ¿qué es el tiempo para un elemental? —charlaba Tata—. Y
supongo que los copos de nieve no se hacen solos, sobre todo cuando tienes que
conseguir los brazos y las piernas correctas....
Ella me mira con el rabillo del ojo para ver si me sonrojo, pensó Tiffany. Lo sé.
Entonces Tata le dio un codazo en las costillas y rió una de sus risas que
harían enrojecer a una roca.
—¡Bien por ti! —dijo—. ¡Yo misma he tenido algunos novios que me habría
encantado patear de mis botas!
Esa noche, Tiffany se sentó con Annagramma y el viejo Sr. Tissot, salvo que él
estaba acostado porque estaba muerto. A Tiffany nunca le había gustado mirar a los
muertos. No era exactamente algo que pudiese gustar. Siempre era un alivio cuando
el cielo se volvía gris y los pájaros empezaban a cantar.
A veces, en la noche, el Sr. Tissot hizo ruiditos. Excepto, por supuesto, que no
era el Sr. Tissot, que había conocido horas atrás a Muerte. Era sólo el cuerpo que
había dejado atrás, y los sonidos que hizo en realidad no eran diferentes de los
ruidos emitidos por una casa antigua, que se enfría.
Era importante recordar estas cosas a eso de las dos de la mañana. De vital
importancia, cuando la vela parpadeaba.
Annagramma roncaba. Nadie con una nariz pequeña debería ser capaz de
hacer un ronquido tan fuerte. Era como arrancar tablones. Los malos espíritus que
pudieran estar por allí esta noche, probablemente fueron espantados por los
sonidos.
No era la parte gnn gnn gnn la que era tan mala, y Tiffany podría vivir con
¡bloooooorrrrt! Era la brecha entre ellos, después de que gnn gnn gnn había
acabado pero antes de la larga bajada de ¡bloooooorrrrt!, lo que realmente la ponía
nerviosa. Nunca era dos veces de la misma longitud. A veces había gnn gnn gnn
¡bloooooorrrrt!, uno detrás del otro, y es posible que hubiera una brecha tan enorme
después de gnn gnn gnn que Tiffany se encontraba conteniendo la respiración
mientras esperaba el ¡bloooooorrrrt! No habría sido tan malo si Annagramma se
hubiera apegado a una longitud de pausa. A veces se detenía por completo, y había
un bendito silencio hasta que comenzaba un festival de bloorts, por lo general con
un débil sonido mni mni de los labios cuando Annagramma cambiaba de posición en
la silla.
¿Dónde estás, Dama Flor? ¿Qué eres? ¡Debías estar durmiendo!
La voz era tan débil que Tiffany no podría haberla oído en absoluto si no
hubiera estado en la tensa espera del siguiente gnn gnn gnn. Y aquí venía…
¡gnn gnn gnn!
Te voy a enseñar mi mundo, Dama Flor. ¡Te voy a enseñar todos los colores
del hielo!
¡BLOOOOOORRRRT!
Aproximadamente tres cuartas partes de Tiffany pensó: ¡Oh, no! ¿Me
encontrará si respondo? No. Si me pudo encontrar, es que está aquí. Mi mano no
está picando.
La otra cuarta parte pensó: un dios o ser divino me habla y realmente podría
estar mejor sin los ronquidos, Annagramma, muchas gracias.
¡gnn gnn gnn!
—Dije que lo lamentaba —susurró ella en la danzante luz de las velas. Vi el
témpano. Fue muy... er... amable de tu parte.
He hecho muchos más.
¡BLOOOOOORRRRT!
Muchos témpanos más, pensó Tiffany. Grandes montañas flotando
congeladas, parecidas a mí, arrastrando bancos de niebla y tormentas de nieve
detrás de ellas. Me pregunto cuántos barcos chocarán contra ellos.
—No deberías haberte puesto en tantos problemas —susurró.
¡Me estoy haciendo más fuerte! ¡Escucho y aprendo! ¡Estoy comprendiendo a
los humanos!
Fuera de la ventana de la cabaña un ruiseñor se puso a cantar. Tiffany apagó
la vela y la luz gris se deslizó en la habitación.
Escucha y aprende… ¿como podría una tormenta comprender cosas?
¡Tiffany, Dama Flor! ¡Me estoy haciendo a mí mismo un hombre!
Hubo un gruñido complicado cuando gnn gnn gnn y ¡bloooooorrrrt! de
Annagramma se cruzaron uno al otro y ella se despertó.
—Ah —dijo ella, extendiendo los brazos y bostezando. Miró a su alrededor—.
Bueno, esto parece ir bien.
Tiffany quedó mirando la pared. ¿Qué quiso decir, hacer a sí mismo un
hombre? Seguramente…
—No te quedaste dormida, ¿verdad, Tiffany? —dijo Annagramma en lo que
probablemente pensó que era una voz juguetona—. ¿Ni siquiera por un diminuto
segundo?
—¿Qué? —dijo Tiffany, mirando a la pared—. Oh... no. ¡No lo hice!
La gente se movía en el piso bajo. Después de un rato hubo un crujido en la
escalera y la baja puerta se abrió. Un hombre de mediana edad, mirando
tímidamente al piso, articuló:
—¿Mamá dice si a las damas le gustaría desayunar?
—Oh, no, no podríamos tomar lo poco que tienen… —comenzó Annagramma.
—Sí, por favor, vamos a estar agradecidas —dijo Tiffany, más fuerte y más
rápido. El hombre asintió con la cabeza, y cerró la puerta.
—Oh, ¿cómo puedes decir eso? —dijo Annagramma, mientras sus pasos
crujían hacia abajo—. ¡Esta es gente pobre! Pensé que serías…
—Cállate, ¿quieres? —le espetó Tiffany—. ¡Cállate y despierta! ¡Éstas son
personas reales! ¡No son una especie de, de, de idea! ¡Vamos a ir allá y vamos a
desayunar y vamos a decir lo bueno que está, y después vamos a darles las gracias
y nos van a dar las gracias y nos iremos! Y eso significa que todos han hecho lo
correcto según la costumbre, y eso será importante para ellos. ¡Además, no creen
ser pobres, porque todo el mundo por aquí es pobre! ¡Pero no son tan pobres que no
puedan permitirse hacer las cosas correctamente! ¡Eso sería ser pobre!
Annagramma la miraba con la boca abierta.
—Ten cuidado con lo que dices ahora —dijo Tiffany, respirando pesadamente
—. De hecho, no digas nada.
El desayuno era jamón y huevos. Fueron comidos en cortés silencio. Después
de eso, en el mismo silencio, excepto que era al aire libre, volaron de regreso a lo
que la gente probablemente pensaría siempre como la cabaña de la Srta. Traición.
Había un niño vagando fuera. Tan pronto como aterrizaron, les espetó:
—La Sra. Obble dice que el bebé está en camino y dijo que me darían un
penique por ir.
—Tienes una bolsa, ¿verdad? —dijo Tiffany, dirigiéndose a Annagramma.
—Sí, eh, muchas.
—Me refiero a una bolsa de llamadas. Ya sabes, lo guardas cerca de la puerta
con todo el contenido que necesitarás si...
Tiffany vio la mirada de terror en el rostro de la muchacha.
—Muy bien, así que no tienes una bolsa. Tendremos que hacer lo mejor que
podamos. Dale un penique y vamos.
—¿Podemos conseguir que alguien ayude si las cosas van mal? —preguntó
Annagramma al dejar la tierra.
—Nosotras somos la ayuda —dijo Tiffany simplemente—. Y puesto que ésta es
tu granja, te voy a dar el trabajo más duro…
… que era mantener a la Sra. Obble ocupada. La Sra. Obble no era una bruja,
aunque la mayoría de la gente pensaba que lo era. Parecía una, es decir, se veía
como alguien que había comprado todo el catálogo Boffo el día de la Oferta Especial
en Verrugas Peludas, y estaba ligeramente loca y no deberían haberle permitido
acercarse a menos de una milla de cualquier madre que fuera a tener su primer
bebé, ya que estaría muy concienzudamente contándoles (o cacareándoles) sobre
todas las cosas que podrían salir mal, de una manera que la hacía sonar como si
todo fuera a salir mal. Ella no era una mala enfermera, sin embargo, una vez que le
impedías poner una cataplasma de hojas mohosas en todo.
Las cosas marcharon ruidosamente y con una cierta cantidad de confusión,
pero nada como la señora Obble había predicho, y el resultado fue un niño, que no
fue un bebé rebote pero sólo porque lo cogió Tiffany; Annagramma no sabía cómo
alzar a un bebé.
Ella se veía bien con sombrero puntiagudo, sin embargo, y dado que era
claramente mayor que Tiffany y que difícilmente hacía casi ninguno de los trabajos,
las otras mujeres asumieron que ella estaba a cargo.
Tiffany la dejó cargar al bebé (en la posición correcta, esta vez) y viéndose
orgullosa, y comenzó el largo viaje de vuelta por el bosque hasta Tir Nani Ogg. Era
una noche despejada, pero un poco de viento soplaba punzantes cristales de nieve
de los árboles. Fue un viaje agotador y muy, muy frío. No puede saber dónde estoy,
se repetía mientras volaba de vuelta en la oscuridad. Y no es muy inteligente. El
invierno tiene que acabar en algún momento, ¿no?
Er... ¿cómo?, dijeron sus Segundos Pensamientos. La Srta. Tick dijo que sólo
hay que estar allí, ¿pero seguro que hay que hacer algo más?
Supongo que tendré que caminar sin mis zapatos, pensó Tiffany.
¿En todas partes?, preguntaron sus Segundos Pensamientos, mientras ella
zigzagueaba entre los árboles.
Es probable que sea como ser una reina, dijeron sus Terceros Pensamientos.
Ella sólo tiene que sentarse en un palacio y tal vez pasear un poco en un gran coche
saludando, y monarquear todo un reino enorme que está funcionando.
Pero a medida que evitaba más árboles también trataba de evitar el pequeño
pensamiento que estaba intentando de arrastrarse en su mente: Tarde o temprano,
de una u otra forma, él te encontrará... y ¿cómo puede hacerse un hombre a sí
mismo?
9
Esto se publicó en los periódicos, y poco después una viuda le escribió diciendo lo mucho que
admiraba a un hombre que realmente entiende acerca de la higiene. Más tarde fueron vistos
caminando juntos, así que fue un mal viento, como dicen...
Tata Ogg estaba sentada junto al fuego cuando entró Tiffany, pateando la nieve
de sus botas.
—Te ves toda congelada —dijo Tata—. Necesitas un vaso de leche caliente
con una gota de aguardiente en ella, eso es lo que necesitas.
—Ooh, ssssí... —alcanzó a decir Tiffany a través del castañeteo de dientes.
—Tráeme uno también, entonces, ¿quieres? —dijo Tata—. Sólo estoy
bromeando. Entra en calor; yo voy a ver a la bebida.
Los pies de Tiffany se sentían como bloques de hielo. Se arrodilló junto al
fuego y tendió la mano a la olla en su gancho negro. Ésta hervía todo el tiempo.
Pon recta tu mente y balancea. Alcánzala y pon tus manos en copa alrededor
de ella, y concéntrate, concéntrate, en tus botas congeladas.
Después de un rato los pies se sentían tibios y luego…
—¡Ay! —Tiffany apartó sus manos y se chupó los dedos.
—No tenías tu mente recta —dijo Tata Ogg desde la puerta.
—Bueno, ya sabe, eso es un poco difícil cuando has tenido un día largo y no
dormiste mucho y el Forjainviernos te busca —le espetó Tiffany.
—Al fuego no le importa —dijo Tata, encogiéndose de hombros—. La leche
caliente está viniendo.
Las cosas estaban un poco mejor cuando Tiffany se hubo calentado. Se
preguntó cuánto brandy había añadido Tata a la leche. Tata había hecho uno para
ella, probablemente con un poco de leche añadida al brandy.
—¿No es bonito y acogedor? —dijo Tata después de un tiempo.
—¿Ésta va a ser la charla de sexo? —dijo Tiffany.
—¿Alguien ha dicho que va a haber una? —dijo Tata inocentemente.
—Como que tengo la sensación —dijo Tiffany—. Y sé de dónde vienen los
bebés, Sra. Ogg.
—Eso espero.
—Y sé cómo llegan allí, también. Vivo en una granja y tengo un montón de
hermanas mayores.
—Ah, bien —dijo Tata—. Bueno, veo que estamos bastante bien preparadas
para la vida, entonces. No hay mucho que me quede por decirte, supongo. Y nunca
he tenido un dios que me preste atención, por lo que puedo recordar. Halagada,
¿verdad?
—¡No! —Tiffany miró a la sonrisa de Tata—. Bueno, un poco —admitió.
—¿Y asustada de él?
—Sí.
—Bueno, la pobre cosa no hizo absolutamente nada bien todavía. Empezó muy
bien, con las rosas de hielo y todo, y entonces quiso mostrar sus músculos. Típico.
Pero no debes tener miedo de él. Él debe tener miedo de ti.
—¿Por qué? ¿Porque estoy pretendiendo ser la mujer flor?
—¡Porque eres una chica! Es una pobre perspectiva si una chica brillante no
puede enrollar a un chico alrededor de su dedo meñique. Está locamente
enamorado de ti. Puedes hacer su vida una miseria con una palabra. ¡Cuando yo era
una niña, un joven casi se arrojó desde el puente de Lancre porque rechacé sus
avances!
—¿Lo hizo? ¿Qué pasó?
—Dejé de rechazarlo. Bueno, se veía muy bonito allí parado, y pensé, eso es
un culo bonito si alguna vez he visto uno. —Tata se echó hacia atrás—. Y piensa en
el pobre viejo Greebo. Va a luchar contra cualquier cosa. Pero la gatita blanca de
Esme saltó hacia él, y ahora el pobre no entrará en esta sala sin mirar atrás de la
puerta para comprobar que ella no está aquí. Debes ver su carita cuando lo hace,
también. Está todo arrugado. Por supuesto, podría hacerla pedazos con una garra,
pero ahora no puede porque ella está fija en su cabeza.
—No está diciendo que debería tratar de hacer llorar al Forjainviernos,
¿verdad?
—No, no, no tienes que ser tan contundente como eso. Dale un poco de
esperanza. Sé amable pero firme…
—¡Quiere casarse conmigo!
—Bueno.
—¿Bueno?
—Eso significa que quiere ser amistoso. No digas que no, no digas que sí.
Actúa como una reina. Tiene que aprender a mostrar algo de respeto. ¿Qué estás
haciendo?
—Escribir esto —dijo Tiffany, escribiendo en su diario.
—No es necesario que lo escribas, amor —dijo Tata—. Está escrito en alguna
parte de ti. En una página que no has leído todavía, supongo. Lo que me recuerda,
esto vino cuando estabas fuera. —Tata pescó entre los cojines del asiento y sacó un
par de sobres—. Mi hijo Shawn es el cartero, así que sabía que te habías mudado.
Tiffany casi los arrebató de la mano. ¡Dos cartas!
—Te gusta él, ¿verdad? ¿Tu joven en el castillo? —dijo Tata.
—Es un amigo que me escribe —dijo Tiffany altivamente.
—Así es, ésa es justo la mirada y la voz que necesitas para hacer frente al
Forjainviernos —dijo Tata, viéndose encantada—. ¿Quién se cree que es él,
atreverse a hablar contigo? ¡Ése es el camino!
—Voy a leerlas en mi cuarto —dijo Tiffany.
Tata asintió con la cabeza.
—Una de las chicas nos hizo una cazuela hermosa —dijo (era famoso que Tata
nunca recordara los nombres de sus nueras)—. La tuya está en el horno. Me voy a
la taberna. ¡Comenzamos temprano mañana!
CAPÍTULO OCHO
El Cuerno de la abundancia
Esa noche, después de que Tata Ogg se hubo ido a la cama, Tiffany tomó el
baño que había estado esperando. Esto no era algo para tomarlo a la ligera. En
primer lugar, había que bajar la tina de estaño de su gancho en la parte posterior de
la letrina, que estaba en el fondo del jardín, y arrastrarla por la oscura noche helada
a un lugar de honor frente al fuego. Entonces había que calentar ollas sobre el fuego
y sobre la negra estufa de la cocina, y era un esfuerzo obtener seis pulgadas de
agua caliente. Después, había que sacar toda el agua con un cucharón al sumidero
y mudar la tina a una esquina, lista para llevarla afuera por la mañana. Cuando
habías hecho todo eso, podías también fregar cada pulgada.
Tiffany hizo una cosa extra: escribió ¡PRIVADO! en un pedazo de cartón y lo
encajó en la lámpara colgada en el centro de la habitación para que pudiera ser
leída sólo desde arriba. No estaba segura de que pudiera disuadir a cualquier dios
inquisitivo, pero se sentía mejor por haberlo hecho.
Esa noche durmió sin soñar. En la mañana la nieve había puesto una capa
fresca en el ventisquero, y un par de nietos de Tata Ogg estaban construyendo un
muñeco de nieve en el jardín. Entraron después de un rato y exigieron una
zanahoria para la nariz y dos trozos de carbón para los ojos.
Tata la llevó al aislado pueblo de Rebanada, donde la gente siempre estaba
contenta y sorprendida de ver a alguien que no fuera pariente. Tata Ogg deambuló
de cabaña a cabaña a lo largo de los senderos abiertos en la nieve, bebiendo
suficientes tazas de té para hacer flotar un elefante y haciendo brujería de pequeñas
maneras. Parecía consistir mayormente sólo de chismes, pero una vez que le cogías
el tranquillo, se podía oír la magia sucediendo. Tata Ogg cambiaba la forma en que
pensaba la gente, aunque fuera sólo por unos minutos. Ella dejaba a la gente
pensando que eran personas un poco mejores. No lo eran, pero, como Tata decía,
les daba algo para estar a la altura.
Luego hubo otra noche sin sueños, pero Tiffany se despertó con un chasquido
a las cinco y media, sintiéndose... extraña.
Frotó la escarcha de la ventana y vio el muñeco de nieve a la luz de la luna.
¿Por qué lo hacemos?, se preguntó. Tan pronto como hay nieve, construimos
muñecos de nieve. Adoramos al Forjainviernos, en cierto modo. Hacemos humana a
la nieve... Le damos ojos de carbón y una nariz de zanahoria para darle vida. Ah, y
veo que los niños le dieron una bufanda. Eso es lo que necesita un muñeco de
nieve, una bufanda para mantenerlo caliente....
Bajó a la cocina silenciosa, y a falta de otra cosa que hacer fregó la mesa.
Hacer algo con las manos le ayudaba a pensar.
Algo había cambiado, y era ella. Ella había estado preocupada por lo que él
haría y pensaría, como si fuera sólo una hoja llevada por el viento. Temía oír su voz
en su cabeza, donde él no tenía derecho a estar.
Bueno, ahora no. Ya no más.
Él debería estar preocupado por ella.
Sí, ella había cometido un error. Sí, fue culpa de ella. Pero ella no iba a ser
intimidada. No podías dejar a los muchachos andar lloviendo sobre tu lava y comer
con los ojos las acuarelas de otras personas.
Encuentra la historia, decía siempre Yaya Ceravieja. Ella creía que el mundo
estaba lleno de formas de historia. Si se lo permites, te controlan. Pero si las
estudias, si averiguabas de ellas... podías utilizarlas, podías cambiarlas...
La Srta. Traición había sabido todo acerca de las historias, ¿verdad? Ella las
había hecho girar como una telaraña, para darse poder. Y funcionban porque la
gente quería creer en ellas. Y Tata Ogg contó una historia, también. Gorda, alegre
Tata Ogg, que gustaba de un trago (y otro trago, si es tan amable) y era la abuela
favorita de todos... pero esos ojitos brillantes podían perforarte la cabeza y leer todos
tus secretos.
Hasta Yaya Doliente tenía una historia. Ella había vivido en la vieja cabaña de
pastoreo en lo alto de las colinas, escuchando el viento que soplaba sobre el
césped. Ella era misteriosa, solitaria… y las historias flotaban y se reunían a su
alrededor, todas esas historias acerca de hallar corderos perdidos a pesar de que
estaba muerta, todas esas historias sobre ella, todavía, vigilando a la gente...
La gente quería que el mundo fuera una historia, porque las historias tenían
que sonar bien y tenían que tener sentido. La gente quería que el mundo tuviera
sentido.
Bien, su historia no iba a ser la historia de una niña maltratada. Eso no tenía
sentido.
Excepto... que él no es realmente malo. Los dioses en la Mitología, ellos
parecían encontrarle la vuelta a ser humanos —demasiado humanos, a veces—,
pero ¿cómo podía una tormenta de nieve o un vendaval averiguarlo? Era peligroso y
aterrador, pero no podía dejar de sentir pena por él....
Alguien golpeó la puerta de atrás de Tata Ogg. Resultó ser una alta figura de
negro.
—Casa equivocada —dijo Tiffany—. Aquí nadie está ni siquiera un poco
enfermo.
Una mano levantó la capucha negra, y desde sus profundidades una voz
susurró: —¡Soy yo, Annagramma! ¿Está ella en casa?
—La Sra. Ogg no está levantada todavía —dijo Tiffany.
—Bien. ¿Puedo entrar?
En la mesa de la cocina, con una taza de té para calentarse, Annagramma
reveló todo. La vida en el bosque no iba bien.
—¡Dos hombres vinieron a verme para hablar de una estúpida vaca que ambos
piensan que poseen! —dijo.
—Deben ser Joe Broomsocket y Shifty Adams. Te dejé una nota sobre ellos,
también —dijo Tiffany—. Cada vez que uno u otro de ellos se emborracha, discuten
sobre esa vaca
—¿Qué se supone que debo hacer al respecto?
—Asentir y sonreír. Espera hasta que la vaca muera, dijo siempre la Srta.
Traición. O uno de los hombres —dijo Tiffany—. Es la única manera.
—¡Y una mujer vino a verme con un cerdo enfermo!
—¿Qué hiciste al respecto?
—¡Le dije que no hacía cerdos! Pero ella se echó a llorar, así que intenté con el
Universal Nostrum de Bangle en él.
—¿Usaste eso en un cerdo? —dijo Tiffany, sorprendida.
—Bueno, la bruja de cerdo usa magia, así que no veo por qué… —comenzó
Annagramma a la defensiva.
—¡Ella sabe lo que funciona! —dijo Tiffany.
—¡Estaba perfectamente bien cuando lo bajé del árbol! ¡Ella no tenía que hacer
todo ese alboroto! ¡Estoy segura de que las cerdas volverán a crecer! ¡Con el
tiempo!
—No era un cerdo manchado, ¿verdad? ¿Y una mujer con estrabismo? —
preguntó Tiffany.
—¡Sí! ¡Creo que sí! ¿Importa?
—La señora Stumper está muy apegada a ese cerdo —dijo Tiffany en tono de
reproche—. Ella lo lleva hasta la cabaña una vez por semana. Por lo general es sólo
un malestar estomacal. Ella le da de comer demasiado.
—¿En serio? Entonces no voy a abrirle la puerta la próxima vez —dijo
Annagramma con firmeza.
—No, déjala entrar. Realmente, todo es porque ella está sola y quiere charlar.
—Bueno, pienso que tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que
escuchar a una señora de edad que sólo quiere hablar —dijo indignada
Annagramma.
Tiffany la miró. ¿Por dónde empezabas, aparte de golpear la cabeza de la
muchacha sobre la mesa hasta que el cerebro comenzara a trabajar?
—Escucha con mucha atención —dijo—. Quiero decir a ella, no sólo a mí. No
tienes un mejor uso de tu tiempo que escuchar a señoras mayores que quieren
hablar. Todo el mundo dice cosas a las brujas. Así que escucha a todos y no digas
mucho y piensa en lo que dicen y cómo lo dicen y mira sus ojos.... Se convierte en
un gran rompecabezas, pero tú eres la única que puede ver todas las piezas. Sabrás
lo que quieren que sepas, y lo que no quieren que sepas, y hasta lo que creen que
nadie sabe. Es por eso que damos vuelta por las casas. Es por eso que darás vuelta
por las casas, hasta que seas parte de su vida.
—¿Todo esto sólo para obtener algún poder sobre un grupo de agricultores y
campesinos?
Tiffany se dio la vuelta y pateó una silla con tanta fuerza que se rompió una
pata. Annagramma retrocedió rápidamente.
—¿Por qué hiciste eso?
—¡Eres inteligente… adivina!
—Ah, me olvidaba... tu padre es un pastor...
—¡Bien! ¡Te acordaste! —Tiffany vaciló. La certeza se derramaba en su
cerebro, cortesía de sus Terceros Pensamientos. De repente, ella conocía a
Annagramma.
—¿Y tu padre? —preguntó.
—¿Qué? —Annagramma se irguió instintivamente—. Oh, es dueño de varias
fincas.
—¡Mentirosa!
—Bueno, tal vez debería decir que es un granjero. —La chica comenzó a
mostrar nerviosismo.
—¡Mentirosa!
Annagramma retrocedió.
—¿Cómo te atreves a hablarme así?
—¿Cómo te atreves a no decirme la verdad?
En la pausa que se abrió, Tiffany escuchó todo… el débil crujido de la madera
en la estufa, el sonido de los ratones en la bodega, su propia respiración rugiendo
como el mar en una cueva....
—Él trabaja para un granjero, ¿de acuerdo? —dijo Annagramma rápidamente,
y luego pareció sorprendida por sus propias palabras—. No tenemos ninguna tierra,
ni siquiera la cabaña. Es la verdad, si la deseas. ¿Feliz ahora?
—No. Pero gracias —dijo Tiffany.
—¿Vas a decirlo a los demás?
—No. No importa. Pero Yaya Ceravieja quiere que hagas un lío de todo esto,
¿me entiendes? Ella no tiene nada contra ti... —Tiffany vaciló y luego continuó—:
Quiero decir, nada más que lo que tiene contra todos. Ella sólo quiere que la gente
vea que el estilo de brujería de la Sra. Earwig no funciona. ¡Esto es lo que ella
quiere! Ella no dijo una palabra en tu contra, tan sólo te dejó tener exactamente lo
que querías. Es como una historia. Todo el mundo sabe que si obtienes
exactamente lo que deseas, todo sale mal. Y tú deseabas una cabaña. Y vas a
enredarlo todo.
—Sólo necesito un día o dos para encontrarle la vuelta…
—¿Por qué? Eres una bruja con una cabaña. ¡Se supone que debes ser capaz
de lidiar con eso! ¿Por qué asumirlo si no podías hacerte cargo?
¡Se supone que debes ser capaz de lidiar con eso, chica de las ovejas! ¿Por
qué asumirlo si no podías hacerte cargo?
—¿Así que no me vas a ayudar? —Annagramma miró a Tiffany, y luego su
expresión, de manera inusual, se suavizó un poco y dijo—: ¿Estás bien?
Tiffany parpadeó. Es horrible tener tu propia voz haciendo eco a la otra parte
de tu mente.
—Mira, yo no tengo tiempo —dijo con voz débil—. Tal vez las demás puedan…
¿ayudar?
—¡No quiero que sepan! —El pánico deformó la cara de Annagramma.
Ella puede hacer magia, pensó Tiffany. Simplemente no es buena en la
brujería. Va a hacer un lío. Va a hacer un lío de la gente.
Cedió.
—Está bien, probablemente pueda perder algo de tiempo. No hay muchas
tareas que hacer en Tir Nani Ogg. Y voy a explicar las cosas a las demás. Ellas
tienen que saber. Probablemente ayuden. Tú aprendes rápido… podrías entender el
material básico en una semana o algo así.
Tiffany observó el rostro de Annagramma. ¡Realmente lo estaba pensando! Si
se ahogaba y le tirabas una cuerda, se quejaba si era del color equivocado....
—Bueno, si vas a ayudarme... —dijo Annagramma, alegrándose.
Casi podías admirar a la muchacha por la forma en que podía reorganizar el
mundo real en su cabeza. Otra historia, pensó Tiffany; todo se trata de
Annagramma.
—Sí, te vamos a ayudar. —Suspiró.
—¿Tal vez podríamos decir a la gente que ustedes chicas vienen a mí para
aprender? —dijo Annagramma esperanzada.
La gente decía que siempre uno debería contar hasta diez antes de perder los
estribos. Pero si estabas tratando conAnnagramma, había que conocer algunos
números más grandes, como tal vez un millón.
—No —dijo Tiffany—, no creo que lo hagamos. Tú eres la que hace el
aprendizaje.
Annagramma abrió la boca para discutir, vio la mirada en el rostro de Tiffany, y
decidió no hacerlo.
—Er, sí —dijo ella—. Por supuesto. Er... gracias.
Eso fue una sorpresa.
—Probablemente ellas van a ayudar —dijo Tiffany—. No se verá bien si una de
nosotras falla.
Para su sorpresa, la chica realmente estaba llorando.
—Es que yo realmente no pensaba que fueran mis amigas...
—No me gusta ella —dijo Petulia, que estaba hasta las rodillas en los cerdos—.
Me llama la bruja de cerdos.
—Bueno, eres una bruja de cerdos —dijo Tiffany, que se hallaba fuera de la
pocilga. El galpón estaba lleno de cerdos. El ruido era casi tan malo como el olor.
Afuera caía nieve fina, como polvo.
—Sí, pero cuando ella lo dice, hay demasiado cerdos y no suficiente bruja —
dijo Petulia—. Cada vez que abre la boca, creo que he hecho algo mal. —Ella hizo
un gesto con la mano en la cara de un cerdo y murmuró algunas palabras. El animal
cruzó los ojos y abrió su boca. Recibió una gran dosis de líquido verde de una
botella.
—No podemos dejar que ella luche —dijo Tiffany—. La gente puede salir
lastimada.
—Bueno, no sería culpa nuestra, ¿verdad? —dijo Petulia, dando una dosis a
otro cerdo. Ahuecó las manos y gritó por encima del estruendo a un hombre en el
otro extremo del corral—: ¡Fred, este lote se acabó! —Entonces salió del corral, y
Tiffany vio que había recogido su falda hasta la cintura y vestía un pantalón de cuero
grueso debajo de ella.
—Están haciendo un verdadero lío esta mañana —dijo—. Parece que se van a
poner un poco juguetones.
—¿Juguetones? —dijo Tiffany—. Oh... sí.
—Escucha, puedes oír gritar a los machos en su cobertizo —dijo Petulia—.
Pueden oler la primavera.
—¡Pero ni siquiera es la Vigilia del Puerco todavía!
—Es el día después de mañana. De todos modos, la primavera duerme bajo la
nieve, mi padre siempre lo dice —dijo Petulia, lavándose las manos en un cubo.
Nada de hums, dijeron los Terceros Pensamientos de Tiffany. Cuando está
trabajando, Petulia nunca dice "hum". Ella está segura de las cosas cuando está
trabajando. Se pone derecha. Está a cargo.
—Mira, será culpa nuestra si podemos ver algo mal y no hacemos nada al
respecto —dijo Tiffany.
—Oh, Annagramma de nuevo —dijo Petulia. Se encogió de hombros—. Mira,
puedo ir allá quizá una vez a la semana después de Vigilia del Puerco y mostrarle
algunas de las cosas básicas. ¿Eso te hace feliz?
—Estoy segura de que estará agradecida.
—Estoy segura de que no lo estará. ¿Le has pedido a alguna de las otras?
—No. Pensé que si sabían que habías aceptado, ellas, probablemente,
también lo harían —dijo Tiffany.
—¡Ja! Bueno, supongo que por lo menos podemos decir que lo intentamos.
¿Tú sabes, solía pensar que Annagramma era realmente inteligente porque sabía un
montón de palabras y podía hacer hechizos brillantes? ¡Pero muéstrale un cerdo
enfermo y es inútil!
Tiffany le contó del cerdo de la señora Stumper y Petulia pareció sorprendida.
—No podemos tener ese tipo de cosas —dijo—. ¿En un árbol? Tal vez voy a
tratar de dejarme caer esta tarde entonces. —Ella vaciló—. ¿Sabes que Yaya
Ceravieja no será feliz con esto? ¿Queremos quedar atrapadas entre ella y la Sra.
Earwig?
—¿Estamos haciendo lo correcto o no? —dijo Tiffany—. De todos modos, ¿qué
es lo peor que podría hacernos?
Petulia lanzó una breve carcajada sin humor en absoluto.
—Bueno —dijo ella—, primero, podría hacer que nuestra…
—No lo hará.
—Me gustaría estar tan segura como tú —dijo Petulia—. Muy bien, entonces.
Por el cerdo de la Sra. Stumper.
Tiffany voló por encima de las copas de los árboles, y la ocasional ramita alta
rozó sus botas. Sólo había sol de invierno suficiente para hacer la nieve quebradiza
y brillante, como una torta helada.
Había sido una mañana muy ocupada. El aquelarre no había estado muy
interesado en ayudar a Annagramma. El propio aquelarre parecía haber sucedido
mucho tiempo. Había sido un invierno ocupado.
—Todo lo que hicimos fue perder el tiempo mientras Annagramma nos
mangoneaba —había dicho Dimity Hubbub, mientras molía minerales y muy
cuidadosamente los ponía, un poco a la vez, en una olla pequeña calentada por una
vela—. Estoy demasiado ocupada para perder el tiempo con la magia. Nunca hizo
nada útil. ¿Sabías de su problema? Ella piensa que puedes ser una bruja
comprando bastantes cosas.
—Necesita aprender cómo tratar con la gente —dijo Tiffany.
En este punto, la olla explotó.
—Bueno, creo que podemos decir con seguridad que no era una cura diaria del
dolor de muelas—dijo Dimity, quitando pedazos de olla de su cabello—. Está bien,
yo puedo perder el día libre, si Petulia lo está haciendo. Pero no va a hacer mucho
bien.
Lucy Warbeck yacía de cuerpo entero y con la ropa puesta en una tina de
estaño llena de agua cuando Tiffany llegó. Tenía la cabeza bajo la superficie, pero
cuando vio a Tiffany mirando, levantó un cartel que decía: “¡NO ME ESTOY
AHOGANDO!”. La Srta. Tick había dicho que haría una buena descubridora de
brujas, así que estaba entrenando duro.
—No veo por qué deberíamos ayudar a Annagrama —dijo mientras Tiffany la
ayudaba a secarse—. A ella simplemente le gusta rebajar a las personas con esa
voz sarcástica suya. De todos modos, ¿por qué te importa? Sabes que ella no te
quiere.
—Pensé que siempre nos llevábamos... más o menos —dijo Tiffany.
—¿En serio? ¡Tú puedes hacer cosas que ella ni siquiera puede intentar! Como
esa cosa donde te vuelves invisible... ¡lo haces y haces que parezca fácil! ¡Pero
vienes a las reuniones y actúas como el resto de nosotras y ayudas a limpiar
después, y eso la pone loca!
—Mira, no entiendo adónde estás yendo.
Lucy cogió otra toalla.
—Ella no puede soportar la idea de que alguien sea mejor que ella y que no se
pavonee al respecto.
—¿Por qué debería hacerlo? —dijo Tiffany, desconcertada.
—Porque eso es lo que haría ella, si ella fuera tú —dijo Lucy, empujando con
cuidado el cuchillo y el tenedor de nuevo en su cabello amontonado10—. Piensa que
te estás riendo de ella. Y ahora, te doy mi palabra, ella tiene que depender de ti.
Puede ser también que hayas empujado alfileres hasta su nariz.
Pero Petulia había firmado, y, así también Lucy y el resto de ellas lo hicieron.
Petulia se había convertido en la historia de gran éxito desde que había ganado las
Pruebas De Brujas con su famoso Truco del Cerdo hacía dos años. Se le habían
reído —bueno, Annagramma, y todas las demás habían sonreído con esa especie
de torpeza— pero se había apegado a aquello en que era buena y la gente estaba
diciendo que había conseguido habilidades con los animales que ni siquiera Yaya
Ceravieja podía igualar. Ella había conseguido un sólido respeto, también. La gente
10
Todas las brujas son un poco extrañas. Lo mejor es conseguir ordenar su extrañeza a tiempo.
no entendía mucho de lo que hacían las brujas, pero cualquiera que pudiera poner a
una vaca enferma de nuevo en pie... bueno, esa persona era alguien a quien
admiraban. Así que para el aquelarre completo, después de Vigilia del Puerco, iba a
ser tiempo de Todo Sobre Annagramma.
Tiffany voló hacia Tir Nani Ogg, con la cabeza girando. Ella nunca había
pensado que nadie pudiera tener envidia de ella. Bueno, podía hacer una o dos
cosas, pero cualquiera podía hacerlas. Sólo tenías que ser capaz de apagarte a ti
misma.
Se había sentado en la arena del desierto detrás de la Puerta, se había
enfrentado a perros con dientes afilados... no eran cosas que quisiera recordar. Y
encima de todo eso, allí estaba el Forjainviernos.
Él no podía encontrarla sin el caballo, todo el mundo estaba seguro de eso.
Podía hablar en su cabeza, y ella podía hablar con él, pero eso era una especie de
magia y no tenía nada que ver con los mapas.
Había estado en silencio durante un rato. Probablemente estaba construyendo
témpanos.
Aterrizó la escoba en una pequeña colina pelada entre los árboles. No había
ninguna casa a la vista.
Se bajó del palo, pero se aferró a él, por si acaso.
Las estrellas estaban saliendo. Al Forjainviernos le gustaban las noches claras.
Eran más frías.
Y las palabras vinieron. Fueron sus palabras en su voz y ella sabía lo que
significaban, pero tenían una especie de eco.
—¡Forjainviernos! ¡Yo te mando!
Mientras ella parpadeaba por el alto tono en que las palabras habían sonado,
llegó la respuesta.
La voz estaba a su alrededor.
¿Quién manda al Forjainviernos?
—Yo soy la Dama Verano. —Bueno, pensó, soy una especie de doble.
Entonces, ¿por qué escondes de mí?
—Temo tu hielo. Temo tu frío. Huyo de tus aludes. Me escondo de tus
tormentas. —Ah, claro. Esto es hablar como diosa.
¡Vive conmigo en mi mundo de hielo!
—¿Cómo te atreves a darme órdenes? ¡No te atrevas a darme órdenes!
Pero has elegido vivir en mi invierno.... El Forjainviernos sonaba inseguro.
—Voy a dónde me dé la gana. Puedo hacer mi propio camino. No busco el
permiso de nadie. En tu país tú me honrarás… ¡o habrá un ajuste de cuentas! —Y
esa parte es mía, pensó Tiffany, con el placer de meter una palabra.
Hubo un largo silencio, lleno de incertidumbre y perplejidad. Entonces el
Forjainviernos dijo:
¿En qué puedo servirle, señora?
—No más témpanos parecidos a mí. No quiero ser un rostro que hunda un
millar de naves.
¿Y la escarcha? ¿Podemos compartir las escarchas? ¿Y los copos de nieve?
—Las escarchas no. No tienes que escribir mi nombre en las ventanas. Eso
sólo puede llevar a problemas.
¿Pero se me permite honrarle en copos de nieve?
—Er ... —Tiffany se detuvo. Las diosas no deberían decir "er", estaba segura
de ello.
—Los copos de nieve son... aceptables —dijo. Después de todo, pensó, no es
como si tuvieran mi nombre en ellos. Quiero decir, la mayoría de la gente no se dará
cuenta, y si lo hacen no sabrán que soy yo.
Entonces habrá copos de nieve, mi señora, hasta el momento en que bailemos
de nuevo. ¡Y lo haremos, porque me estoy haciendo a mí mismo un hombre!
La voz del Forjainviernos... se fue.
Tiffany volvió a quedar sola entre los árboles.
Salvo... que no lo estaba.
—Sé que todavía estás allí —dijo ella, su aliento dejando un brillo en el aire—.
Eres tú, ¿verdad? Te puedo sentir. No eres mi pensamiento. No te estoy
imaginando. El Forjainviernos se ha ido. Puedes hablar con mi boca. ¿Quién eres?
El viento hizo caer la nieve de los árboles cercanos. Las estrellas titilaban.
Nada más se movía.
—Estás ahí —dijo Tiffany—. Has puesto pensamientos en mi cabeza. Incluso
has hecho que mi propia voz me hable. Eso no va a suceder de nuevo. Ahora que
conozco la sensación, puedo mantenerte fuera. Si tienes algo que decirme, dilo
ahora. Cuando salga de aquí, voy a cerrar mi mente a ti. No voy a dejar…
¿Cómo se siente al ser tan indefenso, niña de las ovejas?
—Eres Verano, ¿verdad? —dijo Tiffany.
Y tú eres como una niña pequeña vistiendo con la ropa de su madre, pequeños
pies en zapatos grandes, el vestido arrastrando por el polvo. El mundo se congela
debido a una tonta niña…
Tiffany hizo algo que sería imposible de describir para ella, y la voz terminó
como un insecto lejano.
La colina era solitaria, y fría. Y todo lo que podías hacer era seguir adelante.
Podías gritar, llorar, y golpear tus pies, pero aparte de hacerte sentir más caliente,
no serviría de nada. Podías decir que era injusto, y era cierto, pero al universo no le
importaba porque no sabía lo que significaba "justo". Ése era el gran problema de
ser una bruja. Te corresponde a ti. Siempre te corresponde a ti.
Vigilia del Puerco llegó, con más nieve y algunos presentes. Nada desde casa,
a pesar de que algunos coches estaban pasando. Se dijo que existía una buena
razón, y trató de creerlo.
Fue el día más corto del año, lo que era conveniente porque encajaba
perfectamente con la noche más larga. Éste era el corazón del invierno, pero Tiffany
no esperaba el regalo que llegó al día siguiente.
Había nevado mucho, pero el cielo de la tarde era de color rosa y azul y
congelante.
Eso salió de la puesta de sol de color rosa con un silbido y aterrizó en el jardín
de Tata Ogg, lanzando una lluvia de tierra y dejando un gran agujero.
—Bueno, eso es adiós a las coles —dijo Tata, mirando por la ventana.
El vapor se elevaba desde el agujero cuando salieron afuera, y había un fuerte
olor a coles.
Tiffany se asomó a través del vapor. Polvo y tallos cubrían la cosa, pero ella
podía distinguir algo redondeado.
Se dejó deslizar hacia el interior del agujero, directo hacia abajo en medio del
barro y el vapor, y la cosa misteriosa. No estaba muy caliente ahora, y a medida que
tiraba cosas afuera, comenzó a tener la desagradable sensación de que sabía lo que
era.
Era, estaba segura, la "cosa" de que había hablado Anoia. Parecía lo
suficientemente misteriosa. Y tal como surgió del barro, sabía que la había visto
antes.
—¿Estás bien ahí abajo? ¡No puedo ver por todo esto vapor! —gritó Tata Ogg.
Por el sonido, los vecinos habían acudido; había cierto parloteo excitado.
Tiffany raspó rápidamente barro y puré de repollo de sobre el advenimiento y
gritó: —Creo que esto podría explotar. ¡Dígale a todo el mundo que entre! Y luego
agáchese y tome mi mano, ¿quiere?
Hubo algunos gritos por encima de ella y el sonido de pies que corrían. La
mano Tata Ogg apareció, agitándose en la niebla, y entre ellos sacaron a Tiffany
fuera del agujero.
—¿Vamos a escondernos debajo de la mesa de la cocina? —dijo Tata mientras
Tiffany intentaba sacudir el barro y la col de su ropa. Luego Tata guiñó un ojo—. ¿Si
esto va a explotar?
Su hijo Shawn vino de la casa con un balde de agua en cada mano y se
detuvo, con expresíon decepcionada porque no había nada que hacer con ellos.
—¿Qué fue eso, mamá? —jadeó.
Tata miró a Tiffany, quien dijo:
—Er... una roca gigante cayó del cielo.
—¡Las rocas gigantes no pueden permanecer en el cielo, señorita! —dijo
Shawn.
—Creo que por eso ésta cayó al suelo, muchacho —dijo Tata enérgicamente
—. Si quieres hacer algo útil, puedes estar de guardia y asegurarte de que nadie se
acerque.
—¿Qué debo hacer si explota, Mamá?
—Ven a avisarme, ¿quieres? —dijo Tata.
Apuró a Tiffany a la cabaña, cerró la puerta detrás de ellas, y dijo:
—Soy una vieja mentirosa horrible, Tiff, y hace falta ser una para conocer a
otra. ¿Qué hay ahí abajo?
—Bueno, no creo que vaya a explotar —dijo Tiffany—. Y si lo hiciera, creo que
lo peor que podría suceder es que quedáramos cubiartos en ensalada de col. Creo
que es la Cornucopia.
Se oyó el ruido de voces en el exterior y la puerta se abrió de golpe.
—Bendiciones sean sobre esta casa —dijo Yaya Ceravieja, sacudiendo la
nieve de sus botas—. Tu hijo dijo que no debía entrar, pero creo que estaba
equivocado. Vine tan rápido como pude. ¿Qué ha pasado?
—Tenemos cornucopias —dijo Tata Ogg—, sean lo que sean.
Fue esa misma noche. Había esperado hasta que fuese oscuro antes de sacar
la Cornucopia fuera del agujero. Era mucho más liviana que lo que Tiffany había
esperado; de hecho tenía un aire de algo muy, muy pesado que, por razones
propias, se había convertido en liviano sólo por un tiempo.
Ahora estaba en la mesa de la cocina, limpia de lodo y coles. Tiffany pensaba
que le resultaba vagamente viva. Era cálida al tacto y parecía vibrar ligeramente bajo
sus dedos.
—De acuerdo con Pinzón —dijo ella, con el Mitología abierto en su regazo— el
dios Io el Ciego creó la Cornucopia de un cuerno de la cabra mágica Almeg para
alimentar a sus dos hijos con la Diosa Bisonomy, que fue después transformada en
una ducha de ostras por Epidity, Dios de las Cosas Con Forma De Patatas, después
de insultar a Resonata, Diosa de las Comadrejas, lanzando un topo en su sombra.
Ahora es el distintivo de la oficina de la diosa del verano.
—Siempre dije que solían ir demasiado lejos en ese tipo de cosas en los viejos
tiempos —dijo Yaya Ceravieja.
Las brujas se quedaron mirando la cosa. Se veía un poco como un cuerno de
cabra, pero mucho más grande.
—¿Cómo funciona? —dijo Tata Ogg. Metió la cabeza adentro y gritó—: ¡Hola!
—Los holas volvieron, haciendo eco por mucho tiempo, como si hubieran ido mucho
más lejos de lo esperado.
—Me parece un gran caracol grande —fue la opinión de Yaya Ceravieja. La
gatita Tú paseaba en torno a la cosa gigante, olfateándola delicadamente. (Greebo
se escondía detrás de las cacerolas en el estante superior. Tiffany lo comprobó.)
—No creo que nadie lo sepa —dijo—. Pero el otro nombre de esto es El
Cuerno de la Abundancia.
—¿Un cuerno? ¿Se puede tocar una melodía en él? —preguntó Tata.
—No lo creo—dijo Tiffany—. Contiene... er... cosas.
—¿Qué tipo de cosas? —dijo Yaya Ceravieja.
—Bueno, técnicamente... todo —dijo Tiffany—. Todo lo que crece.
Les mostró el dibujo en el libro. Todo tipo de frutas, verduras y granos se
derramaban de la amplia boca de la Cornucopia.
—En su mayoría frutas, sin embargo —dijo Tata—. No muchas zanahorias,
pero supongo que están arriba, en el extremo puntiagudo. Ajustan mejor allí.
—Típico de un artista —dijo Yaya—. Él sólo pinta las cosas llamativas en la
parte delantera. ¡Demasiado orgulloso para pintar una patata honesta! —Hurgó en la
página con un dedo acusador—. ¿Y qué acerca de estos querubines? No vamos a
tenerlos también, ¿verdad? No me gusta ver a los bebés pequeños volando por el
aire.
—Ponen un montón en los cuadros antiguos —dijo Tata Ogg—. Los meten
para demostrar que es arte y no sólo imágenes traviesas de damas con no mucha
ropa encima.
—Bueno, no me engañan a mí —dijo Yaya Ceravieja.
—Vamos, Tiff, hazlo funcionar —dijo Tata Ogg, caminando alrededor de la
mesa.
—¡No sé cómo hacerlo! —dijo Tiffany—. ¡No hay instrucciones!
Y luego, demasiado tarde, Yaya gritó:
—¡Tú! ¡Sal de ahí!
Pero con un movimiento de la cola, la gatita blanca trotó hacia su interior.
Golpearon el cuerno. Lo sostuvieron al revés y lo sacudieron. Trataron de gritar
en él. Pusieron un plato de leche frente a él y esperaron. La gatita no regresó.
Despues, Tata Ogg tanteó suavemente dentro de la Cornucopia con un trapeador,
que sin gran sorpresa de nadie fue más lejos dentro de la Cornucopia que lo que
había de Cornucopia en el exterior.
—Va a salir cuando tenga hambre —dijo para tranquilizarla.
—No, si ella encuentra algo de comer allí —dijo Yaya Ceravieja, mirando en la
oscuridad.
—No creo que vaya a encontrar comida para gatos —dijo Tiffany, examinando
el dibujo de cerca—. Puede haber leche, sin embargo.
—¡Tú! ¡Sal de ahí ahora mismo! —ordenó Yaya en una voz de hacer temblar a
las montañas.
Hubo un miau lejano.
—¿Tal vez se quedó atascada? —dijo Tata—. Quiero decir, es como una
espiral, cada vez más pequeña al final, ¿no? Los gatos no son muy buenos en ir
hacia atrás.
Tiffany vio la expresión en el rostro de Yaya y suspiró.
—¿Feegles? —dijo a la sala en general—. Sé que hay algunos de ustedes en
esta sala. ¡Vengan, por favor!
Aparecieron Feegles de detrás de cada adorno. Tiffany golpeó con los dedos la
Cornucopia.
—¿Pueden sacar a un pequeño gatito de aquí? —preguntó.
—¿Sólo eso? Sí, nae problemo —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Esperaba que
fuese algo difícil!
Los Nac Mac Feegles desaparecieron en el Cuerno al trote. Sus voces se
apagaron. Las brujas esperaron.
Esperaron un poco más.
Y un poco más.
—¡Feegles! —gritó Tiffany en el agujero. Le pareció oír un muy distante, muy
débil “¡Crivens!”.
—Si esto puede producir granos, podrían haber encontrado cerveza —dijo
Tiffany—. ¡Y eso significa que sólo saldrán cuando la cerveza se agote!
—¡Los gatos no pueden alimentarse a cerveza! —replicó Yaya Ceravieja.
—Bueno, estoy harta de esperar —dijo Tata—. Mira, hay un pequeño agujero
en el extremo puntiagudo, también. ¡Voy a soplar en él!
Lo intentó, al menos. Sus mejillas se pusieron grandes y rojas y sus ojos se
abrieron, y fue bastante claro que si la bocina no sonaba, ella luego… y en ese
momento, el cuerno se rindió. Hubo un lejano e inconfundible ruido sordo rizado, que
se hizo más y más fuerte.
—No puedo ver nada —dijo Yaya, mirando dentro de la boca del cuerno.
Tiffany la empujó a un lado cuando salió Tú al galope de la Cornucopia con su
cola recta y sus orejas gachas. Se deslizó sobre la mesa, saltó sobre el vestido de
Yaya Ceravieja, escarbó en su hombro, se volvió y escupió en desafío.
Con un grito de “¡Crivvvvvvvvens!” los Feegles salieron del cuerno.
—¡Detrás del sofá, todo el mundo! —gritó Tata—. ¡Corran!
Ahora el estruendo era como un trueno. Creció y creció y entonces…
… se detuvo.
En el silencio, tres sombreros puntiagudos se levantaron de detrás del sofá.
Pequeños rostros azules surgieron detrás de todo.
Luego hubo un ruido muy similar a ¡puat! y algo pequeño y arrugado salió de la
boca del Cuerno y cayó en el suelo. Era una piña muy seca.
Yaya Ceravieja sacudió un poco de polvo de su vestido.
—Será mejor que aprendas a usar esto —le dijo a Tiffany.
—¿Cómo?
—¿No tienes alguna idea?
—¡No!
—¡Bueno, ha aparecido para usted, señora, y es peligroso!
Tiffany tomó con cautela la Cornucopia, y de nuevo tuvo la clara sensación de
algo tremendamente pesado pretendiendo, con mucho éxito, ser liviano.
—A lo mejor necesita una palabra mágica —sugirió Tata Ogg—. O hay algún
lugar especial que aprietes....
Cuando Tiffany giró a la luz, algo brillo por un momento.
—Esperen, éstas parecen palabras —dijo ella. Leyó:
Todo lo que usted desee, le doy a un nombre, murmuró la memoria del Dr.
Bustle.
La siguiente línea decía:
Crezco, me achico, tradujo el Dr. Bustle.
—Creo que podría tener una idea —dijo ella, y en memoria de la Srta. Traición
declaró—:¡Sándwich de jamón!
No pasó nada.
Luego el Dr. Bustle tradujo perezosamente, y Tiffany dijo:
CAPÍTULO NUEVE
Disparos Verdes
Pasaron los días. Annagramma aprendía, pero fue una lucha. Era difícil
enseñar a alguien que no admitiría que había algo que ella no sabía, por lo que hubo
conversaciones como ésta:
—Sabes cómo preparar la raíz placebo, ¿verdad?
—Por supuesto. Todo el mundo sabe eso. —Y éste no era el momento de
decir, “Está bien, entonces, muéstrame” porque haría lío alrededor por un rato y
luego diría que tenía un dolor de cabeza. Éste era el momento de decir, “Bueno,
mírame a ver si lo estoy haciendo bien”, y luego hacerlo perfectamente. Y añadir
cosas como, “Como sabes, Yaya Ceravieja dice que prácticamente cualquier cosa
funciona en lugar de la raíz de placebo, pero lo mejor es usar la cosa real, si la
puedes conseguir. Si se prepara en almíbar, es un recurso increíble para
enfermedades menores, pero por supuesto eso ya lo sabes”.
Y Annagramma diría, “Por supuesto”.
Una semana más tarde, en los bosques, hacía tanto frío que algunos árboles
viejos explotaron en la noche. No había sido visto durante mucho tiempo, dijeron los
viejos. Sucedía cuando la savia se congelaba, y trataba de expandirse
Annagramma era tan frívola como un canario en una habitación llena de
espejos y de inmediato entraba en pánico cuando se enfrentaba a cualquier cosa
que no sabía, pero era lista para aprender las cosas, y muy buena en parecer saber
más que lo que realmente sabía, lo cual es un talento valioso para una bruja. Una
vez, Tiffany notó el catálogo Boffo abierto sobre la mesa con algunas cosas en
círculos. No hizo preguntas. Estaba demasiado ocupada.
Una semana después de eso, los pozos se congelaron.
Tiffany fue alrededor de las aldeas con Annagramma un par de veces y sabía
que lo lograría, con el tiempo. Ella tenía incorporado a Boffo. Era alta y arrogante y
actuaba como si lo supiera todo, incluso cuando no tenía ni idea. Eso la llevaría
lejos. La gente la escuchaba.
Ellos lo necesitaban. No había caminos abiertos ahora; entre las cabañas, la
gente había cortado túneles llenos de fría luz azul. Todo lo que necesitaba ser
movido era movido por escoba. Eso incluía a los ancianos. Fueron levantados, ropa
de cama, bastones, y todo, y trasladados a otras casas. La gente se juntaba para
estar más caliente, y podrían pasar el tiempo recordando otros que, aunque esto era
frío, no era tan frío como el frío que tuvieron cuando eran jóvenes.
Después de un rato, dejaron de decir eso.
A veces se derretía, sólo un poco, y luego se congelaba de nuevo. Eso bordeó
cada techo de carámbanos. En el siguiente deshielo, apuñalaban el suelo como
dagas.
Tiffany no dormía, por lo menos, no iba a la cama. Ninguna de las brujas lo
hacía. La nieve pisoteada se hacía hielo, que era como roca, por lo que algunos
carros se pudieron mover, pero aún no eran suficientes brujas para todo o
suficientes horas en el día. No había suficientes horas en el día y la noche juntos.
Petulia se había quedado dormida en su escoba y terminó en un árbol a dos millas
de distancia. Tiffany se resbaló una vez y aterrizó en un montón de nieve.
Los lobos entraron en los túneles. Estaban débiles por el hambre, y
desesperados. Yaya Ceravieja los detuvo y nunca le dijo a nadie cómo lo había
hecho.
El frío era como ser golpeado, una y otra vez, día y noche. Sobre la nieve había
pequeños puntos oscuros que eran aves muertas, congeladas en el aire. Otras aves
habían encontrado los túneles y los llenaron de gorjeos, y la gente las alimentó con
los desechos, ya que trajeron una falsa esperanza de primavera para el mundo...
… porque había comida. Oh, sí, había comida. La Cornucopia corría día y
noche.
Y Tiffany pensaba: debía haber dicho que no a los copos de nieve....
Había una choza, vieja y abandonada. Y allí estaba, en los tablones podridos,
un clavo. Si el Forjainviernos hubiera tenido dedos, los habría sacudido.
¡Esto era lo último! ¡Había habido tanto que aprender! ¡Había sido tan difícil,
tan difícil! ¿Quién hubiera pensado que un hombre fuera hecho de cosas como tiza,
hollín, gases, venenos y metales? Pero ahora se formaba hielo debajo del clavo
oxidado, y la madera crujía y chirriaba mientras el hielo crecía y lo forzaba a salir.
Giró suavemente en el aire, y la voz del Forjainviernos se oyó en el viento que
congelaba las copas de los árboles:
—¡HIERRO SUFICIENTE PARA HACER UN HOMBRE!
En lo alto de las montañas la nieve explotó. Hizo montículos en el aire como si
debajo estuvieran jugando delfines, formándose y desapareciendo....
Entonces, tan repentinamente como había subido, la nieve bajó de nuevo. Pero
ahora había un caballo allí, blanco como la nieve, y en su lomo un jinete, reluciente
de escarcha. Si al mejor escultor que el mundo había conocido hasta entonces le
hubieran dicho que hiciera un muñeco de nieve, se habría parecido a esto.
Algo estaba sucediendo aún. Las formas del caballo y el hombre se movían
lentamente a medida que se volvían más y más reales. Aparecieron los detalles.
Aparecieron los colores, siempre pálidos, nunca brillantes.
Y había un caballo, y había un jinete, que brillaban en la incómoda luz del sol
de pleno invierno.
El Forjainviernos tendió la mano y flexionó los dedos. El color es, después de
todo, simplemente una cuestión de reflejos; los dedos tomaron el color de la carne.
El Forjainviernos habló. Es decir, hubo una variedad de sonidos, desde el
rugido de una tormenta al tableteo de la succión de las olas en una playa de gravilla
después de una destructiva tormenta en el mar. En algún lugar entre todos ellos
había un tono que parecía correcto. Lo repitió, lo extendió, lo movió a su alrededor, y
lo convirtió en habla, jugando con él hasta que sonó bien.
Él dijo:
—¿Tasbnlerizwip? ¿Ggokyziofvva? ¿Wiswip? Nananana... Nyip... nap... Ah....
¡Ah! ¡Esto es hablar! —El Forjainviernos echó hacia atrás la cabeza y cantó la
obertura de Invierno en Überwald del compositor Wotua Doinov. Lo había oído una
vez al conducir un viento rugiente alrededor de los tejados de un teatro de ópera, y
había quedado asombrado al descubrir que un ser humano, en realidad nada más
que una bolsa de agua sucia con piernas, podía tener un entendimiento tan
maravilloso de la nieve.
—¡SNOVA POXOLODALO! —cantó al cielo congelado.
El único ligero error del Forjainviernos, mientras su caballo trotaba entre los
pinos, fue cantar los instrumentos, así como las voces. Cantó, de hecho, todo el
asunto, y fue como una orquesta viajera, al hacer los sonidos de los cantantes, los
tambores, y el resto de la orquesta al mismo tiempo.
¡Oler los árboles! ¡Sentir la atracción de la tierra! ¡Ser sólido! ¡Sentir la
oscuridad detrás de tus ojos y saber que eras tú! ¡Ser —y saber que eres— un
hombre!
Nunca se había sentido así antes. Era emocionante. Había muchas cosas de...
de todo, le venían encima desde todas las direcciones. La cosa con el suelo, por
ejemplo. Atraía todo el tiempo. Estar parado tomaba mucho pensamiento. ¡Y los
pájaros! El Forjainviernos siempre los había visto como nada más que impurezas del
aire, interfiriendo con el flujo del tiempo, pero ahora eran seres vivos al igual que él.
Y jugaban con la presión del viento, y poseían el cielo.
El Forjainviernos nunca había visto antes, nunca había sentido antes, nunca
había escuchado antes. No podías hacer esas cosas a menos estuvieses...
separado, en la oscuridad detrás de los ojos. Antes, no había estado separado, él
había sido parte, una parte de todo el universo de atracción y presión, de luz y
sonido, fluyendo, bailando. Había corrido tormentas contra las montañas por
siempre, pero nunca había sabido lo que era una montaña hasta hoy.
La oscuridad detrás de los ojos... qué cosa preciosa. Te daba tu... identidad. Tu
mano, con esas risibles cosas sacudibles en ella, te dan el tacto; los orificios a
ambos lados de la cabeza dejaban entrar el sonido; los agujeros en la parte
delantera dejaban entrar el maravilloso olor. ¡Qué listos los agujeros para saber qué
hacer! ¡Era increíble! Cuando eras un elemental, todas las cosas pasaban juntas,
dentro y fuera, también en una sola cosa....
Cosa. Se trata de una palabra útil... cosa. Cosa era algo que el Forjainviernos
no podía describir. Todo eran... cosas, y eran emocionantes.
¡Era bueno ser un hombre! Oh, él estaba hecho principalmente de hielo sucio,
pero eso era sólo agua sucia mejor organizada, después de todo.
Sí, él era un humano. Era tan fácil. Era sólo cuestión de organizar las cosas.
Tenía los sentidos, podía moverse entre los humanos, podía... buscar. Era como
buscar para los humanos. ¡Tú te convertiste en uno! Era tan difícil de hacer para un
elemental y era muy difícil, incluso reconocer a un humano, en la agitada cosidad del
mundo físico. Pero un humano podía hablar con otros humanos con los orificios para
el sonido. ¡Podía hablar con ellos y ellos no sospecharían!
Y ahora que él era humano, no habría vuelta atrás. ¡Rey Invierno!
Todo lo que necesitaba era una reina.
11
Se escriben igual en inglés, tragar y golondrina. (NT)
No espero menos de ti...
Las palabras mantuvieron a Tiffany caliente mientras volaba sobre los árboles.
El fuego en su cabeza ardía con orgullo, pero contenía uno o dos grandes troncos
crepitantes de ira.
¡Yaya había sabido! ¿Lo había planeado? Porque se veía bien, ¿no? Todas las
brujas lo sabrían. La alumna de la Sra. Earwig no podía arreglarse sola, pero Tiffany
Doliente organizó a todas las demás chicas para ayudar y no le digas a nadie. Por
supuesto que no, entre las brujas, decirle a nadie era una forma segura de conseguir
averiguar las cosas. Las brujas eran muy buenas para escuchar lo que no estabas
diciendo. Así Annagramma retuvo su cabaña, y la Sra. Earwig estaba avergonzada y
Yaya sería presuntuosa. Todo ese trabajo y apuro, para que Yaya se sienta
satisfecha. Bueno, y para el cerdo de la Sra. Stumper y todos los demás, por
supuesto. Eso lo hacía complicado. Si podías, hacías lo que tenías que hacer. Meter
la nariz era brujería básica. Ella lo sabía. Yaya sabía que ella lo sabía. Así que
Tiffany se había escurrido alrededor como un pequeño ratón a cuerda....
¡Habría un ajuste de cuentas!
El claro estaba lleno de nieve helada en grandes ventisqueros, pero estuvo
encantada de ver un usado camino hasta la cabaña.
Era algo nuevo. Había gente de pie cerca de la tumba de la Srta. Traición, y
algo de la nieve había sido raspada.
¡Oh, no!, pensó Tiffany mientras daba vueltas, ¡por favor, di que ella no ha ido a
buscar las calaveras!
Resultó ser, en algunos aspectos, peor.
Reconoció a la gente alrededor de la tumba. Eran aldeanos, y lanzaron a
Tiffany la mirada desafiante y preocupada de la gente temerosa del pequeño pero
posiblemente enojado sombrero puntiagudo delante de ellos. Y había algo en la
manera muy deliberada en no estaban mirando el montículo, que inmediatamente
atraía la atención sobre él. Estaba cubierto de pequeños trozos de papel,
inmovilizados con palos. Ondeaban al viento.
Ella cogió un par:
“Srta. Traición por favor ayude a mi hijo Joe a salvar la vista”.
“Srta. Traición, me estoy quedando calvo ayuda por favor”.
“Srta. Traición, por favor encuentre a nuestra Chica Becky que huyó lo siento”.
Había más. Y justo cuando estaba a punto de hablar punzantemente a los
aldeanos por seguir molestando a la Srta. Traición, se acordó de los paquetes de
tabaco Jolly Sailor que los pastores, incluso ahora, dejaban en el césped donde
había estado la vieja cabaña de pastoreo. No escribían sus peticiones, pero estaban
allí de todos modos, flotando en el aire:
“Abuela Doliente, que pastoreas los rebaños de las nubes en el cielo azul, por
favor vigila mis ovejas”. “Abuela Doliente, cura a mi hijo”. “Abuela Doliente,
encuentra mis corderos”.
Eran las oraciones de gente pequeña, con demasiado miedo de molestar a los
dioses en sus altares. Ellos confiaban en lo que conocían. No estaban bien ni mal.
Estaban... esperanzados.
Bueno, Srta. Traición —pensó—, usted es un mito ahora, tan seguro como
cualquier cosa. Puede ser que incluso la hagan una diosa. No es divertido, le puedo
decir.
—¿Y Becky ha sido encontrada? —dijo, volviéndose hacia la gente.
Un hombre evitó su mirada mientras decía: —Para mí que la Srta. Traición
entenderá por qué la niña no busca volver pronto a casa.
Oh, pensó Tiffany, una de esas razones.
—¿Alguna noticia del muchacho, entonces? —dijo.
—Ah, eso funcionó —dijo una mujer—. Su madre recibió una carta ayer
diciendo que había estado en un naufragio terrible, pero fue recogido con vida, que
sólo va a mostrar.
Tiffany no le preguntó qué era lo que iba a mostrar. Bastaba con que se había
ido a mostrarlo.
—Bien, eso es bueno —dijo.
—Pero muchos de los pobres marineros se ahogaron —continuó la mujer—.
Chocaron contra un témpano en la niebla. Una gran montaña de hielo flotante en
forma de mujer, dijeron. ¿Qué le parece eso?
—Creo que si han estado en el mar el tiempo suficiente, cualquier cosa se
vería como una mujer, ¿eh? —dijo el hombre, y se rió entre dientes. La mujer le
dirigió una Mirada.
—¿Él no dijo si se parecía, ya sabe... a alguien? —dijo Tiffany, tratando de
sonar indiferente.
—Depende de dónde estaban mirando —empezó el hombre alegremente.
—Debes lavarte el cerebro con agua y jabón —dijo la mujer, pinchándolo con
dureza en el pecho.
—Er, no, señorita —dijo, mirando a sus pies—. Sólo dijo que su cabeza estaba
toda cubierta con… popó de gaviotas, señorita.
Esta vez, Tiffany trató de no sonar aliviada. Miró a los trozos de papel
revoloteando sobre la tumba y de nuevo a la mujer, que estaba tratando de ocultar lo
que podría ser una nueva solicitud a la espalda.
—¿Cree en estas cosas, Sra. Carter?
La mujer repentinamente se vio nerviosa. —Oh, no, señorita, por supuesto que
no. Pero es que... bueno, ya sabe....
Te hace sentir mejor, pensó Tiffany. Es algo que puedes hacer cuando no hay
nada más por hacer. Y quién sabe, podría funcionar. Sí, lo sé. Es…
Su mano picaba. Y ahora se daba cuenta de que había estado picando por un
tiempo.
—¿Ah, sí? —dijo en voz baja—. ¿Te atreves?
—¿Se encuentra bien, señorita? —dijo el hombre. Tiffany no le hizo caso. Un
jinete se acercaba y la nieve lo seguía, extendiéndose y ampliándose a sus espaldas
como una capa, silenciosa como un deseo, espesa como niebla.
Sin apartar los ojos de él, Tiffany buscó en su bolsillo y se apoderó de la
pequeña Cornucopia. ¡Ja!
Caminó hacia adelante.
El Forjainviernos desmontó de su caballo blanco como la nieve cuando alcanzó
la altura de la vieja cabaña.
Tiffany se detuvo a unos veinte metros de distancia, su corazón latía con
fuerza.
—Señora —dijo el Forjainviernos, e hizo una reverencia.
Se veía... mejor, y más viejo.
—¡Te advierto! ¡Tengo una Cornucopia y no tengo miedo de usarla! —dijo
Tiffany. Pero vaciló. Él parecía casi humano, a excepción de esa sonrisa fija y
extraña—. ¿Cómo me has encontrado? —dijo.
—Por ti he aprendido —dijo la figura—. Aprendí a buscar. ¡Soy humano!
¿En serio? Pero su boca no se ve bien, dijeron sus Terceros Pensamientos. Es
pálida en el interior, como la nieve. Eso allí no es un muchacho. Eso simplemente
piensa que lo es.
Una calabaza grande, instaron sus Segundos Pensamientos. Se ponen
realmente duras en esta época del año. ¡Dispárale ahora!
Tiffany misma, la del exterior, la que podía sentir el aire en la cara, pensó: ¡No
puedo hacer eso! Todo lo que está haciendo es hablar allí de pie. ¡Todo esto es mi
culpa!
Quiere un invierno interminable, dijeron sus Terceros Pensamientos. ¡Todos los
que conoces van a morir!
Estaba segura de que los ojos del Forjainviernos podían ver directamente en su
mente.
El verano mata el invierno, insistieron los Terceros Pensamientos. ¡Así es como
funciona!
Pero no como esto, pensó Tiffany. ¡Sé que no se supone que sea así! Se
siente mal. No es la historia... correcta. ¡El rey del invierno no puede ser muerto por
una calabaza voladora!
El Forjainviernos la observaba con atención. Miles de copos en forma de
Tiffany caían a su alrededor.
—¿Vamos a terminar la danza ahora? —dijo—. ¡Yo soy humano, igual que tú!
—Le tendió una mano.
—¿Sabes qué es humano? —dijo Tiffany.
—¡Sí! ¡Fácil! ¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —dijo el Forjainviernos con
prontitud. Sonrió, como si hubiera hecho un truco con éxito—. Y ahora, por favor,
bailemos...
Dio un paso hacia adelante. Tiffany retrocedió.
Si bailas ahora, advirtieron sus Terceros Pensamientos, será el final de esto.
Tú estarás creyendo en ti misma y confiando en tu estrella, y a miles de grandes
cosas centelleantes millas arriba en el cielo no les importa si brillan sobre la nieve
eterna.
—Yo no... estoy lista —dijo Tiffany, apenas un susurro.
—Pero el tiempo pasa —dijo el Forjainviernos—. Soy humano, conozco estas
cosas. ¿No eres una diosa en forma humana?
Los ojos se clavaron en ella.
No, no lo soy, pensó. Siempre voy a ser sólo... Tiffany Doliente.
El Forjainviernos se acercaba, su mano todavía extendida.
—Es hora de bailar, Dama. Es hora de terminar el Baile.
Los pensamientos se filtraron fuera del control de Tiffany. Los ojos del
Forjainviernos llenaron su mente con nada más que blancura, como un campo de
nieve pura...
—¡Aaaiiiiieeeee!
La puerta de la vieja cabaña de la Srta. Traición se abrió de golpe y... algo
salió, tambaleándose por la nieve.
Era una bruja. No había error. Ella —probablemente era una ella, pero algunas
cosas son tan horribles que preocuparse acerca de cómo dirigirles una carta es una
tontería— tenía un sombrero con una punta enroscada como una serpiente. Estaba
arriba de goteantes mechones de pelo loco, grasiento, que se alzaba sobre una cara
de pesadilla. Era verde, como las manos que agitaban uñas pintadas de negro que
eran garras realmente terribles.
Tiffany miró. El Forjainviernos miró. La gente miró.
Cuando la horrible cosa se acercó gritando y sacudiéndose, los detalles fueron
más claros, como los podridos dientes marrones y las verrugas. Montones de
verrugas. Hasta las verrugas en las verrugas tenían verrugas.
Annagramma había pedido todo. Parte de Tiffany quería reír, incluso ahora,
pero el Forjainviernos arrebató su mano…
… y la bruja la agarró por el hombro.
—¡No eches mano de ella de esa manera! ¡Cómo te atreves! Soy una bruja,
¿sabes?
La voz de Annagramma no era fácil de escuchar, en el mejor de los casos, pero
cuando ella estaba asustada o enojada, tenía un rechinido que se clavaba
directamente en la cabeza.
—Deja que ella se vaya, digo —gritó Annagramma. El Forjainviernos parecía
aturdido. Tener que escuchar a Annagramma furiosa era difícil para alguien que no
había tenido oídos por mucho tiempo.
—¡Déjala ir! —gritó. Luego arrojó una bola de fuego.
Erró. Es posible que haya sido su intención. Una bola de fuego de gas
zumbando cerca, por lo general hace que la mayoría de las personas dejen lo que
están haciendo. Pero la mayoría de la gente no se derrite.
La pierna del Forjainviernos cayó fuera.
Más tarde, en el viaje a través de la tormenta, Tiffany se preguntó cómo
funcionaba el Forjainviernos. Estaba hecho de nieve, pero pudo hacerla caminar y
hablar. Eso debe significar que tenía que pensar en eso todo el tiempo. Tenía que
hacerlo. Los seres humanos no tienen que pensar acerca de su cuerpo todo el
tiempo, porque sus cuerpos saben qué hacer. Pero la nieve no sabe ni pararse
derecha.
Annagramma lo miraba como si hubiera hecho algo realmente molesto.
Miró a su alrededor, como desconcertado, aparecieron grietas sobre su pecho,
y luego no fue más que nieve desintegrándose, colapsando en brillantes cristales.
La nieve comenzó a caer ahora, como si las nubes fueran estrujadas.
Annagramma hizo a un lado la máscara y miró por primera vez al montón y
luego a Tiffany.
—Está bien —dijo ella—, ¿qué ha pasado? ¿Se suponía que iba a hacer eso?
—Yo venía a verte y... ¡ese es el Forjainviernos! —Fue todo lo que Tiffany pudo
decir en ese punto.
—¿Quieres decir como... el Forjainviernos? —dijo Anagrama—. ¿No es sólo
una historia? ¿Porqué está detrás de ti? —agregó en tono acusador.
—Es que... él… yo... —comenzó Tiffany, pero no había ningún lugar donde
comenzar—. ¡Él es real! ¡Tengo que alejarme de él! —dijo—. ¡Tengo que salir! Se
tarda demasiado tiempo para explicar!
Por un horrible momento pensó que Annagramma todavía iba a exigir toda la
historia, pero ella alargó la mano y agarró la de Tiffany con una garra de caucho
negro.
—¡Entonces, sal de aquí ahora mismo! Oh, no, ¿todavía tienes la vieja escoba
de la Srta. Traición? ¡Totalmente inútil! ¡Usa la mía! —Arrastró a Tiffany hacia la
casa, mientras los copos de nieve se espesaban.
—¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —dijo Tiffany, tratando de mantener el
ritmo. No podía pensar en nada más que decir, y de pronto fue muy importante—.
Pensó que era humano…
—Sólo he golpeado a su muñeco de nieve, tonta. ¡Volverá!
—Sí, pero suficiente hierro, ya ves, para…
Una mano verde le dio una bofetada, pero esto dolió menos que lo que podía
haber dolido, a causa de la goma.
—¡No balbucees! ¡Pensé que eras inteligente! Realmente no sé de qué se
trata, pero si tuviera esa cosa en pos de mí, yo no andaría por ahí balbuceando! —
Annagramma tiró de la Máscara de Bruja Malvada De-Luxe Con El Moco Colgando
Gratis, ajustó el colgar del moco, y se dirigió a los aldeanos, que habían estados
clavados en el suelo durante todo este tiempo—. ¿Qué están mirando? ¿No han
visto nunca a una bruja antes? —gritó—. ¡Vuelvan a casa! ¡Ah, y voy ir mañana con
alguna medicina para su niño, Sra. Carter!
Se quedaron mirando la cara verde, los dientes podridos, el pelo apestoso, y el
moco enorme, hecho en realidad de vidrio, y huyeron.
Aún embriagada de terror y alivio, Tiffany se balanceaba suavemente,
murmurando:
—¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —hasta que Annagramma la sacudió.
Los gruesos copos caían tan rápido que era difícil verle la cara.
—Tiffany, escoba. Escoba volar —dijo Anagrama—. ¡Vuela muy lejos! ¿Me
oyes? ¡A un lugar seguro!
—Pero él... la pobre cosa piensa que...
—Sí, sí, estoy segura de que es muy importante —dijo Annagramma,
arrastrándola hacia la pared de la cabaña, donde se apoyaba su escoba. Ella medio
empujó, medio levantó a Tiffany sobre ella y miró hacia arriba. La nieve estaba
brotando del cielo como una cascada ahora.
—¡Él va a regresar! —dijo bruscamente, y dijo unas palabras en voz baja. La
escoba se disparó hacia arriba y desapareció en la luz que desaparecía llena de
nieve.
CAPÍTULO DIEZ
Yendo a Casa
Yaya Ceravieja levantó la vista del plato de tinta, en el cual una pequeña
Tiffany estaba desapareciendo en la blancura de la tormenta. Estaba sonriendo,
pero con Yaya Ceravieja eso no quería decir necesariamente que estaba ocurriendo
algo agradable.
—Podríamos haberlo derrotado fácil —dijo Roba A Cualquiera en son de
reproche—. Debíais habernos dejado.
—Tal vez. ¿O tal vez los habría congelado? —dijo Yaya—. Además, hay una
tarea mayor por delante de los Nac Mac Feegles. Su gran hag pequeñita los
necesita para hacer dos cosas. Una de ellas es difícil, la otra es muy difícil.
Los Feegles vitorearon al oír esto. Estaban por todas partes en la cocina de la
Sra. Ogg. Algunos estaban sobre la misma Tata Ogg, y la Srta. Tick parecía muy
incómoda rodeada por ellos. A diferencia de la Srta. Tick, los Feegles rara vez
tenían oportunidad para bañarse.
—En primer lugar —dijo Yaya—, ella tendrá que ir al… Inframundo, a buscar a
la Dama Verano.
La pausa significativa no pareció molestar a los Feegles en absoluto.
—Oh sí, podemos hacer eso —dijo Roba A Cualquiera—. Podemos entrar en
cualquier lugar. Y eso es lo muy difícil, ¿verdad?
—¿Y salir de nuevo? —dijo Yaya.
—Oh, sí —dijo Roba firmemente—. ¡Principalmente hacemos que nos arrojen
afuera!
—La parte muy difícil —dijo Yaya—, va a ser encontrar un héroe.
—Eso no es difícil —dijo Roba—. ¡Los héroes estamos aquí! —Se escucharon
vítores.
—¿En verdad? —dijo Yaya—. ¿Tienes miedo de ir al Inframundo, Roba A
Cualquiera?
—¿Yo? ¡No! —Roba A Cualquiera miró a sus hermanos y sonrió enormemente.
—Deletrea la palabra “mermelada” entonces. —Yaya Ceravieja empujó un lápiz
a través de mesa de Tata Ogg y se reclinó en su silla—. Adelante. Ahora mismo. ¡Y
no hay nadie para ayudarte!
Roba retrocedió. Yaya Ceravieja era la hag de todas las hags… él lo sabía. No
se sabía qué podría hacerle a un Feegle errante.
Cogió el lápiz con nerviosismo, y colocó el extremo puntiagudo contra la
madera de la mesa. Otros Feegles se agruparon alrededor, pero bajo el ceño
fruncido de Yaya nadie se atrevía ni siquiera a aplaudirlo.
Roba miró hacia arriba, moviendo los labios y con sudor cubriéndole la frente.
—Mmmmee... —dijo.
—Uno —dijo Yaya.
Roba parpadeó.
—¿Eh? ¿Quién está contando? —protestó.
—Yo —dijo Yaya. El gatito Tu saltó sobre su regazo y se acurrucó.
—¡Crivens, nunca dijisteis que iba a ser con cuentas!
—¿No? ¡Las reglas pueden cambiar en cualquier momento! ¡Dos!
Roba garabateó una M pasable, vaciló, y luego dibujó a una R justo cuando
Yaya decía:
—¡Tres!
—Va a tener tae ser una "E" allí, Roba —dijo Billy Granbarbilla. Miró desafiante
a Yaya y agregó—: Oí decir que las reglas pueden cambiar en cualquier momento,
¿no?
—Por supuesto. ¡Cinco!
Rob rayó una E y añadió otra M en un estallido de creatividad.
—Seis y medio —dijo Yaya con calma, acariciando el gatito.
—¿Qué? Ach, crivens —murmuró Roba, y se secó la mano sudada en su kilt.
Luego agarró el lápiz y dibujó una L, que tenía el pie bastante ondulado, porque el
lápiz se deslizó fuera de sus manos y se rompió la punta.
Gruñó y sacó su espada.
—Ocho —dijo Yaya. Volaron las virutas cuando Roba hachó una nueva punta
bastante desigual al lápiz.
—Nueve. —Una A y una D fueron garabateadas por Roba, cuyos ojos ahora
estaban desorbitados y cuyas mejillas estaban rojas.
—Diez. —Roba se paró en atención, con expresión sobre todo un poco
nerviosa pero orgullosa, junto a MREMLAD. Los Feegles empezaron a aplaudir, y
los más cercanos le abanicaban con sus kilts.
—¡Once!
—¿Qué? Crivens! —Roba se escurrió de nuevo al final de la palabra y plantó
una pequeña A.
—¡Doce!
—Podéis contar todo lo que tae queráis, señora —dijo Roba, tirando el lápiz—,
¡pero ésa es toda la mermelada que hay! —Esto obtuvo otro vitoreo.
—Un esfuerzo heroico, Sr. Cualquiera —dijo Yaya—. La primera cosa que un
héroe debe vencer es el miedo, y cuando se trata de pelear, los Nac Mac Feegles no
conocen el significado de la palabra.
—Sí, es cierto —gruñó Roba—. ¡No conocemos el significado de miles de
palabras!
—¿Puedes luchar contra un dragón?
—¡Oh, sí, tráigalo! —Todavía estaba enojado por la mermelada.
—¿Correr a un monte alto?
—¡Nae problemo!
—¿Leer un libro hasta el final para salvar a su gran hag pequeñita?
—Oh, sí. —Roba se detuvo. Parecía acorralado. Se lamió los labios—.
¿Cuántas de esas cosas páginas serían? —dijo con voz ronca.
—Cientos —dijo Yaya.
—¿Con letras en ambos lados?
—Sí, desde luego. ¡En escritura muy pequeña!
Roba se agachó. Siempre lo hacía cuando estaba acorralado, lo mejor para
salir luchando. La masa de Feegles contuvo la respiración.
—¡Yo lo haré! —anunció con gravedad, apretando los puños.
—Bien —dijo Yaya—. Por supuesto que sí. Eso sería heroico… para ti. Pero
alguien tiene que entrar en el Inframundo para encontrar la verdadera Dama Verano.
Se trata de una Historia. Ya ha sucedido antes. Funciona. Y debe hacerlo con miedo
y terror, como un verdadero Héroe, porque muchos de los monstruos que tiene que
superar son los que están en su cabeza, los que trae con él. Es hora de la
primavera, y el invierno y su nieve están todavía con nosotros, así que debes
encontrarlo ahora. Tienes que encontrarlo y poner sus pies en el camino. El Camino
Que Va Hacia Abajo, Roba A Cualquiera.
—Sí, conocemos ese camino —dijo Roba.
—Su nombre es Roland —dijo Yaya—. Supongo que debes dejarnos tan
pronto como haya luz.
Incluso Turquesa
¡Clang-clonk!
Tiffany se sentó de golpe, con la paja cayendo a su alrededor. Pero era sólo el
sonido de una manija golpeando en el costado de un cubo de metal.
La señora Umbridge estaba ordeñando sus vacas. La luz del día brillaba pálida
a través de las rendijas de las paredes. Levantó la vista cuando oyó a Tiffany.
—Ah, pensé que una de mis damas debía de haber llegado en la noche —dijo
—. ¿Quiere algo para desayunar, querida?
—¡Por favor!
Tiffany ayudó a la anciana con sus cubos, ayudó a hacer un poco de
mantequilla, acarició a su muy viejo perro, comió frijoles sobre pan tostado y,
después…
—Creo que tengo algo para ti —dijo la señora Umbridge, dirigiéndose al
pequeño mostrador que era toda la oficina de correos de Doscamisas—. Ahora,
dónde lo… oh sí...
Le entregó a Tiffany un pequeño manojo de cartas y un paquete plano, todo
unido por una banda elástica y cubierto de pelos de perro. Siguió hablando, pero
Tiffany apenas lo notó. Escuchó algo acerca de cómo el carretero se había roto una
pierna, pobre hombre, o tal vez era su caballo el que se había roto una pierna, pobre
criatura, y una de las tormentas había derribado muchos árboles en el sendero, y
luego la nieve había puesto tan cruel, querida, que ni siquiera un hombre de a pie
podía pasar, y así entre una cosa y otra el correo para y desde la Creta se había
retrasado y que realmente no había prácticamente ninguno de todos modos…
Todo esto era una especie de zumbido de fondo para Tiffany, porque las cartas
estaban dirigidas a todas a ella, tres de Roland y una de su madre… y también el
paquete. Tenía un aire comercial, y cuando se abrió reveló una elegante caja negra,
que a su vez se abrió para revelar…
Tiffany nunca había visto una caja de acuarelas antes. Ella no sabía que
existían tantos colores en un solo lugar.
—Oh, una caja de pinturas —dijo la señora Umbridge, mirando sobre su
hombro—. Eso está bien. Tuve una cuando era una niña. Ah, y tiene color turquesa.
Eso es muy caro, el color turquesa. Es de tu novio, ¿verdad? —añadió, porque a las
mujeres de edad les gusta saber todo, o un poco más.
Tiffany se aclaró la garganta. En sus cartas ella había mantenido fuera todo el
doloroso tema de la pintura. Él debía haber pensado que le gustaría intentarlo.
Los colores en sus manos brillaban como un arco iris atrapado.
—Es una mañana preciosa —dijo ella—, y creo que sería mejor volver a casa...
En el río helado justo por encima de la tronante Catarata Lancre, un tronco de
árbol estaba amarrado. Yaya Ceravieja y Tata Ogg, de pie en una enorme piedra
gastada por el agua en el centro del torrente lo miraban.
El tronco estaba cubierto de Feegles. Todos parecían alegres. Es cierto que
una muerte segura les esperaba, pero eso no implicaba —y esto es importante—
tener que deletrear nada.
—Tú sabes, ningún hombre ha caído por estas cataratas y vivió para contarlo
—dijo Tata.
—El señor Parkinson lo hizo —dijo Yaya—. ¿No te acuerdas? ¿Hace tres
años?
—Ah, sí, él vivió, sin duda, pero quedó con un tartamudeo muy malo —dijo
Tata Ogg.
—Pero él lo escribió —dijo Yaya—. Lo llamó "Mi Caída Por Las Cataratas”. Era
bastante interesante.
—Nadie cuenta un cuento en realidad—dijo Tata—. Ése es mi punto.
—Sí, bien, somos tan livianos como pequeñas plumas —dijo Gran Yan—. Y el
viento soplando a través del kilt lleva a un hombre muy alto, ¿sabes?
—Estoy segura que eso es algo digno de ver —dijo Tata Ogg.
—¿Estáis listos? —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Muy bien! ¿Seríais tan buena
como para desatar la cuerda allá, Sra. Ogg?
Tata Ogg deshizo el nudo y le dio al tronco un empujón con el pie. Derivó un
poco y luego quedó atrapado por la corriente.
—¿Rema, Rema, Rema Vuestro Bote? —sugirió Wullie Tonto.
—¿Qué es un bote? —dijo Roba A Cualquiera cuando el tronco comenzó a
acelerar.
—¿Por qué no lo cantamos todos? —dijo Wullie Tonto. Las paredes del cañón
se cerraban rápido ahora.
—Está bien —dijo Roba—. Después de todo, es una placentera cancioncilla
náut-ica. Y Wullie, tae mantengáis vuestro queso lejos de mí. No me gusta la forma
en que me está mirando.
—No tiene nada de ojos, Roba —dijo humildemente Wullie, agarrado a
Horacio.
—Sí, eso es lo que quiero decir —dijo Roba con acritud.
—Horacio no tae intenta comeros, Roba —dijo Wullie Tonto dócilmente—. Y
vosotros habéis dicho que es amable y limpio cuando os escupió afuera.
—¿Y como habéis llegado a conocer el nombre de un queso? —exigió Roba,
cuando el agua turbulenta comenzó a salpicar sobre el tronco.
—Él me dijo, Roba.
—¿Sí? —dijo Roba, y se encogió de hombros—. Oh, está bien. No voy a
discutir con un queso.
En el río se mecían trozos de hielo. Tata Ogg los señaló a Yaya Ceravieja.
—Toda esta nieve hace que los ríos de hielo se muevan de nuevo —dijo.
—Lo sé.
—Espero que puedas confiar en las historias, Esme —dijo Tata.
—Son historias antiguas. Tienen una vida propia. Hace mucho que se repiten.
¿Verano rescatado de una cueva? Muy vieja —dijo Yaya Ceravieja.
—El Forjainviernos perseguirá a nuestra chica, sin embargo.
Yaya miró el tronco de los Feegles derivando por el codo.
—Sí, lo hará —dijo—. Y, sabes, casi siento pena por él.
Tiffany voló sobre la larga ballena de la Creta. Era una ballena blanca ahora,
pero la nieve no parecía demasiado profunda aquí. Los acerbos vientos que
soplaban la nieve en las colinas también la quitaban. No había árboles y pocas
paredes para que se acumulase.
Al acercarse a la casa, miró hacia abajo, a los bajos campos protegidos. Los
corrales de parición ya estaban siendo armados. Había una gran cantidad de nieve
para esta época del año —¿y quién tiene la culpa de eso?—, pero las ovejas tenían
su propio calendario, nieve o no. Los pastores sabían qué tan amargo puede ser el
tiempo en la época de parto; el invierno nunca se rindió sin luchar.
Aterrizó en el corral y le dijo unas palabras a la escoba. No era suya, después
de todo. Se levantó y salió disparada de nuevo hacia las montañas. Una escoba
siempre puede encontrar su camino a casa, si conoces el truco.
Hubo reuniones, muchas risas, algunas lágrimas, una afirmación general de
que había crecido como una habichuela y ya estaba tan alta como su madre y todas
las otras cosas que se dicen en un momento como éste.
Aparte de la pequeña Cornucopia en el bolsillo, había dejado todo detrás… su
diario, su ropa, todo. No importaba. Ella no había huido de nada, había corrido a un
sitio, y aquí estaba, esperando por ella misma. Podía sentir su propio terreno bajo
sus botas de nuevo.
Colgó el sombrero puntiagudo detrás de la puerta y fue a ayudar a los hombres
a levantar los corrales.
Era un buen día. Un poco de sol había logrado escapar a través de las
tinieblas. Contra la blancura de la nieve, todos los colores parecían brillantes, como
si el hecho de estar aquí les diese algo de brillo especial. Los viejos arneses en la
pared del establo brillaban como plata; e incluso los marrones y grises que una vez
que le hubieran parecido tan monótonos parecían, ahora, tener vida propia.
Levantó la caja de pinturas y un poco de precioso papel y trató de pintar lo que
veía, y había una especie de magia allí, también. Se trataba de luz y oscuridad. Si
podías conseguir en un papel la sombra y el brillo, la forma que cualquier criatura
dejaba en el mundo, entonces podrías tener la cosa misma.
Sólo había dibujado con tizas de colores antes. La pintura era mucho mejor.
Era un buen día. Había sido un día sólo para ella. Podía sentir partes de sí
misma abriéndose y saliendo de su escondite. Mañana habría tareas, y gente muy
nerviosa viniendo a la granja en busca de la ayuda de una bruja. Si el dolor era
bastante fuerte, nadie se preocupaba de que la bruja que lo hacía desaparecer fuera
alguien que recordaban con dos años corriendo por ahí con sólo su camiseta puesta.
Mañana... podría llegar a ser cualquier cosa. Pero hoy el mundo de invierno
estaba lleno de color.
CAPÍTULO DOCE
El Lucio
La mejor manera de describir las paredes del castillo sería “muy, muy gruesas”.
No había guardias de noche, porque cerraban a las ocho y se iban a casa. En
cambio, estaba Old Robbins, que había sido una vez un guardia y que ahora era
oficialmente el vigilante nocturno, pero todo el mundo sabía que se quedaba dormido
frente al fuego a las nueve. Había una vieja trompeta que se suponía que debía
hacer sonar si había un ataque, aunque nadie estaba seguro de qué lograría esto.
Roland dormía en la Torre Heron, porque había un largo tramo de escalones,
que a sus tías no les gustaba mucho trepar. También tenía paredes muy, muy
gruesas, y menos mal, porque a las once, alguien puso una trompeta contra su oreja
y sopló con fuerza.
Saltó de la cama, se enredó en el edredón, se deslizó sobre una estera que
cubría el helado suelo de piedra, se golpeó la cabeza contra un armario, y logró
encender una vela con el tercer fósforo raspado con desesperación.
Sobre la mesita junto a su cama había un par de fuelles enormes con la
trompeta de Old Robbins atascada en la punta. La habitación estaba vacía, excepto
por las sombras.
—Tengo una espada, sabes —dijo—. ¡Y sé cómo usarla!
—Ach, estais muerto ya —dijo una voz desde el techo—. Picado en piezas tae
pequeñitas pequeñitas en la cama, mientras roncabais como un cerdo. Sólo
jugamos, ¿sabéis? Ninguno de nosotros os hará ningún daño. —Hubo cierto susurro
apresurado en la oscuridad de las vigas, y luego la voz continuó—: Pequeña
corrección allí, la mayoría de nosotros no quiere haceros ningún daño. Pero no
hablamos por Gran Yan, que no le gusta mucho nadie.
—¿Quién eres?
—Sí, allí vais otra vez, haciendo todo mal —dijo la voz, en tono conversacional
—. Estoy aquí y fuertemente armado, vos sabéis, mientras que vos estáis allí abajo
allí en vuestro pequeño camisón, haciendo un bonito objetivo, y os parece que sois
el que hace las preguntas. Así que ya sabéis cómo luchar, ¿verdad?
—¡Sí!
—¿Así que luchareis contra monstruos tae cuidar la gran hag pequeñita? ¿Lo
haréis?
—¿La gran hag pequeñita?
—Eso es Tiffany tae vos.
—¿Quieres decir Tiffany Doliente? ¿Qué ha pasado con ella?
—¿Estaréis listo para cuando ella os necesite?
—¡Sí! ¡Por supuesto! ¿Quién es usted?
—¿Y sabéis cómo tae pelear?
—¡He leído el Manual de Esgrima de cabo a rabo!
Después de unos segundos la voz de las sombras, dijo:
—Ah, creo que he puesto mi dedo en una pequeña falla en este plan...
Había una armería en el patio del castillo. No era mucho de armería. Había una
armadura formada de varias piezas que no coincidian, unas pocas espadas, un
hacha de batalla que nadie había sido capaz de levantar, y un traje de cota de malla
que parecía haber sido atacado por polillas extremadamente fuertes. Y había
algunos maniquíes de madera con grandes resortes para la práctica de espada. En
este momento los Feegles estaban viendo a Roland atacar a uno con gran
entusiasmo.
—Ach. Bueno —dijo Gran Yan con desaliento mientras Roland saltaba—. Si
nunca tiene que luchar con algo diferente a pedazos de madera, podría estar bien.
—Tiene voluntad —señaló Roba A Cualquiera mientras Roland ponía su pie en
el maniquí y trataba de sacar la punta de espada fuera de él.
—Oh, sí. —Gran Yan parecía sombrío.
—Tiene una bonita acción, debéis admitir —dijo Roba.
Roland consiguió sacar la espada del maniquí, que saltó sobre su viejo resorte
y lo golpeó en la cabeza.
Parpadeando un poco, el muchacho miró a los Feegles. Él los recordaba del
momento en que fue rescatado de la Reina de las Hadas. Nadie que conociera a los
Nac Mac Feegles los olvidaba nunca, aunque se esforzara. Pero todo era vago.
Había estado casi loco parte del tiempo, e inconsciente, y había visto cosas tan
extrañas que era difícil saber qué era real y qué no.
Ahora lo sabía: eran reales. ¿Quién inventaría una cosa así? Bueno, uno de
ellos era un queso que rodaba alrededor por su propia cuenta, pero nadie es
perfecto.
—¿Qué voy a tener que hacer, Sr. Cualquiera? —preguntó.
Roba A Cualquiera había estado preocupado por esta parte. Palabras como
"Inframundo" pueden dar a la gente una idea equivocada.
—Os es necesario rescatar a una dama... —dijo—. No es la gran hag
pequeñita. Otra señora... Podemos llevaros hasta el lugar donde espera. Es como...
subterráneo, ¿sabéis? Ella está como... durmiendo. Y todo lo que vos tenéis tae
hacer es traer a ella tae a la superficie, ese tipo de cosa.
—Ah, ¿quiere decir como Orfeo rescatando a Eunifon del Inframundo? —dijo
Roland.
Roba A Cualquiera se quedó mirando.
—Es un mito de Efebe —continuó Roland—. Se supone que es una historia de
amor, pero en realidad es una metáfora del retorno anual del verano. Hay un montón
de versiones de esa historia.
Todavía quedaron mirando. Los Feegles tienen miradas muy preocupantes.
Son peores que los pollos en ese sentido.
—Una metáfora es una clase de mentira para ayudar a la gente a entender lo
que es verdad —dijo Billy Granbarbilla, pero esto no sirvió de mucho.
—Y ganó su libertad tocando música hermosa —agregó Roland—. Creo que
tocó un laúd. O tal vez fue una lira.
—Ach, bueno, eso se adapta bien a nosotros —dijo Wullie Tonto—. Somos
expertos en saquear y luego mentimos sobre eso.
—Son instrumentos musicales —dijo Billy Granbarbilla. Miró a Roland—.
¿Podéis tocar uno, señor?
—Mis tías tienen un piano —dijo Roland dubitativo—. Pero me voy a meter en
problemas reales si le ocurre algo. Tirarán abajo las paredes.
—Espadas es, entonces —dijo Roba A Cualquiera de mala gana—. ¿Nunca
habéis luchado contra una persona real, señor?
—No. Quería practicar con los guardias, pero mis tías no los dejan.
—¿Mas vos habéis usado una espada?
Roland parecía avergonzado.
—No últimamente. No como tal. Er... no en absoluto, de hecho. Mis tías
dicen…
—Entonces, ¿cómo practicáis? —preguntó Rob con horror.
—Bueno, hay un gran espejo en mi cuarto, usted ve, y puedo practicar... la…
real... —comenzó Roland, deteniéndose cuando vio sus expresiones—. Lo siento —
agregó—. No creo que yo sea el tipo que están buscando...
—Oh, yo no diría eso —dijo Roba A Cualquiera con cansancio—. De acuerdo
tae la hag de hags, vos sois sólo el muchacho. Vos sólo necesitáis a alguien con tae
quien luchar...
Gran Yan, siempre sospechoso, miró a su hermano y siguió su mirada hasta la
maltratada armadura.
—¿Oh sí? —gruñó—. ¡Bueno, yo no voy a ser una rodilla!
Hubo un martilleo en la puerta de la armería. Eso eran las tías para ti. La puerta
era de cuádruple espesor de roble y hierro, pero golpeaban de todos modos.
—¡No vamos a tolerar este capricho! —dijo la tía Danuta. Hubo un crash desde
el otro lado de la puerta—. ¿Estás luchando ahí dentro?
—¡No, estoy escribiendo una sonata de flauta! —gritó Roland. Algo pesado
golpeó la puerta.
Tía Danuta recobró la compostura. Se parecía a la Srta. Tick en líneas
generales, pero con los ojos del perpetuamente ofendido y la boca de un quejoso
instantáneo.
—Si no haces lo que te digo, se lo diré a tu padre… —comenzó, y se detuvo
cuando la puerta se abrió bruscamente.
Roland tenía un corte en su brazo, su cara estaba roja, el sudor goteaba de la
barbilla, y estaba jadeando. Alzó la espada en una mano temblorosa. Detrás de él, al
otro lado de la habitación gris, había una armadura muy maltratada. Giró su casco
para ver a las tías. Eso hizo un ruido chirriante.
—Si te atreves a molestar a mi padre —dijo Roland, cuando lo miraron—, le
diré lo del dinero que está siendo sacado del arcón en la cámara acorazada. ¡No
mientan!
Por un momento —un parpadeo lo habría perdido— el rostro de la tía Danuta
tuvo la culpa escrita en él, pero se desvaneció con rapidez.
—¡Cómo te atreves! Tu querida madre…
—Está muerta —gritó Roland, y cerró la puerta.
La visera del casco fue empujado hacia arriba y media docena de Feegles
asomó la cabeza.
—Crivens, que par de viejos grajos —dijo Gran Yan.
—Mis tías —dijo Roland amenazante—. ¿Qué es un grajo?
—Es como un gran cuervo viejo que cuelga esperando a que alguien tae muera
—dijo Billy Granbarbilla.
—Ah, entonces ustedes las han visto antes —dijo Roland con un brillo en los
ojos—. ¿Vamos a tener otra oportunidad, sí? Creo que estoy agarrando el paso de
esto.
Hubo un retumbo de protestas de todas partes de la armadura, pero Roba A
Cualquiera gritó:
—¡Está bien! Vamos a darle al muchacho una oportunidad más —dijo—. ¡A
vuestros tae puestos!
Hubo clangs y muchos juramentos mientras los Feegles subían por el interior
de la armadura, pero después de unos segundos la armadura pareció rehacerse.
Tomó una espada y avanzó pesadamente hacia Roland, que podía escuchar las
apagadas órdenes procedentes del interior.
La espada se balanceó, pero en un rápido movimiento, él la desvió, dio un paso
hacia un lado, balanceó su propia espada en un borrón, y cortó la armadura por la
mitad con un ruido que resonó en todo el castillo.
La parte de arriba golpeó contra la pared. La mitad inferior sólo se balanceaba,
todavía en pie.
Después de unos segundos, una gran cantidad de pequeñas cabezas se
levantó lentamente por encima de los pantalones de hierro.
—¿Se suponía que pasase eso? —dijo Roland—. ¿Está todo el mundo, eh...
completo?
Un conteo rápido reveló que no había medios Feegles, aunque había una gran
cantidad de hematomas y Wullie Tonto había perdido su spog. Un montón de
Feegles estaba caminando en círculos y golpeándose con las manos en los oídos,
sin embargo. Había sido un ruido muy fuerte.
—No un mal esfuerzo, esta vez —dijo Roba A Cualquiera vagamente—. Vos
parecéis tae tener el conocimiento del combate.
—Definitivamente parecía mejor, ¿no es eso? —dijo Roland, con aspecto
orgulloso—. ¿Tendré otra oportunidad?
—¡No! Quiero decir... no —dijo Roba—. No, creo que es suficiente por hoy,
¿eh?
Roland miró a la ventana de barrotes, en lo alto de la pared.
—Sí, será mejor ir a ver a mi padre —dijo, y se desvaneció el resplandor de su
rostro—. Es bien pasada la hora del almuerzo. Si no lo veo todos los días, se olvida
de quién soy.
Cuando el muchacho se hubo ido, los Feegles se miraron unos a otros.
—Ese muchacho no está teniendo una vida fácil en este momento —dijo Roba
A Cualquiera.
—Hay que admitir que está tae mejorando —dijo Billy Granbarbilla.
—Oh, sí, te aseguro que no es el flojo que yo pensaba, pero esa espada es tae
muy pesada para él, y va a tomar semanas tae sacar de él algo bueno —dijo Gran
Yan—. ¿Tenemos semanas, Roba?
Roba A Cualquiera se encogió de hombros. —¿Quién sabe? —dijo—. Va a ser
el Héroe, como pueda. La gran hag pequeñita se va a reunir con el Forjainviernos
pronto. Ella no puede luchar contra esto. Es como la hag de hags dijo: no podéis
luchar contra una historia tan antigua como ésa. Va a encontrar un camino. —Hizo
copa con las manos—. Vamos muchachos, al tae montículo. Volveremos esta
noche. Tal vez no podéis hacer un héroe de una sola vez.
CAPÍTULO TRECE
La Corona de Hielo
En la parte posterior del pozo de los Feegles en la creta, más creta había sido
extraída de la pared para hacer un túnel de unos cinco pies de alto y tal vez el
mismo largo.
Frente a él estaba Roland de Chumsfanleigh (no era su culpa). Sus
antepasados habían sido caballeros, y se habían hecho dueños de la Creta al matar
a los reyes que pensaban que ellos lo eran. Espadas, de eso se había tratado todo.
Espadas y cortar cabezas. Así era como conseguías la tierra en los viejos tiempos, y
después las reglas se modificaron de modo que no necesitabas una espada para
poseer más tierras, sólo necesitaba el pedazo correcto de papel. Sin embargo, sus
antepasados habían conservado colgadas sus espadas, sólo por si la gente pensaba
que todo el asunto con los pedazos de papel era injusto, ya que es un hecho que no
se puede complacer a todos.
Él siempre había querido ser bueno con la espada, y había sido un choque el
descubrir que eran tan pesadas. Él era grande con la espada de aire. Frente a un
espejo podía esgrimirla contra su reflejo y ganar casi todo el tiempo. Las espadas
reales no permitían eso. Tratabas de balancearlas y terminaban balanceándote. Se
había dado cuenta de que quizás estaba hecho más para trozos de papel. Además,
necesitaba gafas, lo que podría ser un poco difícil debajo de un casco, sobre todo si
alguien te golpea con la espada.
Llevaba un casco ahora, y tenía una espada que era —aunque él no lo
admitiría— demasiado pesada para él. También estaba vestido con un traje de malla
que hacía muy difícil caminar. Los Feegles habían hecho todo lo posible para que le
ajustara, pero la entrepierna colgaba hasta las rodillas y se agitaba divertidamente
cuando se movía.
Yo no soy un héroe, pensó. Tengo una espada, que necesito las dos manos
para levantar, y tengo un escudo que también es muy pesado, y tengo un caballo
con cortinas alrededor, que he tenido que dejar en casa (y mis tías se volverán locas
cuando entren en la sala), pero por dentro soy un chico al que le gustaría saber
dónde está el retrete...
Pero ella me rescató de la Reina de las Hadas. Si no lo hubiera hecho, aún
sería un niño estúpido en lugar de... um... un joven esperando no ser demasiado
estúpido.
Los Nac Mac Feegles habían irrumpido de nuevo en su habitación, abriéndose
paso a través de la tormenta que había llegado durante la noche, y ahora, dijeron,
era su momento de ser un héroe para Tiffany... Bueno, lo sería. Estaba seguro de
ello. Bastante seguro. Pero ahora el escenario no era lo que había esperado.
—¿Saben? Esto no parece la entrada al Inframundo —dijo.
—Ach, cualquier cueva puede ser el camino —dijo Roba A Cualquiera, que
estaba sentado en el casco de Roland—. Pero debéis tener el conocimiento de
dónde ponéis los pies. Bueno, Gran Yan, habéis de ir primero...
Gran Yan se pavoneó hasta el orificio en la creta. Metió los brazos detrás de él,
doblados por los codos. Se inclinó hacia atrás, sacando una pierna para mantener el
equilibrio. Luego movió el pie en el aire un par de veces, se inclinó hacia delante, y
se desvaneció tan pronto como el pie tocó el suelo.
Roba A Cualquiera golpeó en el casco de Roland con el puño.
—Muy bien, gran Héroe —gritó—. ¡Habéis de ir!
Cuando Roland abrió los ojos, todo lo que podía ver eran sombras. No sombras
de cosas… simplemente sombras, a la deriva como telarañas.
—Estaba esperando algún lugar... más caliente —dijo, tratando de mantener el
alivio lejos de su voz. A su alrededor, los Feegles aparecieron de la nada.
—Ah, estás pensando en los infiernos —dijo Roba A Cualquiera—. Tienden a
estar en el lado tostado, es verdad. Los Inframundos son más del tipo sombrío. Es
donde la gente termina cuando se ha perdido, ¿sabes?
—¿Qué? ¿Quieres decir que si es una noche oscura y das una vuelta
equivocada…?
—¡Ach, no! Como tal vez estar muertos cuando no deberían estarlo y no hay
lugar para tae ir, o se caen en un hueco en el mundo y no conocen el camino.
Algunos de ellos ni siquiera saben dónde están, pobres almas. Hay un montón de
ese tipo de cosa. No hay mucha risa en el Inframundo. Éste acostumbraba tae ser
llamado Limbo, ¿sabéis?, porque la puerta era muy baja. Parece que se ha ido
cuesta abajo desde que pasamos por aquí. —Levantó la voz—. ¡Y una gran mano,
muchachos, para el joven Pequeño Peligroso Spike, aquí afuera con nosotros por
primera vez! —Hubo una ovación irregular, y Pequeño Peligroso Spike agitó su
espada.
Roland se abrió paso entre las sombras, que en realidad ofrecían cierta
resistencia. El mismo aire estaba gris por aquí. A veces oía gemidos, o alguien
tosiendo en la distancia... y luego se oyeron pasos, arrastrando los pies hacia él.
Sacó su espada y miró a través de la penumbra.
Las sombras se abrieron y una mujer muy vieja, en harapos, con la ropa raída,
pasó, arrastrando una gran caja de cartón detrás de ella. Rebotaba torpemente
mientras tiraba de ella. Ella ni siquiera miró a Roland.
Bajó la espada.
—Pensé que habría monstruos —dijo, mientras la anciana desaparecía en la
oscuridad.
—Sí —dijo Roba A Cualquiera con gravedad—. Los hay. Piensa en algo
sólido, ¿quereis?
—¿Algo sólido?
—¡No estoy jugando!¡ Piensa en una montaña grande y bonita, o en un martillo!
¡Lo que hagáis, que no sea deseo ni lamento ni esperanza!
Roland cerró los ojos y luego extendió la mano para tocarlos.
—¡Todavía puedo ver! ¡Pero mis ojos están cerrados!
—¡Sí! Y veréis más con vuestros ojos cerrados. ¡Mirad alrededor, si os atrevéis!
Roland, con los ojos cerrados, dio unos pasos hacia delante y miró a su
alrededor. Nada parecía haber cambiado. Tal vez las cosas fueran un poco más
sombrías. Y entonces lo vio, un destello de color naranja brillante, una línea en la
oscuridad que iba y venía.
—¿Qué fue eso? —preguntó.
—No sabemos cómo se llaman ellos a si mismos. Nosotros los llamamos
bogles —dijo Roba.
—¿Son destellos de luz?
—Ach, ése estaba muy lejos —dijo Roba—. Si queréis ver tae uno de cerca,
hay uno parado al lado vuestro...
Roland se dio la vuelta.
—¡Ah, veis, cometisteis un error clásico ahí —dijo Roba, conversacional—.
¡Abristeis vuestros ojos!
Roland cerró los ojos. El bogle estaba de pie a seis pulgadas de distancia de él.
Él no se inmutó. No gritó. Cientos de Feegles lo observaban, lo sabía.
Al principio pensó: Es un esqueleto. Cuando brilló una vez más, parecía un
pájaro, un pájaro alto como una garza. Luego fue una figura palo, como podría
dibujar un niño. Una y otra vez se escribía a sí misma contra la oscuridad en líneas
finas y ardientes.
Se garabateó una boca y se inclinó hacia delante por un momento, mostrando
cientos de dientes de aguja. Luego se desvaneció.
Hubo un murmullo de los Feegles.
—Sí, habéis hecho bien —dijo Roba A Cualquiera—. Mirasteis en la boca y no
disteis tanto como un paso atrás.
—Sr. Cualquiera, yo estaba demasiado asustado como para correr —murmuró
Roland
Roba A Cualquiera se inclinó hasta que estuvo a la altura de la oreja del niño.
—Sí —le susurró—, ¡lo sé de sobra! Hay un montón de hombres que se
convirtieron en héroes tenían demasiado miedo tae correr! Pero vos, ni gritasteis ni
cack vuestros kecks, y eso es bueno. Habrá más de ellos a medida que sigamos.
¡No les permitáis entrar en vuestra cabeza! ¡Mantenlos afuera!
—¿Por qué, qué hacen? ¡No, no me diga! —dijo Roland.
Caminó a través de las sombras, parpadeando para no perderse nada. La vieja
se había ido, pero la oscuridad comenzó a llenarse de personas. La mayoría de ellas
estaba parada, o se sentaba en sillas. Algunos vagaban alrededor en silencio.
Pasaron junto a un hombre en ropa antigua que estaba mirando su propia mano,
como si la estuviera viendo por primera vez.
Había una mujer balanceándose suavemente y cantando una canción sin
sentido con una voz tranquila, de niña. Ella dio a Roland una sonrisa extraña, de
loca, cuando él caminó más allá. Justo detrás de ella estaba un bogle.
—Está bien —dijo Roland con gravedad—-. Ahora me dicen lo que hacen.
—Comen vuestros recuerdos —dijo Roba A Cualquiera—. Vuestros
pensamientos son reales tae ellos. ¡Deseo y esperanzas son como comida! Son
parásitos, de verdad. Esto es lo que sucede cuando estos lugares no son cuidados.
—¿Y cómo puedo matarlos?
—Oh, ésa fue una palabra muy desagradable que acabáis de utilizar. ¡Escucha
al gran héroe pequeñito! No te molestes con ellos, muchacho. No os atacarán aún, y
tenemos un trabajo tae hacer.
—¡Odio este lugar!
—Sí, el infierno es mucho más animado —dijo Roba A Cualquiera—. Despacio
ahora… estamos en el río.
Un río corría a través del Inframundo. Era tan oscuro como el suelo, y lamía
sus riveras en una forma lenta y aceitosa.
—Ah, creo que he oído hablar de esto —dijo Roland—. Hay un barquero, ¿no?
SÍ .
Él estaba allí, de repente, de pie en un bote largo y bajo. Vestía todo de negro,
por supuesto de negro, con una capucha que ocultaba por completo su rostro y daba
una clara sensación de que esto estaba muy bien.
—Hola, amigo —dijo Roba A Cualquiera alegremente—. ¿Cómo estais vos?
OH NO, NO USTEDES GENTE OTRA VEZ, dijo la figura oscura con una voz que no era
tanto oída como sentida. CREÍ QUE ESTABAN PROHIBIDOS.
—Sólo un pequeño malentendido, vos sabéis —dijo Roba, deslizándose por la
armadura de Roland—. Tenéis tae dejarnos entrar, porque ya estamos muertos.
La figura extendió un brazo. El traje negro cayó, y lo que señaló a Roland se
veía, para él, muy parecido a un dedo huesudo.
PERO ÉL DEBE PAGAR EL BARQUERO, dijo en tono acusador, en la voz de las criptas y
cementerios.
—No hasta que esté en el otro lado —dijo Roland con firmeza.
—¡Oh, vamos! —dijo Wullie Tonto al barquero—. ¡Podéis ver que es un héroe!
Si no podéis confiar en un héroe, ¿en quién podéis confiar?
La capucha consideró a Roland durante lo que pareció un siglo.
OH, MUY BIEN ENTONCES.
Los Feegles pululaban a bordo del barco en descomposición con su
entusiasmo habitual y gritos de "¡Crivens!", “¿Dónde está el alcohol en este
crucero?", y "Estamos justo en el borde del Estigio ahora!", y Roland subió con
cuidado, observando al barquero con sospecha.
La figura tiró del remo grande, y partieron con un crujido y luego,
lamentablemente, y para disgusto del barquero, al son del canto. Más o menos
canto, es decir, a cualquier velocidad y tempo posible y sin considerar para nada la
melodía:
—Rema rema vuestro bote a remos bote bote bote baja bote corre alegremente
como un pájaro en el lin…
¿QUIEREN CALLARSE?
—… lindo barco de remos ondea barco barco rema de la fila por la fila
escuchar alegremente alegremente alegremente barco…
—... lindo bote de remos corre corre bote bote rema su bote por la alegre
corriente rema alegre alegre bote...
¡ESTO NO ES APROPIADO!
—Baja el bote bote por la alegre corriente corriente alegre alegre alegre alegre
alegre alegre alegre bote!
—¿Sr. Cualquiera? —dijo Roland mientras se deslizaban a las sacudidas.
—¿Sí?
—¿Por qué estoy sentado al lado de un queso azul con un trozo de tartán
envuelto alrededor de él?
—Ah, ése sería Horacio —dijo Roba A Cualquiera—. Él es amigo de Wullie
Tonto. Él no es una molestia, ¿verdad?
—No. ¡Pero está tratando de cantar!
—Sí, todos los quesos azules zumban un poco.
—Mnamnam mnam mnamnam —cantó Horacio.
El barco chocó contra la orilla opuesta, y el barquero saltó a tierra rápidamente.
Roba A Cualquiera trepó por la manga andrajosa del traje de malla de Roland
y susurró:
—Cuando os dé la palabra, ¡corred!
—Pero puedo pagar al barquero. Tengo el dinero —dijo Roland, tocando su
bolsillo.
—¿Tú qué? —dijo el Feegle, como si ésa fuera una idea extraña y peligrosa.
—Tengo el dinero —repitió Roland—. Dos peniques es la tarifa para cruzar el
Río de los Muertos. Es una vieja tradición. Dos peniques para poner en los ojos de
los muertos, para pagar al barquero.
—Como hombre inteligente que sois, sin duda —dijo Rob cuando Roland dejó
caer dos monedas de cobre en la mano huesuda del barquero—, ¿no pensasteis
tae traer cuatro peniques?
—El libro sólo decía que los muertos llevan dos —dijo Roland.
—Sí, puede ser que lo hagan —acordó Roba—, ¡pero eso es porque los
muertos no tae esperan volver atrás!
Roland miró hacia atrás a través del río oscuro. Los destellos de luz de color
naranja eran espesos en la orilla que había dejado.
—Sr. Cualquiera, una vez fui un prisionero de la Reina de la Tierra de las
Hadas.
—Sí, yo conozco eso.
—Fue un año en este mundo, pero sólo parecían unos días... salvo que las
semanas pasaban como siglos. Era tan aburrido..., casi no podía recordar nada
después de un tiempo. Ni mi nombre, ni sentir el sol, ni el sabor de la comida de
verdad.
—Sí, tenemos conocimiento de eso… nosotros ayudamos a tae rescataros.
Nunca dijisteis gracias, pero estabais fuera de vuestro cráneo todo el tiempo, por lo
que no hay ofensa.
—Entonces, permítame darle las gracias ahora, Sr. Cualquiera.
—Ni lo menciones. En cualquier momento. La felicidad tae obliga.
—Ella tenía mascotas que alimentaban tus sueños hasta que morías de
hambre. Odio las cosas que tratan de llevarse lo que eres. Quiero matar a esas
cosas, Sr. Cualquiera. Quiero matar a todos ellos. Cuando quitas los recuerdos,
quitas la persona. Todo lo que son.
—Es una linda ambición la que tenéis allí —dijo Roba—. Pero tenemos un
trabajo tae pequeñito que hacer, vos sabéis. Ah crivens, esto es lo que sucede
cuando las cosas se ponen descuidadazas y los bogles se hacen cargo.
Había un montón de huesos en el camino. Ciertamente eran huesos de
animales, y los collares podridos y la longitud de cadena oxidada eran otra pista.
—¿Tres perros grandes? —dijo Roland.
—Un perro muy grande con tres cabezas —dijo Roba A Cualquiera—. Raza
muy popular en el Inframundo, ésa. Pueden morder directo a través de la garganta
de un hombre. ¡Tres veces! —agregó con entusiasmo—. Pero pones tres galletas de
perro en fila en tierra, y la pobre cosa pequeñita se sienta allí esforzándose y
gimiendo todo el día. ¡Es una pobre cosita, yo os lo digo! —Le dio una patada a los
huesos—. Sí, hubo un tiempo cuando lugares como éste tenían alguna
personalidad. Mira lo que han hecho aquí, también.
Más adelante en el camino había lo que probablemente era un demonio. Tenía
una cara horrible, con tantos colmillos que algunos de ellos debían haber sido sólo
de adorno. Había alas, también, pero no podrían haberlo levantado. Había
encontrado un trozo de espejo, y cada pocos segundos echaba un vistazo en él y se
estremecía.
—Sr. Cualquiera —dijo Roland—, ¿hay algo aquí que esta espada que llevo
pueda matar?
—Ah, no. No "matar" —dijo Roba A Cualquiera—. No bogles. No como tales.
No es una espada mágica, ¿ves?
—Entonces, ¿por qué la estoy arrastrando?
—Porque sois un Héroe. ¿Quién ha oído de un Héroe sin una espada?
Roland sacó la espada de su vaina. Era pesada y para nada como el volador
dardo de plata que había imaginado en frente del espejo. Era más bien como un
garrote de metal con un filo.
Él la agarró con ambas manos y logró lanzarla en medio del lento y oscuro del
río.
Justo antes de caer al agua, un brazo blanco se alzó y la tomó. La mano agitó
la espada un par de veces y luego desapareció con ella bajo el agua.
—¿Se suponía que pasase eso? —preguntó.
—¿Un hombre tirando su espada? —gritó Roba—. ¡No! ¡No se supone que
tiréis una buena espada en el río!
—No, me refiero a la mano —dijo Roland—. Es sólo…
—Ach, se aparecen a veces —Roba A Cualquiera hizo un gesto con la mano
como si los malabaristas de espada bajo el agua fueran una práctica cotidiana—.
¡Pero no tenéis arma ahora!
—¡Dijo que las espadas no pueden dañar a los bogles!
—Sí, pero es el aspecto de la cosa, ¿de acuerdo? —dijo Roba, apurándose.
—Pero no tener una espada me hace más heroico, ¿verdad? —dijo Roland,
mientras el resto de los Feegles trotaba tras ellos.
—Técnicamente, sí —dijo Roba A Cualquiera de mala gana—. Pero también
puede ser más muerto.
—Además, tengo un Plan —dijo Roland.
—¿Tenéis un Plan? —dijo Roba.
—Sí. Quiero decir sí.
—¿Escrito?
—Sólo he pensado en… —Roland se detuvo. Las sombras siempre
cambiantes se habían separado, y había una gran cueva por delante.
En el centro de ella, rodeando lo que parecía una losa de piedra, había una luz
amarilla tenue. Había una pequeña figura tendida en la losa.
—Aquí estamos—dijo Roba A Cualquiera—. No fue tan malo, ¿no?
Roland parpadeó. Cientos de bogles estaban agrupados alrededor de la losa,
pero a distancia, como si no estuvieran interesados en acercarse más.
—Puedo ver a... alguien acostado —dijo.
—Ésa es la misma Verano —dijo Roba—. Tenemos que ser tae astutos en
esto.
—¿Astutos?
—Como... cuidadosos —dijo Roba amablemente—. Las diosas pueden ser un
poquito complicadas. Muy conscientes de su imagen.
—¿No podemos tan sólo... agarrarla y correr? —dijo Roland.
—Oh, sí, vamos a terminar haciendo algo así —dijo Rob—. Pero tú, señor,
tendrás que tae darle un beso primero. ¿Estás de acuerdo con eso?
Roland parecía un poco tenso, pero dijo:
—Sí... er, muy bien.
—Las damas lo esperan, ¿sabéis? —continuó Roba.
—¿Y entonces corremos por ella? —dijo Roland esperanzado.
—Sí, porque probablemente eso es cuando los bogles intentarán detenernos,
al escapar. Es la gente saliendo, que no les gusta. Fuera vais, muchacho.
Tengo un Plan, pensó Roland, caminando hacia la losa. Y voy a concentrarme
en él para no pensar en el hecho de que estoy caminando a través de una multitud
de monstruos garabateados que sólo existes si parpadeas y mis ojos lagrimean. Lo
que hay en mi cabeza es real para ellos, ¿verdad?
Voy a parpadear, voy a parpadear, voy a...
... parpadear. Terminó en un momento, pero el temblor se prolongó durante
mucho más tiempo. Habían estado en todas partes, y cada boca dentada lo miraba.
No debería ser posible mirar con los dientes.
Echó a correr, los ojos llorosos por el esfuerzo de no cerrarlos, y miró a la
figura yaciente en el resplandor amarillo. Era hembra, respiraba, estaba dormida, y
parecía Tiffany Doliente.
Desde lo alto del palacio de hielo Tiffany podía ver a millas de distancia y las
millas eran de nieve. Sólo sobre la Creta había algún signo de verde. Era una isla.
—¿Ves cómo aprendo? —dijo el Forjainviernos—. La Creta es tuya. Así que allí
el verano llegará, y serás feliz. Y tú serás mi novia y yo seré feliz. Y todo va a ser
feliz. La felicidad es cuando las cosas son correctas. Ahora soy humano, yo entiendo
estas cosas.
No grites, no grites, dijeron sus Terceros Pensamientos. No te congeles,
tampoco.
—Oh... ya veo —dijo—. ¿Y el resto del mundo se quedará en invierno?
—No, hay algunas latitudes que nunca sienten mis heladas —dijo el
Forjainviernos—. Pero las montañas, las llanuras hasta el mar circular... oh, sí.
—¡Millones de personas morirán!
—Pero sólo una vez, ya ves. Eso es lo que lo hace maravilloso. Y después de
eso, ¡no más muerte!
Y Tiffany lo vio, como una tarjeta de Vigila del Puerco: aves congeladas en sus
ramas, caballos y vacas todavía en pie en los campos, la hierba helada, como
puñales, sin el humo de ninguna chimenea, un mundo sin muerte porque no había
nada más que muriera, y todo brillando como oropel.
Ella asintió con cuidado.
—Muy… sensato —dijo—. Pero sería una lástima si nada se mueve en
absoluto.
—Eso sería fácil. Muñecos de nieve —dijo el Forjainviernos—. ¡Puedo hacerlos
humanos!
—¿Hierro suficiente para hacer un clavo? —dijo Tiffany.
—¡Sí! Es fácil. ¡He comido salchichas! ¡Y puedo pensar! Nunca pensé antes.
Yo era una parte. Ahora estoy separado. Sólo cuando estás separado, sabes quién
eres.
—Tú me hiciste rosas de hielo —dijo Tiffany.
—¡Sí! ¡Ya me estaba conviertiendo!
Pero las rosas se derritieron con la aurora, añadió Tiffany para sí misma, y miró
hacia el sol amarillo pálido. Tenía apenas la fuerza suficiente para hacer chispear al
Forjainviernos. Él piensa como un humano, pensó, mirando la extraña sonrisa.
Piensa como un ser humano que nunca ha conocido a otro ser humano. Es cacareo.
Es tan loco, nunca entenderá qué tan loco que es.
Simplemente no tiene ni idea de lo significa "humano", no sabe los horrores
que planea, simplemente no entiende... Y es tan feliz que casi es dulce...
Toda la cima del palacio de hielo se derritió en un destello de luz blanca que
proyectó sombras en las paredes a un centenar de millas de distancia. Un pilar de
vapor rugió, cosido con relámpagos, y hacia fuera por encima del mundo como una
sombrilla, cubriendo el sol. Entonces comenzó a caer como una lluvia suave y cálida
que abrió pequeños agujeros de gusano en la nieve.
Tiffany, con la cabeza por lo general muy llena de pensamientos, no tenía un
pensamiento de sobra. Yacía sobre una losa de hielo en la lluvia suave y escuchaba
caer el palacio a su alrededor.
Hay momentos en que todo lo que puedes hacer se ha hecho y no hay nada
que hacer ahora, sólo enroscarte y esperar a que el trueno se apague.
Había algo más en el aire, también, un destello de oro que desapareció cuando
ella trató de mirarlo y luego volvió a aparecer en la esquina de su ojo.
El palacio se fundía como una cascada. La losa en que yacía medio se deslizó
y medio flotó por una escalera que se estaba convirtiendo en un río. Por encima de
ella, grandes pilares cayeron, pero pasaron de hielo a un chorro de agua tibia en el
aire, de modo que lo que se desplomó fue un rocío.
Adiós a la corona reluciente, pensó Tiffany con un toque de nostalgia. Adiós al
vestido hecho de luz danzante, y adiós a las rosas de hielo y los copos de nieve. Era
una lástima. Una verdadera lástima.
Y entonces había hierba bajo ella, y tanta agua vertiéndose que se trataba de
un caso de levantarse o ahogarse. Se las arregló para ponerse de rodillas, por lo
menos, y esperó hasta que fue posible ponerse de pie sin caerse.
—Tienes algo mío, niña —dijo una voz detrás de ella. Se volvió, y la luz dorada
se condensó en una forma. Era su propia forma, pero sus ojos eran... extraños,
como los de una serpiente. Aquí y ahora, con el rugir del calor del sol aún llenando
sus oídos, esto no parecía muy sorprendente.
Lentamente, Tiffany tomó la Cornucopia de su bolsillo y se la entregó.
—Tú eres la Dama Verano, ¿verdad? —preguntó.
—¿Y tú eres la chica de las ovejas que sería yo? —Había un siseo en las
palabras.
—¡Yo no quise serlo! —dijo Tiffany apresuradamente—. ¿Por qué te pareces a
mí?
La Dama Verano se sentó en el césped. Es muy extraño verte a ti misma, y
Tiffany se percató de que había un pequeño lunar en la parte posterior de su cuello.
—Se llama resonancia —dijo—. ¿Sabes qué es eso?
—Significa "vibrar con" —dijo Tiffany.
—¿Cómo sabe eso una chica de las ovejas?
—Tengo un diccionario —dijo Tiffany—. Y soy una bruja, gracias.
—Bueno, mientras estabas tomando mis cosas, he estado tomando las tuyas,
inteligente bruja-oveja —dijo la Dama Verano. Estaba haciendo a Tiffany recordar
mucho a Annagramma. Eso era realmente un alivio. Ella no sonaba sabia, o buena...
era sólo otra persona, que resultaba ser muy poderosa, pero no terriblemente
inteligente y era, francamente, un poco molesta.
—¿Cuál es tu forma real? —preguntó Tiffany.
—La forma del calor en el camino, la forma del olor de las manzanas. —Bella
respuesta, pensó Tiffany, pero nada útil, no como tal.
Tiffany se sentó junto a la diosa.
—¿Estoy en problemas? —preguntó.
—¿A causa de lo que hiciste al Forjainviernos? No. Él tiene que morir todos los
años, como yo. Morimos, y dormimos y despertamos. Además... eres entretenida.
—¿Sí? ¿Fui entretenida, verdad? —dijo Tiffany, entrecerrando los ojos.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la Dama Verano. Sí, pensó Tiffany, igual
que Annagramma. No notaría una insinuación de una milla de alto.
—¿Querer? —dijo Tiffany—. Nada. Sólo el verano, gracias.
La Dama Verano parecía perpleja.
—Pero los humanos siempre quieren algo de los dioses.
—Pero las brujas no aceptan pago. El césped verde y el cielo azul bastarán.
—¿Qué? ¡Los tendrás de todos modos! —La Dama Verano sonaba confusa y
enojada, y Tiffany era muy feliz por esto, en una pequeña forma rencorosa.
—Bien —dijo.
—¡Salvaste al mundo del Forjainviernos!
—En realidad, lo salvé de una niña tonta, Srta. Verano. Enderecé lo que torcí.
—¿Un simple error? Serías una chica tonta, si no aceptaras una recompensa.
—Me gustaría ser una joven mujer sensata para rechazar una —dijo Tiffany, y
se sentía bien decir eso—. El invierno ha terminado. Lo sé. Lo he visto pasar.
Cuando me llevó, elegí ir. Yo elegí cuando bailé con el Forjainviernos.
La Dama Verano se puso de pie.
—Notable —dijo—. Y extraño. Y ahora nos separamos. Pero primero, algunas
cosas más deben ser tomadas. Levántate, joven mujer.
Tiffany lo hizo, y cuando miró a la cara de Verano, los ojos de oro se
convirtieron en pozos que la atrajeron adentro.
Y luego el verano la llenó. Debe haber sido por sólo unos segundos, pero
dentro de ellos se prolongó durante mucho más tiempo. Se sentía lo que era ser la
brisa a través de maíz verde en un día de primavera, madurar una manzana, saltar
con el salmón en los rápidos, las sensaciones vinieron todas a la vez y se fundieron
en una gran, gran sensación brillante, de color amarillo dorado del verano...
... que se volvió más caliente. Ahora el sol se puso rojo en un cielo en llamas.
Tiffany flotaba en el aire como aceite caliente en la calma abrasadora de los
desiertos profundos, donde incluso los camellos mueren. No había una cosa viva.
Nada se movía excepto cenizas.
Flotaba por un lecho de un río seco, con huesos de animales blanco puro en
los bancos. No había barro, ni una gota de humedad en el horno de una tierra. Éste
era un río de piedras… ágatas listadas, como los ojos de un gato, granates yaciendo
sueltos, huevos de trueno con sus anillos de colores, piedras de color naranja,
marrón, blanco cremoso, algunas con venas negras, pulidas por el calor.
—Aquí está el corazón del verano —susurró la voz de la Dama Verano—.
Témeme tanto como al Forjainviernos. No somos tuyos, a pesar de que ustedes nos
dan formas y nombres. Somos fuego y hielo, en equilibrio. No te interpongas entre
nosotros otra vez...
Y ahora, por fin, había movimiento. Desde los resquicios entre las piedras
llegaron como piedras vivas: bronce y rojo, ámbar y amarillo, blanco y negro, con
patrones de arlequín y mortales escamas relucientes.
Las serpientes analizaron el aire hirviendo con lenguas bífidas y sisearon
triunfantes.
La visión se desvaneció. El mundo volvió.
El agua se había vertido en la distancia. El viento eterno había rasgado las
nieblas y vapores en largas serpentinas de nubes, pero el sol invicto estaba
encontrando su camino. Y, como siempre ocurre, y ocurre demasiado pronto, lo
extraño y maravilloso se convierte en un recuerdo y un recuerdo se convierte en un
sueño. Mañana ya no está.
Tiffany caminaba por el césped donde había estado el palacio. Habían
quedado unos cuantos trozos de hielo, pero se irían en una hora. Allí estaban las
nubes, pero las nubes se alejaban. El mundo normal presionaba sobre ella, con sus
aburridas pequeñas canciones. Estaba caminando en un escenario después de que
la obra había terminado y ahora ¿quién podría decir qué había pasado?
Algo chisporroteaba en la hierba. Tiffany se agachó y recogió un trozo de
metal. Todavía estaba caliente con lo último del calor que lo había deformado, pero
una podía ver que había sido un clavo.
No, no voy a aceptar un don para hacer que el dador se sienta mejor, pensó.
¿Por qué habría de hacerlo? Voy a encontrar mis propios dones. Yo estaba...
"entreteniéndola", eso es todo.
Pero él… me hizo las rosas y los témpanos y la escarcha y nunca entendió...
Se volvió de pronto al sonido de voces. Los Feegles llegaban corriendo por la
ladera de las colinas, a una velocidad suficiente para que un ser humano pudiera
seguir el ritmo. Y Roland lo mantenía, jadeando un poco, con su voluminosa cota de
malla haciéndole correr como un pato.
Ella se echó a reír.
Dos semanas más tarde Tiffany volvió a Lancre. Roland la llevó hasta
Doscamisas, y el sombrero puntiagudo la llevó el resto del camino. Eso era algo de
suerte. El conductor recordaba a la Srta. Tick, y como no había un espacio libre en el
techo del coche, él no estaba dispuesto a pasar por todo eso otra vez. Los caminos
estaban inundados, las zanjas gorgoteaban, la crecida de los ríos chupaba los
puentes.
Primero visitó a Tata Ogg, a quien tuvo que contar todo. Eso ahorró algún
tiempo, porque una vez que le has dicho a Tata Ogg, le has dicho a más o menos a
todas las demás. Al oír exactamente lo que Tiffany había hecho al Forjainviernos,
ella rió y rió.
Tiffany tomó prestada la escoba de Tata y voló lentamente a través de los
bosques hasta la cabaña de la Srta. Traición.
Las cosas se estaban moviendo. En el claro, varios hombres estaban cavando
la zona de verduras, y mucha gente esperaba cerca de la puerta, así que aterrizó de
nuevo en el bosque, metió la escoba en una madriguera de conejo y el sombrero
debajo de un arbusto, y regresó a pie.
Atascado en un abedul donde el sendero entraba en el claro había… un
muñeco, tal vez, hecho de un montón de ramas unidas entre sí. Era nuevo, y un
poco preocupante. Ésa era probablemente la idea.
Nadie la vio levantar la trampa en la puerta del fregadero ni deslizarse dentro
de la casa. Se apoyó contra la pared de la cocina y se quedó en silencio.
Desde la habitación de al lado se oyó la voz inconfundible de Annagramma en
su más típica Annagrammática.
—… sólo un árbol, ¿me entienden? Lo cortan y comparten la madera. ¿De
acuerdo? Y ahora se dan la mano. Adelante. Lo digo en serio. ¡Correctamente, o de
lo contrario voy a enojarme! Bien. Eso se siente mejor, ¿no? No vamos a tener más
de esta tontería…
Después de diez minutos de escuchar a la gente siendo regañada, quejada, y
punzada en general, Tiffany se deslizó afuera de nuevo, cortó por el bosque, y entró
en el claro por la senda. Había una mujer corriendo hacia ella, pero se detuvo
cuando Tiffany dijo:
—Perdone, ¿hay una bruja cerca de aquí?
—Ooooh, sí —dijo la mujer, y le lanzó una mirada dura a Tiffany—. Tú no eres
de por aquí, ¿verdad?
—No —dijo Tiffany, y pensó: Yo viví aquí durante meses, Sra. Carter, y la vi
casi todos los días. Pero yo siempre llevaba el sombrero. La gente siempre habla
con el sombrero. Sin el sombrero, estoy disfrazada.
—Bueno, está la Srta. Hawkins —dijo la Sra. Carter, como si fuese reacia a dar
un secreto—. Tenga cuidado, sin embargo. —Ella se inclinó hacia delante y bajó la
voz—. ¡Ella se convierte en un terrible monstruo cuando está enojada! ¡La he visto!
Ella está bien con nosotros, por supuesto —agregó—. ¡Muchas de las brujas
jóvenes han venido a aprender cosas de ella!
—¡Cielos, ella debe ser buena!
—Ella es increíble —prosiguió la Sra. Carter—. ¡Había estado aquí sólo cinco
minutos y parecía saber todo sobre nosotros!
—Sorprendente —dijo Tiffany. Uno pensaría que alguien anotó todo. Dos
veces. Pero eso no sería lo suficientemente interesante, ¿verdad? ¿Y quién iba a
creer que una bruja real compraba su cara en Boffo?
—Y tiene un caldero con burbujas verdes —dijo la Sra. Carter con gran orgullo
—. Caen por los lados. Eso es brujería correcta, eso es.
—Así parece —dijo Tiffany. Ninguna bruja que hubiera conocido había hecho
nada con un caldero aparte de guiso, pero de alguna manera la gente creía en su
corazón que el caldero de una bruja debe burbujear verde. Y debe ser por eso que el
Sr. Boffo vendía el Item # 61 Equipo de Caldero con Burbujas Verdes, $ 14, bolsitas
extra de Verde, $ 1 cada una.
Bueno, funcionó. Probablemente no debería, pero la gente era la gente. No
creía que Annagramma estuviera particularmente interesada en una visita en este
momento, en especial de alguien que había leído todo el catálogo Boffo, por lo que
recuperó su escoba y se dirigió a casa de Yaya Ceravieja.
Había un gallinero en el jardín de atrás ahora. Había sido cuidadosamente
tejido de avellano flexible y venían contentos werks desde el otro lado.
Yaya Ceravieja estaba saliendo por la puerta de atrás. Miró a Tiffany como si la
niña acabara de regresar de un paseo de diez minutos.
—Tengo asuntos en la aldea en este momento —dijo—. No me preocuparía si
vinieras, también. —Eso era, viniendo de Yaya, tan bueno como una banda de
música y un pergamino iluminado de bienvenida. Tiffany se puso al lado de ella
cuando marchó a lo largo de la senda.
—¿Espero encontrarla bien, Sra. Ceravieja? —dijo, apresurándose para
mantener el ritmo.
—Todavía estoy aquí después de otro invierno, eso es todo lo que sé —dijo
Yaya—. Te ves bien, niña.
—Oh, sí.
—Vimos el vapor desde aquí —dijo Yaya.
Tiffany no dijo nada. ¿Eso era todo? Bueno, sí. De Yaya, eso sería todo.
Después de un tiempo Yaya dijo:
—¿Has vuelto a ver a tus jóvenes amigos, eh?
Tiffany respiró hondo. Ella había pasado por esto en su cabeza docenas de
veces: qué le diría, qué diría Yaya, lo que iba a gritar, lo que Yaya gritaría...
—Usted lo planeó, ¿no? —dijo—. Si a usted sugería una de las otras, ellas
probablemente tendrían la cabaña, por lo que me sugirió. Y usted lo sabía, sólo
sabía que yo le había ayudado. Y todo está resuelto, ¿no? Apuesto a que todas las
brujas en la montaña ahora saben lo que pasó. Apuesto a que la Sra. Earwig hierve.
Y lo mejor de todo es que nadie resultó herido. Annagramma ha cogido donde la
Srta. Traición dejó, todos los aldeanos son felices, ¡y usted ganó! Oh, espero que me
dirá que era para mantenerme ocupada y enseñarme cosas importantes y dejar de
pensar en el Forjainviernos, ¡pero usted todavía ganó!
Yaya Ceravieja caminaba tranquilamente. Luego dijo:
—Veo que tienes tu baratija de nuevo.
Era como tener un rayo y luego no escuchar un trueno, o lanzar una piedra a
un estanque y no escuchar un chapoteo.
—¿Qué? Oh. El caballo. ¡Sí! Mire, yo…
—¿Qué clase de pescado?
—Er... lucio —dijo Tiffany.
—¿Ah? A algunos les gusta, pero son demasiado fangosos para mi gusto.
Y eso fue todo. En la calma de Yaya no tenía a dónde ir. Podía darle la lata,
podía quejarse, y no haría ninguna diferencia. Tiffany se consolaba con el hecho de
que al menos Yaya sabía que ella sabía. No era mucho, pero era todo lo que iba a
conseguir.
—Y el caballo no es la única baratija que veo —continuó Yaya—. Magik,
¿verdad? —Ella siempre pegaba una K en el final de cualquier magia que
desaprobaba.
Tiffany miró el anillo en su dedo. Tenía un brillo opaco. Nunca se oxidaría
mientras ella lo llevara, le había dicho el herrero, a causa de los aceites en su piel. Él
se había tomado incluso el tiempo de cortar pequeños copos de nieve en él con un
cincel pequeño.
—Es sólo un anillo hecho de un clavo —dijo.
—Hierro suficiente para hacer un anillo —dijo Yaya, y Tiffany se detuvo en
seco. ¿Ella realmente entraba en la mente de las personas? Tenía que ser algo así.
—¿Y por qué decidiste que querías un anillo? —dijo Yaya.
Por todo tipo de razones que nunca alcanzaron a ser claras en la cabeza de
Tiffany, lo sabía. Lo único que pudo pensar en decir fue:
—Me pareció una buena idea en ese momento. —Esperó la explosión.
—Entonces probablemente lo era —dijo Yaya con suavidad. Se detuvo, señaló
afuera de la senda —en la dirección de la aldea y la casa de Tata Ogg—, y dijo—:
Yo puse la valla que lo rodea. Tiene otras cosas protegiéndolo, puedes estar segura
de eso, pero algunos animales son demasiado estúpidos para asustarse.
Era el retoño del roble, ya de cinco pies de altura. Una valla de postes y ramas
entretejidas lo rodeaban.
—Creciendo rápido, para un roble —dijo Yaya—. Estoy manteniendo un ojo
sobre él. Pero vamos, no me lo quiero perder. —Se puso de nuevo en marcha,
cubriendo velozmente el terreno. Desconcertada, Tiffany corrió tras ella.
—Perder, ¿qué? —dijo jadeando.
—¡El baile, por supuesto!
—¿No es demasiado pronto para eso?
—No aquí arriba. ¡Se inicia aquí!
Yaya se apresuró a lo largo de pequeños caminos y detrás de los jardines y
salió a la plaza del pueblo, que estaba llena de gente. Se habían instalado pequeños
puestos de venta. Muchas personas se encontraban alrededor, en la algo inútil
forma de “¿por qué-estamos-aquí?” de las multitudes que están haciendo lo que sus
corazones desean hacer, pero que las cabezas sienten vergüenza por ello, pero al
menos había cosas calientes en palillos para comer. Había muchos pollos blancos,
también. Muy buenos los huevos, le había dicho Tata, por lo que habría sido una
lástima matarlos.
Yaya se dirigió a la parte delantera de la multitud. No hubo necesidad de
empujar a la gente fuera del camino. Se hacían a un lado, sin darse cuenta.
Habían llegado justo a tiempo. Los niños llegaron corriendo por la carretera
hasta el puente, apenas por delante de los bailarines que, a medida que caminaban,
parecía hombres bastante acogedores y comunes, hombres que Tiffany había visto
muchas veces, trabajando en la forja o conduciendo carros. Todos llevaban ropas
blancas, o al menos ropa que había sido blanca una vez, y como el público, que se
veía un poco avergonzado, sus expresiones sugerían que todo esto era sólo un poco
de diversión, realmente, no para ser tomado en serio. Incluso estaban saludando a
la gente en la multitud. Tiffany miró a su alrededor y vio a la Srta. Tick, y a Tata, e
incluso a la Sra. Earwig... casi todas las brujas que ella conocía. Ah, y estaba
Annagramma, sin los pequeños dispositivos del Sr. Boffo, y luciendo muy orgullosa.
No fue así el otoño pasado, pensó. Estaba oscuro y silencioso y solemne y
oculto, todo lo que esto no es. ¿Quién lo miraba desde las sombras?
¿Quién lo mira ahora a la luz? ¿Quién está aquí en secreto?
Un tambor y un hombre con un acordeón se abrieron paso entre la multitud,
junto con el dueño de la taberna local con ocho pintas de cerveza en una bandeja
(porque ningún hombre crecido va a bailar delante de sus amigos con cintas en su
sombrero y campanas en el pantalón, sin una perspectiva clara de una gran bebida).
Cuando el ruido se hubo apagado un poco, el tamborilero golpeó el tambor un
par de veces y el acordeonista tocó un largo acorde, la señal legal que un baile de
Morris está a punto de comenzar, y las personas que esperaban alrededor después
de esto sólo podían culparse a sí mismos.
La banda de dos hombres arrancó. Los hombres, en dos líneas de tres
enfrentadas, contaron los golpes y saltaron... Tiffany se dirigió a Yaya cuando doce
botas claveteadas se estrellaron contra el suelo, levantando chispas.
—Dígame cómo eliminar el dolor —dijo, por encima del ruido de la danza.
¡Crash!
—Es difícil —dijo Yaya, sin dejar de mirar a los bailarines. Las botas hicieron
crash de nuevo.
—¿Puede sacarlo del cuerpo?
¡Crash!
—A veces. U ocultarlo. O hacer una jaula para él y llevarlo. Y todo es peligroso,
y te va a matar si no lo respetas, joven mujer. Es todo costo y sin beneficios. Me
pides que te diga cómo poner la mano en la boca del león.
¡Crash!
—Debo saber, para ayudar al barón. Está malo. Hay mucho que tengo que
hacer.
—¿Eso es lo que eliges hacer? —dijo Yaya, aún mirando.
—¡Sí!
¡Crash!
—¿Ése es tu Barón que no gusta de las brujas? —dijo Yaya, su mirada yendo
de cara en cara por la multitud.
—Pero, ¿quién gusta de las brujas hasta que necesita una, Sra. Ceravieja? —
dijo Tiffany con dulzura.
¡Crash!
—Éste es un ajuste de cuentas, Sra. Ceravieja —agregó Tiffany. Después de
todo, una vez que has besado al Forjainviernos, estás de humor para atreverte. Y
Yaya Ceravieja sonrió, como si hubiera hecho todo lo que se esperaba de ella.
—¡Ja! ¿Es ahora? —dijo—. Muy bien. Ven a verme otra vez antes de irte, y
vamos a ver lo que puedes llevar contigo. Y espero que puedas cerrar las puertas
que estás abriendo. ¡Ahora mira a la gente! ¡A veces la ves!
Tiffany prestó atención a la danza. El Bufón había aparecido sin que ella se
diera cuenta, vagando alrededor, recogiendo dinero en su sombrero de copa
grasiento. Si una muchacha se veía como si fuera a chillar si la besaba, le daba un
beso. Y a veces, sin previo aviso, saltaba a la danza, girando través de los hombres
sin poner nunca un pie en el lugar equivocado.
Entonces Tiffany la vio. Los ojos de una mujer al otro lado del baile brillaron
dorados, sólo por un momento. Una vez que la hubo visto, ella la vio una vez más…
en los ojos de un niño, una niña, el hombre sosteniendo la cerveza, moviéndose
para ver el Bufón…
—¡Verano está aquí! —dijo Tiffany, y se dio cuenta de que estaba golpeando
con el pie al compás; se dio cuenta porque una bota más pesada acababa de pisarlo
y lo bajaba con suavidad pero con firmeza al suelo. Junto a él, Tú la miró en la
inocencia de ojos azules, que se convirtieron, durante un breve fragmento de un
segundo, en los perezosos ojos dorados de una serpiente.
—Ella está destinada a ser —dijo Yaya Ceravieja, quitando su bota.
—¿Unas pocas monedas de cobre para la suerte, señorita? —dijo una voz
cercana, y oyó el ruido de monedas que se agitaban en un viejo sombrero.
Tiffany se volvió y miró los ojos de color púrpura-gris. El rostro alrededor de
ellos era arrugado, bronceado y sonriente. Tenía un pendiente de oro.
—¿Un cobre o dos de la bella dama? —engatusaba—. ¿Plata u oro, tal vez?
A veces, pensó Tiffany, simplemente sabes cómo debería ir todo...
—¿Hierro? —dijo, tomando el anillo del dedo y soltándolo en el sombrero.
El Bufón lo tomó, con delicadeza, y lo voló en el aire. Los ojos de Tiffany lo
siguieron, pero de alguna manera ya no estaba en el aire, sino brillando en el dedo
del hombre.
—El hierro alcanza —dijo, y le dio un súbito beso en la mejilla.
Era apenas frío.