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“En la tradición judía, enseñar equivale a crear”.

George Steiner

CARTA ABIERTA A MAESTRAS Y MAESTROS DE LENGUA Y LITERATURA


DE SECUNDARIA EN NICARAGUA

Managua, 14 de Septiembre de 2010.

Queridas Maestras y Queridos Maestros:

Cuentan que una vez, al Doctor Federico Mayor Zaragoza, a la sazón Director General
de la Organización de las Naciones Unidas para las Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), le preguntaron en África como le gustaría ser presentado ante una
audiencia de profesoras y profesores ante quienes hablaría. El Señor Director de la
UNESCO dueño de los más elevados títulos y honores de la academia mundial, dijo que
a él le gustaría ser presentado como el Maestro Federico Mayor Zaragoza, que toda su
vida estaba dedicada a la educación y que ser tratado como Maestro era su mayor honra.

Por eso me honro al dirigir esta cartita a todas las maestras y los maestros de lengua y
literatura de Nicaragua, para hablar de algunos temas que son de mutuo interés. Es decir
que creo le interesarán a Ustedes y que nos interesan a los/las poetas y escritores/as
nicaragüenses, así como al Foro Nicaragüense de Cultura, el principal espacio de debate
sobre la cultura nicaragüense en la actualidad.

Un miembro del Foro, el Poeta Henry Petrie, con todo el entusiasmo, generosidad y
preocupación por la educación y la literatura, es quien tuvo la iniciativa de solicitarme
este texto para abrir un diálogo con Ustedes. Esta carta cuenta también con las
orientaciones y el apoyo del Doctor Cairo Amador Arrieta, Presidente del Foro de
Cultura, quien está absolutamente convencido que educación y cultura son
imprescindibles para lograr nuestro desarrollo sostenible. La carta literaria trata de
establecer un puente entre los autores nicaragüenses y las personas que llevan sobre sus
hombros, la ardua tarea de enseñar nuestra lengua, nuestra literatura, nuestra narrativa y
nuestra poesía. Es decir Ustedes, seres humanos nacidos para guiar, para formar y para
quienes los escritores sólo tenemos un inmenso y eterno agradecimiento.

NATURALEZA Y CULTURA

Como Ustedes saben mejor que nadie, nuestra especie ha vivido un constante proceso
de humanización a lo largo del tiempo. Aunque hayamos surgido en el reino animal
como unos homínidos parientes de los primates (simios y monos), algunas facultades
particulares de nuestra especie, como la capacidad de erguirnos y poder ver el
horizonte, la oposición del pulgar de nuestra mano al resto de los dedos que realiza la
imprescindible función de pinza (exclusiva del ser humano), la potencia evolutiva de
nuestra capacidad craneana para el desarrollo de nuestro cerebro ligado también, al
proceso de cambios en nuestra alimentación que va de la recolección a la caza y la
pesca, más la gran revolución de transformar los alimentos –vegetales y animales- de
crudos a cocidos por obra y gracias del fuego y su control. Estas particularidades de la
especie capaz de interactuar y modificar su entorno, han logrado esta transformación,
hasta llegar a la humanización que hoy gozamos.
Esta transición, este cambio marca lo que conocemos como el paso de la naturaleza a la
cultura. Si bien tenemos un cuerpo compuesto de células y organismos vivos que
constituyen aparatos que a su vez conforman el gran sistema de un ser humano, en ese
soporte material de nuestro cuerpo, se ha levantado la obra de la mujer y el hombre: la
cultura. Cultura es lo que se cultiva, aquello que no aparece de manera silvestre o
salvaje y que no viene dado –como la vida animal o vegetal- como un regalo de la
naturaleza. El maíz que comemos convertido en una tortilla dorada o en una ocre cosa
de horno, por ejemplo, está a miles de años de distancia del maíz primitivo.

Aquel maíz que crecía silvestre en los llanos de Mesoamérica y que algún shamán
aborigen descubrió como comestible, fue mejorado genéticamente, sometido a cuidos, a
condiciones climáticas diversas, fue alimentado con nutrientes, etc. Hasta llegar a la
manipulación genéticas que se realiza con las especies en nuestro mundo
contemporáneo, resultado de la cual, hoy existen y consumimos especimenes de casi
todos los productos de origen vegetal que son transgénicos. Es tal la capacidad de
manipulación genética conquistada por la ciencia y la tecnología contemporáneas, que
se han potenciado los productos vegetales con genes de origen animal para aumentar su
resistencia y productividad. Al pasar de un género animal a otro vegetal se produce lo
transgénico.

Pasó con el maíz, la papa o el tomate tres productos básicos alimenticios y nutritivos
básicos que Abya Yala, -conocida gracias al colonialismo como América- le regaló a
la cocina mundial. Por supuesto que otras especies indoeuropeas, africanas u oceánicas
han sido manipuladas genéticamente: vale decir el trigo, la cebada, el lúpulo, el café, el
té, la fruta de pan, el mango, los cítricos, las musáceas, etc. Y esto está ocurriendo por
obra y gracias de las transnacionales que se han apropiado del negocio de las semillas y
los insumos agrícolas, también por la indolencia de nuestros gobiernos y nuestra escasa
movilización ciudadana.

La cultura, como ustedes bien saben mis queridos profesores, es un concepto muy
amplio, dueño de un campo semántico muy vasto. Existen miles de definiciones,
conceptos y visiones de lo que es cultura. A mi me gusta decir que la cultura es todo lo
que el ser humano produce en un proceso dialéctico, ínter creativo, interactivo y
retroalimentario con la naturaleza y con la misma cultura.

La afirmación anterior permite caracterizar a la cultura como un proceso productivo


inagotable y constante que nos impide hablar de ella como un fenómeno estático,
acabado e inmutable (sin posibilidad de transformación o cambio). En este proceso de
transformación cultural, una parte significativa de esta responsabilidad la tienen los
maestros y las maestras, por supuesto junto a la familia, la iglesia y los medios de
comunicación.

EL SER HUMANO PRODUCE BIENES DE LA NATURALEZA Y TAMBIEN DE


LA CULTURA

Pero veamos algunos ejemplos de la relación Naturaleza –Homo Faber (Hombre que
fabrica) – Cultura, para que nos quede aterrizado este concepto.

Así, podemos ver que cuando el ser humano produce un juego de muebles de madera,
éste lo ha extraído de las materias primas que le brinda la naturaleza, el bosque
maderable. Aquí estamos en el caso de sacar cultura de la naturaleza. Es la naturaleza la
que provee los elementos y el ser humano con su trabajo lo transforma en un bien o
producto.

Pero cuando el ser humano produce una computadora haciendo uso de un código
cultural como las matemáticas, utilizando el plástico, los metales, los semiconductores,
algún líquido, en fin todos esos circuitos que constituyen los chips, pues sencillamente
está extrayendo cultura de la cultura. Los/ las humanos/as fabrican estos objetos a partir
de materias cultivadas, no de materias primas estrictamente naturales.

En nuestro caso ocurre lo mismo con la literatura. Un/a poeta, un/a novelista, un/a
cuentista, un/a ensayista, toma al lenguaje –código cultural por excelencia- para
convertirlo en obra de arte. Es decir los escritores producen cultura a partir de la cultura.
El lenguaje es quizás el más preciado bien cultural producido por los seres humanos y
ustedes queridas maestras y queridos maestros, son los encargados de enseñar sus
estructuras, sus funciones, sus sistemas así como también cómo este código se convierte
en belleza al transformarse en literatura.

LENGUAJE Y SOCIEDAD

Es importante que consideremos que significa e implica el lenguaje para el desarrollo


de nuestra especie. Ustedes son maestras y maestros de lengua y literatura; y trabajan
con estos preciosos materiales que han posibilitado nuestra consolidación como especie
destacada capaz de producir una organización cultural llamada sociedad.

El surgimiento del lenguaje según los antropólogos, los historiadores y los lingüistas lo
sitúan claramente junto al del homo sapiens, en el Paleolítico superior, hace unos
50,000 años antes de nuestra era. La producción de esta técnica de comunicación entre
los seres humanos, probablemente es la más trascendental en el tiempo. La existencia de
un código de comunicación con posibilidades infinitas de emitir mensajes a partir de
una número relativamente reducidos de fonemas, es algo sencillamente maravilloso.
Este hecho lo convierte en la matriz cultural por excelencia que servirá de base para
generar el pensamiento mítico, el artístico, el filosófico, el matemático, el científico, etc.

Es decir los seres humanos gracias al lenguaje somos capaces de significar, metaforizar
y simbolizar. Con las facultades del lenguaje, logramos una comunicación más efectiva
y económica. El lenguaje hace innecesario indicar las cosas o tocarlas con los dedos, o
hacer gestos o mímicas, o dibujarlas. Es decir el lenguaje captura la realidad en signos y
así tenemos que para hablar de un río, un árbol o el fuego no es necesario traerlos
físicamente frente a nuestro/a interlocutor/a, una palabra basta para evocarlos y
establecer la comunicación.

Hubo en el siglo XX un lingüista de origen ruso, Roman Jakobson, quien formuló un


modelo de comunicación –que es el que Ustedes enseñan en sus escuelas e institutos-
fundado en seis factores, a saber:

1. El emisor, que corresponde a quien emite el mensaje.

2. El receptor o destinatario, que corresponde a quien va dirigido el mensaje.


3. El mensaje que contiene la información que se transmite en la comunicación.

4. El código lingüístico, que consiste “en un conjunto organizado de unidades y


reglas de combinación propias de cada lengua natural”. Por ejemplo las reglas de
combinación del español, el inglés, el árabe o el chino que son muy distintas
entre sí.

5. El canal, que permite establecer y mantener la comunicación entre emisor y


receptor. Por ejemplo son canales distintos los que usamos cuando conversamos
física y directamente con una persona, que cuando conversamos por teléfono o
enviamos un mensaje vía computadora a través de los chats o de los correos
electrónicos.

6. El contexto o situación, indica el espacio físico y la situación donde se está


produciendo la comunicación. No es lo mismo decir: ¡Clase de aguacero!, frente
a una tormenta tropical; que decirlo frente a un espléndido y calcinante sol. En la
última situación descrita, con el sol, la expresión sería muy irónica.

En correspondencia a estos seis factores de la comunicación humana, Jakobson postula


seis funciones básicas del lenguaje:

1. Emotiva: Esta función está centrada en el emisor quien pone de manifiesto


emociones, sentimientos, estados de ánimo, etc.

2. Conativa: Centrada en el receptor o destinatario y en ella el emisor pretende que


el receptor actúe de conformidad con lo solicitado a través de órdenes, ruegos,
preguntas, etc.

3. Referencial: Función centrada en el contenido o “contexto”, entendiendo a éste


en “sentido de referente y no de situación”. Se encuentra esta función
generalmente en textos informativos y científicos.

4. Metalingüística: Esta función se utiliza cuando el código sirve para referirse al


código mismo. Esta centrada en el código. Con este tipo de mensajes hablamos
de metalenguaje, que es el lenguaje utilizado para hablar del lenguaje.

5. Fática: Es una función centrada en el canal y trata de todos aquellos recursos


utilizados para mejorar la interacción comunicativa. El canal es el medio
utilizado para establecer el contacto entre emisor y receptor y viceversa. Cuando
en una comunicación telefónica decimos aló, estamos estableciendo la claridad o
limpieza del canal. Igualmente cuando decimos “casi no te escucho, hay mucho
ruido”, estamos estableciendo la suciedad o el ruido o interferencias en el canal.

6. Poética: Esta función se centra en el mensaje. Se pone de manifiesto cuando la


construcción lingüística elegida intenta producir un efecto especial en el
destinatario: goce, emoción, entusiasmo, admiración de carácter estético.

Además de esto el lenguaje posee otra propiedad no menos importante, pero en la que
casi nadie repara o le da escasa importancia. Al menos las maestras y los maestros de
lengua y literatura, no se atreven a enseñar. Me refiero a concretamente a esta
características del lenguaje que el teórico de la literatura de origen búlgaro, Tzvetan
Todorov define como secundariedad, en su artículo Signo del Diccionario
Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje. Sobre estas propiedades específicas y
únicas del lenguaje Todorov dice: “En tercer término, el lenguaje verbal es el único que
comporta ciertas propiedades específicas: a) puede empleárselo para hablar de las
palabras mismas que lo constituyen y, con más razón aún, de otros sistemas de signos;
b) puede producir frases que rechazan tanto la denotación como la representación: por
ejemplo, mentiras, perífrasis, repetición de frases anteriores; c) las palabras pueden
utilizarse en un sentido del cual la comunidad lingüística no tiene conocimiento previo,
haciéndolo conocer gracias al contexto (por ejemplo el empleo de metáforas originales.
Si damos el nombre de secundariedad a aquello que permite al lenguaje verbal asumir
todas estas funciones, se dirá que la secundariedad es un rasgo constitutivo.”

De todos los códigos semióticos solo el lenguaje humano es el único capaz de crear,
innovar, hacer retórica y mentir. Esto es parte de la riqueza lingüística que posibilita
todos los relatos literarios, filosóficos, políticos, religiosos, mediáticos, etc. A partir del
lenguaje, el ser humano hace suya como parte consustancial de él/ella, la capacidad de
crear objetos nuevos. La imaginación humana se potenció al máximo con el lenguaje y
en la época actual, esta propiedad de secundariedad ya la han tomado otros artes. Es
decir estas propiedades únicas del código comunicacional humano fundado por el
lenguaje, es desde donde se generaron las posibilidades de imaginar, de crear y de
plasmar en arte creaciones o recreaciones de literatura, música, pintura, escultura,
danza, teatro, cine y los nuevos medios cibernéticos.

Entonces mis queridas maestras, mis queridos maestros ustedes trabajan con ese sistema
al que le debemos nuestra humanización, nuestra cultura, nuestra civilización: el
lenguaje humano y los códigos de comunicación derivados de él. Eso cuando les toca
compartir con sus alumnos/as los contenidos de sus unidades pedagógicas referidas a la
lengua. Es decir cuando ven la gramática de una lengua, su morfología, su sintaxis, su
fonología y su semántica.

Pero no sólo trabajan pedagógicamente sobre la parte estrictamente lingüística sino que
enseñan esa parte hermosa de nuestra lengua constituida por la poesía y sus géneros:
épico, lírico y dramático. Ustedes enseñan también los productos que se han derivado de
esa gran matriz que fue la poesía en occidente y que hoy conocemos como relatos
(mitos, leyendas, minicuentos, cuentos, crónicas, reportajes periodísticos, novelas y
etc.) Así que es justo que recordemos un poco algunas hipótesis sobre los orígenes de la
poesía. De ninguna manera puedo asegurar que estas ideas elaboradas por muchos
estudiosos sean las únicas. No es así. Hay muchas teorías al respecto, pero estas son las
que con mucho gusto comparto con Ustedes para provocarlos a que Ustedes elaboren
sus propias críticas, apreciaciones y aproximaciones sobre estos misteriosos y bellos
orígenes.

ORÍGENES DE LA POESÍA

Lo estudiosos del tema (antropólogos, etnólogos, historiadores de la cultura, lingüistas y


semiólogos) ligan el inicio de la poesía al momento mismo del nacimiento del lenguaje.
El nacimiento del lenguaje según los penúltimos estudios ya lo habíamos situado
claramente con el surgimiento del homo sapiens unos 50,000 años antes de nuestra era.
Es decir no es mucho tiempo, si consideramos que los ancestros nuestros se remontan a
unos 300, 000 años atrás.

Se han formulado una considerable cantidad de hipótesis acerca del nacimiento de la


poesía ligada simultáneamente al del lenguaje humano. Unos afirman que la poesía
básicamente se fundamenta en la repetición de sílabas (fónica) que termina produciendo
un ritmo verbal que funda la línea melódica de toda poesía.

Estas repeticiones obedecían según unos a formas mágicas y/o religiosas de


características invocatorias y/o encantadoras. Otros ligan estas repeticiones fónicas a los
trabajos pesados como acarrear grandes bloques, troncos u objetos pesados que
demandaban un ritmo para poder arrastrar los pesos y llevarlos a destino. Pero los más
audaces plantean que la poesía nace del espíritu de trascendencia estética del ser
humano y que partió en este caso de la necesidad de jugar que naturalmente practican la
mayoría de los mamíferos. Es decir aducen que el juego –lo lúdico- natural en nosotros
dio origen a la necesidad de crear objetos bellos para contemplarlos, consumirlos y
hacernos trascender y por ende más humanos.

Esta necesidad va aparejada a un deseo de trascendencia de los seres humanos. Deseo


que los mismos antropólogos sitúan ligado al hecho que somos la única especie viva
con conciencia de la muerte y por ello mismo, con conciencia práctica del erotismo.
Vale decir, según George Bataille, el ser humano al estar consciente de su finitud, de
que su vida algún día terminará, inventó el erotismo. Bataille dice que los animales
tienen períodos de celo y que en cambio los humanos se activan sexualmente a
voluntad, independientemente de aquellos períodos que marcan a las otras especies. Que
esto lo hacemos para repetir el máximo goce físico (el sexual) que en vida podemos
conocer, para perpetuar la especie y poder trascender placenteramente nuestra infeliz
existencia.

La poesía, esa manera de embellecer y potenciar el lenguaje, nace de las circunstancias


humanas más maravillosas y transformadoras como el trabajo, el juego, el erotismo y el
sentido de trascendencia. Poesía es poien en griego y quiere decir creación. Esa
creación se encuentra hecha objetos –objetivada- en poemas, cuadros, músicas, danzas,
esculturas, etc. Las obras de arte dan testimonio de ese poder humano y gracias a la
perdurabilidad de sus materiales, permanecen en resistencia al tiempo.

ASPECTOS DE LA CULTURA OCCIDENTAL

En el Occidente existen tres grandes vertientes lingüísticas-culturales: la greco-latina, la


germánica-anglosajona, la escandinavo-eslava, todas provenientes de la gran matriz
indoeuropea. Las fuentes poéticas de estas culturas se ubican en sus propias tradiciones
de poesía popular y culta, las que se fecundan entre sí y se amalgaman ulteriormente
bajo la influencia de la cultura hebrea y griega a través del cristianismo. Así es como se
constituye la gran literatura occidental donde evidentemente está situada la literatura en
lengua española y dentro de ella, la literatura que hemos producido los nicaragüenses en
casi 200 años de historia.
Desde el punto de vista de la historia de las lenguas, nosotros/as queridos profesores/as,
sabemos que el español es una lengua romance o sea que derivó del latín. El latín era la
lengua franca del imperio romano que dominó el mundo mediterráneo y un poco más
allá, durante casi 1000 años. De esta lengua imperial derivaron las lenguas romances
entre las que se encuentran el español, el portugués, el francés, el italiano, el rumano, el
catalán, el provenzal y otros.
Para la poesía de las lenguas romances provenientes del latín las influencias más
notables son:

1. La poesía griega que nos hereda los tres géneros clásicos (épica, lírica y
dramática) y nombres como Homero, Hesíodo, Parménides, Píndaro, Safo,
Alceo, Minermo, Anacreonte, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, y otros.

Para el caso de la poesía griega y su influencia en Occidente podemos anotar


que esta es total en materias como filosofía, política, literatura, danza, teatro,
pintura, escultura y arquitectura. Pero más importante aún en esta fecundación
que los griegos logran sobre la cultura occidental, son aquellas referidas a
nuestras percepciones, nociones y concepciones estéticas. Es decir lo que
nosotros aun en nuestro tiempo percibimos como lo bello, como belleza es
producto de un canon occidental de origen griego, derivado de sus conceptos de
simetría, orden, armonía de las formas, etc.

Nuestro ideal de belleza, inclusive la que admiramos con las formas de Nicole
Kidman, Marilyn Monroe, Angelina Jolie o Sandra Bullock, Marlon Brando,
Rock Hudson, Alain Delon, Bratt Pitt o George Clooney, éste canon es de origen
griego. El ideal de belleza nuestra es de origen griego y es una prueba de nuestra
colonización cultural por parte de la cultura europea a través de España,
Portugal, Francia e Inglaterra.

Este paso del canon de belleza griega al mundo occidental, se dio a través de la
cultura latina. Si bien Grecia fue conquistada y dominada por los romanos
militarmente, en el plano cultural ocurrió lo inverso. Es decir, Grecia conquistó a
a Roma con su filosofía, su política y sus artes.

En lo pertinente a la lírica solamente nos bastaría anotar que Safo es la Madre de


la lírica monódica que se habría de imponer y que es el tipo de poesía que
intentamos hacer cuando habla nuestro yo y cuando hablamos de poesía lírica.
Para Julia Kristeva, semióloga francesa de origen búlgara, Safo es responsable
en la constitución del YO para Occidente. A ella, a esta poeta divina le debemos
la subjetividad occidental. Es importante que redimensionemos el aporte
femenino a la visión de mundo occidental. No olvidemos nunca que nuestra
lírica fue fundada por Safo, una mujer.

Las formas métricas más relevantes en la lírica arcaica griega son la elegía, el
yambo, la poesía mélica monódica y la poesía coral. Para la lírica yámbica
podemos citar al poeta Arquíloco, para la elegía a Minnermo, para la lírica coral
a Píndaro y para la lírica monódica a la Maestra Safo. Los temas de estos poetas
son el amor (eros), la juventud y la vejez.
2. Otro gran afluente de la poesía en lengua española, obviamente es la poesía
latina. En sus dos vertiente, la poesía culta propia de las élites dominantes del
imperio romano Virgilio, Horacio, Catulo, Marcial, Propercio, etc.), y la poesía
popular que se expresaba en un latín vulgar en las fiestas del pueblo.

3. La poesía hebrea que encontramos en La Biblia (Cantar de los Cantares,


Salmos, Deuteronomio, Proverbios, Sabiduría, Apocalipsis, etc.) y que se
destaca por su objetividad, elegancia por su simpleza o ausencia de figuras
retóricas y por su profunda sabiduría existencial y trascendente.

4. La poesía de origen árabe, heredada en los 700 años durante los cuales esta
cultura dominó una buena parte de la península Ibérica, específicamente la
moaxaja (poemas mayores donde se encuentran las famosas jarchas) y el zéjel.

La poesía española se nutrió de estas fuentes en sus orígenes siendo absolutamente


relevantes la griega, la latina, la hebrea, la árabe, y más tarde en el Renacimiento, las
fecundaciones mutuas que se producen entre la poesía provenzal, la italiana y la galaico-
portuguesa, tanto en sus vertientes cultas como populares.

En nuestro país, en Nicaragua, queridos maestros y queridas maestras, la literatura y


específicamente la poesía, reviste unos caracteres muy especiales, distinguibles y
destacables. Nuestra poesía es de altísima calidad y se distingue frente a cualquiera otra
originada en otras naciones de la comunidad hispano hablante. Por eso el papel
pedagógico de Ustedes es una noble labor de mucha importancia, ya que Ustedes
trabajan con el principal instrumento de comunicación (la lengua española en su
variante nicaragüense) y con los objetos culturales más bellos que hayan producido los
y las nicaragüenses a lo largo de su historia (la poesía y la literatura).

La poesía en Nicaragua constituye una de las más poderosas señas/marcas de identidad


cultural de nuestra nacionalidad. Esto funciona así para gran parte de las élites y para
amplios sectores de la población nicaragüense. No podemos hablar irresponsablemente
de todos los nicaragüenses, porque como educadores siempre debemos tener presentes
que en nuestro país existe un considerable número de iletrados así como, comunidades
de pueblos aborígenes que pertenecen a otras tradiciones lingüísticas, están aisladas de
la cultura dominante del Pacífico y poseen su propia oralidad endógena con calidades de
literatura.

EL GUEGUENSE O MACHO RATON

El ilustre académico Doctor Jorge Eduardo Arellano, nos enseña que (…) “El
Güegüense -tal como llegó a nuestros días- posee una raigambre tanto indígena como
española. Por eso se ha considerado la obra maestra del arte dramático, popular y
mestizo, del área mesoamericana; la primera obra del teatro autóctono
hispanoamericano de asunto colonial y el texto fundacional de la literatura
nicaragüense.”

Como piedra angular o piedra de ara de nuestra literatura, queridos maestros,


encontramos esta magnífica obra, El Güegüense o Macho Ratón”, única en su género y
en su potencia fundacional. Una obra creada por un poeta o poetas cultos y/o populares
pertenecientes a las primeras generaciones de mestizos que en el siglo XVII habrían de
constituir el núcleo ontológico del ser nicaragüense.

La obra es de una hibridez perfecta. Por el lado de nuestros antepasados aborígenes


encontramos que en El Güegüense se conserva aquella tradición de presentar la poesía
(la palabra) ligada a la música y la danza. Esta obra creada en español-nahualt para dar
testimonio concreto de su mestizaje, se expresa de tres formas artísticas diferentes: con
parlamentos (palabras), música y danzas. La comedia bailete es parte de la resistencia
histórica, la rebeldía política y la burla cultural de los dominados en contra de los
dominadores. El Güegüense es parte de la riqueza libertaria de las culturas que se están
mezclando, que están mestizándose en un doloroso y forzado proceso de conquista y
colonización, de imposición, dominación y explotación, de saqueo y arbitrariedades, de
masacres y genocidios.

El Güegüense si bien no es un grito en carne viva de resistencia anticolonialista, si es


una burla y una visión desacralizadora de las autoridades y la aplicación de las leyes
coloniales en nuestra tierra. La voz mestiza de El Güegüense es la de una nueva
expresión étnica doblemente discriminada por españoles y por los indios. De ahí que se
constituya en un elemento artístico-cultural fundamental para La conformación de
nuestra nacionalidad. Es la primera voz de una nacionalidad que vive el mestizaje como
condición y lo asume como reflexión y expresión, al menos en la cuenca Pacífico y
Central de Nicaragua.

Por su extraordinario valor cultural, el 25 de Noviembre del año 2005, la Organización


de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró
la obra “El Güegüense o Macho Ratón” como patrimonio oral, vivo e intangible de la
humanidad.

“El Güegüense o Macho Ratón es la obra fundacional de nuestra literatura. El gran


precedente de lo que sería la irrupción en la lengua española de la revolución poética
lograda por Rubén Darío y sus seguidores con el Modernismo. Durante mucho tiempo
los nicaragüenses creímos que lo de Rubén Darío había sido el gran chiripazo histórico.
Pero el ilustre y prístino antecedente de “El Güengüense” nos marca como un pueblo
que si bien no ha poseído más que fértiles tierras de pan llevar, dueño de bellos paisajes
volcánicos y lacustres, ha poseído una lengua y un habla pródigas en poesía.

LA EPIFANÍA POETICA DE RUBÉN DARÍO

Hasta hace muy poco, en la época de la dictadura militar somocista, los nicaragüenses
no teníamos ni cédula de identidad, ni un orden jurídico, ni un estado de derecho, ni una
democracia bien constituida… Las únicas señas de identidad por las que éramos
conocidos en el mundo era por dos figuras paradigmáticas de nuestra historia: Rubén
Darío y Augusto C. Sandino. Dos nicaragüenses que simbolizan la lucha por la libertad
en el arte (Darío) y por la liberación nacional en la geopolítica (Sandino). Dos héroes
que con sus palabras, obras y acciones nos dieron una lección práctica de cómo alcanzar
la libertad. Ese valor supremo del ser humano que gracias a Darío y Sandino son
elementos consustanciales de nuestra probable identidad nacional.

Pese a todas las luchas que el pueblo nicaragüense ha librado a lo largo de su historia,
todavía vivimos un accidentado proceso de construcción democrática que oscila siempre
entre la tentación dictatorial y brevísimas primaveras “democráticas”. En la actualidad
los y las nicaragüenses no vivimos en una democracia limpiamente representativa,
ampliamente participativa y económicamente equitativa. Estamos muy lejos de la letra
y el espíritu de nuestra Constitución Política. Hay una distancia muy grande en nuestro
escenario político entre lo que la ley dice y lo que los actores políticos en la práctica
hacen.

Los y las nicaragüenses tampoco hoy en día podemos convivir en una democracia que
respete los derechos humanos constitucionales y universales. Aún en estos días el poder
y el juego político se representa con actores que apuestan a perpetuarse en el gobierno o
regresar a él para alcanzar la meta de casi toda nuestra clase política criolla que concibe
al estado como un botín, una cornucopia (el cuerno de la abundancia) o un generosa
piñata.

Nunca debemos olvidar que los y las nicaragüenses padecemos las terribles
consecuencias de ser el país más pobre de América Latina, con el agravante de ser una
tierra epicéntrica de cuanto desastre se le ocurre a la madre naturaleza. Sin ánimo de
quejarme, Ustedes saben queridas maestras, queridos maestros, que nuestra tierra ha
sido un lugar donde se han dado terremotos, maremotos, erupciones volcánicas,
huracanes, sequías, deslaves, pavorosos incendios, etc.

Y podemos añadir a esta desastrosa situación de origen natural -para agravarla aún más-
nuestra locura política ya secular, que ha devenido en terribles productos sociales como
las guerras civiles, revoluciones, contrarrevoluciones, asonadas, cuartelazos, masacres,
tortura, muerte y exilio. Fenómenos que casi todos los y las nicaragüenses en carnes
propias hemos padecido. Todos estos eventos históricos son las causas patentes de
nuestra situación de fragilidad, precariedad, marginalidad, morbilidad, mortalidad,
pobreza, miseria, marginalidad y migracionismo. Hay aproximadamente un millón y
medio de nicaragüenses que padecen la dura condición del exiliado, además de casi
cuatro millones de nicaragüenses que somos exiliados, extraños en nuestra propia tierra,
por las limitaciones y a causas de la violencia estructural que los poderes fácticos hacen
recaer sobre nosotros y que nos impiden ejercer y gozar nuestros derechos
constitucionales, humanos y universales.

De ahí que el nacimiento de Rubén Darío en un olvidado pueblito del norte de


Nicaragua, tenga un aura de una verdadera epifanía, en el sentido de aparición de algo
maravilloso. Recordemos que Félix Rubén García Sarmiento nace en Nicaragua un 18
de enero de 1867, cuando Nicaragua tenía escasos 46 años de haberse “independizado”
de la corona española y cercanos 11 años de haber terminado la guerra nacional en
contra de los filibusteros esclavistas norteamericanos capitaneados por William Walker.

Rubén Darío nace durante el gobierno conservador del General Tomás Martínez, quien
asume la conducción del país que había estado sumido en la anarquía política, la anomia
ciudadana y la depredación extranjera. Un panorama nada halagüeño es el contexto del
nacimiento de Rubén Darío en una Nicaragua con condiciones de pobreza y
aislamiento, aparentemente adversas para cualquier proyecto de revolución literaria y
transformación cultural para toda una lengua.

Porque le revolución literaria, la transformación lingüística y la evolución de las


culturas americanas y peninsulares, lograda por Darío es algo totalmente inesperado.
Nadie esperó que esto ocurriera desde una Nicaragua ubicada en esa “atrasada” América
Latina de finales del siglo XIX. Los creyentes atribuirán este hecho a la divina
providencia y los escépticos dirán que es producto del azar. Ustedes pueden escoger la
versión que más convenga a sus ideologías o formular una hipótesis propia a propósito
del evento aparición de Rubén Darío en la sociedad y la cultura nicaragüense en las
postrimerías del siglo XIX.

Aunque los veamos como hechos inexplicables, lo cierto es que las élites nicaragüenses
poseían la información pertinente, contenidas en muchos libros de las Bibliotecas de
León y Managua que Darío devoró. Luego vinieron las lecturas de Bibliotecas en las
repúblicas de El Salvador y de Chile. Más los intercambios personales con los
intelectuales, poetas, periodistas y políticos ilustrados de estos países, hicieron que la
trascendental obra de Rubén Darío eclosionara como una flor que perfumó y transformó
la literatura, la lengua y la cultura que construimos en español peninsular –con sus
distintas variantes dialectales- y en español latinoamericano –con sus diversas variantes
dialectales-.

Poesía, literatura, lengua y cultura fueron transformados y revolucionados por Rubén


Darío y el movimiento modernista bajo la divisa de una estética (la reflexión filosófica
sobre qué es lo bello, la belleza y el arte), ácrata (que no rinde culto a ningún poder) y
libertaria (que coloca la plena libertad creadora como condición ideal para producir
arte). Bajo esta divisa libertaria se produce el proceso de modernización de la cultura
iberoamericana, que en los aspectos económicos (desarrollo de sus fuerzas productivas)
educativos, científicos, tecnológicos, políticos y artísticos se venía quedando a la zaga
respecto del desarrollo logrado por sociedades como la británica, la estadounidense, la
francesa, la alemana, la de los países bajos, la italiana y la rusa.

Por supuesto mis queridas maestras y queridos maestros, esta transformación cultural no
la logra solamente Rubén Darío, sino que él es el Gran Capitán, la figura señera, cimera
y destacada que libera este proceso amplio y magnífico donde se involucran cientos de
intelectuales ibéricos y americanos que han sido receptivos en asimilar y aportar a la
labor de Rubén en la poesía, el cuento, el ensayo y la crónica escritas en español. Aquí
podemos apreciar la importancia de la poesía, la literatura, la lengua en las
transformaciones culturales de una sociedad. La lengua es el principal medio de
creación, transformación y trascendencia de una cultura.

Ustedes, mis queridas maestras y queridos maestros, trabajan con estos preciosos
contenidos que transmiten a las mentes más jóvenes y vigorosas de nuestra sociedad, los
y las jóvenes nicaragüense quienes con sed de conocimientos, voluntad de superación se
preparan -vía educación- para mejorar las calidades de vida personales y de su entorno
familiar.

LOS POSTMODERNISTAS

Pero retomemos el hilo de esta epístola para no disgregar. Muchos y muchas pensaron
que, inaugurar la literatura nicaragüense con “El Güegüense o Macho ratón” y con la
obra revolucionaria en lo literario del modernista Rubén Darío, lo que ocurrió fue un
chiripazo histórico o mera casualidad regida por el azar. Lo anterior es desmentido por
la presencia en nuestra historiografía literaria de la generación post modernistas. La
extraordinaria calidad de esta promoción de poetas desmiente este prejuicio y confirman
la calidad del nicaragüense para ser productor de una excelente poesía.

Entre los postmodernistas, encontramos a tres extraordinarios poetas nacidos en León


de Nicaragua, pero con aportes trascendentales a la poesía en lengua española: Azarías
H. Pallais (1884-1954), Alfonso Cortés (1893-1969) y Salomón de la Selva (1893-
1959). Tres nombres que toman la lira de Rubén Darío para con plena libertad creadora
realizar sus propias obras y engrandecer el entorno poético nicaragüense.

Azarías H. Pallais (1884-1954)

El Padre Azarías H. Pallais, probablemente el nicaragüense que más cerca ha estado de


ser cristiano, además de legarnos una lección de pobreza, caridad y sapiencia, dejó para
la inmortalidad poemas clásicos que capturan un bello, irrepetible e infaltable tono
menor. El bello tono menor que es toda una corriente muy importante en la poesía
nicaragüense y de la cual, Pallais es su figura cumbre. Ustedes, queridos maestros,
queridas maestras, hacen participar a sus alumnos de esta poética cuando gozan y
analizan textos como: Entierro de pobre o Los caminos después de las lluvias. Sería
recomendable que diesen a conocer la prosa rebelde, efervescente y crítica del Padre
Azarías, si compartieran con sus alumnos algunos de los sermones de El libro de las
palabras evangelizadas, donde se puede percibir la acción del verbo divino
encarnándose en la historia y reivindicando a los pobres frente a los poderes reales.

Sobre la personalidad literaria des este hombre de fé, precursor de la teología de la


liberación, algunos notables poetas y críticos literarios nicaragüenses han señalado lo
siguiente:

«Era una mezcla de Francisco de Asís y de Francis Jammes, gótico y moderno», dice
Ernesto Cardenal, «de cuerpo alto y enjuto rostro ascético, con sotana siempre raída,
amigo de andar por los caminos, en intimidad con los humildes, su figura en Nicaragua
fue casi de leyenda. Estaba en pugna con el poder civil y eclesiástico. Fue un hombre
que vivió lo que escribió y lo que predicó, y en su palabra lo mismo que en su vida
estuvo al lado de los pobres y en contra de los ricos. Sus sermones eran pintorescos y a
la vez dramáticos, son una voz imponente y original, llena de curiosas inflexiones».

«Todo en él, desde su vida, hasta su físico», dice Julio Valle Castillo, «eran cosa
poética, poesía o poema». Jorge Eduardo Arellano, en su Diccionario de autores
nicaragüenses, afirma que fue un auténtico continuador de Rubén Darío, «Su poesía»,
dice, «es una predicación incansable de la verdad cristiana, jubilosa y franciscana, de
comunión íntima con las cosas, con un sentido del canto que se remota a su formación
clásica y a la Ilíada y a la Odisea, que comenzó a traducir en el español de Nicaragua».

«Su incesante actividad poética», afirma Alvaro Urtecho, «es la expresión natural de un
espíritu auténticamente religioso, el testimonio de un alma empeñada en alabar la obra
de Dios, catalizando a la armonía entre las criaturas y el Creador, entre las obras
humanas y las obras divinas. Para Pallais la poesía no era el territorio o inseguro e
incómodo del tormento y la duda, sino la prolongación diurna y diáfana del oficio
litúrgico. Una obra que sabe lejana, infantil, ausente como el vitral de una catedral
gótica o como las miniaturas de un Libro de Horas o de Iluminaciones medievales».
Sus obras principales son: A la sombra del agua, 1917, Espuma y estrellas, 1919, El
libro de las palabras evangelizadas, 1927, Bello tono menor, 1928, Caminos, 1921,
Epístola católica a Rafael Arévalo Martínez, 1946, Piraterías, 19512. Glosas, 1971.

Alfonso Cortés (1893-1969)

Alfonso Cortés alguna vez dijo: “Darío es grande, pero yo soy más profundo”. Y esta
frase nos puede mover a risa o a socarrona e irónica sonrisa, más cuando quien las
pronunció fue un enfermo mental, un ser humano padeciendo de alguna esquizofrenia
paranoide, en pocas palabras un loco. Pero en Nicaragua decimos que los niños, los
locos, los borrachos y los poetas dicen la verdad. Y casi nadie, no solamente en la
poesía nicaragüense, sino en la poesía de lengua española y universal, ha sondeado las
profundidades metafísicas como lo hizo Alfonso Cortés.

Alfonso Cortés indudablemente es nuestro poeta más profundo, nuestro colega el


Maestro Erwin Silva, sostiene sobre la metafísica alfonsina, en su ensayo “Alfonso
Cortés, un trovador del ser”, lo siguiente: “Hay en la poesía de nuestro Alfonso Cortés
un enigma, más no del todo indescifrable si el lector propone una lectura sobre la
ontología abierta que se trasluce y se infiere de los propios poemas alfonsinos.

Ontología en la dimensión de Cortés es la ontología fundamental. Y ésta se caracteriza


por ser abierta como el mismo ser, es una apertura a todos los entes inclusive al ente que
pastorea al ser que es el hombre. La radicalidad del existir humano la constituye el
movimiento mismo de la comprensión del ser toda vez que no hay más verdad que la
del ser en su auto luminosidad, ni otro sentido que el del tiempo sobre el cual el hombre
se arroja como proyecto.

Esto, por supuesto, nos lo ha enseñado ya Martín Heidegger en su Sein und Zeit (El ser
y el tiempo). Sin embargo cuando leemos a Alfonso, el poeta que eleva la condición
metafísica del nicaragüense, es imposible obviar que el ser en su poesía ocupa un lugar
cimero, es digámoslo así una experiencia que lo lanza al infinito, lo eterniza y le pone
en presencia de Dios.

El punto de partida de un análisis fundamental del hombre y el poeta unido de una


forma excéntrica en Alfonso Cortés, no es sólo la profundidad sino la altura de la
solución ontológica lo que nos sorprende puesto que, sin ser filósofo, da la respuesta
filosófica sintetizada, y en ella coinciden tanto belleza como el des-velamiento de la
verdad que emana fontanal de su poesía.

Si tuviéramos que definir la ontología de Cortés, diríamos que es la finitud esencial de


los límites del hombre. Vivir es la experiencia de lo finito. El hombre se siente y se
comprende vulnerado por la muerte desde el primer vivir. Este hecho impulsa al hombre
(Alfonso Cortés) a una estrategia, a una búsqueda o a una salida del tiempo, y en esta
tentativa prepara la vía para el infinito al que ve como un por-venir.

En el caso de Alfonso, una paradoja metafísica fundamenta su poética y un énfasis del


ser se patentiza cada vez que habla del hombre o nos proyecta su yo grandioso que es el
poeta y el hombre al mismo tiempo en una “esencia inconfundida”, en una flor del fruto.
Por doquier en la poesía de Alfonso nos encontramos que ahí donde el afán, la vida o el
quehacer relativizan, él propende al infinito sin olvidar la expresión del dolor o la
fragancia de las cosas por medio de la sinestesia y la metáfora.

Alfonso Cortés sabía desde su propia finitud que el hombre es Egeo en prisión o sea un
gran espíritu desterrado en el existir humano que únicamente tiene salvación en los
caminos.

Alfonso Cortés es ese peregrino deseoso de plenitud que retorna a su casa paterna, el
infinito. La osadía de Cortés consiste en aventurarse en un mar sin orillas —la palabra
del ser— que requiere ciertamente de una meditación más reposada, de una hermeneusis
que nos libere del exilio de su significación.

Si lo propio de la filosofía es el pensamiento, la poesía que piensa como es la de Alfonso Cortés


no tiene más que reanudar ese viejo diálogo de la poesía con la filosofía.

Llamaríamos con Heidegger a la poesía —topología del ser— porque es donde el pensamiento
se origina procediendo al arte poético. Alfonso Cortés es un poeta a quien el ser llama y da
testimonio de ese llamamiento en su poesía. Por esto, y porque llama al ser con su poesía es que
denominamos a nuestro Alfonso un trovador del ser.”
Obras de Alfonso Cortés publicadas
La Odisea del istmo (Guatemala 1922), Tardes de Oro (Managua 1934), Poemas eleusinos (León
1935), La música de la existencia (1932), 30 poemas de Alfonso (Managua 1952), Las 7
antorchas del sol (León 1952), Las rimas universales (Managua 1964), Las coplas del pueblo
(Managua 1965), Las puertas del pasatiempo (Managua 1967), La canción del espacio.
Salomón de la Selva (1893-1959)

El escritor y académico de la lengua, Julio Valle Castillo, en un ensayo titulado


“Salomón de la Selva y/o una poética americana de vanguardia”, hace la siguiente
valoración sobre la relación al respecto de Azarías H. pallais y de Alfonso Cortes, asi
como del peso específico de Salomón en nuestra poesía: “(…) Pallais y Cortés, bien
vistos, no son más que dos poetas modernistas, distintos intérpretes del simbolismo
francés. Dos mundos interiores, dos personalidades diferentes y dos voces opuestas,
modernistas de principio a fin. No olvidemos que hay tantos modernismos como
modernistas, que, junto con otros nombres, constituyen los tres grupos citadinos de los
dos períodos del modernismo nacional (1880-1900/1900-1930).

En cambio, De la Selva (León, 20 de marzo de 1893-París, 5 de febrero de 1959) es el


primero que realiza una poesía ya propiamente moderna, vanguardista en México, el
Caribe y América Central. Es un poeta nuevo de cuerpo entero y con un origen distinto
al de sus contemporáneos. Trae las dos poesías americanas en su mano o en su lengua:
el modernismo hispanoamericano y la new american poetry, el imaginismo, en
particular, lo cual le bastó no sólo para ignorar, como los ignoró en su juventud, sino
para despreciar, como los despreció en su madurez, los ismos y escuelas europeas de
vanguardia: el futurismo, el creacionismo, el letrismo, el dadaísmo, el surrealismo.

Él es de la otra vanguardia, como afirma José Emilio Pacheco: la de los hombres


comunes y corrientes y no la de los magos y pequeños dioses. Su vanguardismo es otro,
de raíz y desarrollo americano, paralelo al que tuvo modelos europeos y cultivo
americano. Aún más, De la Selva inauguró al menos un ismo, el neopopularismo, antes
que los españoles.

De aquí que localizar a De la Selva como simple precursor del Movimiento de


Vanguardia de Nicaragua, ni siquiera de la modernidad, sea limitante y equívoco. Es y
no es. No cabe duda que en el contexto nicaragüense es precursor de la novedad que
años más tarde vendrá a realizar la Vanguardia; pero, en el continente, no, porque
precursor es el que precede, y De la Selva es uno de los que preside la modernidad. Él
continúa conscientemente la empresa constructora de una modernidad, que había
iniciado el modernismo hispanoamericano. Por lo tanto, es algo más, mucho más que un
precursor o anunciador; es creador de una nueva poética y de su ejecución verbal.

Viajando desde su juventud y radicando temporalmente en los Estados Unidos, Europa,


México, Centroamérica o el Caribe, De la Selva carecía de incidencia alguna en el
proceso literario de su “Nicaragua natal”. Y cuando residió en su patria (1925-1929),
prefirió dedicarse al activismo sindical de tendencia laborista (COPA, CROM, FON), y
después al periodismo sandinista y antintervencionista, manteniéndose distante del
grupo juvenil vanguardista, que ya tenía resonancia en el país. “La verdad es que
entonces le conocía más por su fama de poeta que por su poesía”, escribe José Coronel
Urtecho, jefe de la banda vanguardista. Y agrega: “En ese tiempo la poesía casi no
circulaba en Nicaragua. Lo que se publicaba como tal en algunos periódicos o se
copiaba vergonzantemente en el álbum de alguna señorita ya entrada en años, muy rara
vez era poesía [...]. Yo mismo, por ejemplo, no podría decir si ya había leído algún
poema de Salomón y mucho menos cuál. Tampoco pude entonces conocerlo
personalmente”, finaliza Coronel Urtecho.

En verdad, De la Selva viene a ser otro de los poetas y escritores extranjeros que los
vanguardistas introducen a Nicaragua. Extranjero en su propia tierra. Pero si lo
importan e importa es porque se trata de un poeta moderno, como difundieron y
tradujeron a Rimbaud, Claudel, Charles Cross, Cendrars, Larbaud, Supervielle,
Montherlant, Morand o Apollinaire, entre los franceses; y Pedro Salinas, Ramón Gómez
de la Serna, Federico García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Rafael Alberti,
entre los españoles.

Desde 1922, De la Selva se había ubicado por derecho propio entre las cabezas de la
modernidad poética hispanoamericana, (…)”

Obras de Salomón de la Selva publicadas:

Poesía:

Tropical Town and Other Poems(1918), A Soldier Sings(1919), El soldado


desconocido(1922), Evocación de Horacio, Canto a Mérida de Yucatán en la
celebración de sus Juegos Florales(1947), La ilustre familia(1954), Canto a la
Independencia de México(1955). Evocación de Píndaro(1957), Acolmixtli
Netzahualcóyotl(1958), Sandino (1968); Antología poética(1969); *Versos y versiones
nobles y sentimentales(1974); Antología poética(1982); *Antología mayor(1993)
Novelas:

Ilustre familia (1954, 1998); La dionisiada (1955); La guerra de Sandino o pueblo


desnudo (1985).

Ensayos:
Los editoriales de "Diógenes" (1951), Prolegómenos a un estudio sobre la educación
que debe darse a los tiranos (1971), La intervención norteamericana en Nicaragua y el
General Sandino (1980), Sandino: Free country or death (artículos en inglés, 1984)

LA VANGUARDIA POÉTICA NICARAGÜENSE

Después de los tres grandes postmodernistas, Azarías H. Pallais, Alfonso Cortés y


Salomón de la Selva, cuyos aportes hemos esbozado sucintamente, se dio en Nicaragua
un fenómeno de ruptura con el modernismo, el postmodernismo y sus secuelas: el
movimiento de vanguardia. Este movimiento se da exclusivamente en Nicaragua entre
1931 y 1933 y según el ilustre académico Doctor Jorge Eduardo Arellano: “Ningún otro
país del istmo presentó un fenómeno similar, o mejor dicho: un tipo de tendencia que,
organizada en grupo, dispusiese de un programa bien definido desde el punto de vista
estético, filosófico e incluso político.”

Las vanguardias literarias y artísticas se habían dado a partir de los inicios del siglo XX
en el viejo continente europeo. Además de ruptura estética también significó la crítica y
negación de un orden burgués percibido como materialista, atrasado, anquilosado y
ridículo. A partir de estos movimientos de vanguardia artísticos y literarios; y de los
nuevos inventos y conquistas científicas y tecnológicas de la humanidad, la civilización
y la cultura occidental entran en profunda crisis. Crisis que posee su correlato
determinante en la expansión económica de las potencias europeas colonialistas e
imperialistas como lo son Inglaterra, Francia, Alemania, Italia. Expansión capitalista y
disputas por el mercado, a las que necesariamente tenemos que agregar a dos potencias
extra europeas, como lo son Estados Unidos de América y Japón.

En este mismo sistema en crisis de principio del siglo XX ocurren dos revoluciones
sociales muy importantes para la evolución y el desarrollo de la política a nivel global:
la revolución agraria mexicana de 1919 y la revolución socialista de octubre de 1917,
que a partir de Rusia, Ucrania, Georgia y otros estados constituyen la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estas dos revoluciones de masas, marcan el
planteamiento de una alternativa política, de organización social y de gestión de la
economía distinto al sistema capitalista gerenciado por las burguesías nacionales y
trasnacionales. ´

Estos contextos políticos y situaciones de conflictividad social, guardan una relación de


mutua fecundación con los movimientos de vanguardia. Los vanguardistas participan
del debate político, filosófico, epistémico, a través de sus manifiestos y de sus artículos
periodísticos. Y en Nicaragua aunque el movimiento de vanguardia ocurre tardíamente,
en el período de entreguerras (I y II Guerras Mundiales), lleva todos estos ingredientes,
no deja de estar fuertemente marcado por el rechazo al mundo burgués y por la
búsqueda de una nueva cultura humana. Así lo podemos ver y gozar en esa magnífica
obra de teatro bufo, La chinfonía burguesa que crearan en este período crucial, José
Coronel Urtecho y Joaquín Pasos.
El movimiento de vanguardia nicaragüense realiza la crítica del modernismo y del
postmodernismo, rompe con Rubén Darío sin dejar de amarlo, introduce plenamente el
versolibrismo, el coloquialismo, los caligramas (grafismos poéticos), la
experimentación verbal, la audacia en las imágenes, la incorporación del mundo
contemporáneo, se canta de una manera cruda, objetiva y sin subterfugios a la guerra, se
amplia la libertad de escribir temas abiertamente eróticos, etc.

Aunque los militantes de las vanguardias europeos, en términos generales podemos


decir que estaban conformados por gente progresista o pro socialista, en Nicaragua fue
al contrario. Por la ascendencia aristocrática granadina de sus miembros, por su
acendrado catolicismo (todos venían de rancias familias), por el tipo de lecturas que
tuvieron sobre el gran debate mundial entre fascismo y socialismo que se daba en
Europa, nuestros vanguardistas se caracterizaron por ser admiradores de los regímenes
autoritarios y fascistas. Crearon un movimientos, los camisas azules a semejanza de las
camisas pardas de las facie de combattimento de Benito Mussolini y lo que es peor, los
vanguardistas criollos, propusieron que Anastasio Somoza García, se proclamara
Presidente Vitalicio –una especie de rey- para darle estabilidad y desarrollo a una
sociedad anárquica y atrasada como la nicaragüense.

La vanguardia nicaragüense también vivió la intervención militar en Nicaragua, asi


como también la lucha por Patria y Libertad emprendida por el General Augusto C.
Sandino y su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Todos simpatizaron con la
lucha de Sandino y algunos de ellos ofrecieron resistencia política y cultural ante la
intervención. Son paradigmáticos los textos de Joaquín Pasos, “Desocupación rápida y
si es necesaria violenta”; los textos de Manolo Cuadra, “Contra Sandino en la
montaña”; la visión irónica de Coronel Urtecho sobre el mesianismo de Sandino y la
poesía profuindamente nacionalista de Pablo Antonio Cuadra.

El movimiento de vanguardia fue capitaneado por Luis Alberto Cabrales (Chinandega,


1901-1964) y José Coronel Urtecho (Granada, 1906-Managua, 1994), quienes habían
recibido las influencias de la literatura francesa, Cabrales y de la literatura
norteamericana, Coronel Urtecho. Eran personas muy informadas sobre lo que estaba
ocurriendo en la literatura y las artes en el mundo. Pero el movimiento de vanguardia no
se reduce a estos ilustres nombres sino que se amplía poderosamente con los siguientes
poetas, escritores y artistas: Manolo Cuadra, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos,
Octavio Rocha, Orlando Cuadra Downing, Alberto Ordóñez Argüello, Joaquín Zavala,
y otros.

Para la literatura nicaragüense y para nuestra lengua, queridos maestras y queridas


maestras, son significativos y trascendentes los aportes dados por Joaquín Pasos
(Poemas de un joven y principalmente el mejor poema del mundo, Canto de guerra de
las cosas), Pablo Antonio Cuadra (Poemas Nicaragüense, Canto Temporal, Hijo de
Hombre, El jaguar y la luna Cantos de Cifar, etc.), José Coronel Urtecho (Pol la
dananta katanta paranta, Rápido Tránsito, Reflexiones sobre la historia de Nicaragua, La
muerte del hombre símbolo, etc.) y Manolo Cuadra, quien se distancia de los
vanguardistas por opción política, él sería el único socialista de los vanguardistas
originales (Tres amores, recopilación de su poesía; Itinerario en Little Corn Island,
diario de su exilio; Contra Sandino en la montaña, cuentos; Almidón, novela
humorística).
La vanguardia nicaragüense es la precursora para la poesía en lengua española del
coloquialismo, la antipoesía, la utilización de textos ajenos en la propia creación, el
sistema de montaje textual similar al cinematográfico, el objetivismo, la desacralización
y la iconoclastia. Son los grandes aportes de este movimiento a nuestra cultura
iberoamericana o indohispana como diría Sandino.

LA POSTVANGUARDISTAS

Queridos maestras, queridas maestras a continuación los voy a dejar en compañía del
gran escritor y maestro Sergio Ramírez Mercado, quien en la extensísima cita que sigue
a continuación le va a esbozar con propiedad y sapiencia, más o menos lo que ha
ocurrido en la literatura nicaragüense del siglo XX, después de la vanguardia. Dice
SRM en su “Enciclopedia de la literatura nicaragüense”, lo siguiente:

“En el espacio intermedio entre la Vanguardia y la generación siguiente de


Postvanguardia, es necesario colocar a Enrique Fernández Morales, (1918-1982),
nacido en Granada, un artista polifacético, pues fue también pintor y dibujante, narrador
y dramaturgo. Sus libros de poemas, de una textura muy íntima, son Retratos (1962) y
Aunque es de noche (1977); y también a Francisco Pérez Estrada (1919-1982), autor de
Chinazte (1968), poemas de temática indígena; y Juan Francisco Gutiérrez (1920-1995),
nacido en Diriamba, autor de Tú, mi residencia (1952) y La libertad y el amor (1962).

Luego vendrá la generación que ha dado en llamarse la postvanguardia, o de los años


cuarenta, que no tuvo ninguna expresión orgánica, ni se dio a conocer por medio de
manifiestos en cuanto al papel de la literatura y el arte, como su antecesor el
movimiento de Vanguardia; pero sí llevó adelante el proceso de renovación de la
literatura nicaragüense, con un nuevo aliento y una nueva visión estética en la obra de
tres creadores de una misma generación, los tres de una magnífica calidad: Ernesto
Mejía Sánchez (1923-1985); Carlos Ernesto Martínez Rivas (1924-1998); y Ernesto
Cardenal (1925). Los tres, por una coincidencia cabalística para nuestra literatura,
tuvieron por nombre Ernesto.

Esta, para empezar, es una generación más cosmopolita que la anterior; formados igual
que la gran mayoría de los poetas de la Vanguardia en el Colegio Centroamérica de los
Jesuitas, en Granada, Martínez Rivas y Cardenal aprendieron allí fundamentos básicos
de la literatura clásica a través del magisterio del Padre Angel Martínez SJ, poeta él
mismo, y partieron luego en busca de horizontes diferentes, a Europa, a México, a los
Estados Unidos, como habría de hacerlo Mejía Sánchez. Se trata de escritores ya
modernos de nacimiento, que se entrenan en el conocimiento de su oficio desde una
perspectiva renovada, y renovadora.

ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ

Ernesto Mejía Sánchez, nacido en Masaya, se trasladó muy joven a México para seguir
la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma, donde también
estudiaría Ernesto Cardenal. Luego obtienen su doctorado en Filología Hispánica en la
Universidad Complutense de Madrid, y se incorpora como investigador al Colegio de
México bajo el magisterio de don Alfonso Reyes, cuyas obras completas se encargó de
preparar a la muerte de este último. Su primer aporte a la literatura nacional sería la
recopilación de Romances y corridos nicaragüenses, que publica en México, fruto de
sus trabajos anteriores en el Taller San Lucas al lado de Pablo Antonio Cuadra .

Mejía Sánchez ya no regresó más a Nicaragua, y se quedó en México dedicado a sus


tareas académicas, que también lo llevaron por Europa y los Estados Unidos,
convirtiéndose en un afamado crítico y conferencista. Es el investigador más serio y
sistemático de la obra de Rubén Darío con que ha contado Nicaragua.

Su vida en México fue al de un verdadero exiliado político. Adversario decidido de la


dictadura de la familia Somoza, dirigió a finales de los años cincuenta la publicación de
una antología de poesía política nicaragüense, en la que los autores vivos aparecían
como anónimos. Al triunfo de la revolución sandinista, fue designado embajador en
Madrid, y luego en Buenos Aires. Murió en Mérida, Yucatán.

La abundancia de su obra crítica, y su vasto conocimiento erudito de la literatura


americana, ha hecho que su poesía no tenga el primer plano que merece. Toda su vida
pasó escribiendo las partes de un mismo libro, Recolección al mediodía, publicado por
primera vez en 1972 en Nicaragua, luego en México en 1980, y finalmente en
Nicaragua otra vez en 1985. Es un solo corpus, al cual fue agregando nuevos poemarios,
porque su temática es como un fluir de aguas que cambian de cauce o de velocidad, o de
tonalidad en sus colores; pero son las mismas aguas que dejarán, en su discurrir, uno de
los poemas maestros de la literatura nicaragüense: La carne contigua.

Este libro único y definitivo suyo, incluye Ensalmos y Conjuros (1947); La carne
contigua (1948); El retorno (1950); La impureza (1951); Contemplaciones europeas
(1957); Vela de la espada (1951-1960); Poemas familiares (1955-1973); Disposición de
viaje (1956-1972); Poemas Temporales (1952-1973); Historia natural (1968-1975);
Estelas/Homenajes (1947-1979); y Poemas dialectales (1977-1980). Mejía Sánchez creó
un género nuevo, el del prosema, textos breves de sustancia lírica, pero de ánimo
narrativo, escritos en prosa.

CARLOS MARTINEZ RIVAS

Carlos Martínez Rivas nació en Guatemala y murió en Managua. Igual que Rubén Darío
y Joaquín Pasos, fue un poeta precoz, un “poeta niño”, desde sus años escolares en el
Colegio Centroamérica, y desde entonces, también, un lector de memoria y energía
inagotables. Ya a los dieciocho años había escrito un poema adolescente que aún
deslumbra por su novedad y su frescura, El paraíso recobrado (1944), en contrapunto al
Paraíso Perdido de Milton, que cita como epígrafe.

A finales de los años cuarenta vivió en Madrid y en París, años intensos y novedosos de
la postguerra donde conoció a Octavio Paz, a Julio Cortázar, al pintor peruano Fernando
de Szyslo, y a la escritora Blanca Varela, peruana también. Fueron años de bohemia,
pero también de devoto aprendizaje cultural, como lo demuestran sus lúcidos y
penetrantes trabajos críticos sobre pintura, fruto de sus constantes visitas a los museos.
A su regreso a Nicaragua, el suicidio de su madre habría de producir una marca
indeleble en su vida, y en su obra.

Su libro capital, La Insurrección Solitaria, apareció en México en 1953, una edición de


reducido tiraje y prácticamente clandestina, la mayoría de cuyos ejemplares se echaron
a perder al quedar guardados en una casa hacienda cercana a Managua, cuando Carlos
partió para Los Ángeles, California, donde habría de residir por varios años, trabajando
como oficinista de una agencia aduanera. La insurrección solitaria tuvo luego otras
ediciones en Costa Rica, Nicaragua y México, pero nunca difusión masiva; y, sin
embargo, es el libro que más influencia ha tenido entre los poetas de cada nueva
generación de escritores en Nicaragua.

Al dejar Los Ángeles a comienzos de los años sesenta, obtuvo un cargo diplomático en
Madrid, y de allí se trasladó a San José, Costa Rica, llamado por el Consejo Superior
Universitario Centroamericano (CSUCA), donde trabajó por varios años, hasta su
regreso a Nicaragua en 1977. Epítome de la imagen del poeta maldito —y él mismo
solía verse en el espejo de Baudelaire— la rebeldía de su poesía en contra del espíritu
burgués, que es la esencia de La insurrección solitaria, lo llevó también a su vida,
rebelde ante la sociedad y aún consigo mismo.

Al mundo de las conveniencias, de la mediocridad, de la rutina adocenada, de los


matrimonios concertados, Ten cuidado de los casados que se retiran temprano./
Témeles... opuso siempre su propio mundo contaminado, el difuso/terco mundillo del
amanecer/la pululante línea de la imperfección y el anonimato... que es su divisa de
autenticidad, volcar el matrimonio/¡hacerlo saltar en astillas! De esta pasión rebelde
surge una voz muy imitada, pero irrepetible, un andamiaje construido en base a las
precisiones sin concesiones del lenguaje, que resultan en imágenes incomparables en su
belleza sugestiva.

Octavio Paz escribió sobre él: “A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere
ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los
hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa,
pues ahí, enfrente, actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza
La ola de la Tontería, la ola/ tumultuosa de los tontos, la ola/ atestada y vacía.../

En sus años de Los Ángeles escribió los poemas, Infierno de Cielo y Dos murales
U.S.A., que junto con cuadernos posteriores, entre ellos Carmina Figurata y
Calcoholmanías, y otros muchos poemas dispersos en revistas y periódicos, o aún
inéditos, representan una continuidad de La insurrección solitaria. Precisamente, con la
colección Infierno de Cielo y antes y después, que incluye parte de los poemas
mencionados, ganó en Nicaragua en 1984 el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén
Darío, publicada de manera póstuma en 1999.

Pero, igual que en el caso de Mejía Sánchez, todos forman parte de un mismo y único
libro, La insurrección solitaria, como él siempre quiso; aunque nunca se atrevió a
completarlo, aterrado frente al espectro de la imperfección, que lo llevó a corregir sus
textos sin descanso, y mandarlos a publicar en facsímil, cuando accedía a ello, para
evitar los errores de imprenta. Consciente de su propio genio y, al mismo tiempo,
rebelde consigo mismo, vivió y padeció su propia insurrección solitaria. Sometido a un
lento pero sistemático proceso de autodestrucción a través del alcoholismo, su
producción literaria fue cada vez más escasa, aunque nunca dejó de tener la calidad
sostenida que es marca de toda su obra.
ERNESTO CARDENAL

Ernesto Cardenal, de familia granadina, y emparentado con los capitanes del


movimiento de Vanguardia, representa mejor que ninguno otro de su generación el
vínculo con los poetas de la anterior, y sobre todo con el magisterio de José Coronel
Urtecho. Estudio la carrera de Filosofía y Letras en México, y luego siguió sus estudios
en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Su Antología de la poesía
nicaragüense, publicada en Madrid en 1947, pudo revelar lo que hasta entonces era el
fenómeno permanentemente creativo de nuestra poesía desde Darío.

Participó de manera indirecta en la rebelión de abril de 1954, en contra de la dictadura


de Somoza, en la cual estaban comprometidos varios de sus amigos de juventud, y de
esa experiencia resultó Hora Cero, uno de sus mejores poemas publicado en 1960 en
México, y que por su carácter descriptivo, prestando hechos a la realidad para
trasponerlos al territorio de la lírica, abre paso a la corriente exteriorista. Esta corriente
caracterizará en adelante la obra de Cardenal, y se consolidará como uno de los dos ejes
de influencia en la poesía nicaragüense; el otro eje será la corriente intimista, o
interiorista de Martínez Rivas.

En 1957 Cardenal se decidió por la vocación del sacerdocio e ingresó en el monasterio


de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, Estados Unidos, donde desarrolló una
estrecha e instructiva amistad con Thomas Merton, su maestro de noviciado. Pasó de
allí al monasterio de padres Benedictinos en Cuernavaca, y terminó sus estudios
sacerdotales en La Ceja, Colombia, para ordenarse por fin en Managua.

A mediados de los años sesenta fundó su célebre comunidad campesina en el


archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua. En 1977, los jóvenes de la
comunidad se integraron a la guerrilla del FSLN que atacó el cuartel de San Carlos, en
la desembocadura del Gran Lago en el río San Juan, ya cuando Cardenal estaba
comprometido con la causa revolucionaria. La comunidad fue asolada por la Guardia
Nacional, y él pasó a vivir en el exilio en Costa Rica hasta el triunfo de la revolución,
cuando fue designado Ministro de Cultura.

La obra de Cardenal se caracteriza por su rica diversidad, de modo que cada libro de
poesía suyo significó, desde el principio, no sólo un reto distinto, sino una temática
distinta, tocando temas vinculados a la sensibilidad de cada momento; pero en todas
esas etapas estará presente esa característica ya dicha del exteriorismo, bautizado así por
Coronel Urtecho, y que el propio Cardenal define así: “El exteriorismo es la poesía
creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es,
por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva,
narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas,
con nombres propios y detalles precisos, datos exactos y cifras y hechos y dichos. En
fin, es la poesía impura”.

Después de Hora Cero, ya citado, Cardenal habría de publicar Epigramas (1961),


escritos al estilo de Cátulo y Marcial, los dos grandes poetas latinos, maestros de la
esgrima verbal, a los cuales también tradujo; estos epigramas, sobre temas políticos, y
sobre todo de amor, han continuado siendo sumamente populares entre sucesivas
generaciones de jóvenes, que los recitan de memoria.
Luego vendría Salmos (1964), que le dio gran renombre al ser traducido a todos los
idiomas europeos, una invocación contra todos los males del capitalismo y el
totalitarismo, las guerras y la deshumanización, escrito con los acentos de los profetas
del antiguo testamento; y ese mismo año Gethsemani Ky, sus poemas del monasterio
trapense. En 1965 aparece su muy conocido Oración por Marylin Monroe, y en 1967 El
estrecho dudoso, un largo poema escrito en base a las crónicas de la conquista española.

En 1969 se publica Homenaje a los indios americanos; en 1972, Canto Nacional, una
hermosa entonación en alabanza de Nicaragua, que es, al mismo tiempo, un compendio
de flora, fauna, paisajes, y que habla también de la injusticia y de la lucha por una
sociedad distinta, escrito en homenaje al FSLN, entonces formado por guerrilleros
clandestinos; y en 1973 Oráculo sobre Managua, tras la destrucción de la capital por el
terremoto del año anterior.

Su poesía de los años de la revolución sandinista está contenida en Vuelos de victoria


(1985), y más tarde habrá de publicar Los ovnis de oro (1988), de nuevo sobre temas
indígenas. Cántico Cósmico (1989) representa ya una nueva etapa de su poesía, mucho
más ambiciosa, donde explora, utilizando los parámetros de la física cuántica, la
existencia del ser en función del universo, y entre tanto el amor, y la muerte; un tema
que será completado en Telescopio en la noche oscura (1993).

Su obra en prosa incluye Vida en el amor (1966); En Cuba (1972); El Evangelio de


Solentiname (1985); y sus memorias que han comenzado a publicarse en 1998 bajo el
título de Vida perdida.

LOS AÑOS CINCUENTA

Lea generación de poetas de la siguiente década incluye principalmente a Guillermo


Rothschuh Tablada (1926), Fernando Silva (1927), Raúl Elvir (1927-1998), Ernesto
Gutiérrez (1929-1988), y Mario Cajina-Vega (1929-1995); y un poco más tarde a
Octavio Robleto (1935), Horacio Peña (1936) y David McField (1936).

Fernando Silva nació en Granada. Médico de profesión, sus poemas juveniles están
contenidos en su libro fundamental Barro en la sangre (1952), donde la tradición
vernácula ensayada por el movimiento de Vanguardia florece con gracia por última vez;
y es autor de otro libro de poemas de la misma línea titulado Agua arriba (1968). Pero
su obra literaria está expresada con mayor ventaja en sus cuentos, como veremos
adelante. Es el caso también de Mario Cajina-Vega, nacido en Masaya y educado en
Estados Unidos, Inglaterra y España, quien se distinguió más como narrador; periodista,
ensayista, y editor de vocación, escribió un solo libro de poemas, Tribu (1961).

Guillermo Rothschuh Tablada, nació en Juigalpa, cabecera del departamento de


Chontales. Educador, fue clave en la forja de una generación de jóvenes nicaragüenses,
varios de ellos escritores, y otros dirigentes políticos, que surgieron de las aulas del
Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, que él dirigió. Sus poemas, que son
también telúricos, y que exaltan la tierra chontaleña, tierra ganadera, están contenidos
en Poemas chontaleños (1960); otros libros de poemas suyos son Cita con un árbol
(1965) y Veinte elegías al cedro (1973).
Raúl Elvir nació en Comayagüela, Honduras, pero llegó a Nicaragua en el año de 1939,
y vivió desde entonces entre nosotros. Ingeniero civil de profesión, su poesía está
basada en una observación meticulosa de la naturaleza, a la que describe con amoroso
empeño. Esta aproximación panteísta del paisaje nicaragüense, le dio un conocimiento
muy especial, absolutamente familiar, de nuestra fauna, principalmente los árboles, y
los pájaros, sobre los que escribió un libro aún inédito. Sus más importantes libros de
poesía son La rama y el cielo (1960) y Círculo de fuego (1971), que volvió a editarse en
1999, tras su muerte acaecida en Managua, aumentado con sus poemas inéditos.

Ernesto Gutiérrez nació en Granada. Ingeniero también de profesión, se especializó en


Hidrología. Además, fue profesor universitario, director de la Editorial Universitaria en
la Universidad de León, y al triunfo de la revolución embajador en Brasil y ante la
UNESCO.

Su primer libro es Yo conocía algo hace tiempo (1953), y luego aparecieron Años bajo
el sol (1963), Terrestre y celeste (1969), Poemas políticos (1971), y Temas de la Hélade
(1973). Su poesía marca una visión gozosa y a la vez desgarrada de la existencia, entre
la alegría de vivir y el espanto ante la muerte. Una antología suya, bajo el título En mí y
no estando, seleccionada por Carlos Martínez Rivas y Sergio Ramírez, con prólogo de
este último, fue publicada en Costa Rica en 1974, y de manera ampliada en Nicaragua
en 1983. Murió en Managua, tras una enfermedad muy prolongada.

Octavio Robleto, nacido en Juigalpa, ha ligado siempre su poesía al sentimiento más


puro hacia la naturaleza, una lírica bucólica que va a dar siempre a las cosas sencillas
del campo. Sus libros de poesía más destacados son Vacaciones del estudiante (1964);
Enigma y Esfinge (1965); El día y sus laberintos (1976); y Laberinto de vigilias (1999),
que incluye las breves prosas Noches de Oluma.

Horacio Peña nació en Managua. Por largo tiempo fuera de Nicaragua, publicó su
primer libro de poemas en 1961, La espiga en el desierto; en 1967 ganó el Premio
Internacional de poesía del centenario de Darío, con su libro Ars Moriendi, y publicó en
1970 La soledad y el desierto. Su poesía, que tiene generalmente un tono elegíaco, abre
interrogantes sobre la soledad, la enajenación del individuo, y la muerte, tal como puede
apreciarse en los títulos de sus libros. Por su parte, David McField, nacido en
Bluefields, exalta la negritud buscando en su poesía de acentos sociales, los ritmos del
caribe; su libro mas conocido es Poemas para el año del elefante (1970).

EL FRENTE VENTANA Y LA GENERACIÓN TRAICIONADA

A comienzos de la década de los sesenta aparecieron en el país dos grupos literarios


antagónicos en cuanto a sus posiciones sobre el papel de la literatura y el arte en la
sociedad: el Frente Ventana, surgido en las aulas universitarias en León, y encabezado
por Fernando Gordillo (1940-1967) y Sergio Ramírez (1942); y la Generación
Traicionada, formada en su mayoría por jóvenes recién salidos del Instituto Ramírez
Goyena de Managua, y encabezada por Roberto Cuadra (1940), quien muy pronto
habría de desaparecer de la escena literaria; Edwin Yllescas (1941), Iván Uriarte (1942),
y Beltrán Morales (1944-1986), quien pasó luego al Frente Ventana.

Los miembros del Frente Ventana pertenecían a su vez a la llamada Generación de la


Autonomía, toda una pléyade de muchachos que bajo el liderazgo del Rector de la
Universidad Nacional, el doctor Mariano Fiallos Gil, humanista y escritor, participaron
en la conquista y consolidación de la autonomía universitaria, un gran hito cultural para
el país. Esta generación, bautizada con sangre en la masacre estudiantil del 23 de julio
de 1959, habría de desembocar tanto en la política como en la literatura, bajo un
reclamo revolucionario que daría como fruto la creación del FSLN en 1963.

Eran los años en que crecía en Nicaragua un gran fermento de rebeldía, marcados por el
triunfo de la revolución cubana, la lucha de los movimientos de liberación nacional en
África y Asia, y los primeros movimientos guerrilleros en Nicaragua; y, además, por el
cierre de los espacios democráticos y la falsificación de las elecciones, impuestos por la
dictadura.

En este contexto, el Frente Ventana centraba sus posiciones en el reclamo por una
literatura de raíces nacionales, que al tiempo de buscar la excelencia literaria, estuviera
comprometida con las luchas sociales y con el cambio profundo de las estructuras
injustas. Estas posiciones estaban contenidas en los antimanifiestos y antieditoriales
publicados en las páginas de la revista experimental Ventana, que dirigida por Gordillo
y Ramírez se publicó entre 1960 y 1964.

La Generación Traicionada, bajo la influencia de la beat generation de Estados Unidos


(Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouack), lo que proclamaba era el
rechazo a la civilización de consumo que creaba soledad y frustración en las grandes
ciudades, las selvas de cemento, como en el célebre poema Howl (Aullido) de Ginsberg.

La polémica entre los dos grupos se desarrolló en las páginas de Ventana, que acogía en
sus páginas los manifiestos y colaboraciones literarias de los miembros de la
Generación Traicionada; e igualmente en las páginas de La Prensa Literaria. En una
segunda breve etapa, la revista Ventana fue dirigida por Beltrán Morales y Michéle
Najlis.

En octubre de 1961, el Frente Ventana organizó en León la Primera mesa redonda de


poetas jóvenes de Nicaragua, donde además de los dos grupos en pugna participaron
otros, como el Grupo U de Boaco, que encabezaban Flavio Tijerino y Armando Incer,
así como escritores que no pertenecían a ningún bando; y si en algo coincidían todos,
era en el rechazo de la mala literatura, en busca de nuevos caminos de originalidad y
renovación.

Fernando Gordillo, nacido en Managua, fue atacado por una extraña enfermedad,
miastenia gravis, y murió muy joven, también en Managua. A pesar de esa desgraciada
circunstancia tuvo una vida intelectual intensa, marcada por la honestidad a toda prueba
y por el desafío intelectual; poeta, ensayista, crítico literario y narrador, fue también
activista político infatigable, aún desde la silla de ruedas a que se vio condenado, y se
convirtió en el ideólogo más notable de su generación. Todos sus escritos, tanto en
verso como en prosa, fueron reunidos por Sergio Ramírez en Obra, publicado en
Managua en 1989, y en ellos se refleja el compromiso que animó toda su vida.

Sergio Ramírez nació en Masatepe. Se graduó de abogado y pasó luego a trabajar en


Costa Rica para el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), del que
fue Secretario General durante dos períodos. Vivió en Alemania, con una beca de
escritor y luego, incorporado a la lucha revolucionaria, encabezó el Grupo de los Doce.
Formó parte de la Junta de Gobierno que sustituyó a Somoza en 1979, y luego fue
Vicepresidente. Su obra literaria se consolidó en el género narrativo, como novelista y
cuentista, además de ensayista.

Edwin Yllescas, nacido en Estelí, se graduó de abogado. Su poesía de toda una vida no
se publicó sino en 1996, por decisión propia, bajo el título Algún lugar en la memoria.
El libro está compuesto por ocho libretas de versos, en los que según sus propias
palabras “habla con la precisa e inexacta locura del asombro. Con alegría, pero también
con tristeza y desolación”; una poesía provocadora que es consecuencia de una
búsqueda existencial, y también de estilos emergentes.

Iván Uriarte, nacido en Jinotega, se graduó en la Universidad de Pittsburgh. Su primer


cuaderno de poesía fue 7 poemas atlánticos (1968), memoria de un viaje por el río
Escondido, que tiene una dimensión de encanto telúrico; y ha publicado también Éste
que habla (1969), Los bordes profundos (1999), y Pleno día (1999), en los que busca la
creación de atmósferas que son a la vez íntimas, llenas de sugerencias, y la afirmación
de un universo verbal muy propio.

Beltrán Morales, nacido en Managua, fue el más joven de los escritores de la época del
Frente Ventana y la Generación Traicionada, y su poesía representó el mejor de los
testimonios críticos de su generación, una poesía ácida y descarnada, contestaria hasta el
fondo, pero nutrida de un brillante lirismo: “cada molécula de su organismo era poeta
como en Joaquín Pasos”, señalaría Carlos Martínez Rivas. Un enfant terrible que fue
capaz de ejercer influencia entre otros poetas de las siguientes generaciones, a pesar de
su temprana muerte, acaecida en Managua.

Entre sus libros de poesía figuran Algún sol (1969), Agua Regia (1972), y Juicio final
andante (1976); su Poesía completa fue publicada por la Editorial Nueva Nicaragua
(ENN) en 1989. El afán purificador que lo poseyó siempre, lo llevó también a la crítica
literaria, que ejerció sin concesiones, y que quedó recogida en dos libros: Sin páginas
amarillas (1975) y Malas notas (1989).

A la generación de los años sesenta, una de las más ricas y variadas en la historia
literaria del país, pertenecen también Napoleón Fuentes (1941), Luis Rocha (1942),
Francisco Valle (1942), Alvaro Gutiérrez (1943), Carlos Perezalonso (1943), Fanor
Téllez (1944), y Julio Cabrales (1944); así como Francisco de Asís Fernández (1945) y
Jorge Eduardo Arellano (1946), que encabezaron en Granada el grupo Los Bandoleros.
Es también la década en que habría de surgir toda una pléyade de mujeres escritoras,
principalmente poetas, de las que se hablará por aparte.

Napoleón Fuentes, nacido en Diriamba, dirigió la revista Taller, editada en la


Universidad Nacional, en León, a partir de 1967, y que de alguna manera fue sucesora
de Ventana. De entre sus libros de poemas hay que mencionar El techo iluminado
(1975) y Esta palabra que quema (1982), este último una antología de su obra poética.

Luis Rocha, nacido en Granada, estuvo vinculado a los movimientos de rebeldía


literaria y política desde su adolescencia, y desarrolló casi desde entonces una sólida
actividad cultural, primero desde La Prensa Literaria y la revista El Pez y la Serpiente al
lado de Pablo Antonio Cuadra; y más tarde como director de El Nuevo Amanecer
Cultural, el suplemento literario de El Nuevo Diario. Su primer libro de poemas Domus
Aurea (1969), es una celebración del amor doméstico, como comunión. Sus otros libros
son Poemas (1970), Ejercicios de composición (1974) y Phocas, versiones e
interpretaciones (1983), Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío; y La vida
consciente (1996) que es una antología de toda su poesía y prosa.

Francisco Valle, nacido en León, es uno de los poetas más singulares de nuestra
literatura, y un cultor del surrealismo en busca de nuevos cauces; lo que podríamos
llamar una voz solitaria. Su primer libro de poemas, Casi al amanecer apareció en 1964,
y ha publicado también Laberinto de espadas (prosemas, 1974, 1996), La puerta secreta
(1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981).

Alvaro Gutiérrez, nacido en Diriamba, y dibujante también, ensaya en Asociación para


delinquir –varia invención- (1997) una atractiva mixtura de poesía y prosa. Fanor
Téllez, nacido en Masaya, poeta, crítico y ensayista, es otra voz solitaria, y su poesía
amatoria alcanza esferas de nítida belleza. Ha publicado La vida hurtada (1973), Los
bienes del peregrino (1974), El sitial de la vigilia (1975), El don afluente (1977), Edad
diversa (1993), Boca del vino (1998) y Oficio de amarte (1999). Carlos Perezalonso,
nacido en León, ha publicado El otro rostro (1971), Vida, el sol (1976), y Cegua de la
noche (1990); su poesía sabe entrar en las honduras de la nostalgia.

Julio Cabrales, nacido en Managua, hijo del poeta Luis Alberto Cabrales, es uno de los
escritores con mayor genio poético de su generación, pero quedó atrapado desde muy
joven por la enajenación mental, igual que Alfonso Cortés. Su obra, sin embargo, es
muy intensa y luminosa, aunque breve, y está contenida en el libro Omnibus publicado
en 1975.

Francisco de Asís Fernández, nacido en Granada, ha mantenido una constante


exploración en su vida de poeta, desde los años de su adolescencia, en temas que van de
la celebración del amor, a la política. Sus principales libros son Pasión de la memoria
(1986), que incluye sus libros anteriores; Friso (1996), y Árbol de la vida (1998). Por su
parte Jorge Eduardo Arellano, nacido también en Granada, es un notable polígrafo:
investigador histórico, antólogo, crítico de arte y literatura; poeta, y narrador. Ha
publicado un libro de poesía, La estrella perdida (1969); y en el campo narrativo
Historias nicaragüenses (1974) y Timbucos y Calandracas (1982).

LAS MUJERES TOMAN EL RELEVO

La aparición de las voces femeninas en la poesía nicaragüense tiene el carácter de un


verdadero relevo, porque su presencia nutrida, y la calidad de las escritoras, vienen a
marcar un nuevo rumbo para nuestra literatura, y a darle una nueva fortaleza.

Los antecedentes más notables de la poesía femenina nicaragüense se encuentran en


Piedad Medrano Matus (1914), que tomó los hábitos religiosos de la orden de La
Asunción bajo el nombre de Madre Rosa Inés, autora de un solo libro de poesía mística,
El amor que me cautiva (1998); en María Teresa Sánchez (1918-1994), animadora del
Círculo Nuevos Horizontes en los años cuarenta, y autora de varios poemarios entre los
que destacan Sombras (1939) y Poemas de la tarde (1963); y también en Mariana
Sansón Argüello (1918), que escribe una poesía de carácter íntimo y subjetivo, mejor
resumida en su libro Las horas y sus voces (1986).

Mención aparte merece Claribel Alegría (1924), que aunque enlistada entre los
escritores salvadoreños, por haber emigrado muy niña a ese país, nació en Estelí y vive
de nuevo en Nicaragua. Dueña de una hermosa y sensible voz poética, que explora
siempre nuevos caminos, ha publicado, entre otros libros de poesía, Anillo de silencio
(1948), Huésped de mi tiempo (1961), Sobrevivo (1978), Suma y sigue (1981), y Luisa
en el país de la realidad (1986).

Pero el panorama literario nicaragüense había sido dominado por los autores
masculinos, hasta que a partir de los años sesenta irrumpe una pléyade de mujeres que
habrá de marcar las décadas siguientes. Entre ellas destacan Vidaluz Meneses (1944),
Ana Ilce Gómez (1945), Gloria Gabuardi (1945), Michéle Najlis (1946), Gioconda Belli
(1948), Daisy Zamora (1950), Rosario Murillo (1951), y Yolanda Blanco (1954); todas
ellas adquieren un compromiso en la lucha contra la dictadura somocista, y su obra
plantea una doble liberación, la de la mujer, y la del país.

Vidaluz Meneses, nacida en Matagalpa, despunta en 1975 con Llama Guardada, que es
una celebración de la intimidad de la mujer, y a la vez un reclamo de participación en la
vida cotidiana y sus desafíos, no sólo la vida doméstica. Otro de sus libros, Llama en el
aire, es una antología de sus poemas escritos entre 1974 y 1990.

Ana Ilce Gómez, nacida en Masaya, explora la palabra misma, buscando hacer de la
poesía una verdadera fiesta verbal, con rigor de orfebre; y preservando a la vez la
lucidez del misterio. Su único libro es Las ceremonias del silencio (1975). Y Gloria
Gabuardi, nacida en Managua, busca un nuevo nivel de la poesía amatoria, que se
vuelve combativo en Defensa del amor (1986).

Michéle Najlis, nacida también en Managua, hija de inmigrantes franceses, apareció en


el panorama de las letras cuando aún estudiaba en el Colegio La Asunción, y estuvo
muy cercana desde el principio al Frente Ventana. Su primer libro El viento armado
(1969) contiene sus poemas de esos primeros años de hallazgos, que obtienen
continuidad en Augurios (1980), Ars combinatoria (1989), Caminos de la Estrella Polar
(1990), y Cantos de Efigenia (1991).

La aparición en 1973 de Sobre la grama de Gioconda Belli, nacida en Managua,


significó un vuelco no sólo para la poesía femenina, sino para toda nuestra literatura. En
este libro la mujer hablaba por sí misma, desde su propia sensibilidad y sensualidad,
consagrando el sexo como una categoría pura, de goce de los sentidos y plenitud
espiritual. A este libro siguieron Línea de fuego (1978), donde incorpora los temas de la
lucha política, que ganó el Premio Casa de las Américas en Cuba; Amor insurrecto, y
De la costilla de Eva (1987); El ojo de la mujer (1991) y Apogeo (1997), sus poemas de
la madurez.

En una línea novedosa se presenta también Daisy Zamora, nacida en Managua. En su


voz la mujer desafía a través de su sensibilidad los convencionalismos, y ofrece sus
poemas como un don de rebeldía y de aciertos verbales, comunicando una aura diferente
a sus experiencias de la vida cotidiana. Sus libros más importante son La violenta
espuma (1981), En limpio se escribe la vida (1988), y A cada quien la vida (1994).
Rosario Murillo, nacida también en Managua, fue promotora del Grupo Gradas en los
años de la lucha contra la dictadura de Somoza. Entre sus libros de poesía, donde la
rebeldía del amor se junta a la rebeldía en el combate, figuran Gualtayán (1975), Sube a
nacer conmigo (1977), Un deber de cantar (1981), y En las espléndidas ciudades (1985).
Y finalmente Yolanda Blanco, nacida en León, quien recupera en la sustancia de su
escritura la dimensión telúrica, y es autora, principalmente, de Así cuando la lluvia
(1974), Cerámica Sol (1977), Penqueo en Nicaragua (1981), y Aposentos (1984).

VOCES SIEMPRE NUEVAS

No hay duda de que para los poetas de las nuevas generaciones quedan patentes las dos
influencias fundamentales de que se ha hablado antes: la del exteriorismo de Ernesto
Cardenal, y la de rebeldía intimista, el interiorismo de Carlos Martínez Rivas; son dos
marcas insoslayables.

Leonel Rugama (1949), nacido en Estelí, aparece en tiempos de compromiso, y cuando


la literatura comenzaba a ocupar un lugar inseparable en la lucha por una nuevo orden
social en Nicaragua. Pero Rugama, quien murió en combate desigual a la edad de 21
años, enfrentando a tropas de la Guardia Nacional en un barrio del oriente de Managua
en 1970, no sobrevivió para las letras por su acción heroica, sino porque logró plasmar
en sus poemas un nuevo lenguaje, muy intenso, y sin más adornos que los de la realidad
misma. Sus poemas, que no llegaron a ser muy numerosos, fueron recogidos por
primera vez en una edición especial de la revista Taller (1970), y luego en el libro La
tierra es un satélite de la luna (1983).

A esta misma generación pertenece Erick Blandón (1951), nacido en Matagalpa; dueño
del don de la ironía, sus creaciones se deslizan con gracia de la poesía a la prosa, como
en Aladrarivo (1975) y Juegos prohibidos (1982). Alvaro Urtecho (1951), nacido en
Rivas, quien es además crítico literario, muestra el don de enlazar la nostalgia de los
recuerdos a una escritura lírica, de inventarios precisos, y evocadora por sus retablos
verbales. Es autor de Cantata estupefacta (1986), Cuadernos de la provincia y Esplendor
de Caín (1994).

Julio Valle Castillo (1952), nacido en Masaya, se formó en México bajo el magisterio
de Ernesto Mejía Sánchez. Es el intelectual polifacético por excelencia: poeta, ensayista,
crítico de arte y literatura, antólogo e historiador de nuestra literatura, y, además,
novelista, todos sus oficios los ejerce con rigor. Su poesía responde al exteriorismo,
pero saber dar un paso adelante para renovarlo, y hacerlo más vital. Desde Materia
Jubilosa (1986) su itinerario traza una curva ascendente hasta Con sus pasos cantados,
que reúne su poesía de 1968 a 1986.

Reafirmando esta tendencia de renovación permanente, aparecen Erwin Silva (1950),


nacido en Jinotepe, autor de Exedra (1990), Anastasio Lovo (1952), nacido en
Bluefields, autor de Mitopoiesis (1973) y Sonatas del poder (1990); Juan Carlos Vílchez
(1952), nacido también en Estelí, médico, autor de Viaje y círculo (1992) y Versiones
del Fénix (1999); Alejandro Bravo (1953), nacido en Granada, autor de Tambor con
luna (1981); Gustavo Adolfo Páez (1954), nacido en Jinotepe, además actor y director
de teatro, autor de El límite del tiempo (1997); Manuel Martínez (1955), nacido en
Managua, autor de Tiempos, lugares y sueños (1986), y Engranajes del tiempo (1996);
Fernando Antonio Silva (1957), nacido en Managua, director de Taller en su última
época, y autor del libro de poesía Los ojos cristalinos en el espejo (1982) y El tiempo
cosechado (1995) que reúne sus poemas escritos entre 1975 y 1995.

Ernesto Castillo Salaverry (1957-1978), nacido en Managua, murió combatiendo muy


joven contra la Guardia Nacional en las calles de León, y en 1981 se publicó su
Antología póstuma. Su poesía es como un diario de combate, tejido por el amor y la
nostalgia.

Erick Aguirre (1961), nacido en Managua, periodista, narrador y crítico literario, su


poesía se convierte en una crónica de la vida contemporánea, y de los encantos y
desencantos de la generación de jóvenes que vivió la revolución sandinista. Sus libros
son Pasado meridiano (1995), y Conversación con las sombras (1999).

Entre las últimas escritoras, que por la diversidad e intensidad de sus voces se suman a
las anteriores, deben ser mencionadas Karla Sánchez (1958), nacida en León, autora de
El árbol que crece en el centro de la sala (1996) y A la luz más cierta (1998); Marianela
Corriols (1965), nacida en Estelí, autora de Conversaciones elementales (1985); Blanca
Castellón (1968), nacida en Managua, autora de Flotaciones (1998); y Carola Brantome
(1961), nacida en San Rafael del Sur, autora de Más serio que un semáforo (1995) y
Marea convocada (1999), una poesía en la que se aventura a encontrar correspondencias
ocultas en las palabras; y Marta Leonor González, nacida en Managua, autora de
Huérfana embravecida (1999).” Fin de la gran cita del texto sobre nuestra poesía de
Sergio Ramírez Mercado

Mis queridas maestras, mis queridos maestros, muchas cosas más podríamos conversar
sobre la literatura nicaragüense y la noble tarea de Ustedes. Queda pendiente la
narrativa, el teatro y el ensayo. Todas formas literarias donde los autores nicaragüenses
también se han destacado.

Agradezco al Foro Nicaragüense de Cultura, en la persona de su Presidente, el Doctor


Cairo Amador Arrieta, esta oportunidad de escribirles y compartir con Ustedes algunas
informaciones sobre nuestra lengua, nuestra literatura y nuestra cultura.

Gracias por la nobleza de sus labores, gracias por leer estas letras, les abraza
cordialmente

Anastasio Lovo

Escritor Nicaragüense

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