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George Steiner
Cuentan que una vez, al Doctor Federico Mayor Zaragoza, a la sazón Director General
de la Organización de las Naciones Unidas para las Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), le preguntaron en África como le gustaría ser presentado ante una
audiencia de profesoras y profesores ante quienes hablaría. El Señor Director de la
UNESCO dueño de los más elevados títulos y honores de la academia mundial, dijo que
a él le gustaría ser presentado como el Maestro Federico Mayor Zaragoza, que toda su
vida estaba dedicada a la educación y que ser tratado como Maestro era su mayor honra.
Por eso me honro al dirigir esta cartita a todas las maestras y los maestros de lengua y
literatura de Nicaragua, para hablar de algunos temas que son de mutuo interés. Es decir
que creo le interesarán a Ustedes y que nos interesan a los/las poetas y escritores/as
nicaragüenses, así como al Foro Nicaragüense de Cultura, el principal espacio de debate
sobre la cultura nicaragüense en la actualidad.
Un miembro del Foro, el Poeta Henry Petrie, con todo el entusiasmo, generosidad y
preocupación por la educación y la literatura, es quien tuvo la iniciativa de solicitarme
este texto para abrir un diálogo con Ustedes. Esta carta cuenta también con las
orientaciones y el apoyo del Doctor Cairo Amador Arrieta, Presidente del Foro de
Cultura, quien está absolutamente convencido que educación y cultura son
imprescindibles para lograr nuestro desarrollo sostenible. La carta literaria trata de
establecer un puente entre los autores nicaragüenses y las personas que llevan sobre sus
hombros, la ardua tarea de enseñar nuestra lengua, nuestra literatura, nuestra narrativa y
nuestra poesía. Es decir Ustedes, seres humanos nacidos para guiar, para formar y para
quienes los escritores sólo tenemos un inmenso y eterno agradecimiento.
NATURALEZA Y CULTURA
Como Ustedes saben mejor que nadie, nuestra especie ha vivido un constante proceso
de humanización a lo largo del tiempo. Aunque hayamos surgido en el reino animal
como unos homínidos parientes de los primates (simios y monos), algunas facultades
particulares de nuestra especie, como la capacidad de erguirnos y poder ver el
horizonte, la oposición del pulgar de nuestra mano al resto de los dedos que realiza la
imprescindible función de pinza (exclusiva del ser humano), la potencia evolutiva de
nuestra capacidad craneana para el desarrollo de nuestro cerebro ligado también, al
proceso de cambios en nuestra alimentación que va de la recolección a la caza y la
pesca, más la gran revolución de transformar los alimentos –vegetales y animales- de
crudos a cocidos por obra y gracias del fuego y su control. Estas particularidades de la
especie capaz de interactuar y modificar su entorno, han logrado esta transformación,
hasta llegar a la humanización que hoy gozamos.
Esta transición, este cambio marca lo que conocemos como el paso de la naturaleza a la
cultura. Si bien tenemos un cuerpo compuesto de células y organismos vivos que
constituyen aparatos que a su vez conforman el gran sistema de un ser humano, en ese
soporte material de nuestro cuerpo, se ha levantado la obra de la mujer y el hombre: la
cultura. Cultura es lo que se cultiva, aquello que no aparece de manera silvestre o
salvaje y que no viene dado –como la vida animal o vegetal- como un regalo de la
naturaleza. El maíz que comemos convertido en una tortilla dorada o en una ocre cosa
de horno, por ejemplo, está a miles de años de distancia del maíz primitivo.
Aquel maíz que crecía silvestre en los llanos de Mesoamérica y que algún shamán
aborigen descubrió como comestible, fue mejorado genéticamente, sometido a cuidos, a
condiciones climáticas diversas, fue alimentado con nutrientes, etc. Hasta llegar a la
manipulación genéticas que se realiza con las especies en nuestro mundo
contemporáneo, resultado de la cual, hoy existen y consumimos especimenes de casi
todos los productos de origen vegetal que son transgénicos. Es tal la capacidad de
manipulación genética conquistada por la ciencia y la tecnología contemporáneas, que
se han potenciado los productos vegetales con genes de origen animal para aumentar su
resistencia y productividad. Al pasar de un género animal a otro vegetal se produce lo
transgénico.
Pasó con el maíz, la papa o el tomate tres productos básicos alimenticios y nutritivos
básicos que Abya Yala, -conocida gracias al colonialismo como América- le regaló a
la cocina mundial. Por supuesto que otras especies indoeuropeas, africanas u oceánicas
han sido manipuladas genéticamente: vale decir el trigo, la cebada, el lúpulo, el café, el
té, la fruta de pan, el mango, los cítricos, las musáceas, etc. Y esto está ocurriendo por
obra y gracias de las transnacionales que se han apropiado del negocio de las semillas y
los insumos agrícolas, también por la indolencia de nuestros gobiernos y nuestra escasa
movilización ciudadana.
La cultura, como ustedes bien saben mis queridos profesores, es un concepto muy
amplio, dueño de un campo semántico muy vasto. Existen miles de definiciones,
conceptos y visiones de lo que es cultura. A mi me gusta decir que la cultura es todo lo
que el ser humano produce en un proceso dialéctico, ínter creativo, interactivo y
retroalimentario con la naturaleza y con la misma cultura.
Pero veamos algunos ejemplos de la relación Naturaleza –Homo Faber (Hombre que
fabrica) – Cultura, para que nos quede aterrizado este concepto.
Así, podemos ver que cuando el ser humano produce un juego de muebles de madera,
éste lo ha extraído de las materias primas que le brinda la naturaleza, el bosque
maderable. Aquí estamos en el caso de sacar cultura de la naturaleza. Es la naturaleza la
que provee los elementos y el ser humano con su trabajo lo transforma en un bien o
producto.
Pero cuando el ser humano produce una computadora haciendo uso de un código
cultural como las matemáticas, utilizando el plástico, los metales, los semiconductores,
algún líquido, en fin todos esos circuitos que constituyen los chips, pues sencillamente
está extrayendo cultura de la cultura. Los/ las humanos/as fabrican estos objetos a partir
de materias cultivadas, no de materias primas estrictamente naturales.
En nuestro caso ocurre lo mismo con la literatura. Un/a poeta, un/a novelista, un/a
cuentista, un/a ensayista, toma al lenguaje –código cultural por excelencia- para
convertirlo en obra de arte. Es decir los escritores producen cultura a partir de la cultura.
El lenguaje es quizás el más preciado bien cultural producido por los seres humanos y
ustedes queridas maestras y queridos maestros, son los encargados de enseñar sus
estructuras, sus funciones, sus sistemas así como también cómo este código se convierte
en belleza al transformarse en literatura.
LENGUAJE Y SOCIEDAD
El surgimiento del lenguaje según los antropólogos, los historiadores y los lingüistas lo
sitúan claramente junto al del homo sapiens, en el Paleolítico superior, hace unos
50,000 años antes de nuestra era. La producción de esta técnica de comunicación entre
los seres humanos, probablemente es la más trascendental en el tiempo. La existencia de
un código de comunicación con posibilidades infinitas de emitir mensajes a partir de
una número relativamente reducidos de fonemas, es algo sencillamente maravilloso.
Este hecho lo convierte en la matriz cultural por excelencia que servirá de base para
generar el pensamiento mítico, el artístico, el filosófico, el matemático, el científico, etc.
Es decir los seres humanos gracias al lenguaje somos capaces de significar, metaforizar
y simbolizar. Con las facultades del lenguaje, logramos una comunicación más efectiva
y económica. El lenguaje hace innecesario indicar las cosas o tocarlas con los dedos, o
hacer gestos o mímicas, o dibujarlas. Es decir el lenguaje captura la realidad en signos y
así tenemos que para hablar de un río, un árbol o el fuego no es necesario traerlos
físicamente frente a nuestro/a interlocutor/a, una palabra basta para evocarlos y
establecer la comunicación.
Además de esto el lenguaje posee otra propiedad no menos importante, pero en la que
casi nadie repara o le da escasa importancia. Al menos las maestras y los maestros de
lengua y literatura, no se atreven a enseñar. Me refiero a concretamente a esta
características del lenguaje que el teórico de la literatura de origen búlgaro, Tzvetan
Todorov define como secundariedad, en su artículo Signo del Diccionario
Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje. Sobre estas propiedades específicas y
únicas del lenguaje Todorov dice: “En tercer término, el lenguaje verbal es el único que
comporta ciertas propiedades específicas: a) puede empleárselo para hablar de las
palabras mismas que lo constituyen y, con más razón aún, de otros sistemas de signos;
b) puede producir frases que rechazan tanto la denotación como la representación: por
ejemplo, mentiras, perífrasis, repetición de frases anteriores; c) las palabras pueden
utilizarse en un sentido del cual la comunidad lingüística no tiene conocimiento previo,
haciéndolo conocer gracias al contexto (por ejemplo el empleo de metáforas originales.
Si damos el nombre de secundariedad a aquello que permite al lenguaje verbal asumir
todas estas funciones, se dirá que la secundariedad es un rasgo constitutivo.”
De todos los códigos semióticos solo el lenguaje humano es el único capaz de crear,
innovar, hacer retórica y mentir. Esto es parte de la riqueza lingüística que posibilita
todos los relatos literarios, filosóficos, políticos, religiosos, mediáticos, etc. A partir del
lenguaje, el ser humano hace suya como parte consustancial de él/ella, la capacidad de
crear objetos nuevos. La imaginación humana se potenció al máximo con el lenguaje y
en la época actual, esta propiedad de secundariedad ya la han tomado otros artes. Es
decir estas propiedades únicas del código comunicacional humano fundado por el
lenguaje, es desde donde se generaron las posibilidades de imaginar, de crear y de
plasmar en arte creaciones o recreaciones de literatura, música, pintura, escultura,
danza, teatro, cine y los nuevos medios cibernéticos.
Entonces mis queridas maestras, mis queridos maestros ustedes trabajan con ese sistema
al que le debemos nuestra humanización, nuestra cultura, nuestra civilización: el
lenguaje humano y los códigos de comunicación derivados de él. Eso cuando les toca
compartir con sus alumnos/as los contenidos de sus unidades pedagógicas referidas a la
lengua. Es decir cuando ven la gramática de una lengua, su morfología, su sintaxis, su
fonología y su semántica.
Pero no sólo trabajan pedagógicamente sobre la parte estrictamente lingüística sino que
enseñan esa parte hermosa de nuestra lengua constituida por la poesía y sus géneros:
épico, lírico y dramático. Ustedes enseñan también los productos que se han derivado de
esa gran matriz que fue la poesía en occidente y que hoy conocemos como relatos
(mitos, leyendas, minicuentos, cuentos, crónicas, reportajes periodísticos, novelas y
etc.) Así que es justo que recordemos un poco algunas hipótesis sobre los orígenes de la
poesía. De ninguna manera puedo asegurar que estas ideas elaboradas por muchos
estudiosos sean las únicas. No es así. Hay muchas teorías al respecto, pero estas son las
que con mucho gusto comparto con Ustedes para provocarlos a que Ustedes elaboren
sus propias críticas, apreciaciones y aproximaciones sobre estos misteriosos y bellos
orígenes.
ORÍGENES DE LA POESÍA
1. La poesía griega que nos hereda los tres géneros clásicos (épica, lírica y
dramática) y nombres como Homero, Hesíodo, Parménides, Píndaro, Safo,
Alceo, Minermo, Anacreonte, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, y otros.
Nuestro ideal de belleza, inclusive la que admiramos con las formas de Nicole
Kidman, Marilyn Monroe, Angelina Jolie o Sandra Bullock, Marlon Brando,
Rock Hudson, Alain Delon, Bratt Pitt o George Clooney, éste canon es de origen
griego. El ideal de belleza nuestra es de origen griego y es una prueba de nuestra
colonización cultural por parte de la cultura europea a través de España,
Portugal, Francia e Inglaterra.
Este paso del canon de belleza griega al mundo occidental, se dio a través de la
cultura latina. Si bien Grecia fue conquistada y dominada por los romanos
militarmente, en el plano cultural ocurrió lo inverso. Es decir, Grecia conquistó a
a Roma con su filosofía, su política y sus artes.
Las formas métricas más relevantes en la lírica arcaica griega son la elegía, el
yambo, la poesía mélica monódica y la poesía coral. Para la lírica yámbica
podemos citar al poeta Arquíloco, para la elegía a Minnermo, para la lírica coral
a Píndaro y para la lírica monódica a la Maestra Safo. Los temas de estos poetas
son el amor (eros), la juventud y la vejez.
2. Otro gran afluente de la poesía en lengua española, obviamente es la poesía
latina. En sus dos vertiente, la poesía culta propia de las élites dominantes del
imperio romano Virgilio, Horacio, Catulo, Marcial, Propercio, etc.), y la poesía
popular que se expresaba en un latín vulgar en las fiestas del pueblo.
4. La poesía de origen árabe, heredada en los 700 años durante los cuales esta
cultura dominó una buena parte de la península Ibérica, específicamente la
moaxaja (poemas mayores donde se encuentran las famosas jarchas) y el zéjel.
El ilustre académico Doctor Jorge Eduardo Arellano, nos enseña que (…) “El
Güegüense -tal como llegó a nuestros días- posee una raigambre tanto indígena como
española. Por eso se ha considerado la obra maestra del arte dramático, popular y
mestizo, del área mesoamericana; la primera obra del teatro autóctono
hispanoamericano de asunto colonial y el texto fundacional de la literatura
nicaragüense.”
Hasta hace muy poco, en la época de la dictadura militar somocista, los nicaragüenses
no teníamos ni cédula de identidad, ni un orden jurídico, ni un estado de derecho, ni una
democracia bien constituida… Las únicas señas de identidad por las que éramos
conocidos en el mundo era por dos figuras paradigmáticas de nuestra historia: Rubén
Darío y Augusto C. Sandino. Dos nicaragüenses que simbolizan la lucha por la libertad
en el arte (Darío) y por la liberación nacional en la geopolítica (Sandino). Dos héroes
que con sus palabras, obras y acciones nos dieron una lección práctica de cómo alcanzar
la libertad. Ese valor supremo del ser humano que gracias a Darío y Sandino son
elementos consustanciales de nuestra probable identidad nacional.
Pese a todas las luchas que el pueblo nicaragüense ha librado a lo largo de su historia,
todavía vivimos un accidentado proceso de construcción democrática que oscila siempre
entre la tentación dictatorial y brevísimas primaveras “democráticas”. En la actualidad
los y las nicaragüenses no vivimos en una democracia limpiamente representativa,
ampliamente participativa y económicamente equitativa. Estamos muy lejos de la letra
y el espíritu de nuestra Constitución Política. Hay una distancia muy grande en nuestro
escenario político entre lo que la ley dice y lo que los actores políticos en la práctica
hacen.
Los y las nicaragüenses tampoco hoy en día podemos convivir en una democracia que
respete los derechos humanos constitucionales y universales. Aún en estos días el poder
y el juego político se representa con actores que apuestan a perpetuarse en el gobierno o
regresar a él para alcanzar la meta de casi toda nuestra clase política criolla que concibe
al estado como un botín, una cornucopia (el cuerno de la abundancia) o un generosa
piñata.
Nunca debemos olvidar que los y las nicaragüenses padecemos las terribles
consecuencias de ser el país más pobre de América Latina, con el agravante de ser una
tierra epicéntrica de cuanto desastre se le ocurre a la madre naturaleza. Sin ánimo de
quejarme, Ustedes saben queridas maestras, queridos maestros, que nuestra tierra ha
sido un lugar donde se han dado terremotos, maremotos, erupciones volcánicas,
huracanes, sequías, deslaves, pavorosos incendios, etc.
Y podemos añadir a esta desastrosa situación de origen natural -para agravarla aún más-
nuestra locura política ya secular, que ha devenido en terribles productos sociales como
las guerras civiles, revoluciones, contrarrevoluciones, asonadas, cuartelazos, masacres,
tortura, muerte y exilio. Fenómenos que casi todos los y las nicaragüenses en carnes
propias hemos padecido. Todos estos eventos históricos son las causas patentes de
nuestra situación de fragilidad, precariedad, marginalidad, morbilidad, mortalidad,
pobreza, miseria, marginalidad y migracionismo. Hay aproximadamente un millón y
medio de nicaragüenses que padecen la dura condición del exiliado, además de casi
cuatro millones de nicaragüenses que somos exiliados, extraños en nuestra propia tierra,
por las limitaciones y a causas de la violencia estructural que los poderes fácticos hacen
recaer sobre nosotros y que nos impiden ejercer y gozar nuestros derechos
constitucionales, humanos y universales.
Rubén Darío nace durante el gobierno conservador del General Tomás Martínez, quien
asume la conducción del país que había estado sumido en la anarquía política, la anomia
ciudadana y la depredación extranjera. Un panorama nada halagüeño es el contexto del
nacimiento de Rubén Darío en una Nicaragua con condiciones de pobreza y
aislamiento, aparentemente adversas para cualquier proyecto de revolución literaria y
transformación cultural para toda una lengua.
Aunque los veamos como hechos inexplicables, lo cierto es que las élites nicaragüenses
poseían la información pertinente, contenidas en muchos libros de las Bibliotecas de
León y Managua que Darío devoró. Luego vinieron las lecturas de Bibliotecas en las
repúblicas de El Salvador y de Chile. Más los intercambios personales con los
intelectuales, poetas, periodistas y políticos ilustrados de estos países, hicieron que la
trascendental obra de Rubén Darío eclosionara como una flor que perfumó y transformó
la literatura, la lengua y la cultura que construimos en español peninsular –con sus
distintas variantes dialectales- y en español latinoamericano –con sus diversas variantes
dialectales-.
Por supuesto mis queridas maestras y queridos maestros, esta transformación cultural no
la logra solamente Rubén Darío, sino que él es el Gran Capitán, la figura señera, cimera
y destacada que libera este proceso amplio y magnífico donde se involucran cientos de
intelectuales ibéricos y americanos que han sido receptivos en asimilar y aportar a la
labor de Rubén en la poesía, el cuento, el ensayo y la crónica escritas en español. Aquí
podemos apreciar la importancia de la poesía, la literatura, la lengua en las
transformaciones culturales de una sociedad. La lengua es el principal medio de
creación, transformación y trascendencia de una cultura.
Ustedes, mis queridas maestras y queridos maestros, trabajan con estos preciosos
contenidos que transmiten a las mentes más jóvenes y vigorosas de nuestra sociedad, los
y las jóvenes nicaragüense quienes con sed de conocimientos, voluntad de superación se
preparan -vía educación- para mejorar las calidades de vida personales y de su entorno
familiar.
LOS POSTMODERNISTAS
Pero retomemos el hilo de esta epístola para no disgregar. Muchos y muchas pensaron
que, inaugurar la literatura nicaragüense con “El Güegüense o Macho ratón” y con la
obra revolucionaria en lo literario del modernista Rubén Darío, lo que ocurrió fue un
chiripazo histórico o mera casualidad regida por el azar. Lo anterior es desmentido por
la presencia en nuestra historiografía literaria de la generación post modernistas. La
extraordinaria calidad de esta promoción de poetas desmiente este prejuicio y confirman
la calidad del nicaragüense para ser productor de una excelente poesía.
«Era una mezcla de Francisco de Asís y de Francis Jammes, gótico y moderno», dice
Ernesto Cardenal, «de cuerpo alto y enjuto rostro ascético, con sotana siempre raída,
amigo de andar por los caminos, en intimidad con los humildes, su figura en Nicaragua
fue casi de leyenda. Estaba en pugna con el poder civil y eclesiástico. Fue un hombre
que vivió lo que escribió y lo que predicó, y en su palabra lo mismo que en su vida
estuvo al lado de los pobres y en contra de los ricos. Sus sermones eran pintorescos y a
la vez dramáticos, son una voz imponente y original, llena de curiosas inflexiones».
«Todo en él, desde su vida, hasta su físico», dice Julio Valle Castillo, «eran cosa
poética, poesía o poema». Jorge Eduardo Arellano, en su Diccionario de autores
nicaragüenses, afirma que fue un auténtico continuador de Rubén Darío, «Su poesía»,
dice, «es una predicación incansable de la verdad cristiana, jubilosa y franciscana, de
comunión íntima con las cosas, con un sentido del canto que se remota a su formación
clásica y a la Ilíada y a la Odisea, que comenzó a traducir en el español de Nicaragua».
«Su incesante actividad poética», afirma Alvaro Urtecho, «es la expresión natural de un
espíritu auténticamente religioso, el testimonio de un alma empeñada en alabar la obra
de Dios, catalizando a la armonía entre las criaturas y el Creador, entre las obras
humanas y las obras divinas. Para Pallais la poesía no era el territorio o inseguro e
incómodo del tormento y la duda, sino la prolongación diurna y diáfana del oficio
litúrgico. Una obra que sabe lejana, infantil, ausente como el vitral de una catedral
gótica o como las miniaturas de un Libro de Horas o de Iluminaciones medievales».
Sus obras principales son: A la sombra del agua, 1917, Espuma y estrellas, 1919, El
libro de las palabras evangelizadas, 1927, Bello tono menor, 1928, Caminos, 1921,
Epístola católica a Rafael Arévalo Martínez, 1946, Piraterías, 19512. Glosas, 1971.
Alfonso Cortés alguna vez dijo: “Darío es grande, pero yo soy más profundo”. Y esta
frase nos puede mover a risa o a socarrona e irónica sonrisa, más cuando quien las
pronunció fue un enfermo mental, un ser humano padeciendo de alguna esquizofrenia
paranoide, en pocas palabras un loco. Pero en Nicaragua decimos que los niños, los
locos, los borrachos y los poetas dicen la verdad. Y casi nadie, no solamente en la
poesía nicaragüense, sino en la poesía de lengua española y universal, ha sondeado las
profundidades metafísicas como lo hizo Alfonso Cortés.
Esto, por supuesto, nos lo ha enseñado ya Martín Heidegger en su Sein und Zeit (El ser
y el tiempo). Sin embargo cuando leemos a Alfonso, el poeta que eleva la condición
metafísica del nicaragüense, es imposible obviar que el ser en su poesía ocupa un lugar
cimero, es digámoslo así una experiencia que lo lanza al infinito, lo eterniza y le pone
en presencia de Dios.
Alfonso Cortés sabía desde su propia finitud que el hombre es Egeo en prisión o sea un
gran espíritu desterrado en el existir humano que únicamente tiene salvación en los
caminos.
Alfonso Cortés es ese peregrino deseoso de plenitud que retorna a su casa paterna, el
infinito. La osadía de Cortés consiste en aventurarse en un mar sin orillas —la palabra
del ser— que requiere ciertamente de una meditación más reposada, de una hermeneusis
que nos libere del exilio de su significación.
Llamaríamos con Heidegger a la poesía —topología del ser— porque es donde el pensamiento
se origina procediendo al arte poético. Alfonso Cortés es un poeta a quien el ser llama y da
testimonio de ese llamamiento en su poesía. Por esto, y porque llama al ser con su poesía es que
denominamos a nuestro Alfonso un trovador del ser.”
Obras de Alfonso Cortés publicadas
La Odisea del istmo (Guatemala 1922), Tardes de Oro (Managua 1934), Poemas eleusinos (León
1935), La música de la existencia (1932), 30 poemas de Alfonso (Managua 1952), Las 7
antorchas del sol (León 1952), Las rimas universales (Managua 1964), Las coplas del pueblo
(Managua 1965), Las puertas del pasatiempo (Managua 1967), La canción del espacio.
Salomón de la Selva (1893-1959)
En verdad, De la Selva viene a ser otro de los poetas y escritores extranjeros que los
vanguardistas introducen a Nicaragua. Extranjero en su propia tierra. Pero si lo
importan e importa es porque se trata de un poeta moderno, como difundieron y
tradujeron a Rimbaud, Claudel, Charles Cross, Cendrars, Larbaud, Supervielle,
Montherlant, Morand o Apollinaire, entre los franceses; y Pedro Salinas, Ramón Gómez
de la Serna, Federico García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Rafael Alberti,
entre los españoles.
Desde 1922, De la Selva se había ubicado por derecho propio entre las cabezas de la
modernidad poética hispanoamericana, (…)”
Poesía:
Ensayos:
Los editoriales de "Diógenes" (1951), Prolegómenos a un estudio sobre la educación
que debe darse a los tiranos (1971), La intervención norteamericana en Nicaragua y el
General Sandino (1980), Sandino: Free country or death (artículos en inglés, 1984)
Las vanguardias literarias y artísticas se habían dado a partir de los inicios del siglo XX
en el viejo continente europeo. Además de ruptura estética también significó la crítica y
negación de un orden burgués percibido como materialista, atrasado, anquilosado y
ridículo. A partir de estos movimientos de vanguardia artísticos y literarios; y de los
nuevos inventos y conquistas científicas y tecnológicas de la humanidad, la civilización
y la cultura occidental entran en profunda crisis. Crisis que posee su correlato
determinante en la expansión económica de las potencias europeas colonialistas e
imperialistas como lo son Inglaterra, Francia, Alemania, Italia. Expansión capitalista y
disputas por el mercado, a las que necesariamente tenemos que agregar a dos potencias
extra europeas, como lo son Estados Unidos de América y Japón.
En este mismo sistema en crisis de principio del siglo XX ocurren dos revoluciones
sociales muy importantes para la evolución y el desarrollo de la política a nivel global:
la revolución agraria mexicana de 1919 y la revolución socialista de octubre de 1917,
que a partir de Rusia, Ucrania, Georgia y otros estados constituyen la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estas dos revoluciones de masas, marcan el
planteamiento de una alternativa política, de organización social y de gestión de la
economía distinto al sistema capitalista gerenciado por las burguesías nacionales y
trasnacionales. ´
LA POSTVANGUARDISTAS
Queridos maestras, queridas maestras a continuación los voy a dejar en compañía del
gran escritor y maestro Sergio Ramírez Mercado, quien en la extensísima cita que sigue
a continuación le va a esbozar con propiedad y sapiencia, más o menos lo que ha
ocurrido en la literatura nicaragüense del siglo XX, después de la vanguardia. Dice
SRM en su “Enciclopedia de la literatura nicaragüense”, lo siguiente:
Esta, para empezar, es una generación más cosmopolita que la anterior; formados igual
que la gran mayoría de los poetas de la Vanguardia en el Colegio Centroamérica de los
Jesuitas, en Granada, Martínez Rivas y Cardenal aprendieron allí fundamentos básicos
de la literatura clásica a través del magisterio del Padre Angel Martínez SJ, poeta él
mismo, y partieron luego en busca de horizontes diferentes, a Europa, a México, a los
Estados Unidos, como habría de hacerlo Mejía Sánchez. Se trata de escritores ya
modernos de nacimiento, que se entrenan en el conocimiento de su oficio desde una
perspectiva renovada, y renovadora.
Ernesto Mejía Sánchez, nacido en Masaya, se trasladó muy joven a México para seguir
la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma, donde también
estudiaría Ernesto Cardenal. Luego obtienen su doctorado en Filología Hispánica en la
Universidad Complutense de Madrid, y se incorpora como investigador al Colegio de
México bajo el magisterio de don Alfonso Reyes, cuyas obras completas se encargó de
preparar a la muerte de este último. Su primer aporte a la literatura nacional sería la
recopilación de Romances y corridos nicaragüenses, que publica en México, fruto de
sus trabajos anteriores en el Taller San Lucas al lado de Pablo Antonio Cuadra .
Este libro único y definitivo suyo, incluye Ensalmos y Conjuros (1947); La carne
contigua (1948); El retorno (1950); La impureza (1951); Contemplaciones europeas
(1957); Vela de la espada (1951-1960); Poemas familiares (1955-1973); Disposición de
viaje (1956-1972); Poemas Temporales (1952-1973); Historia natural (1968-1975);
Estelas/Homenajes (1947-1979); y Poemas dialectales (1977-1980). Mejía Sánchez creó
un género nuevo, el del prosema, textos breves de sustancia lírica, pero de ánimo
narrativo, escritos en prosa.
Carlos Martínez Rivas nació en Guatemala y murió en Managua. Igual que Rubén Darío
y Joaquín Pasos, fue un poeta precoz, un “poeta niño”, desde sus años escolares en el
Colegio Centroamérica, y desde entonces, también, un lector de memoria y energía
inagotables. Ya a los dieciocho años había escrito un poema adolescente que aún
deslumbra por su novedad y su frescura, El paraíso recobrado (1944), en contrapunto al
Paraíso Perdido de Milton, que cita como epígrafe.
A finales de los años cuarenta vivió en Madrid y en París, años intensos y novedosos de
la postguerra donde conoció a Octavio Paz, a Julio Cortázar, al pintor peruano Fernando
de Szyslo, y a la escritora Blanca Varela, peruana también. Fueron años de bohemia,
pero también de devoto aprendizaje cultural, como lo demuestran sus lúcidos y
penetrantes trabajos críticos sobre pintura, fruto de sus constantes visitas a los museos.
A su regreso a Nicaragua, el suicidio de su madre habría de producir una marca
indeleble en su vida, y en su obra.
Al dejar Los Ángeles a comienzos de los años sesenta, obtuvo un cargo diplomático en
Madrid, y de allí se trasladó a San José, Costa Rica, llamado por el Consejo Superior
Universitario Centroamericano (CSUCA), donde trabajó por varios años, hasta su
regreso a Nicaragua en 1977. Epítome de la imagen del poeta maldito —y él mismo
solía verse en el espejo de Baudelaire— la rebeldía de su poesía en contra del espíritu
burgués, que es la esencia de La insurrección solitaria, lo llevó también a su vida,
rebelde ante la sociedad y aún consigo mismo.
Octavio Paz escribió sobre él: “A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere
ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los
hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa,
pues ahí, enfrente, actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza
La ola de la Tontería, la ola/ tumultuosa de los tontos, la ola/ atestada y vacía.../
En sus años de Los Ángeles escribió los poemas, Infierno de Cielo y Dos murales
U.S.A., que junto con cuadernos posteriores, entre ellos Carmina Figurata y
Calcoholmanías, y otros muchos poemas dispersos en revistas y periódicos, o aún
inéditos, representan una continuidad de La insurrección solitaria. Precisamente, con la
colección Infierno de Cielo y antes y después, que incluye parte de los poemas
mencionados, ganó en Nicaragua en 1984 el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén
Darío, publicada de manera póstuma en 1999.
Pero, igual que en el caso de Mejía Sánchez, todos forman parte de un mismo y único
libro, La insurrección solitaria, como él siempre quiso; aunque nunca se atrevió a
completarlo, aterrado frente al espectro de la imperfección, que lo llevó a corregir sus
textos sin descanso, y mandarlos a publicar en facsímil, cuando accedía a ello, para
evitar los errores de imprenta. Consciente de su propio genio y, al mismo tiempo,
rebelde consigo mismo, vivió y padeció su propia insurrección solitaria. Sometido a un
lento pero sistemático proceso de autodestrucción a través del alcoholismo, su
producción literaria fue cada vez más escasa, aunque nunca dejó de tener la calidad
sostenida que es marca de toda su obra.
ERNESTO CARDENAL
La obra de Cardenal se caracteriza por su rica diversidad, de modo que cada libro de
poesía suyo significó, desde el principio, no sólo un reto distinto, sino una temática
distinta, tocando temas vinculados a la sensibilidad de cada momento; pero en todas
esas etapas estará presente esa característica ya dicha del exteriorismo, bautizado así por
Coronel Urtecho, y que el propio Cardenal define así: “El exteriorismo es la poesía
creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es,
por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva,
narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas,
con nombres propios y detalles precisos, datos exactos y cifras y hechos y dichos. En
fin, es la poesía impura”.
En 1969 se publica Homenaje a los indios americanos; en 1972, Canto Nacional, una
hermosa entonación en alabanza de Nicaragua, que es, al mismo tiempo, un compendio
de flora, fauna, paisajes, y que habla también de la injusticia y de la lucha por una
sociedad distinta, escrito en homenaje al FSLN, entonces formado por guerrilleros
clandestinos; y en 1973 Oráculo sobre Managua, tras la destrucción de la capital por el
terremoto del año anterior.
Fernando Silva nació en Granada. Médico de profesión, sus poemas juveniles están
contenidos en su libro fundamental Barro en la sangre (1952), donde la tradición
vernácula ensayada por el movimiento de Vanguardia florece con gracia por última vez;
y es autor de otro libro de poemas de la misma línea titulado Agua arriba (1968). Pero
su obra literaria está expresada con mayor ventaja en sus cuentos, como veremos
adelante. Es el caso también de Mario Cajina-Vega, nacido en Masaya y educado en
Estados Unidos, Inglaterra y España, quien se distinguió más como narrador; periodista,
ensayista, y editor de vocación, escribió un solo libro de poemas, Tribu (1961).
Su primer libro es Yo conocía algo hace tiempo (1953), y luego aparecieron Años bajo
el sol (1963), Terrestre y celeste (1969), Poemas políticos (1971), y Temas de la Hélade
(1973). Su poesía marca una visión gozosa y a la vez desgarrada de la existencia, entre
la alegría de vivir y el espanto ante la muerte. Una antología suya, bajo el título En mí y
no estando, seleccionada por Carlos Martínez Rivas y Sergio Ramírez, con prólogo de
este último, fue publicada en Costa Rica en 1974, y de manera ampliada en Nicaragua
en 1983. Murió en Managua, tras una enfermedad muy prolongada.
Horacio Peña nació en Managua. Por largo tiempo fuera de Nicaragua, publicó su
primer libro de poemas en 1961, La espiga en el desierto; en 1967 ganó el Premio
Internacional de poesía del centenario de Darío, con su libro Ars Moriendi, y publicó en
1970 La soledad y el desierto. Su poesía, que tiene generalmente un tono elegíaco, abre
interrogantes sobre la soledad, la enajenación del individuo, y la muerte, tal como puede
apreciarse en los títulos de sus libros. Por su parte, David McField, nacido en
Bluefields, exalta la negritud buscando en su poesía de acentos sociales, los ritmos del
caribe; su libro mas conocido es Poemas para el año del elefante (1970).
Eran los años en que crecía en Nicaragua un gran fermento de rebeldía, marcados por el
triunfo de la revolución cubana, la lucha de los movimientos de liberación nacional en
África y Asia, y los primeros movimientos guerrilleros en Nicaragua; y, además, por el
cierre de los espacios democráticos y la falsificación de las elecciones, impuestos por la
dictadura.
En este contexto, el Frente Ventana centraba sus posiciones en el reclamo por una
literatura de raíces nacionales, que al tiempo de buscar la excelencia literaria, estuviera
comprometida con las luchas sociales y con el cambio profundo de las estructuras
injustas. Estas posiciones estaban contenidas en los antimanifiestos y antieditoriales
publicados en las páginas de la revista experimental Ventana, que dirigida por Gordillo
y Ramírez se publicó entre 1960 y 1964.
La polémica entre los dos grupos se desarrolló en las páginas de Ventana, que acogía en
sus páginas los manifiestos y colaboraciones literarias de los miembros de la
Generación Traicionada; e igualmente en las páginas de La Prensa Literaria. En una
segunda breve etapa, la revista Ventana fue dirigida por Beltrán Morales y Michéle
Najlis.
Fernando Gordillo, nacido en Managua, fue atacado por una extraña enfermedad,
miastenia gravis, y murió muy joven, también en Managua. A pesar de esa desgraciada
circunstancia tuvo una vida intelectual intensa, marcada por la honestidad a toda prueba
y por el desafío intelectual; poeta, ensayista, crítico literario y narrador, fue también
activista político infatigable, aún desde la silla de ruedas a que se vio condenado, y se
convirtió en el ideólogo más notable de su generación. Todos sus escritos, tanto en
verso como en prosa, fueron reunidos por Sergio Ramírez en Obra, publicado en
Managua en 1989, y en ellos se refleja el compromiso que animó toda su vida.
Edwin Yllescas, nacido en Estelí, se graduó de abogado. Su poesía de toda una vida no
se publicó sino en 1996, por decisión propia, bajo el título Algún lugar en la memoria.
El libro está compuesto por ocho libretas de versos, en los que según sus propias
palabras “habla con la precisa e inexacta locura del asombro. Con alegría, pero también
con tristeza y desolación”; una poesía provocadora que es consecuencia de una
búsqueda existencial, y también de estilos emergentes.
Beltrán Morales, nacido en Managua, fue el más joven de los escritores de la época del
Frente Ventana y la Generación Traicionada, y su poesía representó el mejor de los
testimonios críticos de su generación, una poesía ácida y descarnada, contestaria hasta el
fondo, pero nutrida de un brillante lirismo: “cada molécula de su organismo era poeta
como en Joaquín Pasos”, señalaría Carlos Martínez Rivas. Un enfant terrible que fue
capaz de ejercer influencia entre otros poetas de las siguientes generaciones, a pesar de
su temprana muerte, acaecida en Managua.
Entre sus libros de poesía figuran Algún sol (1969), Agua Regia (1972), y Juicio final
andante (1976); su Poesía completa fue publicada por la Editorial Nueva Nicaragua
(ENN) en 1989. El afán purificador que lo poseyó siempre, lo llevó también a la crítica
literaria, que ejerció sin concesiones, y que quedó recogida en dos libros: Sin páginas
amarillas (1975) y Malas notas (1989).
A la generación de los años sesenta, una de las más ricas y variadas en la historia
literaria del país, pertenecen también Napoleón Fuentes (1941), Luis Rocha (1942),
Francisco Valle (1942), Alvaro Gutiérrez (1943), Carlos Perezalonso (1943), Fanor
Téllez (1944), y Julio Cabrales (1944); así como Francisco de Asís Fernández (1945) y
Jorge Eduardo Arellano (1946), que encabezaron en Granada el grupo Los Bandoleros.
Es también la década en que habría de surgir toda una pléyade de mujeres escritoras,
principalmente poetas, de las que se hablará por aparte.
Francisco Valle, nacido en León, es uno de los poetas más singulares de nuestra
literatura, y un cultor del surrealismo en busca de nuevos cauces; lo que podríamos
llamar una voz solitaria. Su primer libro de poemas, Casi al amanecer apareció en 1964,
y ha publicado también Laberinto de espadas (prosemas, 1974, 1996), La puerta secreta
(1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981).
Julio Cabrales, nacido en Managua, hijo del poeta Luis Alberto Cabrales, es uno de los
escritores con mayor genio poético de su generación, pero quedó atrapado desde muy
joven por la enajenación mental, igual que Alfonso Cortés. Su obra, sin embargo, es
muy intensa y luminosa, aunque breve, y está contenida en el libro Omnibus publicado
en 1975.
Mención aparte merece Claribel Alegría (1924), que aunque enlistada entre los
escritores salvadoreños, por haber emigrado muy niña a ese país, nació en Estelí y vive
de nuevo en Nicaragua. Dueña de una hermosa y sensible voz poética, que explora
siempre nuevos caminos, ha publicado, entre otros libros de poesía, Anillo de silencio
(1948), Huésped de mi tiempo (1961), Sobrevivo (1978), Suma y sigue (1981), y Luisa
en el país de la realidad (1986).
Pero el panorama literario nicaragüense había sido dominado por los autores
masculinos, hasta que a partir de los años sesenta irrumpe una pléyade de mujeres que
habrá de marcar las décadas siguientes. Entre ellas destacan Vidaluz Meneses (1944),
Ana Ilce Gómez (1945), Gloria Gabuardi (1945), Michéle Najlis (1946), Gioconda Belli
(1948), Daisy Zamora (1950), Rosario Murillo (1951), y Yolanda Blanco (1954); todas
ellas adquieren un compromiso en la lucha contra la dictadura somocista, y su obra
plantea una doble liberación, la de la mujer, y la del país.
Vidaluz Meneses, nacida en Matagalpa, despunta en 1975 con Llama Guardada, que es
una celebración de la intimidad de la mujer, y a la vez un reclamo de participación en la
vida cotidiana y sus desafíos, no sólo la vida doméstica. Otro de sus libros, Llama en el
aire, es una antología de sus poemas escritos entre 1974 y 1990.
Ana Ilce Gómez, nacida en Masaya, explora la palabra misma, buscando hacer de la
poesía una verdadera fiesta verbal, con rigor de orfebre; y preservando a la vez la
lucidez del misterio. Su único libro es Las ceremonias del silencio (1975). Y Gloria
Gabuardi, nacida en Managua, busca un nuevo nivel de la poesía amatoria, que se
vuelve combativo en Defensa del amor (1986).
No hay duda de que para los poetas de las nuevas generaciones quedan patentes las dos
influencias fundamentales de que se ha hablado antes: la del exteriorismo de Ernesto
Cardenal, y la de rebeldía intimista, el interiorismo de Carlos Martínez Rivas; son dos
marcas insoslayables.
A esta misma generación pertenece Erick Blandón (1951), nacido en Matagalpa; dueño
del don de la ironía, sus creaciones se deslizan con gracia de la poesía a la prosa, como
en Aladrarivo (1975) y Juegos prohibidos (1982). Alvaro Urtecho (1951), nacido en
Rivas, quien es además crítico literario, muestra el don de enlazar la nostalgia de los
recuerdos a una escritura lírica, de inventarios precisos, y evocadora por sus retablos
verbales. Es autor de Cantata estupefacta (1986), Cuadernos de la provincia y Esplendor
de Caín (1994).
Julio Valle Castillo (1952), nacido en Masaya, se formó en México bajo el magisterio
de Ernesto Mejía Sánchez. Es el intelectual polifacético por excelencia: poeta, ensayista,
crítico de arte y literatura, antólogo e historiador de nuestra literatura, y, además,
novelista, todos sus oficios los ejerce con rigor. Su poesía responde al exteriorismo,
pero saber dar un paso adelante para renovarlo, y hacerlo más vital. Desde Materia
Jubilosa (1986) su itinerario traza una curva ascendente hasta Con sus pasos cantados,
que reúne su poesía de 1968 a 1986.
Entre las últimas escritoras, que por la diversidad e intensidad de sus voces se suman a
las anteriores, deben ser mencionadas Karla Sánchez (1958), nacida en León, autora de
El árbol que crece en el centro de la sala (1996) y A la luz más cierta (1998); Marianela
Corriols (1965), nacida en Estelí, autora de Conversaciones elementales (1985); Blanca
Castellón (1968), nacida en Managua, autora de Flotaciones (1998); y Carola Brantome
(1961), nacida en San Rafael del Sur, autora de Más serio que un semáforo (1995) y
Marea convocada (1999), una poesía en la que se aventura a encontrar correspondencias
ocultas en las palabras; y Marta Leonor González, nacida en Managua, autora de
Huérfana embravecida (1999).” Fin de la gran cita del texto sobre nuestra poesía de
Sergio Ramírez Mercado
Mis queridas maestras, mis queridos maestros, muchas cosas más podríamos conversar
sobre la literatura nicaragüense y la noble tarea de Ustedes. Queda pendiente la
narrativa, el teatro y el ensayo. Todas formas literarias donde los autores nicaragüenses
también se han destacado.
Gracias por la nobleza de sus labores, gracias por leer estas letras, les abraza
cordialmente
Anastasio Lovo
Escritor Nicaragüense