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Medio Oriente: la hora de quitar el velo

José Hamra Sassón


Enero 31, 2011

Es difícil (si no es que imposible) saber cuál será el alcance y corolario de las
llamadas revoluciones de corte social que iniciaron en Túnez. Lo cierto es que las
manifestaciones en diferentes países del Medio Oriente marcan el fin de la región
tal y como nos tocó conocerla.

Los estallidos sociales de enero 2011 en diversos países árabes (Túnez,


Egipto, Yemen, Jordania, Argelia, más los que puedan sumarse) responden a
contextos particulares, que obligan a entender los factores que hacen diferencia
entre ellos: posición y alianzas en la geopolítica internacional y regional,
profundidad de las reformas políticas y económicas de los últimos años, estructura
de poder, fuerza del ejército y su rol en el régimen, desarrollo de los movimientos
islamistas como alternativa sociopolítica, uso de la religión (el islam) como
legitimador del poder político, presencia y fuerza de la oposición, surgimiento de
un claro líder opositor, entre tantos.

En cada caso, cada una de las revoluciones/manifestaciones transitará por


caminos diferentes y tendrá su propio final. De hecho, el aparente efecto dominó
no necesariamente abarcará a la mayoría de los países del mundo árabe.

Paradójicamente, Medio Oriente, a finales de enero de 2011, ahora sí parece


inestable. Sí, la misma región que contiene el conflicto Israel/Palestina, el
rompecabezas del Líbano, la fractura de Irak, el crucigrama de Irán, la raíz de Al-
Qaeda y su “cruzada” islamista global y el espacio de un sinnúmero de conflictos
inter-estatales (no sólo el de Israel con el mundo árabe/islámico). El Medio
Oriente que se proyecta por la escasez de agua como razón para las guerras del
futuro, también estigmatizado por sus grandes reservas petroleras. El Medio
Oriente de los Saddam, Ayatolas, Sharon, Hamás, Hezbollah, Nasser y Gadaffi.

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Sí, el Medio Oriente parece más inestable que nunca (un nunca tan lejano como el
fin del Imperio Otomano).

La razón es que hoy los actores que salen a escena son justamente
grandes muchedumbres que ponen en jaque a los regímenes autocráticos que, en
la dimensión interna, habían alcanzado cierta “estabilidad”. Vamos, ya estábamos
acostumbrados a considerar, por ejemplo, al régimen de Mubarak y compañía
como si se tratara de un activo ad “eternum”. Ni siquiera la invasión de Estados
Unidos a Irak, bajo la consigna de “cambiar al régimen” generó tan alta impresión
de “inestabilidad”. El Gran Hermano Bushiano se haría cargo del desorden o por
lo menos sería señalado como responsable.

Las revoluciones/manifestaciones sociales han resultado contagiosas. La


presión social en Túnez fue suficientemente fuerte como para tirar, en unos
cuántos días y sin balas de por medio, al gobierno de Ben Ali, quien rigió ese país
del Norte de África por 32 años. El mensaje social, de un país considerado
modelo por el FMI, llegó fácilmente a otras latitudes: se puede tirar sin violencia a
un gobierno no legitimado por la sociedad.

En esta ocasión, atestiguamos como las “masas” son las que asumen el
protagonismo, sin que un liderazgo claro las encauce, al menos en un principio.
La dimensión social se consolida como factor de cambio en países donde se han
establecido regímenes autocráticos de diversas características pero que
comparten algunos patrones:

• Líderes que se aferran al poder a través de mecanismos aparentemente


democráticos y claramente amañados

• Altos grados de corrupción gubernamental y nepotismo

• Represión política y social

• Altas tasas de pobreza y desempleo, aunada a la escalada global de


precios

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• Falta de oportunidades para los jóvenes.

Otro gran protagonista han sido las Tecnologías de Comunicación e


Información (TIC), en particular Facebook y Twitter (pero no únicamente), que han
logrado articular el descontento social hasta estallar en actos masivos de
resistencia no-violenta. En Túnez, las manifestaciones siguen a la orden del día a
pesar de la reconfiguración del gobierno.

¿Habría triunfado la revuelta tunecina sin la existencia de las redes


sociales? En 1982, por ejemplo, en la ciudad de Hama, Siria, un levantamiento
encabezado por la Hermandad Musulmana acabó con una sangrienta represión
por parte del régimen de Hafez el-Assad que dejó entre 10,000 y 40,000 muertos
(según quién haga la cuenta). La masacre no trascendió. Hoy sería impensable
no enterarse de un baño de sangre de esa magnitud y que no se levante al menos
ámpula a través del Internet.

El caso de Egipto es particularmente interesante en este sentido. Según un


cable de WikiLeaks, fechado en enero de 2010, en este país existen unos 160,000
bloggers que desde hace al menos cinco años activan y comparten su
descontento por la carencia de libertades civiles y la fuerte represión contra la
disidencia política. No es casualidad que con el inicio de las protestas, Mubarak
ordenara la suspensión del servicio de Internet en todo Egipto. Una medida
excepcional, marcada por la desesperación. En este sentido, las TIC han
facilitado la articulación de diferentes sectores de la sociedad civil descontentos
con el régimen. Ante el poder represivo del gobierno, el poder de la sociedad que
se impone por número y coraje, fortalecida por su capacidad de comunicar,
expresar y hacerse sentir a través de las fronteras.

Egipto, el país árabe con mayor población (unos 80 millones de habitantes)


es un referente regional y lo que allí suceda seguramente determinará el futuro de
al menos el Medio Oriente. En los años 60 encabezó el movimiento panarabista
de la mano de Nasser. Así como fue en su momento el principal enemigo del

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Estado de Israel, también fue el primero en reconocerlo y firmar un acuerdo de
paz.

Egipto es también cuna del islamismo político y sede de la Liga Árabe. Es


además un actor regional vital para los intereses de Estados Unidos. Después de
Israel, es el país que recibe más ayuda económica por parte de Washington: dos
mil millones de dólares al año. De esa suma, el año pasado 2/3 partes fueron
destinadas a su ejército, el décimo más grande del mundo (con unos 460,000
efectivos que, dicho sea de paso, no han sido llamados a reprimir – aún – las
manifestaciones).

Existen diversos escenarios sobre lo que pueda suceder con Egipto (ver por
ejemplo, Egipto, “la revolución de la gente” de Mauricio Meschoulam). Nada es
claro aún. A diferencia de Europa que ve inquieta pero silenciada lo que sucede
del otro lado del Mediterráneo, en la Casa Blanca han declarado la necesidad de
reformas profundas, desmarcándose de su gran aliado árabe, pero distante del
llamado que hizo Obama a mediados de 2009 en su célebre pero ya lejano
discurso de El Cairo.

En este sentido, existe una constante que preocupa, que tiene sus raíces
en la formación del moderno Medio Oriente. Es el doble rasero con que se
establecen las relaciones entre los países de esta región y el llamado primer
mundo. Los Estados independientes que se erigieron tras la retirada del
colonialismo británico y francés acabaron emulando un sistema clientelista que
propició la limitación o supresión de las libertades civiles en los países árabes.

La aparente estabilidad interna implicaba el aseguramiento de los intereses


geopolíticos: llámense acceso a recursos petroleros, pasos regionales, contención
de enemigos (V.g., la URSS, el Irán jomeinista, Al-Qaeda). Estados Unidos y
Europa se han hecho de la vista gorda y han solapado la opresión y la pobreza
con tal de mantener “estable” al Medio Oriente, apoyando a regímenes que
mantienen/mantenían un statu quo conveniente para sus intereses.

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Así pues, las revoluciones/manifestaciones que brotan en diferentes países
del Medio Oriente llevan también un mensaje intrínseco que no se puede obviar
tan fácilmente. Los principales socios de estas autocracias en jaque son los
países desarrollados que se vanaglorian de los derechos civiles para sus
sociedades, pero que han tolerado a contentillo su violación o inexistencia en
estos países que hoy se convulsionan para sorpresa de muchos. En pocas
palabras, las prácticas del colonialismo de la primera mitad del siglo XX se
mantuvieron vigentes hasta ahora bajo un velo que hoy las sociedades árabes
comienzan a descubrir.

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José Hamra Sassón es Licenciado en Sociología Política por la Universidad


Autónoma Metropolitana – Iztapalapa (México, DF) y tiene un M.A. en Ciencia
Política por McGill University (Montreal, Canadá). Actualmente cursa estudios de
Posgrado en 17, Instituto de Estudios Críticos (México, D.F.). Especializado en
asuntos del Medio Oriente, ha sido comentarista en radio y televisión. Es twittero
de ocasión @jhamra y cuenta con el blog Frente al Espejo, un espacio que
documenta y evidencia la coexistencia en Israel/Palestina.

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