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AVENTURAS SIN PATINES

DANIEL F. AGUIRRE R.

5. EL OCASO DE LA FIESTA

Cursaba el sexto curso de colegio. Junto a mis amigos nos encontrábamos en la


finalización de nuestra carrera como bachilleres y por tanto era el momento indicado para
realizar los festejos en razón de este logro académico. Las fiestas de graduación eran las
más esperadas por todos desde que estábamos en tercer curso de colegio. Era espectacular
para nosotros y nos llamaba mucho la atención debido a que en aquellas fiestas se podía
admirar a muchos de nuestros amigos mayores que eran una especie de modelos a seguir y
lo más importante, y no por eso en segundo lugar, poder ver a las muchachas más bonitas
de los diferentes colegios cuando eran invitadas a esas fiestas, despampanantes con sus
vestidos, sus peinados, la forma en que las pinturas hacían verdaderos milagros en sus
semblantes (y, en otras, estragos) para la evocación de la belleza, y así llamar la atención a
un grupo de muchachos con sus hormonas al nivel de verdaderos neandertales.

Recuerdo que una de estas fiestas fue llevada a cabo por unas muy buenas amigas
del colegio “La Inmaculada” en el salón social del Colegio de Abogados de Loja, frente a
la cancha de fútbol del parque Jipiro. Éramos un buen grupo de amigos y la mayoría de mi
gallada estaba invitada a la fiesta debido a que pertenecíamos a la misma promoción (nos
graduamos en 1997). Nos arreglamos lo mejor que podíamos hacerlo y para ello se tomaba
en consideración la vestimenta con la cual se iba a llegar para quedar bien presentados ante
el resto de invitados. Muchos no se hacían problema y frecuentaban las fiestas con el
mismo atuendo desde que se había alcanzado la finalización del crecimiento corporal y por
un problema de desgarbo e indiferencia única para así enseñar la rebeldía que se llevaba
dentro. En realidad poco funcionaba esto. Quienes juzgaban esta belleza eran las chicas y
cuando había un desgarbado en un evento formal, simplemente perdía todo su atractivo
ganado como rebelde sin causa en estilo casual. Los diferentes tipos de ternos que
componían la vestimenta externa, los estilos de las camisas, los modelos de las corbatas, el
juego de gemelos, los zapatos a la última moda que hacían juego con el cinturón y la mejor
fragancia encontrada, eran los componentes a conformar el formalismo de un muchacho
que luego de darse un baño de más de una hora, afeitarse los cuatro pelos de la mandíbula y
peinarse como el mejor exponente de estrella hollywoodense debía armar con el mayor de
los cuidados para no estropear las prendas impecables. Si así era para un hombre, ya me
puedo imaginar el arreglo de una mujer.

Establecimos entre los amigos llegar a una hora convenida o en el mejor de los
casos llegar juntos. De esta manera no se veía disminuida la hombría nuestra ya que entrar
solo a una fiesta, para la mayoría de mis amigos no era muy cómodo, seguido de una
vergüenza que nunca comprendí. Si te invitaban era para que vayas a una fiesta, no para
que te analice la gente en la puerta de entrada y examine de cuantas velas estás acompañado
y de si esas velas tienen colores o fragancias traídas de algún lugar extraño. A mí no me
importaba esto en lo absoluto. Lo que me agradaba era poder llegar, que la música se
encuentre en su estado más alto y poder bailar frenéticamente haciendo un despliegue de
buena condición física, gran ánimo y euforia por la música. Por lo general era con mis
amigas más allegadas con quienes me descontrolaba usando movimientos seguidores del
ritmo de la música de los 80, que debido a mi exageración y mi indiferencia para con el
resto de invitados, ganaban confianza y en realidad se divertían sin tener que prestar
atención al qué dirán de los demás. Algo muy común en la sociedad Lojana.

Seis amigas fueron las organizadoras de este evento. Conocía a dos de ellas muy
bien. Eran amigas y compañeras de las clases de inglés que se desarrollaban en las tardes
después del colegio. Al momento de llegar a la fiesta y de encontrar a algunos de mis
amigos esperando en la puerta a más gente del grupo para no tener que entrar solos,
procedimos a ingresar. Dentro, admiramos los arreglos y la disposición del lugar para
realizar el evento principal donde por lo general el padre de alguna de las chicas decía unas
palabras y se sentía orgulloso de que su hija y sus compañeras alcancen este logro
académico, esperando que sea uno de muchos y que no termine en unión marital tan
temprano. Nuestras amigas estaban en la tarima principal colocada para presentarse,
agradecer la asistencia de los invitados y dar inicio al baile esperado. Se encontraban
vestidas todas en el mismo tono, el vestido verdeazulado desplegaba su belleza
multiplicada por las sonrisas que emanaban de sus rostros. Nos acercamos, saludamos con
ellas, las felicitamos y luego empezamos a bailar.

Siempre era normal que alguien estuviera con la predisposición de alcanzar una
relación mayor a una amistad en este tipo de eventos. Resultaba muy emocionante el plano
en que una pareja vestida formalmente podía dar expresiones de afecto sincero entre ellos
para así disfrutar de una velada romántica muy simpática en compañía del caballero galante
o de la hermosa dama. Ocurre que para poder llegar a esta fase tan anhelada había que
realizar un cortejo inicial. Como era la costumbre y debido a un problema de género, la
mitad de la fiesta (logísticamente hablando) estaba poblada de hombres y el cincuenta por
ciento restante, de mujeres. La separación daba lugar para el análisis por parte de ambos
bandos y de esta manera regalar sonrisas por parte de las chicas insinuando una invitación
para la danza. Cuando había la química necesaria para la aceptación por parte de una
pareja, se presentaba un nuevo problema: la embarazosa acción por parte del joven galante
para cruzar todo el salón solo y sacar a bailar a la coqueta niña. Como el exceso de valor
era algo perdido y extrañamente presente entre jóvenes novatos, se procedía a la
elaboración de un grupo de baile donde los amigos del galán impaciente lo acompañaban en
el cruce del largo salón, se presentaban frente a las amigas de la sonriente señorita para
pedirles permiso, sacarlas a la pista y bailar con la pareja interesada. De esta forma se
ayudaba a que el galán no pase vergüenza por bailar solo en la pista. Algo a lo que nunca le
di valor, y esta indiferencia de mi parte era una gran cualidad para ser uno de los
acompañantes (o el único) del joven galán.

Por lo general en estas fiestas formales existe siempre una dama con un vestido de
exquisitas formas que denotan el físico de su portadora, enseñando más piel de lo normal y
haciendo una llamada efusiva para la presentación de su belleza dejando ver, a toda la
muchachada XY, una piel de delicioso color, de apariencia muy suave y sobre todo
descubierta. Fuimos muchos los que admirábamos esos escotes enviados del cielo, tratando
de parecer indiferentes ante la presencia de una dama tan bella. Muchos se encontraban
boquiabiertos y tratando de elaborar planes para acercarse a la bella señorita y disfrutar de
una pieza de baile en su compañía. Aún recuerdo las poses de modelos novatos por parte de
algunos jóvenes tratando de demostrar su plumaje colorido para llamar la atención de la
señorita. En esos momentos era cuando ella escrutaba el salón por algunos minutos, hasta
escoger entre el gran grupo de interesados, para que luego de esto, la fiesta vuelva a su
cauce natural.

Algo común en estas fiestas era encontrar a las amigas acompañadas de su celoso
enamorado, gracias al cual no se sentían a gusto en la fiesta debido a que no podían bailar
ni ver a nadie más que a su pareja. Esto nos limitaba mucho al llegar a saludar a ellas, que a
pesar de que el novio era amigo nuestro, no daba lugar a que uno de nosotros (sin intención
de separarlos) saque a bailar a su pareja o entable una conversación amistosa. Lo que
ocurría en estos casos era que la pareja disfrutaba de la fiesta sola, en un sector del salón,
mientras que el resto se encontraba bailando y disfrutando por todo el lugar. Al siguiente
día era común escuchar las disculpas por parte de las amigas por no haber tenido la libertad
de poder desempeñarse en la fiesta como ellas hubieran querido, debido a que sus parejas
simplemente no lo soportaban.

También hay que poner en consideración a aquellas personas no correspondidas y


que eran muy insistentes en el plano de conquistar a su media naranja. Por lo general esto
se desarrollaba en una cadena de mensajes provenientes del joven o señorita interesados,
para que por medio de la amiga, del primo, de la hermana o de cualquier persona que podía
servir de nexo, se establezca el interés y por tanto se despierte la atracción. Muchas veces
esta era la mejor forma de poder reunir a dos novatos que no sabían cómo expresar sus
sentimientos y en varios casos funcionó a la perfección. Algunas de las parejas que
recuerdo se encuentran juntas aún y en otros casos ocurría que uno de los dos, por lo
generar la señorita, no sabía como safarse de la persona que la estaba cortejando y era
cuando se veían las diferentes expresiones de ayuda: los ojos saltones, elevación de cejas
descontrolada, movimientos bucales exagerados carentes de sonido y llamado por medio
mímico. Por supuesto que esto debía desarrollarse sin que el interesado se dé cuenta de ello,
de ser así, la vergüenza de la señorita por rechazarlo era muy grande, aunque a veces
indiferente. Así era como pedían ayuda para escaparse bailando con el salvador amigo (que
lo fui en muchas ocasiones por la persistencia de mis amigas) y de esa forma algo cortés
poder indicar al joven sonriente que se había perdido el interés.

El despliegue del baile, luego de que la mayoría perdiera el miedo de lanzarse a la


pista y disfrutar de la fiesta, era seguido por muchas coreografías para elaborar una danza
grupal en la que participaban todos los invitados debido al contagioso ritmo y la
animosidad de la gente. Esto se podía lograr por parte del manejador musical colocando el
muy conocido Meneaito seguido de la Macarena. Era en ese momento cuando estallaba la
fiesta y todo el mundo seguía los pasos (y los que no, lo aprendían en ese momento) para
disfrutar de los diferentes saltos, las extensiones de brazos y piernas, las subidas y bajadas
de nuestras caderas y las vueltas en grupo por todo el salón.

Fiestas sin bar son pocas, y esta no era la excepción. Ahí fue donde llegamos por
lo general en grupos de tres personas para poder abastecernos del elixir que llevaría a que
nuestros cerebros se presenten más alegres, nuestro equilibrio pierda sus facultades y de esa
manera ser los payasos de la fiesta, ya sea por la facilidad para desarrollar bromas a
costillas de algún ingenuo, por el ridículo explícito de algún Don Juan o de un posible John
Travolta revolcándose en la pista.

Era la primera vez que me excedía con los tragos. Cabe resaltar que debido a un
tratamiento en base a carbamacepina para una epilepsia parcial que debe rondar aún por mi
cerebro, no había ingerido alcohol en la adolescencia como era el caso de muchos de mis
compañeros y amigos de mi promoción. Era de esperarse que el líquido ingerido provoque
su efecto empezando a sonreír más de lo normal (eso quiere decir que no paré de reírme) y
percibir el baile más animado. El despliegue de pasos nuevos inventados al escuchar alguna
canción emocionante era progresivo.

Como era la costumbre, los horarios paternales para retornar a nuestros hogares se
encontraban entre la una y dos de la mañana. Hasta ese momento la mayoría de mis amigos
estábamos con un índice de alcoholemia de alrededor de 2.5 g/l y contentísimos de haber
estado en una fiesta tan divertida. En realidad la pasamos muy bien gracias a la alegría de la
gente, los amigos que nos encontramos, el buen ánimo y la camaradería de mis amigos. El
retorno a nuestros hogares tenía dos salidas: encontrar a alguien con un vehículo para que
nos pueda llevar, aunque sea uno encima de otro por la carencia de espacios, o esperar
rogando a que aparezca un taxi por aquellos lugares y así no tener que ir caminando a casa
con el riesgo de ser asaltado a mitad de camino. Para ventaja, uno de nuestros amigos
estaba en su poderoso vehículo de 2800 centímetros cúbicos: un verdadero demonio cuando
se apretaba todo el acelerador. Así que sabíamos algo seguro: llegábamos muy rápido a
nuestras casas, o nos íbamos a estrellar muy rápido. El caso es que no se hizo uso de la
fuerza bruta. De la manera más tranquila nos retiramos las ocho personas en un automóvil
para cinco, acomodados como pudimos, y esperanzados en que nadie empiece con los
deseos nauseabundos causados por el movimiento del vehículo. Esa fue la razón para que el
piloto vaya despacio. No quería muestras de ADN ni de una fragancia repulsiva en su
bólido infernal, pues era una pieza muy preciada por él.

Entre las bromas y carcajadas por parte de todos en la lata de sardinas que nos
encontrábamos, poco a poco se iba haciendo espacio al quedarse cada uno de los amigos en
sus casas dentro de la ruta norte–sur hasta que el dueño del vehículo llegara a la suya.

Fui el número tres en dejar el poderoso vehículo que inclusive con las pocas
curvas que dio para llegar a casa, fue suficiente para que sienta deseos de expulsar todo lo
que tenía en mi estómago. Mis amigos al notar mi cara de descomposición, intentaron con
cortesía retirarme de su proximidad a empellones seguidos de expresiones de afán por
querer bajarme del vehículo. Lo logré sin derramar una gota y, sin inconvenientes con ellos,
me despedí. Como mis amigos notaron que era mi primera vez en estado de ebriedad
esperaron a que ingrese a mi casa para protegerme de cualquier amenaza que hubiera fuera
de ella (o simplemente para reírse de mi destreza disminuida para caminar). Luego me
despedí afectuosamente de mis amigos mientras ellos se burlaban por mi estado que hasta
ese momento era desconocido.

Se retiraron y quedé solo en el garaje de mi casa con un dilema moral: me


encontraba ebrio y no sabía cómo ingresar a casa sin que mis padres se dieran cuenta de
ello y de la misma forma poder salir de ese malestar que sentía por el exceso de alcohol.
Luego de hacer previa consulta a mi cerebro para que por medio de la lógica resuelva esta
encrucijada, recibí la respuesta mientras intentaba controlar mis piernas que se flexionaban
sin que yo las hubiese comandado. Mi cerebro decidió que lo primero era intentar
solucionar el malestar, pues esto no lo dejaba pensar para encontrar la respuesta más
práctica al otro problema.

La parte exterior de mi casa consta de un jardín junto al cual se encuentran las


grandes ventanas de la parte frontal que corresponden a la sala. Cuando estuve frente a la
jardinera, me encontraba listo para autoinducir la expulsión del líquido causante de mi
malestar. En realidad para ello tuve que hacer uso de mis facultades psicológicas para
concentrarme en tan asqueroso acto. Lo pensé muchas veces y consulté en repetidas
ocasiones si mi cerebro tendría otra solución. La respuesta fue negativa y de forma
imperativa me empujaba a realizarlo. Así que me acomodé de la mejor manera frente a la
jardinera, retiré mi saco que me incomodaba y que no quería ensuciarlo, y también la
corbata para que no me sirva de servilleta. Acomodé mi pañuelo sacándolo con cuidado de
mi bolsillo derecho del pantalón y lo coloqué a un lado de la jardinera. Los pasos para
desarrollar esta actividad son sencillos: colocar el cuerpo en una posición inclinada
mientras uno se apoya en los brazos para luego por medio del dedo índice (de cualquier
mano, esto es a criterio del interesado) tocar la úvula en el interior de nuestra boca y de esa
manera inducir el espasmo. Mientras me preparé para ello y dirigía mi dedo índice hacia su
objetivo, escuché unos golpes leves en la ventana. Me levanté de la posición en que me
encontraba y cuál fue mi sorpresa al ver a mi madre de pies en la parte interior de la sala
frente a la ventana, con una actitud muy seria, indicándome que no debía hacer lo que tenía
programado y que ingrese inmediatamente a la casa.

Luego del regaño de mi madre por mi mal estado, logré ingresar al baño por
algunos minutos para liberar mi malestar y posteriormente llegar hasta mi habitación para
descansar.

Al siguiente día me levanté con un malestar multiplicado: los estragos causados


por la bebida en la noche anterior y la vergüenza con mis padres por el número de circo
protagonizado al llegar a mi casa. Nunca supe cual fue el resultado con el resto de mis
amigos, pero espero que hayan corrido mejor suerte que yo.

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