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San Jerónimo
Carta a un joven sacerdote
Carta Nº 52(a Nepociano)

1. Querido Nepociano:

Por medio de cartas que me llegan desde el otro lado del mar, frecuentemente me
pides que en pocas palabras te exponga las reglas de vida y la manera en que
debe mantenerse recto en el camino de Cristo, para no ser arrebatado por los
diversos caminos de los vicios, el que ha abandonado la milicia del mundo para
comenzar a ser monje o clérigo.

Cuando yo era joven, más aún, cuando era casi un niño y refrenaba con las
durezas del desierto los primeros ímpetus de la edad de los placeres, escribí a tu
santo tío Heliodoro una carta de exhortación llena de lágrimas y de lamentos, en la
que le demostraba el afecto de este amigo del desierto. Pero en razón de mi edad,
en aquella obra yo jugaba, y con el ardor de los estudios y las reglas de la retórica
pinté algunas cosas con las flores de los ejercicios de estudiante.

En cambio ahora, que ya tengo la cabeza llena de canas, la frente surcada de


arrugas y la papada colgando del mentón como los bueyes, "la sangre se hiela
junto al corazón" (Virgilio, Geórgicas II, 484). Por lo que en otra parte canta el
mismo poeta: "Todo se lo lleva la edad, también la memoria", y un poco más
adelante: "Me he olvidado tantos cantos, y también huye la voz de Meris" (Virgilio,
Bucó1icas, Égloga II, 51-54).

2. Pero para que no parezca que expongo solamente ejemplos de la literatura


pagana, atiende también a. los misterios de los libros divinos: David, aquel hombre
que antes había sido guerrero, cuando tenía setenta años no podía entrar en calor
por el frío de la vejez. Se buscó entonces por todos los confines de Israel a una
joven, la sunamita Abisag, para que durmiera con el rey y transmitiera su calor al
cuerpo anciano (1 Re 1, 1-4).

¿No te parece que atendiendo a la letra que mata aquí tendríamos el argumento
de una bufonada o una obra lasciva de las atelanas? ¡Un viejo helado se envuelve
en ropas y no puede entrar en calor, si no es con los abrazos de una adolescente!
Todavía vivía Betsabé, estaba también Abigail y las demás esposas y concubinas
que recuerda la Escritura. Sin embargo, todas son repudiadas como frígidas y el
anciano entra en calor con los abrazos de esta única.

Abraham fue mucho más anciano que David, y sin embargo no buscó otra esposa
mientras vivía Sara. Isaac tuvo el doble de años que David, y nunca tuvo frío
cuando Rebeca era ya anciana. No hablo de aquellos hombres que vivieron antes
del diluvio, que cuando tenían más de novecientos años, con sus miembros no digo
ya ancianos, sino casi carcomidos, no buscaron de ninguna manera los abrazos de
niñas. Y también es cierto que Moisés, el caudillo del pueblo de Israel, no cambió a
Séfora por otra cuando tenía ciento veinte años.

3. ¿Quién es entonces esta sunamita, esposa y virgen, tan ardiente que podía dar
calor al frío, y tan santa que no incitaba al pecado al que entraba en calor?

Que el sabio Salomón exponga las delicias de su padre, y que el pacífico narre los
abrazos del guerrero: "Posee la sabiduría, posee la inteligencia. No olvides las
palabras de mi boca y no te apartes de ellas. No la abandones y ella te abrazará.
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Ámala y te cuidará. Este es el principio de la sabiduría: posee la sabiduría, y con


todo lo que tienes adquiere la inteligencia. Abrázala y te exaltará. Hónrala y te
abrazará, para que pongas en tu cabeza una corona de gracias y una corona de
delicias te proteja" (Prov 4, 5-9).

En los ancianos casi todas las facultades se alteran y van decreciendo mientras
crece la sabiduría. Los ayunos, dormir en el suelo, andar de un lado para otro, la
hospitalidad, la defensa de los pobres, la perseverancia en la oración de pie, las
visitas a los enfermos, el trabajo manual para tener con qué ayudar a los
necesitados, y para no alargar demasiado, todo lo que se hace con el cuerpo va
disminuyendo cuando el cuerpo envejece.

Yo no quiero decir que en los jóvenes y en los hombres de edad madura (sólo en
aquellos que alcanzaron la ciencia por medio del trabajo, la dedicación ardiente, la
santidad de vida y la frecuente oración a Dios) carezca de ardor la sabiduría que
en la mayoría de los ancianos comienza a marchitarse con la edad.

Lo que quiero decir es que la adolescencia tiene que sostener muchas guerras de
su cuerpo, y que entre los incentivos de los vicios y el cosquilleo de la carne queda
sofocada como fuego en leña verde, de modo que no puede mostrar su resplandor.
Y vuelvo a repetirlo: la vejez de aquellos que han embellecido su juventud con
artes honestas y han meditado día y noche en la Ley del Señor se hace más docta
con la edad, habituada por la práctica se hace más sabia con el correr del tiempo,
y cosecha dulcísimos frutos de los estudios pasados.

Se cuenta de un sabio de Grecia que al sentirse morir a los ciento siete años de
edad, dijo que le dolía tener que dejar esta vida en el momento en que comenzaba
a ser sabio. Platón murió escribiendo cuando tenía ochenta y un años. Isócrates
cumplió noventa y nueve años enseñando y escribiendo. No hablo de los otros
filósofos: Pitágoras, Demócrito, Xenócrates, Zenón, Cleantes, que florecieron en el
estudio de la sabiduría cuando ya tenían una edad muy avanzada. Si pasamos a
los poetas: Homero, Hesíodo, Simónides, Stesícoro, cuando se les acercó la
muerte, siendo muy viejos, cantaron no sé qué canto de cisne mucho más dulce
del que solían cantar.

Cuando Sófocles fue acusado de locura por sus hijos por su gran vejez y por el
descuido de las cosas familiares, recitó ante sus jueces la tragedia "Edipo", que
había compuesto hacía muy poco, y dio una demostración de tanta sabiduría en
una edad ya quebrantada, que convirtió la severidad del tribunal en aplausos de
teatro. No hay que admirarse si también Catón, el más elocuente de los romanos,
no se avergonzó ni desesperó de estudiar griego cuando ya era un censor anciano.
Es verdad lo que dice Homero, que de la lengua de Néstor ya anciano y casi
decrépito, fluye un discurso más dulce que la miel.

El misterio del nombre de Abisag indica la mayor sabiduría de los ancianos. El


nombre significa "mi padre superfluo" y también "rugido de mi padre". La palabra
"superfluo" tiene doble sentido, pero en este lugar suena como "virtud", que en los
ancianos es más amplia, redundante y amplia sabiduría. En otros lugares
"superfluo" significa "lo que no es necesario". En cuanto a "sag", significa "rugido"
y se usa cuando resuena el oleaje del mar, y es como si dijéramos que se oye el
bramido que viene del mar. Por esto se ve muy bien que en los ancianos reside el
trueno de la palabra divina, mucho más potente y por encima de cualquier palabra
humana. Además "sunamita" en nuestro idioma significa "purpúrea", para indicar
que tiene el calor de la sabiduría y además hierve por la lectura divina. Indica
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además el misterio de la sangre del Señor, pero también da a entender el fervor de


la sabiduría. Por eso es que aquella partera del Génesis ató un hilo rojo en la mano
de Fares, que recibió este nombre que significa "divisor" porque dividió el muro
que separaba a los dos pueblos (Gen 38, 28-29).

Y la prostituta Rahab, como figura de la Iglesia, colgó un cordón que tenía el


simbolismo de la sangre para salvarse durante la destrucción de Jericó (Jos 2, 18-
21; 6, 22-23).

En otro lugar la Escritura conmemora a los varones santos diciendo: "Estos son los
cineos que vinieron del calor de la casa de Recab" (1 Cr 2, 55 según Vulgata). Y
Nuestro Señor dice en el Evangelio: "He venido a poner fuego en la tierra, ¿y qué
es lo que quiero sino que arda?" (Lc 12, 49). Es el fuego que encendió en el
corazón de los discípulos y los obligó a decir: "¿Acaso no ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32).

4. ¿Con qué objeto digo todo esto comenzando desde tan lejos? Es para que no me
pidas declamaciones infantiles, florilegios de sentencias, palabras afectadas, y al
final de cada capitulo algunas frases agudas y concisas que provoquen los
aplausos y las aclamaciones de los oyentes.

Que ahora me abrace la sabiduría, y nuestra Abisag que nunca envejece se


recueste sobre mi pecho. Ella no tiene mancha y conserva perpetua virginidad, y
de la misma manera que María, se mantiene incorrupta aunque conciba cada día y
siempre dé a luz. Por esto pienso que el Apóstol dijo: "fervientes en el espíritu"
(Rom 12, 11) y que el Señor predijo en el Evangelio que en el fin del mundo,
cuando según el profeta Zacarías llegue el pastor necio (Zac 11, 15), al disminuir la
sabiduría "se enfriará el amor de muchos" (Mt 24, 12). Oye entonces cómo San
Cipriano "no dice cosas elegantes, sino fuertes" (ad Don. 2); oye a tu hermano en
el colegio presbiteral, a tu padre por la edad, para que desde la cuna de la fe te
lleve hasta la edad perfecta, y para que enseñándote gradualmente las normas de
vida, por medio de ti instruya a los demás.

Yo sé que de tu tío Heliodoro, que ahora es obispo de Cristo, has aprendido y


aprendes cada día lo que es santo, y que tienes el ejemplo de sus virtudes como
norma de vida. Recibe también los míos, de cualquier clase que sean, y junta este
librito con el de él, para que así como él te enseñó a ser monje, éste te enseñe a
ser un clérigo perfecto.

5. Que el clérigo que sirve a la iglesia de Cristo traduzca ante todo su nombre y se
esfuerce por ser lo que significa la definición que tiene delante. Si la palabra griega
"kleros" significa "suerte", entonces los clérigos llevan este nombre o bien porque
son de la suerte del Señor, o bien porque el mismo Señor es la suerte, es decir la
parte o herencia de ellos. El que es parte del Señor o tiene al Señor como su parte,
se debe mostrar de tal manera que él posea al Señor y al mismo tiempo él sea
poseído por el Señor. Quien posee al Señor y dice con el profeta: "Mi parte es el
Señor" (Sal 73, 26), no puede tener nada fuera del Señor, porque si tuviera algo
fuera del Señor, el Señor ya no sería su parte. Por ejemplo, si tiene oro, plata,
posesiones, muebles y objetos variados, el Señor no se digna ser su parte junto
con todas estas otras partes. Ahora bien, si yo soy parte del Señor y el lote de su
herencia, no tengo parte con las demás tribus (Num 18, 20; Dt 18, 1-2), sino que
como los levitas y sacerdotes vivo de los diezmos y me sustento con las oblaciones
del altar sirviendo al altar. Teniendo vestido y comida estaré contento, y seguiré
desnudo la cruz desnuda.
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Te pido y te amonesto repitiéndote una y otra vez que no pienses que el oficio de
clérigo es un género de la antigua milicia. Esto es, que no busques los beneficios
del mundo en la milicia de Cristo. No tengas más que cuando comenzaste a ser
clérigo, para que no te digan: "Sus suertes no le aprovecharon" (Jer 12, 13 según
LXX).

Que los pobres y los peregrinos conozcan tu mesa, y junto con ellos esté Cristo
como invitado.

Huye como de una peste del clérigo que se dedica a los negocios, del que viniendo
de la pobreza se ha hecho rico, y del desconocido que ha pasado a ser famoso.
"Las malas compañías corrompen las buenas costumbres" (1 Cor15, 33): tú
desprecias el oro, pero el otro lo ama; tú pisoteas las riquezas, pero el otro las
busca; tú llevas en tu corazón el silencio, la mansedumbre, la discreción, pero el
otro lleva la locuacidad, la arrogancia; a él le gustan los foros, las plazas, los
consultorios de los adivinos y hechiceros ¿Cómo puede haber concordia en medio
de tanta discordia de costumbres?

Que rara vez – o nunca – pisen los pies de una mujer tu pobre habitación. Ama a
todas las jóvenes y vírgenes cristianas de la misma manera, o de lo contrario
ignóralas a todas de la misma manera. No permanezcas bajo el mismo techo con
ellas ni confíes en tu castidad del pasado. No puedes ser más santo que David ni
más sabio que Salomón. Recuerda siempre que fue una mujer la que expulsó de su
posesión al habitante del Paraíso.

Cuando estés enfermo, que te asista un hermano santo, o tu hermana o tu madre,


o cualquier mujer de fe probada delante de todos. Y si no hubiera personas en este
grado de parentesco o de castidad, la Iglesia alimenta a muchas ancianas. Que
ellas ofrezcan el servicio y reciban el beneficio de servirte, para que tu enfermedad
produzca también el fruto de la limosna. Conozco a algunos que sanaron en el
cuerpo, pero comenzaron a enfermarse en el alma. Te sirve de una manera
peligrosa aquella cuyo rostro estás mirando con frecuencia.

Si por exigencia del oficio de clérigo debes visitar a una viuda o a una virgen,
nunca entres solo a su casa. Lleva contigo algunos compañeros con cuya compañía
no te deshonres. Si te acompaña un lector, o un acólito, o un salmista, que no vaya
adornado con vestidos sino con costumbres; que no lleve el cabello rizado con
instrumentos sino que manifieste su castidad con el porte.

No te quedes nunca solo con una mujer sola en un lugar apartado y sin testigos. Si
hay que hablar de algo privado, tienen a su nodriza, a una virgen de mayor edad, a
una viuda, a una mujer casada. No puede encontrarse en una situación tan cruel
que fuera de ti no tenga otra persona en quien confiar. Ten cuidado de todas las
sospechas, y si hay algo que pueda suponerse con probabilidad, evítalo para que
no se suponga.

El amor santo no conoce frecuentes regalitos, pañuelitos, cinturoncitos, velos para


la cabeza, golosinas y cartitas tiernas y dulces. Nos producen vergüenza las
necedades de los enamorados, tales como "¡Miel mía! ¡Luz mía! ¡Deseo mío!" y
otras por el estilo. En los hombres seglares detestamos todos estos cariños,
cortesías y delicadezas propias del teatro ¡Cuánto más en los clérigos y en los
clérigos monjes, cuyo sacerdocio se honra con la consagración y cuya
consagración se honra con el sacerdocio!
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No digo estas cosas porque tema que se den en ti o en los santos varones, sino
porque buenos y malos se encuentran en toda profesión, en todos los grados y en
ambos sexos. Que la reprobación de los malos sirva de alabanza para los buenos.

6. Me da vergüenza decirlo: los sacerdotes de los ídolos, los actores cómicos, los
corredores de carreras y hasta las personas deshonestas pueden recibir herencias.
Solamente les está prohibido por la ley a los clérigos y a los monjes Y no fue
prohibido por los perseguidores de la Iglesia sino por los príncipes cristianos. No
me quejo de la ley, sino que me duele que hayamos merecido esta ley. El cauterio
es bueno, pero ¿por qué debo tener una herida que necesite cauterización? La
precaución de la ley es prudente y severa, y ni aún así se refrena la codicia. Por
medio del fideicomiso burlamos las leyes, y tememos a las leyes y despreciamos a
los evangelios como si los decretos de los emperadores tuvieran más valor que los
de Cristo.

Que haya heredero, pero que herede la Iglesia, que es madre de los hijos, es decir
de la grey, porque ella los engendró, los nutrió y los alimentó. ¿Por qué nos
entrometemos entre la madre y los hijos? La gloria del obispo es proveer a los
fondos de los pobres, en cambio la ignominia de todos los sacerdotes es
preocuparse por sus propias riquezas. He nacido en una pobre casa, en una choza
de campo, apenas podía saturar con mijo y salvado al vientre que bramaba de
hambre. En cambio ahora estoy cansado de la sémola con miel, conozco todos los
géneros y nombres de los peces, sé perfectamente en qué playa se recogió una
ostra, por el gusto puedo discernir la zona de donde provienen las aves, me deleita
la rareza de las comidas y hasta incluso el precio que cuestan.

Oigo además que hay algunos que prestan un torpe servicio a. ancianos y ancianas
sin hijos: ellos mismos les colocan el orinal, rodean el lecho y reciben de sus
propias manos las purulencias del estómago y las flemas de los pulmones. Se
espantan cuando entra el médico y con temblor en los labios preguntan si el
enfermo ha mejorado, porque en cuanto el anciano se siente un poco mejor
advierten el peligro y con simulada alegría la mente avara los atormenta en el
interior. Temen perder el ministerio, y al anciano longevo lo comparan con la edad
de Matusalén. ¡Qué gran premio tendrían de parte de Dios si no estuvieran
esperando las ganancias presentes! ¡Con cuánto sudor se busca una herencia
terrenal! ¡Con un trabajo menor podrían adquirir la piedra preciosa de Cristo!

7. Lee a menudo las Sagradas Escrituras. Más aún: que nunca caiga de tus manos
el libro santo, aprende lo que enseñas; trata de obtener una predicación fiel, de
acuerdo con la doctrina, para que puedas exhortar con una enseñanza sana y
refutar a los adversarios. Persevera en las cosas que has aprendido y se te han
confiado, teniendo en cuenta de quién lo has aprendido (2 Tim 3, 14). Que siempre
estés preparado para dar una explicación a todo el que te pide razón de tu
esperanza (1 Pe 3, 16). Que tus obras no contradigan tus palabras, para que no
suceda que cuando hablas en la iglesia alguno te responda en voz baja: "¿Por qué
no haces tú mismo lo que dices?". Es un maestro muy blando el que discute sobre
el ayuno teniendo el estómago lleno. También el ladrón puede vituperar la codicia.
En el sacerdote de Cristo el espíritu tiene que estar de acuerdo con la boca.

Sé obediente a tu obispo y trátalo como al padre de tu alma. Amar es propio de los


hijos, en cambio temer es propio de los esclavos. Dice la Escritura: "Si soy padre
¿dónde está mi honor? Y si soy señor ¿dónde está mi temor?" (Mlq 1, 6). En un
mismo hombre tienes que tener en cuenta varios nombres: monje, obispo, tío. Pero
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los obispos deben saber que son sacerdotes y no señores: que honren a los
clérigos como clérigos, para que los clérigos los respeten como obispos. Es
conocido el dicho del orador Domicio: "¿Yo te debo tener por príncipe, cuando tú
no me tienes por senador?".

Sepamos que los obispos y los presbíteros son lo que fueron Aaron y sus hijos: hay
un solo Señor y un solo templo, que haya también un solo ministerio. Recordemos
siempre lo que el Apóstol Pedro ordenó a los sacerdotes: "Apacienten el rebaño de
Dios que tienen entre ustedes, proveyendo no por la fuerza sino espontáneamente
según Dios; tampoco por interés de ganancias sino voluntariamente; tampoco
como dominadores de los clérigos, sino apareciendo de corazón como ejemplo del
rebaño. Para que cuando aparezca el príncipe de los pastores, ustedes reciban la
corona de gloria que no se marchita" (1 Pe 5, 2-4).

En algunas iglesias existe la pésima costumbre de que los presbíteros están en


silencio, y en presencia de los obispos no hablan como si éstos los menospreciaran
o no quisieran oírlos. Dice el Apóstol Pablo: "Si a alguno de los que están sentados
se le revela algo, que se calle el que hablaba primero. Cada uno puede profetizar
para que todos aprendan, y para que todos reciban consuelo. El Espíritu de los
profetas está sujeto a. los profetas. Dios es un Dios de paz, no de divisiones" (1 Cor
14, 30-33). La gloria de un padre es el hijo sabio (Prov 10, 1): que el obispo se
alegre por su juicio al haber elegido estos sacerdotes para. Cristo.

8. Que cuando tú predicas, en la iglesia no se suscite el clamor del pueblo sino el


gemido. Que tu alabanza sean las lágrimas de los oyentes. Que la predicación del
presbítero esté condimentada con la lectura de las Escrituras. No quiero que seas
un declamador, charlatán y gritón, sino un experto en el misterio y muy erudito en
los secretos de Dios. Es cosa propia de los hombres ignorantes provocar la
admiración de la gente inexperta con la rapidez en la expresión de las palabras.
Una cabeza imprudente habla frecuentemente de lo que no sabe, y cuando ha
convencido a otros, considera que tiene ciencia. Gregorio Nacianceno, que en otro
tiempo fue mi preceptor, me respondió con una broma elegante cuando le pedí
que me explicara qué significaba en el evangelio de Lucas la expresión "sábbato
deuteroproto" (Lc 6, 1), es decir "sábado segundo-primero". "Sobre este asunto te
instruiré en la iglesia -me dijo- porque allí, cuando todo el pueblo te aclama, te
sientes obligado a saber lo que no sabes, pero si te callas serás condenado por
todos como ignorante". No hay nada más fácil que engañar con la facilidad en el
hablar a una plebe vil y a una asamblea ignorante que lo que más admira es lo que
menos entiende.

A Marco Tulio se le ha hecho aquél precioso elogio: "Demóstenes se te adelantó


para que no fueras el primero, y tú te impusiste para que él no fuera el único".
Escucha ahora lo que dijo en el discurso a favor de Quinto Galio acerca del aplauso
del vulgo y de los oradores ignorantes: "En estos juegos -hablo de cosas que yo
mismo he presenciado hace muy poco- solamente es vencedor un determinado
poeta: un hombre muy erudito que se ocupa en hacer reuniones de poetas y
filósofos, que representa a Eurípides y a Menandro discutiendo, y en otro lugar a
Sócrates y a Epicuro ¡y sabemos que las edades de éstos no están separadas por
años sino por siglos! ¡Y sin embargo cuántos aplausos y aclamaciones que
provocan! Y éste tiene también muchos condiscípulos en el teatro que tampoco
han aprendido ni las letras".

9. Evita tanto los vestidos severos como los hermosos. De la misma manera hay
que huir de los adornos y del descuido, porque una cosa huele a lujo, y la otra a
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vanagloria. No es digno de alabanza andar sin vestido de lino, sino el no tener


dinero como para comprar vestidos de lino. Por otra parte, es ridículo e indecoroso
que tengas el bolsillo lleno y al mismo tiempo te estés gloriando porque no tienes
pañuelo ni toalla.

Algunos dan una pequeña cosa a los pobres para poder recibir mucho más, y con
el pretexto de las limosnas andan buscando riquezas. Esto se debe llamar más
bien ‘caza’ que ‘limosna’. Así se cazan las bestias, las aves y los peces: se pone
una pequeña carnada en el anzuelo, y con él se sacan las carteras de las señoras
ricas. El obispo, a quien se le ha confiado la iglesia, sabe a quien pone al frente de
la administración y del cuidado de los pobres. Es mejor no tener algo para dar, que
estar pidiendo descaradamente. También es una forma de arrogancia que quieras
aparecer más misericordioso que el obispo de Cristo. "Todos no podemos todas las
cosas" (Virgilio, Bucólica VIII, 63).

En la iglesia uno es el ojo, el otro la lengua, el otro la mano, el otro el pie, el otro el
oído, el vientre y todo lo demás. Lee la carta de Pablo a los corintios: los diversos
miembros hacen un solo cuerpo (1 Cor 12, 12ss). Que el hermano que es rústico y
simple no se tenga por santo porque no sabe nada, ni el instruido y elocuente
piense que la santidad reside en la lengua. De las dos cosas imperfectas, es mucho
mejor tener una rusticidad santa que una elocuencia pecadora.

10. Muchos edifican las paredes de la iglesia pero socavan las columnas: brillan los
mármoles, el cielorraso resplandece de oro, el altar está adornado con piedras
preciosas, pero no se pone ningún cuidado en la elección de los ministros de
Cristo.

Que nadie me diga ahora que en Judea había un templo muy rico, mesa, lámparas,
incensarios, platillos, jarras, morteros y demás utensilios de oro. En aquel tiempo
todas aquellas cosas eran aprobadas por el Señor cuando los sacerdotes
inmolaban víctimas y la sangre de los animales era para la redención de los
pecados, aunque "todas estas cosas sucedieron en figura, y fueron escritas para
nosotros que estamos en el final de los tiempos" (1 Cor 10, 11), pero ahora,
cuando el Señor pobre ha consagrado la pobreza de su casa, pensemos en la cruz
y consideraremos a las riquezas como barro. ¿Por qué admiramos lo que Cristo
llama riquezas de iniquidad (Mt 6, 24; Lc 16, 9-13)? ¿Por qué admiramos y amamos
lo que Pedro dio testimonio de no poseer? (Hech 3, 6).

Por otra parte, si nos atenemos solamente a la letra, y en el oro y en las riquezas
nos deleita la simple historia, entonces con el oro observemos también todo lo
demás: que los obispos de Cristo se casen solamente con mujeres vírgenes, que se
prive del sacerdocio al que tiene una cicatriz o una deformidad aunque sea alguno
de buena índole; que se dé más importancia a la lepra del cuerpo que a los vicios
del alma; crezcamos y multipliquémonos para llenar la tierra; no inmolemos el
cordero ni celebremos la pascua mística, porque ésto está prohibido fuera del
templo; hagamos nuestra cabaña en el mes séptimo y con el sonido de la trompeta
proclamemos el ayuno solemne. Pero si comparamos las cosas espirituales con las
espirituales, si dejamos que Pablo nos enseñe que la Ley es espiritual, y si
cantamos con David: "Ilumina mis ojos para que contemple las maravillas de tu
ley" (Sal 119, 18), entenderemos todas estas cosas como el Señor las entendió
cuando explicó el sentido del sábado: o despreciaremos el oro junto con las demás
supersticiones judaicas, o si nos agrada el oro, nos agradarán también los judíos, a
quienes necesariamente tenemos que aceptar junto con el oro, o debemos
reprobar.
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11. Debes evitar los banquetes de los seglares, sobre todo los de aquellos que
están hinchados de honor. Es vergonzoso que ante las puertas del sacerdote del
Señor crucificado y pobre, que se alimentaba con pan ajeno, hagan guardia los
lictores de los cónsules y los soldados, y que el juez de la región coma mejor en tu
casa que en su palacio. Si argumentas que haces estas cosas para interceder en
favor de los pobres y de los súbditos, te respondo que el juez secular favorece más
al clérigo moderado que al rico, y que venera más tu santidad que tu riqueza. Pero
si es de tal índole que no quiera escuchar a los clérigos si no es en medio de copas,
de buena gana prescindiré de esta clase de beneficios, y en vez de recurrir al juez
rogaré a Cristo que puede ayudarme mejor: "Es mejor confiar en el Señor que
confiar en un hombre; es mejor esperar en el Señor que esperar en los príncipes"
(Sal 118, 8-9).

Nunca andes con olor a vino, para que no tengas que oír aquello que decía un
filósofo: "Lo que me ofreces no son besos sino bebida" Tanto el Apóstol como la
antigua Ley prohíben que los sacerdotes se entreguen al vino. Los que sirven al
altar no beban vino ni sidra (ver Lv 10, 9). En hebreo se le dice sidra a cualquier
bebida que puede embriagar, tanto si es fermentada, como si está hecha con jugo
de manzanas, o bien cuando se cuecen los panales y resulta una bebida dulce y
rústica, o bien se exprimen los dátiles para obtener un licor que se mezcla con
agua espesa y frutos cocidos.

De la misma manera que del vino, huye de toda bebida que te pueda embriagar y
dar vuelta la cabeza. Esto no lo digo para que condenemos algo creado por Dios,
ya que el mismo Señor es llamado "bebedor de vino" (Mt 11, 19) y a Timoteo le fue
permitido beber una pequeña cantidad de vino porque sufría de dolor de estómago
(1 Tim 5, 23). Lo digo porque en la bebida exigimos una moderación proporcionada
a la edad, a la salud y a la contextura del cuerpo. Si ya sin vino estoy ardiendo, y
ardo por mi juventud, y me inflamo con el calor de la sangre, y tengo un cuerpo
robusto y fuerte, de buena gana me privaré de la bebida en la que sospecho que
hay veneno. Entre los griegos se dice de una manera muy hermosa (no sé si entre
nosotros suena igual): "El vientre repleto no tiene ideas sutiles".

12. Solamente tienes que imponerte los ayunos que puedes soportar. Pero que
sean ayunos puros, castos, simples, moderados y no supersticiosos. ¿Qué
aprovecha no usar aceite y comer manjares caros y difíciles de conseguir? Higos,
pimienta, nueces, dátiles, sémola, miel, alfónsigo, todos los productos de la huerta
son maltratados con tal de que no comamos pan ordinario. He oído decir que hay
algunos que contra la naturaleza de las cosas y de los hombres no beben agua ni
comen pan, pero toman unas bebidas delicadas, preparadas con verduras
machacadas y jugo de acelga que no beben en un recipiente común sino en la
caparazón de una ostra. ¡Qué vergüenza! ¡No nos sonrojamos ante estas
necedades ni nos molesta la superstición! Y por encima de todo esto, buscamos
tener fama de ayunadores viviendo en medio de delicias. El ayuno más fuerte es el
que se hace a agua y pan; pero como no provoca alabanzas y todos vivimos a pan
y agua, por ser una cosa pública y común, no se lo tiene por ayuno.

13. Cuídate de andar a la caza de chismes de la gente, no vaya a suceder que


cambies una ofensa a Dios por la alabanza del pueblo. El Apóstol dice: "Si
complaciera a los hombres no sería servidor de Cristo" (Gal 1, 10), he dejado de
complacer a los hombres y me he hecho servidor de Cristo. El soldado de Cristo
avanza con buena y mala fama a derecha e izquierda, no se envanece por las
alabanzas ni se quiebra por los insultos, no se hincha con las riquezas ni se achica
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con la pobreza, y desprecia de la misma manera lo alegre y lo triste. El sol no lo


quema de día ni la luna por la noche (Sal 121, 6).

No quiero que reces en las esquinas de las plazas, para que la fama popular no
tuerza el recto camino de tus oraciones. No quiero que ensanches las franjas ni
hagas ostentación de las filacterias (Mt 23, 5), ni que te rodees de exhibición
farisaica en contra de tu conciencia. Es mejor llevar estas cosas en el corazón que
en el cuerpo. Es mejor tener a Dios a nuestro favor y no la mirada de los hombres.

¿Quieres saber qué adornos busca el Señor? Debes tener prudencia, justicia,
templanza, fortaleza. Enciérrate en estas redes del cielo, y que esta cuadriga te
lleve como rápido auriga hacia la meta. No hay nada más precioso que esta joya,
no hay nada más hermoso que esta variedad de piedras preciosas. Por todas
partes estás adornado, ceñido y protegido. Te sirven de adorno y de protección: las
piedras preciosas se convierten en escudos.

14. También tienes que tener cuidado de que no te pique la lengua ni los oídos, es
decir que no hables mal de los otros ni escuches cuando hablan mal de los demás.
Dice la Escritura: "Te sentabas para hablar mal de tu hermano; contra el hijo de tu
madre ponías tropiezos. ¿Hiciste estas cosas y me voy a callar? ¿Imaginaste la
iniquidad de que yo sería semejante a ti? Yo te acusaré y pondré contra tu
rostro..." (Sal 50, 20-21). Se sobreentiende: "tus palabras y todo lo que has
hablado de los demás, para que seas juzgado por tu propia sentencia, porque has
sido sorprendido en las mismas cosas que acusabas a los demás".

No vale nada aquella excusa: "Yo no puedo ser descortés cuando los demás me lo
están contando", porque nadie relata cosas a uno que está oyendo de mala gana.
Una flecha nunca se clava en una piedra, y alguna vez también rebota e hiere al
que la disparó. El que habla mal, al verte escuchar de mala gana, aprenderá a no
hablar mal: "No te mezcles con los que murmuran -dice Salomón- porque de pronto
vendrá la perdición de ellos ¿y quién podrá calcular la ruina de uno y otro?" (Prov
24, 21-22), es decir, tanto la del que habla mal como la del que extendió el oído al
murmurador.

15. Tu obligación es visitar a los enfermos, conocer las casas, las señoras y sus
hijos, y hasta no ignorar los secretos de los nobles. Que no sólo sea obligación tuya
conservar los ojos castos, sino también la lengua. Nunca discutas sobre 1a forma
de las mujeres, y que una casa no sepa por intermedio tuyo lo que sucede en la
otra. Antes de enseñar, Hipócrates conjura a sus discípulos y los obliga a jurar con
sus propias palabras. Con un juramento los obliga al silencio; describe la forma de
hablar, de andar, de vestirse y de comportarse. ¡Cuánto más nosotros, a quienes
se nos ha confiado la medicina de las almas, debemos amar como propias las
casas de todos los cristianos! Que a nosotros nos conozcan más como
consoladores en los momentos tristes, que como comensales en las prosperidades.
Con mucha facilidad se desprecia al clérigo que nunca se excusa cuando es
invitado a comer con frecuencia.

16. No pidamos nunca, y cuando nos ruegan aceptemos rara vez. No sé por qué
será que aquel que te insiste para darte algo, te considera como el más vil si
aceptas, y de una manera más admirable se sorprende si rechazas al que te
ofrece.

Que el que predica la continencia no se ponga a arreglar casamientos. El que lee al


Apóstol: "Los que tienen mujer estén como si no las tuvieran" (1 Cor 7, 29) ¿por
10

qué obliga a una virgen a casarse? Un sacerdote que vive en la monogamia ¿cómo
exhorta a una viuda para que sea bígama?

¿Cómo pueden ser mayordomos y administradores de casas y residencias ajenas


los que están obligados a renunciar a sus propias riquezas?

Quitarle algo a un amigo es robo, defraudar a la Iglesia es sacrilegio. Haber


recibido algo para darlo a los pobres y querer ser cauto, remiso o -lo que es un
crimen evidente- sustraer algo cuando hay muchos que pasan hambre, es un
hecho que supera la crueldad de todos los asaltantes. Estoy atormentado por el
hambre ¿y tú calculas cuánto es necesario para mi estómago? Reparte enseguida
lo que recibiste, pero si eres remiso deja al donante para que él mismo distribuya
lo suyo. Yo no quiero darte la ocasión para que tu bolsa esté repleta. Nadie puede
guardar mis cosas mejor que yo mismo. El mejor distribuidor es aquel que no se
guarda nada.

17. Querido Nepociano, diez años después que fue apedreado el libro sobre la
virginidad que escribí en Roma para santa Eustoquia, me has obligado a abrir la
boca otra vez en Belén y me has expuesto a ser taladrado por la lengua de todos.

Yo no debía haber escrito nada para no tener que enfrentar el juicio de los
hombres, pero me has prohibido callarme. Ahora que he escrito, deberé rechazar
los dardos de todos los que hablarán mal de mí. Yo les ruego que se tranquilicen y
dejen de maldecir, porque no escribí como adversario sino como amigo, y no he
atacado a los que pecan, sino que los he exhortado para que no pequen. No he
sido juez severo solamente contra ellos, sino también contra mí, ya que queriendo
sacar la paja del ojo ajeno hemos comenzado por sacar la viga del nuestro. No he
herido a nadie, por lo menos a nadie se lo ha señalado con una descripción; mi
palabra no ha golpeado particularmente a nadie: es una discusión general sobre
los vicios. Si alguno se enoja conmigo, primero confesará él mismo que es así
como lo reprendo.

Jerónimo
Presbítero

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