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LA DEFENSA DE FIO´VASH
Cuando se produjo esta famosa batalla, Aun'shi se acercaba ya a los cuarenta años
de edad, un edad muy avanzada para un Tau, y se disponía a retirarse y pasar sus últ
imos años en el paraíso del planeta Au'taal. Llevaba sobre los hombros una vida muy
respetada y había pasado muchos años ayudando al imperio a expandirse por el espacio
sirviendo de guía para los Tau que estaban a su cargo. Nacido en el temperamental
clan de los Viorla, Aun'shi, posiblemente, comprendía mejor a la Casta del Fuego
y su manera de hacerla guerra. Se dice que, en una ocasión, se atrevió incluso a uni
rse a sus rituales de batalla y desplegó tal nivel de dominio con su lanza del des
afío, que ni siquiera el Shas'vrc pudo atravesar sus defensas. Su habilidad con el
la había alcanzado el punto en el que espíritu, arma y cuerpo habían conseguido una co
mpleta armonía.
En el que se suponía que iba a ser su último destino, Aun'shi dirigió una fuerza de co
lonización tau a un mundo llamado Kel'tyr, el mundo más nuevo del imperio tau. Infes
tado de Orkos Zalvajes, el avance inicial por este mundo fue lento, pero, gracia
s al liderazgo de Aun'shi, las escuadras de guerreros de la Casta del Fuego pron
to consiguieron expulsar a los Orkos de las zonas principales de colonización tau.
Al cabo de cuatro años, el mundo florecía y los Fio contruyeron varias hermosas pob
laciones en la masa continental principal. Fio'vash era una de estas poblaciones
, un puesto minero en las laderas de una cordillera rica en mineral a unos seisc
ientos kilómetros al este de la capital. Mien-tras se hallaban en una misión de insp
eccción de los asentamientos, Aun'shi y sus guardaespaldas quedaron atrapados en F
io'vash cuando una horda de Orkos Zalvajes la rodeó y lanzó un ataque sorpresa para
capturarla mina.
La guarnición existente en Fio'vash había aumentado con la Guardia Personal de Aun's
hi, así que los Orkos fueron masacrados a cientos. En los primeros compases de la
lucha, el Shas'vre de los Guerreros de la Casta del Fuego fue decapitado por un
enorme Noble Orko. La pérdida de este heroico guerrero provocó el pánico entre las fil
as de los guerreros tau y pareció que su defensa iba a desmoronarse. Entonces, Aun
'shi se colocó de un salto delante del Noble y Jo cortó en dos con un golpe de su la
nza del desafío, clavándosela hasta el mango. Fortalecidas por el valiente desafío del
Etéreo, la línea de los Guerreros de la Casta del Fuego se reafirmó y se lanzó contra l
os Orkos. Los Orkos atacaron una y otra vez Fio'vash y una y otra vez Aun'shi di
rigió a los defensores, luchando junto a sus guerreros y animándolos a realizar inde
scriptibles actos de valor. Envió a varios guerreros con armadura "Sombra", junto
a un Kor, a informar a la capital, pues sabía que, frente a tantos Orkos, solo era
cuestión de tiempo que fueran aniquilados.
La batalla continuó; los defensores tau luchaban en medio de los edificios en llam
as. Los Guerreros de la Casta del Fuego combatieron al límite de su valor y resist
encia, unidos gracias a la implacable voluntad de Aun'shi. Cada vez que su línea v
acilaba bajo el asalto orko, Aun'shi estaba allí para despedazar a una docena de O
rkos con los nebulosos y relampagueantes sesgos plateados de su acero. Aun'shi s
e movía con la fluidez del agua, esquivando mortíferos golpes, girando y ondulándose e
n el aire en una graciosa danza de muerte. Cada vez que atacaba varios Orkos moría
n y, pronto, ni uno solo se atrevió a acercarse a él, temerosos de este guerrero imp
osible de abatir. Los Tau se vieron obligados a retroceder hacia el perímetro inte
rior de las defensas construidas por los Fio y allí se prepararon para el próximo as
alto. Aun'shi seguía al frente de los Guerreros de la Casta del Fuego supervivient
es, esperando que el Kor hubiese conseguido informara la capital de su situación.
Los pieles verdes atacaron otra vez y, a pesar de que los Guerreros de la Casta
del Fuego acababan con cientos de Orkos a cada andanada, simplemente no consigui
eron abatir a los suficientes como para impedir que alcanzasen las defensas. A l
o largo de todo el abrasador día, los Orkos cargaron contra las defensas y el montón
de muertos crecía a cada segundo, pues los Tau disparaban con siniestra eficacia.
Los muros defensivos empezaron a ceder en varios puntos y los Orkos penetraban
por estas nuevas brechas en cuanto se abrían, apelotonándose sobre las Armaduras de
Combate y derribándolas. Cada vez que los Orkos se introducían por una brecha, Aun's
hi dirigía un contraataque para expulsarlos del recinto. Al acercarse el anochecer
, seguían con vida menos de cincuenta Guerreros de la Casta del Fuego y ambas fuer
zas presentían que el fin estaba cerca. Cuando los Orkos se reunieron para el asal
to definitivo, Aun'shi ordenó una retirada hacia el templo apresuradamente fortifi
cado del centro del pueblo, pues sabía que eran demasiado pocos como para proteger
toda la extensión de las defensas. Los guerreros prepararon la munición que les que
daba, mientras los obreros de la Casta Fio empuñaban sus picos y palas, preparándose
para el combate cuerpo a cuerpo.
Con un rugido de pura rabia, los Orkos atravesaron los muros de defensa y se ade
ntraron entre los edificios, quemándolo y destruyéndolo todo a su paso. Los Guerrero
s de la Casta del Fuego dispararon desde las mirillas preparadas a tal efecto y
debilitaron considerablemente la primera oleada de Orkos, pero no lo suficiente
como para evitar que alcanzasen el templo. Los Orkos se dirigieron hacia la puer
ta empuñando gigantescas hachas y treparon por las paredes para reventar el techo
y dejarse caer gritando sus bestiales gritos de guerra. Los primeros en entrar e
n el templo fueron rápidamente abatidos, pero siempre aparecían más Orkos para sustitu
ir a los caídos. Aun'shi se colocó, dispuesto a luchar, frente a la puerta que, fina
lmente, había sido arrancada de sus goznes y blandió su lanza del desafío trazando lar
gos arcos. Si iban a morir, morirían juntos.
De repente, los Orkos quedaron silueteados por una serie de ensordecedoras deton
aciones que se produjeron detrás de ellos. Atravesando las llamas, aparecieron las
grandes formas de docenas de transportes Mantaraya, escupiendo su potencia de f
uego letal mientras de su interior desembarcaba escuadra tras escuadra de Guerre
ros de la Casta del Fuego. Alertados por el Kor, los Tau caían con toda su furia c
ontra la retaguardia orka. Las grandes Armaduras "Apocalipsis" rociaron a los Or
kos con fuego de plasma, achicharrándolos por docenas mientras los tanques Cabezam
artillo abrían enormes brechas en sus pelotones. En apenas una hora, los Orkos est
aban muertos o huyendo y el líder de los recién llegados encontró a Aun'shi todavía de p
ie frente a las puertas del templo; su lanza del desafío chorreaba sangre y solo u
n puñado de sus guardaespaldas seguían con vida. A pesar de las terribles bajas, la
defensa de Fio'vash fue considerada una gran victoria, pues el templo de los Etére
os seguía en pie y las minas continuaban en manos tau. Los supervivientes del siti
o reverenciaron a Aun'shi como un héroe y los Guerreros de la Casta del Fuego le j
uraron fidelidad por el resto de sus vidas.
LOS PRIMARCAS.
Son los hijos del emperador, humanos mejorados genéticamente utilizando la simient
e genética del Emperador para dirigir la gran cruzada al mando de las legiones de
Marines Espaciales.
Los Primarcas son los veinte hijos clonados del Emperador, líderes natos de sus le
giones de Marines Espaciales. Fueron criados para ser casi perfectos: más altos, f
uertes, rápidos y listos que los humanos normales. Su material genético también fue ut
ilizado para formar la base de las legiones que mandarían. Sin embargo, de alguna
forma, las fuerzas del Caos alejaron a los niños, desperdigándolos por toda la galax
ia. Todos, excepto dos, fueron descubiertos en mundos remotos, donde rápidamente h
abían crecido hasta la edad adulta, y con frecuencia estaban dirigiendo sus mundos
adoptivos. Cuando el Emperador les encontró, les dio el liderazgo de las legiones
de Marines Espaciales creados a partir de su material genético individual. Después
de la Gran Cruzada, el Señor de la Guerra Horus se unió al Caos y convenció a ocho de
sus compañeros Primarcas para seguirle y rebelarse contra el Emperador. En la Here
jía de Horus, hermanos lucharon contra hermanos cuando los Primarcas lideraron a s
us legiones contra sus excompañeros. El mismo Horus luchó contra Sanguinius y el Emp
erador, matando al Primarca de los Ángeles Sangrientos, pero muriendo por la mano
del Emperador. Las legiones traidoras huyeron al Ojo del Terror.
La pérdida de los Primarcas
Hoy en día, todos los Primarcas están condenados, muertos o perdidos. Como ya se men
cionó, Sanguinius murió a manos de Horus, que a su vez moriría a manos del Emperador.
Ferrus Manus, de los Manos de Hierro murió en Istvaan V, en combate singular contr
a su hermano Fulgrim, al comienzo de la Herejía. Durante los siguientes mil años, el
resto de Primarcas leales fueron muriendo o desapareciendo uno por uno. Lion El
'Jonson de los Ángeles Oscuros volvió a su mundo natal para encontrarlo en ruinas y
descubrir que los Marines Espaciales que había dejado en él se habían unido al Caos. D
irigió una fuerza de ataque de sus propios Marines contra los traidores de la supe
rficie y luchó con un odio ardiente por sus hijos perdidos. Se perdió en medio del i
nfierno cuando el mundo fue destruido tanto por una tormenta de disformidad como
por el bombardeo de sus propias naves en órbita. Si todavía vive, es un misterio.
Jaghatai Khan de los Cicatrices Blancas desapareció a través de un portal de disform
idad Eldar Oscuro mientras les perseguía después de una incursión en el mundo natal de
los Cicatrices Blancas. Los rumores dicen que todavía está luchando, perdido en los
sinuosos caminos de la red Eldar, pero después de nueve mil años, no parece probabl
e.
Leman Russ de los Lobos Espaciales es el único Primarca cuya desaparición parece ser
voluntaria. Los Lobos Espaciales mantienen una leyenda que dice que Russ partió e
n búsqueda de un medio de curar al Emperador, pero la verdad es, probablemente, mu
cho más siniestra.
Rogal Dorn de los Puños Imperiales murió luchando en un crucero traidor junto a una
compañía de sus hijos. Fue uno de los últimos Primarcas en morir. Hoy, todo lo que que
da de él, es un único guantelete que se guarda en el santuario más sagrado del capítulo
de Puños Imperiales.
Roboute Guilliman de los Ultramarines encontró su fin contra su propio hermano Ful
grim. Hoy, su cuerpo yace en el corazón del templo de la corrección, mantenido en un
campo de estasis para preservarlo. Él es uno de los únicos Primarcas en haber sido
encontrados por sus hijos, y se dice que es toda una experiencia inspiradora ver
tan santa estampa, las sangrientas heridas que soportó, aún vívidamente visibles sobr
e su cuello. La leyenda entre los Ultramarines es que sus heridas se están curando
lentamente, y un día volverá a despertarse, aunque no debería ser posible en un campo
de estasis.
Poco se sabe de cómo Vulkan de los Salamandras murió. Por lo que se sabe, se desvane
ció en el aire tan misteriosamente como Leman Russ. (En realidad si leemos el 5ª lib
ro de "La Herejía de Horus veremos que Vulkan desaparece tras una nube de disparos
( ni un primarca sobrevive a eso).
El fin de Corax, de la Guardia del Cuervo, fue manchado por la culpabilidad y l
a vergüenza. Para reconstruir la fuerza de sus hijos de la destrucción de Istvaan V,
Corax aceleró el crecimiento de órganos para producir Marines Espaciales, producien
do más órganos pero también deteriorándolos rápidamente, provocando que muchos se convirti
esen en monstruos gigantescos. Lleno de culpabilidad por lo que había hecho, Corax
se encerró en su santuario, la Torre del Cuervo, durante un año. En la fecha del an
iversario de su exilio auto impuesto, dejó la torre, demacrado y desolado y cogió un
a pequeña nave espacial. Fue por última vez visto, tomando un curso hacia el Ojo del
Terror, reino de los dioses del Caos.
De todos los Primarcas, sólo los condenados Primarcas del Caos viven hoy,(salvo Ko
nrad Curze que murio a manos de un asesino Imperial y Alpharius al que Guilliman
dio muerte, aunque se rumorea que mato al hermano gemelo de este Omegon, o vice
versa.) aunque decir que realmente viven no es del todo correcto,(Fulgrim esta p
oseido por un demonio de Slaanesh) ya que sus cuerpos, mentes y almas existen ah
ora exclusivamente dentro del poder del Caos.
LA DEFENSA DE IYANDEN
La batalla por el alma de un mundo astronave
La desesperada defensa del Mundo Astronave de Iyanden supuso el primer conflicto
real entre los Eldars y la amenaza tiránida, un conflicto del que la raza eldar j
amás se recuperaría. Phil Kelly nos relata los pormenores de este inmenso combate ur
bano librado en un emplazamiento nada habitual.
La sombra de la muerte
Hace miles de años, la refinada civilización eldar quedó destrozada por un cataclismo
galáctico. La magnitud de esta catástrofe no solo provocó agujeros en la esencia del e
spacio, sino que los Eldars se vieron obligados a emprender una vida nómada en el
interior de enormes naves espaciales denominadas mundos astronave. En la actuali
dad, estos mundos orgánicos recorren con elegancia la inmensidad del espacio trans
portando a los supervivientes de la raza eldar. Antaño, uno de los mundos astronav
e más enormes y poblados era el de Iyanden.
Aunque los videntes de Iyanden habían presagiado que los tentáculos de la amenaza ti
ránida alcanzaban las sendas del futuro, los exploradores de Iyanden fueron los pr
imeros en avisar de las primeras evidencias físicas del Gran Devorador. La asimila
ción de más de una docena de planetas periféricos en espacio imperial revelaba que se
dirigían directamente hacia el mundo astronave. Muchos de los exploradores de Iyan
den quedaron aterrorizados ante la magnitud del ataque que se cernía sobre su apac
ible mundo.
Sin embargo, uno de los exploradores, Irilith, narró elocuentemente su descubrimie
nto al cónclave para discutir las medidas que Iyanden debía tomar. El vidente Kelmon
, el líder espiritual del mundo astronave, congregó a todos los habitantes de Iyande
n en el Santuario de las Respuestas. Allí se debatieron varias posibles acciones a
emprender, incluyendo la de enfrentarse al enemigo e incluso la de huir. La súpli
ca apasionada de Irilith convenció a los suyos de las dimensiones terroríficas de la
flota tiránida. Debían luchar o serían asimilados.
"Reúne a los muertos para la batalla, déjalos que se unan a nuestras filas, pues así e
vitaremos tener que unirnos a las suyas".
Vidente Kelmon
El vidente Kelmon ordenó la movilización inmediata de Iyanden, pero, en este caso, n
o bastaba una simple barricada o una línea de batalla para contener el conflicto.
Se fortificó la arquitectura y la flota eldar se retiró para pedir ayuda a otros mun
dos astronave. Los exarcas despertaron el espíritu del dios de la guerra de Iyande
n, que tomó la forma de un temible Avatar. En un acto que presagiaba el terrible p
recio que Iyanden tendría que pagar, el vidente Kelmon ordenó la presencia de la gua
rdia espectral. Las joyas espirituales de los antepasados eldars fueron extraídas
de sus lugares sagrados (acción comparable al saqueo de una tumba) para instalarse
en el interior de esqueletos de hueso espectral a fin de que pudiesen luchar ju
nto a los guerreros vivos. El mundo astronave de Iyanden estaba preparado para l
a guerra.
El ataque de la Flota Kraken
Pasaron veinte días de inquietud antes de que las primeras naves de la flota enjam
bre iniciasen el ataque.
La primera oleada tiránida en atacar el mundo astronave consistió en una gran horda
de monstruosidades biológicas que fueron eliminadas con eficacia por la flota defe
nsora. Las elegantes naves de Iyanden maniobraron y dispararon a la flota enjamb
re combate tras combate sufriendo pocas bajas. Los Eldars que permanecían en el mu
ndo astronave suspiraron aliviados y esperanzados, ya que habían logrado destruir
a varias oleadas enteras de naves tiránidas.
Pero los videntes permanecieron en silencio. Aunque la flota de Iyanden era real
mente formidable, las construcciones biológicas de los Tiránidos parecían infinitas. P
oco a poco, las naves de la flota eldar fueron sucumbiendo ante la magnitud de l
as fuerzas tiránidas. El ataque de la segunda oleada tiránida casi dobló el tamaño de la
primera y los defensores no pudieron impedir que los alienígenas alcanzasen Iyand
en. La flota eldar sufrió un número de bajas terrible cuando las fauces del Gran Dev
orador se cerraron.
Las fuerzas que desembarcaron en el propio mundo astronave fueron contenidas y d
estruidas e, inmediatamente, se limpiaron los pasillos de hueso espectral de tod
o rastro de corrupción y purificaron los bosques sagrados. Los espíritus de los Elda
rs volvieron a tranquilizarse, sobre todo al comprobar que la siguiente oleada a
lienígena era muy pequeña, una mera sombra de las que habían atacado antes. Aunque la
flota diezmada de Iyanden no podría evitar nuevos ataques en superficie, los guerr
eros especialistas podrían defenderlos. Durante un corto espacio de tiempo, el mun
do astronave respiró aliviado, pues parecía que la tormenta había amainado.
El recrudecimiento de la batalla
Las dos oleadas siguientes de naves tiránidas fueron ingentes, tanto que empequeñecían
a las que habían atacado previamente. Las naves alienígenas, hinchadas y grotescas,
ocultaban por completo las estrellas mientras descendían con un propósito implacabl
e, vomitando ejército tras ejército de abominables alienígenas sobre los puertos incor
ruptos de Iyanden. Nubes impenetrables de esporas tiránidas se posaron sobre el mu
ndo astronave y lo infectaron. Unas estructuras retorcidas y puntiagudas luchaba
n por emerger de entre la hermosa armonía orgánica de Iyanden. Un horrible aullido p
síquico resonó alrededor de la infraestructura del mundo astronave mientras hordas d
e escurridizos alienígenas con garras fueron arrojadas sobre el corazón de Iyanden.
"El momento de usar el cuchillo para extirpar este cáncer ya ha pasado. Ahora ha l
legado el momento de usar la antorcha".
Exarca Quaillindral
Las salas y pasillos de Iyanden se vieron desbordados por los repugnantes tiránido
s, las oleadas fueron devorando el mundo astronave en una avalancha de gritos y
chillidos de muerte. La batalla se sostuvo prácticamente en todas las áreas imaginab
les. En las copas de los árboles sagrados y ancestrales de los Bosques del Silenci
o, los halcones cazadores se enfrentaron en una mortífera danza aérea a unas bandada
s de oscuras gárgolas con alas de murciélago. Los escorpiones asesinos se abrieron p
aso a través de la masa de termagantes que bloqueaban los pasillos arteriales como
un infame cáncer. Los falcones perseguían a enormes carnifexes que destrozaban los
hermosos y complejos bastiones escultóricos de la Fortaleza de las Lágrimas. En los
escalones sagrados del Templo de Asuryan, los vengadores implacables libraban en
carnizados combates contra un número infinito de hormagantes. Pero todos cayeron d
ebido al gran número de atacantes, pese al gran coste que supuso para las hordas t
iránidas.
Pero no fue bastante.
La Defensa de Iyanden (II)
La ira de Khaine
El hijo pródigo
Cincuenta años antes del ataque tiránido a Iyanden, el gran almirante Yriel había lide
rado a la flota de Iyanden con una habilidad y sabiduría inigualables. Sin embargo
, fue acusado del pecado de orgullo tras correr un riesgo que puso a Iyanden en
peligro ante una flota del Caos. Sus acciones y su reticencia a admitir su error
le llevaron a un juicio, tras el cual fue depuesto de su rango de gran almirant
e. Yriel juró que no regresaría allí jamás. El comandante proscrito abandonó Iyanden apena
do y enfurecido junto a un grupo de guerreros que le eran fieles. Después de mucho
s años, Yriel formó un grupo de incursores eldars considerado la mayor y más gloriosa
fuerza de piratas eldars de toda la galaxia.
La batalla había alcanzado su punto más alto cuando los Eldars contraatacaron. El pr
opio Avatar lideró la carga, con su enorme figura resplandeciendo con chispeantes
llamaradas mientras destrozaba todo lo que se interponía ante él. Los guardianes luc
haban junto a la guardia espectral y los Eldars utilizaron cuanto estaba a su al
cance para detener el avance tiránido. La batalla que siguió fue una orgía de destrucc
ión en la que los enfurecidos Eldars recorrieron los Bosques del Silencio para exp
ulsar a los Tiránidos de su tierra sagrada. Pero el daño ya estaba hecho, el magnífico
bosque había sido profanado por las esporas de crecimiento rápido de los alienígenas.
Muchos de los Eldars lloraban exasperados al ver cómo los que antaño fuesen grandes
árboles habían sido convertidos en parodias deformes y horribles de sí mismos.
Pero el rumbo de la batalla parecía cambiar. Los Eldars habían obligado a los Tiránido
s a replegarse, aunque a cambio de miles de vidas. Los señores espectrales y los f
alcones habían dado caza sistemática a las enormes criaturas sinápticas, destruyendo a
sí las conexiones sinápticas que guiaban a sus criaturas menores. Los coros de viden
tes se unieron en un acoplamiento psíquico para repeler la sombra en la disformida
d que subía en espiral alrededor de los espíritus de su presa. Los aedas óseos persuad
ieron a los conductos de hueso espectral, ricos en espíritus del Circuito Infinito
, para que luchasen contra los terribles efectos de la disformidad de las espora
s tiránidas.
Entonces, para mayor desesperación de los Eldars, la flota enjambre regurgitó una nu
eva oleada de Tiránidos sobre el mundo astronave. Esta fue la mayor hasta la fecha
y los escáneres del puente de Iyanden brillaron con nuevas lecturas de más enjambre
s tiránidos; se hizo el silencio entre los videntes: no había posibilidad de escape.
El renegado Príncipe Yriel, anterior gran almirante de la flota de Iyanden, recibió
la noticia del trágico destino del Mundo Astronave de Iyanden. Y aunque Yriel toda
vía sentía una gran rabia hacia su mundo astronave, el fuego de su ira se había aplaca
do. Al principio, ignoró el peligro que corría Iyanden, pero no pudo soportar que su
mundo astronave fuese destruido, así que reunió a su flota para dirigirse a toda ve
locidad hacia la batalla.
Las fuerzas de Yriel atacaron el corazón del enjambre tiránido que envolvía Iyanden co
n la misma fuerza de la lanza llameante de Khaine. El resto de la maltrecha flot
a eldar del mundo astronave se unió a la de Yriel. Juntas, atacaron el corazón del e
njambre tiránido y destruyeron todo lo que los Tiránidos lanzaban contra Iyanden ant
es de que pudiera alcanzar la superficie del mundo astronave. Repelieron una a u
na todas las oleadas de Tiránidos. Entonces, con voz grave, Yriel juró dar su vida p
or defender a su pueblo.
En los puentes de su nave, unos ojos vigilantes observaban las runas de sus escáne
res, a la espera de la siguiente oleada. Tras diez tensas horas de espera, los T
iránidos no reaparecieron. La flota tiránida había sido destruida.
El coste
Aunque finalmente los alienígenas habían sido destruidos, la victoria del mundo astr
onave había supuesto graves pérdidas.
Miles de Eldars habían sido destruidos y su hermoso mundo astronave estaba cubiert
o con los cadáveres de sus enemigos. La que antaño fuera la poderosa flota de Iyande
n ahora era un simple vestigio del pasado y el armazón del glorioso mundo de Iyand
en estaba tan silencioso como el de una tumba. Las almas de las joyas espíritu des
truidas por los Tiránidos se habían perdido para siempre. Iyanden nunca se recuperaría
totalmente de la terrible devastación sembrada por los alienígenas. Su destino es a
hora una advertencia para aquellos que subestiman la insaciable hambre del Gran
Devorador.
"Puede que hayamos ganado la batalla, pero nuestros ancestros han perdido sus al
mas".
Príncipe Yriel
Estos nueve cargos son prácticamente sacrosantos. Si quedaran vacantes por causa d
e muerte o abandono del cargo por parte de su ocupante, lo habitual es que el su
cesor en el cargo se convierta en Gran Señor. El cargo de Representante de la Inqu
isición no es ocupado por un Inquisidor determinado, sino que su puesto se reserva
para el individuo que sea enviado en nombre de la Inquisición. De forma similar,
el puesto de Enviado Paternal esta a disposición de quien quiera que sea el Enviad
o Paternal de la actual familia regente de los Navegantes. Los tres puestos rest
antes son habitualmente ocupados por alguno de los siguientes cargos oficiales d
e gran poder.
Altos señores de Terra
Gran Comandante del Segmentum Solar
Gran Comandante Militante de la Guardia Imperial
Cardenal(es) del Santo Sínodo de Terra!
La Abadesa Sagrada de las Adeptas Sororitas
Capitán General de los Adeptus Custodes
Canciller de las Finanzas Imperiales
Portavoz de los Capitanes Cartógrafos.
LA PURIFICACIÓN DE LAERAN
Registrado por el escriba de Primer Orden Wendel Voss en el año de gracia del Empe
rador 893/M31
Poco despues del inicio de su propia cruzada,los Hijos del Emperador encontraron
una raza alienigena desconocida hasta la fecha que se hacia llamar Laer.El anal
isis de exploradores y diplomaticos capturados desmotraba que se concentraban en
un unico sistema estelar,Laeran.Pese a ello podian ser,potencialmente, un adver
sario poderoso.Al igual que los propios Hijos del Emperador,los Laer apreciaban
la perfeccion en todos los aspectos de la civilizacion.Mediante el uso de manipu
lacion quimica desde el nacimiento,cada laer se adaptaaba a su papel como obrero
,soldado,diplomatico o incluso artista.Los observadores del Adeptus Administratu
m se preguntaban si tal vez los laer querrian ser un protectorado del Imperio,ya
que conquistar a una raza tan eficiente podria ser una empresa larga y costosa.
Fulgrim rechazo cualquier posible cooperacion:"solo la Humanidad es perfecta",in
sitia.Si una raza alienigena pretendia modificar sus ideales para que fuesen com
parablesa los de la Humanidad,ello se consideraba la mas despreciable de las bla
sfemias y un acto que tan solo merecia la aniquilacion inmediata.Asi pues, orden
o a sus maestres comandantes que atacaran inmediatamente y empezaran una guerra,
que segun las predicciones del Administratum,duraria decadas.Fulgrim oyo estas p
redicciones y agito la cabeza:"En el plazo de un mes dijo el Aguila goberara Lae
ran.
La guerra empezo en cada posible campo de batalla:los Hijos del Emperador atacan
a los Laer en el espacio,en la superficie de su planeta,en las profundidades de
sus oceanos y en el interior de sus plataformas orbitales.En todas partes se en
contraban con un enemigo adaptadoa las condiciones imperantes:naves de guerra co
nectas bioelectricamente a las mentes de su tripulacion,guerreros acuaticos capa
ces de respirar bajo el agua,exploradores capaces de correr tan rapido como si f
uesen montados en un vehiculo y artilleros con una agudeza visual que les permit
ia acertar a un marine especial concreto de una escuadra a kilometros de distanc
ia.Las bajas en ambos bandos fueron horribles:se calcual que, de no haber sido p
or la excelencia de los Aptecarios de la Legion mas de la mitad de sus guerreros
hubiesen muertoa causa de las heridas.
Los Laer nunca se rindieron:sus ultimos guerreros murieron luchando entre las ru
inas de su capital.Un mes despues de haber iniciado el ataque,Fulgrim planto un
ondeante estandarte con el aguila Imperial sbre sus cadaveres.Este estandarte er
a lo unico que se mantenia en pie en todos los planetas del sistema Laeran.Mas d
e 600 de sus hombres murieron y el numero de heridos fue seis veces superior;per
o Fulgrim creia haber probado que tenia razon: contra los guerreros alienigenas
mas perfectos hallados jamas,la Humanidad habia demostrado que era mas poderosa.
[Nota del Archivista:el sistema Laeran,desde hace 10000 años hasta ahora,ha sido e
l hogar de 3 ciudades una decena de colonias mineras.No se ha encontrado rastro
alguno de sus antiguos gobernates]
Los laer eran criaturas de aspecto serpentino que tenian dos pares de brazos y o
jos multifacetados.Uno de los pares iba armado con unas potentes armas laser que
derretian las armaduras de los marines con mucha facilidad,mientras que el otro
par de brazos iba armado con afiladisimas cuchillas.
Los Laer no atacaron a los imperiales al principio,salvo cuando Fulgrim mando un
a flota de exploracion de la 28ª expedicion.Los laer atacaron y destruyeron toda l
a flota imperial de exploradores sin una baja.
Laer era un solo planeta inundado(al parecer por el derretimiento masivo de sus
polos).Salvo las cumbres mas altas todas sus tierras estaban bajo el agua.Para v
ivir sobre el agua habian construido unos extraños atolones coralinos que eran man
tenidos a blote por unos extraños pilares de energia.Todas las estructuras eran de
l mismo material que el atolon y por todas partes se oian un extraño y machador au
llido que cripaba los nervios a todos,menos a los Laer.En uno de estos Atolones,
el 19 se inicio el asalto al planeta,de la mano de la 2ª compañia del capitan Solomo
n Demeter.
Los atolones flotaban orbitando alrededor de un atolon central que tenia un impo
nente templo.
Cuando fulgrim en persona lo asalto y arraso encontro el templo lleno de laer co
pulando de forma lasciva y frenetica alrededor de un bloque que tenia una espada
de aspecto magnifico.Fulgrim se quedo con la espada y calvo en su lugar el mast
il del estandarte(sin estandarte,este habia ardido jundo con su portador por el
ataque de los Laer) con el aguila de dos cabezas.Luego ordeno matar a los Laer q
ue quedaban.
Durante la campaña fabius Bilis ,tras conseguir el permiso de su primarca empezo c
on sus experimentos geneticos para conseguir ir "mas alla de la perfeccion" sist
etizando las primeras drogas de combate que luego les harian tristemente famosos
,asi como otras mejoras con la sirena de muerte que mas tarde usaria,por ejemplo
,Lord Eidolon en Istvaan Extremis.
Asi comenzo la caida del Fenix.
LA ERA DE LA APOSTASÍA
La senda de la condenación
El poder de la Eclesiarquía se propagó por todos los aspectos de la vida Imperial. D
esde los humildes mineros y ordenanzas, pasando por los Oficiales de la Guardia
Imperial y la Armada, hasta los Gobernadores Planetarios y los propios Altos Señor
es de la Tierra, todos eran leales al credo Imperial, al menos en teoría. Muchas v
eces, los Altos Señores adoptaban el punto de vista de la Eclesiarquía, creyendo que
representaban la voz del Emperador; una opinión que el Ministorum no hizo nada po
r contradecir. En poco tiempo la Eclesiarquía dictaba indirectamente la ley Imperi
al, organizaba ejércitos, decidía qué amenazas eran prioritarias y hacia dónde debían diri
girse los recursos Imperiales.
A medida que el poder de la Eclesiarquía aumentaba, algunos elementos se rebelaron
contra el control que ésta ejercía sobre el Imperio. En los consejos de los Altos S
eñores, el Fabricador General de los Adeptus Mechanicus se opuso a la voluntad de
la Eclesiarquía, y los Señores de los Capítulos de Marines Espaciales también dudaban de
las órdenes Imperiales. Siguiendo su ejemplo, el Administratum también empezó a comba
tir el excesivo poder de la Eclesiarquía.
Rabioso por su pérdida de control, el Administratum comenzó a reestablecer su poder
como la fuerza dominante y aglutinante del Imperio. Así empezó un conflicto que ha p
erdurado siete mil años, hasta la actualidad. El Administratum ejercitó su influenci
a de diversas formas: socavando la autoridad del Eclesiarca, influenciando en la
s votaciones del consejo de los Altos Señores, y nombrando seguidores leales para
los puestos de importancia. Desde finales del trigésimo quinto milenio, el poder d
e la Eclesiarquía declinó. A consecuencia de la elección de una desastrosa serie de Ec
lesiarcas débiles e incompetentes, el Administratum consiguió arrebatarle al Ministo
rum la mayor parte de su poder. A medida que transcurría el tiempo, el Administrat
um recuperaba su supremacía. Para la mayor parte de la población la Eclesiarquía seguía
siendo tan fuerte como siempre, poderosa y omnipresente, pero entre bastidores e
ra el Administratum quien dictaba la agenda del Santo Sínodo.
En un intento de escaparse de las garras del Alto Señor del Administratum, el Ecle
siarca Benedin IV trasladó el Santo Sínodo y los escalafones superiores del Adeptus
Ministorum al planeta Ophelia VII en el Segmentum Tempestus. Éste había sido la dióces
is de Benedin como Cardenal, y posiblemente el planeta más rico después de la Tierra
y Marte.
Los Palacios de la Eclesiarquía en Ophelia cubrían 20.000 kilómetros cuadrados y se le
vantaban más de 4.000 metros hacia el cielo. Sólo eran superados por el Palacio Impe
rial de la Tierra. Separada de los designios del Administratum por la gran dista
ncia que los separaba, el poder de la Eclesiarquía volvió a aumentar. En una sucesión
de fuertes incrementos de diezmos, los recursos del Ministorum alcanzaron su pun
to culminante. Los Cardenales de las diferentes Diócesis competían entre ellos para
erigir los monumentos más espléndidos, para construir los templos y catedrales más ost
entosos y grandes. Las purgas de los denominados cultos herejes aumentaron signi
ficativamente, ya que cualquier oposición a la más pequeña voluntad de la Eclesiarquía e
ra brutalmente aplastada.
Al margen del Administratum, la Eclesiarquía empezó a formar su propia flota de nave
s interestelares y ejércitos. Las Fratrías Templarias, como se denominó a estas tropas
, estaban compuestas por una gran cantidad de transportes comerciales y naves de
guerra, y docenas de ejércitos cada uno de los cuales rivalizaba con un Regimient
o de la Guardia Imperial en cuanto a número de tropas. Mientras tanto, los edifici
os del Ministorum en la Tierra fueron desmoronándose y cayendo en ruinas.
A mediados del trigésimo quinto milenio, casi trescientos años después del traslado a
Ophelia VII, Greigor XI fue elegido para la posición de Eclesiarca. Greigor, un ho
mbre profundamente espiritual, era considerado el paso siguiente en el crecimien
to de la Eclesiarquía: aires frescos para despertar lo que se había convertido en un
apático Santo Sínodo. Sin embargo, los Cardenales no estaban en absoluto preparados
para lo que estaba a punto de suceder. Greigor anunció que el Adeptus Ministorum
regresaría a la Tierra. Aunque esta decisión recibió una fuerte oposición tanto desde de
ntro como desde fuera de la Eclesiarquía, Greigor creía que el verdadero centro de l
a Fe debía ser la Tierra, el planeta natal de la humanidad y lugar de reposo del E
mperador.
Nadie pudo disuadirle de esta decisión, y aunque llevó doce años organizar el regreso,
el tiempo necesario para reunir los recursos y las necesidades físicas del viaje
por el espacio disforme, las puertas de los Palacios Eclesiarcales de la Tierra
volvieron a abrirse una vez más. El acondicionamiento de los Palacios supuso una f
uerte carga para las ya maltrechas arcas de la Eclesiarquía. Al haberse agotado su
s fondos con el extremadamente costoso traslado a la Tierra, el Adeptus Ministor
um tuvo que incrementar aún más los diezmos para costear la reconstrucción.
Mientras proseguía el acondicionamiento, Greigor XI empezó a preparar los fundamento
s para otros cambios en el seno de la estructura del Adeptus Ministorum, cambios
que fueron considerados radicales por muchos de los miembros del Santo Sínodo. Un
a vez más, se negó a cambiar de opinión, pero antes de que sus innovaciones pudieran s
er puestas en práctica, Greigor XI murió al ser envenenada su comida. Se derramaron
muchas lágrimas en su funeral (se dice que seis millones de fieles pasaron ante su
capilla ardiente), y los Cardenales hablaron de un gran hombre que les había sido
arrebatado demasiado pronto. Sin embargo, antes de que las lágrimas se hubieran s
ecado y de que el cuerpo de Greigor hubiera sido enterrado en el Mausoleo del Re
cuerdo, fue elegido un nuevo y más conservador Eclesiarca, y el Ministorum continuó
tal y como había venido haciéndolo desde entonces.
La anarquía
Debido a las cada vez mayores demandas de los Cardenales, los diezmos de la Ecle
siarquía se incrementaron una vez más. Desafortunadamente, la mayoría de la población ya
se encontraba al límite de sus posibilidades, y este nuevo incremento fue conside
rado por muchos como innecesariamente desorbitado. En una gran cantidad de mundo
s Imperiales la población se rebeló abiertamente contra la Eclesiarquía, negándose a pag
ar. Incluso algunos Gobernadores Planetarios se pronunciaron en contra de los ex
cesos del Ministorum, pero nadie les escuchó.
La Eclesiarquía respondió con la venganza, enviando ejércitos para aplastar cualquier
signo de revuelta, y ejecutando a altos cargos por herejía. Alexis XXI utilizó el Of
icio Asesinorum para eliminar a varios Gobernadores que utilizaron los diezmos p
ara financiar sus propias Fuerzas de Defensa Planetaria, y se le atribuye el hab
er dicho: "Habían abjurado de la protección del Emperador para su propio beneficio m
aterial". Los diezmos se utilizaron para construir templos todavía más grandes, para
erguir estatuas de los Eclesiarcas difuntos junto a las autopistas de los plane
tas y para decorar los Palacios Eclesiarcales con los metales y joyas más raras.
La rebelión prosiguió. En todo el Imperio se produjeron revueltas en masa que las Fr
atrías Templarias de la Eclesiarquía sofocaban rápidamente. Todos aquellos que desafia
ban los derechos de la Eclesiarquía eran acusados de herejes y castigados en conse
cuencia. Hubo quien pensó que los sangrientos métodos de represión de la Eclesiarquía er
an excesivos, pero no eran nada en comparación con lo que estaba por llegar.
Cuando el Imperio todavía tenía problemas para sobrevivir a causa de las guerras y l
a falta de un verdadero liderazgo en la Tierra, nuevos desastres se cernieron so
bre la humanidad. A principios del trigésimo sexto milenio la incidencia de las to
rmentas de Disformidad empezó a aumentar. Los viajes entre las estrellas que no es
tuvieran próximas se volvió arriesgado, y a medida que pasaban los siglos el espacio
disforme fue convirtiéndose en una masa de turbulentas tormentas. La navegación se
hizo difícil por toda la Galaxia, y cientos de sistemas quedaron totalmente aislad
os. Con los recursos del Administratum y la Eclesiarquía concentrados en su lucha
por el poder, la mayor parte del Imperio se sumió en la anarquía. En los pocos plane
tas aún accesibles a las naves interestelares, el poder de la Eclesiarquía fue bruta
lmente impuesto por las Fratrías Templarias, y cualquier ligera desviación de sus sa
ntos decretos era considerada herética, colgando o quemando al responsable de ese
crimen.
Viendo las convulsiones que agitaban al Imperio, los incursores del Caos emergie
ron del Ojo del Terror para atacar los despojos de sus enemigos. Los Señores de la
Guerra Orkos asolaron amplias zonas de la Galaxia sin que nadie pudiera detener
les. En los planetas aislados de la Tierra los cultos del Caos y Genestealers se
rebelaron y depusieron a sus gobiernos, condenando a mundos enteros a la esclav
itud y las masacres. Los planetas que no fueron devastados por alienígenas lucharo
n por conservar lo que pudieron. Con el paso del tiempo incluso los planetas más a
vanzados comenzaron a doblar la rodilla. Como había sucedido anteriormente, sin la
firme guía del Adeptus Ministorum, incluso el Culto al Emperador comenzó a evolucio
nar hacia una serie de subcultos y sectas, y en los tiempos difíciles de aquellos
siglos, quienes alguna vez habían sido hermanos bajo la luz del Emperador combatían
uno contra el otro para imponer sus ideales religiosos.
La mayor parte del Imperio se encontraba sumido en un estado preapocalíptico. Zelo
tes enloquecidos denunciaban a la Eclesiarquía y proclamaban que el Emperador esta
ba disgustado con ella por su codicia y sus excesos, enviando tormentas de Disfo
rmidad como una prueba para juzgar a los buenos creyentes y separarlos de los he
rejes y pecadores. Azuzados por estas proclamas, los ciudadanos emplearon las fl
agelaciones y automutilaciones para probar sus convicciones y su fe. Poblaciones
enteras se convirtieron en masas hirvientes de cultos sumidos en la desesperación
, cada uno intentado superar al otro en sus demostraciones de devoción al Emperado
r. Extraños grupos desgajados crecieron en poder, proclamando sus causas radicales
. Pogromos sedientos de sangre masacraron a muchos inocentes mientras la población
trataba de aplacar la ira del Dios Emperador. En algunas comunidades cualquier
mínima desviación de lo que parecía normal conducía instantáneamente a la muerte del afect
ado y toda su familia. Poblaciones enteras fueron esclavizadas o masacradas al c
onsiderarlas culpables de alguna desviación genética real o imaginaria.
El alto señor Vandire
El nombre más infame conectado con la Era de la Apostasía y arquitecto del Reinado d
el Terror fue Goge Vandire, 361º Alto Señor del Administratum. Vandire tenía reputación
de intransigente y era un fuerte adversario de la primacía de la Eclesiarquía. Se ru
moreaba que utilizó asesinatos y chantajes para alcanzar el rango de Alto Señor, y n
adie dentro del Administratum se atrevía a oponerse a él. Poco antes de su ascenso a
l preciado cargo de Alto Señor, Vandire había sido decisivo en la elección del Eclesia
rca Paulis III, un degenerado incompetente que fue fácilmente controlado por Vandi
re y sus partidarios dentro del Ministorum.
Una vez bien afianzado en su posición dentro del Administratum, Vandire se puso en
marcha para hacerse con el control de la Eclesiarquía. Mientras otros Altos Señores
habían manipulado de forma encubierta al Adeptus Ministorum, Vandire fue totalmen
te abierto en sus intenciones. Al final Vandire en persona dirigió un contingente
selecto de oficiales de la Guardia Imperial hasta el Palacio Eclesiarcal y destr
onó a Paulis III en lo que sólo puede ser considerado como un golpe militar. Declara
ndo que Paulis III era un traidor a la humanidad, hizo que el Eclesiarca fuese s
umariamente fusilado, y ocupó el puesto dual de Alto Señor de la Tierra y de la Ecle
siarquía.
Sorprendido y aterrorizado, el Santo Sínodo no pudo hacer nada para oponerse a Van
dire, ya que éste empezó a eliminar a cualquiera que se le opusiese dentro del Minis
torum. Cuando la ira de Vandire cayó sobre los Cardenales, todos aquellos que aún no
habían huido decidieron regresar a Ophelia VII para escapar de las garras del Alt
o Señor. Sin embargo, el destino les jugó una mala pasada y en cuanto su nave entró en
el espacio disforme fue engullida por una enorme tormenta y nadie volvió a saber
nunca nada más de ellos. Vandire proclamó que era la voluntad del Emperador, evidenc
ia de su derecho divino a gobernar el Imperio en nombre del Emperador.
Vandire nombró Cardenales de su entero gusto para cubrir los bancos de caoba de la
s cámaras del Santo Sínodo. Seleccionó una calculada mezcla de dementes sin fuerza de
voluntad y genios brillantes con la suficiente cantidad de crueldad para asegura
rse de que apoyarían sus deseos sin réplica alguna. El Alto Señor poseía al fin el contr
ol total y sin oposiciones sobre la Eclesiarquía y el Administratum. El Imperio af
rontaba los momentos más terribles desde la Herejía de Horus.
El reinado del terror
Vandire estaba loco: era un paranoico megalómano que veía complots e intrigas por to
das partes. Su mente era retorcida en todos los aspectos, y disfrutaba torturand
o a sus víctimas, con la excusa de que estaba purificando sus almas para el Empera
dor. Esperaba que todas y cada una de sus palabras fueran anotadas para la poste
ridad, y constantemente le acompañaba una marabunta de escribas cuya misión era anot
ar cualquier cosa que dijera o cualquier tortura especialmente innovadora que in
flingiera en las transformadas catacumbas del Palacio Eclesiarcal. Su humor vari
aba violentamente, riendo un momento y violentamente furioso al siguiente.
Vandire caía a menudo en un estado de semitrance, durante el cual discutía consigo m
ismo con voz susurrante y en otras ocasiones gritaba sin razón aparente. Afirmaba
que estaba recibiendo mensajes del Emperador. Estos períodos meditativos siempre e
ran seguidos por accesos de violencia excesiva. Había instalado un descomunal mapa
tridimensional del Imperio en su Cámara de Audiencias, que era constantemente act
ualizado con la actividad de las tormentas de Disformidad. Tan pronto como era p
osible llegar a un mundo, enviaba una flota de guerra para establecer su control
en él.
El Reinado del Terror afectó a todo el Imperio. Muchos oficiales psicópatas del Ejérci
to y la Armada estaban demasiado dispuestos a ejecutar las órdenes de Vandire: el
bombardeo vírico del Mundo Colmena de Calana VII sin razón aparente; la invasión de la
s tierras agrícolas de Boras Minos y la posterior esclavización de todas las niñas men
ores de doce años de edad; la utilización de las baterías orbitales de Jhanna para fun
dir los casquetes polares del planeta, donde murieron ahogadas casi cuatro billo
nes de personas en las inundaciones resultantes. La lista es interminable, metic
ulosamente registrada por los escribas de Vandire. Éste dictaba largos discursos l
amentándose del maltrecho estado del Imperio, exigiendo justicia contra el sector
de la humanidad que en ese momento fuera el objetivo de su odio.
Las hijas del emperador
Al principio del Reinado del Terror, la inmensa red de espías de Vandire notificó al
Alto Señor la existencia de un secta que hasta entonces había evitado la atención del
Ministorum. Se trataba de un pequeño culto, de quizás unos 500 miembros en total, e
n el diminuto mundo agrícola de San Leor. Vandire estaba furioso cuando por primer
a vez oyó hablar del grupo, pero mientras sus agentes continuaban explicando la na
turaleza de su culto, sus intenciones homicidas se convirtieron en codicia. La s
ecta, conocida como las Hijas del Emperador, estaba compuesta sólo por mujeres que
se consagraban a la adoración del Emperador a través de la pureza interior. Las Hij
as del Emperador estudiaban los antiguos artes de la guerra, empleando un gravos
o proceso de aprendizaje para liberar sus mentes de cualquier consideración mundan
a, mejorando sus habilidades a lo largo de toda su vida. Vandire ordenó que se pre
parara inmediatamente una nave para viajar a San Leor, y anunció que honraría al pla
neta con una visita Eclesiarcal.
Con un séquito de casi cien mil sirvientes y soldados, Vandire llegó a San Leor. Mie
ntras la procesión de kilómetros de longitud se dirigía hacia el templo de las Hijas d
el Emperador, los agentes de Vandire precedieron a la caravana del Eclesiarca, o
bligando a la escasa población de granjas y pueblos a alinearse a lo largo de las
calles de sus poblaciones y mostrar el debido respeto. Aquellos que no lo hacían e
ran ejecutados en el acto, sin tener en cuenta sus razones. Incluso los ancianos
y los recién nacidos fueron sacados de sus casas para presenciar la llegada del E
clesiarca. Las multitudes, a punta de pistola, eran provistas de laureles y rega
los con los que obsequiar al Señor Vandire, tirándole flores perfumadas y alabándole.
Los holovídeos de las diversas ceremonias realizadas por el Señor Vandire se difundi
eron por todos los planetas accesibles por el Imperio, aprovechando esta propaga
nda para reforzar más aún el poder del Eclesiarca.
Al llegar al templo, Vandire encontró las puertas cerradas a cal y canto, y fue in
formado por una joven Hija del Emperador de que la Orden no reconocía su autoridad
. Esperando la acostumbrada explosión de rabia y destrucción, los aterrorizados func
ionarios de Vandire temieron por sus vidas. Sin embargo, Vandire había tenido en c
uenta la posibilidad de una respuesta tan insolente y ya había pensado una solución.
Ordenó a las Hijas del Emperador que presenciaran un hecho que demostraría que tenía
el favor del Emperador.
Acompañado por una pequeña escolta, Vandire entró en el templo y fue conducido al salón
principal. Ante toda la Orden reunida, Vandire se arrodilló en súplica al Emperador,
solicitando su protección mientras aferraba el Rosarius del Eclesiarca con ambas
manos. Levantándose nuevamente, ordenó a un miembro de su escolta disparar sobre él co
n su pistola láser. Al principio el oficial se negó, pidiendo a Vandire que no se pu
siera en peligro. La respuesta de Vandire que ha quedado registrada fue: "No hay
peligro, tengo la protección del Emperador. ¿Dudas de ello?". El oficial no tuvo re
spuesta para esta pregunta, llena como estaba de doble sentido y porque ocultaba
una amenaza de castigo. Fríamente, alzó su pistola, apuntó al pecho del Eclesiarca y
disparó.
Cuando el fogonazo de energía impactó a Vandire, se produjo una explosión de luz, cega
ndo a todos los que se encontraban en la sala. Cuando recuperaron sus sentidos,
vieron a Vandire en pie, totalmente ileso en el centro de la sala apoyado en su
cetro de hueso. Casi al unísono, los Guardias y las Hijas del Emperador cayeron de
rodillas en adoración. Según explicó posteriormente a sus escribas, Vandire había supue
sto que las aisladas Hijas del Emperador jamás habrían oído hablar del Rosarius, o del
generador de una pantalla de conversión que contenía.
Recibiendo el juramento de fidelidad de las Hijas del Emperador, Vandire elevó la
secta a la posición de guardia personal del Eclesiarca y se las llevó consigo de reg
reso a la Tierra. Desde entonces, las mujeres guerreras se convirtieron en su es
colta personal de soldados y asistentes, y Vandire las rebautizó como Consortes de
l Emperador. Fueron entrenadas por los mejores instructores de la Guardia Imperi
al para combinar sus propias habilidades con las armas modernas. La noticia de s
u dedicación a la protección de Vandire se propagó por todo el Imperio. Eran sus fiele
s guardianas y sus silenciosas ejecutoras, que matarían con una sola palabra de su
Señor.
Las Consortes del Emperador no sólo servían a Vandire como escolta personal, si no q
ue también eran sus criadas y asistentes. Probaban la comida del Alto Señor, lo alim
entaban cuando se encontraba débil por la enfermedad, cuidaban su frágil cuerpo y lo
entretenían con canciones, bailes y otras habilidades más exóticas. Pese a toda su du
lzura, cuando era necesario las Consortes del Emperador seguían siendo duras comba
tientes, y cuando el Santo Sínodo intentó asesinar a Vandire unos años más tarde, las Co
nsortes entraron en la sala de reuniones, cerraron las puertas y salieron una ho
ra más tarde llevando las cabezas cortadas de todos los Cardenales.
Sebastian Thor
La violenta represión y las carnicerías infundadas prosiguieron durante siete décadas
tras la ascensión de Vandire al Palacio Eclesiarcal. Los recursos del Adeptus Mini
storum se destinaban a los sangrientos pogromos y a la construcción de nuevos e in
mensos monumentos del Emperador y Vandire. Sin embargo, la locura de Vandire se
dirigía siempre hacia el exterior, y aunque los planetas más remotos disponían de torr
es y catedrales kilométricas, el Palacio Eclesiarcal de la Tierra cayó de nuevo en e
l abandono. Se desmoronaron alas enteras del edificio a causa del peso de los si
glos, y los inmensos candelabros e incensarios de la Cámara de Audiencias se dejar
on extinguir.
Mientras el resto del Imperio refulgía con el brillo del oro y el platino, y respl
andecía con la luz de millones de gemas raras, el dominio personal de Vandire se c
onvirtió en un oscuro cubil de sombras y vientos gélidos y húmedos. En algunos lugares
el polvo se acumulaba hasta los tobillos; las antiguas reliquias estaban mancha
das y deslustradas; los tapices se desgastaban y enmohecían; las ratas y otras ali
mañas dejaban su huella en las valiosísimas alfombras. Muchas veces, la gran sala es
taba iluminada tan sólo por un único candelabro, y tan sólo algunas pisadas dispersas
delataban la presencia en la oscuridad de las Consortes del Emperador.
Incluso durante el día, la pátina de mugre y suciedad que cubría las vidrieras apenas
dejaba pasar un rayo de luz solar. Cuando las lluvias persistentes limpiaban el
exterior de los ventanales, un haz de luz más clara podía llegar hasta el suelo de l
a gran sala, pero en esos casos Vandire se retiraba a sus habitaciones y se sent
aba durante días en completo silencio. El Alto Señor caía en largos sueños en los que, a
tormentado por las pesadillas, lanzaba aullidos histéricos. Su anciano cuerpo fue
saturado de drogas y elixires para evitar las inevitables enfermedades y achaque
s de la edad. Sin embargo, con las armas de las Consortes del Emperador siempre
dispuestas a obedecer su voluntad, el inválido Alto Señor seguía mandando con puño de hi
erro. En sus momentos de mayor lucidez, podía oírse al achacoso Vandire murmurando c
ontra la luz. Las notas de sus escribas indican que su temor hacia la luz solar
crecía día a día.
La llegada de un joven agente procedente de los límites septentrionales de la Gala
xia, en los alrededores del planeta Dimmamar, causó una gran conmoción en la Tierra.
Su informe preocupó a los consejeros del Alto Señor y causó un estallido de ira apopléj
ica en Vandire. Dimmamar había denunciado al Alto Señor como traidor al Imperio y lo
s antiguos rituales de la Confederación de la Luz estaban siendo restaurados en to
da la Diócesis. El nombre de un hombre se repetía una y otra vez por todo el Segment
um Obscurus. Ese nombre era Sebastian Thor.
Nadie en la Tierra sabía de dónde procedía este hombre o cuáles podían ser sus objetivos.
Los Altos Señores iniciaron un debate de más de un mes sobre las acciones que debían l
levarse a cabo. Después de su estallido inicial, Vandire se encerró en sí mismo más que
nunca, y en la mayoría de las reuniones del consejo aparecía acurrucado en el trono
de ébano y terciopelo del Eclesiarca, rodeado por las siempre vigilantes Consortes
del Emperador, con sus ojos fijos en el vacío. Cuando llegaron nuevas noticias de
la revuelta, fue evidente que la rebelión tenía que abortarse rápidamente. En tres me
ses otros ochenta sistemas habían declarado su lealtad a la Confederación de la Luz
y sólo la presencia de los ejércitos y flotas del Ministorum evitaba que sucediera l
o mismo en otros sectores de los límites septentrionales de la Galaxia. Para neutr
alizar esta amenaza se envió a las Fratrías Templarias más leales, con la orden de arr
asar Dimmamar y aniquilar a toda criatura viviente del planeta.
La flota de guerra partió rápidamente, pero poco después de entrar en el espacio disfo
rme cerca del sistema Clax, fue destruida por una tormenta de Disformidad de pro
porciones colosales. La última transmisión astropática hablaba de arcos de energía blanc
os que partían los cascos de las naves, la potencia de la tormenta retorcía literalm
ente a hombres y máquinas, haciendo implosionar a los soldados y desintegrándolo tod
o. El sistema Clax ha quedado aislado desde entonces por la tempestad, y se dice
que aquellos que pasan por sus proximidades todavía pueden oír los gritos de los mu
ertos y el eco de los últimos pensamientos de los Astrópatas. Es un área de malos augu
rios conocida actualmente como la Tormenta de la Ira del Emperador.
Con este severo revés para el poderío militar de la Eclesiarquía, la totalidad de la p
oblación del Segmentum Obscurus se alzó en rebelión. Los Palacios Cardenalicios fueron
asaltados por fanáticos conversos, que rasgaron los tapices, quemaron los iconos
y rompieron las vidrieras. En medio de toda esta locura, el nombre de Sebastian
Thor seguía repitiéndose. ¿Quién era esta misteriosa figura que parecía buscar la destrucc
ión de la Eclesiarquía y con ella la del propio Imperio? Quizás se trataba de algún inst
rumento de los Dioses del Caos, otro Horus intentando esclavizar de nuevo a la h
umanidad. También era posible que alguna otra fuerza alienígena lo controlara: una d
e las numerosas criaturas del espacio disforme, o alguna raza inmensamente poder
osa no detectada hasta entonces. A medida que los agentes del Ministorum fueron
reuniendo más información, los Altos Señores quedaron sorprendidos por las noticias.
Thor no era ninguna entidad demoníaca con intención de corromper el Imperio; era sólo
un hombre educado en una Escuela Progenium de Dimmamar. Los interrogatorios a an
tiguos compañeros revelaron que había sido un devoto, aunque introvertido, seguidor
del Culto Imperial desde muy temprana edad. Sin embargo, Thor había afirmado recie
ntemente tener visiones del Emperador, y había avisado del desastre que estaba a p
unto de caer sobre la humanidad. Se decía que Thor había echado a un viejo Predicado
r de su púlpito en medio de una oración y había denunciado los procedimientos de la Ec
lesiarquía. Con una elocuencia y un carisma que los informantes no podían explicar,
Thor se dirigió a los presentes, penetrando con sus palabras en sus mentes y coraz
ones.
Las nuevas del incidente se propagaron rápidamente, y pronto millares de personas
acudieron a oír sus sermones y marchaban junto a él con un nuevo celo religioso que
ardían en sus almas, propagando aún más el mensaje. Algunos miembros de la herética Conf
ederación de la Luz se aproximaron al joven en secreto, y en su siguiente sermón dec
laró abiertamente su lealtad a la secta. Thor fue conducido ante el Comandante Imp
erial, Gaius Welkonnen, y le habló de sus sueños y visiones, y de su ambición por libe
rar al Imperio de la tiranía de Vandire. Nadie podía explicar qué extraño poder contenía l
a voz de Thor, pero el Gobernador inmediatamente juró lealtad a Sebastian Thor y p
uso el ejército de Dimmamar a su disposición, como el adepto había solicitado.
Cuando se propagó la noticia, el Segmentum Obscurus se sumió en la anarquía, y por doq
uier se produjeron profanaciones, saqueos y actos de destrucción indiscriminada. A
unque los espías de Vandire eran descubiertos y eliminados con gran eficiencia, se
hizo evidente que el "ejército" de Sebastian Thor había crecido hasta alcanzar la c
ifra de más de cinco millones de seguidores en menos de un año, y que esta gigantesc
a comitiva estaba dirigiéndose lenta pero inexorablemente hacia la Tierra. Incluso
algunas Fratrías Templarias supervivientes se habían unido a sus fuerzas.
Se multiplicaron las leyendas sobre Thor y su larga marcha, y sobre los milagros
que se atribuían a su presencia. Algunos eran explicables por la increíble oratoria
del joven adepto, como la forma en que los habitantes de los planetas por donde
pasaba reunían sus recursos para proveerle de todo los necesario para alimentar y
alojar a su inmensa comitiva. Otros continúan siendo un misterio, como las leyend
as de los Navegantes sobre la calma total del espacio disforme mientras viajaban
de un sistema a otro. Aunque el resto de la Galaxia todavía estaba afectada por l
as devastadoras tormentas que habían aislado al Imperio desde hacía muchos siglos, l
a gigantesca flota de la Confederación de la Luz atravesaba el espacio disforme si
n el menor percance. El Paternal de los Navegantes le dio el título de Abstracta P
reomnis, el Señor del Espacio Disforme.
Las noticias sobre Sebastian Thor se extendieron desde el Segmentum Obscurus hac
ia otras partes del Imperio. La distancia exageró el mensaje, y pronto Thor estaba
siendo aclamado como un Dios. Al haber sido destruido la mayor parte de su ejérci
to en Clax, el Adeptus Ministorum no podía hacer nada para evitar que un sistema t
ras otro, una diócesis tras otra cambiasen su lealtad hacia la nueva creencia reli
giosa predicada por Thor. A pesar de la abierta oposición de muchos Cardenales y C
onfesores que veían cómo su poder, sus tradiciones y su forma de vida estaban siendo
destruidos, el credo de Thor convirtió a millones de seguidores. La cooperación y e
l sacrificio pasó a ser la doctrina de aquellos que oían los apasionados discursos d
e Thor, pronunciados en todos los planetas por los que pasaba a lo largo de la r
uta hacia la Tierra. Aunque muchos se opusieron a Thor, en todo el Imperio la si
tuación general estaba en contra de Vandire. Las masas habían sido presionadas hasta
el límite, pero esta vez tenían un líder que les guiaba.
Las guerras de la apostasía
Todavía tenían que llegar noticias más preocupantes al consejo de los Altos Señores. Has
ta ahora, el Adeptus Mechanicus y los Capítulos de Marines Espaciales habían jugado
un papel secundario en la Era de la Apostasía. Las violentas tormentas del espacio
disforme hacían que recorrer largas distancias fuera, en el mejor de los casos, a
rriesgado, e imposible en algunas zonas. Los planetas del Adeptus Astartes y los
Mundos Forja del Adeptus Mechanicus se convirtieron en fortificaciones en medio
de un mar de anarquía. Estas organizaciones estaban a la defensiva, protegiendo l
os pocos sistemas que podían de los desmanes de la Era de la Apostasía y las masacre
s del Reinado del Terror de Vandire. De todo el Imperio, tan sólo estos pequeños enc
laves consiguieron sobrevivir toda la Era sin sufrir daños importantes, gracias a
la protección del Adeptus Mechanicus y los Marines Espaciales que los salvaron de
los peores sucesos de esa terrible época.
Al recibir noticias de Sebastian Thor y la propagación de la Confederación de la Luz
, muchos Señores de los Capítulos de Marines Espaciales del Segmentum Solar y los se
ctores más próximos del resto del Imperio empezaron a apoyar abiertamente a este mov
imiento. El Adeptus Mechanicus envió requerimientos a los Altos Señores para que tom
asen la iniciativa y juzgaran y ejecutaran a Vandire por traición. La respuesta de
Vandire fue disolver el consejo de Altos Señores y ordenar al resto de sus ejército
s y flotas que atacasen a los insurrectos Marines Espaciales y al Culto Mechanic
us. Muchos oficiales se negaron a cumplir órdenes suicidas como esa y fueron quema
dos o fusilados por alta traición y herejía. Fueron reemplazados por comandantes más m
anejables, pero esta vez se hizo evidente la traición de Vandire. Enfurecido por l
o que vio, Gastaph Hedriatix, Fabricador General del Adeptus Mechanicus, ordenó el
transporte de regimientos de la Tecno Guardia marciana a la Tierra. A estos reg
imientos se les unieron los Marines Espaciales de los Capítulos Puños Imperiales, Ha
lcones Llameantes, Bebedores de Almas y Templarios Negros.
Aunque la mayor parte del Palacio Eclesiarcal había quedado en ruinas, el complejo
central que albergaba el salón del trono de Vandire continuaba siendo una fortifi
cación casi inexpugnable. Durante meses, las fuerzas combinadas de la Tecno Guardi
a y los Marines Espaciales intentaron abrir una brecha en los muros, pero fueron
rechazados una y otra vez por las Consortes del Emperador, que en esa época conta
ban con diez mil guerreras. Mientras los gigantescos cañones del Adeptus Mechanicu
s bombardeaban una y otra vez los muros del Palacio, y las escuadras de asalto d
e los Marines luchaban por corredores de kilómetros de longitud plagados de muerto
s, la atención de Vandire y los Altos Señores se dirigía hacia el exterior. Pero era d
esde el interior de donde iba a llegar el mayor peligro.
La caída del alto señor
Desde el inicio del Reinado del Terror, otra organización había permanecido al marge
n de la carnicería y la devastación. Desde el interior de los seguros muros del Pala
cio Imperial, el Adeptus Custodes había continuado su eterna vigilia del Trono Dor
ado. Para escapar a la anarquía que prevalecía, y asegurar la protección del propio Em
perador, los Custodios se habían aislado voluntariamente del exterior. Sólo algunos
retazos de información habían atravesado los sellados muros de los más sagrados lugare
s, y fue sólo cuando los Marines Espaciales y los Adeptus Mechanicus atacaron a Va
ndire que conocieron la verdadera extensión de la traición cometida por el Alto Señor.
Durante sus encuentros secretos con los Comandantes de los Marines Espaciales,
los Adeptus Custodes tuvieron noticia del Reinado del Terror y de las Consortes
del Emperador que defendían al Alto Señor traidor. La misteriosa orden aconsejó a los
Marines Espaciales que continuaran su ataque mientras ellos hacían lo que estuvier
a en sus manos.
Las defensas del Palacio Eclesiarcal no constituían obstáculo alguno para los Adeptu
s Custodes, con sus conocimientos milenarios del Palacio Imperial y de sus miles
de kilómetros de corredores ocultos y pasadizos secretos. Un pequeño contingente de
Custodios, al mando de un Centurión de los Comilitones, se abrió paso hasta el cent
ro del dominio de Vandire. Saliendo de los túneles secretos, no tardaron en ser de
tenidos por las Consortes del Emperador. Solicitando una tregua para parlamentar
, el Centurión dejó en el suelo sus armas y caminó al encuentro de las guardianas de V
andire. Durante una hora desarrolló una apasionada petición para que las Consortes d
el Emperador renunciasen a sus juramentos, intentando convencerlas de que estaba
n combatiendo en nombre del mal, no del Emperador. Sin embargo, las Consortes de
l Emperador no se dejaron convencer por sus argumentos, y al anónimo Centurión no le
quedó más que una opción. Dejando a sus hombres como rehenes, el Centurión guió a la ofic
ial de las Consortes del Emperador y a una escolta de cinco guerreras a través de
los túneles.
Las Consortes del Emperador pronto se encontraron perdidas en el interior del os
curo y retorcido laberinto, pero el silencioso Centurión las condujo sin titubeos
hasta el interior del Palacio Imperial. Finalmente aparecieron ante una luz mort
ecina, frente a los Comilitones que custodiaban La Puerta; la entrada secreta a
la Sala del Trono Dorado. El Centurión les explicó lo que estaba sucediendo, que las
mujeres guerreras estaban a punto de entrar en el lugar más sagrado de la Galaxia
, y que él las conduciría ante el propio Emperador. Iban a ver lo que nadie, salvo l
os Primarcas Marines Espaciales y los Comilitones había visto durante seis milenio
s. El Centurión les avisó de que si hablaban morirían, y las guió hacia la luz dorada qu
e escapaba del portal entreabierto.
Lo que vieron no ha quedado registrado, y los Comilitones hicieron jurar a las C
onsortes del Emperador que guardarían el secreto. Se rumorea que vieron al Emperad
or, inmovilizado por las energías del Trono Dorado. Lo que sucedió entre ellas y los
Comilitones también es causa de muchas especulaciones, pero cuando volvieron a cr
uzar La Puerta, sus ojos ardían con un odio y una furia incontrolables. Sin pronun
ciar una palabra, el Centurión las guió de nuevo a través de los lúgubres túneles, esta ve
z directamente hasta la Cámara de Audiencias. Su oficial, Alicia Dominica, habló de
la traición de Vandire y su depravada corrupción de la Eclesiarquía, pero sobre todo h
abló de la retorcida perversión de la orden. Furiosas y avergonzadas, renunciaron al
nombre de Consortes y se convirtieron una vez más en las Hijas del Emperador.
Durante todo este tiempo, Vandire había permanecido ignorante de la revuelta que s
e cernía sobre él, estudiando el mapa tridimensional del Imperio. Saliendo de su int
rospección, parpadeó sorprendido cuando se percató de las guerreras congregadas a su a
lrededor. El distante sonido del tiroteo había enmudecido en cuanto el mensaje se
había extendido por el Palacio Eclesiarcal. Las cuatro mil combatientes que habían s
obrevivido al salto de los Marines Espaciales y la Tecno Guardia fueron reuniéndos
e lentamente en el gran salón.
Vandire pronunció un apasionado discurso, explicando qué sistemas tenían que ser aplas
tados, dictando órdenes para que se enviaran flotas para aniquilar a Thor y a sus
seguidores. Sin embargo, incluso sus escribas lo habían abandonado, y se había queda
do solo en la Cámara de Audiencias con las vengativas Hijas del Emperador. Alicia
Dominica se enfrentó a Vandire. Sus palabras están grabadas sobre el negro sarcófago d
e marfil que contiene su cuerpo:
"Habéis cometido la mayor herejía. No sólo habéis dado la espalda al Emperador y abandon
ado su luz, sino que además habéis profanado su nombre y casi destruido todo aquello
por lo que él ha luchado. Habéis pervertido y retorcido la senda que había establecid
o para que siguiera la Humanidad. Como vuestros propios decretos han establecido
, no puede haber gracia para tal crimen, no puede sentirse piedad para un crimin
al como este. Renuncio a vuestra autoridad, camináis en la oscuridad y no podéis seg
uir viviendo. Vuestra sentencia ha sido aplazada durante demasiado tiempo. Ha ll
egado el momento de que muráis."
Dominica desenfundó su espada de energía y la sostuvo en alto para que todas la vier
an. Vandire miró hacia las guerreras congregadas, confuso, con el entrecejo frunci
do. Negando ligeramente con la cabeza, el Alto Señor susurró sus últimas palabras:
"¡No tengo tiempo para morir... estoy demasiado ocupado!"
La espada de energía cayó, decapitando al Alto Señor traidor de un solo tajo y partien
do su Rosarius por la mitad.
El Reinado del Terror había terminado.
LA PURGA DE LASTRATI
Hasta que una secta conocida como Ejército Drino se hizo con su control. Lastrati
era un importante mundo colmena del Urtima Segmentum. El Ejército Divino mostraba
una intolerancia sin igual con todos aquellos que se desviaban aunque fuera mínima
mente de una doctrina con la que sus líderes postulaban cómo debía ser el humano perfe
cto. Virus alterados genéticamente para atacar algunos rasgos humanos en concreto
erradicaron gran parte de la población y, cuando el Imperio, resiabloció el contacto
con este remoto planeta, su población había descendido a dos millones y medio, cuan
do antañofiábia contado con catorce billones.
Lastrati se había convertido en un lugar de peregrinación y durante siglos, los crey
entes hablan llegado a visilar lugares como la Colma de los Herejes y la Llanura
de la Pureza. Cuando la Cruzada de Athator. dirigida por el Mariscal Gerv hart.
llegó hasta Lastrati. Gevhart y sus comandantes descendieron a la superficie para
inspirarse en un lugar tan sagrado como aquel. Nada más aterrizar se dieron cuent
a ce que la población del planeta había adoptado sangrientos y barbaros ntuales y qu
e sacrificaban seres humanos para alcanzar la perfección. El Mariscal Gervhart ord
enó erradicar lanía degeneración antes de seguir adelante con su cruzada y solamente p
ormitió vivir a aquellos que no tenían mácula alguna; lo que fue visto como un acto de
piedad que tuvo gran repercusión en la vida del Mariscal Gervhari tiempo después.
ELUXCIDAR EL GUARDIAN
En el momento álgido de la Cruzada Altidana, los Ángeles Oscuros llevaron a cabo un
asalto contra la colonia mundo 156 del sistema, un planeta poblado de peregrinos
y colonos que hacía tiempo que habían rechazado el gobierno de Terra y se habían decl
arado independientes. El concilio regidor de la cruzada ordenó que un regimiento d
e la Guardia Imperial atacase a los rebeldes, pero los Ángeles Oscuros decidieron
actuar según una información que habían recibido y que se negaron a desvelar. Los Ángele
s Oscuros no iban a esperar, así que el concilio se vio forzado a darles su autori
zación.
El contingente de Marines Espaciales estaba compuesto por tres escuadrones del A
la de Cuervo, cinco escuadras del Ala de Muerte y cinco escuadras tácticas de la 5
a compañía junto con sus vehículos de apoyo correspondientes). En el despliegue inicia
l bajaron los escuadrones del Ala de Cuervo, que se dispersaron por lo claros de
hongos de las zonas ecuatoriales. En solo seis horas, el Ala de Cuervo envió toda
la información necesaria de las diferentes bases rebeldes y dio comienzo la segun
da fase del asalto siguiendo la doctrina de actuación del capítulo.
Mientras que el Ala de Cuervo hostigaba al enemigo, la 5º compañía desplegó en sus cañoner
as Thunderhawk. Establecieron un cordón del que nadie podría escapar en torno al ene
migo y se lanzaron contra las posiciones más avanzadas. Luego, en respuesta a las
señales enviadas por las balizas del Ala de Cuervo, el Ala de Muerte se teleportó di
rectamente en el cuartel general de los rebeldes, donde empezó a sembrar la destru
cción inmediatamente.
Al poco rato, el Ala de Muerte se encontró con el enemigo que habían venido a combat
ir realmente; que no eran los colonos separatistas, sino su líder: Elucidax el Gua
rdián, un hereje que había inspirado decenas de rebeliones en todo el cuadrante. Per
o los Ángeles Oscuros conocían a este hombre con otro nombre, más antiguo: Zeriah, uno
de los capitanes de la 149 compañía de asalto de la legión de los Ángeles Oscuros.
Zeriah era un oponente formidable y mató a docenas de Ángeles Oscuros antes de ser h
erido gravemente por el disparo de un cañón de asalto que le voló la mitad del pecho.
El Ala de Cuervo capturó a su rival y lo transportó a la Roca. Se dice que el capellán
interrogador Asmodai pudo extraerle al Caído una confesión que hizo que toda su ban
da fuera capturada. No obstante, Zeriah se opuso a admitir sus pecados y que se
hubiera unido junto a Luther a la rebelión contra el capítulo, así que permanece encer
rado en una celda.
ACRÓPOLIS DE KURIN
Los honores de batalla que decoran los estandartes de la 3º de los Ángeles Oscuros s
on numerosos y gloriosos a un mismo tiempo, pero pocos le reportan tanto honor c
omo el ribete que conmemora la batalla por el control de la Acrópolis de Kurin, en
Persembe II.
Persembe, que se encuentra muy cerca del Ojo del Terror, ha sufrido numerosos at
aques a lo largo de los milenios, pero ninguno tan terrible como el del Sumo Ana
rquista Potchek. Este corrupto y pérfido magister del Caos llevó a cabo un asalto or
bital contra el planeta que dejó temblando las defensas de Persembe. En una semana
, las legiones de herejes, mutantes y demonios de Potchek habían acabado con toda
resistencia y las pocas tropas imperiales que quedaban en pie se habían visto obli
gadas a retirarse a la Acrópolis de Kurin, un templo ancestral alzado en honor del
Emperador durante la Gran Cruzada. Los soldados de Persembe decidieron defender
se y morir aquí, pero no sin vender cara su vida.
Pero la 3º compañía de los Ángeles Oscuros descendió sobre el planeta y las tropas imperia
les no tuvieron que morir. Cuando las hordas demoníacas del Sumo Anarquista avanza
ron, ante ellas cayeron decenas de cápsulas de desembarco. Los Ángeles Oscuros crear
on un cordón de defensa entre la Acrópolis y los enemigos. Antes incluso de que las
Thunderhawks acabasen de desplegar los vehículos de apoyo, las escuadras tácticas or
ganizaron una defensa desde las cápsulas de desembarco. El rugido del bólter y los a
ullidos guturales de los demonios tapaban cualquier otro sonido. Las hordas demo
níacas del Anarquista efectuaron una docena de ataques, pero eran rechazadas una y
otra vez, pues los Ángeles Oscuros no sentían miedo ni de estas bestias ni de su fu
ria. Hombro con hombro con su escuadra de mando, el Maestre Baradiel orquestó una
defensa que impidió el avance de las fuerzas enemigas. Cuando los vehículos de apoyo
estuvieron desplegados, los Ángeles Oscuros empezaron a avanzar hacia el enemigo,
cerrando un círculo en torno a él.
Baradiel montó en su Land Raider personal, el Furia de Caliban, y su escuadra de m
ando se introdujo de lleno en el corazón del enemigo. Flanqueado por implacables M
arines Espaciales, Baradiel buscó al Anarquista. Potchek era un gran hechicero y l
evantó sus manos al tiempo que empezaba a entonar un encantamiento; pero nunca lle
gó a completarlo, porque Baradiel le apuntó con su bólter de asalto plateado y le voló l
a tapa de los sesos. El maestre siguió disparando hasta que el cuerpo de Potchek s
e convirtió en una masa sanguinolenta.
En ese instante, el ejército del Anarquista empezó a desaparecer del campo de batall
a. Los demonios huyeron al inmaterium, pues los lazos que los ataban a este mund
o habían desaparecido. Los soldados mortales, todos ellos traidores, se dieron cue
nta de que había llegado el fin, pero, cuando decidieron huir, los Ángeles de Muerte
ya estaban sobre ellos y ni uno solo pudo escapar.
LA MASACRE DE ANTECANIS
Quizás el mayor de todos los señores de la guerra del Caos sedientos de sangre sea A
baddon, Señor de la Guerra de la Legión Negra. Fue durante la 9a Cruzada Negra cuand
o el mundo de Antecanis sintió toda su ira. Al inicio del 37° Milenio, Antecanis era
un mundo colmena en efervescencia, con una población de decenas de billones. Su e
lemento de exportación principal era la gente y la mayoría de ella era enviada a tra
bajar en los muelles de Cancephalus o para abastecer de tripulación a las naves qu
e se construían allí. Como sabía que los muelles de la Flota Imperial estaban muy bien
defendidos, Abaddon decidió atacar su punto más vulnerable: el planeta del que proc
edían sus trabajadores. Sin el suministro de millones de obreros, las manufactorum
y astilleros de Cancephalus quedarían silenciosos.
Abaddon prometió grandes riquezas e innumerables esclavos a sus guerreros, pactó con
los enloquecidos Marines Espaciales de los Devoradores de Mundos, los recelosos
Portadores de la Palabra, los renegados de la Purga, los Apóstoles de Minthras y
docenas de bandas más pequeñas. El poder de la Legión Negra y sus aliados cayó sobre Ant
ecanis en 165.M37. Dio comienzo una batalla espacial alrededor de las defensas o
rbitales, pero las cañoneras de defensa y las estaciones espaciales de la Flota Im
perial poco pudieron hacer contra las barcazas de combate, los cruceros acorazad
os y los acorazados de la flota de Abaddon. Siete días después, las bombas de fusión y
los torpedos de vórtice cayeron desde el cielo sobre las ciudadelas elevadas de l
as colmenas de Antecanis. Millones de seres humanos murieron por el ataque mient
ras las torres relucientes se derrumbaban por el bombardeo orbital. En medio de
toda esta devastación, las naves de desembarco inundaron la superficie del planeta
y liberaron a cientos de asesinos implacables.
Los lugartenientes y aliados de Abaddon se habían repartido el botín y cada uno atac
aba un objetivo distinto. Abaddon concentró su ataque sobre la Colmena Monarc, la
residencia del comandante imperial. En la vanguardia del ataque de Abaddon se ha
llaba Dhar'Leth, un príncipe demonio que había luchado por los Amos de la Noche dura
nte la Herejía de Horus, pero que ahora había jurado lealtad al Señor de la Guerra. El
asalto de Dhar'Leth fue implacable; durante dieciséis días, el Príncipe Demonio y sus
guerreros de la Legión Negra arrasaron y aniquilaron todo cuanto hallaron a su pa
so en los niveles inferiores de la Colmena Monarc. Los refugiados que huían se con
taban por decenas de millones y podían distinguirse columnas de esclavos de centen
ares de kilómetros que atravesaban los desiertos en dirección al punto donde había ate
rrizado la Legión Negra.
Cuando los Marines Espaciales del Caos atacaron, los astrópatas emitieron avisos d
e advertencia y peticiones de ayuda. Los Marines Espaciales del Capítulo de los Crán
eos Plateados fueron los primeros en responder. Hostigaron a la flota del Caos e
fectuando ataques relámpago que dejaban a los guerreros en superficie sin apoyo or
bital. Los Cráneos Plateados fueron los primeros en acudir mientras el Departament
o Munitorum reunía fuerzas y organizaba regimientos para la guerra. Abaddon sabía qu
e una vez que los ilimitados ejércitos del Emperador se enviaran en su busca, Ante
canis se convertiría en un caldero de sangre del que no habría escape, así que resolvió
concluir rápidamente el asedio a la Colmena Monarc.
Abaddon lideró el asalto final a la capital atacando con su escolta de exterminado
res de la Legión Negra. Ésta masacró escuadras del Adeptus Arbites, pelotones enteros
de tropas de defensa planetarias y a los Guardianes del Juramento, las tropas de
elite que formaban la guardia personal del comandante. Los sacrificios de los d
efensores fueron en en vano porque Abaddon solo necesitó dos días para abrir una bre
cha en la línea de defensa final e irrumpir en el santuario interior del comandant
e imperial. Con la Colmena Monarc bajo su control, Abaddon envió a sus fuerzas a m
atar o capturar a toda la población de la colmena que pudieran. Los que eran demas
iado viejos o estaban demasiado enfermos para convertirse en esclavos del Señor de
la Guerra fueron ejecutados, mientras que los millones restantes eran transport
ados a naves de transporte y de comerciantes que esperaban en órbita.
Cuando Abaddon se enteró de que los primeros transportes imperiales salían del espac
io disforme, ordenó a sus lugartenientes que abandonasen Antecanis. Pero no avisó a
sus aliados, sabiendo que se verían obligados a luchar y retrasarían la persecución im
perial. Con las bodegas de sus naves abarrotadas del botín saqueado y de esclavos,
Abaddon partió de Antecanis, no sin antes lanzar una docena de cabezas nucleares
ciclónicas sobre las ruinas de la Colmena Monarc como un último gesto de desprecio.
Abriéndose paso por el cordón de naves de los Cráneos Plateados, la Legión Negra se diri
gió a su próximo objetivo.
Los regimientos de la Guardia Imperial procedentes de Cadia, Lostak y Hubris II
llegaron a Antecanis en las semanas y meses siguientes, y los Marines Espaciales
del Caos que quedaron allí lucharon con determinación. Algunos escaparon del acoso
imperial, otros lucharon en las últimas batallas, en las que primaban las masacres
sangrientas por encima de la agudeza táctica. Como Abaddon había planeado, Cancepha
lus gradualmente cesó sus trabajos de construcción y en cuestión de un año fue incapaz d
e reparar ni siquiera las naves más pequeñas. Seguras de no sufrir el ataque de la F
lota Imperial, las flotas de Abaddon se dedicaron a causar estragos en todo el s
ector.
Durante diecisiete años continuaron las batallas por la posesión de Antecanis, aunqu
e el planeta nunca se recuperaría. Las ruinas de sus colmenas sobresalen amenazant
es sobre los desiertos de ceniza como los esqueletos de bestias gargantuescas.
LA LIMPIEZA DE ARIGGATA
Durante los vertiginosos días de la Gran Cruzada, los límites del reino del Emperado
r eran ampliados constantemente por sus primarcas. Eran muchos los mundos que da
ban la bienvenida a los ejércitos del Emperador, mientras que otros se resistían inúti
lmente. Ariggata era un planeta muy avanzado tecnológicamente que había sido aislado
del Imperio durante muchos siglos y, cuando llegaron enviados imperiales avisan
do del inminente retorno del Emperador, fueron ejecutados como muestra de que qu
erían mantener su independencia. El poder militar de Ariggata era formidable, por
lo que se dio a tres legiones la orden de pacificar dicho mundo: a los Lobos Lun
ares, a los Ultramarines y a los Devoradores de Mundos. El Señor de la Guerra Horu
s estaba al mando de toda esta fuerza y, bajo su comandancia magistral los ejércit
os de Ariggata fueron rápidamente subyugados hasta que solo quedó la Ciudadela de Ba
salto en manos enemigas.
Las fuerzas imperiales pusieron la ciudadela bajo asedio, pero la pacificación est
aba durando demasiado para el gusto de Horus; quería acabar cuanto antes para obte
ner más gloria en otras batallas. Para acabar lo antes posible con el asedio, bomb
ardeó los muros de la ciudadela desde la órbita y ordenó a Angron y a los Devoradores
de Mundos que asaltasen las brechas que habían sido abiertas en los muros y que ac
abasen con los líderes enemigos. Los muros de la ciudadela habían sido construidos d
urante la Edad Oscura de la Tecnología y, a pesar de haber sufrido un bombardeo or
bital durante toda una semana, solo se había conseguido abrir una brecha en ellos.
Roboute Guilliman aconsejó tener precaución, pero ni Horus ni Angron estaban dispue
stos a esperar. Angron lanzó a sus Devoradores de Mundos contra las paredes de la
Ciudadela de Basalto mientras una tormenta de ráfagas láser y proyectiles causaban e
normes bajas entre sus filas. Pero los Devoradores de Mundos no se dejaron intim
idar y acabaron alcanzando la brecha a través de una rampa de cadáveres de su propia
legión, Una vez dentro de la fortaleza, los Marines Espaciales, enloquecidos por
la batalla, acabaron con todos aquellos que se ponían al alcance de sus espadas si
erra. Durante un día y una noche no se oyeron mas que los alaridos de las víctimas e
n los antiguos salones y, cuando por fin Angron ordenó abandonar el lugar a sus tr
opas, en el interior de la ciudadela no quedaba ni un alma con vida.
Cuando los Ultramarines entraron en la ciudadela para asegurar el lugar, se qued
aron horrorizados con lo que allí descubrieron. Las cámaras y bóvedas de la ciudadela
parecían el matadero de un profesor chiflado. Los cuerpos desmembrados estaban esp
arcidos por doquier y el olor de la muerte era tan denso que parecía poder tocarse
. No habían perdonado la vida a nadie, todo ser vivo había perecido bajo la furia de
los Devoradores de Mundos. Cuando los atónitos Ultramarines abandonaron la ciudad
ela, los Devoradores de Mundos y los Lobos Lunares ya habían dejado el planeta, mi
entras que los Ultramarines deberían permanecer en Ariggata hasta que llegase la G
uardia Imperial. Antes que Guilliman pudiera explicar a sus hermanos primarcas l
a masacre que había acontecido en Ariggata, la Herejía estalló, momento en el que Horu
s y Angron rompieron sus votos de lealtad hacia el Emperador, y los miedos de Gu
illiman se hicieron realidad.
EL DIEZMO DE THULE
Seis compañias enteras de Caballeros Grises fueron equipadas con la Armadura de ex
terminador, incluyendo las armaduras que habían sido requisadas exproceso de otros
cinco Capítulos de marines espaciales cercanos a los que se les pidio ayda. El as
alto fue montado con tal prisa que no había tiempo para repintar las armaduras,ya
que el asalto debia hacerso solo con exterminadores y con mucha rapidez(y dado q
ue los caballeros grises todos pueden llevar armadura de exterminador,y de los m
arines normales solo los veteranos,tuvieron que ceder las armaduras a los primer
os,que no tenian armaduras para todos).Eso forzo a los Caballeros Grises a ataca
r usando los colores de seis Capítulos diferentes y, al parecer,creyendo que seis
Capítulos de Marines asaltaban el planeta ,los defensores se rindieron en menos de
tres horas. Despues de aquello se diezmo a la poblacion por su rebeldia,ejecuta
ndo a uno de cada diez habitantes.
LA MASACRE DEDELTA 9
Podemos definir con muchos adjetivos pare referirnos a los Eldar oscuros:Malvado
s,crueles,decadentes,edonistas,asesinos,piratas,depravados,siniestros,astutos,tr
aicioneros...y otras muchas mas que irian perfectamente en cualquier frase para
describirlos.Pero no nos engañemos,ninguna palabra ,en ningun idioma puede describ
ir lo que relamente es un Eldar Oscuro,pues su propia maldad es indescriptible.
El propio Imperio de la Humanidad ha aprendido a costa de miles de hombres,mujer
es y niños muertos que son los Eldar Oscuros y como combatirlos.Desde tiempos Inme
moriales,la humanidad ha sufrido las rapiñas sanguinarias de esta raza,de hecho en
la historia de uno de los primarcas de los marines Espaciales(Vulkan de los Sal
amandras,consultar el Promethean Opus) se narra como su mundo natal sufria las i
ncursiones de piratas eldar oscuros para capturar prisioneros o por simple palce
r de cazar a otras criaturas y luego masacrarlas.Pero el asalto que mas enseño al
Imperio sobre esta raza fue el que se perpreto en el planeta de Delta 9 y que ha
pasado a lo anales de la Historia como "La Masacre de Delta 9".
Poco sabemos del planeta Delta 9,solo informes fragmentarios que nos hacen supon
er que no era un mundo muy densamente poblado y que una parte de su superficie(u
na parte sustancial) era desertica.Ademas creemos que cuando se realizo el ataqu
e no llevaba mucho tiempo como planeta imperial,pues se habla de "colonos".En el
año 373 del M39,el planeta fue asaltado por fuerzas eldar oscuros.Los Eldars Oscu
ros luchan por la autoridad y el poder, y aquellos que son más depravados y sufici
entemente despiadados alcanzan rápidamente una posición predominante. Los Comandante
s Eldars Oscuros conducen a la batalla a sus sirvientes, en busca de esclavos y
almas, dejando mundos arrasados y montañas de cadáveres allí por donde pasan.No suelen
asaltar mundos bien defendidos con tropas abundantes y bien armadas,pues los el
dar oscuros prefieren las incursiones rapidas de "golpear y huir",pues asi minim
izan riesgos y bajas y maximizan los beneficios,osea esclavos y muerte.Ademas as
altan siempre de noche o en dias de visibilizad muy baja.Asi que por eso suponem
os que asaltaron Delta 9 porque era un mundo desprotegido y lo hicieron de noche
o al anochecer.
Quien asalto el planeta no fue un Arconte o Draconte cualquiera de una cabala cu
alquier sino que fue el mismisimo Asdrúbal Vect,Señor supremo de la Cábala del Corazón N
egro,la Cabala mas poderosa de Commoragh.Se sabe por algunas grabaciones e image
nes recogen lo que ocurrio aquel dia,siendo la mas importante esta:
"Estoy decepcionado porque el cruel destino me haya colocado en una situación en l
a que no me queda otra elección que enviar mis guerreros contra tus centros de pob
lación. Si tan sólo hubiérais abandonado esas vanas esperanzas de proteger vuestros re
cursos y regresar a vuestros hogares con vuestras familias, podría haberse evitado
una gran matanza y un gran pesar.
Sin embargo todavía estáis a tiempo. Cualquiera que abandone inmediatamente será perdon
ado, y os doy mi palabra de que podrá atravesar libremente el desierto. Esta ofert
a de amnistía tan sólo será válida hasta dentro de dos de vuestras horas, tras lo que em
pezará de nuevo el terror. Tan sólo espero que consideréis cuidadosamente vuestra posi
ción. Enviadme vuestros representantes para discutir las condiciones si así lo prefe
rís, o enviad a varios si no confiáis en que uno de los vuestros hable en nombre de
todos. Estoy seguro de que todo puede... arreglarse."
Sabiendo que los Eldar oscuros son criaturas que no saben lo que es la misericor
dia y adoran causar daño y dolor a los demas,esta calro que est comunicado fue una
treta para engatusar a los habitantes del planeta.Seguramente siguieron el sigu
iente modus operandi:Primero lanzaron una breve pero violenta incursion para ate
morizar a sus victimas,demostrando su poder ,para luego emitir este comunicado y
ofrecerles unas condiciones honrosas de retirada.Luego,aprovechando que las col
umnas de refugiados atravesaban el desierto,lanzarian un ataque relampago contra
ellas,pues en el desierto no tendrian donde esconderse o cubrise y los eldar os
curos podrian capturar y matar a placer y casi con total inpunidad.Asdruval Vect
es famoso por muchas cosas:por ser la criatura mortal mas longeva de toda la Ga
laxia,por su crueldad y astucia sin limites,pero ademas es famoso por su retorci
do y negro sentido del humor y esta grabacion practicamente lleva su firma.
Por lo que se sabe practicamente todos los habitantes del planeta fueron o masac
rados o capturados,ya fuera en el desierto o en los asentamientos donde se refug
iaban aquellos que no creian en la palabra de los Eldar Oscuros.
Ha habido otras incursiones famosas como la de Jerico III(694del M39),donde muri
eron 3200 defensores y 1400 civiles y fueron capturados 1500 defensores y mas de
16800 civiles,inclusio victorias como la de Regi IV(547 del M39),donde se recup
eraron numerosas armas y artefactos de los eldar oscuros para su estudio,que mas
tarde esos conocimientos resultaron ser vitales para el Imperio, o la de Vistro
(699 del M39) donde se capturaron dos naves eldar oscuras para su estudio,pero n
inguna otra batalla o incursion a reportado tanta informacion sobre los eldar os
curos y su modus operandi como la de Delta 9.
LA GUERRA GOTICA
Muchos estudiosos del Imperio creen que la Guerra Gótica empezó varios años antes de q
ue la primera flota invasora entrara realmente en el Sector Gótico. Analizándolo ret
rospectivamente, se pueden conectar varios eventos, aparentemente dispares, que
advertían de la llegada inminente de la oscuridad y la masacre.
El asalto a Arx
Aunque el grueso de las defensas imperiales que rodean el Ojo del Terror se conc
entra en el área conocida como la Puerta de Cadia, existen muchas otras estaciones
de vigilancia a lo largo del Segmentum Obscurus. Estos puestos de vigilancia so
n constantemente asaltados por los enemigos del Emperador; pero; a mediados del
segundo siglo del 41º Milenio, el número de estos ataques se multiplicó drásticamente. Y
lo que es más importante aún, según los estudiosos, se produjo el ataque a la estación
de vigilancia de Arx. Dada su escasa relevancia para el Imperio, Arx sólo estaba d
efendido por una guarnición básica de la Guardia Imperial, cuyo deber era proteger a
los Adeptus Mecánicus que se ocupaban de mantener el equipo del puesto de observa
ción.
En los primeros días del 139.M41, la fragata de exploración Ascensión recibió una confus
a petición de ayuda del anciano astrópata conectado a la estación de Arx. Los atacante
s eran desconocidos y, cuando los refuerzos llegaron, cuatro meses después, no que
daba ni rastro de los responsables de la masacre. Los Guardias Imperiales estaci
onados en el planeta habían sido aniquilados. Tal y como el Capitán Tetis, del 122º Re
gimiento Borliano de la Guardia Imperial, escribió en su cuaderno de bitácora:
En los primeros días del 139.M41, la fragata de exploración Ascensión recibió una confus
a petición de ayuda del anciano astrópata conectado a la estación de Arx. Los atacante
s eran desconocidos y, cuando los refuerzos llegaron, cuatro meses después, no que
daba ni rastro de los responsables de la masacre. Los Guardias Imperiales estaci
onados en el planeta habían sido aniquilados. Tal y como el Capitán Tetis, del 122º Re
gimiento Borliano de la Guardia Imperial, escribió en su cuaderno de bitácora:
"Han sido horriblemente descuartizados. Sus cuerpos mutilados los han dejado en
Arx como regalo para los perros salvajes merodeadores, los únicos depredadores nat
urales del planeta".
Si Arx hubiera sido el único puesto de vigilancia atacado de esta manera, el asalt
o no habría pasado de ser otro fenómeno inexplicable en una galaxia llena de misteri
os y se habría olvidado con rapidez. Sin embargo, durante los tres años posteriores,
se produjeron varios ataques similares en sistemas adyacentes; por lo que el In
quisidor Horst empezó a sospechar que, tal vez, aquello formase parte de un plan p
redeterminado. De todas maneras, al no tener pruebas que apoyaran esa teoría o ide
ntificasen a los agresores, decidió vigilar y esperar a que su enigmático enemigo hi
ciera otro movimiento.
Una plaga de condenación
Exactamente un año después del asalto a Arx, varias naves de patrulla hicieron un de
scubrimiento inquietante en el Sector Atenea: una serie de naves comerciales y n
aves de combate del Imperio, una de las cuales era un Acorazado clase Emperador,
fueron halladas flotando a la deriva por el espacio salvaje. Al ser abordadas,
se descubrió que todas las tripulaciones estaban muertas. Sus cuerpos enfermos y e
n descomposición se encontraron por todas las salas y pasillos, algunos incluso en
sus estaciones de trabajo. Xebal Astolax, Magos Biologis del Adeptus Mecánicus, e
xaminó los diversos síntomas que presentaban los cadáveres del mercante Shanxi:
"La piel está cubierta por numerosas úlceras que supuran pequeñas cantidades de sangre
y pus. La cavidad encefálica muestra síntomas de crecimiento micético, lo que debió cau
sar un dolor extremo y delirios a las víctimas cuando aún seguían con vida".
Todas las naves mostraban, además, señales de un breve intercambio de fuego artiller
o y señales inequívocas de haber sido abordadas, aunque no se halló a ningún enemigo mue
rto.
Mientras el Inquisidor Horst no sabía a qué atribuir el nuevo giro que había tomado el
asunto, sus múltiples agentes y espías le trajeron nuevas noticias: corría un rumor e
ntre los Capitanes de la Flota Imperial que hablaba de una antigua nave fantasma
del Caos, conocida como Garra de Plaga, que estaba tripulada por los pestilente
s seguidores del Dios de la Podredumbre. Esta nave había sido el azote de la Flota
Imperial durante cuatro milenios. La infección de las naves y la reaparición del Ga
rra de Plaga tenían que ser algo más que una mera coincidencia y, cuando una fuerza
de Marines del Caos de la Legión Traidora de la Guardia de la Muerte arrasó el mundo
enjambre de Morganhast, Horst se convenció de que las fuerzas del Caos planeaban
otra incursión a gran escala. Los puestos de vigilancia alrededor de la Puerta de
Cadia fueron puestos en alerta máxima y, a partir de ese momento, las naves del Se
gmentum Obscurus se asignaron a las muy reforzadas patrullas de vigilancia por t
odo el espacio alrededor de Cadia.
La propagación de la anarquía
Mientras el Inquisitor Horst investigaba las actividades del Caos en torno a Arx
y sus sistemas vecinos, los sucesos empezaron a adoptar un giro aún más siniestro e
n el Sector Gótico, a 2.500 años luz de allí. Los Navegantes del Navis Nobilite inform
aron de una gran perturbación en la disformidad de la región circundante y la frecue
ncia de tormentas disformes aumentó gradualmente a medida que transcurría el año. En v
arios mundos, estas noticias fueron recibidas con pánico; pánico que se acrecentó más cu
ando diversas sectas de fanáticos declararon que el Emperador no estaba contento c
on la Humanidad y enviaba las tormentas de disformidad para castigar a los impíos.
Esto desembocó en la proliferación de nuevas sectas, cuyos cientos de desorientados
adeptos compartían un sentimiento de irremediable perdición. Se sentían desesperados
por la inflexibilidad del Emperador, tal y como narra el sacerdote Flexeberg:
"Han pasado la vida entera flagelando su cuerpo para purificar su alma, denuncia
ndo los excesos del prójimo y haciendo que sus vecinos acusen a los pecadores y ex
píen sus propias blasfemias. Aunque este es un comportamiento en sí loable, han olvi
dado sus deberes sagrados para con el Emperador: ¡mientras ellos se lamentan y se
tiran de los pelos, las arcas, vacías, gimen hambrientas!"
En muchos planetas, estos cultos se volvieron muy poderosos alimentados por el f
ervor popular hasta el punto de que la Eclesiarquía (y, en ocasiones, el gobierno
planetario) no podía hacer nada para detener a las masas embravecidas. Al crecer l
a histeria, turbas de exaltados barrieron las ciudades colmena y las colonias mi
neras en busca de impuros a los que linchar. El levantamiento de horcas y piras
espontáneas fue habitual, pues los desesperados ciudadanos se arrojaron a un fervo
r apocalíptico sacrificando a amigos y seres queridos para expiar sus pecados, de
cuerpo o de espíritu, ante el Emperador. Pero aquello no sirvió de nada. El Almirant
e Imperial Bratha, en un mensaje enviado a Puerto Maw, se lamentaba:
"...y los torbellinos de disformidad siguen girando y descontrolándose y la situac
ión se hace cada vez más desesperada".
Bajo el pretexto de la paranoia generalizada, algunas organizaciones y cultos se
cretos ocuparon puestos de poder agitando aún más a la población para que pusiera más em
peño en sus abyectas causas. Los descarriados seguidores de los Dioses Oscuros pro
clamaron abiertamente que el Caos podía salvar a la humanidad, a la que el Emperad
or había dado la espalda. Miles, millones incluso, de ciudadanos imperiales fueron
seducidos por falsas promesas y acudieron a la llamada. La Inquisición se vio obl
igada a intervenir para extirpar de raíz a cualquier adepto a esos cultos, impíos y
heréticos. Para empeorar las cosas, varios navíos civiles fueron destruidos en los m
uelles a causa de sobrecargas del reactor y a explosiones en la santabárbara. Aunq
ue los informes oficiales declaraban que los incidentes eran fruto de la falta d
e mantenimiento, la munición en mal estado u otras causas ordinarias, muchos creye
ron firmemente las historias de sabotaje y rebelión que circularon entre las propi
as filas de la Flota Imperial.
La mano de la oscuridad
Mientras el Sector Gótico se sumía en la anarquía y la confusión, Horst buscaba más indici
os de los planes de los herejes. Cuando oyó rumores de que se avecinaba un ataque
del Caos sobre el mundo Imperial de Purgatorio, pidió formar parte de la tripulación
de la flota encargada de investigarlo. Una cosa hacía que Purgatorio fuera difere
nte de las docenas de planetas que habían sido atacados hasta entonces: el artefac
to conocido como la Mano de la Oscuridad. Su existencia sólo era conocida por los
miembros más fieles de la Inquisición. Se trataba de un artefacto alienígena de inmens
o poder enterrado profundamente bajo la superficie de Purgatorio. Todos los inte
ntos de descifrar su uso habían demostrado ser inútiles, aunque leyendas casi olvida
das de razas antiguas, como los Eldars, hablaban de la Mano de la Oscuridad con
terror y repulsión. La opinión generalizada era que se trataba de un arma de un pode
r incalculable, aunque su funcionamiento exacto se desconocía. Cuando Horst llegó a
Purgatorio, los peores temores del Inquisidor se confirmaron: la Mano de la Oscu
ridad había desaparecido. Si los seguidores del Caos aprendían a utilizar este arma
de inimaginable poder, ¿quién podría imaginar la destrucción que podrían desatar sobre las
fuerzas del Imperio?
La invasión de Ornsworld
Horst sabía de la existencia de otro artefacto conectado con la Mano de la Oscurid
ad en los mitos antiguos. Su nombre era el Ojo de la Noche y se encontraba en el
planeta Ratling de Ornsworld. Mientras Horst se dirigía a toda velocidad hacia al
lí en la nave más rápida que pudo conseguir, le llegó un informe que hablaba de ataques
contra los Ratlings. Una pequeña fuerza de renegados había aterrizado cerca del luga
r en que el Ojo reposaba encerrado en una antigua estatua que había sido adorada c
omo un dios por los Ratlings en su era preImperial. Tras una breve escaramuza, u
na fuerza de reclutamiento de la Guardia Imperial, cuyo campamento estaba cerca
de donde aterrizaron las fuerzas del Caos, acabó con esa primera amenaza. Sin emba
rgo, un mes más tarde, las naves del Caos bloquearon Ornsworld y empezó una invasión a
gran escala. Los indefensos Ratlings no tuvieron ninguna posibilidad contra los
depravados Marines del Caos y la muerte reclamó a millones de indígenas al ser arra
sadas sus montañas y colinas por el fuego y los disparos de los seguidores de los
Dioses Oscuros. El teniente Compton Hawkins, que formaba parte del equipo de rec
lutamiento, contó las escenas que siguieron al ataque:
"Montones de cráneos de Ratlings apilados en las llanuras. Las piras funerarias os
curecen el cielo, ya que los Traidores han decidido arrasar sistemáticamente todo
lo que se cruce en su camino. El pequeño asentamiento de Valle Esmeralda es ahora
un cráter humeante en el que se han arrojado los huesos de sus 4.000 habitantes; q
ue, posteriormente, han sido machacados hasta ser reducidos a polvo, un polvo qu
e se ha esparcido por los alrededores. Un potente detonador sísmico ha hecho que e
l Ombligo del Mundo (una de sus montañas) se venga abajo llevándose por delante siet
e ciudades y a 82.000 Ratlings en una serie de aludes de rocas enormes y de ríos d
e lava".
Durante la carnicería, el Ojo de la Noche fue desengarzado de su montura y el ladrón
huyó a la seguridad de las estrellas. Las fuerzas del Caos tenían ahora tanto la Ma
no de la Oscuridad como el Ojo de la Noche; y con ellos, tal vez, el poder neces
ario para acabar para siempre con el Imperio entero. Al Inquisidor Horst sólo le a
tormentaba una duda: ¿dónde atacarían primero? La respuesta no tardó en llegar.
Estalla la tormenta
El viejo Inquisidor empezó a recopilar informes dispersos que relataban un nivel d
e actividad inusual en un área mayor que la inicial y tuvo noticias de la disrupción
que había engullido el Sector Gótico. Mientras se dirigía a la región, le llamaron la a
tención varios informes más de avistamientos de naves del Caos, los cuales reforzaba
n su teoría de que el Sector Gótico sería el escenario de la siguiente incursión. Un més d
espués de que Horst llegase al sector, cuando habían pasado tres años desde que inicia
ra su investigación del asalto a Arx, una tormenta cataclísmica paso por la disformi
dad. La enorme tempestad engulló el Sector Gótico entero con una serie de violentas
tormentas menores que aisló la zona respecto del resto del Imperio. Fuera lo que f
uera aquello a lo que debían enfrentarse las naves y los guerreros del Sector Gótico
, tendrían que hacerlo solos.
La primera batalla declarada de la Guerra Gótica tuvo lugar a punto de iniciarse e
l año 143.M41. Durante los primeros meses del conflicto, las flotas del Caos lanza
ron una amplia oleada de ataques de todo tipo contra las bases de la Flota Imper
ial en el sector.
El ataque inicial
Los informes procedentes de todo el Sector Gótico que hablaban de ataques de las f
lotas del Caos crecieron exponencialmente. Gran parte de la planificación se debió d
e haber centrado en asestar un golpe definitivo durante el ataque inicial, ya qu
e las flotas del Caos seleccionaron como objetivo una docena de bases mayores de
l Imperio en el Sector Gótico. Sin previo aviso, los renegados golpearon duramente
y con rapidez emboscando las naves de guerra imperiales mientras estaban atraca
das u orbitando alrededor de su estación. Cogida por sorpresa y desbordada ante la
tensión creciente en el sector, la Flota Imperial estaba poco preparada para resp
onder a esta repentina ofensiva. En Bladen, el Riguroso vio cómo sus hangares de e
stribor eran totalmente destruidos por torpedos. Mientras tanto, cerca de Cherys
, los bombarderos del Destructor Implacable dañaron los motores de disformidad del
Almirante Sylvanus hasta tal punto que fueron necesarios prácticamente dos años de
constantes reparaciones para conseguir que la nave pudiera volver a hacer viajes
por la disformidad mayores de cinco años luz.
Las estaciones orbitales de defensa también fueron destruidas o capturadas por la
rapidez del ataque de los invasores del Caos. La pérdida de muchos astilleros orbi
tales, como los Muelles de Tripol, Puerto Imperial y Estación Gathara, fue dobleme
nte grave: no sólo porque las naves imperiales necesitaran ser reparadas con urgen
cia, sino también porque los medios necesarios para hacer las reparaciones apropia
das cayeron en manos del enemigo. El Capitán Grove, del Almirante Drake, un antigu
o Crucero clase Implacable utilizado como nave de entrenamiento, fue uno de los
pocos supervivientes del ataque a la Base de Halemnet en la Constelación del Cíclope
; un ejemplo típico del estilo de ataque practicado por los navíos del Caos. Grove y
su tripulación tuvieron suerte de escapar, tal y como explica este registro:
4º Guardia, 3º día de Euphistles. Estamos siendo atacados por los navíos renegados. Se a
proximan por estribor burlando nuestros sistemas de detección. Los torpedos de lar
go alcance han destruido al Vanguardia [un Crucero Ligero clase Intrépido] y han i
nutilizado al Indómita Arrogancia [un Crucero clase Lunar]. Este desatracó con los r
eactores al 75% de su capacidad operacional total. Estamos trabados en fuego cru
zado de corto alcance con un escuadrón de escoltas renegados que han inutilizado n
uestras baterías de estribor y han destruido nuestos tubos de torpedos.
Incendios en las galerías del cuadrante de babor: los mamparos de emergencia se ha
n tenido que bajar. Las bajas estimadas se aproximan a 5.000 o más, la mayoría artil
leros de las baterías de estribor. Intentamos salir del fuego cruzado para evitar
que un Clase Aniquilación penetre en el pozo gravitatorio de Halemnet. Transferida
toda la energía disponible de los motores a las armas para acabar con él. Ha llegad
o la hora de visitar la capilla y rezar por la protección del Emperador.
Por fortuna para la tripulación del Almirante Drake y para la de muchas otras nave
s, las flotas del Caos no estaban especialmente dispuestas a un combate largo y
preferían atacar y retirarse. Con esta estrategia, pretendían que la Flota Imperial
sufriera grandes pérdidas: que muchas de sus naves de línea quedasen destruidas o ne
cesitasen meses de reparaciones y modificaciones.
La defensa de Orar
Sin embargo, las flotas del Caos no consiguieron la victoria total. En algunas b
atallas, los traidores sufrieron serios reveses; el mayor de ellos durante la de
fensa del Mundo Colmena de Orar. Cuando una de las muchas flotas de guerra del C
aos, al mando del vil Señor de la Guerra Arkham el Maléfico, emboscó al grupo de batal
la imperial estacionado en Orar, por una vez no se encontraron con un enemigo so
rprendido e indefenso.
"Incapaces de abortar el ataque, las naves del Caos se dirigieron directamente a
nuestras cortinas de torpedos, nuestro fuego artillero y los disparos de las la
nzas de las defensas orbitales de Orar. Nuestro cañón nova impactó de lleno a la nave
renegada Desalmado del Caos borrándola de la existencia con una enorme explosión de
gas y escombros. Esta noche, ración doble para los artilleros.
Cuando nos acercamos a la matanza, el resto de naves del Caos habían abandonado la
nave destruida a su suerte e intentaban escapar. Con un auténtico torrente de pro
yectiles atravesando su casco, el Desalmado acabó por autodestruirse al implosiona
r sus motores de disformidad a causa del constante bombardeo. La nave de Arkham,
el Azote de Muerte, tenía el puente hecho pedazos por una andanada del Duque de H
ierro y corrían rumores que decían que Arkham era el único que había logrado salir con v
ida de entre los escombros, protegido de alguna manera por sus Señores Oscuros.
Llamé a nuestra flota de combate para felicitarla por su impecable cumplimiento de
l deber. Varios de nuestros escuadrones de bombarderos fueron decisivos para con
vertir el Cráneo de Muerte en chatarra. Por desgracia, no pudimos reclamar nuestra
parte del botín, puesto que el pecio fue arrastrado por la gravedad de Orar y que
dó destruido al entrar en la atmósfera".
Sólo un puñado de escoltas del Caos escaparon ilesos y el Azote de Muerte y su flota
fueron perseguidos por los vengativos comandantes imperiales.
Aliados inesperados
Orar no fue el único revés importante que sufrieron las fuerzas de la Oscuridad dura
nte los primeros compases de la guerra. En otro incidente, una pequeña flota del C
aos formada por varias naves de escolta de la clase Infiel e Iconoclasta que se
dirigía hacia Denerair, en la Constelación del Cíclope, para una incursión fue atacada p
or las numerosas bandas de piratas Orkos que había en la región. Se captaron algunas
transmisiones entrecortadas entre las naves del Caos que permiten tener una lig
era idea de lo que sucedió.
Utilizando su táctica habitual de merodear por un campo de asteroides en busca de
alguna víctima incauta, los Orkos se abalanzaron desde su escondite sobre el corazón
de la flota del Caos. Incapaces de utilizar su gran maniobrabilidad en medio de
l campo de asteroides, las nubes de gas y los cúmulos de materia estelar, las nave
s del Caos fueron aplastadas sin piedad por los Orkos hasta que no quedó ni una so
la.
Al oír estas noticias, hay constancia de que el Gran Almirante Imperial Ravensburg
dijo: "¡si no fuera porque se trata de esa maldita escoria pielverde, convertiría a
ese Comandante en el Capitán de mi nave insignia!"; aunque este niega haber pronu
nciado jamás tales palabras. Esta afortunada coincidencia, no obstante, fue muy ex
traña, pues los pielesverdes continuaron luchando indistintamente tanto contra los
invasores como contra el Imperio.
La Batalla de la Fortaleza Negra IV
Los ataques iniciales del Caos fueron dirigidos contra instalaciones importantes
, como los Mundos Forja del Adeptus Mecánicus y las bases navales. De las diecisie
te bases que había en el Sector Gótico, seis de ellas se encontraban en Fortalezas N
egras, tal y como nos explica el Liber Monumenta:
EL CATACLISMO DE GUEISTOS
En los primeros años del 41° Milenio, en el mundo agrícola de Gheistos, un obrero del
matadero de unos doce años empezó a sufrir de dolores de cabeza crónicos. Aunque el su
pervisor del cuadrante lo había instruido acerca de los peligros que entrañaba ocult
ar lo profano, el joven era reticente a informar de sus migrañas a sus supervisore
s, o de la extraña voz que las acompañaba. Sabía demasiado bien que, si confesaba lo q
ue la voz le había estado sugiriendo, lo expulsarían del complejo agrícola, quizás para
siempre.
Un día, el joven fue llevado ante el supervisor por su jefe y recibió una severa pal
iza por no atender debidamente las máquinas de sangre. El chico, que se hallaba en
medio de uno de sus horribles dolores de cabeza, pronunció una extraña maldición que
ni siquiera él mismo entendió. Durante un momento, la realidad se combó y se dividió, y
sus palabras se unieron en una nube de miles de moscas regordetas.
En cuestión de segundos los mortales fueron rodeados. Las moscas envolvieron al ch
ico y lo elevaron del suelo. El jefe del joven se ahogó mientras docenas de cuerpo
s insectoides viscosos y erizados entraban por su boca y recorrían su garganta has
ta llegar a sus pulmones. Presa del pánico, la víctima ni siquiera notó que las moscas
tenían el rostro del chico, ni tampoco percibió que su zumbido enloquecedor era una
plegaria a Nurgle. Con una explosión ensordecedora de huesos, el peón se abrió como u
na flor sangrienta. Algo terrible empezó a surgir procedente del espacio disforme.
La peste negra
Los gritos balbuceantes procedentes del granero atrajeron a muchos de los obrero
s más mayores. Lo que encontraron fue un espectáculo repulsivo. Unos demonios gris v
erdoso salían a borbotones de lo que antes era el joven cantando incesantemente en
un tono enloquecedor y una nube de moscas los rodeaba. Aunque la mayoría de los t
rabajadores dio media vuelta y salió huyendo, su destino quedó sellado. Cada uno de
ellos había sido tocado por una mosca demonio y habían quedado infectados por la pes
te negra.
En cuestión de horas, las víctimas empezaron a pudrirse y unos ataques severos de to
s no solo expulsaron una flema oscura, sino más moscas demonio. Regresaron a sus b
loques habitáculo aterrorizados, extendiendo la peste negra, que se cobró una alta m
ortandad. Antes del amanecer, la mayoría del ganado del cuadrante había muerto a cau
sa de la plaga y los trabajadores y sus familias eran unas simples parodias de sí
mismos apestados por la enfermedad. Los soldados de a pie de Nurgle ya estaban d
ispuestos para la marcha.
Una venganza oscura
Debido a la vigilancia y a la eficiencia de una patrulla local de Arbites, el co
mplejo agrícola infectado se puso rápidamente en cuarentena. Centenares de tropas de
defensa planetaria fueron llamados a combate ante la amenaza emergente, junto a
un destacamento del Adepta Sororitas procedente de la guarnición local de la Ecle
siarquía. Finalmente, con fuego y fe, los soldados imperiales hicieron retroceder
a los demonios y redujeron a cenizas la mayor parte del complejo afectado.
El Padre Nurgle no estaba complacido con este giro de los acontecimientos. Iracu
ndo y con un gran deseo de venganza en su corazón fétido, Nurgle pidió a sus dioses he
rmanos que le ayudaran en su lucha contra los defensores advenedizos de Gheistos
. Slaanesh declinó la petición sutilmente, mientras que el inescrutable Tzeentch sim
plemente lo ignoró, pero Khorne, el Dios de la Sangre, estaba satisfecho de formar
parte en la matanza que Nurgle tenía en mente.
Combinando su poder, los dioses forzaron la fisura en la disformidad hasta que c
onsiguieron abrir un portal destellante en las ruinas del complejo agrícola. Esta
vez, los demonios que se desbordaron por la fisura en la disformidad aparecían a d
ocenas, en lugar de uno o dos. Los desangradores, sedientos de sangre, marcharon
hacia los barracones imperiales junto a pustulosos portadores de plaga y nurgle
tes canturreantes. A continuación, se desencadenó la peor matanza que Gheistos jamás h
abía protagonizado y las trincheras eran de color rojo y negro por la sangre infec
tada. Pero todavía estaba por llegar el destino funesto que sufriría este planeta.
Con los agentes de la plaga sueltos, transcurrió poco tiempo hasta que la plaga ne
gra volvió a apoderarse de Gheistos. Los gusanos se apiñaban por las calles cubierta
s de sangre.
A salvo en su fortalezacúpula hermética, el gobernador planetario ordenó a su astrópata
que enviara un himnario pidiendo ayuda. La suerte acompañó al gobernador porque el m
ensaje fue recibido por el capítulo de Marines Espaciales de los Espadas Vorpal.
El Adeptus Astartes atacó rápido como el rayo, pero fue demasiado tarde para la pobl
ación. El planeta estaba plagado por la infección. La realidad brillaba y se dividió e
n docenas de localizaciones goteando materia pustulosa que se solidificaba convi
rtiéndose en más hijos del temido Nurgle. Y, lo que es peor, para asegurarse de que
sus planes tuvieran éxito, el Padre de las Plagas había llegado a un acuerdo con Sla
anesh.
A pesar de sus victorias iniciales, los Marines Espaciales se encontraron con un
a horda de proporciones aterradoras. La batalla continuó durante días y ambos bandos
sufrieron graves pérdidas. A pesar del heroísmo de las tropas del Astartes y de la
furia implacable de la hueste demoníaca, ninguno de los bandos consiguió cobrar vent
aja.
La avalancha de sangre
Khorne estaba furibundo porque Nurgle había pedido ayuda al voluble Slaanesh. En u
n ataque de rabia, el Dios de la Sangre blandió su espada legendaria y desgarró una
profunda herida en el cielo que cubría Gheistos. Por la herida brotó un torrente de
sangre hirviendo, una oleada de color carmesí que cayó sobre defensores y atacantes
por igual. Solo los servidores de Khorne y el Adeptus Astartes se mantuvieron fi
rmes.
El planeta antaño pacífico de Gheistos empezó a parecerse a un matadero a medida que l
legaban más y más soldados de Khorne al planeta. Un granizo de cráneos cayó en picado de
sde unas nubes de color rojizo gritando su adoración por el Dios de la Sangre mien
tras se estrellaban contra el suelo. Los pocos nativos que sobrevivieron al dilu
vio enloquecieron con rapidez bajo esta descarga maldita, clavándose las uñas en los
ojos llenos de horror y desesperación.
Los Marines Espaciales de los Espadas Vorpal sufrieron pérdidas cuantiosas a un ri
tmo insostenible, por lo que tuvieron que pedir refuerzos. Tres semanas más tarde,
los Caballeros Grises, unos cazadores de demonios inigualables, añadieron su pode
r y experiencia a la batalla que azotaba Gheistos. Los demonios de Khorne empeza
ron a perder terreno y su furia de sangre se marchitó bajo las llamas de la furia
de los Caballeros Grises.
Aunque finalmente habían logrado erradicar la presencia demoníaca en Gheistos, el pl
aneta estaba contaminado más allá de toda esperanza y a los Inquisidores del Ordo Ma
lleus no les quedó otra opción que declarar un Exterminatus. A petición de la Inquisic
ión, los cruceros de asalto de los Caballeros Grises arrasaron el planeta con una
descarga de torpedos ciclónicos.
Aunque solo habían transcurrido unos meses desde que se abriese la fisura en la di
sformidad, Gheistos ya no existía. Nurgle estaba muy disgustado porque le habían neg
ado una tierra donde alimentar a su nueva plaga, y tanto Khorne como Slaanesh si
ntieron que les habían arrebatado la victoria. Tzeentch, el Gran Conspirador, obse
rvó cómo sus hermanos dioses luchaban y discutían entre sí y, después, sonrió.
LA BESTIA DE ARMAGEDDON.
Se produjo una gigantesca bola de fuego, rojo blanco en su interior, que se leva
ntó dentro de un halo amarillo y blanco que dominaba todo el planeta, como la cabe
za de una cerilla prendida acercándose para encender el cigarro de un oficial.
Pero esta bola de fuego consumía todo el horizonte, de extremo a extremo. Desde cu
arenta kilómetros de distancia, en el fondo del valle desértico, pudieron notar el c
alor en sus rostros.
Los cielos de Armageddon, de color amarillo sulfuroso, iban tornándose de color pl
omizo; manchados por doquier por gigantescas columnas de humo y densas cortinas
de cenizas. Una vez por minuto aproximadamente, una línea de fuego verdoso caía desd
e la atmósfera superior, atravesando diagonalmente el cielo antes de chocar contra
la gran bola de fuego con un impacto que hacía estremecer el suelo.
La bola de fuego era la pira funeraria de la poderosa Colmena Hades, destruida d
e forma simbólica y brutal por las fuerzas de Ghazghkull como declaración de intenci
ones. Una colmena entera y millones de vidas extinguidas en pocas horas a causa
del bombardeo con asteroides gravíticamente lanzados por las flotillas de pecios e
spaciales y astronaves que permanecían en órbita. Hades se había hecho famosa por resi
stir en la última guerra el ataque Orko hasta el amargo final. No volvería a hacerlo
: Ghazghkull no estaba dispuesto a permitir que su recuerdo y su desafío perdurara
n.
Oleadas de aeronaves orkas, con sus cohetes aullando como ganado al que están dego
llando, atravesaron el espeso humo que cubría el gran valle resquebrajado, creando
círculos de humo en forma de donut detrás suyo con sus pasadas hipersónicas. El cielo
se había oscurecido con sus formas aserradas. Pequeños escuadrones de aeronaves imp
eriales tipo Furia se dirigían a toda velocidad hacia el Oeste en medio de las muc
ho más numerosas naves orkas, evadiendo, maniobrando y, en muchos casos, explotand
o en medio del aire. Una de ellas, cosida a balazos y ardiendo desde el morro ha
sta los alerones de cola, pasó por encima de sus cabezas y se estrelló a poca distan
cia; desperdigando por los aires restos del aparato y llamaradas de combustible
incendiado, y abriendo un cráter de veinte metros de profundidad con su incandesce
nte colisión. Proyectiles explosivos y trazadores cubrían el cielo con brillantes lu
ces de neón, mientras los cohetes chocaban sin cesar contra el suelo del valle cre
ando jirones de humo azul. El monótono "thump-thump" de las brigadas de morteros a
trincheradas a lo largo del valle era interminable.
Las brigadas blindadas, emplazadas a la entrada de la Carretera del Valle de Had
es entre viviendas y fábricas en llamas, gruñeron y aceleraron, con sus tubos de esc
ape escupiendo humos diesel que cubrían el asolado paisaje como si de una neblina
matinal se tratase. El pulverizado suelo que pisaban sus orugas era dos partes c
eniza y tres partes huesos humanos. Cuatro mil Leman Russ y Leman Russ Extermina
tor, apoyados por jadeantes y superpesados Demolishers y ennegrecidos Hellhounds
oliendo a fuga de combustible. Vehículos de reconocimiento Sentinel observaban el
terreno alrededor de la gran falange.
La mayor parte de las unidades blindadas estaban pintadas con los colores verde
y negro de las Tropas de Choque de Cadia, o de los colores arena y gris de la Le
gión de Acero. El General Valadian, coordinador general de las unidades blindadas,
cuya noble cara estaba tan ennegrecida como su mono de trabajo de las tropas de
Cadia, saltó de la torreta de su Leman Russ Vanquisher, arrebató el cuerno megafónico
de la radio a su oficial de comunicaciones y solicitó repetidamente permiso para
avanzar y atacar a la gigantesca masa de pielesverdes que se extendía por el valle
.
Su petición fue rechazada por el Viejo en persona.
A ocho kilómetros de las columnas blindadas, donde las colosales posiciones de la
infantería cubrían totalmente las laderas del valle, el viejo hombre observó. Yarrick,
Comisario Imperial, Héroe de Armageddon, se alejó de su oficial de comunicaciones y
observó el valle hacia la pira de la Colmena Hades. Había una gran tristeza en sus
pensamientos: Hades, salvada gracias al esfuerzo y la sangre de tantos, él mismo i
ncluido... Y ahora se había ido, había desaparecido.
"El General Valadian repite su petición, Señor." -dijo detrás suyo el oficial de comun
icaciones, un joven Cabo de Cadia de ojos estrechos e intensos.
"Valadian debe aprender a ser paciente. Puedo darle permiso; pero, en ese caso,
en poco tiempo estaría muerto."
Yarrick se giró hacia el joven: "¿Sabe por qué?".
El oficial de comunicaciones de Cadia negó con la cabeza. Estaba de pie, junto al
viejo hombre, sobre un promontorio desde el que podían observarse todas las posici
ones imperiales. A su alrededor había seis mil infantes de Cadia y la Legión de Acer
o esperando; mirando hacia el Este, hacia el valle y la ardiente muerte de Hades
. Las bayonetas sobre el hombro, algunas cortas como dagas, otras largas como ma
chetes, creaban un salvaje y reluciente bosque de cuchillas alrededor del puesto
de mando.
El oficial de comunicaciones, Robac, negó con la cabeza. Se había sentido muy halaga
do cuando el Mariscal Tooms le había asignado al cuartel general de Yarrick, un héro
e legendario; pero se había sentido desconcertado al conocer al Comisario en perso
na: bajito, encorvado por la edad, el dolor y la fatiga, y con los hombros hundi
dos, su chaquetón de cuero negro le colgaba holgadamente de un cuerpo que hacía much
o tiempo que debería haberse retirado. La manga vacía lo empeoraba aún más. Robac sabía qu
e Yarrick había perdido su brazo derecho en glorioso combate con Ugulhard; pero ah
ora, el viejo hombre, con su muñón y sus deformes piernas, presentaba una imagen patét
ica.
"Observe... ¿Cuál es su nombre?"
"¡Robac, Comisario, Señor!"
"Observe, Robac. -dijo Yarrick suavemente, casi fríamente, como si la guerra ya no
pudiera darle ninguna sorpresa. O eso, o estaba demasiado cansado para preocupa
rse por ello. Yarrick señaló con su brazo por encima del bosque de bayonetas hacia e
l Este. La chusma pielverde es dura y brutal, pero también utilizan tácticas. Para l
uchar contra ellos, debes adentrarte en sus mentes, como yo hago, que el Emperad
or me perdone. Debes entender sus tácticas brutales y sus salvajes tretas. Están reu
niéndose allí, hacia el Este; y están haciéndolo en gran número, procedentes de cápsulas de
desembarco cuidadosamente situadas fuera del alcance de nuestra artillería. Como p
uede ver, no son nada estúpidos. Ghazghkull no habría conquistado un centenar de mun
dos si fuera estúpido. Sus fuerzas de tierra están aquí para atraernos; para disparar
el orgullo marcial de hombres como Valadian; para provocarlos para que inicien c
ualquier acción precipitada. Y el infierno de Hades es un símbolo para apagar nuestr
a moral y hacernos desear la venganza. Pero mire hacia allí..."
El Viejo señalaba hacia el norte del grueso del ejército orko.
"¿Qué es eso, Robac?"
Robac observó con detenimiento el área vacía de cenizas, una lúgubre superficie abierta
de diez kilómetros de anchura. "¿Nada, Señor?" -aventuró.
"Realmente es nada. Está vacío. ¿Por qué?".
Robac se encogió de hombros.
"Tácticamente, no hay razón alguna por la que los Orkos no hayan ocupado ese sector.
Pero se mantienen a distancia, en ordenadas y disciplinadas líneas; más disciplinad
as de lo que podría esperarse de esas escuadras de salvajes y de los dementes cond
uctores de buggies."
"¿A qué están esperando, Señor?" -preguntó Robac.
"A lo mismo que nosotros, chico. Diga al General que siga aumentando las revoluc
iones de sus motores durante un rato."
Al caer la noche, las numerosas tropas imperiales situadas en el extremo oeste d
el valle estaban al borde de la demencia por la ansiedad. La Legión de Acero estab
a cantando sus himnos de batalla; y los tamborileros de las filas de Cadia habían
adaptado su rítmico redoble al regular tronar de los morteros. La cobertura aérea or
ka pasaba por encima suyo intermitentemente, pero el fuego de las baterías de Hidr
as que Yarrick había desplegado a lo largo del flanco saturaba el aire de flores d
e destrucción.
Las llamaradas que surgían de la Colmena Hades iluminaban la noche en diez kilómetro
s a la redonda, proyectando luces y sombras por todo el valle. A lo lejos, las m
asivas fuerzas orkas, compuestas por más de cien mil guerreros, hacían sonar sus cue
rnos de guerra y vociferaban cánticos bélicos como un coro de dioses de la muerte; m
ofándose de las tropas Imperiales que seguían como petrificadas al otro lado del val
le.
Chirriando y repiqueteando en medio de la noche, unos gigantes aparecieron detrás
de los Imperiales; tan altos, que sobresalían por encima del borde de los riscos.
La infantería se giró y muchos gritaron de asombro al ver a los Titanes: nueve Titan
es Warlord de la Legio Metalica, con un acabado negro cobrizo, cuyos ojos relucían
como estrellas rojas entre las estrellas del firmamento.
Temblando, Robac pasó el cuerno megafónico a Yarrick.
"Es el Princeps Danferus del Imperius Quintus. La Legio Metalica está preparada y
aguarda vuestras órdenes, Señor." -La voz, transformada por el potenciador de voz, s
onaba inhumana y resonaba por el comunicador.
"El Emperador os ama, Princeps. Marchad con vuestras máquinas de guerra por la Car
retera Hades y desplegaos a lo largo del punto diez. Pronto tendremos una batall
a para vos."
Los masivos gigantes de combate se alejaron de la infantería, haciendo temblar el
suelo con cada paso. Los vococuernos de sus caparazones blindados proclamaban ru
idosamente aullidos de condenación e himnos imperiales. Gran parte de la infantería
los vitoreó, el resto tembló de miedo.
Los Orkos del otro extremo del valle, a pesar de su gran número, se estremecieron
y retrocedieron un poco. Ágiles Titanes Warhound, la mitad de grandes que sus prim
os Warlord, se adelantaron para cubrir el flanco durante el avance de la Legio.
En cuanto los Titanes ocuparon las posiciones que se les habían asignado, Yarrick
permitió a los blindados de Valadian que avanzaran un kilómetro y se abrieran en aba
nico por el suelo del valle.
Por entonces, con la oscuridad iluminada por las llamas a su alrededor, la infan
tería había recibido órdenes de descansar. El bosque de bayonetas había bajado; y las la
deras de las colinas quedaron cubiertas de figuras agachadas, hombres durmiendo
y fuegos de campamento.
Era cerca de medianoche cuando llegó el momento que Yarrick había estado esperando.
Una gigantesca forma negra eclipsó la luz de la luna y las llamas de la Colmena Ha
des y descendió hacia la zona sospechosamente despejada del valle. El aire cargado
de denso humo que rodeaba a las fuerzas imperiales se hizo pesado como el plomo
y quedó cargado de estática.
Un asteroide fortaleza de seis millones de toneladas, sostenidopor campos de ene
rgía modificados y rayos tractores, descendió sobre el valle. Era un Piedro orko, un
bastión de fuerza prácticamente invencible.
La intensidad de estos campos de energía y de los rayos tractores sobrecalentó el de
sierto de cenizas hasta cristalizarlo, levantando grandes nubes de polvo por tod
o el valle. Hasta la multitud de Orkos retrocedió para alejarse de la zona.
La pantalla de energía, comprimida bajo el peso del Piedro, creó una onda de choque
que se propagó por todo el lecho del valle. Incluso los inmóviles Titanes temblaron
y vibraron. Los tanques más adelantados de la fuerza de Valadian salieron despedid
os por la energía de la onda de choque. Nueve tanques, volcados por la presión, deto
naron y se incendiaron. Cincuenta más quedaron inoperativos al serles arrancadas l
as orugas y las torretas. Un Warhound próximo fue aplastado contra el suelo como u
na vaina de proyectil vacía.
El mundo entero parecía bambolearse mientras el Piedro aterrizaba. Miles de puntas
de anclaje fueron disparadas desde su interior para asegurar la fortaleza al su
bsuelo. Con un gemido de sistemas hidráulicos, las rampas de desembarco y las giga
ntescas bocas de las bodegas de carga se abrieron. Los titánicos dispositivos de a
rmamento de la parte superior del Piedro empezaron a girar y disparar.
Los proyectiles empezaron a llover sobre los blindados, destruyendo indiscrimina
damente a docenas de ellos.
Los proyectiles también arrasaron las posiciones de la infantería, propagando el pánic
o mientras numerosos pelotones intentaban ponerse a cubierto.
"Ahora ya tenemos algo a lo que combatir, Robac." -Dijo tranquilamente Yarrick,
que salió de su tienda de campaña y observó la escala monumental de la escena.
"Ayúdame" -dijo al joven de Cadia, deshaciéndose de su chaquetón de cuero. Robac se ad
elantó a tiempo de ayudarle a levantar su reverenciada garra de energía que unos ayu
dantes encapuchados del Ministorum estaban sacando de la tienda. Yarrick se arre
mangó la manga del blusón correspondiente al brazo amputado. Robac pudo observar las
conexiones y los puertos sinápticos enterrados en los pliegues del tejido cicatri
zado en el extremo de su muñón.
Deslizaron la garra hasta su posición y, una vez conectados todos los cables, cobró
vida con un zumbido de energía. Las garras de la pinza se abrieron y cerraron vari
as veces, entrechocando, mientras el Comisario probaba que funcionaran correctam
ente. Sus ayudantes le abrocharon un nuevo chaquetón de cuero, uno especialmente a
daptado a la garra. Se colocó la gorra de Comisario en la cabeza con su mano buena
y, finalmente, se enfundó su bolter de asalto.
"Robac, abre el canal de mando. Ha empezado el combate."
Robac se dio cuenta de que tenía la boca abierta de par en par. En tan sólo unos ins
tantes, el débil y frágil viejo se había convertido en un carismático gigante: la garra
de combate, el reluciente símbolo de su gorra, su mirada. Incluso el cuerpo de Yar
rick parecía haberse trasmutado al enfrentarse a la batalla. Ahora parecía más grande,
invulnerable y terrorífico.
Robac se dio cuenta de por qué Yarrick era un héroe y de que, con él de su lado, no po
dían perder.
El contraataque imperial se inició con las primeras luces del nuevo día, iluminado p
or los inagotables fuegos de la muerte de Hades.
Yarrick ordenó a las ansiosas unidades de blindados que avanzaran contra el centro
de las hordas orkas; mientras que los Titanes se dirigirían hacia el Piedro, de d
onde estaban surgiendo blindados pesados y Gargantes.
Sabía que esta era la única y vital oportunidad de atacar, la oportunidad que había es
tado esperando: la única oportunidad de que dispondría después de que el Piedro hubies
e destruido todo lo que había bajo su muro de energía y antes de que pudiera descarg
ar toda su carga de muerte y desplegar su indómita potencia de fuego.
Para apoyar a las tropas del Adeptus Mecánicus, Yarrick ordenó a los Basilisk, y a t
odas las unidades de artillería pesada desplegadas a lo largo del valle, que apunt
aran directamente al Piedro. Su tronar podía oírse por encima del brutal clamor de l
a batalla, abriendo profundas brechas en la superficie de la superfortaleza.
Los proyectiles de los Basilisk destruyeron dos de las rampas del Piedro, incine
rando uno de los Gargantes que estaba descendiendo por ellas. Otros proyectiles
alcanzaron las gruas que estaban bajando uno de los Gargantes hasta el suelo y a
cabaron siendo destruidas por el bombardeo. La gigantesca máquina de guerra orka c
ayó y se partió bajo su propio peso provocando la explosión de su munición, que abrió un g
igantesco cráter en el lecho del valle.
Yarrick ordenó que la infantería se preparara y el bosque de bayonetas volvió a levant
arse, rodeándolo por todas partes. Cambiando el comunicador de Robac al canal glob
al para que todo el mundo le oyera simultáneamente por los altavoces, exhortó a los
sesentamil hombres con un discurso inspirador que hizo llorar a muchos; pero que
confirió un estoico espíritu de firmeza a todos. Si esa era la voluntad del Emperad
or, liberarían este mundo imperial de invasores alienígenas o morirían en el intento.
Muchos ya habían empezado a cargar colina abajo, vociferando juramentos de sacrifi
cio en nombre del Trono Dorado, cuando Yarrick ordenó iniciar el ataque.
Las fuerzas de Cadia y de la Legión de Acero chocaron contra la brutal infantería or
ka en una confusa tormenta de infantes de cinco kilómetros de ancho. Varios miles
murieron en los primeros minutos. La destrucción era total, al igual que la asesin
a confusión del frenesí del cuerpo a cuerpo.
En esos momentos, las columnas blindadas de Valadian ya estaban atacando a las l
egiones Orkas del sur. Los pesados vehículos imperiales aplastaron al enemigo bajo
sus orugas, abriendo un gran agujero entre las filas de infantería orka y tiñiendo
sus laterales de sangre verde. Los cañones principales de los Vanquisher y Demolis
her dispararon contra el Piedro; mientras los Exterminators segaban la vida de t
odos los Orkos que encontraban por delante suyo y los Hellhounds creaban infiern
os de muerte en los flancos de la infantería orka.
Los Titanes atacaron a los Gargantes en las abiertas llanuras de silicio cristal
izado frente al Piedro. Imperius Tenebrus engulló un Gargante con su cañón volcano y d
añó gravemente a dos más antes de ser partido por la mitad a la altura de la cintura p
or el fuego concentrado de los láseres y proyectiles disparados desde el Piedro.
El torso de Tenebrus cayó al suelo envuelto en llamas y explotó. Sus piernas se mant
uvieron firmemente erguidas durante el resto de la noche y todo lo que quedó de la
Guerra de Armageddon, sirviendo de amargo monumento al poder de la Legio.
Al frente del rápido avance a través de las legiones orkas, el Vanquisher de Valadia
n quedó inmovilizado por granadas de mano, que destruyeron su oruga izquierda, y l
os proyectiles de los akribilladores de los buggies, que lo acribillaron de arri
ba a abajo. El tanque rugió en medio de las cenizas, tratando de girar. El artille
ro gritó pidiendo las coordenadas de un objetivo, mientras los Orkos se abalanzaba
n sobre el blindado y empezaban a aporrear el habitáculo. El vigía salió para disparar
el bolter de asalto montado en la torreta, pero fue arrancado de su puesto ante
s de que pudiera agarrar el arma. Su cuerpo fue paseado de un aullante pielverde
a otro en medio de sus alaridos histéricos hasta que, finalmente, fue despedazado
.
Valadian se agazapó en el interior de la torreta al tiempo que desenfundaba su pis
tola láser y comprobaba la munición.
La escotilla que había sobre su cabeza fue arrancada y una monstruosa cara verde c
on colmillos le miró directamente, gruñendo algo alienígena y vicioso. Notó un hedor ran
cio que le invadía. Valadian le disparó un rayo exactamente en el ojo izquierdo; y,
un instante después, frió el cerebro del siguiente Orko que trató de agarrarlo con su
zarpa.
El tercer disparo se lo disparó a si mismo.
Se produjo un breve periodo de confusión mientras los blindados imperiales trataba
n de confirmar la pérdida de su General. Al no recibirse señal alguna de respuesta p
or parte de Valadian, el mando de los blindados recayó en el Mayor Dillan, que se
encontraba a bordo de su Leman Russ Exterminator dirigiéndose hacia lo más profundo
y denso de las inagotables filas de aullantes pielesverdes. Desde su torreta, el
habla del cañón automático exterminador segaba las vidas del enemigo con la misma fac
ilidad con que un segador corta la mies.
Dillan desplegó sus tanques en una formación de garra que barrió a las legiones orkas
y cortó sus líneas de comunicación con el Piedro.
El Princeps Danferus, del Imperius Quintus, dirigió su Titán directamente hacia lo más
intenso del fuego enemigo. Encontró y atacó a un Gargante, un ruidoso monstruo de p
aneles blindados, cañones y tubos que vomitaban humo, cuya cabina era una parodia
mecánica de la cara de un Orko. Danferus lo hizo volar con cuatro andanadas de su
cañón volcano. Otra gigantesca y monstruosa máquina se acercaba por el sudoeste, pero
quedó inmovilizada y fue posteriormente destruida por el constante bombardeo artil
lero. Esto dejó a Danferus el camino libre para llegar hasta el Piedro.
Hizo que Imperius Quintus subiera por las rampas de salida disparando sin cesar
toda su potencia de fuego, fundiendo y destruyendo máquinas de guerra orkas en sus
propios hangares, antes de que pudieran ser descargadas para tomar parte en la
batalla; y, a continuación, disparó los misiles del hombro de Quintus contra los sil
os de armamento para que explotara todo el Piedro. Algo fundamental y muy destru
ctor tuvo lugar en el interior del Piedro; tal vez se incendió una planta de energía
, o tal vez explotó un depósito de munición...
El Piedro se estremeció y osciló ligeramente; los cables de sujeción se rompieron y lo
s anclajes se soltaron al deslizarse hacia un lado su gran masa.
Danferus giró su vieja máquina, presionándola con gentiles exigencias mentales a través
de todas sus conexiones neuronales para que lo hiciera más rápidamente; y se encontró
junto a un Gargante.
Veinticinco segundos de intenso fuego sostenido entre ambos Titanes y los dos ex
plotaron. Aniquilación mutua. El esqueleto envuelto en llamas de Imperius Quintus
cayó hacia adelante, hacia la voluminosa forma de los restos del Gargante, aplastánd
ola. Los depósitos de munición en los autocargadores se incendiaron, disparando toda
la munición en un terrorífico castillo de fuegos artificiales. Danferus debía de segu
ir con vida, pues su Titán trastabilló. El puente estaba en llamas y envuelto por lo
s gritos de los tripulantes. Entonces, las cámaras de munición que estaban situadas
bajo su trono de mando explotaron, enviando el silencioso cráneo del Titán a la tropós
fera.
Más abajo, en el valle, Yarrick encabezó la carga. Su voz podía oírse por encima del rug
ir de la artillería, el tronar de los Titanes, los gemidos de los rifles láser y el
retumbar de los tanques.
Al frente de las tropas de asalto de Cadia, Yarrick se enfrentó a los Orkos por pr
imera vez en dos décadas; y notó satisfecho cómo la garra de combate desgarraba su pie
l verde como si fuera mantequilla. Su bolter de asalto escupió, volando las cabeza
s y vaciando las entrañas de sus enemigos. Yarrick siguió avanzando.
Era como en los viejos tiempos. Lo había olvidado tal vez afortunadamente; y a pesar
del dolor, la angustia y el sufrimiento, había olvidado. Había olvidado lo bien que
se sentía cuando tenía a un miembro de esta chusma pielverde frente a frente y lo m
ataba.
Yarrick comprobó su posición. Se había adentrado profundamente en las líneas orkas y el
Piedro se encontraba en apuros; pero la gran superioridad numérica orka acabaría mar
cando la diferencia: había Orkos por todas partes.
Siempre había sabido que moriría al servicio del Emperador. ¿Iba a morir ahora; ahora,
que quedaba tanto por ganar?
El fuego iluminaba la autopista norte al Oeste del valle. Una gran fuerza de com
bate avanzaba por ella. Yarrick rezó para que no fueran más Orkos.
No lo eran.
Eran Salamandras, guerreros de uno de los nobles Capítulos de Marines Espaciales.
En medio de los gemidos y sonidos hidráulicos de sus servoarmaduras, los Salamandr
as avanzaban mientras destruían a cualquier enemigo que se cruzara en su camino. Y
arrick vio cómo los Salamandras desgarraban miembro a miembro a los Orkos. Los límit
es y la situación sobre el campo de batalla cambiaron repentinamente: de un feroz
pero equilibrado combate en el que los orkos tenían la ventaja de su mayor número, a
una batalla en que los Imperiales se abrían paso con gran facilidad. El contraata
que de Yarrick había detenido con firmeza el ataque enemigo; había asaltado sus punt
os débiles para herirlo y debilitarlo. Ahora el Adeptus Astartes había llegado para
cambiar el curso de la batalla.
En esos mismos momentos, el Princeps Goplin había conseguido que Imperius Galgamec
h avanzase hasta el interior del Piedro; subiendo por una de las rampas de desem
barco y disparando todo su armamento sin cesar.
Los puentes del Piedro crujieron por el descomunal peso de Galgamech, que apuntó y
disparó acribillando y destruyendo cuatro Gargantes que esperaban en sus hangares
a ser descargados. La destrucción causada anteriormente por su querido hermano, e
l Princeps Danferus, podía verse por doquier. A través de las placas de visión de la c
onsola de su trono y las pantallas secundarias que flotaban a su alrededor, Gopl
in vio los restos ardientes de Imperius Quintus dispersos entre los cadáveres mecáni
cos de sus enemigos.
Galgamech avanzó por la plataforma donde se encontraba el armamento del Piedro. Pr
oyectiles de pequeño calibre rebotaban fútilmente en su blindaje. El Titán aplastó con s
us pies a las tropas orkas que defendían el puente.
El Princeps Goplin se levantó de su trono de mando y se despojó de su corona de cone
xión mental. De las clavijas gotearon algunos fluidos.
"Activad toda la munición. ¡Sobrecargad todos los sistemas! ¡Preparados para la autode
strucción!" -ordenó.
En la sección delantera de la cabina del Titán se levantó el Moderati, que repitió estoi
camente la orden. Las alarmas de sobrecarga empezaron a sonar. Las turbinas de l
os motores superaron el punto crítico. Las flechas de los diales marcaron la zona
roja de peligro y aún subieron más. Las runas ámbar de la cuenta atrás se apagaron en la
placa de visión principal.
Goplin inició una última oración al Emperador, el Señor de la Tierra.
Veinte segundos más tarde, Imperius Galgamech detonó y destruyó totalmente el interior
del Piedro. Los depósitos de munición orkos fueron explotando secuencialmente, segu
idos de la planta de potencia principal del asteroide fortaleza. En menos de tre
s minutos, otra bola de fuego tan intensa como la Colmena Hades iluminó el cielo n
octurno de Armageddon.
Yarrick estaba aplastando cabezas con su garra cuando la explosión de luz del dest
ruido Piedro le alcanzó. La onda de choque atravesó las líneas de la infantería, tirando
por los suelos a la mayoría.
Yarrick se levantó por su propio pie. Su línea defensiva de infantería había sido desman
telada por la férrea resistencia orka; pero la visión de la destrucción del Piedro había
acabado con la moral de los pielesverdes, que huían en masa del campo de batalla
en dirección al Este, hacia las llamas de Hades.
"Muy apropiado" -pensó Yarrick. Ordenó a sus hombres que se levantaran, ayudando per
sonalmente a algunos de ellos.
"Ya los tenemos -gritó por el comunicador de Robac-. En nombre del Emperador, y en
memoria de cuantos han entregado su vida en este campo de batalla en nombre de H
ades, ¡que no sobreviva ni uno!"
TUSKA
Afínales de 892.344.M41, el planeta Prosan, próximo al mundo fortaleza de Cadia, fue
invadido por una gran hueste de orkos al mando del Gran Jefe Tuska. Cuando su f
lota entró en el sistema de Cadia, la flota imperial se dirigió a interceptarlo. Per
siguieron la nave orka pero, en última instancia, no consiguieron detenerla. La fl
ota orka rompió el bloqueo de Cadia aunque perdió la tercera parte de sus fuerzas en
el proceso. Cuando la armada orka descendió sobre el planeta de Prosan, el Alto M
ando Imperial temió que la Puerta de Cadia iba a contemplar el asalto de un ¡Waaagh!
a gran escala.
Prosan era un medio ambiente hostil que se había limitado al entrenamiento de las
tropa, un mundo sin valor estratégico y sujeto a muchos peligros. Su clima era ext
remadamente volátil y se había elevado específicamente para que los cadianos pudieran
entrenar en las condiciones de batalla más adversas posible. La lluvia ácida caía a ráfa
gas, la lava explotaba en gotas repentinas que emergían de rocas volcánicas afiladas
y los tornados surcaban los violentos cielos arrasando la superficie del planet
a. Lo que los orkos querían del planeta Prosan, destrozado y carente de valor, era
un misterio.
Durante trece días los comandantes de Cadia parecían confundidos mientras los orkos
seguían llegando en oleadas al planeta. Los regimientos imperiales que e encontrab
an en el planeta lucharon al máximo de sus fuerzas y su entrenamiento les daba ven
taja sobre los alienígenas. El Gran Jefe Tuska parecía empeñado en la conquista del pl
aneta y su infantería de elite parecía aceptar el desafío. Parecía que las condiciones h
ostiles no hacían sino mejorar el combate de los pieles verdes. En cuestión de un me
s. los ejércitos imperiales se vieron obligados a evacuar el planeta, dejando Pros
an en manos de los orkos.
La flota imperial restableció su cordón defensivo y se preparó para combatir hasta el
final. Pero no tuvieron que hacerlo. Los orkos abandonaron Prosan tan bruscament
e como habían aparecido. Ante la estupefacción del sistema de Cadia, la flota orka s
e dirigió hacia el vórtice que había tras la Puerta de Cadia y desapareció en las profun
didades del Ojo del Terror.
El juramento de Tuska
Dos años antes de la invasión de Prozan, la nave insignia del Gran Jefe Tuska, Fauze
z Zangrientaz, había sido invadida por una entidad demoníaca mientras atravesaba la
disformidad. Tuska disfrutaba probando su fuerza contra alguna mayor que él y era
famoso por sus muchos trofeos de batalla. Cuando Tuska entendió que una pesadilla
de muchas cabezas estaba destruyendo a su tripulación, asió fuertemente su garra de
energía y se dirigió rápidamente hacia el lugar donde resonaba la batalla, mientras re
sonaba su grito de guerra.
El Gran Jefe Tuska quedó impresionado por la violencia que encontró al ver a la mons
truosidad manchada de sangre que le cerraba el paso hasta sus nobles. Aún así, Tuska
era un Señor de la Guerra Orko y no retrocedería, especialmente si estaba en su ter
reno. Se enfrentó a la bestia cara a cara en el puente del Fauzez Zangrientaz. El
combate entre el orko y el demonio fue titánico, pero cuando acabó, Tuska tenía un nue
vo par de cuernos con los que adornar su estantería de trofeos.
En su duelo contra la bestia de la disformidad, Tuska había estado mucho más cerca d
e la muerte que en ocasiones anteriores. Había disfrutado enormemente. Tuska juró qu
e encontraría a más criaturas de la disformidad para enfrentarse a ellas, y que lide
raría a sus chikoz a la guerra final contra enemigos mucho más poderosos que cualqui
er otro conocido. Así nació el ¡Waaagh! de Tuska.
En la transición al universo material, el Gran Jefe reunió a tantos eztrambótikoz como
pudo y ordenó que su flota se dirigiese directamente a Cadia. Tras un breve parénte
sis en Prosan para que sus chikoz se acostumbrasen a las condiciones de combate
más hostiles, quería dirigir su flota al corazón del Caos, situado tras la Puerta de C
adia. Tuska pensaba que allí encontraría un combate mucho más fiero y emocionante que
cualquier otro. En muchos sentidos, estaba en lo cierto.
En el Absssvio
La flota de Tuska hizo la violenta transición a la disformidad con una facilidad s
ospechosa. Sus eztrambótikoz le habían advertido que era mucho más fácil navegar por el
Ojo del Terror que escapar de él, pero esta menudencia no detuvo a Tuska un moment
o. Su flota atravesó nebulosas brillantes de pensamiento y mares enturbiados de em
oción, mientras los orkos buscaban algo que destruir. Visitaron mundos de cristal
destellante, paraísos prohibidos, junglas de cadáveres babeantes y orbes enormes de
energía pura que crepitaban y escupían mientras los orkos aterrizaban. Cada mundo er
a más peculiar que el anterior y presenciaron cosas que habrían enloquecido a un hum
ano muchas veces. Pero a Tuska todo le traía sin cuidado. Sus orkos destruyeron to
do cuanto encontraron a su paso.
En un mundo recubierto de gárgolas con pústulas que se retorcían y jadeaban, mientras
unas lenguas goteantes emergieron bajo sus pies tratando de acuchillar a los ork
os invasores con sus puntas de púas. Tuska y sus chikoz dispararon sus rebanadoras
sobre todo lo que se movía. En un mundo esculpido con seda viva, unos brazos tent
adores trataban de seducir a los guerreros orkos que marchaban sobre sus palacio
s acanalados. Las demonias fueron recibidas con un muro de balas y armas afilada
s implacable. En un mundo que parecía cortado como una gema de pensamiento sólido, l
os orkos tuvieron que abrirse paso a través de laberintos destellantes con botas d
e hierro y cascos con cuernos. Una arquitectura imposible había caído derrumbada, re
liquias medio reales estaban aplastadas bajo sus pies y el suelo estaba lleno de
cadáveres de cultistas masacrados. Aunque cada mundo que visitaba le hacía perder más
y más orkos, Tuska se estaba divirtiendo de lo lindo.
Los dias de sangre
La prueba verdadera del poder de Tuska todavía no había llegado. Tras aterrizar en u
n mundo del color de la sangre fresca, los orkos atravesaron una capa de sangre
espesa en busca del enemigo. No había nadie. Los pocos supervivientes de la partid
a de guerra de Tuska vadearon hacia las luces de la batalla que distinguían en el
horizonte, pero no conseguían acercarse.
Quizás el ¡Waaagh! de Tuska habría acabado allí de no ser porque frustrado, disparó a tier
ra con su akribillador. La corteza del planeta, de una textura muy parecida a la
de la carne fresca, se estremeció ante el arrebato de Tuska. Era la señal que los o
rkos estaban esperando. A una orden de Tuska, empezaron a cortar, cercenar y dis
parar sobre la propia superficie del planeta ensangrentado. El cielo color carme
sí empezó a resonar con un rugido enfadado.
El planeta pronto empezó a mostrar su desagrado de la forma más mortífera posible. De
la superficie cubierta de sangre, emergieron siluetas de bestias encolerizadas,
ataviadas únicamente con espirales revoloteantes y dispuestas a matar. Aquellas es
pecie de demonios cargaron gritando contra las filas de los orkos, y a medida qu
e los pieles verdes perdían más y más guerreros, se dieron cuenta de que por fin habían
encontrado lo que buscaban.
El Gran Jefe Tuska no se vio intimidado y atacó con su garra de energía y su rebanad
ora. De repente, la tierra que había bajo los pies de Tuska se abrió y algo enorme y
terrible salió del corazón palpitante del planeta. Aunque Tuska no lo sabía, había atraíd
o la atención del Príncipe de la Sangre, señor del mundo que los orkos se habían atrevid
o a invadir. Sonrió al piel verde, revelando una boca llena de colmillos por los q
ue un orko del Klan de la Luna malvada hubiera matado. Después de abrir la mandíbula
, el demonio cargó.
El señor de la guerra y el señor de la sangre lucharon durante horas, pero pronto se
hizo evidente que el demonio solo estaba jugando con Tuska. Los chikoz habían sid
o diezmados y Tuska sangraba por docenas de heridas profundas. Al final, su adve
rsario empaló a Tuska por la garganta y quedó inmovilizado en el suelo por su pezuña h
endida. En señal de triunfo, el Príncipe de la Sangre gritó para alabar a Khorne, pero
mientras lo hacía, quedó distraído y los eztrambótikoz que quedaban con vida desataron
una tormenta de energía psíquica sobre el demonio. La criatura rugió enfurecida ante s
u insolencia, aplastando sus mentes con un gesto. Con este acto final, Tuska alc
anzó las piernas de la criatura con su garra de energía e hizo un gesto rápido.
Pero la historia de Tuska no termina aquí. Con cada nuevo amanecer en el mundo san
griento, Tuska y sus orkos vuelven a encontrarse allí de nuevo. Vuelven a abrirse
paso hasta los pantanos de sangre en un ciclo eterno de batalla y muerte, como m
arionetas del Señor de las Batallas hasta el fin de los tiempos. En muchos sentido
s, podría decirse que Tuska por fin estaba en casa.
Los señores de la guerra orkos que luchan contra el naciente imperio tau, a menudo
se han encontrado superados por las armas de estos últimos. Esto es muy irritante
para las fuerzas orkas participantes y, a veces, incluso acaba con la retirada
de los pieles verdes, mientras los señores de la guerra afirman que los Tau no tie
nen ni idea de "cómo luchar adecuadamente". Pero hay una excepción, el ¡Waaagh! de Gro
g, que emprendió una cruzada de venganza que se extendió hasta lo más recóndito del terr
itorio donde se hallaba el Comandante Tau renegado O'Shovah.
Grog Piñoz'Ierro, el Kabezilla de Alsanta, se ha convertido en uno de los enemigos
más letales del Imperio tau. Su flota combatió a las esferas de guerra kroot que se
dirigían a las rutas espaciales de Dal'yth. Grog había descubierto que los kroot er
an oponentes magníficos. Eran mercenarios alienígenas que preferían el combate cuerpo
a cuerpo, y proporcionaban peleas despiadadas del tipo que gustaba a los orkos.
Cuando las dos razas se enzarzaron en una campaña prolongada de combates, los tau
fueron en ayuda de sus aliados kroot.
Grog estaba furioso. Declaró la guerra a los tau, determinado a enseñarles que los o
rkos eran un rival serio. Por desgracia, las invasiones iniciales de los mundos
de clanes tau no fueron todo lo bien que él quería. Sus ejércitos fueron superados tan
to en la calidad de las tropas como en la de las armas una y otra vez. Aunque co
ntaba con todo un imperio de orkos con el que entablar batalla, su número menguaba
a una velocidad preocupante. Grog decidió emplear una táctica diferente. Con la ayu
da de todos los petatankez, tipejoz vazilonez y korzarioz que pudo, incluida la
del kapitán mercenario Baddruk, el kabezilla contaba ahora con un ejército mejor arm
ado, así que se dispuso para la batalla una vez más.
La venganza de Grog
Esta vez Grog encontró una resistencia aún más fiera cuando penetraba en el enclave O'
Shovah, al norte del Imperio tau. Esta vez, sin embargo, estaba más que preparado.
Los zakeadorez, armados con matamuchoz y transformados a partir de armas tau ca
pturadas, intercambiaban disparos con las líneas tau. Los karros de guerra y los t
anques Cabezamartillo tau saqueados, se
dirigieron hacia las filas de los guerreros tau de la Casta del Fuego equipados
con munición pesada, mientras Grog y sus chikoz irrumpían directamente en la línea de
fuego enemiga. Los kópteroz surcaron el cielo y se enfrentaron en batallas aéreas a
los equipos de armaduras tau, evitando su retirada. Lo más impresionante de todo e
s que el kapitán Badrukk y sus tipejoz vazilonez iluminaron la noche, aniquilando
con sus akribilladorez molonez a un equipo tras otro de desesperados guerreros t
au. La masacre solo se vio interrumpida por la llegada del destructor Mobula Or'
es Por'kauyon, que destruyó implacablemente a los tipejoz vazilonez abriendo fuego
con los aceleradores lineales. Herido y sin cigarros, el kapitán se vio obligado
a retirarse. Se rumorea que, desde ese día, Baddrukk persigue a esa nave inmensa y
majestuosa, para cobrarse su venganza.
Quizás si los tau hubiesen seguido con sus tácticas de ataques relámpago, los tau se h
abrían impuesto, pero el Comandante O'Shovah era conocido por su agresividad y org
ullo marcial. Todavía tendrían que librar la batalla más encarnizada.
El plan aztuto
Mientras la batalla por los enclaves del norte se intensificaba, Grog se embarcó e
n la consecución de su plan más astuto. La idea central de su plan se basaba en el c
oncepto de retirada, una táctica desconocida por la cultura orka. De no ser por el
gran número de kaudillos del Klan Hacha Zangrienta empleados por Grog, nunca habría
funcionado.
Mientras las fuerzas del Comandante O'Shovah seguían ejerciendo presión, la línea orka
se retiró, silbando, pitando y apretándose las cabezas. Las fuerzas tau, sorprendid
as ante la huida inesperada, avanzaron. De repente, ¡as fuerzas orkas restantes le
s tendieron una emboscada por un flanco, abalanzándose sobre los cuerpos de cazado
res como un par de mandíbulas verdes gigantes.
El alto mando tau quedó totalmente conmocionado. Su fuerza había sido superada y atr
apada por los brutales alienígenas invasores. Solicitaron refuerzos para evacuar a
l Comandante O'Shovah, pero la máquina de guerra de Grog estaba en auge. El kaudil
lo y sus chikoz persiguieron a los tau que se batían en retirada hacia su base, ac
hicharrando y saqueando todas las armas tau que pudieron. Con cada dakka que enc
ontraban, los chikoz de Grog suponían una amenaza cada vez mayor, hasta que consig
uieron equiparse con armas mucho más potentes, incluso para los estándares de los ti
pejoz vazilonez más codiciosos. La marea verde había regresado y esta vez no había vue
lta atrás.
Desde aquel día, muchas más partidas de guerra se han incorporado a la bandera del k
audillo. Grog ha asaltado tres mundos de clanes en cuestión de un año, empeñado en una
guerra de desgaste que los orkos pueden permitirse pero los tau no. No importa
el número de veces que O'Shovah y sus cuerpos consigan aniquilar a los orkos, pues
siempre hay más ejércitos de pieles verdes continuando su avance lento y mortífero.
Esta es la naturaleza de la kultura piel verde; cuando los orkos se enteran de q
ue hay un buen combate, la paz se convierte en un recuerdo distante. Por este mo
tivo, los mundos de clan tau están en batalla constante con los pieles verdes de l
a Franja Este y su lucha por la expansión ahora es una simple guerra por la superv
ivencia.
LA GUERRA DE BADAB
Badab es un sistema planetario próximo al núcleo galáctico, casi en el borde entre el
Imperio y las áreas reclamadas por las Ligas de los Squats. Aunque Badab está bien s
ituado para proteger al Imperio de una poco probable invasión Squat, el planeta es
tá en realidad ocupado por los Marines Espaciales Imperiales a causa de su proximi
dad a la gigantesca tormenta de Disformidad permanente denominada el Torbellino.
El Torbellino aparece en el universo material como una gigantesca nebulosa de ga
s y polvo. Siempre se ha supuesto que es una superposición del espacio Disforme y
el espacio real que permite la coexistencia de ambos mundos. Las grandes dificul
tades de patrullar o incluso rodear el Torbellino, lo han convertido en refugio
para descarriados y herejes de todo tipo. Se calcula que más de 20 imperios Orkos
y reinos piratas se ocultan en el interior de la enfermiza nebulosa.
H1 Capítulo de Marines Espaciales de los Garras Astrales había permanecido estaciona
do en Badab durante más de tres siglos, vigilando los bordes meridional y occident
al del Torbellino.
En el 901.M41, debido a la aparente desestabilización mental de Lufgt Huron, el Ma
estro de las Garras de Tigre y Señor de Badab atacó y destruyó una flota de investigac
ión Imperial cuando entraba en órbita alrededor de Badab. La acción de Huron puede ser
entendida con el beneficio de la retrospectiva. El Adeptus Mecanicus se había que
jado durante mucho tiempo de la tardanza de los Garras de Tigre en enviar las se
millas genéticas para los análisis de rutina, mientras que el capítulo había amasado una
gran deuda de impuestos planetarios que se remontaba a 150 años atrás. Y cuando el
Imperio se movió contra su díscolo capítulo, se inició una rebelión a gran escala, la más i
portante de su tipo desde el final de la Rebelión del Cuarto Cuadrante en 780.M41.
El Tirano de Badab, como es conocido el Comandante Huron en las historias Imper
iales, era un individuo hambriento de poder y ambicioso que nunca debería haber al
canzado el poder en un Capítulo de Marines. Era claramente un individuo peligroso,
capaz en muchos aspectos pero careciendo de la absoluta dedicación a la humanidad
vital en un Señor del Imperio. Nunca se sabrá con seguridad pero ciertas hipótesis su
gieren que el Comandante era, o bien un cambia formas alienígena, o estaba sujeto
a una dominación alienígena de la clase más antinatural. Una repentina e inesperada ma
nifestación de poderes psíquicos pudo ser el corazón del problema.
En el 903, otros tres capítulos, los Guerreros Mantis, los Ejecutores y los Lament
adores se habían unido a la rebelión. Las naves Imperiales eran atacadas, y una nave
perteneciente al Capítulo de los Halcones Llameantes fue capturada por los Guerre
ros Mantis en el 904. Los Halcones Llameantes se vengaron inmediatamente, y pron
to cinco capítulos completos estaban envueltos en la lucha.
El Emperador llamó a los Marines Errantes de la Franja Este, pero rápidamente se enc
ontraron completamente ocupados protegiendo a las naves Imperiales en transito.
En el 906 dos capítulos de Marines leales mas, los Escorpiones Rojos y los Minotau
ros, se habían introducido en el conflicto, y la amenaza a las naves Imperiales ha
bía sido más o menos eliminada. En el 907 los Escorpiones Rojos y los Halcones Llame
antes fueron llamados a sus obligaciones habituales en la Franja Este, y dos capít
ulos más, los Novamarines y los Grifos Aullantes se encargaron de las tareas de la
s rutas espaciales.
Al mismo tiempo, los Fantasmas Estelares comenzaron la tarea de asediar Badab, m
ientras que otros dos capítulos fueron enviados a investigar los mundos ocupados p
or los Guerreros Mantis y los Ejecutores. Los Lamentadores cayeron en una embosc
ada de los Minotauros en el 908 y se rindieron después de una sangrienta lucha nav
e contra nave. Esto fue un gran golpe para el Tirano, y el resto de la guerra co
nsistió enteramente en asedios cerrados. El levantamiento acabó en el 912 con la caída
de Badab, y la derrota final de las Garras de Tigre. Antes de que acabase la gu
erra, los Exorcistas, Ángeles de Fuego, Salamandras, Tiburones Espaciales e Hijos
de Medusa se habían involucrado en ella durante cortos periodos de tiempo; capítulos
reemplazando a otros capítulos según se necesitase. Con la rebelión acabada, a la Leg
ión Mantis, a los Ejecutores y a los Lamentadores les fue concedido el perdón del Em
perador, sujeto a comenzar una
cruzada de cien años( pues no habia actuado por mala fe, si no por ignoracia y alg
o de orgullo). Los mundos natales de la Legión Mantis y los Ejecutores fueron dado
s a los Tiburones Espaciales y a los Fantasmas Estelares por su participación en l
a guerra. Las otras legiones recibieron derechos de salvamento de astronaves y u
na proporción del botín. Los Garras de Tigre fueron totalmente destruidos. Solo un c
ontingente de aproximadamente 200 se abrió paso a través del bloqueo de los Exorcist
as y escapó al espacio profundo. No se ha vuelto a saber nada de ellos. Del destin
o del Comandante Imperial Lufgt Huron, Maestro de los Garras de Tigre y Tirano d
e Badab nada se sabe.
Anexo
Despues de la guerra Huron sobrevivio, cambiando su nombre Huron Corazonnegro y
el de su capitulo por el de Corsarios Rojos pues sus hombres han borrado sus sim
bolos imperiales y repintado parte de su armadura de este color, gesto que gusto
mucho a Huron.
Durante el asalto al Palacio de las Espinas, fue herido gravemente por un tiro d
e rifle de fusion, perdiendo un brazo y parte del hombro.Cuando sus seguidores l
e vieron caer pensaron que todo estaba perdido, cogieron su cuerpo y embarcaron
, rompiendo el cerco imperial sobre Badab, para huir al cercano Toberllino.
Cual fue su sorpresa, cuando se dieron cuenta de que el tirano estaba vivo. Una
parte de su cuerpo fue reconstruido bionicamente(el brazo y el hombro fueron sus
tituidos por un monstruoso brazo parecido al de uno oso, o tigre, lleno de cuchi
llas y ademas armado con un lanzallamas pesado), siendo velado por los apotecari
os y tecnomarines, mientras navegaban por las corrientes de polvo estelar del to
bellino.
Al octavo dia recupero el habla y ordeno a su flotilla encontrar un nuevo mundo
natal.
Al doceavo, se levanto y se vistio la servoarmadura,siendo para sus fanaticos se
guidores un claro milagro(siniestro pero milagro a fin de cuentas..).Con sus red
ucidas hueste fue capaz de conquistar la primera fortaleza pirata que se encontr
aron, en cuestion de horas.Los piratas, ahora sus esclavos pronto empezaron a te
mer su colera...naciendo asi Huron Corazonnegro.
Su imperio de herejes, piratas y renegados a crecido mucho y la Inquisicion , pa
rte de sus asaltos, le preocupa enormemente que cada vez mas marines individualm
ente , e incluso escuadras enteras, desaparecen para luego aparacecer en sus fil
as.
Ahora Huron ,que posee una gran flota y podereos ejercito, traza nuevos planes d
e conquista y saqueo mientras acaricia a su mascota Hamadrya.
LA CRUZADA DE VINCULUS
Esta cruzada fue declarada contra un cuilo de guerreros asesinos de la Nebulosa
de Peleregon. Los Templarios Negros Iterados por el gran mariscal Ludoldus. acce
ieron a combatir junto a los guerreros del Inquisidor Vinculus.. Este inquisidor
, miembro del Ordo Hereücus. y un destacamentó del Adepta Sorontas de una Orden de l
a Rosa Ensangrentada habían descubierto el origen de una serie de cultos en Pelere
gon IV. un planeta montañoso recorrido por ríos de lava y placas tectónicas que cambia
ban a menudo. El aterrizaje inicial apenas encontró oposición y. finalmente, los Témpl
anos Negros (entre los que se encontraba un joven neófito llamado Helbrccht) y el
Adepta Sorontas obligaron a los guerreras del culto a retirarse hasta su centro
de poder, un descomunal templo excavado en el interior de un volcán de las dimensi
ones de un continente Ludoldus asaltó inmediatamente la fortaleza montañosa y sus he
rmanos de armas tomaron la entrada y resistieron hasta que las fuerzas imperiale
s consiguieron abrir una brecha en las defensas. Al tiempo quo los Témplanos Negro
s y el Adepta Sororitas asaltaban el interior del volcán, tono de impresionantes c
olumnas, el Inquisidor Vinculus se enfrentó al líder oel culto y a caco con su vida,
aunque ól también sufnó una grave herida
Esta herida fue su perdición, pues la presencia demoniaca que había ido consumiendo
al líder del culto se manifestó, y en un abnr y cerrar de ojos poseyó al debilitado in
quisidor Un enorme demonio de Khorne tomó el cuerpo del inquisidor como si del suy
o propio se tratase y empezó a abatir a sus enemigos por decenas. El gran mariscal
Ludoldus. el Paladín del Emperador Ulricus y la Canonesa Jasmine se enfrentaron a
l demonio en la que pasaria a ser conocida como la Batálla del Fuego y de la Sangr
e. Aurwue estos héroes demostraron gran determinación y una fe indomable, la fuerza
del demonio parecía ser mucho mayor. Desesperado. Ludoldus lanzó uno de sus orbes sa
grados de Antioch. una bomba llena de aceites sagrados y explosivos, en la mayor
sima del volcan, que estaba repleta de lava. La explosión que se produjo destrozó l
a sima y caysó un terremoto que hizo temblar toda la montaña al tiempo que los pilar
es se desmoronaban. El inquisidor poseído se cayó en el abismo de lava y los guerrer
os imperiales consiguieron escapar del volcán que se les caía sobre la cabeza y evit
ar ser enterrados en vida. Las cañoneras Thunderhawk sortearon la lluvia de fuego
para recoger a las Sororiias y a los Témplanos Negros supervivientes y aunque hubo
naves que so perdieron entre las nubes de ceniza, la mayoría de ellas consiguió esc
apar. Para asegurarse de que noquedaba ni rastro del demonio y su culto. Ludoldu
s ordenó bombardear el pía neta desde la órbita y aguardó hasta que las masivas explosio
nes destrozaron por completo la cresta del planeta y esta se sumergió en un océano d
e magma.
LA CAIDA DE CHICANO
Hace mucho tiempo el mundo de Chicano estaba en el centro de un rico sector come
rcial, en la zona este del imperio, conocida como el Ultima Segmentum. Los cielo
s de Chicano estaban constantemente cruzados por las estelas de vapor dejadas en
el cielo por el trafico de los cargueros atmosfericos ligeros que transportaban
preciado combustible mineral del planeta a las estaciones orbitales de mercadeo
que orbitaban sobre el planeta.
Naves interestelares provenientes de todo el sector atiborraban los espaciopuert
os de Chicano, donde sus tripulaciones pujaban desesperadamente para conseguir m
ercancias, mientras los Capitanes Libres esperaban tranquilamente en orbita para
hacerse con algun lucrativo contrato de transporte.
Bajo el planeta, maquinas perforadoras y estractoras de crudo trabajaban sin des
canso para arrebatar sus tesoros a la dura roca, exprimiendo la riqueza del subs
uelo de Chicano.
El control de todo Chicano recaia en Lord Xian Torus, gobernante hereditario del
planeta y poder supremo sobre todo y sobre todos.Era él quien quien aprobaba las
concesiones hereditarias a los lores mineros y permitia a las familias de navega
ntes pasar sus naves y contratos de padres a hijos mayores.
De esta forma, todo el mundo prospero, sobre todo lord Xian y los lores, crecien
do la poblacion de Chicano rica y contenta.
A dia de hoy, Chicano es una roca desierta donde unos pocos barbaros incultos in
tentan sobrevivir entre las ruinas de los que una vez fueron prosperas ciudades;
ahora, los cielos de Chicano son increiblemente azules, y el paso de una nave e
stelar por ellos es considerado un raro portento.
Chicano ya no es famoso por su comercio o prosperidad, sino que es conocido como
El Mundo Que Murio En Una Noche.
Fue en el año 940 del milenio 41.
Miles de clandestinos cultos de seguidores de Tzeentch, de desvelaron como lo qu
e realmente eran: entre ellos habia lores y mineros por igual, con la intencion
de minar el poder de lord Xian Torus de una forma tan literal como metaforica.
Maquinas tuneladoras excavaron debajo del palacio del gobernador dirigidas por l
as freneticas manos de cientos de cultistas, haciendo que el palacio y buena par
te de la capital, se colapsaran y hundieran en un abismo para siempre.
En el momento en que la ciudad se colapso, mas de un millon de cultistas saliero
n de sus lugares ocultos para reclamar lo que quedaba en pie: desde personal de
los principes mercantes, trabajadores de los lores mineros, soldados del ejercit
o Chicano e, incluso, ministros de lord Xian, se revelaron como cultistas.
Y entonces, en lo mas profundo de la disformidad, pudo oirse la risa de Tzeentch
, el Arquitecto del Destino, El que Cambia los Caminos, el Señor de la Transformac
ion.
Sus siervos se regocijaron al oirle, sabiendo por primera vez, en lo mas profund
o de sus corazones, aquello que habian hecho.
Dos meses después de la invasión del ¡Waaagh! Zanzag, llegó la salvación a Black Reach. En
la Colmena Ghospora, los atacantes orkos y los defensores imperiales fijaron la
mirada hacia el cielo mientras el crucero de asalto de los Ultramarines La Veng
anza de Valin inició su bombardeo. Desde órbita se sucedieron una tras otra las deto
naciones de plasma, que explotaron entre las líneas orkas con la furia de un sol q
ue estallaba. Los Orkos cayeron a miles, reducidos a cenizas por el ataque. Mile
s de ellos cayeron derribados por la onda expansiva y sus karros de guerra y bug
gies rodaron tambaleándose hasta el olvido mientras la tierra se estremecía y rugía ba
jo los cañones del crucero de asalto. Antes de que los ecos de las explosiones se
extinguieran del todo, las cápsulas de desembarco chocaron en la tierra llena de c
ráteres mientras sus cascos emitían destellos rojizos tras el choque. La Segunda Com
pañía de Ultramarines había llegado y con ellos el Juicio Final.
Cinco mil, diez mil y quizás incluso veinte mil Orkos cayeron bajo la ira de los U
ltramarines aquel día; y cuando se narraban los acontecimientos de aquel día en Blac
k Reach, su número aumentaba cada vez. Los Orkos lucharon con toda la furia de su
raza, pero los Ultramarines lucharon como héroes. Ni una vez vacilaron aunque el e
nemigo los superaba doscientas veces o más en número. Con la ayuda del bólter y la esp
ada sierra, dieron buena cuenta de los pieles verdes que había en los muros de Gho
spora, pero seguían llegando más Orkos. Con cañones láser y misiles destruyeron karros d
e guerra y pizoteadores, pero seguían llegando más Orkos. Diez mil hombres inferiore
s no podían haber esperado imponerse sobre la marea de rabia que emergió ante los mu
ros de Ghospora aquel día, pero los Ultramarines se mantuvieron firmes. Dispararon
hasta que se quedaron sin munición y, aun así, se lanzaron sobre los Orkos con espa
das y puños de combate, desafiando a la adversidad.
Allá donde los Orkos amenazaban con causar problemas o donde un kaudillo reunía a su
guerreros, allí podía encontrarse al Capitán Sicarius. Ninguna espada se tiñó más de sangr
que la de Sicarius porque el capitán se enfrentó a la furia de los Orkos con un val
or incomparable. Sicarius y su séquito se abrieron paso a través de las líneas de los
pieles verdes cercenando cabezas y brazos mientras con la mirada buscaban al señor
de la guerra orko que lideraba este ¡Waaagh! conquistador.
Allí, finalmente, en la brecha abierta en los muros de Ghospora, Sicarius encontró a
su presa. Con la ayuda de los exterminadores de la escuadra Helios a su izquier
da y el imparable dreadnought manejado por el Hermano Ultraxes a su derecha, el
capitán de los Ultramarines se lanzó a la batalla con la escolta de Zanzag. Solo uno
de ellos saldría victorioso de aquel combate terrible, el mismo que dictaría el des
tino final de Black Reach y de todos sus habitantes
La guerra sobre Octarius sigue rugiendo, pero ahora se ha expandido por todo el
sector. Cada acre de tierra está envuelto en un sangriento combate entre dos razas
alienígenas. Las naves enjambre se reproducen a tal velocidad que la lluvia de Ti
ránidos desde el cielo hacia territorio orko no tiene fin. Del mismo modo, tampoco
hay escasez de Orkos para continuar luchando, ya que cuando los pieles verdes m
ueren, sus cadáveres emiten miles de esporas que se establecen y crecen los rincon
es más fríos y húmedos de bastiones, grietas y barracas por igual. A su alrededor, los
Tiránidos evolucionan y adaptan nuevas maneras masacrar a los adversarios orkos,
al mismo tiempo que los Orkos se hacen más grandes y fuertes para su guerra contin
ua. Los augurista y xenosabios del Imperio observan la guerra por Octarius desde
lejos, contentos de dejar que sus enemigos luchen hasta la muerte, pero los más s
abios saben que la amenaza más seria para el imperio será aquella que sobreviva a es
ta batalla.
LA TOMA DE MANKARRA
En la fiesta centenaria en conmemoración de su ascensión, el Soberano Kyublai, el Gr
an Khan de los Cicatrices Blancas, anunció su intención de llevar a la justicia a un
o de los grandes enemigos que jamás se ha enfrentado al capítulo. Kernax Voldorius e
ra un príncipe demonio y el líder bélico de los renegados de la Lagión Alfa, un enemigo
tan vil como cualquiera a los que se hubieran enfrentado los Cicatrices Blancas.
Miles de billones habían muerto cuando Voldorius desató el implacable horror de la
marea de sangre dos mil años antes, y billones más habían perecido en las masacres sac
rílegas de Kento, Loran y Blindhope. Ahora, el Gran Khan declaró que el reinado triu
nfal de terror de Bladespite cesaría. Kor'sarro Khan, Capitán de la 3ª Compañía y Maestro
Cazador, fue enviado en su busca con la orden de que no regresara hasta que cons
iguiera la cabeza del príncipe demonio.
Fue una caza que duró más de una década. Aunque Kor'sarro consiguió ver a su presa en lo
s campos de batalla de Zoran y Kavell, y lo tuvo a distancia de ataque en las co
lmenas subterráneas de Modanna, la suerte siempre conspiró para salvar a Voldorius d
e su destino merecido. Por fin, la pista llevó a Kor'sarro Khan y a su compañía hasta
Quintus, un planeta desolado al sur galáctico de Chogoris. Quintus había sido recien
temente uno de los baluartes del Imperio frente a los brutales imperios pieles v
erdes de las Estrellas Jagal, pero eso ocurrió antes de la llegada de Kernax Voldo
rius. Mediante la intimidación y las falsas promesas, la partida del príncipe demoni
o se había infiltrado y corrompido el poder militar de Quintus. Los Cicatrices Bla
ncas no se encontraron una simple partida del Caos, sino a todo un planeta dispu
esto a combatirlos, y Kor'sarro no sería rechazado fácilmente.
Dejando su crucero de asalto en el sistema exterior, los Cicatrices Blancas mont
aron en sus cañoneras thunderhawk. Siguiendo trayectorias de sigilo trazadas rigur
osamente, la nave de ataque se deslizó a través de la defensa de Quintus y aterrizó en
los cañones devastados al sudoeste de la capital planetaria de Mankarra. Kor'sarr
o esperaba tener una batalla en sus manos para asegurar la zona de aterrizaje, p
ero no había enemigos esperándole, sino unos aliados inesperados; Kayvaan Shrike y l
a 3ª Compañía de la Guardia del Cuervo.
Shrike había estado en campaña en el sistema Targus cuando se enteró de la noticia de
la caída de Quintus. Con la zona de batalla de Targus inclinada del lado del Imper
io, Shrike había redesplegado a su compañía en Quintus y había librado una guerrila desd
e entonces contra los invasores de los Amos de la Noche. La experiencia en el pi
lotaje que había permitido que los Cicatrices Blancas aterrizasen sin ser percibid
os por los rebeldes no había sido lo bastante hábil para pasar desapercibidos antes
las fuerzas de Shrike,así que la Guardia del Cuervo se había reunido en el cañón para es
perar su llegada.
La forja de una alianza
Mientras las naves de desembarco desplegaban los vehículos de apoyo de los Cicatri
ces Blancas, los dos capitanes celebraron un concilio de guerra, aunque ninguno
confiaba en el otro sin reservas. La rivalidad entre los Cicatrices Blancas y la
Guardia del Cuervo se remontaba a miles de años atrás, pero Shrike y Kor'sarro sabían
que su única opción era dejar a un lado las diferencias aunque fueran importantes.
La Legión Alfa y sus vasallos traidores eran demasiado numerosos para que una comp
añía los derrotase sin la ayuda de la otra, de modo que los planes de los marines es
paciales debían hacerse con esta idea en mente.
La mañana siguiente, antes de que amaneciera, Shrike lideró a su compañía en un ataque s
orpresa contra los traidores concentrados en una batería de defensa orbital a unos
kilómetros al oeste de Mankarra. Este esa el método de combate que Shrike y sus her
manos habían perfeccionado contra las fuerzas del ¡Waaagh! Skullkrak, y en los momen
tos del inicio del asalto, las fuerzas traidoras huyeron en desorden. Una buena
porción del complejo ya estaba en manos de los marines espaciales cuando Kernax Vo
ldorius, presintiendo el peligro, envió a la mitad de su Legión Alfa y a una gran pa
rte de la guarnición de Mankarra como refuerzos. Pero Shrike había trazado bien sus
planes. Mientras el capitán de la Guardia del Cuervo dirigía a las escuadras de asal
to al núcleo del complejo, sus fuerzas restantes se atrincheraron en el perímetro.
De modo que las tropas de refuerzo de Voldorius se estrellaron contra los bastio
nes de las fortificaciones exteriores del complejo de defensa como un océano contr
a una orilla rocosa. El teniente que dirigía el asalto era un enemigo astuto que r
etiró a sus tropas para evitar la masacre. En su lugar envió oleada tras oleada de c
ultistas y traidores bajo los cañones de la Guardia del Cuervo, malgastando sus vi
das en busca de puntos débiles del enemigo para poder aprovecharlos. El punto débil
apareció al final cuando uno de los bastiones se resquebrajó a causa del fuego de Ir
onsoul, un Baneblade manejado por su tripulación traidora. Viendo su oportunidad,
el teniente lideró a sus reservas en el ataque.
Más de tres centenares de marines espacilaes del Caos se lanzaron sobre un único pun
to de las defensas. La Guardia del Cuervo reistió, disparando sus bólteres a la hord
a al ataque, pero sus efectivos eran menos y el enemigo feroz. Shrike emergió de l
as profundidades del complejo para liderar un contraataque y el enemigo se retir
aba allá donde el capitán aparecía, pero, poco a poco, la Guardia del Cuervo empezó a ce
der terreno. El teniente de la Legión Alfa rugió una promesa a sus dioses terribles
y condujo a sus hombres adelante, por encima de los mueros y agonizantes. Fue en
tonces cuando los Cicatrices Blancas atacaron.
Antes de que Shrike emprendiese el asalto al complejo de defensa orbital, los Ci
catrices Blancas se habían ocultado en las cuevas del sur. Ahora, con el grueso de
la fuerza del Caos al ataque, los Cicatrices Blancas atacaron. Con un rugido de
motores gutural, los rhinos y las motos aparecieron de entre las sombras y se l
anzaron al combate. Ironsoul fue el primero en sufrir la ira de los Cicatrices B
lancas. Aunque el comandante del Baneblade rugió a su tripulación, el inmenso tanque
no pudo virar lo bastante rápido para hacer frente a la nueva amenaza. La vanguar
dia de Kor'sarro, formada por hábiles motoristas atravesó a los traidores que protegía
n los flancos del Ironsoul. Una vez efectuada su carga rompecuellos, los motoris
tas, se concentraron alrededor de los flancos del gigante de adamantio y concent
raron sus disparos de sus armas de fusión y de sus lanzallamas sobre las barquilla
s laterales ylas rendijas de visión. Silenciaron una a una a las armas de Ironsoul
, hasta que los motoristas se dirigieron hacia donde se encontraba luchando la G
uardia del Cuervo, dejando atrás un tanque inutilizado y rebeldes muertos.
Los traidores, consternados por el asalto imprevisto a su flanco y el rápido desti
no sufrido por Ironsoul, huyeron. La Legión Alfa luchó hasta el último hombre, pero lo
s Cicatrices Blancas los superaban. Los escuadrones de motoristas irrumpieron en
las filas de marines espaciales del Caos con sus lanzas y espadas destellantes.
Más Cicatrices Blancas que habían desembarcado de lso Rhinos abrieron fuego con sus
bólteres sobre el enemigo. Para cuando Kayvaan Shrike lideró a la Guardia del Cuerv
o sobre las defensas y se unió al combate, el éxito de la batalla no estaba en duda.
Shrike y Kor sarro no tuvieron tiempo para celebraciones. Voldorius y sus seguidor
es seguían con el control de Mankarra y, si disponían de tiempo, fortificarían aún más la
ciudad. Tras dejar una pequeña guarnición en el complejo de defensa orbital, los cic
atrices blancas se subieron a sus Rhinos y la Guardia del Cuervo a sus Cañoneras T
hunderhawk.
Las defensas de Mankarra suponían un problema. Las compañías de Shrike y de Kor sarro ha
bían viajado ligeras y sólo contaban con un Vindicator, el Thunderheart. Afortunadam
ente, la eficiencia de la regla despótica de Voldorius no se había extendido a la re
paración y mantenimiento. Una salva de misiles hellstrike de las thunderhawks de l
a Guardia del Cuervo y un bombardeo del Thunderheart derribó una parte considerabl
e de las fortificaciones exteriores de Mankarra. Antes de que la guarnición traido
ra pudiera reaccionar, los Cicatrices Blancas se habían dispersado por la ciudad.
Como no querían verse atrapados en un combate urbano, los Cicatrices Blancas lucha
ron desde sus transportes, desembarcando únicamente para efectuar ataques rápidos. L
os motoristas se lanzaron a toda velocidad por las calles y callejones, concentrán
dose en los puntos en los que los defensores no estaban preparados. Mientras los
Cicatrices Blancas dirigían la batalla en las calles, las thunderhawk de Shrike d
esplegaron a una escuadra tras otra de la Guardia del Cuervo en los niveles supe
riores de manufactorums y basílicas. Asediados desde arriba y desde abajo, los def
ensores tenían pocas posibilidades de imponerse. Muchos arrojaron sus armas y se e
ntregaron pidiendo clemencia, pero nadie la tuvo en aquellas calles teñidas de san
gre.
Al final, sólo Voldorius y su guardia personal continuaban el combate. Infundido c
on el gozo de una batalla sangrienta, el príncipe demonio luchó aunque su probabilid
ad de vencer era imposible. Muchos hermanos de batalla cayeron bajo la ira de Vo
ldorius aquel día, pero los marines espaciales consiguieron su venganza y siguiero
n presionando para acabar con su enemigo.
Rodeado, superado en número y atrapado junto a la Catedral de la Sabiduría del Emper
ador, a Kernax Voldorius finalmente le llegó la hora. El príncipe demonio no cayó fácilm
ente y su escolta personal de marines espaciales del Caos corrompidos y deformes
luchó sin miedo, aunque sabían que no podrían ganar. Al final ni siquiera la fuerza d
e Voldorius consiguió imponerse ante la determinación de sus enemigos. Herido y rode
ado por las garras de Shrike junto a una estatua caída del Emperador, Voldorius no
pudo escapar de la venganza de la espada de Kor sarro. De un golpe terrible, el c
apitán de los Cicatrices Blancas decapitó al príncipe demonio, destruyendo su corrupción
para siempre.
Un mes más tarde, con Quintus en manos de un ejército de la Guardia Imperial enviado
desde Tallarn, Kor sarro y Shrike intercambiaron unas palabras y cada uno partió ha
cia un rumbo distinto. Shrike regresó a la zona de batalla de Targus. Kor sarro Khan
regresó con la cabeza de Voldorius como recompensa y fue recibido como un héroe en
el gran palacio de los Cicatrices Blancas. Cada capitán se llevó consigo el respeto
del otro y la gloria de una batalla difícil, y quizás el inicio de una hermandad res
taurada entre capítulos que llevaban demasiado tiempo siendo rivales.
Desde sus inicios como inexpertos colonos, hasta la actualidad como endurecidos
guerreros de las colmenas, los Praetorianos han tenido que luchar para sobrevivi
r. A lo largo de centenares de años han adoptado una estricta disciplina que junto
con su talento para la organización de los pequeños detalles (cosa esencial en una
Colmena donde incluso el aire está racionado), les es de probecho en el campo de b
atalla.
Detestan la Dejadez y el desorden, e incluso en mitad de la batalla se asegurarán
de que sus uniformes estén correctamente abotonados y de que las cartucheras de la
munición estén limpias y relucientes como el sol.
Campaña del sistema Montar
Batalla del Rio del Gran Colmillo.
Montar VIII es un pequeño planeta que orbita cerca del segundo sol del escasamente
poblado sistema Montar.
El planeta es un lugar inhospito con pocos recursos naturales y ha sido largamen
te ignorado por el Imperio; hasta que un pecio espacial a la deriva llevó a la Tri
bu de los Manoz Zangrientaz al planeta y su Caudillo Bullgarg lo reclamó para sí. La
tribu de los Manoz Zangrientaz son una más de las incontables tribus orkas que ha
bitan en la galaxia.
Hasta que llegaron a Montar VII, los Manoz Zangrientaz eran una tribu nómada de sa
queadores cuyo hogar era el pecio espacial, lo que los convertía en una amenaza me
nor para el Imperio. Pero lo que sucedió en Montar VII, hizo que el Imperio cambia
se de opinión.
Una tribu, normalmente, incluye orkos de los clanes mayores, y eso no es una exc
epción en los Manoz Zangrientaz, que incluían zoldados de azalto, Clan Mordizco de V
ivora y Culto a la Velozidad. Sin embargo, toda la masa de orkos se hacían llamar
simplemente los Manoz Zangrientaz, y dejaban para los demás el separar los clanes
de cada uno. Para mostrar su alineación con la tribu, los chicoz pintaban su puño y
antebrazo derecho de color rojo.
Hasta que llegó a Montar VII Bullgarg se contentaba con llevar una vida nómada de pi
rateo y saqueo, pero su llegada al planeta supuso un cambio. Empezó a creer que lo
s simples placeres que ofrecían los abordajes y los saqueos no eran suficientes. ¡Bu
llgarg quería fundar un imperio orko bajo su dominio, enpezando en Montar VII! Qué s
uscitó ese cambio de mentalidad, nadie lo sabe. Algunos dicen que Gorko y Morko le
habaron Mientras dormía, enviándole visiones del imperio que fundaría; otros dicen qu
e se empezó a creer sus exageradas historias de masacres y saqueos que decía haber h
echo.
Por la razón que sea, el resultado fue el mismo: Bullgarg llegó al Sistema Montar y
no iva a dejarlo hasta conquistar cada planeta que lo componía.
Primer enfrentamiento
El aterrizaje orko no pasó desapercibido y el Lord Planetario Kiwa, en Montar Prim
e, pidió ayuda urgente para enfrentarse a los orkos antes de que extendieran el ca
os y la destrucción a través del ssitema entero. Aunque lo sinformes iniciales indic
aban que la tribu no era muy grande Lord Kinwa simplemente no tenía las fuerzas su
ficientes para enfrentarse a ellos. La población total de humanos y metahumanos de
l sistema era inferior a setecientos, y la Fuerda de Defensa Planetaria de Lord
Kinwa era un reducido pelotón de infantería con sólo 3 armas pesadas y sin vehículos bli
ndados.
Afortunadamente para Lord Kinwa su petición de ayuda fue recibida y tramitada rápida
mente, probablemente demasiado rápido vistos los sucesos que acaecieron posteriorm
ente.
El Sistema Montar se encuentra en el Segmentum Tempestus cercano al planeta Tall
arn. La Guardia Imperial de este Sector se encuentra bajo el mandodel Lord Coman
dante Sherdan, que recientemente había llevado a cabo una exitosa campaña contra pir
atas Eldar. Fue una sangrienta campaña, extendiéndose las batallas y escaramuzas por
media docena de sistemas y en más de treinta mundos; finalmente acabó conla destruc
ción de los piratas Eldar por parte de la Flota Imperial. Informes de esta batalla
final estaban lelgando cuando Sherdan recibió las noticiasde la invación de Montar
VII, y es posible que estas buenas nuevas sobre la victoria contra los renegados
Eldar enturviaran su juicio sobre cómo enfrentarse al Caudillo Bullgarg.
Por la razón que fuera, Sherdan creyó los informes de reconocimiento preliminares y
decidió enviar a una pequeña fuerza para enfrentarse a los orkos lo más rápidamente posi
ble. Las tropas que envió fueron los veteranos de la campaña contra los Eldar Oscuro
s, el XXIV de Praetoria.
El XXIV de Praetoria siguió a rajatabla la doctrina de combate y estilo de luchar
que tienen los praetorianos, pero sufrieron grandes pérdidas por culpa de ello. De
los 1.500 praetorianos iniciales, sólo 300 sobrevivieron. Mas importante, casi to
dos los oficiales superiores del regimiento también murieron. El oficial de mayor
graduación que quedó con vida, y por tanto el oficial al mando del regimiento, fue e
l Capitán Gliene de la Compañía C y de 21 años.
Para reemplazar las bajas de cara a la campaña que se avecinaba contra el caudillo
Bullgarg, el XXIV fue reforzado apresuradamente con los supervivientes del 135
de Tallarn, que había sido casi destruido en la campaña contra los renegados Eldar.
El oficial al mando de los Tallan, el Coronel Al' Ter-Ay, fue puesto al mando de
l reforzado XXIV de Praetoria, incluso cuando la mayoría de las tropas en el regim
iento eran Praetorianos. Esta estructura de mando tendría desastrosas consecuencia
s para el Regimiento.
La llegada a Montar VII
El XXIV fue enviado inmediatamente a Montar VII con órdenes de Lord Sherdan de act
uar rápidamente para eliminar la amenaza orka del sistema. La información aún era bast
ante vaga en referencia al tamaño y a la fuerza de los orkos pero la creencia gene
ralizada era que no serían muchos en número, y sin apoyo pesado en forma de Gargante
s o Fortalezas de Combate. Mercenarios orkos del Clan Hacha Sangrienta, contrata
dos como exploradores por el regimiento durante la campaña, confirmaron esto aunqu
e nunca llegaron a encontrarse con el grueso del ejército del Caudillo Bullgarg, y
aque Todo el mundo zabe que ez un bocazaz .
Cuando el XXIV aterrizó en Montar VII, el Coronel Al Ter-Ay no perdió el tiempo para i
r contra los orkos. Una nave espía determinó la localización del campamento orko en el
Rio del Gran Colmillo. El número de orkos aún era desconocido, ya que la nuve de hu
mo y polución que había sobre el campamento hacía imposible para la nave espía el poder
recoger lecturas para determinar el número de orkos, pero había preocupantes signos
de que los orkos estaban construyendo un Gargante y otras enormes máquinas de guer
ra.
El Coronel Al Ter-Ay decidió actuar rápidamente, tal y como le había ordenado Lord Sherd
an, sin atender el consejo del Capitán Gliene que sugería utilizar los hacha Sangrie
ntas de su Compañía para explorar el campamento orko. Al Ter-Ay no se fiaba de los mer
cenarios orkos, y menos en operaciones contra su propia raza, además las órdenes que
tenía eran las de actuar con extrema rapidez, y eso es lo que haría.
Menos de 24 horas después de llegar al planeta, el XXIV de Praetoria avanzó contra l
os orkos.
La destrucción de Kaz-Ter
Al'Ter-Ay dividió el regimiento en 3 columnas:
- La Primera (Fuerza Kaz-Ter), se componía por las compañías de Rough Riders de Tallar
n y por todas las compañías de Tanques de Tallarn y estaban bajo el mando del Capitán
Ami'Kaz-Ter de Tallarn.
- La Segunda Columna (Fuerza Gliene), estaba compuesta por la COmpañía C del XXIV de
Praetoria.
- La Tercera Columna (Fuerza Ter-Ay), estaba bajo el mando personal de Al'Ter-Ay
y estaba formada por la Compañía A y todas las Armas de Apoyo del Regimiento.
El plan de Al'Ter-Ay era usar la Fuerza Kaz-Ter para aplastar el Campamento Orko
en un devastador ataque por sorpresa. Mientras los Tanques Imperiales empujaban
a los orkos, la Fuerza Gliene, que ivan montados en chimeras, rodearían el campam
ento bloqueando así la retirada a los orkos y acabando con aquellos que pretendier
an escapar. Mientras tanto, las fuerzas más lentas de la Fuerza Ter-Ay tendrían tiem
po de llegar y acabar con los orkos supervivientes.
Sobre el papel no era un mal plan, pero se basaba en que las fuerzas orkas eran
demasiado débiles para enfrentarse con la Fuerza Kaz-Ter. Desgraciadamente para la
s torpas Imperiales, este no era el caso.
Desde el momento en que las fuerzas Imperiales llegaron a la cima de las colinas
y vieron el campamento orko, el plan de Al'Ter-Ay empezó a fallar.
La Fuerza Kaz-Ter se había avanzado al resto del regimiento y estaba empezando a c
ruzar el Río del Gran Colmillo antes que la Fuerza Gliene estuviese en posición. El
Capitán Ami'Kaz-Ter era un brillante pero testarudo oficial, que había provado su va
lor y su falta de sentido común en muchas batallas. Siempre antes su suerte le sal
vaba del desaster pero desde el momento en que los Tanques Leman Russ atravesari
on el río, su suerte había sido sentenciada.
De repente, desde el perímetro externo del campamento roko, docenas de jinetes de
Jabalí salieron a su encuentro, seguidos por centenares de guerreros orkos y de gr
etchings. Las baterías de armas superpesadas montadas en las torres de vigilancia
del campamento orko entraron en acción y empezaron a disparar sobre las sorprendid
as unidades Imperiales. Y entonces, cuando esta marea de pieles verdes chocaba c
ontra la vanguardia de la Fuerza Kaz-Ter, la retaguardia de la Guardia Imperial
fue arrasada por un ingente volumen de fuego. Tal y como los tanques explotaban
y los hombres morían, los Guardias se vieron abrumados por el horror al ver que el
Gargante que creían que estaba en construcción, estaba totalmente operativo y se re
cortaba contra el horizonte, flanqueado por sendas fortalezas de combate dispara
ndo sus armas y con el apoyo aéreo de Cazabombarderoz.
En pocos instantes el Capitán Kaz-Ter murió, mientras el pánico golpeaba a los supervi
vientes de la fuerza que había liderado, haciendo que huyesen. Muchos de los Rough
Riders de la comuna sobrevivieron al bombardeo inicial, y estabn intentando huís
a través del Río del Gran Colmillo lo más lejos posible del campamento orko. Desafortu
nadamente los bancos de arena de las riveras del río retrasaron su huida, y rápidame
nte sus perseguidores, montados en jabalíes, les dieron alcance.
El resultado fue una masacre. Cada vez era más evidente que las fuerzas imperiales
se habían dirigido a una emboscada preparada por el Caudillo Bullgarg, cuyos expl
oradores le habían advertido de la Llega del Regimiento desde que éste aterrizara en
el planeta. La emboscada no era la mejor preparada, ni la más elegante, ni la mej
or ejecutada; pero la falta de previsión del plant de Al'Ter-Ay condujo al desastr
e al XXIV de Praetoria.
Se estima que en 3 minutos los orkos inflingieron el 85% de bajas en la Fuerza K
az-Ter. Pero el desastre aún no había concluido; por encima del Valle del Río, la Fuer
za Gliene estaba bajo ataque.
¡¡¡Por el rey emperador!!!
Desde la elevación sobre el río en que se enontraba, el Capitán Gliene poco podía hacer
para ayudar a sus camaradas de la Fuerza Kaz-Ter, ya que desde el mismo momento
en que Kaz-Ter fue atacado, su Compañía fue emboscada por una gran fuerza de buggies
orkos.
Los orkos habían aparecido de la nada rodeando rápidamente a los Praetorianos y obli
gándolos a salir de sus chimeras.
Gliene ordenó fomar a los vehículos en círculo, desde el que sus soldados se prepararo
n para vender caras sus vidas. Todos ellos sabían que estaban condenados al ver lo
sucedido a la fuerza Kaz-Ter, ya que centenares de guerreros orkos y las enorme
s máquinas de guerra que los acompañaban ahbían centrado su atención en aquellos "Locos
de la Colina".
Los orkos se lanzaron como un auténco enjambre colina arriba contra las posiciones
de los Praetorianos que descargaban salva tras salva de sus rifles laser, mient
ras los multilaser de los Chimeras segaban las vidas de muchos orkos. Pronto la
zona circundante a la posición dela Guardia Imperial estaba cubierta por cientos d
e cuerpos orkos y buggies incendiados. Pero aún así, los orkos, continuaron atacando
apoyados por el fuego del Gargante y de las fortalezas de combate. Lanzando sus
guturales gritos de guerra y con una completa despreocupación por su seguridad pe
rsonal, que impresionaba incluso a los más duros pandilleros de las Colmenas de Pr
aetoria, los guerrero orkos se lanzaban una y otra vez contra el círculo de Guardi
as Imperiales, hasta que no quedó ni un humano vivo.
Apendice
En un ahora dese que se avistó por primera vez el campamento orko, todos y cada un
o de los hombres de la Fuerz Kaz-Ter y de la Fuerza Gliene, con la excepción de un
o de los mercenarios orkos de la Compañía C, había muerto.
El Coronel Al'Ter-Ay no tenía más remedio que retirarse ante el victorioso ejército or
ko. Afortunadamente, los orkos, estaban demasiado ocupados celebrando la victori
a como para perseguir a un puñado de supervivientes, y así la Fuerza Ter-Ay pudo ret
irarse casi sin bajas.
Al Coronel Al'Ter-Ay no se le volvió a dar el mando en solitario de nada. Murió 20 año
s más tarde atacando en solitario a una Dominatrix Tiránida. Se dice que sus últimas p
alabras fueron: "Voy a tener la misma muerte que mis hermanos. Al fin podré tener
la paz que me niegan los fantasmas que me atormentan".
El Caudillo Bullgarg consiguió crear un emperio orko en el sistema Montar, pero un
a vez conseguido desapareció con la mayoría de sus chicoz a bordo de un pecio espaci
al. Se cree que el pecio fue destruido en la disformidad, pero no se sabe con ce
rteza. Quien sabe, u ndía puede que BUllgarg y los Manoz Zangrientaz vuelvan para
crear un nuevo imperio.
Lord Sherdan se recuperó del revés que supuso la Masacre en el Río del Gran Colmillo y
fue a reconquistar el sistema Montar de las manos de los orkos que quedaron tra
s la partida de Bullgarg. A la vanguardia de la campaña de reconquista se encontra
ba el refundado XXIV de Praetoria.
LA CAIDA DE DAMNOS
274.973.M41 Ruinas descubiertas
La fusión geotérmica de las estaciones de Mandos Prima sufre una serie de fallos críti
cos seguidos de una actividad sísmica de una fuerza sin precedentes. En el curso d
e las reparaciones, los exofabricadores descubren una serie de ruinas antiguas e
nterradas bajo la capa de hielo. Representantes del Adeptus Mechanicus reclaman
el descubrimiento de inmediato. Los tecnosacerdotes recuperan varios mecanismos
alienígenas del lugar y los llevan al mundo forja Goethe Maioris para su estudio.
779.973.M41 La amenaza despierta
Falanges y falanges de Necrones emergen de las ruinas bajo tormentas terribles y
descienden hasta los manufactorums de Damnos Prima. Un velo de interferencias e
n las comunicaciones precede al avance necrón evitando que los manufactorums pueda
n enviar una señal de ayuda o alerten a otros de su destino. Al no estar preparado
s para un asalto tan repentino, los defensores son invadidos en cuestión de horas.
Cuando el complejo queda en silencio, se envían cazas Thunderbolts de reconocimie
nto procedentes de Damnos Secundus para investigar. Ninguno regresa.
850.973.M41 La masacre continua
Las interferencias en las comunicaciones se desplazan al sur, sobre el Océano de T
yrrea hasta Damnos Secundus. Los Necrones continúan su avance silenciando cada ref
inería, complejo minero y puesto avanzado que encuentran a su paso. Las compañías de r
econocimiento de la Guardia Imperial alcanzan los manufactorums de Damnos Primus
. Encuentran las estructuras intactas, pero ni rastro de atacantes o defensores.
A medida que la zona de batalla se desplaza al sur, los informes confirmando la
naturaleza del enemigo finalmente llegan al gobernador planetario, que moviliza
de inmediato a todos los regimientos bajo su mando. También envía una petición de ayu
da desesperada a los Ultramarines próximos antes de reunir a sus consejeros y reti
rarse a su búnker de mando clase Proteus. El acorazado Nobilis adopta una órbita geo
stacíonaria sobre la capital planetaria, Kellenport, y se prepara para bombardear
a los inminentes Necrones.
020.974.M41 El triunfo Necron
Los Necrones asaltan Kellenport. Gracias a un bombardeo de torpedos de fusión desd
e el acorazado Nobilis en órbita, la batalla comienza bien para los defensores imp
eriales, pero el triunfo rápidamente se convierte en desastre. Un disparo de energía
de inducción comprimida atraviesa la atmósfera y destruye el Nobilis. Mientras las
espirales de escombros caen desde el oscuro cielo para estrellarse contra Damnos
, las falanges de Necrones se teleportan tras los muros y matan a los guardias e
n sus propios búnkeres. El gobernador muere cuando irrumpen en su búnker escarabajos
y arañas necronas. Cuando las unidades de la 2a Compañía de Ultramarines llegan poco
después, lanzan una serie de incursiones para tratar de rescatar a los pocos super
vivientes de la masacre necrona y se retiran al espacio profundo. En la actualid
ad, Damnos está en manos de los Necrones.
LA GUERRA DE NAVLA
El Legado de la Guerra
La Segunda Guerra de Armageddon, primera invasión de Ghazgkull Thraka a este desaf
ortunado planeta, le costó muy cara al Imperio. Cuando el Imperio finalmente logró e
xpulsar a los invasores orkos, sus fuerzas salieron al exterior para reclamar mu
ndos y sistemas que habían permanecido desconectados durante años, pero en la mayoría
de ellos solo encontraron restos consumidos. La reconstrucción de una pequeña porción
de la carnicería perpetrada por los Orkos obligaría a extender hasta el límite los rec
ursos del Imperio. Además, asegurar una férrea defensa frente a posibles ataques opo
rtunistas sería una orden difícil de cumplir para las ya de por sí reducidas, dilapida
das y desmoralizadas fuerzas del Imperio. El acorazado imperial clase Apocalipsi
s Triunfo se unió a la flota imperial de Armageddon en 951.M41 y, entre guerras, s
irvió como nave insignia de la flota de defensa bajo el mando del capitán Honyaeger.
El acorazado Triunfo resultó ser la condena de muchas flotas piratas dispuestas a
aprovecharse de las debilidades de la flota imperial. Tras cosechar una impresi
onante cantidad de honores, el acorazado Triunfo se convirtió en el símbolo de la Vo
luntad del Emperador en todo el subsector.
Una generación más tarde, cuando nuevos ataques orkos en los sistemas circundantes a
Armageddon causaron un recorte drástico en los envíos de mercancías al sistema princi
pal, el Triunfo y otras naves de la flota imperial se encontraron forzados hasta
el límite. Eran pocas naves para poder cubrir una extensión tan grande de espacio i
nterplanetario y los transportes de mercancías sufrían las consecuencias. Se pidió ayu
da a la flota imperial y los refuerzos llegaron en forma del Almirante Parol a b
ordo de la nave Su Voluntad, acompañada de tres escuadrones de cruceros de primera
línea. El capitán Honyaeger reconoció la veteranía y experiencia del Almirante Parol y
le cedió el mando de la flota; de este modo, durante un corto período de tiempo, ces
aron los ataques de los piratas orkos.
Todo esto cambió, casi repentinamente, cuando las incursiones piratas se convirtie
ron en asaltos planetarios a varios sistemas menores
Los primeros compases de la guerra
La marea verde se aproxima
La Tercera Guerra de Armageddon comenzó formalmente cuando la flota orka reapareció
en el espacio real en los límites del sistema Armageddon, convergiendo inmediatame
nte en la estación de control Dante, una de las tres estaciones especialmente diseña
das para prevenir uno de estos ataques. Dante sobrevivió el tiempo suficiente para
abrir un canal de comunicaciones y lanzar una señal de socorro; aunque para los d
efensores de Armageddon, convencidos de que el ataque era inevitable, la ruptura
de las comunicaciones fue la prueba que necesitaban de que Ghazghkull había regre
sado.Mientras las fuerzas de tierra en Armageddon y en sus sistemas próximos se co
locaban en alerta máxima, se hicieron los preparativos necesarios para un conflict
o en el espacio. El Almirante Parol se puso al mando de la flota desde su nave i
nsignia Su Voluntad liderando a siete escuadrones de cruceros frente a la flota
orka invasora e interceptándola cerca del mundo de elevada gravedad de Pelucidar.
La Batalla de Pelucidar
Mientras disponía la primera línea de defensa frente a esta gran amenaza, Parol se d
io cuenta de que Pelucidar representaría un dilema. El objetivo inevitable de los
Orkos sería aterrizar en Chosin, Armageddon y el resto de planetas poblados del si
stema. Aquí, entre los gigantes de gas y los superplanetas áridos de las franjas ext
eriores, el Imperio podía mantener esperanzas de contener a la flota orka. Por otr
o lado, incluso los pocos e incomprensibles mensajes recibidos desde la estación D
ante hicieron pensar a Parol que no podrían ganar a un enemigo que les superaba en
número. A pesar de todo, quizá sintiendo el ardor de la esperanza, Parol se sintió ob
ligado a enviar a toda su flota a emprender una acción alrededor de Pelucidar.
Cinco días después de abandonar el muelle de San Jowen, la flota imperial se había enc
ontrado ya con algunos líderes de la flota orka atrayendo a las naves de escolta e
nemigas con los acorazados, puesto que los cruceros imperiales eran más rápidos y ut
ilizaban los pozos gravitatorios de Pelucidar para virar en redondo sobre los fl
ancos orkos.
Los acorazados Triunfo y Su Voluntad unieron esfuerzos para combinar su terrorífic
o armamento de lanzas y crear una mortífera red de fuego de la que no pudiera salv
arse ninguna nave orka. Más de sesenta naves de escolta enemigas fueron destruidas
sin que el Imperio sufriera ninguna baja. A medida que más naves orkas se unían a l
a batalla, el combate degeneró en una caótica pelea de las que tanto divierte a los
Orkos. Mientras el grueso de la flota orka se adentraba en el sistema Armageddon
, las naves imperiales sufrieron un buen número de bajas gracias a las fuerzas com
binadas orkas y a sus ataques suicidas, que amenazaban con superar la línea de la
flota imperial. El crucero de batalla Hijo de la Tormenta fue el primero en caer
; su capitán prefirió no destrabarse del combate y seguir luchando aunque la nave qu
edase inoperativa. De este modo, logró que el resto de su escuadrón pudiese reagrupa
rse alrededor del acorazado Su Voluntad.A medida que más y más escuadrones de crucer
os empezaban a sufrir pérdidas, el almirante Parol ordenó que el acorazado Triunfo s
e mantuviese firme en su posición para que la flota imperial dispusiese de un punt
o estable donde reagruparse. El almirante condujo a Su Voluntad hasta el lugar d
onde se encontraba la primera nave orka y se desencadenó una batalla campal. Casi
al mismo tiempo, un escuadrón ingente de kruzeroz tomó ventaja de la brecha en la líne
a imperial y atacó a la nave Su Voluntad causándole daños de poca importancia con una
andanada de fuego de costado; a continuación, rodeó al Triunfo e inició un bombardeo m
asivo. Los escudos del Triunfo fallaron durante unos segundos y su ancestral cas
co sufrió los daños de la primitiva pero eficaz artillería orka. Cuando los kruzeroz o
rkos se aproximaron al acorazado, un grupo de sus naves de ataque efectuó una seri
e de acciones de abordaje y teleportaciones apareciendo en el corazón del Triunfo.
Allí, su valiente tripulación luchó contra los Orkos; pero, como se vieron forzados a
abandonar sus tareas para enfrentarse a los asaltantes, los kruzeroz orkos apro
vecharon para continuar bombardeando al Triunfo sin preocuparse lo más mínimo por la
s vidas de los Orkos que había a bordo de la nave imperial.
El capitán Honyaeger, dolido por los ataques que había sufrido su nave, se vio oblig
ado a dar la orden de abandonar el combate. Le llevó cuatro días aniquilar a los asa
ltantes orkos que habían quedado en el interior de la nave.
Después de que el acorazado Triunfo quedase fuera de combate, se detectaron nuevas
flotas orkas que entraban en el sistema Armageddon. El almirante Parol se vio f
orzado a abandonar la lucha y reagrupar el resto de sus naves para tratar de fre
nar el avance orko en el espacio imperial.
A la práctica, los Orkos no estaban demasiado preocupados por la flota imperial, p
ara ellos la visión de un enemigo huyendo era tan buena como la de un enemigo dest
ruido, y preferían lanzarse a toda velocidad en dirección a la joya brillante de Arm
ageddon. Parol y sus capitanes observaron impotentes cómo era invadido su sistema.
Después de Pelucidar
El estremecimiento de un mundo
El primer lugar donde se hizo notar la ira de las flotas orkas fue en las instal
aciones de la flota en el sector, concretamente en el muelle de San Jowen. Así lo
explicó el comandante de la instalación, el capitán Starrkos, en una transmisión para el
almirante Parol días después de la batalla de Pelucidar.
"Debo informar sobre nuestra situación aquí en el muelle de San Jowen. Cuando la flo
ta orka rebasó vuestra línea, nos preparamos para sufrir múltiples acciones de abordaj
e; pero, aunque parezca increíble, los Orkos han optado por efectuar bombardeos. P
ocas naves enemigas intentaron orbitar sobre nuestro muelle y, en vez de eso, de
scargaron toda su munición sobre nuestro muelle mientras continuaban en rumbo dire
cto hacia Armageddon. Creo que nosotros no éramos su objetivo; el muelle de San Jo
wen simplemente estaba en su camino.
Más del noventa por ciento de nuestras defensas de superficie han resultado destru
idas en las primeras siete horas del ataque y no hemos podido contraatacar a los
invasores. Poco después, se lanzaron las cápsulas de asalto enemigas. No se trataba
de un ataque coordinado y muchos de mis oficiales de puente opinaban que las cáps
ulas de abordaje lanzadas desde los hangares de kruzeroz orkos Matamaz eran el r
esultado de una pobre disciplina alienígena. Creíamos que finalmente sufriríamos el as
alto de los Orkos, incapaces de esperar a llegar a Armageddon antes iniciar la b
atalla. Nuestras defensas habían sido anuladas, por lo que éramos incapaces de deten
er su entrada en el muelle. Organicé precipitadamente grupos de combate para repel
er su asalto. Sufrimos serias pérdidas, ya que los Orkos luchaban con una ferocida
d literalmente inhumana. El combate que se libró mientras los alienígenas se dirigían
hacia los reactores fue intenso. Me vi obligado a desviar a muchos equipos para
que participasen en la defensa de los reactores, ya que temía perder el muelle si
culminaban el ataque. No obstante, esta acción permitió que un buen número de Orkos no
encontrase oposición en algunos de nuestros muelles superiores. Ahora tenemos a l
os Orkos más o menos controlados, pero hemos perdido contacto con los muelles infe
riores y pensamos que están en manos de los enemigos. Disponemos de las fuerzas ne
cesarias para frenar su avance ahora que las flotas nos han sobrepasado y han co
menzado el asalto, pero no podremos limpiar la plaga orka sin ayuda".
Aunque al principio parecía aliviado tras conocer el destino del muelle de San Jow
en, que había escapado a la destrucción total en manos de los Orkos, Parol se dio cu
enta de que resultaba aún más peligroso que los Orkos se retirasen de las estaciones
, pues resultaba un golpe más duro para los esfuerzos imperiales. Parol pensó que, s
i los Orkos no tenían intención de extender su maldición verde por el sistema, la magn
itud de la invasión sería mucho mayor de lo que temían. Con todo, incluso para el sose
gado estratega estas derrotas en los primeros momentos de la guerra y esta caden
a de acontecimientos le hacían concebir esperanzas. Si los Orkos (aparentemente ba
jo instrucciones directas de solo bombardear San Jowen) no podían resistir su nece
sidad barbárica de cercar y luchar con el enemigo, quizá sus acciones podían estar con
cebidas por ellos mismos tanto como por sus jefes. Al final, una estrategia basa
da en la división y la conquista se estaba convirtiendo en la última esperanza del I
mperio.
Reclamar las estrellas...
Mientras Parol permanecía apartado del conflicto, concentrado en reagrupar y recal
cular las fuerzas de la flota imperial, el problema de Armageddon se hacía cada ve
z más urgente. Temiendo que la flota orka invasora se lanzase sobre Armageddon ant
es de poder coordinar la defensa, muchos capítulos de los Marines Espaciales monta
ron en sus barcazas de transporte y cruceros y regresaron al espacio interplanet
ario. Mientras la flota orka se aproximaba, la flota de los Templarios Negros ba
jo el mando del Gran Mariscal Helbrecht se arriesgó lanzando una sola andanada de
fuego contra los Orkos. Casi al unísono, más de una docena de barcazas de combate y
varias docenas de cruceros de asalto castigaron a la flota de Ghazghkull con tor
pedos y con el bombardeo de sus cañones literalmente desintegrando a la primera ol
eada de naves de escolta y dejando inoperativo el pecio orko Muchoeztruendo. Inc
luso así, Hellbrecht se percató de que la suerte no favorecía aquel día a los Marines Es
paciales y envió a la mayoría de las fuerzas reunidas de regreso al planeta. De hech
o, retiró a la flota para unirse a la de Parol permitiendo que la flota orka alcan
zase Armageddon prácticamente indemne.
Apoyo logístico
Después de lo ocurrido en Pelucidar, se hicieron los preparativos necesarios para
el inicio de una batalla en superficie y se decidió el papel que desempeñaría la flota
imperial en la contienda. En la larga historia de la flota imperial habían sido c
omunes las acciones combinadas en las que las naves de la flota imperial actuaba
n principalmente como transporte de tropas de los ejércitos de la Guardia Imperial
o como reserva que protegía las cadena de suministro y patrullaba las rutas. Esta
s acciones eran tan comunes como las guerras en que la flota imperial se había aco
stumbrado a los combates. Asimismo, los capítulos del Adeptus Astartes destacaban
por sus rápidas y sangrientas acciones de flota destinadas a abrir una ruta que lo
s llevara a los planetas en contienda, donde su particular afición por los asaltos
planetarios les permitía llevar la delantera en el ataque. Sin embargo, Armageddo
n resultó ser bastante diferente.
Utilizar la flota imperial para derrotar a los Orkos en el espacio no había bastad
o para vencerlos, ya que Ghazghkull no permitiría que su flota se lanzase al comba
te donde la superior disciplina imperial, con toda probabilidad, superaría a la br
utalidad orka. Del mismo modo, confiar en el rápido despliegue de las fuerzas de s
uperficie para enfrentarse a los Orkos mientras estos aterrizaban tampoco surtiría
efecto. La horda orka era demasiado grande para ser derrotada en un único conflic
to aislado. En su lugar, debía prepararse una nueva estrategia, una que permitiera
a la flota imperial operar con eficacia en el espacio a pesar de la superiorida
d numérica de los Orkos; la flota debía ser capaz de mantener la capacidad de transp
orte suficiente para asegurar que ni un solo enclave del sistema quedase descuid
ado o apartado del esfuerzo imperial. Era la primera vez desde la Herejía en que u
n plan de guerra precisaba la compenetración completa entre las acciones en tierra
y las de la flota.
Estos problemas, por lo menos al principio, no fueron superados con facilidad. E
xcepcionalmente, la mayoría de la flota imperial estaba compuesta por naves de los
Marines Espaciales y no estaba muy claro el papel que iban a representar en est
a campaña mixta. Los deberes de las tropas de superficie eran controlados por la f
lota de los Marines Espaciales y esta seguía la precaución de permanecer cerca por s
i surgía la necesidad de realizar movimientos repentinos. Cualquier intento determ
inado de reunir una flota de Marines Espaciales para el combate en el espacio in
terplanetario invariablemente comprometía otras áreas de la campaña.
Reagrupamiento de las tropas
Después de varias horribles derrotas al inicio de la guerra, los Marines Espaciale
s advirtieron pronto que el número casi imparable de Orkos que llegaba a Armageddo
n aumentaba todavía más después de su fracaso al enfrentarse a la amenaza en el espaci
o. Enfadado ante la arrogante retirada de la flota imperial, el Gran Mariscal He
lbrecht de los Templarios Negros reestructuró primero a sus hombres y después gradua
lmente al resto de las fuerzas para mejorar la lucha en todo el sistema. Helbrec
ht, como la mayoría de descendientes de Dorn, se había enorgullecido siempre de su d
isposición para cooperar con otros elementos de las monolíticas instituciones imperi
ales y su destreza en la negociación y en la delegación resultó ser fundamental. El pr
opio Helbrecht asumió la responsabilidad de ponerse al mando de la flota para orga
nizar los asuntos relativos al movimiento y al transporte mientras Parol gozaba
de suficiente libertad para dedicarse de lleno a la estrategia militar de uno de
los conflictos bélicos mayores en la historia del Imperio.
A la caza del teleportador
La kaza del Orktubre Rojo
La persecución del enemigo es quizá la acción bélica para la cual las tropas suelen esta
r en mejor disposición. Pero en este caso no había razones para capturar al enemigo.
Los simples piratas e incursores, a menudo el objetivo de estas búsquedas por su
propia naturaleza, tenían que revelar su identidad tarde o temprano aun en el caso
de que se enfrentasen a simples comerciantes en naves de transporte. Ya fuese u
na o varias las naves a las que los Orkos se teleportaban, estas no permanecían mu
cho tiempo plantando cara al enemigo, sino que huían a la mínima evidencia de ataque
. Su misión consistía simplemente en teleportar hordas de guerreros orkos. Parol y H
elbrecht estaban preparados para iniciar una larga caza.
El acorazado imperial clase Oberon Lago Verde fue elegido como una de los mejore
s naves cazadoras, ya que, gracias a su ancestral diseño (que se remontaba a una épo
ca en la que el Imperio temía el entonces nuevo desarrollo de las naves de ataque)
, tenía ventaja sobre el resto de acorazados y había sido optimizado para operar ind
ividualmente contra una variedad de enemigos sin necesidad de llevar naves de es
colta. Todas estas razones convertían a esta nave en el depredador perfecto, aunqu
e, si no le favorecía la suerte, la caza podía ser igualmente en vano.
Las tropas de superficie de Armageddon informaron de que, durante un breve período
de tres semanas, se produjo un fenómeno en momentos del día que aparentemente no te
nían ninguna relación entre ellos: se detenía la teleportación de tropas casi por comple
to y las pocas que aparecían presentaban un número extraordinario de Orkos muertos o
que habían sufrido graves mutilaciones en el proceso. El capitán Fitzmander, un ave
zado cazador de piratas, creía que esto solo podía deberse a dos causas: un fallo re
pentino de la tecnología orka (al parecer Orkímedes seguía con vida) o algún cambio ines
perado en las condiciones de la teleportación.
Fitzmander redujo las posibles causas y las acotó a los alrededores de Namara, don
de un alineamiento de planetas había atrapado al pequeño planeta de Chosin, que se e
ncontraba exactamente equidistante entre sus gigantescos vecinos, Namara y Grama
ul, desatando innumerables e impredecibles fuerzas astronómicas sobre los tres pla
netas. Más concretamente, como revelaron las sondas del acorazado Lago Verde, la c
ausa era la distorsión de la energía y la actividad eléctrica en los alrededores de Na
mara, donde la gravedad de los otros dos planetas habían conspirado para distorsio
nar estas señales.
Ahondando en la teoría de que esta debía ser la causa de la interrupción en la telepor
tación, la nave Lago Verde se dirigió tan rápido como pudo a Namara. Mientras se encon
traba en órbita sobre el planeta, Fitzmander localizó al pecio orko Triturakráneoz. El
acorazado Lago Verde se acercó a él rápidamente y le atacó a corta distancia con toda s
u potencia de fuego. Como el Triturakráneoz carecía de cazabombarderos que pudieran
responder al ataque de un solo acorazado y disponía de un número limitado de naves d
e escolta, quedó tan destrozado que cuando intentó entrar en la disformidad la presión
destruyó casco.
Sangre roja en el Lago Verde
El victorioso acorazado Lago Verde salió en persecución de los elementos de la flota
orka que huían dándoles caza en pequeñas escaramuzas que duraron varios días. La persec
ución del Lago Verde continuó incesante hasta la inesperada aparición del akorazado or
ko Matatodoz. Una oleada de naves de ataque exploradoras no obtuvo respuesta del
acorazado, así que Fitzmander asumió que, como la mayoría de las naves de la flota or
ka, el akorazado Matatodoz presentaba deficiencias frente a los cazabombarderos.
Fitzmander utilizó las tácticas que ya había probado, por lo que eligió centrarse en las
armas de alcance y abrió fuego. En aquel momento no sabía que había ido demasiado lej
os...
Momentos antes de dar la orden de abrir fuego, el acorazado Lago Verde sufrió el a
bordaje de los Orkos. Fitzmander nunca hubiera podido predecir un ataque de este
tipo y su tripulación trató de repeler como pudo a los asaltantes. El akorazado Mat
atodoz debía llevar a bordo teleportadorez orkos que, aunque no disponían de suficie
nte alcance para efectuar asaltos planetarios, sí tenían suficiente potencia para ab
ordar el acorazado Lago Verde a una distancia a la que solo el armamento de larg
a distancia podría resultar eficaz. Sorprendido totalmente por la táctica orka, Fitz
mander murió junto a su tripulación enfrentándose a los Orkos en los estrechos corredo
res de los niveles de la ancestral nave.
El final de la guerra
El sacrificio de Parol
Tras conocer la destrucción del Lago Verde, Parol ordenó una búsqueda exhaustiva de lo
s elementos orkos que operaban en los límites del sistema, ya que ahora tenía la evi
dencia de que había más naves orkas con teleportadores de las que había temido en un p
rincipio. El escuadrón destructor Hermanos de Cale logró avistar a larga distancia a
otro pecio orko en los restos de la estación de Mannheim. Parol, torturado por la
pérdida de su viejo amigo Fitzmander, lideró el mismo el ataque al pecio orko.
Pero, igual que hiciera el pecio orko Triturakráneos, el pecio orko sin identifica
r salió de la órbita y trató de huir a la disformidad. Parol, a bordo de Su Voluntad,
su nave insignia durante décadas, inició una persecución desesperada. Apresuradamente,
desplegó a sus naves de ataque para detener al pecio antes de que entrase en la d
isformidad mientras Su Voluntad intentaba acercarse. La velocidad y la maniobrab
ilidad del pecio eran increíbles y Parol estaba convencido de que Orkímedes se encon
traba a bordo.
Temiendo que aquella maravilla de la ingeniería orka pudiese superarle, Parol aban
donó sus métodos habituales y renunció a sus ideas sobre una formación adecuada; simplem
ente ordenó a sus hombres que Su Voluntad persiguiese al pecio orko a toda velocid
ad. Cuando el pecio se disponía a entrar en la disformidad, Parol advirtió que solo
le quedaba la alternativa de embestirlo y dispuso su nave en dirección al vulnerab
le lateral de estribor por la parte posterior del pecio. Parol ordenó a su tripula
ción que se dispusiese a efectuar un abordaje desesperado y pidió refuerzos sabiendo
que, si seguía al pecio a la disformidad, perdería la comunicación. Ambas naves se su
mergieron en el immaterium y desde entonces no ha habido pruebas que demuestren
la supervivencia de la tripulación, por lo que se presume que el Almirante Parol m
urió en acto de servicio.
Aunque la pérdida de Parol fue un golpe demasiado amargo para el Imperio, su esfue
rzo parece que no fue en vano. En aquel preciso momento cesaron todos los intent
os de teleportación. Todas las pruebas apuntaban a que el pecio orko que encontró Pa
rol era el responsable de pasar los refuerzos orkos a través del bloqueo imperial.
El giro de la marea verde
Helbrecht efectuó un movimiento decisivo y ordenó que las restantes naves de los Mar
ines Espaciales que ayudaban en el bloqueo acudiesen en ayuda de las que habían ag
uantado la posición en los alrededores de Armageddon para enfrentarse a las naves
orkas. Quizá pensando que podía quedarse varado si perdía a toda su flota, Ghazghkull
demostró una vez más que era el más excepcional de los Orkos y retiró a un gran número de
sus tropas a las naves de su flota y se marchó del sistema. Helbrecht se dispuso a
perseguirlo, pero ahora conocía los riesgos que entrañaba dividir sus fuerzas, así qu
e retrasó a sus naves hasta que pudo recuperar a las tropas de Marines Espaciales
que habían quedado en la superficie del planeta. Ordenó que otros capítulos se ocupase
n de las acciones de acercamiento planetario bloqueando al propio Armageddon fir
memente tras la partida de los Orkos y, mientras, retiró a los Templarios Negros a
sus naves y organizó una cruzada espacial que salió en persecución de la inmensa flot
a de Ghazghkull Thraka.
Preocupado porque los Orkos utilizasen la estrategia de la retirada para atacar
planetas próximos mientras sus tropas seguían agrupadas en Armageddon, Yarrick ordenó
que todas las tropas de reserva de la Guardia Imperial regresasen a las naves y
se preparasen ante posibles ataques planetarios. Como a Yarrick ya se le había esc
apado Ghazghkull una vez, decidió unir sus fuerzas a las de Helbrecht a la cabeza
de la flota imperial y salir en persecución de su antiguo enemigo.
Los perseguidores podían haber perdido la pista de Ghazghkull en los primeros días d
e no ser por otro efecto secundario fruto del ingenioso bloqueo ideado por Parol
. La firme línea de resistencia que había mantenido a raya a los Orkos, ahora los ha
bía cercado o al menos los había obligado a dar a conocer su presencia mientras inte
ntaban abandonar el sistema. Los grupos de batalla situados en los bordes del bl
oqueo informaron de los movimientos de la flota orka y efectuaron ataques donde
podían para permitir que Yarrick y Helbrecht salieran en persecución de los pieles v
erdes.
La experiencia de Armageddon
Armageddon en la actualidad
Helbrecht y Yarrick sabían que el combate no había acabado, así que se prepararon para
una larga campaña contra Ghazghkull al borde del sistema. Allí, el kaudillo orko lo
gró reunir a sus naves supervivientes, que pasaron a engrosar una armada terrorífica
que volvía a encontrarse peligrosamente próxima a Armageddon.
Tras ellos, la historia era bastante distinta. Armageddon había sido saqueado y qu
izá demasiados esfuerzos se concentraban en la campaña colateral emprendida por los
comandantes que quedaron allí tras la salida de Yarrick, Helbrecht y Parol. El Imp
erio de la Humanidad es amplio e inmutable y no ha sufrido cambios durante milen
ios principalmente a causa de su propia reticencia. Como corresponde a una organ
ización tan compleja, los audaces intentos de reforma que Helbrecht y Parol habían i
nstituido para lograr la victoria fueron rápidamente olvidados en su ausencia. Mie
ntras el conflicto en el espacio cedía un poco, los pedantes capitanes imperiales
volvieron a caer rápidamente en los viejos hábitos de burocracia innecesaria insisti
endo en efectuar movimientos de naves sin sentido solamente para restablecer los
antiguos e innecesarios grupos de batalla y flotas, más por su propia comodidad y
sentimiento de propiedad que por puras razones estratégicas.
Con estas acciones sin sentido, la flota imperial, que había logrado un notable éxit
o aunque su posición era mala al inicio de la guerra, se contentaba ahora simpleme
nte con patrullar y defender el bloqueo que Parol había establecido para que sirvi
era de base de futuras campañas y no simplemente como un lugar de descanso para lo
s perezosos o los cobardes. Una ventaja que costó mucho conseguir descansa ahora e
n las manos de la flota imperial y, aunque Parol presumiblemente ha desaparecido
, es difícil imaginar cuando el Imperio sufrirá una presión decisiva.
PUERTO KADILLUS
Limnos IV es un planeta oceánico con algunas cadenas de islas volcánicas. Los Ángeles
Oscuros han utilizado este planeta para reclutar tropas en muchas ocasiones. Cua
ndo el kaudillo orko Ghazghkull atacó el planeta, los Ángeles Oscuros se situaron a
la cabeza de la defensa.
Los Orkos atacaron el planeta por sorpresa, para lo que utilizaron sus teleporta
dores experimentales. Sin embargo, para teleportar a toda su gente necesitaban m
uchísima energía, por lo que su primer ataque fue para tomar el control de las plant
as energéticas más importantes del planeta, que se encontraban en Puerto Kadíllus. Gha
zghkull dirigió el asalto personalmente y los Orkos no tardaron en tomar las posic
iones defensivas del perímetro.
El pequeño contingente de Ángeles Oscuros destacado en el planeta respondió enseguida.
Los Orkos y los Marines Espaciales se trabaron en combate cuerpo a cuerpo alred
edor de las plantas de energía. El contraataque por parte de Belial, Señor de Ja Com
pañía, hizo retroceder a los Orkos, y la victoria de los Ángeles Oscuros parecía estar p
róxima. Ghazghkull y Belial se enfrentaron en combate singular. La lucha fue bruta
l pero corta, puesto que, a pesar de ser un gran guerrero, Belial no era contrin
cante para Ghazghkull. El Ángel Oscuro cayó herido de muerte y la planta de energía no
tardó en estar en manos de los Orkos.
Con los teleportadores orkos completamente operativos y los refuerzos orkos lleg
ando de forma fluida, la Batalla por Limnos IV se prolongó otras dos semanas. Beli
al, herido, dirigió como pudo a los Ángeles Oscuros, que estaban superados en número e
n una proporción de varios millares v a uno, pero seguían luchando para evitar que l
os planes de Ghazghkull de invadir los sistemas vecinos siguiesen adelante. La g
uerra terminó cuando llegaron refuerzos de los Ángeles Oscuros, que consiguieron que
la hueste orka se retirase. Gracias al Maestre Belial y a su pequeño contíngente, L
imnos IV se salvó y la ambición de Ghazghkull se vio truncada, al menos durante un t
iempo, hasta que decidió atacar el sistema Armageddon.
KHARTAS
El Crucero de Batalla de tos Ángeles Sangrientos Puño de Baal volvía de una campaña en e
l Sector Wotan. cuando recibió una llamada de alerta. El planeta Khartas no era ni
mucho mer.os la joya más resplandeciente en la corona del Imperio, (las Guerras d
e Perdición, ocurridas un siglo atrás, habían dejado buena parte de su hemisferio nort
e destruido y sin vida), pero sí que era un proveedor de material bélico demasiado i
mportante como para dejarfo a merced de los piratas. Por tanto, el capitán Abel Zo
rael ordenó a! Puño de Baal poner rumbo a Khartas y acudir en ayuda del planeta.
Ya sea por buena planificación estratégica o por pura suerte, e! caso es que el Puño d
e Baal emergió del espacio disforme prácticamente encima de la flota pirata, sus sal
vas de babor y estribor aniquilando a varias naves escolta antes de enzarzarse e
n combate singular con la nave capitular enemiga, la Carcajada de Muerte. El cru
cero de batalla pirata no aguantó mucho más que sus camaradas: la primera andanada d
e la nave de los Ángeles Sangrientos inutilizó sus baterías de armamento, mientras que
la segunda destrozó sus motores. Desprovista de toda su capacidad para navegar, l
a Carcajada de Muerte quedó atrapada en la órbita gravitatona de Khartas hasta que e
ntró en fuga y se dirigió hacia la atmósfera del planeta en un estado semi-incandescen
te, para acabar impactanco con fuerza entre las ajinas de una de las ciudades de
su hemisferio norte. El Capitán Zorael no quena que ningún pirata sobreviviese para
volver a amenazar Khartas en el futuro, así que descendió a la superficie con tres
escuadras de Ángeles Sangrientos Sin embargo, lo que prometía ser una sencilla misión
de búsqueda y destrucción, se convirtió rápidamente en algo mucho más serio.
El motor de disformidad de la Carcajada de Muerte había quedado muy dañado, pero no
estaba completamente destruido. Aunque sus colosales generadores nunca más volverían
a mover a la nave por el Espacio Disforme, el impacto contra la superficie del
planeta tos hizo entrar en funcionamiento de una forma errática e inestable. Fuera
de control, la torrencial energía de la Disformidad abrió una brecha en el mundo re
al, creando un portal hacia las terrorificas tierras demoniacas de! Caos. Zoran
había acertado plenamente al asumir que muchos tripulantes de la Carcajada de Muer
te habrían sobrevivido al siniestro, pero ninguno de ellos pudo disfrutar de su sa
lvación por mucho tiempo, pues la horda demoniaca que ya estaba cruzando el portal
acabó con ellos en segundos.
Enseguida, el Capitán Zorael recibió la primera indicación de que algo iba mal. Cuando
sus Cañoneras Stormraven iniciaban el acercamiento final a la zona del impacto, s
e desató una tormenta de aspecto completamente antinatural, que empezó a azotar a la
s naves con vientos huracanados y descargas de rayos rojizos. Una a una, sus mot
ores aullando por el esfuerzo de luchar contra tos elementos, las Stormraven cay
eron a tierra. Los Ángeles Sangrientos supervivientes salieron de entre tos dañados
restos de tos transportes, y se encontraron desperdigados y varados en medio de
una ciudad rebosante de Desangredores. Gritando a pleno pulmón para ser oído por eno
ma del tronar de la tormenta, Zorael ofdenó a sus Hermanos de Batalla que se reagr
uparan en la relativa seguridad de unas cercanas ruinas. De pronto los Desangrad
ores repararon en la presencia de presas frescas entre ellos, y emitieron al uni
sono un ensordecedor aullido. En respuesta, tos Angeles Sangrientos empezaron a
tocar la melodía mortal de sus bólteres, abnéndose camino a sangre y fuego hasta el pu
nto elegido como refugio defensivo. Pero por encima del tronar de tos bólteres se
oyó un tercer ruido aún más potente y espantoso: el rugido de un monstruoso Devorador
de Almas que descendía planeando sobre el campo de batalla.
La última defensa de Zoraeld
Aquel no era un Devorador de Almas "cualquiera", sino el propio Ka'Bandha en tod
a su gloria, el primero entre los súbditos de Khorne, y heredero de unos poderes y
una estatura que triplicaban los de cualquier otro Gran Demonio del Dtos de la
Sangre. En tiempos pasados, había sido Ka'Bandha quien había dejado lisiado a Sangui
nius en los campos de batalla de Signus Prime, quien había aniquilado por si solo
tos nueve mundos de Koros. En tos días finales de la Herejía de Horus, fue Ka'Bandha
quien se enfrentó a Sanguinius ante el palacio del Emperador. Aquel día fue el Prim
arca quien derrotó al Gran Demonio, rompiéndole la espalda y dejando caer al suelo s
u cuerpo inerte. Pero Ka'Bandha era de estirpe demoniaca, y ni siquiera tos golp
es del gran Sanguinius podían acabar con él para siempre. En todas las eras de la ga
laxia, ninguna otra criatura habia redamado más cráneos para el Dios de la Sangre. K
a'Bandha era la muerte personificada. Aún asi, Zorael ni siquiera parpadeó en su pre
sencia: se limitó a lanzar su grito de batalla y cargar contra la gigantesca entid
ad del Caos.
Zorael descargó dos golpes seguidos sobre su demoniaco adversario. O quizás fueron t
res, pero no más. En respuesta, el hacha del Devorados de Almas, sus impías runas em
itiendo un resplandor carmesíes, descendió sobre Zorael en una única y masiva descarga
. Zorael alzó su espada para intentar para el ataque, poro el hacha de Ka'Bandha s
e habia forjado en la Disformidad misma, y no podía ser frenada por ningún arma mort
al, ni siquiera una reliquia de los Ángeles Sangrientos. El hachazo partió en dos la
espada de Zorael, y atravesó limpiamente su armadura para clavarse profundamente
en sus carnes. El estupefacto y mortalmente herido Capitán cayó de rodillas, indefen
so ante el Gran Demonio. Ka'Bandha se inclinó sobre su enemigo, extendió su mano y,
con gran facilidad, lo decapitó. Con un rugido de victoria, Ka'Bandha alzó su trofeo
en alto durante un momento, antes de llevarlo hasta su ansiosa boca y convertir
lo en pulpa entre sus monstruosos dientes.
Con la muerte de su Capitán, el desánimo amenazó con cundir entre los Ángeles Sangriento
s supervivientes. Si ni el más poderoso entre ellos había sido capaz de frenar al sa
lvaje Devorador de Almas, ¿qué esperanzas de victoria podían albergar tos demás? Quizás se
hubiese pod;do lanzar más armamento pesado contra él, pero las posiciones de tos De
vastadores ya habían Sido superadas, y a esas alturas los integrantes de dichas es
cuadras estaban o bien muertos o bien luchando en brutal cuerpo a cuerpo, en lo
alto de un terraplén formado por los cadáveres de sus Hermanos de Batalla. Rescatarl
os era imposible, ya que la misma tormenta demoniaca que habla derribado los Sto
rmravens dejarla fuera de combate a cualquier otra nave que intentase alzar el v
ueto. En aquellas desesperadas circunstancias, guerreros menos decididos seguram
ente hubieran bajado tos brazos, pero aquellos eran Marines Espaciales de tos Ánge
les Sangrientos, los hijos del honorable Sanguinius. Sus antepasados habían luchad
o junto al Emperador en el día más negro de la Humanidad, y la memoria de aquella jo
rnada merecia ser honrada hasta la última gota de sangre. En un instante, la sombr
a del desánimo desapareció de sus corazones, viéndose reemplazada por una determinación
absoluta. Los bólteres rugieron una vez más trituran laS oleada tras oíeada de Desangr
adores, el uso los Hermanos de Batalla que estaban atrapados en la lucha cuerpo
a cuerpo dieron súbitamente muestras de una fuña de batalla a la que ni siquiera los
aberrantes Demonios surgidos de la j.síormidad eran capaces de hacer frente.
Lamentablemente, toda esta energía renovada no era suficiente rara alterar el curs
o de la batalla, tan soto podía prolongarlo. Los Angeles Sangrientos eran pocos, m
ientras que los Demonros eran una horda incontable, que segufa sumando nuevos ef
ectivos que se :c>!aban a decenas por el portal de Disformidad generado por los
otcíes de la Carcajada de Muerte. Ka'Bandha, aún deseoso de nacerse con más cráneos enem
igos, se lanzó una vez más a la círiega. Tras alzar el vuelo, oteó el campo de batalla h
asta fijar su ¿tención en el punto de mayor residencia de los Marines Espaciales, un
a posición defensiva entre las ruinas de un templo Imperial, aonde un puñado de Ángele
s Sangrientos habían logrado hasta ese momento rechazar todos los ataques lanzados
contra ellos va'Bandha batió sus poderosas alas aún más fuerte a través de la tormenta,
buscando el mejor punto desde el que lanzarse en picado sobre sus presas. Pero
de pronto, cuando el Devorador de Almas se encontraba en su punto más elevado de a
scenso, todo cambió. Una figura dorada cayó de los cielos como un meteonto, chocando
contra Ka'Bandha con una fuerza demoledora. El Sanguinor, protector de los Ángele
s Sangrientos, había llegado.
El Ángel y el Demonio
Tan devastador fue el impacto del Sanguinor que ni siquiera las robustas alas de
Ka'8andha fueron capaces de mantenerlo en el Htre. El Ángel y el Demonio se enred
aron y cayeron al suelo con una jerza increíble, su impacto abriendo una nueva y a
mplia brecha que cruzaba las ruinas. En cuanto ambos adversarios recuperaron el
'¿suelto, empezaron su titánico combate. A pnmera vista parecía un "¿elo algo más justo qu
e el que acababa de librar el Devorador de AJmas. Ka'Bandha se había llevado la pe
or parte en la caída, sus caras habían quedado muy maltrechas por el impacto, a lo c
ual ~abía que unir las heridas que le había infligido Zoraei. Pero aún así a Bandha seguía
siendo un oponente terrible, el más mortífero de na salvaje estirpe. Al lado de su
imponente aspecto muscular, el Sanguinor parecía una figura insignificante, una pe
queña vela de uz y esperanza a punto de ser sofocada por una gran ola de sangre .
oscuridad. V aún así el alado guerrero de los Ángeles Sangrientos mantenía firme y ergui
do en su brillante armadura dorada.
El Sanguinor contaba con la ventaja de ser mucho más ágil y rápido 3ue su enemigo, y l
ograba grácilmente evadir cada golpe del hacha ce Ka'Bandha, casi como si supiera
de memoria todas las manióbras de combate del Gran Demonio. Por cada ataque que es
quivara. el Sanguinor lanzaba un contrataque que penetraba profundamente la impía
carne de Ka'Bandha. El oscuro kor que era la sangre del Devorador de Almas humea
ba y burbujeaba al entrar en :ontacto con el aire. Gritando de rabia y dolor, Ka
'Bandha decidió ciscar con su látigo de púas El arma impactó con escalofriante : unteria
, cerrándose en torno a la garganta del Sanguinor, lo cual permitió al Devorador de
Almas mantener atrapado a su enemigo tiempo suficiente para descargar sobre él un
hachazo tan descomunal que el arma de Ka'Bandha se resquebrajó en una lluvia de se
gmentos rojizos, mientras que el Sanguinor safó despedido atras . esando un muro d
e ferrocemento Sin embargo, en cuestión de segundos el dorado ángel volvía a estar en
pie, su armadura deformada y medio fundida en el punto donde había sido impactada
por el hacha, pero aparte de eso incólume. El látigo de Ka'Bandha golpeó de nuevo, per
o esta vez el Sanguinor fue capaz de agarrar la cola del arma al vuelo con su ma
no enguantada. Aunque la fuerza del impacto lo derribó igualmente de rodillas, pud
o golpear con su espada para cortar el látigo cerca del mango. Aprovechando la ven
taja momentánea con la que contaba, el Sanguinor se lanzó hacia delante con todas su
s f uerzas, clavando su espada en el pecho de Ka'Bandha. Pero eso tampoco bastó pa
ra matar al Demonio, que soltó un simple rugido y lanzó otra vez al Sanguinor por lo
s aires mediante un despectivo golpe con el dorso de su mano.
El golpe de gracia
Ahora, ambos contendientes estaban desarmados: el hacha y el látigo del Devorador
de Almas habían quedado inservibles, mientras que la espada del Sanguinor permanecía
firmemente clavada en el cuerpo del Demonio. Los dos estaban malheridos y agota
dos, el Sanguinor emitiendo una luz más mortecina de lo normal, y el masivo Ka'Ban
dha supurando sangre demoniaca por sus muchas hendas. En un último y desesperado g
ambito, el Sanguinor encendió sus retrorreactores y se lanzó volando de cabeza contr
a el Devorador de Almas, cerrando una de sus manos alrededor del pomo de su enca
llada espada, y agarrándose con la otra a la armadura de la criatura. Tras eso cam
bió de dirección y ascendió hacía los cielos llevándose con él a su oponente, forzando hast
el límite la potencia de sus retrorreactores y soportando los golpetazos de Ka'8a
ndha lo mejor que podía. Los dos guerreros siguieron subiendo y subiendo, hasta at
ravesar la fuña de la tormenta demoniaca y llegar a esa zona en la que el aire y l
a fuerza de gravedad empiezan a escasear. Una vez allí, el Sanguinor se soltó de la
armadura del Demonio, cerró ambas manos alrededor del mango de su espada y plantó am
bos p;es firmemente sobre el pecho de Ka'Bandha, tirando hasta liberar el arma.
El Gran Demonio, al no estar ya sujeto por el Sanguinor, y con sus alas totalmen
te inservibles debido a las heridas sufridas, se desplomó desde los cielos, ganand
o velocidad a medida que la fuerza de gravedad lo reclamaba cada vez con más ímpetu.
Se dice que el sonido de su impacto final contra la superficie pudo oírse en todo
s los rincones del planeta. Con su cuerpo completamente destrozado, el alma de K
a'bandha lo abandonó y se arrastró de nuevo al plano del Caos, para postrarse ante s
u terrible amo, que le esperaba sentado en el Trono de Cráneos.
La sangre de Ka'Bandha no fue la única que la espada de 5anguinor probó aquel día. Des
lizándose a baja altura sobre el campo de batalla, consiguió que la horda de Desangr
adores se alejase momentáneamente de sus Hermanos de Batalla Tras haberles consegu
ido este pequeño respiro, el Sanguinor tos arengó rápidamente con su voz clara e impon
ente, para convencerles de que llevaran a cabo un último esfuerzo en pos de la vic
toria. Los Mannes Espaciales, inspirados por la fuerza y la nobleza del Sanguino
r, atacaron una vez más. abriéndose camino hasta los restos de accidentado Crucero d
e Batalla cuyo motor de Disformidad había literalmente desatado el infierno contra
ellos. Gracias a unas cuantas Bombas de Fusión, tanto el motor de Disformidad com
o el portal al que alimentaba se silenciaron para siempre.
En cuanto a la tormenta demoniaca, desde la muerte de Ka'Bandha había ido amainand
o, y en poco tiempo las Cañoneras Imperiales pudieron empezar a descender al plane
ta para rescatar a los supervivientes y recoger a los muertos. De los treinta Ma
rines Espaciales que habían lanzado la invasión planetaria en Khartas, sólo seis viviría
n para luchar otro día. ¿Y que había sido del Sanguinor? En los momentos finales de la
contunda desapareció sin dejar rastro, tan misteriosamente como habla llegado. Na
die entre los supervivientes creía que hubiese muerto, si bien tampoco tenían ningun
a prueba tangible de que estuviese vivo. En realidad, pasarían muchos años antes de
que su imponente figura fuese vista de nuevo.