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Artículo publicado en Artefacto/3 – 1999 - www.revista-artefacto.com.

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Patafísica, la Ciencia de las Soluciones


Imaginarias
Patafísica y conocimiento
Christian Ferrer

¿Qué es la patafísica? No tanto una burlona superación de la metafísica como


una percepción del mundo. Sería, con mayor precisión, la ciencia inventada por
Alfred Jarry a fines del siglo XIX para trascender las limitaciones que la
literatura imponía a su obra. Jarry, de origen bretón, nació en 1873 y murió el
Día de Todos los Santos del año 1907. Su madre y su hermano pasaron largas
temporadas en el manicomio, institución que Jarry sustituyó por pensiones y
cafés parisinos. Su vida es la historia de una urgencia y la de un suicidio gradual
por medio del consumo inmoderado de ajenjo y éter. Vanguardista acicateado
por un genio anárquico; escritor simbolista; raro: así suele ser congelado. Sin
embargo, aquel estudiante de provincias había absorbido su buena dosis de
Esquilo y de Shakespeare. La obra de Jarry, escasa a fin de cuentas, conjuga en sí
misma a la cita culta y la bufonería, la estructura narrativa del drama clásico y el
humor arbitrario, la ironía elegante con la grosería de índole popular. Ubú Rey,
epopeya farsesca y tragedia cómica, comienza con una primera línea
inmejorable: “¡Mierdra!”.

Jarry tenía quince años cuando el voluminoso Padre Ubú se le apareció en la


escuela secundaria en la persona de un profesor de física a quien transmuta en
excepcional figura literaria. Difícilmente Monsieur Hébert, ignoto y pedante
profesor de liceo francés, imaginara que su alumno Alfred iba a otorgarle
inmortalidad ubuésca. Ubú es un don quijote de comparsa, cruza de codicioso
comisario de policía y de granujiento gigoló. En esa primera imagen acuñada en
su etapa escolar, luego perfeccionada, ya está lo esencial del personaje: la panza
de proporciones inmensas, tres dientes –uno de piedra, de hierro el otro, y el
restante de madera–, una oreja única y retráctil, y el cuerpo tan amorfo que si se
caía ya no podía volver a ponerse en pié. Y además, Ubú carece de conciencia
sobre su propia monstruosidad física, ética y política. Cyril Conolly lo definió
como “el Papá Noel de la Era Atómica”. El propio Ubú se presenta a sí mismo
como “ex monarca de Polonia y de Aragón, doctor en patafísica”, y resulta ser la
caricatura del ciudadano moderno, fervoroso creyente en la ciencia y en el
progreso y sumamente canallesco en su conducta cotidiana.
Que Ubú haya sido un rey de un país por entonces inexistente es lógico, puesto
que Polonia fue una causa célebre en el siglo XIX, cuando Francia rebullía de
exiliados polacos que la habían tomado por albergue transitorio hasta que llegara
el momento de la liberación. No pocos de ellos constituyeron el
lumpengeneralato de las revoluciones de 1848 y 1871. No por nada, el Ubú
encadenado se representó por primera vez en 1937, durante la Guerra Civil
Española. Poco tiempo antes los surrealistas habían transformado a Jarry en
santo patrón. André Bretón dijo de Jarry que había sido una “cabeza de
tormenta”. En 1927, Antonin Artaud fundó el “Théatre Alfred Jarry” y en 1949
amigos y admiradores de Jarry, que murió en la miseria y poco menos que en el
anonimato, dieron nacimiento al Colegio de ‘Patafísica, cuyo fin declarado es el
de resguardar obra y memoria del inventor del término, y el inconfesado de
divertirse a su costa. La historia del Colegio de ‘Patafísica (así, con apóstrofe,
según el uso del Colegio) es también la historia del arte de vanguardia, pues
algunos de sus integrantes fueron Joan Miro, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet,
Asgern Jorn, Enrico Baj, Jacques Prevert, Boris Vian y Raymond Queneau.
También lo fueron Groucho, Chico y Harpo Marx.

El Colegio de ‘Patafísica carece de intenciones evangelizadoras o proselitistas.


Existe según las reglas estrictas de un organigrama propio, en su propio tiempo,
e incluso en estado de ocultamiento. El Colegio instituyó un mundo simbólico
propio. Préstese atención al calendario, al organigrama y el planisferio
aprobados y dados a conocer por el Colegio. El calendario ‘patafísico especifica
afinidades electivas, tales como Rousseau, Swift, Carroll, Satie, Lautreamont o
Van Gogh; o bien personajes del ciclo ubuésco, como los Palotines, Bosse-de-
Nage y Faustroll; y también santas mofas, por ejemplo, Saint Lazare, estación;
San Doblemano, ideólogo; San Priapo, francotirador; San Dios, jubilado; Santa
Pirotecnia, iluminada; San Caracol, sibarita; San Sexo, estilita; San Landrú,
ginecólogo; San Guillotino, médico; Santos Presidiarios, poliarcetas. No son
piezas de un juego sino de un “Gran Juego” destinado a desbaratar un mundo
tiranizado por la mentira, la identidad, la estupidez y la solemnidad.

El organigrama del Colegio resulta ser un remedo paródico de los estatutos de los
clubes de barrio y de los organismos internacionales tanto como de las
constituciones nacionales y de las esmerados planes de las sociedades utópicas. A
su vez, el planisferio patafísico enfatiza el carácter espiritual de la ciencia
cartográfica. Unos años antes, en otra proyección cartográfica fruto de la
imaginación surrealista, París es enorme pero Francia pequeña, la isla de Pascua
gigante en relación al tamaño de Australia, Argentina es nula pero Tierra del
Fuego posee un tamaño descomunal y China es importante pero Inglaterra no
califica. Los países y ciudades son considerados entonces desde el punto de vista
de su contribución a la historia del espíritu. Ese planisferio revela la esencia de
las sectas secretas: un puñado de personas dispersas por el mundo y situadas
entre el océano de sus contemporáneos sostienen el mundo. En ocasiones hasta
lo transforman, como lo prueba la historia de las Internacionales Obreras.
Pero más que en la saga ubuésca, fue en Hechos y dichos del doctor Faustroll,
patafísico, novela editada póstumamente, donde Jarry presenta a la ciencia de la
patafísica. El argumento aventurero de la novela se parece a los de Julio Verne
(“el doctor sentóse en la popa sobre su silla de marfil, con la mesa de ónice entre
sus piernas, sobrecargada de brújulas, mapas, sextantes y toda clase de
instrumentos científicos...”) o bien a la odisea de Ulises. En la biblioteca del
propio doctor Faustroll se encuentran obras de Lautremont y Coleridge, de
Cyrano de Bergerac, Baudelaire y Mallarmé, además de Las mil y una noches.
Tanto en esta novela como en las columnas inclasificables que Jarry publicaba en
revistas bajo el título de “Gestas” o “Especulaciones” se hace notoria la
importancia concedida a la cultura de la divulgación científica y de las nuevas
innovaciones técnicas (las “tintas inaparentes de sulfato de quinina por medio de
rayos infrarrojos”, las “islas cinéticas movidas por cuatro hélices”, etcétera). En
el subtítulo del libro se lee “novela neo-científica”. De por sí, el nombre Faustroll
se compone de “Fausto” y de “Troll”, palabra escandinava que significa gnomo:
“el gnomo de la ciencia”.

La patafísica es una recusación del positivismo, una reacción bufonesca contra la


doctrina del progreso en la época. Los principios de la ciencia patafísica
sostienen que “todo puede ser su opuesto”, que “la esencia del mundo es la
alucinación”, que “todos somos innobles”, que “nada parece nunca lo que es”,
que “todo fenómeno es individual, defectuoso e inagotable”, y que “todo saber es
siempre personal y valido para un instante”. Todavía hoy se siguen pregonando
programas políticos de la ciencia que la suponen universal, generalizable, útil y
aplicable. Pero si se quiere dar cuenta de la particularidad de las cosas y de la
singularidad de los seres humanos se necesita un ideal de ciencia muy distinto al
hasta ahora conocido y dominante. Una ciencia de lo singular detecta y celebra
las excepciones al orden regular de la naturaleza y de la sociedad. Tal ciencia
afirma la inevitable diferencia y superabundancia de cosas y seres y lenguajes
únicos en sí mismos. Las cosas, antes o después, se deforman, derriten o mutan:
están allí para incitar a los hombres a aceptar y agradecer un mundo excepcional.
Jarry decía que el llamaba monstruo a “todo original de inagotable belleza”. La
patafísica es un elogio de la curiosidad, lo cual nos devuelve a la motivación
originaria de la ciencia, hoy obturada por metodologías y modas académicas.
Aunque lo maravilloso, la excepción inclasificable y la unicidad asombrosa
carezcan de legitimidad para quienes operan con conceptos generales, no otra
cosa hay en el inventario del mundo.

Es inmensa la libertad con que Jarry observaba los objetos de uso cotidiano,
particularmente las innovaciones técnicas. La anomalía, la excentricidad y la
exageración son las cualidades auténticas de objetos, acontecimientos o
personalidades. La patafísica es esperpéntica: deforma la horma social que nos
deforma a nosotros mismos. Así, Ubú. Decía Ramón del Valle-Inclán, “los héroes
clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento”. Jarry es grotesco y
bufo más que un trágico, no un revolucionario sino un redentor. A ese gesto
tenemos en cuenta al homenajear al Colegio de ‘Patafísica, a Alfred Jarry, al
Padre Ubú y su monstruosa panza (cuya denominación francesa, gidouille,
resulta intraducible), al doctor Faustroll y a Bosse-de-Nage, su mono de
compañía que sólo puede articular el monosílabo “ha-ha”. Y si bien es cierto que
buena parte de estas provocaciones hoy son erratas en el blanco, la ciencia
inventada por los patafísicos es la única cuya sustancia y vehículo es el humor,
sabiduría y medio de supervivencia en un mundo amenazador.

La Patafísica fue uno de los revulsivos más serenos del siglo. Una suerte de
medicamento vomitivo que alivia allí donde inflama y cura donde congestiona la
zona afectada. Aquí damos a conocer las intenciones y peripecias del Colegio de
‘Patafísica, incluyendo la escasamente conocida historia de su sucursal argentina.
En ella tuvieron participación Juan Esteban Fassio, corrector de originales de
EUDEBA y del Centro Editor de América Latina y además responsable del
Instituto de Altos Estudios ‘Patafísicos de Ubuenos Aires; Albano Rodríguez,
traductor de Alphonse Allais; Francisco Porrúa, dueño de la Editorial Minotauro;
Jaime Rest, crítico literario; y Julio Cortázar, que rindió homenaje a Fassio en su
libro La vuelta al día en ochenta mundos. Hubo más personas vinculados a la
patafísica en este país, entre otros Juan Antonio Vasco, poeta surrealista de las
revistas A partir de Cero y Letra y Línea, y Comandante Exquisito de la Orden
de la Grande Gidouille, o el gordo Fasulo, bohemio y callejero.

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