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Y tal fantasía cobra mayor fuerza aún en lugares en que el diseño como
profesión tiene escaso desarrollo y los docentes, privados de experiencia
profesional, enseñan el diseño a partir de viejos tratados y refundan la
Bauhaus en lugares y fechas alejadísimos de aquella mítica escuela.
Desde el punto de vista geocultural,
Al igual que los anteriores y que todo mito, éste tiene fuertes coartadas
en la realidad: se vincula con los conceptos de “agregación de valor” y
“diferenciación del producto”, requisitos clave del markentig, uno de
cuyos instrumentos es, precisamente, el diseño. Pero el mito caricaturiza
esos requisitos degradándolos a un mero culto a la singularidad, la
creencia a priori de que todo debe ser sobre-diseñado. Como efecto de
esta distorsión, proliferan objetos, instalaciones, equipamientos
extravagantes para mercados y usos que nada esperan de la forma más
que su utilidad inmediata: una especie de absurdo canto de sirenas para
marineros sordos.
No cabe duda que entre las funciones del objeto de consumo una
importantísima es la de autopromoverse como deseable y digno de ser
comprado. Pero es falso que esta función sea en todos los casos la
principal. Y más falso aún que su cumplimiento se verifique sólo
mediante el sobrediseño. Una verdad parcial, absolutizada, deviene una
verdadera mentira.
Otra vez, la confusión del ser con el deber ser; las definiciones
voluntaristas que cierran los ojos a la realidad y en su lugar proyectan la
imagen de un deseo de naturaleza ética, del todo ajeno al concepto de
diseño.