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INTRODUCCIÓN
Pero si esos elementos le dan sentido unívoco y configuran en la zona una historia
de innegable comunidad, también es cierto que existe otra cara de Centroamérica y de la
Gran Cuenca del Caribe, una marcada por la fragmentación política y la heterogeneidad
cultural no siempre impuesta por los aviesos intereses de agentes exógenos. En efecto,
Centroamérica también es maravillosa diversidad. En lo político, cultural, antropológico,
surcan a la región vados insondables que deben ser adecuadamente reconocidos como
parte de un valioso patrimonio histórico. Ello se manifiesta en la extraordinaria
proliferación de naciones indígenas y sus lenguas; en la presencia afro antillana y afro
descendiente en los litorales caribeños del área; en la multiplicidad religiosa y la
profusión de cultos autóctonos; en la música y sus instrumentos; en la comida, en los
vínculos con el entorno internacional, en las influencias de costa y cordillera en los
procesos de asentamiento.
por mi propia formación como historiador, comprendo que muchos de los principales
retos que tiene el Istmo no son nuevos y más bien reflejan debilidades crónicas y
estructurales de vieja data que sólo podrán atenderse con estrategias integrales y de largo
aliento.
Por esa razón desconfío de las aproximaciones unilineales que privilegian un único vector
de desarrollo, sea éste el mercado sin contrastes ni límites; el comercio y la inversión con
poco valor agregado; o el viejo centralismo que, revestido de virtud frente a los excesos
del capitalismo salvaje que todavía impera en la visión de algunos empresarios
centroamericanos, continúa evidenciando el peso insoportable del clientelismo y la
corrupción.
diferenciación entre “los que mandaban” y los que “gobernaban”, excepción hecha de
Costa Rica en donde unos y otros eran los mismos, algo probablemente asociado con la
escasez de factores de producción y la temprana asociación de la economía del país al
mercado mundial (Samuel Stone, El legado de los conquistadores, San José: EUNED,
1993).
Hay que hacer notar a este respecto, por lo tanto, que el Estado Nación en Centroamérica
nace asociado a grupos de interés que, desde “afuera”, se las ingeniaron siempre para
controlar las instituciones claves del gobierno o bien para incidir en ellas de manera
directa. Ello explica la debilidad de la estructura institucional de los Estados
centroamericanos, siempre presa de los poderes fácticos más interesados en la protección
de sus intereses económicos y la salvaguarda de su predominio político, que el “bien
común” proclamado por las teorías republicanas tan en boga en Europa o los EEUU a lo
largo del siglo XIX.
Este desafío histórico no se superó tras la normalización política de los años 1990, una
vez iniciada la firma de los acuerdos de paz bajo el espíritu de Esquipulas. El
advenimiento “democrático” no sólo no fue capaz de modificar siglos de influencias
fácticas sobre el Estado. Tampoco las evitó y más bien terminó asumiéndolas como parte
de la gestión de la cosa pública. Quizá no haya ejemplo más elocuente –y también más
perverso aunque no único- de esta tendencia que el accionar del crimen organizado en la
región. Pocas veces es posible ver con tanta claridad los límites del Estado Nación frente
a un fenómeno ilegal tan potente. La debilidad del Estado, su anomia sistémica, su
incapacidad de controlar el territorio y de ejercer sobre éste el uso legitimo de la fuerza, y
sobre todo su vulnerabilidad frente a la penetración (primero) y el control (después) de
crecientes espacios públicos por parte de las organizaciones criminales, son todas
disfunciones que reflejan una larga historia de atropellos institucionales que finalmente le
han hecho colapsar.
ECONOMÍA Y DEPENDENCIA
En suma, Centroamérica continúa maniatada por la dependencia externa y, por esa razón,
sujeta a fenómenos que no siendo producidos por ella igual terminan afectándola de
manera dramática.
DESIGUALDAD Y POBREZA
Cierto es que Centroamérica siempre fue desigual. Durante siglos, los pueblos indígenas
y las mujeres del Istmo vivieron en total discriminación y abandono, explotados sin límite
de suma por sociedades que ni siquiera reparaban en su existencia y derechos. Pero
aquella situación debió cambiar con el advenimiento democrático o al menos debió
iniciar un proceso de mejoramiento gradual. Hoy los indicadores de precariedad laboral
para las mujeres, por ejemplo, denotan que ello no sólo no ha ocurrido, sino que los
países del área sin excepción experimentan un deterioro evidente (Fundación Ebert,
2010). La proporción de trabajadoras envueltas en empleo informal es generalmente
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mayor que la de los hombres; las mujeres trabajadoras están concentradas en los tipos de
empleo informal más precarios; el salario obtenido en esos empleos es demasiado bajo y
por supuesto, las mujeres ganan menos que los hombres por igual trabajo realizado. Ello,
teniendo como telón de fondo otros fenómenos igualmente perversos, como el acoso
sexual, el subempleo, la sobrejornada o la inseguridad laboral y física.
CULTURA DE LA VIOLENCIA
América Latina es, no sólo la región más desigual del mundo sino también una de las más
violentas. Centroamérica es responsable de buena parte de ese dudoso “status”. Para
muestra “un botón”: México sufre 229 homicidios por 100.000 habitantes, Kandahar en
Afganistán, 169; San Pedro Sula 125, Tegucigalpa 109, Guatemala 96 y San Salvador 83.
Panamá y Costa Rica, los dos países con menores índices en la región, no obstante los
duplicaron en menos de una década (Hans Mathieu, Paula Rodríguez (eds.) Seguridad
Regional en América Latina y el Caribe: Anuario 2009, Bogotá: Friedrich Ebert
Stiftung, 2010).
La violencia en el Istmo, que ha sido perdurable desde la época colonial, constituye hoy
un factor que deteriora la calidad de la vida en sociedad, aumenta los costos de las
políticas públicas, amenaza la convivencia democrática, alienta la militarización y las
tendencias autocráticas y afecta grandemente al desarrollo, pues aleja a los inversionistas
e incrementa los costos de producción de las empresas. Pero también destruye la
urdimbre social cuando se manifiesta en el ámbito doméstico, lesionando la intimidad de
las personas y su derecho de vivir libres del temor.
También será necesario, en el esfuerzo por cambiar la cultura de la violencia por otra
donde prevalezcan los valores de la paz y la convivencia, reducir el acceso de la
población a las armas de fuego, cuya abundancia y uso indiscriminado aumentó de
manera escandalosa durante los años de la guerra (primero), y como consecuencia del
incremento en el crimen ordinario y organizado después.
Pero más allá de lo económico, Centroamérica también debe plantearse mayores grados
de integración con el fin de enfrentar de manera mucho más eficaz y exitosa algunos de
los principales desafíos de nuestro tiempo, tales como los propios de la seguridad
regional (identificada por todas las encuestas como una de las tres principales
preocupaciones en todos los países del área), la seguridad energética, la seguridad
alimentaria, el cambio climático y la condición de las y los migrantes. En ninguno de
estos ámbitos es realista plantearse respuestas individuales, que respondan tan sólo a
consideraciones de tipo nacional.
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Semejante situación tiene implicaciones más allá de la región misma. Frente al conjunto
internacional, Centroamérica sólo tiene interés en el tanto pueda avanzar hacia estadios
más perfectos de integración que aumente su volumen relativo, tanto económico y
comercial como político. Cuarenta y pocos millones de habitantes –el equivalente a la
población de Colombia o España- son un mercado interesante para un sistema mundial
que busca espacios propicios para la inversión. En la actualidad, por ejemplo, el producto
interno bruto de Centroamérica es de $157 mil millones de dólares; es decir, tiene
aproximadamente el mismo tamaño económico que Nueva Zelandia, Perú, Qatar o
Ucracia y constituye la economía número 54 de las 192 que forman parte de NNUU. Tal
no es el caso de los espacios nacionales individualmente considerados, y mucho menos si
en ellos se expresan con fuerza fenómenos como los de la inseguridad o la inestabilidad
social, cuyo abordaje en muchos sentidos debe realizarse desde lo regional.
A MODO DE CONCLUSIÓN
También hay que decir que si bien la existencia de democracias electorales solventes es
condición necesaria para el desarrollo, no lo es suficiente para lograrlo. La perpetuación
de sistemas de dominación basados en la exclusión social, resistentes a la puesta en
marcha de políticas públicas inclusivas capaces de reducir de manera fehaciente y rápida
los grados de inequidad existentes en Centroamérica hoy, constituyen la mayor amenaza
a la paz social y al desarrollo humano en el Istmo. Por esa razón, el desafío más grande
que enfrentan todos los países del área es enrumbarse hacia modelos de convivencia más
equilibrados. Esa tarea requiere de liderazgos renovados pero también de la puesta en
marcha de políticas redistributivas que han sido una y otra vez resistidas por las élites de
la región. Frente a esa actitud, sólo cabe la creciente organización de los sectores más
afectados por las políticas de las últimas décadas y su expresión en organizaciones
capaces de incidir desde lo electoral, por medio de partidos políticos de cuño progresista
que, débiles todavía, no obstante han logrado abrir brecha en algunos países que podrían
marcar una pauta en los años por venir.
Pero si los desafíos políticos son enormes, no lo son menos los económicos y
productivos. Tanto, que difícilmente sería posible imaginar una Centroamérica
democrática mientras no se hayan modificado de manera muy importante las tendencias
que hoy dominan a las economías del área. Pensar la transformación del Istmo
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