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El aceite de oliva es un bálsamo para el cuerpo gracias a su composición: cerca del 85%
de la grasa que contiene es insaturada, la más saludable. En ella se concentran ácidos
monoinsaturados como el oleico, que es el más equilibrado, y el poliinsaturado ácido
linoléico.
Este cóctel nutritivo ayuda a disminuir el colesterol malo (LDL-c) del organismo al
mismo tiempo que conserva el bueno (HDL-c) y, en consecuencia, previene las
enfermedades cardiovasculares. El listado de remedios no acaba ahí.
El aceite de oliva también ayuda a mantener baja la presión sanguínea y alivia los
efectos de la artritis. Gracias a su poder antioxidante, este tipo de aceite mejora el
flujo cardiovascular y ayuda a retardar el proceso de envejecimiento de las células.
Además, contiene vitaminas A y E, y su consumo contribuye a mejorar el aspecto y
tersura de la piel. Entre los distintos tipos de aceite de oliva que se comercializan, el
más apreciado en el ámbito culinario y nutricional es el aceite de oliva virgen extra. Es
la máxima categoría comercial y se obtiene del prensado de las aceitunas sin otra
manipulación que la mecánica. No puede superar una acidez de 0,8º.
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Le sigue en la clasificación el aceite virgen, para el que se sigue el mismo proceso de
elaboración que el anterior, aunque su puntuación en la cata es más baja y su acidez es
diferente, tiene un máximo de hasta 2º.