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Rafael Agrafojo Ramos – 5º E3 A

UNA LECTURA DE JUSTICIA EN BARUCH SPINOZA

De todas las líneas argumentativas posibles, me centraré


exclusivamente en el análisis del concepto JUSTICIA, que si bien Spinoza no
contempla como idea propia, la analiza con la profundidad propia de la filosofía
racionalista de la cual el portugués es precursor. Parte de “la constante voluntad
de dar a cada uno lo suyo”, lo cual supone un avance respecto a lo visto en clase
en el manual de Villey, puesto que la definición expresa un hábito, no un acto
aislado; además, mira a la voluntad, como si lo externo manifestase lo interno,
pero sin confundirla en ningún momento (como ocurre en la traducción inglesa
de la Ethica) con los deseos (además, un mero deseo que no se concreta en una
acción jamás es punible). Conviene recordar que para que haya CULPABILIDAD
se necesitan tres requisitos: la imputabilidad o capacidad para comprender lo
injusto del hecho y dirigir la propia actuación conforme a esa comprensión; dolo
(voluntad) o imprudencia; y exigibilidad de una conducta distinta. Spinoza estaba
así esbozando los principios del Derecho Penal moderno.

La voluntad, que presupone cierta capacidad de


autodeterminación o libre albedrío, se trata de una “firme resolución” por parte
de los hombres de conocer (elemento intelectivo) y querer (elemento volitivo)
realizar el tipo de injusto. Por ello, un animal no puede ser ni justo ni injusto.
Cabe destacar que el filósofo aseguraba que el hombre estaba determinado por
leyes universales que lo condicionan mediante la ley de la preservación de la
vida, poniendo en tela de juicio su concepto del libre albedrío (no olvidemos que,
con Descartes, era mecanicista y también determinista, pero de forma peculiar al
creer que la ausencia de libertad sólo afectaba a la sustancia extensa o mundo,
no así a la sustancia pensante o entendimiento). Resurge el concepto de “dolus
malus” en el que, según la mayoría de los penalistas, prima el elemento volitivo
sobre el intelectivo, pero sobretodo, como ya hemos visto, “debe darse un
auténtico querer, no un mero deseo”1. Ya lo decía el propio Spinoza: “así, cuando
se dice de un hombre que es justo o injusto, no es la acción, sino la pasión y la
aptitud para hacer tal acción lo que se tiene en cuenta. Por tanto un hombre
justo puede cometer un acto injusto”. Así pues, un hombre que comete una
acción justa no es justo, sino inocente. He aquí un punto de reflexión al analizar
las diferencias entre acciones y personas.

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OBREGÓN GARCÍA, Antonio: “Elementos básicos del Derecho Penal, Parte General”.
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Llegados a este punto, afloran mis conocimientos del Derecho
Penal, área por la que se definía la culpabilidad como “el reproche que se dirige
personalmente al autor de una acción antijurídica, porque pudiendo y debiendo
comportarse conforme a la norma, opta por actuar contra ella”. Puede que en un
momento determinado, las facultades intelectivas o volitivas de un sujeto se
encuentren plenamente perturbadas (si lo fueran parcialmente estaríamos en el
ámbito de las eximentes incompletas), produciéndose técnicamente así la
imputabilidad cuando concurran figuras como la embriaguez aguda, los efectos
de las drogas o las alteraciones psíquicas permanentes. Estas debilidades no
generan culpabilidad, y por lo tanto un hombre que cometa un acto injusto bajo
estos efectos, no será culpable penalmente. Y así lo recoge el propio Spinoza al
aclarar que “un hombre justo no perderá este título porque realice una o pocas
acciones injustas que procedan de pasiones repentinas, o de errores respecto de
las cosas y las personas”. Por lo tanto, al haber error (definido legalmente como
el juicio falso, conocimiento equivocado o ignorancia sobre algún elemento o
circunstancia de la acción típica y no justificada o sobre la antijuridicidad de ésta)
no hay plena voluntad, y consecuentemente, por el mero hecho de ser cometida
por un hombre justo, éste no dejará de serlo. También habla Spinoza de las
pasiones repentinas, que personalmente las asimilo a los estados emotivos o
pasionales (arrebato u obcecación) a los que hace referencia el Código Penal
Español en su artículo 21 como circunstancias atenuantes (aunque se
transformaría en eximente completa si la intensidad de la perturbación es
elevada).

Concluye Spinoza que “hay que llamar justo al hombre que hace
las cosas justas en virtud del mandato de la ley y sólo por debilidad las injustas;
e injusto al que hace las obras justas por temor al castigo que señala la ley y las
injustas por maldad de su espíritu”. A mi parecer, considera injusto al que actúa
movido únicamente con intención, no de obrar justamente, sino por temor al
castigo. Precisamente en la asignatura de Teoría Política que actualmente estoy
cursando, analizando la obra de Aurelio Arteta “Teoría Política: Poder, moral y
democracia”, se articula el poder como elemento básico de una democracia.
Mediante el poder se pretende obtener algún bien futuro aparente (Hobbes) o
generar intencionalmente efectos (Russell), pero sobretodo, se procura deponer
las legítimas aspiraciones personales (el derecho a hacer lo que cada uno quiera)
en favor de la convivencia y la seguridad. Surge así el Pacto Social como
voluntad general de establecer unas leyes para salir del inaguantable Estado de

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Naturaleza y llegar a un Estado Civil como teoría de obligación (“antes de que
puedan tener un adecuado lugar las denominaciones de justo e injusto debe
existir un poder coercitivo que compela a los hombres, igualmente, al
cumplimiento de sus pactos, por el temor de algún castigo más grande que el
beneficio que esperan del quebrantamiento de su compromiso”). Tras el
abandono del Derecho Natural, se acude a la ley de que todo hombre está
obligado a respetar y cumplir los convenios que ha realizado, esencia del
Derecho Privado y, en particular, de los negocios mercantiles. A pesar de lo
dicho, el Estado debe garantizar que se cumplan las leyes establecidas por todos,
pero un hombre que únicamente cumpla las leyes por temor al castigo que éste
le pueda imponer no será justo, sino injusto. Aquí prima la voluntad e
intencionalidad y podría sacarse a colación el concepto de conciencia, por la cual
considero personalmente que un hombre actúa justamente cuando lo hace en
virtud de las directrices de su conciencia, sean de acuerdo a las leyes civiles o
religiosas2, o no lo sean. Pero como no podemos dejar que las conciencias de los
individuos gobiernen un Estado, el individuo que, pese a cumplir con los
dictámenes de su conciencia, incumpla las leyes, deberá ser sancionado por el
mismo (si bien es cierto que los legisladores modernos permiten la desobediencia
civil cuando atienda a razones de conciencia personal para temas delicados
como la ejecución de abortos). Spinoza escribe que “tampoco un hombre injusto
perderá su condición de tal por las acciones que haga y omita por temor, ya que
la voluntad no se sustenta en la justicia, sino en el beneficio aparente de lo que
hace”.

Ya ha quedado demostrada la gran influencia que el Leviatán de


Hobbes ejerció sobre Spinoza, sobretodo en lo referente a las ideas políticas del
Pacto Social de Hobbes, como consenso básico de toda democracia (“para que
las enseñanzas de la verdadera razón tuvieran fuerza absoluta de ley, cada uno
tuvo que ceder su derecho natural”). Considera vital los pactos o convenios, que
cuando se rompen o incumplen mediante una acción u omisión injusta, causan
un agravio o injuria a aquél con el que se pactaron, con independencia de quien
sufra el daño (puesto que no cabe violar un convenio con quien no se ha hecho).
Así pues, no es lo mismo incumplir un pacto o contrato (cum-trato) que una ley;
puesto que la primera generará una Indemnización por Daños y Perjuicios
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Incluso en lo relativo a la justicia cristiana, no es necesario conocer la religión para ser justo puesto que
la Ética es aplicable a creyentes y a no creyentes (“Dios no pie a los hombres, por medio de los profetas,
ningún conocimiento suyo aparte del conocimiento de la justicia y de la caridad divinas, es decir, de
ciertos atributos de Dios que los hombres pueden imitar mediante cierta forma de vida”). Spinoza no
busca formalismos sino acciones (“el culto a Dios y su obediencia consiste exclusivamente en la justicia
y la caridad o en el amor al prójimo”).
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contractuales, mientras que la segunda será perseguible de oficio por el Estado y
podrá originar una multa (“lo que han pactado los particulares entre sí de
palabra o por escrito, se exige o no a juicio del obligante. En cambio los daños
que se infieren a las leyes del Estado tales como el hurto, el homicidio u otros
semejantes, se castigan no según la voluntad de aquel a quién se ha
perjudicado, sino según el juicio del Estado”). Se distingue claramente entre el
Derecho Penal y el Derecho Obligacional.

Pero Spinoza va más allá y establece una clara distinción al


determinar que “justicia e injusticia, cuando se atribuyen a acciones significan lo
mismo que agravio y no agravio; de manera que llamamos justa o injusta a la
acción, pero no al hombre, al cual se llama culpable o no culpable”. En una hábil
negación de la distinción entre justicia conmutativa y distributiva ya analizada en
trabajos anteriores como la Ética a Nicómaco del gran Aristóteles, hace
prevalecer la desigualdad que los hombres adoptan entre ellos por encima de sus
semejantes y en contra de su naturaleza y razón, sobre la desigualdad de las
cosas intercambiadas o distribuidas. Adopta el modelo de Hobbes de varias
clases de justicia, una de personas y otra de acciones, y define la injusticia como
el “incumplimiento de un pacto”. En cuanto a la aplicación de justicia, debe
primar la equidad ya que “quienes están constituidos para dirimir los pleitos,
están obligados a tratar a todos por igual, sin acepción de personas, y a defender
por igual el derecho de cada uno, sin privar de lo suyo al rico ni despreciar al
pobre”. Por lo tanto, la justicia aritmética parece la más adecuada a los ojos de
Spinoza.

Pero el problema se le plantea al filósofo al analizar qué quiere


decir “dar a cada uno lo suyo”, el “suum cique tribuere” que ya se analizó en
monografías anteriores. Y es que el suum, posesivo (la propiedad es social y,
actualmente, nuestro Ordenamiento no la otorga carácter absoluto), como
relación, no es en la naturaleza ni por la naturaleza. Partiendo de la base de que
en el Estado de Naturaleza, puesto que nadie es dueño de cosa alguna por
consenso común, todo es de todos, llega a la rotunda afirmación de que “en el
Estado de la Naturaleza no hay nada de lo que pueda decirse justo o injusto,
mientras que sí puede decirse en el Estado Civil”. La justicia natural se concreta,
pues, en la República de Spinoza, como concepto exigido por la libertad de la
razón (no olvidemos que aquí sí hay libertad puesto que el determinismo del
filósofo portugués sólo se amolda al mecanicismo de la sustancia externa, no a la
racional) y la represión de los afectos. Ahora podemos entenderle cuando
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afirmaba que “justicia es la permanente disposición de ánimo a atribuir a
cada uno lo que le pertenece por el derecho civil. La injusticia, en
cambio, es sustraer a alguien, bajo la apariencia de derecho, lo que le
pertenece según la verdadera interpretación de las leyes”.

No cabe duda de que, incluso bajo la apariencia de derecho, se


pueden cometer injusticias. Como se estudia en Ciencias Políticas, hay una gran
diferencia entre legitimidad y legalidad, siendo la primera noción mucho más
vaga al fundarse sobre convicciones íntimas y que, por eso, pueden cambiar
según las personas. La legalidad, contrariamente, constituye un sistema de
valores común a los ciudadanos de una nación. Se enfrentan Derecho Natural al
Derecho Positivo, autoridad y potestad. Aprovecho para enlazar con el ya leído
Gorgias de Platón (482e-484ª): "La mayoría de las veces, la naturaleza y la ley
son términos que están en contradicción uno con otro... Según la naturaleza, lo
más vergonzoso, es siempre lo más malvado, a saber, padecer una injusticia;
según la ley, al contrario, es cometerla...". En conclusión, justo no será el que
acate la legalidad por miedo al castigo, sino el que voluntariamente actúe con
legitimidad, de acuerdo con su recta y racional conciencia ya que, tal y como
comienza el texto del Tractus Theologico-Politicus, “quien da a cada uno lo suyo,
porque teme al patíbulo, obrando bajo el imperio de otro y bajo la coacción del
mal, no puede ser llamado justo; mientras que quien da a cada uno lo suyo,
porque conoce la verdadera razón de las leyes y su necesidad, obrando con
ánimo constante y por sí mismo, no por decreto ajeno, es llamado justo con
razón”. En conclusión, esta obra me ha parecido magnífica y creo que avanza
notablemente en el análisis de la Justicia en el tan influyente hoy en día Baruch
Spinoza.

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