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Universidad de Chile

Facultad de Ciencias Sociales


Carrera de Psicología
Extracto Tesis de Título (Susana Cortés y Jorge Kusanovic)

4. TEORÍA CLÍNICA COGNITIVA.

Se entiende por Teoría Clínica Cognitiva a un conjunto de propuestas conceptuales que


se desprenden de la metateoría constructivista cognitiva, que delimitan un campo
específico de actividad psicoterapéutica y que permiten abordar los aspectos teóricos y
aplicados de la evaluación, diagnóstico y procedimiento psicoterapéutico (Yáñez,
2001). En otras palabras, la mirada metateórica cognitiva que postula el Grupo
Cognitivo del CAPs, estructura una “forma psicoterapéutica” igualmente particular y
cuya idiosincrasia se observa en la reflexión, comparación y análisis realizados con
expertos en psicoterapia cognitiva. Estos expertos reconocen una evolución en el
modelo cognitivo, desde lo tradicional conductual a lo constructivista, y que estas
distintas vertientes además, han logrado desarrollarse como disciplinas y seguir
realizando aportes a la psicoterapia (Golfried, 1996; Ferrer, comunicación personal,
2002; Opazo, comunicación personal, 2002; Pizarro, comunicación personal, 2002;
Suárez y Marchetti, comunicación personal, 2002; Zagmutt, comunicación personal,
2002). En consecuencia, el reconocimiento de esta evolución epistemológica y
paradigmática no ha producido, por así decirlo, formas clínicas similares sino, por el
contrario, ha estimulado el desarrollo de diversas posibilidades en el campo del
quehacer psicoterapéutico, incluso dentro de un mismo cuerpo teórico, como es el
constructivista (Zagmutt, Lecannelier y Silva, 1999).

Lo que caracteriza a la forma particular del modelo cognitivo en el CAPs, de acuerdo


con lo señalado por Yáñez, es su metodología de trabajo, que en términos generales se
estructura en torno a un encuadre determinado y el desarrollo de un proceso
psicoterapéutico que es posible de dividir, para efectos didácticos, en una serie de fases:

a. Fase de Evaluación: corresponde a las primeras sesiones (tres a cinco). Tiene por
objetivo iniciar el proceso de “alianza terapéutica” con el paciente y conocer la
problemática del paciente. Culmina con la “devolución”, instancia en que el
terapeuta expone sus impresiones y llega a un acuerdo con el paciente acerca de
las problemáticas que serán objeto de trabajo en el proceso psicoterapéutico.

b. Fase de Ajuste, equivalente a la “preparación del setting” (escenario) de


Guidano (Yáñez, com. pers., 2002), donde se inicia el abordaje del motivo de
consulta y donde el terapeuta pretende conocer más profundamente a su
paciente, definir cuál pudiese ser la organización de significado personal y su
estilo de funcionamiento. Paralelo a esto, el paciente toma conciencia y
comienza a familiarizarse con el estilo y forma de trabajo psicoterapéutico, sobre
todo en lo referido al encuadre y calidad de la relación terapéutica.

c. Posteriormente se realiza el trabajo terapéutico propiamente tal, en que se aborda


la sintomatología, como actividad éticamente ineludible frente al paciente, y al
mismo tiempo se abordan los aspectos estructurales que tienen que ver con el
modo de significación de la realidad (su operar) y se establece qué elementos
disfuncionales son posibles de deducir a partir de este proceso idiosincrático de
significación. Tal como señala Juan Yáñez, en esta etapa es posible realizar en
paralelo a los aspectos procedurales del paciente, el abordaje sintomático y
abordaje estructural, dependiendo de la sintomatología, convergiendo así
técnicas operativas cognitivas y conductuales y técnicas procedurales, las cuales
son características de este modelo (Yáñez, 1998; 1999; 2000c; Yáñez com. pers.
2002).

Otro elemento idiosincrático es la particular mirada clínica, en donde se utiliza el


Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) como referencia,
en que se intenta mezclar con la nosología procesal sistémica, que son las
organizaciones de significado personal.

Otros elementos distintivos son: su particular encuadre y setting psicoterapéuticos,


visión de normalidad-anormalidad de acuerdo con las dimensiones operativas,
utilización del DSM como referencia diagnóstica, abordaje sintomático y/o estructural
del paciente, el trabajo teórico referido al procedimiento técnico, donde se distingue una
conceptualización propia acerca de las técnicas psicoterapéuticas, una clasificación de
las intervenciones por parte del terapeuta, una noción idiosincrática acerca de lo que se
entiende por herramientas psicoterapéuticas. Se abordarán en el análisis subsiguiente las
nociones de psicoterapia, psicopatología y cambio psicoterapéutico.

4. 1. Concepto de Psicoterapia.

Esta se entiende como un procedimiento basado en un modelo teórico psicológico,


inserto en una relación técnica y profesional que provee el terapeuta a un paciente, que
requiere el servicio profesional especializado a causa de la desorganización creciente de
una particular forma de vivir, que le acarrea aflicción, y cuyo objetivo es el logro de un
cambio a través de un proceso de conocimiento (Yáñez, 1998; 1999b; 2000b). Este
cambio consiste en una apreciación novedosa y original, sobre el punto de vista
corriente acerca del sí mismo de la persona y que es gatillado por la acción de
intervenciones específicas del terapeuta, y que como resultado en el paciente dan origen
a un proceso ordenador más amplio: “... el terapeuta sólo puede intentar establecer las
condiciones” capaces de gatillar una reorganización, pero no puede determinar ni
controlar cuándo los clientes se reorganizan ni el resultado final de la reorganización”
(Guidano, 1995, pág. 29).

Este modo supone tres componentes: (Yáñez, 2000b)

a. Terapeuta, como experto en una teoría psicológica clínica y en los


procedimientos que crean condiciones para el cambio psicológico.

b. Paciente, que es una persona aquejada de un padecimiento psíquico que lo


perturba tanto a sí mismo como a los demás y que le interfiere en su sano
desarrollo.

c. Relación terapéutica, referida al contexto interpersonal de encuentro entre los


dos componentes anteriores y que crea condiciones particulares para que opere
el cambio en la dirección de la mejoría de los síntomas y/o de los cambios
profundos y superficiales asociados a los desórdenes psicológicos. Estos
cambios en distintos niveles dependen de los objetivos, el momento y las
condiciones en que se encuentre la terapia (Yáñez, 1999c).

El proceso de cambio profundo supone aumentar los niveles de autoconciencia del


paciente, en otras palabras, mantener el proceso de construcción ontológica, a través de
desarrollar actitudes de abstracción lingüística (simbolización), que permiten atribuir
significado a la experiencia en curso (yo), consistentes con la mantención estable de la
coherencia del sí mismo. “Autoconciencia es siempre conciencia de los otros y existe
por medio del lenguaje y dentro de un contexto histórico” (Guidano, 1994, pág. 27).

Los cambios superficiales implican abordar aspectos operativos del vivir que se ven
alterados o perturbados, que constituyen lo que se llamaría síntomas y que son el motivo
principal de las señales de cambio y mejoría para el paciente.

4. 2. Psicopatología, Diagnóstico, y Cambio.

4. 2. 1. Psicopatología.

En cuanto al concepto de psicopatología, la teoría clínica cognitiva del CAPs se apoya,


en menor medida, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales (DSM), en términos de dispositivo teórico que permite establecer un
lenguaje en común y consensuado con otras disciplinas, específicamente con la
psiquiatría, respecto de lo que le ocurre al paciente, y la medicación o
psicofarmacología necesaria respecto de la remisión sintomática y el abordaje
psicoterapéutico. Además, y en mayor medida, la psicopatología se apoya en
una Nosología Procesal Sistémica, una mirada particular que permite hacer
psicoterapia y comprender cuál es la dinámica del fenómeno psicopatológico.

Respecto a la Nosología Procesal Sistémica, se hace referencia a la noción de


Organización de Significado Personal, descrita anteriormente, la cual resulta
imprescindible en el entendimiento de las nociones de psicopatología, diagnóstico y
cambio.

Se advierte que bajo esta perspectiva, no es posible hablar de “normalidad” o


“anormalidad” como dos entidades estáticas que permiten clasificar un conjunto de
rasgos cognitivo-comportamentales, puesto que esto implica seguir en una
epistemología donde el sujeto es capaz de observar y observarse de manera externa a los
otros y a la realidad. El hecho de que la teoría clínica del CAPs se adscriba a la
epistemología constructivista implica que “vivimos en una pluralidad de mundos y
realidades personales posibles, creados por nuestras propias distinciones percibidas.
Hay tantos campos de existencia como tipos de distinción construidos por el
observador” (Guidano, 1994, en Vergara y Gaete, 1999, pág. 103). Esto implica que ya
no se puede seguir sustentando la idea de que al “observar” un fenómeno es posible
desvincularse de él y por ende realizar este acto de “observar” de manera externa; muy
por el contrario, como plantea Guidano, el observar un fenómeno es siempre un acto
autorreferencial que refleja más el orden perceptivo de quien le observa que las
cualidades intrínsecas del objeto. A modo de síntesis, se plantea que:
“... el orden y la regularidad propios de nuestro trato habitual con las cosas y con
nosotros mismos no son dados de forma externa y objetiva, sino que son un producto de
nuestra continua interacción con nosotros mismos y con el mundo” (Guidano, 1994, en
Vergara y Gaete, 1999, pág. 103).

De esta manera, “normalidad” y “anormalidad” pueden ser entendidas como la manera


más o menos viable que tiene una O.S.P. de funcionar y dar coherencia al sistema del sí
mismo y a la realidad en la que se halla inmersa. Se define normalidad como: el
despliegue de un proceso dinámico, es decir en la flexibilidad, plasticidad y
generatividad, con las que una OSP específica, desarrolla su coherencia sistémica a lo
largo del ciclo vital. De esta manera, una O.S.P. es más o menos viable según la
fluctuación de la organización en los siguientes planos (Yáñez, 2000b):

a) Concreción Abstracción
b) Rigidez Flexibilidad
c) Exclusión Inclusión
d) No Generatividad __ Generatividad

a) Abstracción-Concreción: Se refiere a los niveles de simbolización en el nivel de


la explicación a través del lenguaje de los contenidos de la experiencia real y la
abstracción como la experiencia simbolizada. Lo psicopatológico en esta
dimensión correspondería a la interferencia de su praxis vital, por cuanto la
coherencia sistémica del sí mismo se ve amenazada por determinados
contenidos de ésta (Ibidem, 2000b).

b) Flexibilidad-Rigidez: Se refiere a la dimensión operativa que permite al sí


mismo diversas modalidades de procesamiento simbólico de la experiencia en
curso. De este modo, al contar con una gama diversa de explicaciones posibles
de la experiencia, le permite optar por aquella que resulta armónica a su
coherencia sistémica. Es así como se construye la delimitación propia del sí
mismo, que permite distinguir a una persona de los otros en medio de los otros.
Lo patológico se expresaría en esta dimensión, por la dificultad de establecer
límites o fronteras. “El haberse dado cuenta y el estar en contacto con más
ópticas con las cuales encuadrar la complejidad, hace probable que las nuevas
modalidades sean más flexibles, y por lo tanto, más adaptativas, respecto de las
anteriores” (Reda, 1986, en Yáñez, 2000, pág. 3).

c) Inclusión–Exclusión: Se refiere a las presiones que ejerce la experiencia en


curso (“yo”, que experimenta y actúa), para ser integrada dentro de los límites
del sí mismo (“mí”, que observa y evalúa), es el resultado de al menos dos
fenómenos propios de la mismidad, en los que se ve requerida la necesidad de
inclusión:

1) La praxis vital como fenómeno existencial, produce “naturalmente” más


contenidos experienciales que los que son posibles de procesar por el sí
mismo. El resultado de esto es una sobreabundancia experiencial-
sensorial, cuyo material le permitiría perfectamente la operación de
diversas interpretaciones al unísono de la realidad, pero que el particular
sí mismo en curso, sesga y opta por contenidos específicos posibles de
incluir en su coherencia sistémica. “Durante el largo período del
desarrollo, el conferir orden al desorden de la complejidad, se tiende a
excluir gran parte de la totalidad de las informaciones que alcanzan al
sistema nervioso central a través de los órganos sensoriales“ (Reda,
1986, en Yáñez, 2000, pág. 3). Este fenómeno se denomina exclusión
natural.

2) El sí mismo que opera en este acto de inclusión experiencial, en algunas


ocasiones se ve amenazado por determinados contenidos de la
experiencia que le son especialmente perturbadores para la mantención y
continuidad de su coherencia sistémica, por lo tanto, tiene que
defenderse excluyendo selectiva y activamente estos contenidos
amenazantes que pudieran desorganizar el sí mismo. Este fenómeno,
donde el sujeto participa activamente a un nivel tácito, se le denomina
exclusión defensiva.

Esta dimensión inclusión–exclusión alude a un fenómeno donde los niveles de patología


están asociados a la magnitud y la frecuencia con que se excluyen de la conciencia los
contenidos experienciales.

d) Generatividad–No Generatividad: Corresponde a la dimensión operativa que


permite la progresión ontogenética de la coherencia del sí mismo, en el sentido de la
mantención y proyección de su dinámica hacia etapas de mayor complejidad, a través de
la reorganización constante de los niveles operativos anteriormente mencionados:
flexibilidad del sistema, abstracción de los niveles operativos e inclusión sistémica del
flujo de la experiencia.

Mientras más abstracta, flexible, inclusiva y generativa sea la O.S.P., el sujeto podrá
incorporar mayor cantidad de elementos en el proceso de construcción de la realidad y
de sí mismo, una construcción más compleja, que le permite funcionar de una manera
viable y con más recursos para elaborar las distintas perturbaciones y demandas que se
le presenten en su accionar ante el mundo.

Con respecto a la psicopatología y la psicoterapia, es posible señalar que subyace a


estas la capacidad de secuencializar (ordenar) la inmediatez y la regulación
emocional de la experiencia. Al presentarse una secuencialización rígida y
no articulada, la activación emocional resulta ser bastante intensa y no
puede ser referida al sí mismo, sino tan sólo puede ser experimentada como
algo ajeno, o algo que se está padeciendo, es decir, que sucede sin que el
sujeto sepa que es el actor. Este es el elemento central de lo que se define
como síntoma o rasgo, en otras palabras, el sentido de no-pertenencia a la
propia experiencia, donde, por un lado, se tiene la certeza que se está
experimentando, pero por otro, no se le reconoce como propio. Síntoma será
entendido, entonces, como cualquier alteración en la organización de una
O.S.P., y constituirá una forma particular de explicación parcial y
esencialmente discrepante de la experiencia actual con la historia de vida,
provocando alteraciones que le impiden al sujeto tener un sentido de sí
mismo único, coherente y continuo (Yáñez, 1998; 1999a; 2000c; Vergara y
Gaete, 1999).
En psicoterapia, para que un modelo sea eficiente, debiera incluir esta relación entre la
capacidad de secuencializar la inmediatez y la regulación emocional; si se logra
articular mejor todo el nivel de secuencialización, se puede lograr que ésta sea menos
rígida, más articulada, y de este modo, que la activación emocional sea mucho más
tolerable y regular1.

4. 2. 2. Diagnóstico (Ibidem, 1999).

Se utiliza el diagnóstico como un modelo prototípico para entender la psicopatología y


será entendido como una categoría que clasifica un conjunto de síntomas que denotan
ciertos problemas en el proceso ordenador de una O.S.P., produciendo en el sujeto una
dificultad para dar coherencia, continuidad y sentido de unicidad al sí mismo. Esto
permite no sólo poder compartir con otros profesionales de la salud sobre las quejas del
paciente, sino también hipotetizar sobre las posibles dificultades que presenta un sujeto
en el continuo proceso de lograr una coherencia de sí mismo y el mundo. Se hace
necesario explicitar una diferencia fundamental con respecto a como es entendido el
diagnóstico en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM)
el cual toma una categoría cualquiera, y le superpone una dimensión; sin embargo la
categoría misma ya es clasificada de acuerdo a determinados criterios de normalidad
(por ejemplo, los trastornos de la personalidad son clasificados como agrupaciones de
síntomas [clusters]). En cambio, en la teoría post-racionalista, la categoría (OSP) no es
prejuzgada ni clasificada, sino tan sólo en términos de la viabilidad interna del
funcionamiento. No se determina a priori que un estilo (depresivo, fóbico) sea mejor
que otro, sino se superpone el continuo normalidad-anormalidad al interior de cada
estilo, considerando características dinámicas como flexibilidad, generatividad,
abstracción e inclusión de la misma O.S.P. (Ibidem, 1999).

El diagnóstico, entonces, cumple un papel múltiple para el terapeuta: en primer lugar,


en él se producen dos procesos simultáneos y que se desarrollan en dos niveles
paralelos. Por un lado, el diagnóstico permite identificar las experiencias que el
paciente no es capaz de auto referenciar, reuniéndolas en lo que se denomina un “cuadro
psicopatológico”. Por otro lado, el diagnóstico conecta al síntoma con la cadena de
significados y secuencializaciones de cada persona: durante el proceso psicoterapéutico,
el sujeto es capaz de referenciar sobre sí mismo la experiencia que vive y cómo se lo
explica de manera externa (incluso de manera física). De esta manera, si la persona
logra explicar la situación, recupera el control tanto de la situación como de sí misma.
En segundo lugar, el diagnóstico permite al terapeuta orientar el proceso terapéutico en
virtud de las urgencias, necesidades y/o motivaciones que trae cada paciente (Ibidem,
1999).

Por último, los cuadros psicopatológicos, especialmente aquellos de orden


sindromático, le permiten al terapeuta comunicarse, a la vez que diferenciarse, con otros
colegas, ya que es en la explicación de los síntomas, además de los supuestos
epistemológicos, donde las teorías clínicas difieren.

1
Por ejemplo un cuadro psicopatológico de un desbalanceo fóbico. Estas personas
son muy sensibles a las situaciones de constricción o de ausencia de protección,
pero lo más característico es su secuencialización muy rígida y poco articulada, lo
cual desemboca en que el sujeto pasa a referirse del medio ambiente y no desde lo
emocional, en otras palabras, es el cuerpo el que se enferma, no el sí mismo
(Vergara y Gaete, 1999).
4. 2. 3. Cambio (Ibidem, 1999).

Respecto al cambio psicoterapéutico, y según lo expuesto anteriormente, está dirigido


principalmente a lograr un mayor grado de inclusión de perturbaciones y demandas
ambientales, manteniendo un sentido del sí mismo único, coherente y continuo en el
tiempo. Esto sólo es posible en la medida que se van reestructurando los modelos de sí
mismo y de la realidad, es decir en la medida que el sujeto logra ir incorporando ciertas
discrepancias sobre sí y la realidad, manteniendo una auto imagen positiva y aceptable.

Para que se realice el cambio psicoterapéutico es necesario que el paciente no sólo


incorpore las discrepancias sobre sí mismo y la realidad sino también que se
experimente a sí mismo y a los demás de nuevas maneras. Safran y Segal (1994) han
descrito tres mecanismos de cambio que permitirían esto: a) el descentramiento; b) el
desmentido experiencial, y c) el acceso a información sobre disposiciones a la acción.

Al hablar de descentramiento, se alude a la posibilidad de distanciarse de la experiencia


inmediata, lo que le permite al sujeto observar sus propias reacciones ante los
acontecimientos y de esta manera hacerse responsable por ellos. Además, como plantea
Safran y Segal, el hecho de distanciarse de la experiencia que se está atravesando
permite reconocer que la realidad del momento no es algo absoluto, inmutable ni
inalterable, sino más bien algo que se construye (Ibidem, 1994). Por lo tanto, en la
medida que el sujeto es capaz de descentrarse de la experiencia inmediata, le permite
hacerse cargo como agente constructor de su vida y poder ir buscando y utilizando
distintas estrategias que le permitan alcanzar un sentido de sí mismo más viable.

El desmentido experiencial es la posibilidad de rebatir aquellas creencias disfuncionales


acerca de sí mismo y de los otros mediante nuevas experiencias. Este mecanismo de
cambio está directamente relacionado con el descentramiento, puesto que en la medida
que el paciente es capaz de observarse y responsabilizarse como un agente constructor
de la realidad, podrá a su vez ir generando nuevas formas y estrategias de actuar y
evaluar el mundo. El uso de técnicas tanto conductuales como cognitivas sirven para
propiciar que el paciente cree y pruebe nuevas estrategias al enfrentarse a distintas
situaciones (Ibidem, 1994).

Finalmente, el acceso a información sobre disposiciones a la acción es definido por los


autores como el descubrir aspectos de la propia experiencia interior de los cuales no se
tenía conciencia; en otras palabras, se refiere a la posibilidad que se da en terapia, a que
el paciente pueda ir reconociendo, diferenciando y muchas veces incorporando nuevas
emociones. Para esto, la actitud empática del terapeuta es una condición clave, pues la
receptividad del terapeuta facilitará el procesamiento de información internamente
generada, lo que conducirá entonces a un cambio en el sentido de sí mismo del paciente.
Todos los mecanismos de cambio implican la adquisición de nueva experiencia. El
cambio requiere algo más que comprensión conceptual o análisis racional; significa
experimentar al sí mismo y a los demás de nuevas maneras (Ibidem, 1994,).

A través de la técnica de la Metacomunicación y la Exploración Experiencial, el sujeto


va reordenando gradualmente sus experiencias a partir de patrones afectivos, logrando
un mayor nivel de autoconocimiento, el cual le permite aceptar, ampliar y flexibilizar su
intrincada forma de sentir, explicar y actuar. En otras palabras, el ir separando las
experiencias inmediatas con las explicaciones que se da sobre ellas, le permite al sujeto
poder autoobservar (desengancharse) su tonalidad emotiva y reordenar las experiencias
básicas, de modo que sean más coherentes entre sí, proceso que tiene como última
finalidad lograr que el sujeto tenga un sentido de sí mismo único, coherente y continuo
en el tiempo. El significado personal se experimenta como el proceso, que dura toda la
vida, para establecer la coherencia del propio ser en el mundo (Mahoney, 1991;
Guidano, en Mahoney, 1998).

4. 3. Encuadre y Setting Psicoterapéutico.

4. 3. 1. Encuadre.

Es uno de los factores técnicos más importantes de la clínica psicológica cognitiva. Una
de las razones de su importancia radica en que como factor se encuentra presente o
influye en todas las variables tanto específicas como inespecíficas de la situación
terapéutica, y está asociado estrechamente al progreso de la psicoterapia, en otras
palabras, un encuadre bien instalado puede constituirse en herramienta fundamental en
el proceso de cambio en el paciente. (Yáñez, 1999b).

Su principal objetivo consiste en delimitar la relación, tanto dentro como fuera de


sesión. Esto representa la definición de las reglas relacionales que regulan la relación
terapéutica; en otras palabras, la operación de estas reglas o del encuadre
psicoterapéutico permiten que paciente y terapeuta compartan, en acuerdo recíproco,
algunas reglas de relación y se adscriban, de una manera natural y fluida, al
funcionamiento de ellas a través de todo el proceso terapéutico (Ibidem, 1999b).

Se propone la existencia de un encuadre explícito y un encuadre implícito, que en


diferente medida son responsables de regular la relación terapéutica. Ambas clases o
dimensiones del encuadre son mutuamente dependientes, pero de orígenes distintos.

a) Encuadre Explícito: Se refiere a las reglas de funcionamiento del proceso


psicoterapéutico acordadas, y que son explicitadas preferentemente por el terapeuta,
para definir o delimitar los márgenes en que va a ser posible la relación (Ibidem,
1999b).

Este aspecto del encuadre está cercano a la noción de contrato terapéutico, en el cual se
fijan las metas y objetivos, además de los medios para alcanzarlos. Se refiere también a
cierto estilo terapéutico que se propone o que caracteriza el quehacer de un determinado
psicoterapeuta.

En un nivel más concreto, se acuerdan o se fijan los honorarios, el tiempo de sesión, la


frecuencia de éstas, las ausencias justificadas o no justificadas, los atrasos, el modo de
comunicación entre sesiones, el lugar y la hora de sesión, entre otros (Yáñez, 1999a;
1999b; 2000c).

Es importante señalar que, previo a la explicitación de estas reglas, existe un encuadre


que regula las entrevistas iniciales de la terapia y que tiene por objeto decidir si es
pertinente o recomendable que un determinado paciente sea atendido por un terapeuta
cognitivo. Los criterios que convergen para tomar esta decisión corresponden al
terapeuta como al paciente. En cuanto al terapeuta, este considerará tanto desde lo
teórico como desde sus habilidades o experticia, la queja que el paciente trae y cómo
esta se refiere a un estilo o personalidad del paciente, que apunte a la conveniencia o no
de la psicoterapia cognitiva y su posible diagnóstico, tratamiento y pronóstico. Sin duda
es un aspecto a evaluar durante las entrevistas iniciales, una vez incorporado un
paciente a psicoterapia cognitiva. Además, es importante considerar como condición
previa, la posibilidad de establecer una alianza de trabajo conjunto, que provea de un
sostén relacional para el despliegue y cambio del paciente. El terapeuta, en esta fase,
también evalúa desde lo personal, la conveniencia de trabajar con un determinado
paciente. Por otro lado, el paciente igualmente debe decidir, principalmente basándose
en su experiencia directa con el terapeuta, si le parece hacerse psicoterapia, tanto
respecto del estilo, como de las características personales del terapeuta (Yáñez, 1999b).

b) Encuadre Implícito: Se refiere a aquellas reglas relacionales, que están determinadas


principalmente por dos fuentes: el comportamiento no verbal, especialmente de parte
del terapeuta en cuanto a delimitar las interacciones expresivo-motoras posibles de
llevar a cabo durante la sesión o el proceso terapéutico general. La tendencia deseable
es el poder evitar al máximo las actuaciones de este nivel de lenguaje, dado que su
componente es involuntario y puede ser interpretado por el paciente en cualquier
sentido, generalmente en pro de confirmar sus esquemas cognitivos interpersonales,
quedando el terapeuta en imposibilidad de percatarse de lo acontecido en el momento.
En este nivel, el registro de las actitudes es inconsciente: bien podría ocurrir que el
paciente pueda comenzar a sentirse perturbado emocionalmente ante el despliegue de su
terapeuta, sin saber a qué atribuirlo. Lo anteriormente señalado hace referencia a
“actuar” o “pasar al acto”, cuando las conductas del terapeuta surgen directamente
desde sus disposiciones a la acción sin que hayan sido mediadas simbólicamente. Al
pasar al acto, el terapeuta está dejando de ser consciente de las emociones subyacentes a
sus conductas. Se puede distinguir dos clases de situaciones en las que el terapeuta pasa
al acto. En la primera el terapeuta actúa desde sus emociones sin ser consciente de ello,
y el origen de sus emociones es propio, no se relaciona directamente con la persona del
paciente o sus conductas sino más bien con las variables internas del terapeuta. Forman
parte de su propio esquema cognitivo interpersonal y de los ciclos en que él tiende a
involucrarse. En el segundo caso, el terapeuta está actuando sin darse cuente de las
disposiciones a la acción que le son provocadas por el paciente, más específicamente
por sus marcadores interpersonales. Es decir, en este caso el terapeuta esta enganchado,
responde complementariamente al paciente y perpetúa el ciclo cognitivo interpersonal
disfuncional del paciente (Yáñez, 1999a; 1999b; 2000c; Kühne y Leiva, 2002).

Otra fuente de encuadre implícito son las costumbres y usos sociales de una particular
cultura o subcultura, que define las condiciones y las características interaccionales que
se deben tener en determinadas circunstancias sociales. De este modo, el
comportamiento de un paciente, de una determinada cultura, tenderá a prevalecer y a
instalarse de una manera “natural”, pero que puede interferir con los propósitos de la
psicoterapia cognitiva; es el terapeuta como modelo de rol, apoyado en la intención de
neutralidad y abstinencia, el que puede atenuar o neutralizar el impacto que pueden
tener las costumbres en el proceso psicoterapéutico (Ibidem 1999b).

Las particularidades técnicas clínicas del contexto interpersonal permiten instalar la


psicoterapia y la relación terapéutica en un ambiente propicio para el cambio, y en eso
juega vital importancia el encuadre clínico.
4. 3. 2. Setting (Yáñez, 1999a; 1999b; 2000c).

Se refiere a la delimitación del contexto psicoterapéutico, constituido por los elementos


físicos y su disposición espacial, en los cuales se desarrolla cada sesión del proceso
psicoterapéutico. La idea fundamental en torno al setting es que el terapeuta debe
proveer de un lugar acorde con su aspiración de encuadre, regido por los principios de
la neutralidad y la abstención, lo que conlleva idealmente a desarrollar las sesiones en
un mismo espacio físico en donde los elementos del mobiliario se encuentren dispuestos
de manera estable. Se agrega a esto la aspiración o intención de no revelar al terapeuta
en su espacio de trabajo, que este sea lo más neutro posible, constituyendo así al setting
en un lugar no sólo físico sino psíquico de contención y abstención terapéutica, para que
el paciente pueda libremente desplegarse en él.

En los apartados subsiguientes se considerarán las nociones de Técnica, Intervención y


Herramientas Psicoterapéuticas.

4. 4. Técnicas (Yáñez, 1999a; 1999b; 2000b; 2000c; Kühne y Leiva, 2002).

Se entiende por técnicas aquellas estrategias terapéuticas que se desprenden de la teoría


y que demandan: habilidades técnicas especializadas, pues se incorporan al repertorio
del terapeuta producto del aprendizaje de manera artificial, constituyéndose así en
nuevos aprendizajes en el ámbito de la teoría relacionados con la práctica
psicoterapéutica; y habilidades personales, las cuales son parte del repertorio natural y
característico del terapeuta. Estas técnicas poseen un procedimiento específico de
aplicación y se distinguen dos clases de ellas: Técnicas Operativas y Técnicas
Procedurales.

a) Técnicas Operativas: Estas tienen su origen en los momentos conductual y cognitivo


del modelo y pueden ser incorporadas en distintas fases de la terapia. Se caracterizan
porque priorizan el procedimiento de aplicación por sobre la habilidad personal del
terapeuta, es decir, poseen una pauta regular, sistemática y estandarizada de aplicación.
Su objetivo central es la remisión sintomática. No buscan un aumento de los niveles de
autoconciencia, sino que sólo un cambio más superficial que, a juicio del terapeuta, será
beneficioso para el paciente. No aumentan una autocomprensión del paciente y de sus
reglas de ordenación de su experiencia, sino que sólo operan en una modificación de los
niveles ya señalados. Entre ellas se puede destacar la Desensibilización Sistemática, la
Programación Conductual, la Reestructuración Cognitiva de Beck (Beck 1983; 1995),
Técnicas de Autocontrol (Marks, 1970; Wolpe, 1977; Rimm y Masters, 1980; Martin y
Pear, 1999).

b) Técnicas Procedurales: Estas se concentran principalmente en la habilidad personal


del terapeuta y definen u otorgan el carácter al proceso terapéutico, es decir, van
dirigidas a la organización u operar del paciente y constituyen, por tanto, el “quehacer”
psicoterapéutico. Se basan en el método de la autoobservación descrito por Guidano;
buscan centrar al paciente en la interfaz entre la experiencia inmediata y la explicación
para un aumento de su autoconciencia, poniendo el énfasis en enfocarse sobre el
proceso de ordenamiento de la experiencia del paciente. Este proceso puede estar
referido a experiencias que ocurrieron fuera de la sesión o a las experiencias que
ocurren dentro de la sesión, más específicamente al proceso de la relación terapéutica,
proceso del cual el terapeuta también participa. Se distinguen dos Técnicas
Procedurales: la Exploración Experiencial, que transcurre en el eje diacrónico y la
Metacomunicación, que transcurre en el eje sincrónico.

4. 4. 1. Exploración Experiencial (Leiva y Vásquez, 1999).

El método esencial para llevar a cabo las principales tareas de evaluación e intervención
en la psicoterapia que tiene como base la metateoría cognitiva, es la autoexploración,
entendida según Greenberg como un proceso de búsqueda vivencial, que consiste en
llegar a darse cuenta de una complicada serie de datos del proceso interno, que de otro
modo hubieran sido inaccesibles a la conciencia. Este proceso no es solamente un
análisis racional, sino que implica contactarse con el modo de operar del sujeto tanto de
su particular manera de asignar significado a lo que le rodea, como de su
funcionamiento afectivo. Es así como, a través de la exploración experiencial, le es
posible la autoexploración (Greenberg y cols., 1996).

La Exploración Experiencial es una técnica que permite al Sí mismo darse cuenta de su


modo de operar y de su particular modo de significar y de emocionarse frente a la
realidad en que está inserto. El objetivo es reevocar contenidos idiosincráticos para re-
experienciarlos en un corte actual y sincrónico. Son contenidos que vienen de lo
diacrónico. Se caracteriza por el uso del método de la Autobservación (Guidano, 1995)
y el Descentramiento (Safran y Segal, 1994).

La función que cumple la Autoobservación a nivel profundo, es permitir el acceso a


aquellos contenidos a los cuales el paciente no se refiere, los cuales no están en el relato
explícito de éste. Es la función principal en donde el terapeuta se introduce en las
fracturas del discurso del paciente. La exploración está siempre centrada en el
procedimiento y no en los contenidos, lo que aparece evidente en la relación del
terapeuta con el paciente; el terapeuta es minucioso, centrado en procedimiento y en la
metodología de la intervención, por tanto el paciente no advierte en el terapeuta su
inquisidor y por ende baja sus defensas, lo cual permite que emerjan más fácilmente
ciertos contenidos (Ibidem, 1995).

La exploración experiencial opera en tres niveles conceptuales: a nivel Cognitivo,


Emocional y de Contenido (Yáñez, 1999a; 2000c).

a. A nivel Cognitivo es conveniente cuando hay una confusión respecto al


contenido, en donde el paciente no sabe muy bien lo que pasó en el transcurso
del relato de su historia, o no puede ordenar u organizar su pensamiento
respecto a determinados hechos (Ibidem, 1999a; 2000c).

b. A nivel Emocional se utiliza la exploración experiencial cuando las señales


para hacerla son emociones muy desbordantes (rabia, pena...) o difusas, en
donde no se puede reconocer el estado emocional en que se encontraba (Ibidem,
1999a; 2000c).
c. A nivel de Contenido, cuando hay poca claridad respecto de los hechos, no
saber lo que sucedió o negarse a trabajar ciertos temas. Esta confusión surge del
terapeuta, no del paciente (Ibidem, 1999a; 2000c).

Se utiliza para trabajar contenidos de la historia del paciente (Eje Diacrónico), y que
surgen fuera de la sesión. Se despliega a partir de la discordancia o desborde
experiencial del paciente y que es percibida por el terapeuta a partir de una falta de
claridad conceptual en los hechos narrados, por compromiso o turbulencia emocional
del paciente o por un marcador interpersonal.

4. 4. 1. 1. Procedimiento (Yáñez, 1999a; 2000c).

Frente a un contenido que el paciente presente en la sesión y que le provoque


perturbación, tanto cognitiva como emocional, el terapeuta le propone que puede ser
trabajado en detalle. Si el paciente está de acuerdo en hacerlo, se pasa a la etapa
siguiente, en que se le pide que enfoque una situación concreta que tenga que ver con el
contenido perturbador. Una vez identificada, se le indica al paciente que se sumerja en
la situación evocada, revisándola escena por escena. Se le ayuda a reexperimentarla
desde el comienzo, identificando en detalle el contexto, los personajes y el lugar de
éstos en las escenas. El análisis tiene que ser antes, durante y después del momento que
los pacientes identifican como más destacado en la situación, tanto de cada escena como
de la panorámica en general. A través de este proceso puede llegar a identificarse la
escena prototípica y explicarla. Como señala Greenberg: “Es como si el paciente
caminara lentamente a lo largo del proceso vivencial, en lugar de correr por él”
(Greenberg y cols., 1996, pág. 175).

Es importante que en todo momento el terapeuta lleve a un análisis bifocal, es decir a


que el paciente pueda identificar sus sentimientos con respecto a la situación vivida, y
además se concentre en las interpretaciones y explicaciones racionales que reflejan su
manera de significar este acontecimiento. Para esto debe centrarse principalmente en
dos interrogantes: el “por qué” de esa experiencia, que lleva a las explicaciones
reflexivas; y el “cómo” la persona la vivió y sintió en ese momento, que
correspondería a la experiencia inmediata. En cuanto el paciente empieza a lograr ver
la diferencia entre estos dos aspectos de su vivenciar, va siendo capaz de mirarse en
primera persona en las situaciones, es decir desde un punto de vista subjetivo; y a
mirarse a sí mismo desde fuera, o sea desde un punto de vista objetivo. Es lo que se
llama también a la capacidad de descentrarse, lo que implica ver el aporte de ellos
mismos en las situaciones en que están involucrados.

Al continuar la exploración, los aspectos externos de la situación empiezan a converger


con la experiencia interna del paciente, proporcionándole una nueva conciencia de la
propia experiencia en ese momento. Según Greenberg, esta etapa de rastreo de la
experiencia se completa cuando el paciente reconoce espontáneamente su conducta
ante esta situación, la que le parecía confusa o problemática, como una respuesta
directa a su propia interpretación selectiva de rasgos de la situación y a las emociones
activadas por ésta. Esto produce un reconocimiento por parte de los pacientes de la
manera en que reaccionaron en una determinada situación, como un ejemplo de un
modo de funcionamiento más generalizado (Greenberg y cols., 1996).
La toma de conciencia antes mencionada lleva a una reestructuración de aspectos del sí
mismo: las personas empiezan a tener un sentido de lo que quieren cambiar y de lo que
ya han empezado a cambiar. Es importante que el terapeuta actúe como un guía del
paciente en esta exploración de la situación, haciendo reflexiones siempre tentativas y
tratando de no forzar el análisis hacia un cierto objetivo.

La técnica de Exploración Experiencial lleva a un descubrimiento de nuevos aspectos


del sí mismo que no estaban plenamente conscientes, y que están influyendo en la
manera de reaccionar, percibir y sentir las situaciones, de tal manera que es un
instrumento de “insight” (darse cuenta ), en la terapia que se realiza (Ibidem, 1996).

El efecto terapéutico básico de esta técnica no es la modificación de modos de pensar


considerados erróneos que es el objetivo de la teoría Cognitiva Racionalista basado en
el concepto de que existe una forma real y correcta de percibir la realidad, y que la
persona tiene que adaptarse a ésta, sino que la adquisición gradual por parte del
paciente de mayor flexibilidad en la evaluación de su dinámica individual. Esto implica
la modificación de la manera de percibir y explicarse ciertos acontecimientos, además
de la adquisición de un mayor repertorio de respuestas emocionales y conductuales,
“encontrando nuevos significados que representen mayormente la experiencia del sí
mismo en el mundo” (Greenberg, 1993 en Leiva y Vásquez, 1999, pág. 72).

4. 4. 2. Metacomunicación (Leiva y Vásquez, 1999).

La metacomunicación es una técnica que permite utilizar la interacción terapéutica con


el fin de proporcionar al paciente retroalimentación sobre sus reacciones emocionales y
las conductas que generan esas reacciones en otros. De esta manera, se le ayuda al
paciente a colocarse en una posición de agente que se ve a sí mismo como participante
activo en las interacciones y no como víctima impotente atrapada en circunstancias que
escapan a su comprensión.

Para llevar a cabo esta técnica, el terapeuta debe asumir la posición de observador;
punto de vista objetivo, orientado hacia el paciente; participante; punto de vista
subjetivo, orientado hacia sí mismo. Esta posición le permite observar la interacción en
que participa con el paciente y al mismo tiempo sentir el influjo interpersonal de éste.

En la medida que el paciente ejerce una fuerte influencia sobre el terapeuta,


probablemente suscitará en éste una respuesta complementaria a su conducta. Cuando
un individuo ejerce una fuerte presión para suscitar una conducta complementaria es
difícil no responder en consecuencia. Por ejemplo, si una persona actúa en forma
dominante, otra podría responder en forma complementaria con una conducta de
sometimiento.

Las personas a menudo no se dan cuenta a qué están respondiendo, cuando alguien las
incita a actuar de un modo complementario. Del terapeuta entrenado se espera que
posea la habilidad técnica de reconocer marcadores interpersonales2 de su paciente. El
proceso de metacomunicación terapéutica comprende tres etapas:
2
Marcadores Interpersonales: Acciones o expresiones verbales de un individuo,
incluyendo conductas manifiestas, sutiles comunicaciones y posturas corporales
paralingüísticas y no verbales. Los marcadores interpersonales inician el ciclo
interpersonal disfuncional porque son típicamente las conductas y comunicaciones
a las que otras personas responden de manera complementaria negativa.
a. Etapa de Enganche

El terapeuta en esta etapa se siente impactado con la conducta del paciente. Esta
conducta lo fuerza a responder en forma restringida, tiende a dar una respuesta
complementaria. El terapeuta se ve impelido, arrastrado, a actuar confirmando y no
cuestionando el ciclo cognitivo interpersonal3 del paciente.

b. Etapa de Desenganche

En esta etapa el terapeuta debe advertir, atender y tratar de catalogar lo que le suscita el
paciente, para luego interrumpir las respuestas complementarias.

El primer paso en el proceso de desenganche o desvinculación consiste en tomar


conciencia de los propios sentimientos y tendencias a la acción con respecto al paciente.
Considerando que el terapeuta está necesariamente siendo influido por el paciente,
puede experimentar ciertos sentimientos y emociones sin llegar a advertirlos y
catalogarlos. Por lo tanto, debe estar atento a advertir y luego catalogar los
compromisos a los cuales le arrastra el influjo de un paciente. Mientras el terapeuta no
advierta lo que le está sucediendo internamente, se encuentra atrapado en el juego
transaccional del paciente.

La capacidad de tomar plena conciencia de los propios sentimientos y tendencias a la


acción mientras se interactúa con el paciente, es por lo tanto un requisito previo para
llevar a cabo con eficacia esta técnica. Los terapeutas con un autoconcepto rígido
tendrán dificultades para tomar conciencia de ciertos sentimientos que le suscita el
paciente. Por ejemplo, los terapeutas que creen que está mal sentirse atraídos hacia un
paciente pueden tener dificultades para reconocer dichos sentimientos cuando surgen en
la terapia. Algo similar ocurriría con aquellos que creen que siempre deben ser cálidos,
protectores y empáticos con los pacientes o que tienen rígidas exigencias de ser
infaliblemente competentes, los que tendrán dificultades para reconocer sentimientos de
impotencia o desvalimiento frente a los pacientes.

c. Etapa de Intervención

En esta etapa el terapeuta le habla directamente al paciente acerca de la interacción entre


ambos, haciendo referencia explícita a la respuesta distintiva del terapeuta a
determinadas conductas del paciente.

La manera en que se transmite esta retroalimentación tiene vital importancia. Debe ser
tentativa y exploratoria, hecha en lenguaje proposicional, habiendo una alianza fuerte o
establecida entre ambos, de forma tal que el paciente comprenda que el terapeuta está
tratando honestamente de dilucidar sus propios sentimientos y transmitirlos de un modo
que invite a seguir explorándolos.

Se pueden reconocer cuatro fases en esta etapa:


3
Ciclo Cognitivo Interpersonal: Patrón recurrente de conducta interpersonal que
caracteriza la experiencia de un individuo. El sujeto responde de una manera rígida
o restringida a la relación interpersonal de acuerdo a las expectativas que tiene de
la conducta del otro, confirmando de esta manera sus esquemas cognitivos
interpersonales.
a. Fase de Despliegue: En esta fase el terapeuta transmite sus propios sentimientos para
ayudar a los pacientes a tomar conciencia del efecto que ellos tienen sobre otras
personas y, por lo tanto, del papel que les corresponde en la interacción. Ejemplo,
Terapeuta: “Me estoy sintiendo incapacitado en este momento para ayudarle. Siento
que no puedo decirle nada.”

b. Fase de Exploración: El terapeuta transmite sus sentimientos a los pacientes para


sondear la experiencia interna de éstos. Ejemplo, Terapeuta: “Me siento impotente en
este momento, como si nada de lo que yo fuera a hacer fuera útil. ¿Se relaciona esto de
algún modo con lo que experimenta usted?”

c. Fase de Aclaración: El terapeuta identifica y señala los marcadores interpersonales de


los pacientes para ayudarles a tomar conciencia del papel que tienen en la interacción.
Ejemplo, Terapeuta: “Me parece que lo que estoy sintiendo se relaciona con su conducta
de bajar la cabeza, moverla de un lado a otro en señal negativa, bajar el tono de voz y
dejar de mirar a los ojos.”

d. Fase de Interpretación: El terapeuta utiliza el marcador interpersonal identificado


como una coyuntura propicia para la exploración cognitiva/afectiva. Ejemplo,
Terapeuta: “¿Será que en estos momentos siente que hubiera vuelto atrás, al principio
de la terapia, y hubiera pasado a fojas cero?”

En la práctica puede ser que estas fases se den en forma simultánea, secuencial o
aislada. Una vez que el terapeuta ha iniciado el proceso de metacomunicación con el
paciente, es importante que continúe manteniendo la disciplina de un observador
participante. El terapeuta debe aprender a desengancharse del influjo que le produce el
paciente para posibilitar el proceso terapéutico.

¿Cuándo debe el terapeuta hablar de sus sentimientos con el paciente y cuándo debe
abstenerse de entregar dicha información? En el momento que los terapeutas ofrecen a
sus pacientes información sobre sus propios sentimientos deben sentirse bastante
equilibrados como para que sus motivaciones sean claras y fundamentalmente
orientadas al paciente. Esta técnica no tiene como fin aliviar al terapeuta de una
situación incómoda para él, sino informar al paciente sobre los sentimientos que puede
generar en otro para que pueda explorarlos y, a través de esta exploración, adquirir un
mayor conocimiento de sí mismo y de sus esquemas cognitivos interpersonales.4

Durante todo el proceso de la metacomunicación, el acento está puesto en el aquí y


ahora de la relación terapéutica; se trabaja en el eje sincrónico, lo que está ocurriendo en
el momento. Esto se debe a dos razones: En primer lugar, el hecho de permitir a los
pacientes poner a prueba sus creencias disfuncionales sobre las relaciones en la
interacción con el terapeuta. En segundo lugar, ayudar a los pacientes a descubrir cómo
contribuyen a la interacción mientras ésta tiene lugar. Ambos aspectos propician un
proceso de aprendizaje basado en la experiencia concreta, antes que un ejercicio
intelectual abstracto.

4
Esquemas Cognitivos Interpersonales: Estructuras cognitivas-afectivas que
procesan información relativa a las relaciones con los otros.
4. 5. Intervenciones (Yáñez, 1999a; 1999b; 2000b; 2000c; com. pers., 2002a; Kühne y
Leiva, 2002).

Son estrategias terapéuticas relacionales dentro del despliegue discursivo del terapeuta.
Son inmediatas y tienen que ver con las habilidades personales y técnicas del terapeuta,
cuyo objetivo es articular y rearticular el discurso del paciente, es decir, hacer
significativo el discurso del paciente para darle significación a sus contenidos. Se
expresan como actos de habla y pueden distinguirse jerárquicamente, teniendo en
consideración el grado o nivel de participación del terapeuta. Se reconoce como
intervenciones a: Escucha Terapéutica, Información, Exploración, Aclaración (del uso
de categorías empleadas por el paciente), Reflejo, Señalamiento, Confrontación,
Paradoja, Bisociación e Interpretación.

a) Escucha terapéutica: Corresponde al acto de poner atención a los mensajes verbales y


no verbales que comunica el paciente. En este acto el terapeuta se abstiene de hablar.
Escuchar es requisito previo para todo el resto de las respuestas y estrategias de la
terapia. La escucha debería preceder a cualquier cosa que se haga en la terapia (Cornier
y Cornier, 1994, pág. 139).

b) Información: Acto terapéutico por medio del cual se obtiene información respecto de
la problemática del paciente por medio de preguntas abiertas.

c) Exploración: Es una intervención del terapeuta que abre contenidos temáticos


generales y que pretende dar un marco de referencia amplio al paciente, evitando que
éste último se disgregue en contenidos distractores para el efecto de recabar
información. Ej: “... háblame acerca de tu familia...”, “... ¿podrías referirte a la relación
con tus amigos?... “ (Yáñez, com. pers., 2002a).

d) Aclaración: El objetivo principal de la aclaración consiste en compartir el mundo


experiencial del terapeuta y del paciente. Permite, al terapeuta, abrir un mundo de
revelaciones significantes y no atribuir significados propios a la experiencia; no permite
que categorías utilizadas por el paciente “contaminen” las del terapeuta y viceversa, en
otras palabras, evita el “acting” (actuación) terapéutico.

e) Reflejo: Es una intervención, a modo de paráfrasis, donde el terapeuta usa la misma


expresión del paciente con el objeto que este último escuche lo que ha señalado y
profundice la conciencia acerca de contenidos que pueden ser significativos para él. Así,
no necesariamente involucra una repetición textual del discurso, pues el terapeuta bien
puede hacer reflejo de ideas o sentimientos claves del mensaje del paciente utilizando
sus propias palabras (Greenberg y cols., 1996).

f) Señalamiento: Es una intervención que permite al terapeuta detenerse en un


contenido, incluido en el relato del paciente, a través de una reflexión breve sobre dicho
contenido. Ej: “... tú dices que tienes un padre avaro...”. Se pone énfasis en el relato y
no en el contenido (Yáñez, com. pers., 2002a).

g) Confrontación: Esta intervención requiere mayor compromiso emocional del


terapeuta, pues se pone en evidencia una postura alternativa de lo dicho por el paciente.
Se hace a través de lenguaje proposicional, donde el terapeuta instala en el relato del
paciente una opinión distinta. Surge de la discrepancia entre lo dicho por el paciente y
lo vivenciado por el terapeuta en la escucha. Estas preguntas confrontacionales generan
ansiedad y ponen en tensión la relación terapéutica, deben ser formuladas como
hipótesis proposicionalmente, es decir, evitando utilizar categorías. Corresponde a la
respuesta verbal del terapeuta por medio del cual describe posibles discrepancias,
conflictos y doble-mensajes con respecto a los sentimientos, pensamientos o acciones
de los pacientes.

h) Bisociación: Requiere del terapeuta un grado de conocimiento profundo del paciente,


y como intervención tiene dos modalidades: la primera dice relación con asociar dos
contenidos de la historia del paciente que tiene una topografía cognitiva y emocional
semejante, pero que no necesariamente están unidos en la conciencia del paciente; la
segunda, dice relación con asociar proposicionalmente un mismo contenido que desde
la perspectiva del terapeuta aparece en contextos diferentes.

I) Interpretación: Dice relación con presentar una hipótesis tentativa acerca del
funcionamiento profundo del paciente, específicamente relaciones o significados acerca
de su funcionamiento, con el objeto de conducir al paciente hacia la introspección.

4. 6. Herramientas (Yáñez, 1999a; 2000c; com. pers. 2002a; Safran y Muran, 2000).

Son estrategias terapéuticas adjuntas al proceso terapéutico para crear condiciones que
faciliten el proceso terapéutico. Entre ellas se distingue a la psicofarmacología, el
psicodiagnóstico, la supervisión, y, según sea el caso, las técnicas operativas, por
ejemplo, cuando se solicita a otro terapeuta que aplique una técnica de relajación como
anexo al proceso.

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