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Sociedad
¿Se ha planteado con anterioridad a qué nos referimos cuando hablamos de sociedad? Usamos
este término a diario, ya sea como sustantivo o adjetivando otros elementos. Por ejemplo decimos
que tal o cual “es un problema social”, que “la sociedad” debería movilizarse para conseguir
cambios, o que alguien “vive en una sociedad más avanzada”. Y hasta hablamos también de
“sociedades anónimas”, “sociedades de responsabilidad limitada” o “sociedades de hecho” dentro
de una jerga más empresarial.
Pero en general, no nos detenemos a pensar a qué nos referimos cuando hablamos de
“sociedad”. Observe detenidamente la imagen que le propongo:
Fuente: http://no-digas.blogspot.com
Reflexione: ¿Qué tiene en común esta gente? ¿Ya se ha dado cuenta a la región a la cual
pertenecen? ¿Cómo se ha dado cuenta? ¿Qué están haciendo?
Si ha podido reflexionar y contestar estas preguntas, podrá usted mismo construir una definición
para el concepto de sociedad: es un conjunto de personas que interactúan en un espacio
determinado y que comparten una misma cultura.
Ahora bien, la definición construida puede aproximarnos a una idea básica de lo que es la
sociedad, pero será necesario plantearnos algunas cuestiones a fin de comprender que existen
múltiples concepciones de dicho concepto.
Para dar respuesta a estos interrogantes tendremos que abordar el concepto teóricamente, para
lo cual haremos uso de tres enfoques teóricos ya mencionados en el módulo 1: el marxismo, el
funcionalismo y la teoría de la acción.
MARXISMO
DESIGUALDAD
DESEQUILIBRIOS
CAMBIO SOCIAL
CONFLICTOS SOCIALES
Como hemos dicho, Marx distingue en la sociedad moderna industrial dos clases cuya diferencia
de base es la posesión o no posesión de los bienes o medios de producción. Quien posee los
medios de producción (maquinarias, tierras, etc.) domina a quienes no los poseen. El conflicto
entre ambas clases es inevitable y llevaría según Marx a la disolución del mismo capitalismo, por
adquirir este conflicto una intensidad cada vez mayor. Ahora bien, la clase proletaria no estaba
para Marx plenamente conciente de su opresión. Por esa razón no se había revelado aún. Poseía
una falsa conciencia.
Y ¿Cómo explicaba Marx esta falsa conciencia de la clase dominada (proletarios) por la clase
dominante (capitalistas)? El autor utiliza el concepto de alienación entendiendo por esta a una
experiencia en la cual el individuo, lejos de gobernar su vida y destino, se siente preso de fuerzas
ajenas. El proletariado trabaja considerándose a sí mismo una mercancía más que los capitalistas
compran, en lugar de ser concientes de su verdadero papel en la obtención del producto final.
Por otra parte, para Durkheim la sociedad tiene una existencia objetiva, por encima de las
personas. Los modos colectivos de obrar y pensar, tienen una existencia propia y un poder
coercitivo que hace que las voluntades individuales no puedan oponer resistencia. La idea de
Durkheim es que los hechos sociales existen más allá de los individuos, los trascienden. Para
ejemplificar, instituciones tales como el matrimonio o la familia, ya existían antes de que hayamos
nacido. Y al nacer y transcurrir nuestra vida, dichas instituciones se nos imponen, ejercen
influencia en nuestra forma de actuar.
FUNCIONALISMO
SOCIEDAD
Existencia Objetiva
Poder coercitivo
Por último, veamos cómo comprende a la sociedad el paradigma de la acción. Según este
paradigma, la sociedad es construida por los individuos a través de su acción. Esto quiere decir
que para Weber, la sociedad no se impone como algo estático ante los individuos, sino que los
individuos van construyendo a la sociedad a través de su interacción en la vida cotidiana. Si notan
la diferencia, verán que Weber se enfoca entonces en el individuo, en lo que hace y en las
motivaciones que tiene el mismo para hacer lo que hace. Por eso cuando hablamos de la
teoría de la acción de Weber, decimos que tiene un enfoque microsociológico.
TEORÍA DE LA ACCIÓN
SOCIEDAD CONSTRUIDA
LAS IDEAS PUEDEN TRANSFORMARLA
SENTIDO
Orientación de la Acción
MOTIVACIONES
Y ¿qué marcaba para Weber la diferencia entre las sociedades tradicionales y las modernas?
Justamente eso: la concepción sobre el mundo que tenían. Mientras las sociedades tradicionales
se aferran a la tradición (sentimientos y creencias transmitidas de generación en generación) las
sociedades modernas piensan en términos de racionalidad (calculando costos y beneficios),
decidiendo así sus cursos de acción con el fin de alcanzar determinados objetivos).
Esta racionalidad impregna los diferentes ámbitos: lo laboral, lo sentimental y también la forma de
organización social: la burocracia. Pero una burocracia no entendida de manera peyorativa, como
solemos entenderla en la actualidad, sino como modo de organización maximizadora de la
eficiencia la cual según Weber, podría incluso ahogar la dimensión creativa de los hombres.
Cultura
Cuando hablamos de un país, hacemos referencia a una sociedad caracterizada por una cultura
en particular. Para arribar al concepto de cultura seguiremos con el ejemplo brindado por la
imagen. La cultura es un conjunto de valores (la religiosidad, en el ejemplo), creencias (en la
virgen María), actitudes (la procesión) y objetos materiales (la vestimenta) que constituyen el
modo de vida de una sociedad. También tenemos otros componentes de la cultura que no
podemos ver en la imagen pero que son de suma importancia: el lenguaje y los símbolos. Esta
sociedad habla el idioma español y se comunica también a través de entidades a las cuales le
atribuyen determinados significados.
Pero ¿Cree usted que todo Perú es culturalmente homogéneo? ¿O habrá algún grupo que no se
vea identificado con estos rasgos culturales que hemos observado? ¿Será que las sociedades no
poseen una única cultura? Resulta que en una sociedad pueden convivir múltiples grupos con
características culturales diversas. Pensemos seriamente en el país donde habitamos.
Descubriremos que podemos distinguir segmentos de la población culturalmente distintos, ya sea
por su procedencia (inmigrantes, nativos) por sus creencias (religiosos, ateos) por su ocupación
(empresarios, obreros, etc.) A esto es a lo que llamamos diversidad cultural. En algunos casos,
esa diversidad no representa conflicto para la cohesión de la sociedad. Ahora bien, si pensamos
por ejemplo en Irlanda, en donde la religión marca dos segmentos culturales profundamente
enemistados, esta diversidad cultural adquiere mayor sentido para ser analizada.
Para profundizar el concepto de diversidad cultural, usted cuenta en este mismo módulo con una
lectura de Iván Bernier, denominada "Diversidad y Cultural e Industrias Culturales en la
globalización", Buenos Aires, 20051
Al mismo tiempo, cuando hablamos de diversas culturas hablamos también de cierta jerarquía. En
otras palabras, ciertos rasgos culturales son predominantes en la sociedad. Y por su parte, otros
1
Fuente: http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/institucionales/debate.php
También, y con un prisma algo menos ortodoxo, podríamos hablar de subculturas al hacer
referencia a las denominadas “Tribus Urbanas”, de las cuales se ha hablado en los últimos
tiempos.
Estos grupos, que identifican en mayor medida a los adolescentes, no son invención actual. Sin ir
más lejos hemos mencionado en este texto a la subcultura punk, que data de la década del ’70,
como ejemplo de grupo contracultural. En la actualidad se han sumado numerosas tribus que
marcan su diferencia con el resto a partir de su estética, de la música que escuchan y de los
códigos que manejan. Sin embargo, la pregunta que cabe aquí, en el marco de esta materia, es si
dichas “tribus urbanas” pueden considerarse subculturas. Dado que la cultura constituye el modo
de vida de una sociedad, sería necesario cuestionarse hasta qué punto los rasgos de cada tribu
embeben y condicionan el modo de vida de los adolescentes que pertenecen a ella.
En relación a este tema, el antropólogo Carlos Gradín, ha escrito la nota que le presentamos a
continuación.
Excursionistas
Tipologías y tendencias de las tribus urbanas: de los emos a los zippies, una genealogía
invertida del fenómeno y su construcción mediática. Tres ciudades, una etnografía.
Buenos Aires
Desde hace años la prensa cultural ha adoptado el concepto de "tribu" para describir ciertos
matices del variado paisaje humano de las ciudades. Pero sería labor de un filólogo, de un
historiador de la cultura, aclarar el origen de esta categoría. Las "tribus urbanas" sugieren
una serie de rasgos y atributos que resultan irresistibles para un cronista, a la hora de
redondear una nota sobre tendencias en el segmento juvenil de la cultura. Gustos, vestuarios
y zonas de influencia marcan una inscripción, recortan a ciertos jóvenes contra el fondo del
paisaje conocido. La idea misma de "tribu", a merced de analistas y expertos, tiende a
adquirir un aire de revelación. Es, en parte, redescubierta con cada nota; como categoría,
De ese tipo de magma de símbolos y códigos compartidos, surgieron a fines de los '70 los
punks munidos de cortes de pelo y atuendos de trinchera, acompañados por una fama de
agitación anarco-drogada, cultivada en bares y recitales de la Inglaterra del ajuste tatcherista.
Los nacidos por esa época en Buenos Aires, tal vez hayan alcanzado a presenciar, entrados
los años '80, la irrupción de una banda de punks en trajes oscuros, con tachas, aros
puntiagudos y alguna cresta semi-flúo, en plena tarde de fin de semana en Parques como el
Centenario; despertaban un temor reverencial y distante a su paso entre los puestos de la
feria de artesanos, objeto de especulaciones sobre su peligrosidad. En mi escuela primaria,
por esa época, circulaba una versión sobre la autoría de los graffitis de los "5 cretinos" que,
entonces, ocupaban varias paredes cercanas de Palermo. Eran -en teoría- unos drogadictos,
que alguien aseguraba haber visto de lejos. Eran tiempos en que aún se hablaba de
"patotas" callejeras, que más tarde serían desalojadas del pabellón de amenazas para la
seguridad.
Bajo el rótulo de "tribu", se ha incluido también a grupos como los fans de los Rolling Stones,
cuyo auge en los '90 extendiera el uso de zapatillas de lona, jardineros, flequillos
pronunciados, pañuelos al cuello y accesorios y tatuajes del ícono de la banda creado por
Andy Warhol. Sumados a la frecuentación de ámbitos y fiestas ligadas al rock y el consumo
de alcohol, los elementos de un perfil como éste, aunque incompleto, arrojan algunas
preguntas sobre la idea de "tribu", su función y razón de ser. En éstos términos, los rasgos y
señas dan forma a un grupo que es fácil intuir difuso. Un núcleo reunido por intereses tan
sólidos, o erráticos, como las idas y vueltas de la sociabilidad. Entonces, la eventual y
extendida confusión resulta de la observación del fenómeno con mirada de antropología
amateur. Lo que surge bajo esa luz es menos una escena de intercambios de tiempos y
experiencias afines entre pares, que un desprendimiento de la misma sociedad, una suerte
de micro-cultura desconocida, una "nueva" identidad. La escena es propia de la comedia de
enredos. El cronista televisivo acerca el micrófono para preguntar por intereses, ideas y
pertenencia a quienes exhibieron, hasta entonces, los rasgos parciales de un color de ropa o
una aplicación web favoritas, y de quienes se espera, sin embargo, una explicación.
La pregunta por las "tribus" lleva así implícita una demanda, de aclaraciones y razones para
ciertos comportamientos. Se espera un argumento que de validez al uso de estampados
vintage o delineador negro, al intercambio vía fotologs o la congregación en plazas; incluso al
consumo de sustancias varias. "¿Qué es lo que quieren?" Tras este interrogante flota como
una nube una idea de la cultura o, mejor dicho, del tiempo libre como un medio para otros
fines. Como si el viejo carnaval, para ser autorizado, tuviese que hacer explícito su auténtico
aporte a la economía simbólica de la sociedad. (Algo, quizás, no tan alejado de la cultura
popular contemporánea saturada de interpretaciones, que la vuelven una herramienta más
de la democracia, la salud o el entretenimiento). En todo caso, la interpelación a las "tribus"
como fenómeno o "accidente" de las identidades urbanas, merecería la respuesta atribuida a
Foucault sobre su vida: "No me pregunten quién soy y no me pidan que siga siendo el
mismo". Entablado un diálogo como ése, alguien ocupa el lugar de representante, y responde
por una idea, una identidad, cuyos matices y silencios cobran la forma de la contradicción, y
cuyo resultado es el melodrama de las pequeñas traiciones y los enredos de la vida social.
Qué tan auténticas son las tribus, y cuáles son sus verdaderas intenciones, con éstos ejes se
perfila una investigación que concluye como en los viejos tiempos, cuando un hábil baqueano
logra acercarse y hacer contacto con los salvajes en su hábitat natural, las escalinatas de un
shopping o la pista de baile instalada en un sótano de un barrio en vías de desarrollo.
Así es como las tribus, y otros grupos asociados con minorías, dan vida a debates públicos
sobre tolerancia y modos de convivencia en las (complejas) sociedades contemporáneas,
que en sus versiones más insípidas se parecen a informes de inteligencia redactados por
sociólogos, psicólogos y caza tendencias, pero pueden convertirse en un apoteosis del
multiculturalismo y las diferencias virtuosas dignas de la legendaria taberna intergaláctica por
la que se pasean los protagonistas de Star Wars. Ese denso ecosistema, por lo demás, es
también al que pueden remitirse los foros de Internet de usuarios que hacen el inventario
sub-cultural de su país, en jergas locales o inéditas; blackers, chunteros y pijos de España;
pumpers de Bolivia, fans de la máquina de baile Pump in up; eskatos y cholos de México,
seguidores del ska los primeros y proto-pandilleros ligados a las maras, los segundos; otakus
y pelolais de Chile, cultores del pop y el animé japonés, y chicas aficionadas a los accesorios
y las revistas de moda. Pokemones -cumbieros bizarramente bautizados-, y visuales, góticos,
b-boys, entre otros, además de los históricos punks y hippies, y sumados a una serie que,
dependiendo del criterio etnográfico y el impulso mistificador, puede incluir desde sutiles
divisiones de la movida gótica hasta los colectivos rugbiers y pisteros, junto a referencias casi
fugaces a emergentes como los mapunkis del sur de Chile que combinan el punk con las
tradiciones mapuches.
Para un contrapunto a este afán de color local y aventura etnográfica, quizás habría que
remitirse a los albores de las industrias del turismo y la fotografía en el siglo XIX. Era
habitual, entonces, el retrato de aborígenes en su escenario natural, o su recreación en
decorados artificiales, destinado a ilustrar tarjetas postales. Que no hubiera indios
disponibles, o dispuestos a posar frente al fotógrafo, o cuya presencia acriollada no alcanzara
a transmitir la idea de "salvaje", era saldada muchas veces mediante prendas y accesorios
que recomponían su aspecto. Tocados de plumas, o ponchos, casi tan espontáneos como
los que el fotógrafo inglés Steven Pyke ofrece desde su colección de supuestas instantáneas
callejeras de la sub-cultura cyberpunk londinense de principios de los '90; sus modelos, tan
embarcados en un fervor tecno-cultural post-humanista como los extras disfrazados a cambio
de aguardiente en la Patagonia de 1900 respecto de la cultura aborigen local. Estampitas de
una mítica periferia de la civilización, de un presente lejano y exótico habitado por sociedades
desconocidas.
Los zippies fueron una de esas civilizaciones perdidas y descubiertas en los márgenes de las
ciudades a principios de los '90. Aún flotaban en el aire los pronósticos del cyberpunk
populares en la década anterior. El mercado de la informática y las telecomunicaciones
empezaba a volverse masivo, cuando algún viajero desprevenido dio la alerta (el caso
recuerda a los avistajes de Pie Grandes en las montañas de Estados Unidos). Entre las rocas
y salientes de ciertos pubs londinenses, se constató la presencia de una nueva forma de vida
asociada a la música y la tecnología. En ella confluían herederos de la escena raver y
sobrevivientes del hippismo de los sesenta, junto a hackers, artistas y squatters que
terminaban de perfilar el costado contracultural del movimiento. Era un nuevo verano del
amor y el despertar de las consciencias, entre sintetizadores, PCs y conexiones telefónicas.
Los zippies saltaron a la fama desde la tapa que les dedicara la revista Wired, y es una pena,
sin duda, que no hayan pasado de ser una crónica de último momento, producto, además de
la escasez de primicias relevantes, del talento narrativo de los redactores y de su capacidad
inventiva para las imágenes del futuro. La nota retomaba en San Francisco algunos rumores
provenientes de Inglaterra sobre tendencias juveniles y conflictos entre ravers y policías.
Tamizados por algún vocero de la ensoñación tecnológica de California, los ingredientes
estaban listos para preparar un horizonte de utopía y hedonismo electrónico. Según la
crónica eran los "... protagonistas principales de la cultura del fin del milenio, un movimiento
sin ataduras compuesto por personas que quieren cambiar el mundo, mientras viven lo mejor
de su vida." Así, la tribu alcanzó sus quince minutos de fama y, acto seguido, se evaporó en
el éter de las noticias sin dejar rastros, olvidada, podría decirse, por quienes nunca la habían
conocido. De ahí que sean interesantes las pocas menciones que perduran en el archivo de
Internet. En viejas páginas de activistas, o en compendios de grupos y filosofías del
underground estadounidense, los zippies ocupan unas pocas líneas con datos
contradictorios. En Wikipedia, se los vincula a adolescentes de China y Japón, habitués de