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Sociedad y Cultura

Sociedad

¿Se ha planteado con anterioridad a qué nos referimos cuando hablamos de sociedad? Usamos
este término a diario, ya sea como sustantivo o adjetivando otros elementos. Por ejemplo decimos
que tal o cual “es un problema social”, que “la sociedad” debería movilizarse para conseguir
cambios, o que alguien “vive en una sociedad más avanzada”. Y hasta hablamos también de
“sociedades anónimas”, “sociedades de responsabilidad limitada” o “sociedades de hecho” dentro
de una jerga más empresarial.

Pero en general, no nos detenemos a pensar a qué nos referimos cuando hablamos de
“sociedad”. Observe detenidamente la imagen que le propongo:

Fuente: http://no-digas.blogspot.com

Reflexione: ¿Qué tiene en común esta gente? ¿Ya se ha dado cuenta a la región a la cual
pertenecen? ¿Cómo se ha dado cuenta? ¿Qué están haciendo?

Si ha podido reflexionar y contestar estas preguntas, podrá usted mismo construir una definición
para el concepto de sociedad: es un conjunto de personas que interactúan en un espacio
determinado y que comparten una misma cultura.

En el caso de la imagen, el grupo de personas pertenece a la región de Cuzco, Perú. Tienen en


común su cultura. Es lo que usted puede observar en la imagen. Son religiosos, llevan una virgen
en andas en una procesión, comparten formas de vestir, valores, costumbres.

Ahora bien, la definición construida puede aproximarnos a una idea básica de lo que es la
sociedad, pero será necesario plantearnos algunas cuestiones a fin de comprender que existen
múltiples concepciones de dicho concepto.

Materia: Sociología General -1-


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Partamos entonces por preguntarnos: ¿La sociedad es naturalmente ordenada o conflictiva?
¿Qué genera los cambios en una sociedad? ¿Qué lugar ocupa la cultura en una sociedad?
Podremos observar, retomando lo visto en el módulo anterior, que de acuerdo al paradigma
adoptado estas preguntas se responden de distinta manera.

Para dar respuesta a estos interrogantes tendremos que abordar el concepto teóricamente, para
lo cual haremos uso de tres enfoques teóricos ya mencionados en el módulo 1: el marxismo, el
funcionalismo y la teoría de la acción.

El marxismo analiza la sociedad desde el punto de vista de la desigualdad, los desequilibrios y el


cambio social. [A medida que se mencionan las palabras destacadas aparecen escritas a modo de
cuadro] Destaca la fragmentación y los conflictos sociales que son consecuencia de la
desigualdad social y promotores de cambios y transformaciones sociales.

El conflicto social, juega un papel fundamental en el desenvolvimiento de las sociedades. Este


conflicto en las sociedades antiguas se daba entre amos y esclavos (constituyendo un sistema
esclavista), en las sociedades agrarias entre siervos y señores (constituyendo un sistema feudal) y
en las sociedades modernas entre capitalistas y proletarios (dando lugar a un sistema capitalista).

MARXISMO

DESIGUALDAD
DESEQUILIBRIOS

CAMBIO SOCIAL

CONFLICTOS SOCIALES

Entre amos y esclavos Sistema esclavista

Entre siervos y señores Sistema Feudal

Entre capitalistas y proletarios Sistema Capitalista

Como hemos dicho, Marx distingue en la sociedad moderna industrial dos clases cuya diferencia
de base es la posesión o no posesión de los bienes o medios de producción. Quien posee los
medios de producción (maquinarias, tierras, etc.) domina a quienes no los poseen. El conflicto
entre ambas clases es inevitable y llevaría según Marx a la disolución del mismo capitalismo, por
adquirir este conflicto una intensidad cada vez mayor. Ahora bien, la clase proletaria no estaba
para Marx plenamente conciente de su opresión. Por esa razón no se había revelado aún. Poseía
una falsa conciencia.

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Cuando el proletariado hubiera adquirido una verdadera conciencia de clase, comprendiendo y
observando su posición de dominada, el orden establecido se quebraría, dando paso a un nuevo
modo de producción. Por lo dicho se puede deducir que para Marx el motor de cambio en la
historia es el mismo conflicto.

Y ¿Cómo explicaba Marx esta falsa conciencia de la clase dominada (proletarios) por la clase
dominante (capitalistas)? El autor utiliza el concepto de alienación entendiendo por esta a una
experiencia en la cual el individuo, lejos de gobernar su vida y destino, se siente preso de fuerzas
ajenas. El proletariado trabaja considerándose a sí mismo una mercancía más que los capitalistas
compran, en lugar de ser concientes de su verdadero papel en la obtención del producto final.

Pasemos ahora al análisis de la sociedad a partir de otro


paradigma: el funcionalismo. El funcionalismo ve a la sociedad de
manera muy distinta al marxismo, ya que la comprende como un
todo ordenado y estable. Según esta perspectiva habría pautas,
normas sociales relativamente estables y predecibles que
contribuirían al funcionamiento armonioso y al equilibrio social. Los
individuos, al conocer y respetar estas pautas, podrían actuar de
acuerdo a ellas, evitando esa sensación de desconcierto
ocasionada por la falta de normas, a la que Durkheim denominaba
anomia. También dichas normas fortalecerían la cohesión social,
esto es la unidad entre los individuos.

Por otra parte, para Durkheim la sociedad tiene una existencia objetiva, por encima de las
personas. Los modos colectivos de obrar y pensar, tienen una existencia propia y un poder
coercitivo que hace que las voluntades individuales no puedan oponer resistencia. La idea de
Durkheim es que los hechos sociales existen más allá de los individuos, los trascienden. Para
ejemplificar, instituciones tales como el matrimonio o la familia, ya existían antes de que hayamos
nacido. Y al nacer y transcurrir nuestra vida, dichas instituciones se nos imponen, ejercen
influencia en nuestra forma de actuar.

FUNCIONALISMO

TODO ORDENADO Y ESTABLE

FUNCIONAMIENTO ARMONIOSO: equilibrio – cohesión social

SOCIEDAD

Existencia Objetiva

Poder coercitivo

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Asumiendo esta postura, Durkheim comparaba a la sociedad moderna con la sociedad tradicional.
Para Durkheim el problema en esta sociedad moderna industrial radicaba en que ante el aumento
desmedido de la población, la integración de la que recién hablamos había perdido fuerza y la
sensación de anomia era enorme. La conciencia colectiva, es decir, el sentimiento de
pertenencia, el grado en que los miembros aceptan las normas y valores se tornaba cada vez más
frágil. Ante esta situación Durkheim observaba que los vínculos de cohesión se encontrarían en
otro espacio: en la división y especialización del trabajo. Por ello Durkheim encontraba en la
especialización una nueva forma de cohesión, ya que según su criterio, esta hacía depender a las
personas de otras personas, aunque no se conocieran o aunque vivieran a miles de kilómetros de
distancia. Si un individuo se especializa en confeccionar zapatos, necesitará otro individuo que le
provea de alimentos. Y esa dependencia fortalecería según Durkheim la integración entre los
individuos.

Al incremento de la densidad poblacional acompañado por un incremento en la interacción de los


individuos Durkheim le denominó Densidad Dinámica. El aumento de la densidad propicia la
división del trabajo y hace que los individuos se necesitan unos a otros. Esta es la manera que
encuentra Durkheim para favorecer la cohesión de las sociedades modernas.

Por último, veamos cómo comprende a la sociedad el paradigma de la acción. Según este
paradigma, la sociedad es construida por los individuos a través de su acción. Esto quiere decir
que para Weber, la sociedad no se impone como algo estático ante los individuos, sino que los
individuos van construyendo a la sociedad a través de su interacción en la vida cotidiana. Si notan
la diferencia, verán que Weber se enfoca entonces en el individuo, en lo que hace y en las
motivaciones que tiene el mismo para hacer lo que hace. Por eso cuando hablamos de la
teoría de la acción de Weber, decimos que tiene un enfoque microsociológico.

Si entendemos entonces que la sociedad se construye a través de la interacción de los individuos,


y que lo que el individuo hace tiene sentido para él, concluiremos en que sus ideas (creencias y
valores principalmente) influyen en su acción. En conclusión las ideas podrían transformar las
sociedades. Este es el aporte que distingue este paradigma de la acción del funcionalismo y del
conflictivismo. Visto así, a la teoría de la acción le interesará comprender el sentido y las
motivaciones que guían a los individuos a actuar de cierta forma y no de otra.

TEORÍA DE LA ACCIÓN

SOCIEDAD CONSTRUIDA
LAS IDEAS PUEDEN TRANSFORMARLA
SENTIDO
Orientación de la Acción
MOTIVACIONES

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Concibiendo a la sociedad de esta manera, Weber intenta explicar el surgimiento del capitalismo;
considera que una de las causas más importante para que el capitalismo pudiera surgir había sido
la ética protestante (es decir la propulsada por Calvino) que abogaba por el trabajo constante, el
ahorro, la especulación. Weber encontró en estas ideas (la creencia protestante, y la búsqueda de
la salvación) el sentido para una nueva forma de actuar (ahorrando, trabajando arduamente) que
conformó una de las causas para la instauración del capitalismo. Es decir, las acciones de ahorro,
especulación y trabajo de los individuos, motivadas por el deseo de salvación, generaron como
una consecuencia imprevista una nueva realidad en las sociedades modernas: el capitalismo.

Y ¿qué marcaba para Weber la diferencia entre las sociedades tradicionales y las modernas?
Justamente eso: la concepción sobre el mundo que tenían. Mientras las sociedades tradicionales
se aferran a la tradición (sentimientos y creencias transmitidas de generación en generación) las
sociedades modernas piensan en términos de racionalidad (calculando costos y beneficios),
decidiendo así sus cursos de acción con el fin de alcanzar determinados objetivos).

Esta racionalidad impregna los diferentes ámbitos: lo laboral, lo sentimental y también la forma de
organización social: la burocracia. Pero una burocracia no entendida de manera peyorativa, como
solemos entenderla en la actualidad, sino como modo de organización maximizadora de la
eficiencia la cual según Weber, podría incluso ahogar la dimensión creativa de los hombres.

Cultura

Cuando hablamos de un país, hacemos referencia a una sociedad caracterizada por una cultura
en particular. Para arribar al concepto de cultura seguiremos con el ejemplo brindado por la
imagen. La cultura es un conjunto de valores (la religiosidad, en el ejemplo), creencias (en la
virgen María), actitudes (la procesión) y objetos materiales (la vestimenta) que constituyen el
modo de vida de una sociedad. También tenemos otros componentes de la cultura que no
podemos ver en la imagen pero que son de suma importancia: el lenguaje y los símbolos. Esta
sociedad habla el idioma español y se comunica también a través de entidades a las cuales le
atribuyen determinados significados.

Pero ¿Cree usted que todo Perú es culturalmente homogéneo? ¿O habrá algún grupo que no se
vea identificado con estos rasgos culturales que hemos observado? ¿Será que las sociedades no
poseen una única cultura? Resulta que en una sociedad pueden convivir múltiples grupos con
características culturales diversas. Pensemos seriamente en el país donde habitamos.
Descubriremos que podemos distinguir segmentos de la población culturalmente distintos, ya sea
por su procedencia (inmigrantes, nativos) por sus creencias (religiosos, ateos) por su ocupación
(empresarios, obreros, etc.) A esto es a lo que llamamos diversidad cultural. En algunos casos,
esa diversidad no representa conflicto para la cohesión de la sociedad. Ahora bien, si pensamos
por ejemplo en Irlanda, en donde la religión marca dos segmentos culturales profundamente
enemistados, esta diversidad cultural adquiere mayor sentido para ser analizada.

Para profundizar el concepto de diversidad cultural, usted cuenta en este mismo módulo con una
lectura de Iván Bernier, denominada "Diversidad y Cultural e Industrias Culturales en la
globalización", Buenos Aires, 20051

Al mismo tiempo, cuando hablamos de diversas culturas hablamos también de cierta jerarquía. En
otras palabras, ciertos rasgos culturales son predominantes en la sociedad. Y por su parte, otros
1
Fuente: http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/institucionales/debate.php

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grupos culturales pueden conformarse como oposición a esa cultura dominante. A dichos grupos
le llamamos contraculturales. Por ejemplo, la contracultura punk en Estados Unidos adquirió su
propia forma como respuesta crítica a la cultura predominante en la sociedad estadounidense de
los años 70.

Si analizamos por ejemplo, la realidad latinoamericana de hoy, no podemos dejar de prestar


atención a la población aborigen, no sólo importante en número sino también en presencia
cultural. Países con una población aborigen importante, tales como Bolivia, Perú o México,
ofrecen un paisaje cultural en el que se distinguen rasgos culturales precolombinos y occidentales,
en un intento de convivencia pacífica que no siempre se logra (tal es el caso de Bolivia).
Recordemos que una cultura implica no sólo elementos materiales, como la vestimenta, la comida
o la música sino también inmateriales, tales como los valores y lo que es más importante aún, los
intereses grupales. No es de extrañarse entonces que la diversidad cultural no de lugar en más de
una ocasión a conflictos sociales.

También, y con un prisma algo menos ortodoxo, podríamos hablar de subculturas al hacer
referencia a las denominadas “Tribus Urbanas”, de las cuales se ha hablado en los últimos
tiempos.

Estos grupos, que identifican en mayor medida a los adolescentes, no son invención actual. Sin ir
más lejos hemos mencionado en este texto a la subcultura punk, que data de la década del ’70,
como ejemplo de grupo contracultural. En la actualidad se han sumado numerosas tribus que
marcan su diferencia con el resto a partir de su estética, de la música que escuchan y de los
códigos que manejan. Sin embargo, la pregunta que cabe aquí, en el marco de esta materia, es si
dichas “tribus urbanas” pueden considerarse subculturas. Dado que la cultura constituye el modo
de vida de una sociedad, sería necesario cuestionarse hasta qué punto los rasgos de cada tribu
embeben y condicionan el modo de vida de los adolescentes que pertenecen a ella.

En relación a este tema, el antropólogo Carlos Gradín, ha escrito la nota que le presentamos a
continuación.

PARA PROFUNDIZAR: TEXTOS SELECCIONADOS

Excursionistas
Tipologías y tendencias de las tribus urbanas: de los emos a los zippies, una genealogía
invertida del fenómeno y su construcción mediática. Tres ciudades, una etnografía.

Por Carlos Gradin

Buenos Aires

Desde hace años la prensa cultural ha adoptado el concepto de "tribu" para describir ciertos
matices del variado paisaje humano de las ciudades. Pero sería labor de un filólogo, de un
historiador de la cultura, aclarar el origen de esta categoría. Las "tribus urbanas" sugieren
una serie de rasgos y atributos que resultan irresistibles para un cronista, a la hora de
redondear una nota sobre tendencias en el segmento juvenil de la cultura. Gustos, vestuarios
y zonas de influencia marcan una inscripción, recortan a ciertos jóvenes contra el fondo del
paisaje conocido. La idea misma de "tribu", a merced de analistas y expertos, tiende a
adquirir un aire de revelación. Es, en parte, redescubierta con cada nota; como categoría,

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vuelve a explorar el terreno y a ofrecer el interrogante de un fenómeno inasible, esquivo. El
piso común de accesorios para la ropa con consignas, más o menos programáticas sobre
algún aspecto de la vida, presente en la mayoría de las llamadas "tribus", suele confundir o
despertar el instinto inquisidor del periodismo. Una vaga señal de alerta frente a la
emergencia de lo nuevo, recostada sobre una línea de análisis y relatos que se remonta en el
tiempo hasta un pasado nebuloso, de prensa alternativa y escenas contraculturales, en cuyo
seno habrían surgido las primeras referencias. Evocadas hoy, las "tribus urbanas" se sumen
en un tejido de datos y detalles, que ni las más exhaustivas entradas de Wikipedia lograrían
agotar. Sin fuentes precisas, las historias sobre "tribus" se confunden con "leyendas
urbanas", esa suerte de foros de debate colectivo como interfaces wiki en diferido, en los que
varias personas colaboran para redactar una versión consensuada de la historia, o de cierta
variante de ella.

De ese tipo de magma de símbolos y códigos compartidos, surgieron a fines de los '70 los
punks munidos de cortes de pelo y atuendos de trinchera, acompañados por una fama de
agitación anarco-drogada, cultivada en bares y recitales de la Inglaterra del ajuste tatcherista.
Los nacidos por esa época en Buenos Aires, tal vez hayan alcanzado a presenciar, entrados
los años '80, la irrupción de una banda de punks en trajes oscuros, con tachas, aros
puntiagudos y alguna cresta semi-flúo, en plena tarde de fin de semana en Parques como el
Centenario; despertaban un temor reverencial y distante a su paso entre los puestos de la
feria de artesanos, objeto de especulaciones sobre su peligrosidad. En mi escuela primaria,
por esa época, circulaba una versión sobre la autoría de los graffitis de los "5 cretinos" que,
entonces, ocupaban varias paredes cercanas de Palermo. Eran -en teoría- unos drogadictos,
que alguien aseguraba haber visto de lejos. Eran tiempos en que aún se hablaba de
"patotas" callejeras, que más tarde serían desalojadas del pabellón de amenazas para la
seguridad.

Bajo el rótulo de "tribu", se ha incluido también a grupos como los fans de los Rolling Stones,
cuyo auge en los '90 extendiera el uso de zapatillas de lona, jardineros, flequillos
pronunciados, pañuelos al cuello y accesorios y tatuajes del ícono de la banda creado por
Andy Warhol. Sumados a la frecuentación de ámbitos y fiestas ligadas al rock y el consumo
de alcohol, los elementos de un perfil como éste, aunque incompleto, arrojan algunas
preguntas sobre la idea de "tribu", su función y razón de ser. En éstos términos, los rasgos y
señas dan forma a un grupo que es fácil intuir difuso. Un núcleo reunido por intereses tan
sólidos, o erráticos, como las idas y vueltas de la sociabilidad. Entonces, la eventual y
extendida confusión resulta de la observación del fenómeno con mirada de antropología
amateur. Lo que surge bajo esa luz es menos una escena de intercambios de tiempos y
experiencias afines entre pares, que un desprendimiento de la misma sociedad, una suerte
de micro-cultura desconocida, una "nueva" identidad. La escena es propia de la comedia de
enredos. El cronista televisivo acerca el micrófono para preguntar por intereses, ideas y
pertenencia a quienes exhibieron, hasta entonces, los rasgos parciales de un color de ropa o
una aplicación web favoritas, y de quienes se espera, sin embargo, una explicación.

En el panorama internacional las tribus se reversionan y multiplican en rótulos locales,


materia de debate y pormenores en foros de Internet y comunidades de usuarios, en las que
se diseccionan los atributos de unas y otras, se subrayan los rasgos que hacen de esa
pertenencia una opción existencial, o se prolongan las confrontaciones entre bandos
antagonistas. Ese es el folklore preferido del diario Clarín, el de la tolerancia que pone a las
diferentes tribus bajo la lupa de las buenas costumbres, y que postula, mas allá de las
diferencias, una convivencia en relativa armonía. En ese punto la escena cobra un sentido
pedagógico. Interrogar al buen salvaje ha sido desde hace siglos un pasatiempo predilecto
de la intelligentzia, más allá de las respuestas que finalmente reafirmaban a cada uno en su
papel. Con el micrófono sobre la cara, la televisión interroga a un adolescente sobre su
ideología y la escena es parte de un programa de actualidad, en donde el chico o la chica
son voceros del fenómeno, que reaviva la comedia del desencuentro y la sorpresa ante lo
desconocido. "¿Qué piensan?" "¿Cómo hablan?" son preguntas de manual si se trata de los

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jóvenes, seres inefables. Para su respuesta, surgen dos variantes, la del representante que
aclara a la sociedad los rasgos de su grupo, o la del psicólogo o el experto en culturas
juveniles; aunque todos, puestos a responder, lo hacen con un presupuesto, el de una
identidad, un relato que justificaría esa diferencia esgrimida desde un sector minoritario.

La pregunta por las "tribus" lleva así implícita una demanda, de aclaraciones y razones para
ciertos comportamientos. Se espera un argumento que de validez al uso de estampados
vintage o delineador negro, al intercambio vía fotologs o la congregación en plazas; incluso al
consumo de sustancias varias. "¿Qué es lo que quieren?" Tras este interrogante flota como
una nube una idea de la cultura o, mejor dicho, del tiempo libre como un medio para otros
fines. Como si el viejo carnaval, para ser autorizado, tuviese que hacer explícito su auténtico
aporte a la economía simbólica de la sociedad. (Algo, quizás, no tan alejado de la cultura
popular contemporánea saturada de interpretaciones, que la vuelven una herramienta más
de la democracia, la salud o el entretenimiento). En todo caso, la interpelación a las "tribus"
como fenómeno o "accidente" de las identidades urbanas, merecería la respuesta atribuida a
Foucault sobre su vida: "No me pregunten quién soy y no me pidan que siga siendo el
mismo". Entablado un diálogo como ése, alguien ocupa el lugar de representante, y responde
por una idea, una identidad, cuyos matices y silencios cobran la forma de la contradicción, y
cuyo resultado es el melodrama de las pequeñas traiciones y los enredos de la vida social.
Qué tan auténticas son las tribus, y cuáles son sus verdaderas intenciones, con éstos ejes se
perfila una investigación que concluye como en los viejos tiempos, cuando un hábil baqueano
logra acercarse y hacer contacto con los salvajes en su hábitat natural, las escalinatas de un
shopping o la pista de baile instalada en un sótano de un barrio en vías de desarrollo.

Así es como las tribus, y otros grupos asociados con minorías, dan vida a debates públicos
sobre tolerancia y modos de convivencia en las (complejas) sociedades contemporáneas,
que en sus versiones más insípidas se parecen a informes de inteligencia redactados por
sociólogos, psicólogos y caza tendencias, pero pueden convertirse en un apoteosis del
multiculturalismo y las diferencias virtuosas dignas de la legendaria taberna intergaláctica por
la que se pasean los protagonistas de Star Wars. Ese denso ecosistema, por lo demás, es
también al que pueden remitirse los foros de Internet de usuarios que hacen el inventario
sub-cultural de su país, en jergas locales o inéditas; blackers, chunteros y pijos de España;
pumpers de Bolivia, fans de la máquina de baile Pump in up; eskatos y cholos de México,
seguidores del ska los primeros y proto-pandilleros ligados a las maras, los segundos; otakus
y pelolais de Chile, cultores del pop y el animé japonés, y chicas aficionadas a los accesorios
y las revistas de moda. Pokemones -cumbieros bizarramente bautizados-, y visuales, góticos,
b-boys, entre otros, además de los históricos punks y hippies, y sumados a una serie que,
dependiendo del criterio etnográfico y el impulso mistificador, puede incluir desde sutiles
divisiones de la movida gótica hasta los colectivos rugbiers y pisteros, junto a referencias casi
fugaces a emergentes como los mapunkis del sur de Chile que combinan el punk con las
tradiciones mapuches.

Frente a este juego de nombres, inscripciones y agrupamientos no sorprende que las


afirmaciones más cerradas de una identidad provengan menos de las "tribus", por definición
sin órganos de doctrina, que de sus analistas, exegetas o detractores. Quién, sino un cronista
de La Nación, puede convertir el uso de sombras cosméticas, ropas oscuras y cierto corte de
flequillo en un síntoma destacable, y hasta ominoso, para pasar a redondear un retrato hecho
de comentarios oídos de segunda mano, convirtiendo en noticia el sentido común de la calle,
aún el más rancio. Norberto Firpo puede decir que los emos "prefieren la autoflagelación a
cualquier otra actividad física", y respaldarse en una nota anterior del mismo diario sobre la
"tribu de los adolescentes tristes", que apelaba a reflejos dignos de una expedición positivista
a los confines de la pampa, para retratar las costumbres de algún puñado de chicas y chicos
entrevisto en Plaza Pizzurno. Los emos, decía aquél informe, "Usan piercings, tatuajes y, a
diferencia de los 'góticos', suelen romper con la monotonoía de la ropa oscura". "...suelen
irradiar, mientras bailan, un grito estremecedor, conocido como 'scream'...", y "...entre otras
prácticas oscuras, se cortan la piel como sinónimo de descontento con el mundo que los

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rodea." Lombroso hubiera adscripto a una tipología semejante, por la progresiva insinuación
de un comportamiento nocivo, como un llamado a reforzar los anticuerpos de la sociedad. Un
matiz policial del que estaban exentas las crónicas de quien fuera un precursor del género, y
quizás el conocedor mas detallista de las tribus urbanas de Buenos Aires. Jorge Luis Borges,
en el "Evaristo Carriego" publicado en 1930, ofrece, además de un malicioso homenaje al
poeta de Palermo, una evocación de las tribus del barrio de su infancia. Borges, en sintéticas
páginas, recrea el mundo de los cuchilleros y las historias que oyó contar a los amigos de su
padre, mientras se dedica a recabar datos y precisiones con pasión filatélica sobre las
diferencias entre grupos que se asimilan en los relatos populares. "Lo que a Londres el
cockney, es a nuestras ciudades el compadrito" anota, para especificar el vago orilleros, y a
su vez distinguirlo del mote de guarangos, delimitar el radio de su hábitat a uno de los lados
del arroyo Maldonado, y esbozar una indumentaria caracterizada por "el saco cruzado, el
pantalón francés con trencillas, acordeonado en la punta, el botín negro con botonadura o
elástico", etc.

Para un contrapunto a este afán de color local y aventura etnográfica, quizás habría que
remitirse a los albores de las industrias del turismo y la fotografía en el siglo XIX. Era
habitual, entonces, el retrato de aborígenes en su escenario natural, o su recreación en
decorados artificiales, destinado a ilustrar tarjetas postales. Que no hubiera indios
disponibles, o dispuestos a posar frente al fotógrafo, o cuya presencia acriollada no alcanzara
a transmitir la idea de "salvaje", era saldada muchas veces mediante prendas y accesorios
que recomponían su aspecto. Tocados de plumas, o ponchos, casi tan espontáneos como
los que el fotógrafo inglés Steven Pyke ofrece desde su colección de supuestas instantáneas
callejeras de la sub-cultura cyberpunk londinense de principios de los '90; sus modelos, tan
embarcados en un fervor tecno-cultural post-humanista como los extras disfrazados a cambio
de aguardiente en la Patagonia de 1900 respecto de la cultura aborigen local. Estampitas de
una mítica periferia de la civilización, de un presente lejano y exótico habitado por sociedades
desconocidas.

Londres - San Francisco – Bombay

Los zippies fueron una de esas civilizaciones perdidas y descubiertas en los márgenes de las
ciudades a principios de los '90. Aún flotaban en el aire los pronósticos del cyberpunk
populares en la década anterior. El mercado de la informática y las telecomunicaciones
empezaba a volverse masivo, cuando algún viajero desprevenido dio la alerta (el caso
recuerda a los avistajes de Pie Grandes en las montañas de Estados Unidos). Entre las rocas
y salientes de ciertos pubs londinenses, se constató la presencia de una nueva forma de vida
asociada a la música y la tecnología. En ella confluían herederos de la escena raver y
sobrevivientes del hippismo de los sesenta, junto a hackers, artistas y squatters que
terminaban de perfilar el costado contracultural del movimiento. Era un nuevo verano del
amor y el despertar de las consciencias, entre sintetizadores, PCs y conexiones telefónicas.
Los zippies saltaron a la fama desde la tapa que les dedicara la revista Wired, y es una pena,
sin duda, que no hayan pasado de ser una crónica de último momento, producto, además de
la escasez de primicias relevantes, del talento narrativo de los redactores y de su capacidad
inventiva para las imágenes del futuro. La nota retomaba en San Francisco algunos rumores
provenientes de Inglaterra sobre tendencias juveniles y conflictos entre ravers y policías.
Tamizados por algún vocero de la ensoñación tecnológica de California, los ingredientes
estaban listos para preparar un horizonte de utopía y hedonismo electrónico. Según la
crónica eran los "... protagonistas principales de la cultura del fin del milenio, un movimiento
sin ataduras compuesto por personas que quieren cambiar el mundo, mientras viven lo mejor
de su vida." Así, la tribu alcanzó sus quince minutos de fama y, acto seguido, se evaporó en
el éter de las noticias sin dejar rastros, olvidada, podría decirse, por quienes nunca la habían
conocido. De ahí que sean interesantes las pocas menciones que perduran en el archivo de
Internet. En viejas páginas de activistas, o en compendios de grupos y filosofías del
underground estadounidense, los zippies ocupan unas pocas líneas con datos
contradictorios. En Wikipedia, se los vincula a adolescentes de China y Japón, habitués de

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boliches electrónicos, que consumen bebidas energizantes o jugos de fruta. En su página, el
activista Fraser Clark, a quien se adjudica la creación del término, define el movimiento como
una politización de la cultura raver. Un largo silencio desde entonces, hasta la misteriosa
reaparición en 2004, en la revista Outlook de la India. "Aquí están los “zippies" proclama la
portada del número de enero dedicado a las nuevas generaciones de chicos informatizados;
en este caso, son la promesa del futuro económico del país, en pleno auge de los servicios
de outsourcing. Los últimos ecos llegan al diario ABC, de España, en 2005: "el «zippie» vuela
por Internet y toma clases de yoga. Al final va a resultar una nueva generación de la
abundancia, psicodélica y tecno-optimista." El círculo se cierra, y la tribu urbana regresa a
California, convertida en un ejército de mano de obra digital y barata, que subraya como
antes los nuevos matices de una cultura atravesada por la tecnología. Pero esta vez sin el
glamour ni la épica de la contracultura: los zippies, imaginados a principios de los '90 por un
febril cuerpo de redactores, son ahora una camada de adolescentes que en la India enseña a
sus padres a usar los buscadores de Internet, y que, por lo tanto, permite vislumbrar un futuro
de desarrollo humano inédito en la historia, lo cual justifica que una revista interrogue a ese
supuesto colectivo emergente, caracterice de una u otra forma su "visión del mundo" y lo
bautice con un nombre, "zippies", pescado al azar en las aguas revueltas de la red.

En esa fuente inagotable de textos e imágenes, la anécdota se diluye y, de hecho, pasa


desapercibida. Con dramatismo podría pensarse en el cargamento de un naufragio, y su
llegada a playas imprevistas, el saqueo de los restos, su diseminación en otros territorios.
Nada tan distinto ocurre, en realidad, con ideas y palabras más allá de su entorno digital, y la
imagen le cuadra al concepto de tribu. Una poética de las relaciones personales, "la tribu de
mi calle" de la que hablaba el Indio Solari, que matizada de otro modo se convierte en la
definición de una identidad y reivindica gustos y estilos como si fueran diferencias esenciales,
o construyeran una suerte de nación alternativa. Se extraña, en ese caso, la épica negativista
que Greil Marcus recopiló en su historia del punk en el siglo XX, más interesado en destruir la
sociedad que en producir una nueva, y sobre todo se presiente una suerte de reflejo
chauvinista. Algo de esa confianza que le permite a La Nación reconocer un sub-mundo
juvenil, y redactar una guía con claves para identificarlo y transitar su territorio, aunque su
informe reproduzca las chicanas más superficiales que las tribus enemigas le dedican (en La
Nación no se publican perfiles de la tribu de los rugbiers). En "Paranoid Park" de Gus Van
Sant, se retrata el defasaje. En una escuela secundaria se lee una lista de nombres por los
altoparlantes. Un policía espera a los chicos que llegan con skates en la mano para pedirles
su ayuda. Tras un asesinato, en las cercanías de una pista, quiere interiorizarse más sobre
su "comunidad". Aunque nada parecido a una comunidad de skaters haya en chicos que
andan en skate, como no tardan en aclararle: entre ellos apenas se conocen*.

*Fuente: Revista Planta Nº 5 Octubre de 2008, disponible en: ttp://www.plantarevista.com.ar/excurs.html

Lic. Laura Bustamante

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