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Mundo fugaz

Por Manuel A. Hernández Giuliani


A pesar de lo iluminada por el sol, la habitación
tenía una atmósfera pesada, en general de colores
pasteles que deja ver la melancolía con que estaba
decorada, la ventana con una cortina estilo rococó
abierta de par en par de color blanco translúcido,
dejaba ver las ruinas de una catedral abandonada
hacía muchos años. A pesar de no tener alguna
nube que manchara al cielo, la habitación seguía
deprimente.

Paredes blancas soportaban un techo color ocre


claro, por no decir beige, tan solo conectadas por
una cenefa que hacia juego con las cortinas. Con
mucho espacio en las paredes y solo tres pinturas
bajo la misma firma: Julie Hazelwood. Una de ellas
con un sujeto pintado con un gran parecido a
Tommy.

Estacionados al lado de cada esquina de la


iluminada ventana, de un blanco curtido por el uso y
abuso, hay dos sillones de un solo puesto cada uno.
Entre los dos sillones se encontraba un parlante, de
esos que se usaban en los años setenta, el típico
cajón de madera, y al frente una tela negra, de esas
que al contacto dan escozor.

En uno de los apoyabrazos, del sillón más cercano,


un pequeño tren de juguete esperaba inmóvil; y
sobre el otro apoyabrazos reposaba una dormilona,
femenina, totalmente rasgada y manchada quizás
por la lujuria olvidada por el tiempo.

En el suelo varios long plays: Pink Floyd The Wall,


otro de Peter Hammill y por último Punch junto a su
Judy. Al lado de ellos un rompecabezas, sólo le
faltaba una pieza, la pieza más importante, la que
posee el corazón del bufón, el mismo que yace en la
cama.

A un paso de los sillones les acompañaba un viejo


TV de botones por cada canal. Debajo él VHS que
aún daba la hora correctamente. Encima de la TV la
caja de un pequeño bufón, aún sonreía de su última
broma, sobre él mucho polvo y su franela manchada
de sangre. Un solo stilleto negro, o quizás azul
marino, aguijoneaba la punta de la sabana de la
pequeña cama de la habitación.

Al lado de la cama, debajo del cuadro parecido a


Tommy se acurrucaba otro sofá, éste en cambio
era de dos puestos, encima del sofá una sabana
rosada que esconde mucha suciedad, debajo de la
sábana se deja entrever una calavera, al trasluz se
nota su sonrisa cínica. Sobre el sofá estaba un
camaleón tratando de robarle, con su lengua, un
anillo de matrimonio a una urraca que se dispone a
huir, pero que no da el paso final. Parecen dos
amigos jugando a policías y ladrones.

Lo más singular de la habitación seguía yaciendo


sobre la cama, inmaculada y para una sola persona,
de sábanas de algodón azul. La revista Billboard
tirada en una esquina, como si fuera una revista de
crímenes pasionales. Al lado de la cama un viejo
retrato al óleo de Joseph Grimaldi, seguía triste,
pero con su sonrisa forzada a través del maquillaje.
Sobre el cuadro caía un brazo inmóvil, que sostenía
un copa llena de vino que jamás fue sorbido; su
contenido estaba dividido en dos: la mitad en la
copa, la otra mitad en el suelo.

Al otro lado de la cama, la mano derecha apretaba,


para no dejar escapar, una flor de amapola, tan
hermosa y peligrosa. Detrás del brazo se aprecia
otra pieza de colección, un Walkman, su pequeño
cordón nos guía al rostro inerte del bufón con mirada
perdida, no logro distinguir si el momento es mortal
o tan solo otro viaje con un retorno doloroso. El
cuerpo desnudo luce pálido, sólo estaba cubierto
por una pequeña manta de seda sobre sus partes y
lo que le quedaba de su traje multicolor en una de
sus piernas.

La habitación posee un olor de vino rancio, humo y


suciedad. Sobre la estática de la TV que se acaba
de encender se forma una garra que desea salir del
mago de la cara de vidrio. Sobre un espejo al lado
de la cama, el reflejo de aquel bufón se mimetiza en
un camaleón.

Detrás está la puerta de madera de chapilla marrón


oscura aun abierta, salgo corriendo por ella hasta
no recordar lo que había pasado. Con el tiempo los
recuerdos de aquel mundo fugaz regresan,
deambulo por las calles buscando la catedral
abandonada siguiendo el deseo de despedirme del
bufón.

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