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LAS NUEVAS IDEAS.

Las nuevas ideas: concepto, caracteres, desarrollo.


La Modernidad y el desarrollo científico.
Copernico. vida, evolución de su pensamiento, obra
Galileo, vida, evolución de pensamiento, obra.
Kepler, vida, evolución de su pensamiento, obra.
Newton, vida, evolución de su pensamiento, obra,
LA UNVIERSIDAD MODERNA.
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Es común recurrir a la palabra "revolución" para hacer referencia a la obra científica
de Copérnico. Pero, en realidad, la revolución copernicana no es tanto obra de Copérn
ico como de aquellos seguidores que aceptaron el reto del copernicanismo: Kepler
, Bruno y Galileo. El espectacular éxito de la astronomía en el siglo XVI fue más deci
sivo que cualquier otro acontecimiento en la tarea de restaurar la confianza en
el poder de la razón humana. La nueva astronomía modificó además la opinión que el hombre
tenía sobre su lugar en la Creación y cambió también las nociones referentes al modo más a
decuado de convivir con el ambiente circundante. En general, el progreso de la a
stronomía fue rector para las demás ciencias, a las que dio ánimos y corazón.
En tiempos de Copérnico, la astronomía tradicional (la de Ptolomeo) había llegado a se
r un escándalo por su incapacidad para conjugar los hechos conocidos con el marco
de la teoría. Repetidos fracasos terminaron por suscitar cada vez con más fuerza la
idea de que tal vez la incapacidad no fuese imputable a los astrónomos, sino a la
teoría, a los principios mismos de la construcción astronómica. ¿Cuáles eran esos principi
os, esas construcciones y sus dificultades?
Las bases de la solución ptolemaica se remontan a la doctrina de Platón, quien ya ha
bía tratado de hacer comprensible el comportamiento de los cuerpos celestes. Apar
entemente, la naturaleza se mostraba a los sentidos como un conjunto variable, m
udable, desordenado y caótico. La tarea fundamental de los primeros filósofos fue do
tar a la naturaleza de un orden necesario que la hiciese accesible al conocimien
to intelectual a pesar del aparente desorden de que eran testigos los sentidos.
La idea de cosmos, frente a caos, es precisamente la que recoge el ideal de aque
llos filósofos.
Los pitagóricos habían conjeturado que el orden cosmológico era un orden matemático de c
arácter aritmético. La esencia de las cosas eran los números. No se trataba de que la
aritmética fuese un cálculo útil a la hora de formular afirmaciones acerca de la natur
aleza, sino que ella misma era de naturaleza matemática. De hecho, la distinción ent
re ciencias naturales y formales es una distinción que solamente empieza a hacerse
a partir del Renacimiento. La idea pitagórica entró en crisis cuando se descubrió la
irracionalidad en el seno mismo de las matemáticas, que se extendió también al ideal c
osmológico. Se trataba de la conocida inconmensurabilidad de la diagonal del cuadr
ado con el lado. Si ambas magnitudes son inconmensurables, si ninguna división en
partes alícuotas del lado puede suministrar una unidad que, tomada un número entero
de veces, mida la diagonal, es que nuestra conjetura sobre la constitución del cos
mos es un fracaso. Las matemáticas son incapaces de demostrarnos la razón de las cos
as. En más de un aspecto Platón fue un pitagórico. La tarea que se impuso fue la de sa
lvar el ideal pitagórico (la constitución matemática del cosmos) sustituyendo la aritmét
ica por la geometría. Dos buenos resultados de su programa fueron debidos a Eudoxo
: la teoría de las proposiciones del propio Eudoxo (base del libro V de Euclides),
capaz de enfrentarse al problema de tratar con magnitudes inconmensurables, y e
l haber reducido las desordenadas apariencias celestes a un orden subyacente de
carácter geométrico (base de la teoría de Ptolomeo).
Según Platón, si se quiere abordar la astronomía científicamente se debe recurrir a la g
eometría sin preocuparse de observar los cielos. Por ello su pretensión era la de r
educir la aparente irregularidad planetaria al orden geométrico ideal y al mismo t
iempo real, no aparente. Platón pensaba que el movimiento uniforme y circular repr
esentaba precisamente ese orden real, porque era el único capaz de salvaguardar la
necesidad e inmutabilidad matemática de los cielos. Dado que el sistema astronómico
no permanece inmóvil, el único movimiento compatible con el orden es el movimiento
circular: las relaciones de distancia al centro del sistema son constantes. Además
la inmutabilidad necesaria queda salvaguardada porque los círculos se cierran sob
re sí mismos reiterándose perpetuamente y evitando las mutaciones, ya que los cambio
s de lugar son cíclicos, cerrados, finitos, geométricos y uniformes. Si a esto se añad
e la tesis del sentido común, según la cual la tierra está inmóvil en el centro del orbe
de las estrellas fijas que constituyen el límite del mundo, quedará claramente plan
teado el marco del problema a resolver: la construcción geométrica de círculos cuyos m
ovimientos uniformes sean capaces de salvar los fenómenos. Esta tarea fue emprendi
da por Eudoxo, aunque, a diferencia de Platón, Eudoxo sí se planteó el problema de si
dichas construcciones tenían una entidad física, y en el caso de que así fuera, de cuál
era el mecanismo por el que se movían.
Aristóteles fue quien abordó claramente el problema del mecanismo, pero desde una pe
rspectiva cualitativa, alejada de las matemáticas y de la medida. Según Aristóteles, l
as esferas en las que están situados cada uno de los planetas están encajadas unas d
entro de otras y, entre ellas, hay esferas compensadoras. La esfera de las estre
llas fijas es la que transmite el movimiento al vasto sistema de engranajes cósmic
os hasta la esfera de la Luna. Por otro lado, el motor inmóvil explica lo único inex
plicado de este sistema: el movimiento de la esfera superior.
Éste fue el punto de partida de Ptolomeo. Aunque aceptaba la física aristotélica, limi
tó sus trabajos a la articulación matemática de la astronomía, despreocupándose de las exp
licaciones mecánicas de la física. En este sentido es más platónico que aristotélico. Sus
métodos matemáticos son ingeniosos y precisos, además de ajustarse al ideal platónico de
reconstruir las apariencias mediante movimientos circulares y uniformes. Sus re
cursos básicos eran los epiciclos, las excéntricas y los ecuantes. Las dos primeras
construcciones salvaban fundamentalmente la forma circular de las trayectorias;
la última, la uniformidad del movimiento.
Con este tinglado se podían reconstruir prácticamente todos los movimientos observad
os con la precisión permitida en la época. Sin embargo, sus procedimientos son tan f
altos de escrúpulos que nos dejan perplejos. No tiene inconveniente en resolver lo
s distintos problemas relativos a la posición, velocidad y diámetro de un mismo cuer
po celeste con otras tantas construcciones distintas e incompatibles. Para hacer
esto compatible con la idea aristotélica, adoptó un giro instrumentalista: "el astrón
omo debe esforzarse (...) por hacer que sus hipótesis (...) concuerden con los mov
imientos celestes; pero si no lo consigue, debe tomar las hipótesis que más le conve
ngan" (Almagesto). Es decir, las teorías no tienen por qué ser verdaderas, basta con
que sea útiles. De este modo, la teoría queda inmunizada de la crítica, ya que no dej
a lugar a una interpretación realista de los términos teóricos: epiciclos, ecuantes y
excéntricas no representan ni describen nada existente, sólo son instrumentos matemáti
cos sin entidad física, que facilitan cálculos y permiten manejar mejor los objetos
observados. En este punto, Ptolomeo se alejó de Aristóteles y dejó a sus sucesores una
herencia que escindía drásticamente la astronomía de la física. Esta herencia, por esta
r inmunizada contra la interpretación realista, gozó de gran éxito y eficacia. Pero co
n el paso del tiempo las dificultades aumentaron.
La reacción copernicana.
La descripción astronómica de Ptolomeo daba una imagen demasiado desarticulada e ir
racional del cosmos, que no podía satisfacer a un hombre como Copérnico. El problema
de Copérnico fue el siguiente:
¿cuáles eran las expectativas ideales en virtud de las cuales estas teorías numéricament
e precisas resultaban fallidas?
Las premisas de Copérnico para resolver el problema, que pretendían básicamente explic
ar los fenómenos con la precisión alcanzada por la astronomía ptolemaica, aunque no a
cualquier precio, eran dos. En primer lugar, reconciliar la astronomía con el idea
l platónico de inteligibilidad cosmológica que el instrumentalismo de Ptolomeo había t
ransgredido solapadamente; es decir, recurrir a movimientos armónicos simples (círcu
los con movimiento uniforme). En segundo lugar, aceptar la pretensión aristotélica d
e producir una imagen real del cosmos capaz de suministrar "una explicación verdad
era de los movimientos de la máquina del mundo"; es decir, interpretar de modo rea
lista las hipótesis matemáticas, que así se convertían en mecanismos físicos realmente exi
stentes. Así, la cosmología de Copérnico aparece más como una vuelta a los viejos ideale
s de la cosmología filosófica griega que como una revolución.
¿Cuál es, entonces, la innovación de Copérnico? La solución de Copérnico a estos problemas
ue la de sustituir la idea trivial del sentido común de que la Tierra estaba inmóvil
en el centro del orbe de las estrellas fijas por otra más sofisticada y anti-intu
itiva, vagamente apoyada en las especulaciones sobre el movimiento terrestre de
Filolao, Heráclides y otros griegos, así como en la tradición de Nicolás de Cusa y Regio
montano, viva en las Universidades en las que Copérnico había estudiado.
Toda la originalidad de Copérnico se redujo a sus famosos siete supuestos básicos, i
ngeniados para superar las dificultades de Ptolomeo: "Como advertí estos defectos,
con frecuencia consideré si no era posible acaso encontrar una disposición más razona
ble de los círculos (..) en la cual cada cosa se moviese uniformemente sobre su pr
opio centro, como lo exige la regla del movimiento absoluto". Estos supuestos so
n los siguientes:
1. No hay un centro común a todos los astros.
2. La Tierra es el centro de la Luna y de la gravedad.
3. El Sol es el centro del sistema planetario.
4. La distancia al Sol es infinitamente pequeña comparada con la que hay a las est
rellas fijas.
5. La Tierra gira diariamente sobre su eje, dando así la impresión que es el firmame
nto el que gira.
6. La Tierra y los demás planetas giran en torno al Sol, dando así la impresión de que
éste tiene un movimiento anual.
7. Las detenciones y retrocesos aparentes de los planetas se deben a la misma ca
usa.

G. Kepler.
La vida de Kepler fue un martirio de pobreza y enfermedad. Su mala vista le impe
día ser un buen observador del cielo, pero en cambio era un fecundo teórico de poder
osa imaginación intelectual y un matemático de primera categoría. Estaba convencido de
que en ciencia el principio de autoridad no cuenta, y de que la única autoridad vál
ida es la razón: "Esto es cuanto concierne a las Sagradas Escrituras. Pero en lo q
ue respecta a las opiniones de los santos sobre estos asuntos de la naturaleza,
respondo, en una palabra, que en teología lo único válido es el peso de la autoridad,
mientras que, en filosofía, lo es sólo el peso de la razón. Un santo, Lactancio, negab
a la redondez de la Tierra; otro santo, Agustín, admitía la redondez de la Tierra, p
ero negaba la existencia de los antípodas. Sagrado es el Santo Oficio de nuestros
días, que admite la pequeñez de la Tierra, pero le niega el movimiento: empero, más sa
grada de todas estas cosas es para mí la verdad, cuando yo, con todo el debido res
peto por los doctores de la Iglesia, demuestro, partiendo de la filosofía, que la
Tierra es redonda, y habitada por antípodas en toda superficie; que es de una pequ
eñez insignificante y que corre veloz entre los demás astros" (Astronomía Nova).
Kepler estaba convencido intelectualmente de tres supuestos, más creencias que con
ocimiento. El primero era una fe casi pitagórica en la sencillez matemática de la na
turaleza. En segundo lugar, Kepler estaba convencido de que los planetas se movían
según sencillas leyes geométricas, y de que esas leyes podían obtenerse por abstracción
a partir de la gran cantidad de observaciones recogidas por Tycho Brahe. Finalm
ente, como muchos griegos, creía que podría expresar las leyes naturales que buscaba
con ayuda de las matemáticas existentes.
Por suerte, resultó que sus ingenuas hipótesis eran verdaderas, y Kepler, luego de c
orregir muchas salidas en falso, acabó por descubrir tres principios de enorme sim
plicidad con los que la humanidad pudo archivar finalmente los molestos epiciclo
s ptolemaicos. Cuando enseñaba astronomía en Tubinga tropezó con las ideas de Copérnico.
A diferencia de Tycho Brahe, Kepler adoptó y defendió repetidamente la noción central
de que la Tierra giraba con los demás planetas alrededor del sol, pero al mismo t
iempo estaba decidido a eliminar los rudos procedimientos geométricos que afectaba
n al sistema de Copérnico.
Para empezar buscó una regla que determinara las distancias de los planetas al sol
. Al no hallar una relación numérica sencilla, intentó resolver el problema mediante c
onstrucciones geométricas con polígonos regulares y sólidos regulares. Colocaba sólidos
regulares lo más limpiamente posible en las lagunas existentes en las esferas plan
etarias. Como se conocían en la época seis planetas, había cinco espacios que rellenar
y, por fuerza, le pareció providencial que en la geometría hubiera precisamente cin
co sólidos regulares. Aunque estos intentos de Kepler carecen de valor científico, s
on interesantes para apreciar la extraña resistencia del misticismo matemático con q
ue tuvo que luchar el genio de Kepler. A Kepler le complacía muchísimo su esfuerzo e
n este terreno, tan fantástico como cualquier especulación pitagórica. Pero luchando c
onsigo mismo, Kepler afirmó definitivamente el derecho de los astrónomos occidentale
s a una absoluta independencia de pensamiento antiguo. Introdujo nociones para c
uya documentación no existía en el mundo ni una sola autoridad. Por ello debe ser co
nsiderado, más que Copérnico, el primer astrónomo genuinamente moderno.
Intentando entender los movimientos de Marte, Kepler se vio obligado a considera
r la posibilidad de un movimiento que no fuera ni uniforme ni circular. Marte es
mas fácil de observar que Mercurio o Venus, pues, a diferencia de éstos, es visible
durante largos períodos por la noche. Sus movimientos estaban más detalladamente es
tudiados en su época que los de Júpiter y Saturno, porque Marte completa su órbita más ráp
idamente que ellos. Marte era, pues, el planeta más indicado para una primera inve
stigación. El problema de Kepler consistía en determinar órbitas y velocidades para Ma
rte y la Tierra de tal modo que pudiera deducirse de ellas su movimiento aparent
e tal y como había sido registrado por Tycho Brahe. Kepler elaboró hipótesis tras hipóte
sis sobre la disposición de las órbitas y las velocidades de los planetas. Cada hipóte
sis fue objeto de laboriosa comprobación. Calculó cada vez con más detalle el comporta
miento de Marte, según la hipótesis que estaba estudiando, para poder compararlo con
el comportamiento observable. En su primera hipótesis siguió aún respetando la idea t
radicional de la combinación de movimientos circulares. Pero no consiguió la victori
a hasta que rompió con la tradición e introdujo movimientos no uniformes y luego no
circulares. En 1609, luego de años de trabajo y desesperación, hizo públicas las dos l
eyes que regulan el movimiento de Marte: la primera ley dice que la órbita de Mart
e es una elipse con el sol en uno de sus focos; la segunda, que la línea que une l
os centros de Marte y el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales. En 1619, Kepl
er estaba convencido ya de que sus dos leyes regían el comportamiento de todos los
planetas y había descubierto ya la tercera ley: el cuadrado del periodo de un pla
neta es proporcional al cubo de su distancia al Sol. El periodo es el tiempo nec
esario para que el planeta recorra su órbita. La "distancia al Sol" podía interpreta
rse de varios modos: en este contexto significa la semisuma de la distancia mayo
r y menor, es decir, la mitad de la longitud del eje mayor de la órbita. Si t es e
l periodo y d la distancia media al Sol, entonces la razón t / d es la misma para
todos los planetas.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
Galileo Galilei.
Mientras que Kepler trabajaba en la reforma matemática de la nueva astronomía, Galil
eo trabajó aún más fecundamente por ella y por la nueva ciencia en otros terrenos. Gal
ileo, con enorme capacidad de acción, realizó un ataque general contra la ciencia ar
istotélica en todos sus puntos vulnerables a la vez. Al igual que Kepler, rechazó pa
ra la ciencia el principio de autoridad; así, en la "Jornada Primera" de su Diálogo
sobre los grandes sistemas del universo, Galileo escribe:
SIMPLICIO: Por favor, Sr. Salviati, hablad con más respeto de Aristóteles...
SALVIATI: Sr. Simplicio, estamos aquí discurriendo familiarmente para investigar a
lgunas verdades; yo no tomaría a mal que vos me reprochaseis mis propios errores,
y cuando yo no haya entendido claramente el pensamiento de Aristóteles reprendedme
libremente, que lo aceptaré de buen grado. Concededme, sin embargo, que exponga m
is dificultades y que responda alguna cosa a vuestras últimas palabras, diciéndoos q
ue la lógica, como bien sabéis, es el órgano con el que se filosofa; pero, de la misma
manera que un artífice puede ser excelente en la construcción de órganos, e indocto e
n saberlos tocar, así puede existir un gran lógico, que sea poco experto en saber us
ar la lógica...
SIMPLICIO: Esta manera de filosofar tiende a la subversión de toda la filosofía natu
ral y al desorden y a poner boca abajo el cielo y la Tierra y todo el universo.
Pero yo creo que los fundamentos de los peripatéticos son tales que, destruyéndolos,
mucho dudo que se puedan construir ciencias nuevas.
SALVIATI: No os preocupéis ni del cielo, ni de la Tierra, ni temáis su subversión ni s
iquiera la de la filosofía; porque, en cuanto al cielo, vano será que temáis por lo qu
e vos mismo reputáis como inalterable e impasible; en cuanto a la Tierra, lo que n
osotros hacemos es tratar de ennoblecerla y perfeccionarla, puesto que procuramo
s hacerla semejante a los cuerpos celestes y, hasta en cierta manera, colocarla
casi en el cielo, de donde vuestros filósofos la han arrojado. Incluso la filosofía,
no puede sino recibir beneficio de nuestras disputas, porque, si nuestros pensa
mientos son verdaderos, se habrán conseguido nuevas adquisiciones, y si falsos, co
n rebatirlos, más confirmación recibirán las doctrinas anteriores. Preocupaos más bien d
e algunos filósofos y ved de ayudarlos y sostenerlos, que, en cuanto a la ciencia,
ésta no puede sino avanzar.
Con esta actitud, además de defender directa y explícitamente la teoría copernicana, G
alileo abrió el camino para barrer obstáculos por todos los lados. Fue el principal
soldado de vanguardia de la nueva mecánica, llamada con cierta injusticia newtonia
na.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
La nueva geometría celeste.
La posibilidad de construir un telescopio fue mostrada a la humanidad por vez pr
imera por Hans Lippershey, un óptico de Middleburg, en 1608. Al tener Galileo noti
cia del invento, construyó inmediatamente uno, en una única noche de estudio que se
ha hecho célebre en la historia de la ciencia: "Hace aproximadamente diez meses me
llegó la noticia de que un holandés había construido unos prismáticos con los que se co
nseguía ver con enorme precisión, como si estuvieran muy cerca, objetos que en reali
dad estaban muy lejos del ojo del observador. También se dieron a conocer algunas
experiencias, aceptadas por unos, desmentidas por otros, que tenían que ver con es
te asombroso efecto. Días después, una carta de un noble francés, Jacques Badovere, co
nfirmaba las noticias que yo tenía, lo que me indujo a lanzarme de lleno a la inve
stigación de los medios con los que yo podría conseguir descubrir un instrumento par
ecido".
Con su telescopio o anteojo, Galileo hizo descubrimientos sensacionales de 1609
a 1610, es decir, al mismo tiempo que Kepler publicaba sus dos primeras leyes. E
n el año 1610 Galileo dio a conocer por primera vez su invento y sus descubrimient
os. Esto constituyó un acontecimiento científico de primera magnitud. No sólo se había i
ntroducido un instrumento nuevo y misterioso en el mundo "instruido", sino que a
demás este instrumento se había utilizado con un fin bastante poco habitual: se había
dirigido directamente hacia el cielo. Así empezó una nueva época en la astronomía, tanto
porque las observaciones eran más precisas como porque eran de naturaleza radical
mente nueva.
¿Cuáles fueron los principales descubrimientos astronómicos de Galileo? En primer luga
r, Galileo descubrió que la superficie lunar parece una tierra yerma, en la que ha
y zonas de sombra, al igual que en la superficie del Sol. Todo ello era una evid
encia importantísima contra la fe aristotélica en la inmutabilidad y perfección de los
cielos. Esa fe había sido ya conmovida antes por el descubrimiento, llevado a cab
o por Tycho Brahe en 1592 y por Kepler en 1604, de estrellas nuevas brillantes.
Los aristotélicos intentaron sostener su posición declarando que esas estrellas nuev
as eran sublunares, es decir que estaban más cerca de la Tierra que de la Luna. Pe
ro esta postura era insostenible. Galileo descubrió que la vía láctea consta de innume
rables estrellas, lo que hacía plausible la tesis, si no de la infinitud del unive
rso, sí de una extensión mucho mayor. Al describir la forma de la luna, Galileo escr
ibía: "Hay otra cosa que no puedo dejar de lado, ya que cuando la vi me produjo au
téntica admiración. Se trata de que casi en el centro de la Luna hay una depresión más g
rande que todas las demás. He estado observando esta hondonada alrededor del prime
ro y del último cuarto de Luna y he intentado reproducirla lo más exactamente posibl
e en el segundo de los dibujos de arriba". El dibujo de Galileo llamó la atención de
Kepler, uno de los primeros que leyó su trabajo, quien comentó lo siguiente: "Estoy
realmente asombrado ante el posible significado de esta depresión circular, con l
a cual normalmente designo el lado izquierdo de la Luna. ¿Se trata de una obra de
la naturaleza, o de la obra de una mano experimentada? Supongamos que hay seres
vivos en la Luna (hace tiempo que, siguiendo a Pitágoras y a Plutarco, vengo jugan
do con esa idea); es evidente que estos habitantes imprimen carácter al lugar dond
e viven, un lugar que tiene montañas y valles mucho más grandes que en nuestra Tierr
a. En consecuencia podemos deducir que estos seres, que están dotados de un cuerpo
enorme, construirán de acuerdo con ello proyectos también gigantescos".
En segundo lugar, el descubrimiento más sensacional de Galileo fue el de cuatro sa
télites de Júpiter. Con este descubrimiento Galileo probaba definitivamente que en n
uestro sistema solar había astros que no giraban directamente alrededor de la tier
ra. Así se disminuía la probabilidad de que la Tierra fuera el centro del universo.
El descubrimiento era mortal para los aristotélicos también por otra razón: porque los
aristotélicos creían, sin ninguna justificación científica, que en el cielo no había mas
que siete cuerpos aparte de las estrellas fijas. Los satélites de Júpiter desempeñaron
un doble papel. En primer lugar, sufren eclipses cuando pasan por la sombra de
Júpiter, y como se conocen sus periodos de revolución pueden predecirse fácilmente los
momentos de futuros eclipses. En 1675 el astrónomo danés Roemer observó que los eclip
ses ocurrían antes del momento previsto cuando Júpiter se encontraba a su menor dist
ancia de la Tierra, y después de ese momento cuando Júpiter se encontraba a su mayor
distancia de la Tierra. Roemer explicó el fenómeno suponiendo que la luz tarda más ti
empo en alcanzar la Tierra desde la región en la cual se encuentra Júpiter cuando el
eclipse se retrasa, y menos cuando el astro se encuentra en la zona en la cual
el eclipse se adelanta. Así se confirmó científicamente la vieja hipótesis de Empédocles d
e que la luz tiene una velocidad finita. Roemer fue además capaz, por primera vez
en la historia, de dar una tosca aproximación a la velocidad de la luz mediante el
fenómeno observado, es decir, la diferencia entre los tiempos previstos y reales
de los eclipses. En segundo lugar, las lunas de Júpiter constituían un reloj público y
universal, por ser visible desde todos los puntos de la Tierra.
En tercer lugar, las fases de Venus y los anillos de Saturno completan la lista
de los principales descubrimientos de Galileo. Si Venus y Mercurio giraran alred
edor del Sol, según decía la teoría copernicana, tendrían fases como la luna, y en algun
as de ellas su cara iluminada sería totalmente visible desde la Tierra. Cuando el
planeta se encontrara en A, se vería totalmente iluminado. Copérnico había deducido de
su sistema que Mercurio y Venus tenían que presentar tales fases. Galileo lo desc
ubrió con el telescopio. Saturno resquebrajó la confianza de Galileo en su propio ta
lento observador. En su primera declaración, anunció que por el telescopio Saturno p
arecía ser un planeta triple: una esfera grande con dos pequeñas, una a cada lado, e
n contacto con ella. Tiempo después, Saturno se le presentó al telescopio con un asp
ecto totalmente normal. De hecho, Galileo vio por primera vez en la historia los
anillos de Saturno, pero no pudo distinguirlos como tales a causa de la escasa
potencia de su anteojo. Estas formaciones de Saturno no fueron identificadas com
o anillos hasta 1695, por el científico holandés Christian Huygens.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
a nueva mecánica celeste.
Los problemas mecánicos planteados por la nueva astronomía no podían ser resueltos por
la mecánica de Aristóteles. Los aristotélicos vieron en esto un argumento en contra d
e la nueva astronomía, pero Galileo y Newton demolieron sus objeciones al proponer
una mecánica científica nueva y adecuada.
La nueva mecánica se fundaba especialmente en la resurrección de una idea, mucho tie
mpo despreciada, de los atomistas griegos, quienes sostenían que los átomos, una vez
en movimiento, continuaban moviéndose uniformemente, a menos que chocaran con otr
os átomos. Esta idea no es nada obvia ni sencilla, y no podemos asombrarnos de que
fuera rechazada durante dos mil años. La experiencia cotidiana favorece la creenc
ia contraria de que los cuerpos no se mueven a no ser que estén sometidos a la acc
ión de un motor, primero o segundo. La idea de que los cuerpos se sigan moviendo i
ndefinidamente hasta que algo los detenga no es una idea de sentido común, y no pu
ede atraer, ni siquiera como hipótesis, más que a personas que hayan pensado sobre l
os problemas del movimiento local. Esa idea natural (si no hay fuerza actuando,
no hay movimiento) fue la base de la mecánica aristotélico-escolástica y se afianzó con
el apoyo de la ortodoxia eclesiástica y del sentido común durante la Edad Media.
A pesar de su plausibilidad no dejó de sufrir ataques, ya que había objeciones que r
esultaban difíciles de superar. La principal objeción se encontraba en preguntas com
o la siguiente: ¿por qué sigue moviéndose una flecha cuando deja de estar en contacto
con la cuerda del arco que la impulsa? De acuerdo con el principio de la mecánica
aristotélica, la flecha debía detenerse en el momento en que dejaba de estar en cont
acto con la cuerda. La respuesta de los aristotélicos fue que, cuando la flecha se
movía aún en contacto con la cuerda, el aire se precipitaba a rellenar el espacio q
ue quedaba vacío, y que aquella corriente de aire seguía a la flecha y posibilitaba
su movimiento. La respuesta era decepcionante, ya que incurría en un círculo vicioso
: resultaba que el aire se movía porque la flecha se movía, y que la flecha se movía p
orque el aire se movía. Junto a éstas, el argumento ofrecía nuevas dificultades, ya qu
e tampoco explicaba por qué se detenía la flecha, y además significaba que una flecha
no podía moverse en el vacío.
A pesar de todas las dificultades, la idea de que el movimiento no puede existir
sin un motor que constantemente lo promueva fue difícil de abandonar. La tarea co
n que se enfrentó Galileo fue doble. Se trataba, por una parte, de sustituir la me
cánica aristotélica por otra totalmente nueva en la que encajaran los hechos que aqu
ella no podía justificar y, por otra, de eliminar las objeciones que se le ponían de
sde la mecánica aristotélica.
El interés de Aristóteles en su Física era el de tratar de estudiar el ente móvil dando
primacía a la entidad. El movimiento era visto como la corrección de una deficiencia
: como un tender hacia (potencia) la perfección (acto). Por el contrario, a Galile
o le interesaban las propiedades del movimiento en cuanto tal, no las causas de
que algo esté en movimiento ni las razones por las que deja de estarlo. Además, Aris
tóteles estudiaba la esencia de todos los cambios o movimientos, fueran sustancial
es o accidentales. En el caso del movimiento local, le interesaron los límites de
este movimiento: el de dónde y el hacia dónde. Por el contrario, a Galileo no le int
eresaba preguntarse por la esencia del móvil, del espacio o del tiempo, sino por l
a proporción numérica entre estos últimos.: "Expongamos, ahora, una ciencia nueva acer
ca de un tema muy antiguo. No hay, tal vez, en la naturaleza nada más viejo que el
movimiento, y no faltan libros voluminosos sobre tal asunto, escritos por los f
ilósofos. A pesar de todo esto, muchas de sus propiedades, muy dignas de conocerse
, no han sido observadas ni demostradas hasta el momento. Se suelen poner de man
ifiesto algunas más inmediatas, como la que se refiere, por ejemplo, al movimiento
natural de los cuerpos que al descender se aceleran continuamente, pero no se h
a demostrado hasta el momento la proporción según la cual tiene lugar tal aceleración.
En efecto, que yo sepa, nadie ha demostrado que un móvil que cae partiendo de una
situación de reposo recorre, en tiempos iguales, espacios que mantienen entre sí la
misma proporción que la que se da entre los números impares sucesivos comenzando po
r la unidad" (Discorsi. "Jornada tercera").
Siguiendo los mismos pasos que recorrió Galileo en la demostración de su nueva cienc
ia, encontramos que: "Esta discusión está dividida en tres partes: la primera trata
del movimiento estable o uniforme; la segunda trata del movimiento que encontram
os acelerado en la Naturaleza; el asunto de la tercera es el de los movimientos
violentos y de los proyectiles". (Discorsi. "Jornada tercera").
Lo primero que Galileo hace al tratar el movimiento uniforme es dar una definición
para cada tipo de movimiento que sea expresable matemáticamente, para incluir lue
go un conjunto de axiomas. Galileo entiende por movimiento uniforme: "aquel en e
l cual las distancias recorridas por la partícula en movimiento durante cualesquie
ra intervalos iguales de tiempo son iguales entre sí": s t o s = kt. Llamando v a
esa constante: s = vt y v = s/t. La expresión en coordenadas cartesianas de los pu
ntos que intersectan distancias e intervalos temporales no autoriza a pasar, de
los puntos, a una recta continua. Si trazamos dicha recta, es por una operación me
ntal que va más allá de los datos: interpolación (recta que une los puntos) y extrapol
ación (suposición de que la ecuación seguirá siendo válida si prolongamos la recta más allá
los puntos).
La matematización de un movimiento tan sencillo como es el uniforme supone en real
idad un profundo esfuerzo de abstracción e idealización matemáticas. Esto supone, en p
rimer lugar, desechar todas aquellas cualidades no matematizables. Éstas son para
Galileo las cualidades secundarias que considera, como Descartes, puramente subj
etivas. En segundo lugar, supone geometrizar la realidad afirmando los derechos
del símbolo (álgebra) sobre la pura imagen geométrica: la mente interpola y extrapola
datos interpretados geométricamente.
Sobre el movimiento en caída libre, el propio Galileo escribió: "Cuando observo, por
tanto, una piedra que cae desde cierta altura partiendo de una situación de repos
o, que va adquiriendo poco a poco cada vez más velocidad, ¿por qué no he de creer que
tales aumentos de velocidad no tengan lugar según la más simple y evidente proporción?
Ahora bien, si observamos con cierta atención el problema, no encontraremos ningún
aumento o adición más simple que la que va aumentando siempre de la misma manera. Es
to lo entenderemos fácilmente si consideramos la relación tan estrecha que se da ent
re tiempo y movimiento: del mismo modo que la igualdad y uniformidad del movimie
nto se definen y conciben sobre la base de la igualdad de los tiempos y de los e
spacios (en efecto, llamamos movimiento uniforme al movimiento que en tiempos ig
uales recorre espacios iguales), así también, mediante una subdivisión uniforme del ti
empo, podemos imaginarnos que los aumentos de velocidad tengan lugar con [la mis
ma] simplicidad. [Podremos hacer esto] en cuanto determinemos teóricamente que un
movimiento es uniformemente y, del mismo modo, continuamente acelerado, cuando,
en tiempos iguales, se los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos
iguales de velocidad" (Discorsi. "Jornada Tercera").
En el primer paso "no encontraremos ningún aumento o adición más simple que la que va
aumentando siempre de la misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consider
amos la relación tan estrecha que se da entre tiempo y movimiento". Tan estrecha r
elación no aparece ante nuestros sentidos, ya que los sentidos nos proporcionan co
nexión entre aceleración y espacio recorrido, pero no entre tiempo y movimiento. Es
la razón la que establece esa relación estrecha llevada por una exigencia de simetría
conceptual entre las nociones antitéticas de reposo y de movimiento natural (caída l
ibre). Galileo define el reposo por la relación de un cuerpo con el espacio que oc
upa, sin consideración del tiempo, y esta estrecha relación entre espacio y reposo e
s percibida por los sentidos. Pero la definición de movimiento debe hacerse por la
relación de un cuerpo con los intervalos temporales en que se despliega su trayec
toria, sin consideración del espacio, y en esta relación es la razón, y no los sentido
s, la que dicta la esencia del movimiento.
El segundo paso es considerar que "un movimiento es uniformemente y, del mismo m
odo, continuamente acelerado, cuando, en tiempos iguales, se los tome de la form
a que se quiera, adquiera incrementos iguales de velocidad". Esto es: a = v - vo
/t . De donde: v = vo + at. Para la caída desde el reposo: v = at. Continúa el diálog
o de Galileo con la propuesta de un interlocutor, Sagredo, de preguntarse por la
causa de esta aceleración. La contestación de Salviati, el otro interlocutor, marca
claramente el rumbo de la ciencia moderna: la primacía del estudio de las propied
ades físicas (cantidad) sobre las causas (cualidades ocultas) que pueden haber pro
ducido esas propiedades. Las causas son relegadas a reino de la ficción: "Tales fa
ntasías, aparte de otras muchas, habría que irlas examinando y resolviendo con bien
poco provecho. Por el momento es la intención de nuestro autor investigar y demost
rar algunas propiedades del movimiento acelerado (sea cual sea la causa de tal a
celeración)". La fórmula a = v t no se puede verificar directamente. Sin embargo, Ga
lileo sabía que tal fórmula era correcta y que describe la esencia del movimiento na
tural de caída. Galileo refutó la idea de que la velocidad está en proporción con el pes
o por pruebas estrictamente racionales. Sostuvo, por el contrario, que sería la mi
sma para todo cuerpo si se pudiera realizar el experimento en el vacío.
El tercer momento es el de una prueba indirecta. La velocidad media de un cuerpo
será: v = v + vo/2. Las distancias recorridas por un grave son, una a otra, como
los cuadrados de los intervalos temporales:
s1 t1 s
--- = --- ; en general, --- = k
s2 t2 t
De donde:
v + v
s = vt = -------- t
2
Partiendo del reposo:
s = 1/2 vt
Pero sabíamos que v = a t.
Luego: s = 1/2 a t
Ni la velocidad ni el tiempo podían medirse, pero sí el espacio recorrido, si se ace
pta que: "Los grados de velocidad adquiridos por el mismo móvil sobre planos de di
versa inclinación son iguales si son iguales las alturas de los diversos planos".
Este principio sólo resulta inteligible si entendemos la altura OA como la imagen
del tiempo transcurrido (la pregunta es por la aceleración en el punto A, no por l
a velocidad). El principio dice que la aceleración en A es la misma que en B, C, D
, E, etc. Así, puede sustituirse la perpendicular OA por un plano inclinado, perfe
ctamente pulimentado, por el que ruede una bola de cobre, sin fricción.
Muy fecundo en consecuencias es el corolario de este experimento. Todo grave que
desciende por un plano inclinado sufre una aceleración. Si tuviese que ascender,
sufriría una deceleración. Si nos preguntamos qué ocurriría si se mantuviera en un plano
horizontal, a partir de una caída previa, es evidente que no podía acelerar ni dece
lerar: "la velocidad adquirida durante la caída precedente... si actúa ella sola, ll
evaría al cuerpo con una velocidad uniforma hasta el infinito". Esta es la ley fun
damental de la física clásica: la ley de la inercia. Sin embargo, Galileo fue incapa
z de formularla explícitamente, porque pensó toda su vida que la gravedad era la pro
piedad física esencial y universal de todos los cuerpos materiales. La gloria de l
a formulación explícita de la ley de inercia sería para Descartes.

Objeciones principales a los nuevos descubrimientos.


En unos cien años, Copérnico, Kepler y Galileo resolvieron el problema planteado dos
mil años antes por los griegos. El sistema de Ptolomeo no se despidió inmediatament
e, pero era claro que no conseguiría sobrevivir mucho tiempo, enfrentado como esta
ba al elegante esquema heliocéntrico. No obstante, había un conjunto de objeciones d
e distinta índole que era necesario resolver.
En primer lugar, estaban las objeciones de índole científica. La primera de éstas era
de índole geométrica. El movimiento de la tierra alrededor del Sol debería producir ca
mbios aparentes de las posiciones relativas de las estrellas fijas, al menos que
éstas estuvieran a tal distancia que el diámetro de la órbita terrestre fuera desprec
iable en comparación con ella. Pero tales cambios de posición relativa no habían sido
detectados ni siquiera por observadores tan agudos como Hiparco o Tycho Brahe. P
or tanto, había dos alternativas: o se negaba el movimiento de traslación de la Tier
ra o se admitía que las estrellas se encuentran a una distancia tal que no podía ser
imaginada por los hombres de aquella época. El hecho de admitir tan fantásticas dis
tancias, que hoy nos resultan normales, fue un acto de heroica fe en la ciencia
que realizaron los defensores de la teoría heliocéntrica, ya que hasta el siglo XIX
no fueron comprobadas las grandes distancias estelares.
Las demás objeciones científicas eran de naturaleza mecánica. La mecánica tradicional no
podía dar respuesta a objeciones como estas: si la Tierra se mueve ¿cómo es que no pe
rcibimos su movimiento?, ¿cómo es que el movimiento no le arrebata la atmósfera?, ¿cómo es
que los cuerpos caen verticalmente en vez de ser desviados por el movimiento de
la Tierra en su caída? La mecánica tenía que ser reconstruida de pies a cabeza y sobr
e nuevas bases antes de que pudieran resolverse los problemas mecánicos suscitados
por la nueva astronomía. La idea kepleriana del movimiento elíptico aumentaba aún las
dificultades mecánicas, que hasta Galileo y Newton no serían superadas plenamente.
Un segundo tipo de objeciones eran las de índole religiosa. Así, por ejemplo, hay te
xtos de la Biblia que, si se toman literalmente, son contradictorios con la teoría
heliocéntrica. Así, por ejemplo, en su ataque a la nueva ciencia Lutero citaba sobr
e todo a Josué. La Biblia dice que Josué ordenó al Sol que se detuviera, lo que implic
a que el sol se estaba moviendo, y precisamente estaba moviéndose alrededor de la
tierra, puesto que se trataba de prolongar el día. El primer versículo del salmo 93,
argüido por Calvino contra la ciencia, niega el movimiento de la Tierra al decir
que el mundo (en el sentido de la Tierra) está establecido de tal modo que no pued
e moverse. En el mismo sentido se expresa el salmo 104. Además, pronto quedó claro q
ue a medida que se desarrollaba la nueva astronomía iba entrando en profundo confl
icto con la ciencia ptolemaica y aristotélica profesada por la Iglesia Romana. La
nueva ciencia destruía la autoridad eclesiástica, igual que destruía la de la Biblia.
Copérnico era un canónigo de Warnia, en donde su tío era obispo católico y señor político.
ntes de publicarlas, discutió sus ideas libremente con sus superiores y no hay nin
gún indicio que permita suponer que las desaprobaran. Los primeros signos de oposi
ción religiosa se registraron cuando Rético, un amigo de Copérnico, buscó en 1542, cuand
o la vida de éste se extinguía, un editor en la luterana Wittemberg para el De revol
utionibus. La primera edición apareció en Nuremberg en 1543, pero con un prólogo enmen
dado por su editor Osiander para evitar conflictos con la autoridad religiosa. E
l prólogo, falseado por el editor, sugiere la idea de que el movimiento de la Tier
ra puede ser tomado como base hipotética, pero sin significación real, solo como cri
terio para el cálculo. Sin embargo, en el libro quedaban los párrafos suficientes pa
ra que el lector comprendiera que Copérnico aceptaba el movimiento de la Tierra co
mo un hecho, y no hay duda de que los copernicanos de los siglos XVI y XVII hici
eron lo mismo. Gracias a la habilidad sin escrúpulos de Osiander, el libro escrito
por un católico sincero y dedicado al Papa se publicó con la aprobación pontificia y
como un reto a la oposición protestante. Pero la tajante oposición católica se presentó
pronto como resultado del Concilio de Trento, y cayó terriblemente sobre los suces
ores de Copérnico ocupados en difundir las ideas de su maestro. Durante el siglo X
VII, tanto católicos como protestantes no tuvieron más alianza implícita que la destru
cción y persecución de la ciencia copernicana.
La resolución de las objeciones mecánicas se hizo posible a medida que la nueva cien
cia avanzaba y aparecían nuevos descubrimientos. Una objeción importante era: ¿por qué c
aen verticalmente las piedras a pesar del movimiento de la tierra? Un ejemplo ex
puesto por los mismos científicos del siglo XVII lo explicaba. Supóngase que se arro
ja una piedra desde lo alto de un mástil de un barco en movimiento, ¿en qué punto alca
nzará el puente del barco? El argumento aristotélico era el siguiente: mientras la p
iedra se encuentra en manos del hombre situado encima del mástil está en conexión física
con el buque, y éste suministra una fuerza capaz de mantener el movimiento horizo
ntal de la piedra respecto del mar. Cuando el hombre suelta la piedra, esta fuer
za horizontal deja de actuar, y la piedra deja instantáneamente de tener su movimi
ento horizontal respecto a la superficie del mar. Cae a causa de su tendencia in
stintiva a reunirse con su propia esfera. Pero mientras la piedra cae, el buque
sigue moviéndose horizontalmente. Por tanto, la piedra golpea el puente del barco
más atrás del mástil.
El razonamiento de la nueva ciencia, basado en la ley de la inercia, es el sigui
ente: la piedra en manos del hombre se está moviendo horizontalmente con el barco.
Cuando el hombre la suelta, cae con una aceleración causada por la gravedad. Mien
tras cae, se mantiene también en su movimiento horizontal, pues no ha habido ningu
na fuerza que se haya aplicado para impedir ese movimiento. Mientras cae está, por
tanto, de acuerdo con el barco en cuanto al movimiento horizontal. Consiguiente
mente caerá a lo largo del mástil y tocará el puente al pie del mástil. No hace falta em
barcarse para saber que es el segundo argumento el que explica los hechos, ya qu
e en la experiencia diaria tenemos ejemplos parecidos. De igual modo que el movi
miento del buque no impide a la piedra caer al pie del mástil, el movimiento de la
tierra no impide que una piedra aterrice precisamente en la vertical del punto
desde el cual se dejó caer.
Otra objeción argumentaba: ¿cómo es que la tierra no pierde atmósfera al moverse? Este p
roblema sólo parcialmente era resuelto por la ley de la inercia, pues también está rel
acionado con la cuestión de la posibilidad del vacío. Admitiendo que el vacío es posib
le y que el espacio interplanetario es vacío, el problema no presenta gran dificul
tad. La atmósfera terrestre es una capa gaseosa que cubre la superficie del planet
a con una capa de unos cuantos kilómetros. Suponiendo que la tierra y su atmósfera s
e pusieran juntas en movimiento, entonces hay que pensar que la atmósfera se mueve
con la tierra exactamente igual que la piedra, y no hay ninguna razón para temer
que el planeta vaya a perder su atmósfera, puesto que no hay una fuerza que se opo
nga a ello. Pero si el vacío es imposible, y por tanto hay en el espacio una atmósfe
ra de una u otra naturaleza, entonces es difícil explicar cómo es que la tierra se m
ueve sin que se sienta una poderosa corriente de aire.
Para superar esta segunda objeción contra el movimiento de la tierra habrá que conta
r con la explicación del movimiento que da la ley de la inercia, pero sólo podrá hacer
lo eficazmente si se admite la posibilidad de un espacio vacío entre los planetas.
Para lograr eso había que refutar un segundo principio aristotélico que decía que "la
naturaleza odia el vacío". Esta tarea fue obra de la neumática, una ciencia que había
permanecido al margen de los problemas de la física, pero que en este momento se
introduce en la corriente principal del pensamiento científico y realiza su aporta
ción particular para el derrumbamiento de la ciencia aristotélica y la fundamentación
sólida de la nueva astronomía.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
pílogo.
Galileo puede ser considerado como el fundador de la ciencia moderna, porque hiz
o despertar a la inteligencia humana de una acrítica aceptación de la autoridad de A
ristóteles, y trazó las líneas de un método experimental en el que la experiencia sensib
le y la razón venían a encontrarse unidas en el común esfuerzo de la investigación. Demo
stró por sí mismo la validez y la eficacia innovadora de tal método con la verificación
experimental de las teorías propuestas y con la construcción de instrumentos útiles al
saber y al ingenio de los hombres. En particular, Galileo, sobre todo con los D
iscorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuovescienze attinenti alla me
ccanica ed ai movimenti localli, es universalmente reconocido como el verdadero
fundador de la dinámica. Además de científico y filósofo, Galileo fue también músico, poeta
y literato. Su mente, abierta a multitud de intereses y aspiraciones, estuvo ani
mada por una continua insatisfacción, que unida a los acontecimientos dramáticos de
su vida, a las angustias familiares de todo tipo, a la interior desazón entre su c
onciencia religiosa y las ineludibles exigencias científicas, le configuró una perso
nalidad atormentada.
El siglo de Galileo fue el de la Contrarreforma; su posición frente a la cultura o
ficial y a la mentalidad predominante de la época es característica del contraste di
aléctico que, en el plano cultural, puede establecerse entre estructura y superest
ructura. Aquella sería el razonamiento científico fundado sobre la experiencia; ésta,
la tradición cultural dominante en las universidades y en las academias, que derro
tada en el plano especulativo resiste todavía en los hombres y en las institucione
s, e incluso impulsa el contraataque contra Galileo, el hombre de la nueva cienc
ia que en determinado momento se queda solo e indefenso frente a la autoridad de
la tradición.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
nexo.
Por su importancia en la historia de la ciencia y del pensamiento transcribimos
el texto de condena de Galileo por el Santo Oficio romano y el texto de abjuración
de Galileo ante éste tribunal.
1º. La condena de Galileo por el tribunal del Santo Oficio. "... Por cuanto tú, Gali
leo, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de edad, fui
ste denunciado, en 1615, a este Santo Oficio por sostener como verdadera una fal
sa doctrina enseñada por muchos, a saber; que el sol está inmóvil en el centro del mun
do y que la Tierra se mueve y posee también un movimiento diurno; así como por tener
discípulos a quienes instruyes en la mismas ideas; así como por mantener correspond
encia sobre el mismo tema con algunos matemáticos alemanes; así como por publicar ci
ertas cartas sobre las manchas del sol, en las que desarrollas la misma doctrina
como verdadera; así como por responder a las objeciones que se suscitan continuam
ente por las Sagradas Escrituras, glosando dichas escrituras según tu propia inter
pretación; y por cuanto fue presentada la copia de un escrito en forma de carta, r
edactada expresamente por ti para una persona que fue antes tu discípulo, y en la
que, siguiendo la hipótesis de Copérnico, incluyes varias proposiciones contrarias a
l verdadero sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras; por eso este Sagrado
Tribunal, deseoso de prevenir el desorden y perjuicio que desde entonces proced
en y aumentan en menoscabo de la sagrada Fe, y atendiendo al deseo de Su Santida
d y de los eminentísimos cardenales de esta suprema universal Inquisición, califica
las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y del movimiento de la Tierra, s
egún los calificadores teológicos, como sigue: 1. La proposición de ser el Sol el cent
ro del mundo e inmóvil en su sitio es absurda, filosóficamente falsa y formalmente h
erética, porque es precisamente contraria a las Sagradas Escrituras. 2. La proposi
ción de no ser la Tierra el centro del mundo, ni inmóvil, sino que se mueve, y también
con un movimiento diurno, es también absurda, filosóficamente falsa y, teológicamente
considerada, por lo menos errónea en la fe.
Pero estando decidida en esta ocasión a tratarte con suavidad, la Sagrada Congrega
ción, reunida ante Su Santidad el 25 de febrero de 1616, decreta que su eminencia
el cardenal Belarmino te prescriba abjurar del todo de la mencionada falsa doctr
ina; y que si rehusares hacerlo, seas requerido por el comisario del Santo Ofici
o a renunciar a ella, a no enseñarla a otros ni a defenderla; y a falta de aquiesc
encia, que seas prisionero; y por eso, para cumplimentar este decreto al día sigui
ente, en el palacio, en presencia de su eminencia el mencionado cardenal Belarmi
no, después de haber sido ligeramente amonestado por dicho cardenal, fuiste conmin
ado por el comisario del Santo Oficio, ante notario y testigos, a renunciar del
todo a la mencionada opinión falsa, y en el futuro, no defenderla ni enseñarla de ni
nguna manera, ni verbalmente ni por escrito; y después de prometer obediencia a el
lo, fuiste despachado.
Y con el fin de que una doctrina tan perniciosa pueda ser extirpada del todo y n
o se insinúe por más tiempo con grave detrimento de la verdad católica, ha sido public
ado un decreto procedente de la Sagrada Congregación del Indice, prohibiendo los l
ibros que tratan de esta doctrina, declarándola falsa y del todo contraria a la Sa
grada y Divina Escritura.
Y por cuanto después ha aparecido un libro publicado en Florencia el último año, cuyo
título demostraba ser tuyo, a saber: El Diálogo de Galileo Galilei sobre los dos sis
temas principales del mundo: el ptolomeico y el copernicano; y por cuanto la Sag
rada Congregación ha oído que a consecuencia de la impresión de dicho libro va ganando
terreno diariamente la opinión falsa del movimiento de la Tierra y de la estabili
dad del Sol, se ha examinado detenidamente el mencionado libro y se ha encontrad
o en él una violación manifiesta de la orden anteriormente dada a ti, toda vez que e
n este libro has defendido aquella opinión que ante tu presencia había sido condenad
a; aunque en el mismo libro haces muchas circunlocuciones para inducir a la cree
ncia de que ello queda indeciso y sólo como probable, lo cual es así mismo un error
muy grave, toda vez que no puede ser en ningún modo probable una opinión que ya ha s
ido declarada y determinada como contraria a la Divina Escritura. Por eso, por n
uestra orden, has sido citado a este Santo Oficio, donde, después de prestado jura
mento, has reconocido el mencionado libro como escrito y publicado por ti. También
confesaste que comenzaste a escribir dicho libro hace diez o doce años, después de
haber sido dada la orden antes mencionada. También reconociste que habías pedido lic
encia para publicarlo, sin aclarar a los que te concedieron este permiso, que ha
bías recibido orden de no mantener, defender o enseñar dicha doctrina de ningún modo.
También confesaste que el lector podía juzgar los argumentos aducidos para la doctri
na falsa, expresados de tal modo, que impulsaban con más eficacia a la convicción qu
e a una refutación fácil, alegando como excusa que habías caído en un error contra tu in
tención al escribir en forma dialogada y, por consecuencia, con la natural complac
encia que cada uno siente por sus propias sutilezas y en mostrarse más habilidoso
que la generalidad del género humano al inventar, aun en favor de falsas proposici
ones, argumentos ingeniosos y plausibles.
Y después de haberte concedido tiempo prudencial para hacer tu defensa, mostraste
un certificado con el carácter de letra de su eminencia el cardenal Belarmino, con
seguido, según dijiste, por ti mismo, con el fin de que pudieses defenderte contra
las calumnias de tus enemigos, quienes propalaban que habías abjurado de tus opin
iones y habías sido castigado por el Santo Oficio; en cuyo certificado se declara
que no habías abjurado ni habías sido castigado, sino únicamente que la declaración hech
a por Su Santidad, y promulgada por la Sagrada Congregación del Índice, te había sido
comunicada, en la que se declara que la opinión del movimiento de la Tierra y de l
a estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y que por eso no p
uede ser sostenida ni defendida. Por lo que al no haberse hecho allí mención de dos
artículos de la orden, a saber: la orden de "no enseñar" y "de ningún modo", argüiste qu
e debíamos creer que en el lapso de catorce o quince años se habían borrado de tu memo
ria, y que ésta fue también la razón por la que guardaste silencio respecto a la orden
, cuando buscaste el permiso para publicar tu libro, y que esto es dicho por ti,
no para excusar tu error, sino para que pueda ser atribuido a ambición de vanaglo
ria más que a malicia. Pero este mismo certificado, escrito a tu favor, ha agravad
o considerablemente tu ofensa, toda vez que en él se declara que la mencionada opi
nión es opuesta a las Sagradas Escrituras, y, sin embargo, te has atrevido a ocupa
rte de ella y a argüir que es probable. Ni hay ninguna atenuación en la licencia arr
ancada por ti, insidiosa y astutamente, toda vez que no pusiste de manifiesto el
mandato que se te había impuesto. Pero considerando nuestra opinión de no haber rev
elado toda la verdad respecto a tu intención, juzgamos necesario proceder a un exa
men riguroso en el que contestaste como buen católico.
Por eso, habiendo visto y considerado seriamente las circunstancias de tu caso c
on tus confesiones y excusas, y todo lo demás que debía ser visto y considerado, nos
otros hemos llegado a la sentencia contra ti, que se escribe a continuación.:
Invocando el sagrado nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de Su Gloriosa Virgen Ma
dre María, pronunciamos esta nuestra final sentencia, la que, reunidos en Consejo
y Tribunal con los reverendos maestros de la Sagrada Teología y doctores de ambos
Derechos, nuestros asesores, extendemos en este escrito relativo a los asuntos y
controversias entre el magnífico Carlo Sincereo, doctor en ambos Derechos, fiscal
procurador del Santo Oficio, por un lado, y Galileo Galilei, acusado, juzgado y
convicto, por el otro lado, y pronunciamos, juzgamos y declaramos que tú, Galileo
, a causa de los hechos que han sido detallados en el curso de este escrito, y q
ue antes has confesado, te has hecho a ti mismo vehementemente sospechoso de her
ejía a este Santo Oficio al haber creído y mantenido la doctrina (que es falsa y con
traria a las Sagradas y Divinas Escrituras) de que el Sol es el centro del mundo
, y de que no se mueve de Este a Oeste, y de que la Tierra se mueve y no es el c
entro del mundo; también de que una opinión no puede ser sostenida y defendida como
probable después de haber sido declarada y decretada como contraria a la Sagrada E
scritura, y que, por consiguiente, has incurrido en todas las censuras y penalid
ades contenidas y promulgadas en los sagrados cánones y en otras constituciones ge
nerales y particulares contra delincuentes de esta clase. Visto lo cual, es nues
tro deseo que seas absuelto, siempre que con un corazón sincero y verdadera fe, en
nuestra presencia abjures, maldigas y detestes los mencionados errores y herejías
, y cualquier otro error y herejía contrario a la Iglesia católica y apostólica de Rom
a, en la forma que ahora se te dirá.
Pero para que tu lastimoso y pernicioso error y transgresión no queden del todo si
n castigo, y para que seas más prudente en lo futuro y sirvas de ejemplo para que
los demás se abstengan de delincuencias de este género, nosotros decretamos que el l
ibro Diálogos de Galileo Galilei sea prohibido por un edicto público, y te condenamo
s a prisión formal de este Santo Oficio por un período determinable a nuestra volunt
ad, y, por vía de saludable penitencia, te ordenamos que los tres próximos años recite
s, una vez a la semana, los siete salmos penitenciales, reservándonos el poder de
moderar, conmutar o suprimir, la totalidad o parte del mencionado castigo o peni
tencia".
2º. Fórmula de abjuración pronunciada por Galileo Galilei. "Yo, Galileo Galilei, hijo
del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de edad, siendo citado
personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reverendos
cardenales, inquisidores generales de la República universal cristiana contra la d
epravación herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propia
s manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, to
dos los artículos que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma sostiene, enseña
y predica. Por haber recibido orden de este Santo Oficio de abandonar para siemp
re la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil, siendo prohibido
el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que d
espués de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura
, he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma y condenada doctri
na y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución
; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía, esto es, que yo sostengo y c
reo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y
es móvil, deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cri
stiano esta vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí; por eso, con un cor
azón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías men
cionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia;
y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, q
ue pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí; asimismo, si supiese de algún h
ereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inq
uisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme. Juro, además, y prometo qu
e cumpliré y observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean imp
uestas por este Santo Oficio. Pero si sucediese que yo violase algunas de mis pr
omesas dichas, juramentos y protestas (¡qué Dios no quiera!), me someto a todas las
penas y castigos que han sido decretados y promulgados por los sagrados cánones y
otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de este tipo.
Así, con la ayuda de Dios y de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo
, el antes nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo
antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presen
te escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra.
En Roma, en el convento de la Minera, 22 de junio de 1633; yo, Galileo Galilei,
he abjurado conforme se ha dicho antes con mi propia mano".
Bibliografía.
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BERNAL, J. D.: Historia social de la ciencia, t. I, Barcelona: Península, 1972.
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KEARNEY, H.: Orígenes de la ciencia moderna, 1500-1700, Madrid: Guadarrama, 1970.
LAIN ENTRALGO, P.-LOPEZ PIÑERO, J. M.: Panorama histórico de la ciencia, Madrid: Gua
darrama, 1968.

Astrónomo prusiano, cuyo nombre real pudo ser Niklas Koppernigk (nombre prusiano)
o Mikolaj Kopernik (polaco), nacido en 1473 y muerto en 1543. Autor a quien se d
ebe la formulación de la teoría heliocéntrica, según la cual la Tierra y el resto de los
planetas giran alrededor del Sol; teoría que ofrecía una explicación de los movimient
os planetarios más sencilla que el modelo geométrico de Tolomeo, que situaba a la Ti
erra en el centro. Con esta teoría Nikolaus inicia una revolución que, en el término d
e dos siglos, a través de la contribución de Galileo, Kepler y Newton, conduciría a un
a renovación total de las bases de la astronomía.
La biografía de Copérnico presenta muchas lagunas e incertidumbres, empezando por su
nacionalidad que, según algunos estudiosos, es alemana y no polaca. Nació probablem
ente en la ciudad libre de Thorn, entonces en territorio polaco, y después de habe
r realizado los estudios en la universidad de Cracovia, continuó su educación en Ita
lia, donde se quedó durante ocho años, entre 1496 y 1503. Estudió matemáticas, jurisprud
encia y medicina, interesándose también por otras muchas disciplinas, como teología, d
erecho canónico y astronomía. En 1505 volvió a su patria, donde ocupó un puesto de canónig
o en la Catedral de Frauenburg, desempeñando tareas fundamentalmente administrativ
as. Algunos años más tarde heredó bienes de su tío, obispo, y se aseguró una vida desahoga
da.
Fue típico exponente de la cultura del Renacimiento, conocía perfectamente el latín y
el griego y estudió a los clásicos directamente en las fuentes.

Copérnico firmaba sus escritos con el latino nombre de ...


La idea del Sol en el centro del universo no fue original de Copérnico, ya fue ade
lantada por los antiguos filósofos griegos desde el siglo III a.C., siendo Aristar
co de Samos, el más importante defensor de un sistema heliocéntrico del Universo en
la Antigüedad, quien ya entonces afirmó, tomando las concepciones de Heráclides del Po
nto, que todos los planetas, incluida la Tierra, giraban alrededor del Sol. Dura
nte veinte años, desde 1509 a 1529, acumuló observaciones astronómicas y medidas para
confirmar su teoría heliocéntrica. En 1514 plasmó en un breve manuscrito sus estudios
preliminares, hasta entonces privados. En su época aún imperaba el sistema de Tolome
o, quien negaba a la Tierra cualquier movimiento, tanto de revolución como de rota
ción, alrededor de su propio eje, siendo el centro, alrededor del cuál giraban los p
lanetas y el Sol. Copérnico aportó una idea de gran interés para la astronomía, postulan
do que las estrellas fijas se encontraban a una distancia de la Tierra mayor de
la hasta entonces aceptada. Afirmó también que el movimiento nocturno aparente de la
s estrellas fijas, así como el solar diurno, se debían a la rotación diaria de la Tier
ra en torno a su eje. Copérnico se dio cuenta de que el movimiento de los astros e
ra una mera apariencia; en su obra más importante, De revolutionibus orbium coeles
tium (De la revolución de los orbes) publicada en el año de su muerte, es decir, en
1543 (aunque ya estaba lista para su publicación desde 1530), dice: "...cuando un
barco navega sin sacudidas, los viajeros ven moverse, a imagen de su movimiento,
todas las cosas que les son externas y, a la inversa, creen estar inmóviles con t
odo lo que está con ellos. Ahora, en lo referente al movimiento de la Tierra, de m
anera totalmente similar, se cree que es todo el Universo íntegro el que se mueve
alrededor de ella...". Su libro se convirtió en el punto de partida sobre el que G
alileo Galilei basó su batalla para la reforma de la astronomía. La tesis de Copérnico
que sostenía el movimiento terrestre, no era fácil de aceptar por los astrónomos de l
a época, y enseguida suscitó reacciones, de Brahe en particular. En 1616 la iglesia
condenó oficialmente su gran obra, que no volvería a la luz hasta 1835. Aunque los e
studios de Copérnico se acercaron bastante a la realidad, no logró encontrar la razón
de los movimientos aparentes de los astros, por lo cual tuvo que recurrir a los
epiciclos. Será mérito de Kepler, algunos años más tarde, intuir la forma elíptica de las ó
bitas y archivar para siempre los complicados esquemas epicicloidales, desplazan
do las órbitas circulares de Copérnico en 1609.
Otras de sus obras son: De revolutionibus orbium colestium; De lateribus et angu
lis triangulorum; Theophylacti scholastici Simocatho epistolo.

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