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G. Kepler.
La vida de Kepler fue un martirio de pobreza y enfermedad. Su mala vista le impe
día ser un buen observador del cielo, pero en cambio era un fecundo teórico de poder
osa imaginación intelectual y un matemático de primera categoría. Estaba convencido de
que en ciencia el principio de autoridad no cuenta, y de que la única autoridad vál
ida es la razón: "Esto es cuanto concierne a las Sagradas Escrituras. Pero en lo q
ue respecta a las opiniones de los santos sobre estos asuntos de la naturaleza,
respondo, en una palabra, que en teología lo único válido es el peso de la autoridad,
mientras que, en filosofía, lo es sólo el peso de la razón. Un santo, Lactancio, negab
a la redondez de la Tierra; otro santo, Agustín, admitía la redondez de la Tierra, p
ero negaba la existencia de los antípodas. Sagrado es el Santo Oficio de nuestros
días, que admite la pequeñez de la Tierra, pero le niega el movimiento: empero, más sa
grada de todas estas cosas es para mí la verdad, cuando yo, con todo el debido res
peto por los doctores de la Iglesia, demuestro, partiendo de la filosofía, que la
Tierra es redonda, y habitada por antípodas en toda superficie; que es de una pequ
eñez insignificante y que corre veloz entre los demás astros" (Astronomía Nova).
Kepler estaba convencido intelectualmente de tres supuestos, más creencias que con
ocimiento. El primero era una fe casi pitagórica en la sencillez matemática de la na
turaleza. En segundo lugar, Kepler estaba convencido de que los planetas se movían
según sencillas leyes geométricas, y de que esas leyes podían obtenerse por abstracción
a partir de la gran cantidad de observaciones recogidas por Tycho Brahe. Finalm
ente, como muchos griegos, creía que podría expresar las leyes naturales que buscaba
con ayuda de las matemáticas existentes.
Por suerte, resultó que sus ingenuas hipótesis eran verdaderas, y Kepler, luego de c
orregir muchas salidas en falso, acabó por descubrir tres principios de enorme sim
plicidad con los que la humanidad pudo archivar finalmente los molestos epiciclo
s ptolemaicos. Cuando enseñaba astronomía en Tubinga tropezó con las ideas de Copérnico.
A diferencia de Tycho Brahe, Kepler adoptó y defendió repetidamente la noción central
de que la Tierra giraba con los demás planetas alrededor del sol, pero al mismo t
iempo estaba decidido a eliminar los rudos procedimientos geométricos que afectaba
n al sistema de Copérnico.
Para empezar buscó una regla que determinara las distancias de los planetas al sol
. Al no hallar una relación numérica sencilla, intentó resolver el problema mediante c
onstrucciones geométricas con polígonos regulares y sólidos regulares. Colocaba sólidos
regulares lo más limpiamente posible en las lagunas existentes en las esferas plan
etarias. Como se conocían en la época seis planetas, había cinco espacios que rellenar
y, por fuerza, le pareció providencial que en la geometría hubiera precisamente cin
co sólidos regulares. Aunque estos intentos de Kepler carecen de valor científico, s
on interesantes para apreciar la extraña resistencia del misticismo matemático con q
ue tuvo que luchar el genio de Kepler. A Kepler le complacía muchísimo su esfuerzo e
n este terreno, tan fantástico como cualquier especulación pitagórica. Pero luchando c
onsigo mismo, Kepler afirmó definitivamente el derecho de los astrónomos occidentale
s a una absoluta independencia de pensamiento antiguo. Introdujo nociones para c
uya documentación no existía en el mundo ni una sola autoridad. Por ello debe ser co
nsiderado, más que Copérnico, el primer astrónomo genuinamente moderno.
Intentando entender los movimientos de Marte, Kepler se vio obligado a considera
r la posibilidad de un movimiento que no fuera ni uniforme ni circular. Marte es
mas fácil de observar que Mercurio o Venus, pues, a diferencia de éstos, es visible
durante largos períodos por la noche. Sus movimientos estaban más detalladamente es
tudiados en su época que los de Júpiter y Saturno, porque Marte completa su órbita más ráp
idamente que ellos. Marte era, pues, el planeta más indicado para una primera inve
stigación. El problema de Kepler consistía en determinar órbitas y velocidades para Ma
rte y la Tierra de tal modo que pudiera deducirse de ellas su movimiento aparent
e tal y como había sido registrado por Tycho Brahe. Kepler elaboró hipótesis tras hipóte
sis sobre la disposición de las órbitas y las velocidades de los planetas. Cada hipóte
sis fue objeto de laboriosa comprobación. Calculó cada vez con más detalle el comporta
miento de Marte, según la hipótesis que estaba estudiando, para poder compararlo con
el comportamiento observable. En su primera hipótesis siguió aún respetando la idea t
radicional de la combinación de movimientos circulares. Pero no consiguió la victori
a hasta que rompió con la tradición e introdujo movimientos no uniformes y luego no
circulares. En 1609, luego de años de trabajo y desesperación, hizo públicas las dos l
eyes que regulan el movimiento de Marte: la primera ley dice que la órbita de Mart
e es una elipse con el sol en uno de sus focos; la segunda, que la línea que une l
os centros de Marte y el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales. En 1619, Kepl
er estaba convencido ya de que sus dos leyes regían el comportamiento de todos los
planetas y había descubierto ya la tercera ley: el cuadrado del periodo de un pla
neta es proporcional al cubo de su distancia al Sol. El periodo es el tiempo nec
esario para que el planeta recorra su órbita. La "distancia al Sol" podía interpreta
rse de varios modos: en este contexto significa la semisuma de la distancia mayo
r y menor, es decir, la mitad de la longitud del eje mayor de la órbita. Si t es e
l periodo y d la distancia media al Sol, entonces la razón t / d es la misma para
todos los planetas.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
Galileo Galilei.
Mientras que Kepler trabajaba en la reforma matemática de la nueva astronomía, Galil
eo trabajó aún más fecundamente por ella y por la nueva ciencia en otros terrenos. Gal
ileo, con enorme capacidad de acción, realizó un ataque general contra la ciencia ar
istotélica en todos sus puntos vulnerables a la vez. Al igual que Kepler, rechazó pa
ra la ciencia el principio de autoridad; así, en la "Jornada Primera" de su Diálogo
sobre los grandes sistemas del universo, Galileo escribe:
SIMPLICIO: Por favor, Sr. Salviati, hablad con más respeto de Aristóteles...
SALVIATI: Sr. Simplicio, estamos aquí discurriendo familiarmente para investigar a
lgunas verdades; yo no tomaría a mal que vos me reprochaseis mis propios errores,
y cuando yo no haya entendido claramente el pensamiento de Aristóteles reprendedme
libremente, que lo aceptaré de buen grado. Concededme, sin embargo, que exponga m
is dificultades y que responda alguna cosa a vuestras últimas palabras, diciéndoos q
ue la lógica, como bien sabéis, es el órgano con el que se filosofa; pero, de la misma
manera que un artífice puede ser excelente en la construcción de órganos, e indocto e
n saberlos tocar, así puede existir un gran lógico, que sea poco experto en saber us
ar la lógica...
SIMPLICIO: Esta manera de filosofar tiende a la subversión de toda la filosofía natu
ral y al desorden y a poner boca abajo el cielo y la Tierra y todo el universo.
Pero yo creo que los fundamentos de los peripatéticos son tales que, destruyéndolos,
mucho dudo que se puedan construir ciencias nuevas.
SALVIATI: No os preocupéis ni del cielo, ni de la Tierra, ni temáis su subversión ni s
iquiera la de la filosofía; porque, en cuanto al cielo, vano será que temáis por lo qu
e vos mismo reputáis como inalterable e impasible; en cuanto a la Tierra, lo que n
osotros hacemos es tratar de ennoblecerla y perfeccionarla, puesto que procuramo
s hacerla semejante a los cuerpos celestes y, hasta en cierta manera, colocarla
casi en el cielo, de donde vuestros filósofos la han arrojado. Incluso la filosofía,
no puede sino recibir beneficio de nuestras disputas, porque, si nuestros pensa
mientos son verdaderos, se habrán conseguido nuevas adquisiciones, y si falsos, co
n rebatirlos, más confirmación recibirán las doctrinas anteriores. Preocupaos más bien d
e algunos filósofos y ved de ayudarlos y sostenerlos, que, en cuanto a la ciencia,
ésta no puede sino avanzar.
Con esta actitud, además de defender directa y explícitamente la teoría copernicana, G
alileo abrió el camino para barrer obstáculos por todos los lados. Fue el principal
soldado de vanguardia de la nueva mecánica, llamada con cierta injusticia newtonia
na.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
La nueva geometría celeste.
La posibilidad de construir un telescopio fue mostrada a la humanidad por vez pr
imera por Hans Lippershey, un óptico de Middleburg, en 1608. Al tener Galileo noti
cia del invento, construyó inmediatamente uno, en una única noche de estudio que se
ha hecho célebre en la historia de la ciencia: "Hace aproximadamente diez meses me
llegó la noticia de que un holandés había construido unos prismáticos con los que se co
nseguía ver con enorme precisión, como si estuvieran muy cerca, objetos que en reali
dad estaban muy lejos del ojo del observador. También se dieron a conocer algunas
experiencias, aceptadas por unos, desmentidas por otros, que tenían que ver con es
te asombroso efecto. Días después, una carta de un noble francés, Jacques Badovere, co
nfirmaba las noticias que yo tenía, lo que me indujo a lanzarme de lleno a la inve
stigación de los medios con los que yo podría conseguir descubrir un instrumento par
ecido".
Con su telescopio o anteojo, Galileo hizo descubrimientos sensacionales de 1609
a 1610, es decir, al mismo tiempo que Kepler publicaba sus dos primeras leyes. E
n el año 1610 Galileo dio a conocer por primera vez su invento y sus descubrimient
os. Esto constituyó un acontecimiento científico de primera magnitud. No sólo se había i
ntroducido un instrumento nuevo y misterioso en el mundo "instruido", sino que a
demás este instrumento se había utilizado con un fin bastante poco habitual: se había
dirigido directamente hacia el cielo. Así empezó una nueva época en la astronomía, tanto
porque las observaciones eran más precisas como porque eran de naturaleza radical
mente nueva.
¿Cuáles fueron los principales descubrimientos astronómicos de Galileo? En primer luga
r, Galileo descubrió que la superficie lunar parece una tierra yerma, en la que ha
y zonas de sombra, al igual que en la superficie del Sol. Todo ello era una evid
encia importantísima contra la fe aristotélica en la inmutabilidad y perfección de los
cielos. Esa fe había sido ya conmovida antes por el descubrimiento, llevado a cab
o por Tycho Brahe en 1592 y por Kepler en 1604, de estrellas nuevas brillantes.
Los aristotélicos intentaron sostener su posición declarando que esas estrellas nuev
as eran sublunares, es decir que estaban más cerca de la Tierra que de la Luna. Pe
ro esta postura era insostenible. Galileo descubrió que la vía láctea consta de innume
rables estrellas, lo que hacía plausible la tesis, si no de la infinitud del unive
rso, sí de una extensión mucho mayor. Al describir la forma de la luna, Galileo escr
ibía: "Hay otra cosa que no puedo dejar de lado, ya que cuando la vi me produjo au
téntica admiración. Se trata de que casi en el centro de la Luna hay una depresión más g
rande que todas las demás. He estado observando esta hondonada alrededor del prime
ro y del último cuarto de Luna y he intentado reproducirla lo más exactamente posibl
e en el segundo de los dibujos de arriba". El dibujo de Galileo llamó la atención de
Kepler, uno de los primeros que leyó su trabajo, quien comentó lo siguiente: "Estoy
realmente asombrado ante el posible significado de esta depresión circular, con l
a cual normalmente designo el lado izquierdo de la Luna. ¿Se trata de una obra de
la naturaleza, o de la obra de una mano experimentada? Supongamos que hay seres
vivos en la Luna (hace tiempo que, siguiendo a Pitágoras y a Plutarco, vengo jugan
do con esa idea); es evidente que estos habitantes imprimen carácter al lugar dond
e viven, un lugar que tiene montañas y valles mucho más grandes que en nuestra Tierr
a. En consecuencia podemos deducir que estos seres, que están dotados de un cuerpo
enorme, construirán de acuerdo con ello proyectos también gigantescos".
En segundo lugar, el descubrimiento más sensacional de Galileo fue el de cuatro sa
télites de Júpiter. Con este descubrimiento Galileo probaba definitivamente que en n
uestro sistema solar había astros que no giraban directamente alrededor de la tier
ra. Así se disminuía la probabilidad de que la Tierra fuera el centro del universo.
El descubrimiento era mortal para los aristotélicos también por otra razón: porque los
aristotélicos creían, sin ninguna justificación científica, que en el cielo no había mas
que siete cuerpos aparte de las estrellas fijas. Los satélites de Júpiter desempeñaron
un doble papel. En primer lugar, sufren eclipses cuando pasan por la sombra de
Júpiter, y como se conocen sus periodos de revolución pueden predecirse fácilmente los
momentos de futuros eclipses. En 1675 el astrónomo danés Roemer observó que los eclip
ses ocurrían antes del momento previsto cuando Júpiter se encontraba a su menor dist
ancia de la Tierra, y después de ese momento cuando Júpiter se encontraba a su mayor
distancia de la Tierra. Roemer explicó el fenómeno suponiendo que la luz tarda más ti
empo en alcanzar la Tierra desde la región en la cual se encuentra Júpiter cuando el
eclipse se retrasa, y menos cuando el astro se encuentra en la zona en la cual
el eclipse se adelanta. Así se confirmó científicamente la vieja hipótesis de Empédocles d
e que la luz tiene una velocidad finita. Roemer fue además capaz, por primera vez
en la historia, de dar una tosca aproximación a la velocidad de la luz mediante el
fenómeno observado, es decir, la diferencia entre los tiempos previstos y reales
de los eclipses. En segundo lugar, las lunas de Júpiter constituían un reloj público y
universal, por ser visible desde todos los puntos de la Tierra.
En tercer lugar, las fases de Venus y los anillos de Saturno completan la lista
de los principales descubrimientos de Galileo. Si Venus y Mercurio giraran alred
edor del Sol, según decía la teoría copernicana, tendrían fases como la luna, y en algun
as de ellas su cara iluminada sería totalmente visible desde la Tierra. Cuando el
planeta se encontrara en A, se vería totalmente iluminado. Copérnico había deducido de
su sistema que Mercurio y Venus tenían que presentar tales fases. Galileo lo desc
ubrió con el telescopio. Saturno resquebrajó la confianza de Galileo en su propio ta
lento observador. En su primera declaración, anunció que por el telescopio Saturno p
arecía ser un planeta triple: una esfera grande con dos pequeñas, una a cada lado, e
n contacto con ella. Tiempo después, Saturno se le presentó al telescopio con un asp
ecto totalmente normal. De hecho, Galileo vio por primera vez en la historia los
anillos de Saturno, pero no pudo distinguirlos como tales a causa de la escasa
potencia de su anteojo. Estas formaciones de Saturno no fueron identificadas com
o anillos hasta 1695, por el científico holandés Christian Huygens.
[ a n t e r i o r - s i g u i e n t e ]
a nueva mecánica celeste.
Los problemas mecánicos planteados por la nueva astronomía no podían ser resueltos por
la mecánica de Aristóteles. Los aristotélicos vieron en esto un argumento en contra d
e la nueva astronomía, pero Galileo y Newton demolieron sus objeciones al proponer
una mecánica científica nueva y adecuada.
La nueva mecánica se fundaba especialmente en la resurrección de una idea, mucho tie
mpo despreciada, de los atomistas griegos, quienes sostenían que los átomos, una vez
en movimiento, continuaban moviéndose uniformemente, a menos que chocaran con otr
os átomos. Esta idea no es nada obvia ni sencilla, y no podemos asombrarnos de que
fuera rechazada durante dos mil años. La experiencia cotidiana favorece la creenc
ia contraria de que los cuerpos no se mueven a no ser que estén sometidos a la acc
ión de un motor, primero o segundo. La idea de que los cuerpos se sigan moviendo i
ndefinidamente hasta que algo los detenga no es una idea de sentido común, y no pu
ede atraer, ni siquiera como hipótesis, más que a personas que hayan pensado sobre l
os problemas del movimiento local. Esa idea natural (si no hay fuerza actuando,
no hay movimiento) fue la base de la mecánica aristotélico-escolástica y se afianzó con
el apoyo de la ortodoxia eclesiástica y del sentido común durante la Edad Media.
A pesar de su plausibilidad no dejó de sufrir ataques, ya que había objeciones que r
esultaban difíciles de superar. La principal objeción se encontraba en preguntas com
o la siguiente: ¿por qué sigue moviéndose una flecha cuando deja de estar en contacto
con la cuerda del arco que la impulsa? De acuerdo con el principio de la mecánica
aristotélica, la flecha debía detenerse en el momento en que dejaba de estar en cont
acto con la cuerda. La respuesta de los aristotélicos fue que, cuando la flecha se
movía aún en contacto con la cuerda, el aire se precipitaba a rellenar el espacio q
ue quedaba vacío, y que aquella corriente de aire seguía a la flecha y posibilitaba
su movimiento. La respuesta era decepcionante, ya que incurría en un círculo vicioso
: resultaba que el aire se movía porque la flecha se movía, y que la flecha se movía p
orque el aire se movía. Junto a éstas, el argumento ofrecía nuevas dificultades, ya qu
e tampoco explicaba por qué se detenía la flecha, y además significaba que una flecha
no podía moverse en el vacío.
A pesar de todas las dificultades, la idea de que el movimiento no puede existir
sin un motor que constantemente lo promueva fue difícil de abandonar. La tarea co
n que se enfrentó Galileo fue doble. Se trataba, por una parte, de sustituir la me
cánica aristotélica por otra totalmente nueva en la que encajaran los hechos que aqu
ella no podía justificar y, por otra, de eliminar las objeciones que se le ponían de
sde la mecánica aristotélica.
El interés de Aristóteles en su Física era el de tratar de estudiar el ente móvil dando
primacía a la entidad. El movimiento era visto como la corrección de una deficiencia
: como un tender hacia (potencia) la perfección (acto). Por el contrario, a Galile
o le interesaban las propiedades del movimiento en cuanto tal, no las causas de
que algo esté en movimiento ni las razones por las que deja de estarlo. Además, Aris
tóteles estudiaba la esencia de todos los cambios o movimientos, fueran sustancial
es o accidentales. En el caso del movimiento local, le interesaron los límites de
este movimiento: el de dónde y el hacia dónde. Por el contrario, a Galileo no le int
eresaba preguntarse por la esencia del móvil, del espacio o del tiempo, sino por l
a proporción numérica entre estos últimos.: "Expongamos, ahora, una ciencia nueva acer
ca de un tema muy antiguo. No hay, tal vez, en la naturaleza nada más viejo que el
movimiento, y no faltan libros voluminosos sobre tal asunto, escritos por los f
ilósofos. A pesar de todo esto, muchas de sus propiedades, muy dignas de conocerse
, no han sido observadas ni demostradas hasta el momento. Se suelen poner de man
ifiesto algunas más inmediatas, como la que se refiere, por ejemplo, al movimiento
natural de los cuerpos que al descender se aceleran continuamente, pero no se h
a demostrado hasta el momento la proporción según la cual tiene lugar tal aceleración.
En efecto, que yo sepa, nadie ha demostrado que un móvil que cae partiendo de una
situación de reposo recorre, en tiempos iguales, espacios que mantienen entre sí la
misma proporción que la que se da entre los números impares sucesivos comenzando po
r la unidad" (Discorsi. "Jornada tercera").
Siguiendo los mismos pasos que recorrió Galileo en la demostración de su nueva cienc
ia, encontramos que: "Esta discusión está dividida en tres partes: la primera trata
del movimiento estable o uniforme; la segunda trata del movimiento que encontram
os acelerado en la Naturaleza; el asunto de la tercera es el de los movimientos
violentos y de los proyectiles". (Discorsi. "Jornada tercera").
Lo primero que Galileo hace al tratar el movimiento uniforme es dar una definición
para cada tipo de movimiento que sea expresable matemáticamente, para incluir lue
go un conjunto de axiomas. Galileo entiende por movimiento uniforme: "aquel en e
l cual las distancias recorridas por la partícula en movimiento durante cualesquie
ra intervalos iguales de tiempo son iguales entre sí": s t o s = kt. Llamando v a
esa constante: s = vt y v = s/t. La expresión en coordenadas cartesianas de los pu
ntos que intersectan distancias e intervalos temporales no autoriza a pasar, de
los puntos, a una recta continua. Si trazamos dicha recta, es por una operación me
ntal que va más allá de los datos: interpolación (recta que une los puntos) y extrapol
ación (suposición de que la ecuación seguirá siendo válida si prolongamos la recta más allá
los puntos).
La matematización de un movimiento tan sencillo como es el uniforme supone en real
idad un profundo esfuerzo de abstracción e idealización matemáticas. Esto supone, en p
rimer lugar, desechar todas aquellas cualidades no matematizables. Éstas son para
Galileo las cualidades secundarias que considera, como Descartes, puramente subj
etivas. En segundo lugar, supone geometrizar la realidad afirmando los derechos
del símbolo (álgebra) sobre la pura imagen geométrica: la mente interpola y extrapola
datos interpretados geométricamente.
Sobre el movimiento en caída libre, el propio Galileo escribió: "Cuando observo, por
tanto, una piedra que cae desde cierta altura partiendo de una situación de repos
o, que va adquiriendo poco a poco cada vez más velocidad, ¿por qué no he de creer que
tales aumentos de velocidad no tengan lugar según la más simple y evidente proporción?
Ahora bien, si observamos con cierta atención el problema, no encontraremos ningún
aumento o adición más simple que la que va aumentando siempre de la misma manera. Es
to lo entenderemos fácilmente si consideramos la relación tan estrecha que se da ent
re tiempo y movimiento: del mismo modo que la igualdad y uniformidad del movimie
nto se definen y conciben sobre la base de la igualdad de los tiempos y de los e
spacios (en efecto, llamamos movimiento uniforme al movimiento que en tiempos ig
uales recorre espacios iguales), así también, mediante una subdivisión uniforme del ti
empo, podemos imaginarnos que los aumentos de velocidad tengan lugar con [la mis
ma] simplicidad. [Podremos hacer esto] en cuanto determinemos teóricamente que un
movimiento es uniformemente y, del mismo modo, continuamente acelerado, cuando,
en tiempos iguales, se los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos
iguales de velocidad" (Discorsi. "Jornada Tercera").
En el primer paso "no encontraremos ningún aumento o adición más simple que la que va
aumentando siempre de la misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consider
amos la relación tan estrecha que se da entre tiempo y movimiento". Tan estrecha r
elación no aparece ante nuestros sentidos, ya que los sentidos nos proporcionan co
nexión entre aceleración y espacio recorrido, pero no entre tiempo y movimiento. Es
la razón la que establece esa relación estrecha llevada por una exigencia de simetría
conceptual entre las nociones antitéticas de reposo y de movimiento natural (caída l
ibre). Galileo define el reposo por la relación de un cuerpo con el espacio que oc
upa, sin consideración del tiempo, y esta estrecha relación entre espacio y reposo e
s percibida por los sentidos. Pero la definición de movimiento debe hacerse por la
relación de un cuerpo con los intervalos temporales en que se despliega su trayec
toria, sin consideración del espacio, y en esta relación es la razón, y no los sentido
s, la que dicta la esencia del movimiento.
El segundo paso es considerar que "un movimiento es uniformemente y, del mismo m
odo, continuamente acelerado, cuando, en tiempos iguales, se los tome de la form
a que se quiera, adquiera incrementos iguales de velocidad". Esto es: a = v - vo
/t . De donde: v = vo + at. Para la caída desde el reposo: v = at. Continúa el diálog
o de Galileo con la propuesta de un interlocutor, Sagredo, de preguntarse por la
causa de esta aceleración. La contestación de Salviati, el otro interlocutor, marca
claramente el rumbo de la ciencia moderna: la primacía del estudio de las propied
ades físicas (cantidad) sobre las causas (cualidades ocultas) que pueden haber pro
ducido esas propiedades. Las causas son relegadas a reino de la ficción: "Tales fa
ntasías, aparte de otras muchas, habría que irlas examinando y resolviendo con bien
poco provecho. Por el momento es la intención de nuestro autor investigar y demost
rar algunas propiedades del movimiento acelerado (sea cual sea la causa de tal a
celeración)". La fórmula a = v t no se puede verificar directamente. Sin embargo, Ga
lileo sabía que tal fórmula era correcta y que describe la esencia del movimiento na
tural de caída. Galileo refutó la idea de que la velocidad está en proporción con el pes
o por pruebas estrictamente racionales. Sostuvo, por el contrario, que sería la mi
sma para todo cuerpo si se pudiera realizar el experimento en el vacío.
El tercer momento es el de una prueba indirecta. La velocidad media de un cuerpo
será: v = v + vo/2. Las distancias recorridas por un grave son, una a otra, como
los cuadrados de los intervalos temporales:
s1 t1 s
--- = --- ; en general, --- = k
s2 t2 t
De donde:
v + v
s = vt = -------- t
2
Partiendo del reposo:
s = 1/2 vt
Pero sabíamos que v = a t.
Luego: s = 1/2 a t
Ni la velocidad ni el tiempo podían medirse, pero sí el espacio recorrido, si se ace
pta que: "Los grados de velocidad adquiridos por el mismo móvil sobre planos de di
versa inclinación son iguales si son iguales las alturas de los diversos planos".
Este principio sólo resulta inteligible si entendemos la altura OA como la imagen
del tiempo transcurrido (la pregunta es por la aceleración en el punto A, no por l
a velocidad). El principio dice que la aceleración en A es la misma que en B, C, D
, E, etc. Así, puede sustituirse la perpendicular OA por un plano inclinado, perfe
ctamente pulimentado, por el que ruede una bola de cobre, sin fricción.
Muy fecundo en consecuencias es el corolario de este experimento. Todo grave que
desciende por un plano inclinado sufre una aceleración. Si tuviese que ascender,
sufriría una deceleración. Si nos preguntamos qué ocurriría si se mantuviera en un plano
horizontal, a partir de una caída previa, es evidente que no podía acelerar ni dece
lerar: "la velocidad adquirida durante la caída precedente... si actúa ella sola, ll
evaría al cuerpo con una velocidad uniforma hasta el infinito". Esta es la ley fun
damental de la física clásica: la ley de la inercia. Sin embargo, Galileo fue incapa
z de formularla explícitamente, porque pensó toda su vida que la gravedad era la pro
piedad física esencial y universal de todos los cuerpos materiales. La gloria de l
a formulación explícita de la ley de inercia sería para Descartes.
Astrónomo prusiano, cuyo nombre real pudo ser Niklas Koppernigk (nombre prusiano)
o Mikolaj Kopernik (polaco), nacido en 1473 y muerto en 1543. Autor a quien se d
ebe la formulación de la teoría heliocéntrica, según la cual la Tierra y el resto de los
planetas giran alrededor del Sol; teoría que ofrecía una explicación de los movimient
os planetarios más sencilla que el modelo geométrico de Tolomeo, que situaba a la Ti
erra en el centro. Con esta teoría Nikolaus inicia una revolución que, en el término d
e dos siglos, a través de la contribución de Galileo, Kepler y Newton, conduciría a un
a renovación total de las bases de la astronomía.
La biografía de Copérnico presenta muchas lagunas e incertidumbres, empezando por su
nacionalidad que, según algunos estudiosos, es alemana y no polaca. Nació probablem
ente en la ciudad libre de Thorn, entonces en territorio polaco, y después de habe
r realizado los estudios en la universidad de Cracovia, continuó su educación en Ita
lia, donde se quedó durante ocho años, entre 1496 y 1503. Estudió matemáticas, jurisprud
encia y medicina, interesándose también por otras muchas disciplinas, como teología, d
erecho canónico y astronomía. En 1505 volvió a su patria, donde ocupó un puesto de canónig
o en la Catedral de Frauenburg, desempeñando tareas fundamentalmente administrativ
as. Algunos años más tarde heredó bienes de su tío, obispo, y se aseguró una vida desahoga
da.
Fue típico exponente de la cultura del Renacimiento, conocía perfectamente el latín y
el griego y estudió a los clásicos directamente en las fuentes.