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E.

Interpretaciones de la Independencia*

La opresión del campesinado y demás clases laboriosas por parte de las clases
dominantes aumentó considerablemente, con los cambios suscitados por las reformas
borbónicas. Los métodos de extracción de plustrabajo-valor como el peonaje comercial y
clerical, atizados por los crecientes gastos militares de la corona en su guerra contra Francia,
diezmaron las condiciones de vida en infinidad de comunidades campesinas. El despotismo
ilustrado, así llamado por apologistas de la colonia como Brading 1, fue sinónimo de
misoneísmo, más explotación y destrucción social en el México dieciochesco. La era borbónica
no consolidó el poder de la nueva clase social, la burguesía, cargada de capital y razón, como
sucedió con algunas monarquías europeas. Consolidó más bien el poder de la burguesía no
íntegra, cargada de peonaje y conservadurismo clerical.

El régimen social de la colonia desde sus inicios trajo como resultado la lucha de clases.
Lucha no sólo entre fracciones de conquistadores por el botín, sino entre éstos y los
conquistados. Es comprensible que en los lugares geográficos con mayores asentamientos de
vencidos, la lucha de clases se exacerbó. A mayor número de campesinos comunitarios, mayor
número de autoridades reales y sus personeros. La producción de plustrabajo-valor exigía la
combinación de los productores directos y las clases que se apropiaban el producto,
principalmente en las haciendas que consumían trabajo comunal.

Una de las mayores insurrecciones que hubo en la colonia fue la que protagonizaron los
“indígenas” chiapanecos en 1612. Tierra fértil y copiosa fuerza de trabajo eran estrujadas por
hacendados y autoridades, ayudados por religiosos. Alrededor de 20 mil sublevados se alzaron
contra las clases dominantes, personificadas por autoridades y clérigos, algunos de los cuales
fueron asesinados. Juan García, Gaspar Pérez y Juan López dirigían a los insurrectos, quienes
fueron derrotados meses después por tropas pertenecientes a la capitanía de Guatemala ya la
Nueva España.2

En 1761 estalló otra gran insurrección, en Sotuta, provincia de Yucatán. Jacinto Canek
fue el jefe de los sublevados, y había adoptado ese apellido en remembranza del último
representante de la dinastía autóctona. Tras derrotar a las fuerzas españolas del lugar, y crecer
en número la insurrección, el gobernador concentró a todas sus tropas para hacerle frente. La
derrota de la oposición sobrevino por el rudimentario armamento usado, consistente en arcos y
flechas. El castigo a los insurrectos fue ejemplar, al haber atentado contra el funcionamiento del
proceso de trabajo dominante. La venganza civil y religiosa se fundieron en una sola. A Jacinto
Canek, por ejemplo, lo descuartizaron por órdenes de las autoridades españolas; le cortaron las
manos y los pies y, después de esto, lo quemaron vivo.

En 1767 hubo insurrecciones en Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí. La de mayor


importancia por la cantidad de sublevados fue la de Michoacán. La aspiración de retornar a la
autoridad vencida siglos atrás por la conquista vuelve a presentarse. Pedro de Soria Vil1arroel
*
Extraído del libro de Álvarez Saldaña, David, Crítica de la teoría económica y política en México, Ediciones el
Caballito, México, 2ª edición, 2001, pp. 482-513.
1
Ib., Introducción, pp. 15-53
2
Para este y los posteriores ejemplos de enfrentamiento entre clases opuestas, véase Alperovich, M. S., op. cit., p.
68, 69 y 93.
dirigió a los alzados; era cacique de Pátzcuaro y se presentaba como descendiente directo de los
antiguos reyes tarascos. La revuelta presentó claros visos anticoloniales, pues se negó la
población a obedecer a las autoridades en el pago del tributo y otros impuestos. A pesar de la
cercanía geográfica entre los tres Estados, los movimientos populares no pudieron organizarse
entre sí. Su aislamiento que fue aprovechado por el reformador borbónico José de Galvez, quien
mandó las tropas españolas primero a Guanajuato, donde se aplastó la insurrección. Luego, el
ejército español controló la situación en San Luis Potosí, y finalmente en Michoacán. Aquí, el
castigo a los insurrectos nuevamente fue ejemplar. Haber atentado contra los intereses
materiales de la colonia significó para los dirigentes, así como para casi un centenar de
prisioneros, la muerte.

En 1800 los campesinos tlaxcaltecas se levantaron contra el poder español. En Santa Fe


Izcatán, Mariano, hijo del cacique local, encabezó al grupo de inconformes. Querían derrocar la
autoridad dominante y restablecer la autoridad azteca. Fueron denunciados y encarcelados antes
de que el movimiento creciera en otras localidades.

Son muchos los alzamientos colectivos de origen campesino registrados en la historia,


narrada por los propios españoles. Los más importantes convergían en el rechazo a la
dominación española, a las instituciones económicas que la hacían posible (repartimiento,
peonaje comercial y clerical) ya las consecuentes vejaciones impuestas por civiles y religiosos
durante la jornada laboral, que era de sol a sol. Fueron alzamientos que se presentaron en los
tres siglos de dominación, pero sin duda, los más asistidos, reivindicativos y duraderos, se
llevaron a cabo después de la segunda mitad del siglo XVIII, como vimos.

El inicio de las reformas borbónicas y el aumento en la recaudación fiscal, incrementó a


la vez el grado de explotación en los millones de campesinos comunitarios y demás clases
trabajadoras. Trescientos años de opresión, más del tiempo que lleva el país de vida
independiente, representaban para las clases sojuzgadas la peor tragedia colectiva ocurrida en la
historia nativa. En la memoria popular nada más lamentable se recordaba como la llegada de la
peste occidental.

La tortura y la muerte sistemática para los rebeldes o inadaptados; la extenuante jornada


de trabajo de hasta 14 horas diarias; la miseria crónica en que se batían las clases trabajadoras;
la negación de seres humanos y el humillante trato de “indios”; las deudas que día a día crecían
como un cáncer familiar; la discriminación racial y el maltrato como premio de haber nacido; la
esclavitud, postración e infelicidad cotidiana para eso que le llamaban vida; la pesadilla
desoladora de la explotación que soportaban a diario, en la conciencia y en la inconciencia, etc.,
habían hecho de la conquista, la colonia y sus verdugos, los españoles, un infierno terrenal.
Habría que aguardar el momento indicado para dejar salir un odio acumulado en siglos, y
vengarse de la plaga española. Ese momento especial nació gritando a los cuatro vientos, entre
otras consignas, ¡mueran los gachupines y el mal gobierno!, en la voz de Hidalgo, el 15 de
septiembre de 1810.

La Independencia nacional ha sido contada desde diferentes enfoques interpretativos.


Ha sido narrada por algunos de sus iniciadores y actores más importantes; por testigos y
participantes de su desarrollo; por políticos y escritores participantes de su terminación; por
liberales y conservadores, de la primera o la segunda mitad del siglo XIX; por nacionales y
extranjeros contemporáneos; también por escritores burgueses y marxistas.

La bibliografía más completa que ha sido compilada sobre la Independencia, hasta 1960,
fue elaborada por el historiador ruso
Alperovich, en un apartado de su libro intitulado “La historiografía de la guerra libertadora del
pueblo mexicano”3. Allí reseña casi centenar y medio de libros escritos por mexicanos,
españoles, estadounidenses, franceses, alemanes, ingleses, centroamericanos y rusos, de todas
las ideologías y de todos los tiempos.

De la primera mitad del siglo XIX reseña escritos como los de Juan López Cancelada
(1811 ), para quien la Independencia fue obra de Iturrigaray, así como la respuesta que dio
Servando Teresa de Mier (1817) a esa versión parcial. De ese periodo comenta brevemente a
los escritos mexicanos clásicos de la Independencia, como los de Carlos María de Bustamante
(1821-27), Lorenzo de Zavala (1831) y José María Luis Mora. De la segunda mitad del mismo
siglo comenta los escritos de Lucas Alamán (1849-52), para quien la Independencia fue obra de
los intereses españoles representados por Iturbide, así como las diferentes respuestas que
recibió, como las de José María Liceaga (1868), José María Lafragua (1874), Vicente Riva
Palacio (1888-89) o Genaro García (1903). Para la primera mitad del siglo XX Alperovich
comenta escritos que reprodujeron la posición conservadora y reaccionaria de Alamán, como
los de Francisco Bulnes (1910), Antonio Gibaja (1926-35), José Vasconcelos (1935) y Toribio
Esquivel Obregón (1943).

Aparte de los autores marxistas mencionados en la nota 10 del presente capítulo,


comenta el libro de Teja Zabre, Alfonso, Historia de México (1935), y el de Ramos Pedrueza,
Rafael, La lucha de clases a través de la historia de México (1936). Finalmente, se refiere a
escritos de los años 1950-60, como los de José Mancisidor (1956), Ezequiel A. Chávez (1957),
Jesús Reyes Heroles ((1957), René Avilés (1957), Alberto Morales (1960) y Gustavo G.
Velásquez (1960), entre otros.

Todas las interpretaciones sobre la Independencia aludidas por el autor ruso, pueden
dividirse en dos grandes corrientes: a) la corriente monárquico-burguesa, caracterizada por
otorgar su éxito político, militar, ideológico, constitucional, etc., a la dirección de los ricos e
ilustrados criollos proespañoles y; b) la corriente nacional-marxista, que concede su orientación
popular, anticolonial, republicana, federalista y burguesa, a la dirigencia revolucionaria ya las
clases campesinas en las que se apoyó.

Entre otras cosas, la primera corriente afirma que antes, durante y después de la
Independencia, fueron las privilegiadas clases pudientes las autoras del progreso material, las
protectoras de los “indígenas”, de la cultura hispana y deja religión católica, labor entorpecida
sólo por la participación destructiva de los insurgentes y de las masas populares que dirigieron.
Sus objetos de estudio son las apologéticas biografías del poder; la cronología de la vida
diplomática y palaciega; las añoranzas por el pasado; los grandes proyectos de la
administración pública; la historia de la logia escocesa y del partido conservador; la historia de
3
Alperovich, M. S., op. cit., p. 284-326.
la Iglesia y de la cultura popular religiosa, las disputas internas de la burocracia política; las
disputas de los diferentes grupos por gobernar; la realización de congresos; las discusiones por
establecer la Constitución; por armar el gabinete; etc.; en suma, las cuestiones relativas a la
superestructura jurídico ideológica de la nueva nación, vista por los conservadores. El poder
político y económico del Estado, representado por las antiguas clases dominantes en la nueva
nación, nunca lo cuestiona. Por eso el estudio de las relaciones de producción y del régimen de
trabajo colonial, heredado al México independiente, está descartado. Nada más natural que esta
corriente traduzca la Independencia sólo como el fin del tributo colonial, y no como el fin de los
intereses materiales de las anteriores clases dominantes (clero, hacendados, comerciantes,
mineros, etc.). Sus héroes son Iturrigaray, Calleja, O'Donojú e Iturbide: Los problemas
económico sociales arrastrados desde la colonia, como el peonaje comercial y religioso, no
existieron para ella o no los considera causas de la Independencia ni, por lo mismo, temas
urgentes por resolver.

La segunda corriente asegura que la explosión social fue resultado de siglos de opresión
de las clases dominantes sobre el pueblo en general. El grito de Dolores es el rebato de la
emancipación, retrasada por las repetidas traiciones de criollos y clero durante el movimiento
independiente. Sus objetos de estudio privilegian las hazañas del pueblo armado y de sus
dirigentes; la ruptura con España y con sus representantes mexicanos incondicionalmente; el
Congreso de Anáhuac, y la Constitución de Apatzingán; la historia de la logia yorkina y del
partido liberal; la historia de la civilidad; las administraciones fraudulentas y corruptas de los
conservadores; etc.; en suma, las cuestiones relativas a la superestructura jurídico ideológica de
la nación mexicana. Cuestiona el poder político y económico, pero de la Iglesia, al igual que las
condiciones de miseria social que imperaron en la colonia. Sus héroes son Hidalgo, Allende,
Morelos y Guerrero. Para esta posición la Independencia rompió no sólo las cadenas coloniales,
sino también con las formas de opresión económico sociales creadas por la conquista y por la
dominación española, llevando al poder a la naciente burguesía mexicana, creadora de la
soberanía nacional, Constitución federalista, ideología liberal, y bases económico mercantiles
de corte burgués. Esta corriente agrega que, a pesar de que la Independencia forjó las premisas
para el desarrollo capitalista nacional, por diferentes causas internas y externas al país, éste se
frustró; el enorme atraso social y económico, las constantes guerras propiciadas por la
oposición del clero-conservadores al gobierno civil, y la aparición temprana de potencias
capitalistas como Inglaterra y Estados Unidos, entre otras, lo obstaculizaron.

A pesar de sus notorias diferencias, ambas corrientes comparten elementos y omisiones


en común. No nos referimos a las semejanzas de los credos ideológicos del siglo XIX,
observadas por otros historiadores, en el sentido de que los conservadores eran en verdad
económicamente liberales y los liberales en realidad políticamente conservadores. Tampoco nos
referimos a las omisiones históricas debidas a las interpretaciones apasionadas. Según esto, las
dos corrientes sobre la Independencia tendrían así en común el de ubicarla sólo en el nivel de
las ideas, o el de no haber visto más que lo que sus gafas ideológicas les permitieron ver.

Las semejanzas y desemejanzas que aludimos se remontan, más bien, a la teoría del
conocimiento sobre la producción social que ambas corrientes emplean. En especial a la teoría
que les sirve para explicar lo que es una sociedad capitalista y demás conceptos inherentes,
como los de revolución burguesa, clases sociales, Estado popular, nación, soberanía, progreso
económico, relaciones sociales de clase, derecho, propiedad privada, pequeña o gran propiedad,
acumulación de capital, etc.

En general, las interpretaciones sobre la Independencia carecen de un criterio preciso


sobre lo que es la sociedad capitalista, en particular sobre los atributos del proceso de trabajo y
la producción de valor social, clave para comprender lo que es capital y, en suma, el
capitalismo expresado en las diferentes relaciones sociales. Esta es la gran omisión que
mantienen en común ambas corrientes interpretativas.

La corriente monárquico-burguesa es natural que rechace el criterio marxista para


definir lo que es capitalismo, a pesar de que frecuentemente utiliza algunos de sus conceptos
principales en su discurso. Pero de la corriente nacional-marxista se esperaba que sus
conclusiones sobre el contexto capitalista de la Independencia estuvieran apoyadas en el
marxismo, específicamente en su propuesta sobre el análisis del valor. Al no hacerlo, la
consecuencia es que ambas corrientes elaboraron una cronología de los acontecimientos
bélicos, ideológicos, diplomáticos, políticos, anecdóticos, personales, etc., exenta del análisis de
clase, según el proceso de trabajo dominante de la sociedad mexicana, de esa coyuntura
particular. El estudio de la Independencia queda circunscrito así al plano historiográfico, en su
expresión ideológica más pura, como lucha de principios o ideales encarnados en determinados
personajes. Como no incluyen las corrientes interpretativas la discusión teórica que ayudaría a
comprender esos principios o ideas, junto al material histórico que los demostraría, quedan
limitadas sólo a subrayar aspectos personales o grupales de los actores, redundando si acaso en
la discusión teórica burguesa.

De esta manera ninguna de las corrientes pudo demostrar que dicha coyuntura haya
representado un hito económico político, o periodo de transición, entre dos regímenes de
producción diferentes, uno saliente y otro entrante. Para demostrarlo, tenían que haber
especificado el proceso de trabajo predominante que se encontraba antes de la Independencia,
así como el que se fue perfilando durante la lucha, o se desarrolló después de su conclusión. La
comparación entre ambos procesos de trabajo era indispensable, para corroborar si en realidad
la Independencia surgió en medio de dos sociedades diferentes, una feudal en la penumbra, y
otra burguesa en la alborada, cuya expresión fue el ideario insurgente, creado al calor de la
lucha y enriquecido después de su consumación. Dicho en otras palabras, las interpretaciones
sobre la Independencia no vinculan el aspecto ideológico de los insurgentes, en sus
modalidades monarquista y anticolonial, con el modo de producción social al que representaban
y al que supuestamente se opusieron. Al no hacerlo, las aseveraciones sobre que fue un
movimiento social dirigido por la naciente burguesía, en contra de los intereses coloniales de
tipo feudal, son gratuitos, por carecer de demostración objetiva; es decir, no logran probar con
hechos la vinculación coherente entre las ideas y proyectos de los insurgentes, supuestos
representantes de la burguesía en ciernes, y el proceso de trabajo capitalista, creador de valor
social, al que supuestamente dieron lugar.

Tal parece que sólo el ideario vertido en torno a la Independencia, aislado del modo de
producción social que lo estructuró, significa lo más importante para esas versiones. El
pensamiento de los actores que la vivieron, desvinculado de sus intereses materiales de clases,
ha prevalecido en sus estudios. Ha sido analizada más desde el punto de vista ideológico,
religiosos, político, que económico social; y aun en estos análisis que hay, se omite su
vinculación con la estructura económica, con el proceso de producción dominante, como si no
existiera o fuera superfluo e irrelevante hacerlo.

En suma, los estudios que hay sobre la Independencia no vieron que la característica
económica esencial del régimen colonial, la producción de plustrabajo-valor, fue heredada al
México independiente. Al no percatarse de que la lucha de clases correspondió a los diferentes
intereses clasistas vertebrados por el modo de producción capitalista no íntegro, los análisis
sobre la Independencia resultan parciales e imprecisos, pues se despoja a la lucha de clases,
expresada en los diferentes conjuntos de relaciones sociales, del contenido material que le dio
vida.

De los autores contemporáneos que estudiaron la Independencia, hay dos que


caracterizan puntualmente a las corrientes ideológicas antes señaladas. Nos referimos a los
escritos El proceso ideológico de la revolución de independencia, de Luis Villoro, e Historia
de la Independencia de México, de M. S. Alperovich, citados anteriormente. Consideramos el
libro del filósofo español representante de la corriente monárquico-burguesa, y el del
historiador ruso representante de la corriente nacional-marxista. A continuación discutiremos
sus escritos, con el propósito de señalar sus deficiencias, y proponer de nuestra parte las
posibles soluciones.

A nuestro juicio, las tesis monárquico-burguesas principales de Villoro son:

a) que la Independencia sólo puede interpretarse de dos maneras, como “reacción tradicionalista
contra las innovaciones liberales de la península y en defensa de los valores hispánicos y
religiosos amenazados”; y como resultado “de la conmoción universal provocada por la
'Ilustración' y la revolución democrático burguesa de Francia”.4

b) que se inició porque “la casi totalidad de los puestos administrativos y militares importantes
y de los cargos eclesiásticos eran asignados a inmigrantes de la Península”. 5 Por lo tanto, “ Al
llegar al poder, el grupo de los 'letrados' se constituye en lo que podríamos llamar 'burocracia
revolucionaria'...en el sentido amplio de un grupo que, careciendo de propiedad y capital,
siendo económicamente improductivo, mantiene un puesto director en la sociedad gracias a su
función administrativa (...) condenada a propiciar las reformas para poder subsistir”.6

c) que los trabajadores no adquirieron “la conciencia de su situación oprimida”, más que por
medio de la “intelligentsia criolla”, poseedora de organización e ilustración.7

d) que para las masas populares la Independencia fue una “guerra santa”, “con la mentalidad
revolucionaria que se ha denominado milenarismo”8

4
Villoro, L., op., cit., p. 19.
5
lb., p. 22.
6
lb., p. 223.
7
lb., p. 41.
8
lb., pp. 84 y 86
e) que a diferencia de Hidalgo, cuya concepción ilustrada cedió ante la popular, “en Morelos el
proceso es el inverso: su personal concepción popular se transforma al contacto con las ideas
ilustradas criollas”, terminando por proteger a los “letrados criollos”.9

f) la concepción de la Independencia es originaria de la clase criolla letrada, pues “la


radicalización de la acción revolucionaria provoca, entonces, una transformación ideológica: los
dirigentes criollos se abren, cada vez más a las ideas democráticas 'modernas', en su versión
francesa y gaditana, propias del liberalismo europeo”10

Comencemos con la primera tesis. Como se aprecia, este autor silencia desde el
principio de su libro dos cosas; una, que la lucha entre la familia española haya estado infestada
de intereses materiales, propios del proceso de explotación social imperante; y dos, que a partir
de allí pueda elaborarse otra interpretación de la Independencia completamente distinta a las
dominantes, que reivindique los intereses de las clases explotadas, manifiestos en la pugna de
intereses clasistas antagónicos.

Para él, sólo las versiones que conceden relevancia a los actos de los conquistadores ya
sus descendientes en la lucha por la independencia nacional, son verdaderas o dignas de
tomarse en cuenta; las que atribuyen mérito a los actos de las clases explotadas y a los de sus
dirigentes, al contrario, son irrelevantes y no contribuyeron a definirla.

Su punto de vista no es original, pues repite las mismas ideas de los conservadores
Alamán y Bustamante, de principios del siglo XIX, afirmando que “Las mesnadas de Hidalgo,
entregadas al presente, anuncian el saqueo y la muerte” (p. 80). Se queja de que en la guerra
hubo saqueo y muerte, como si en trescientos años de conquista los mexicanos de entonces
hayan vivido en un lecho de rosas. Todo el régimen de explotación social instaurado por los
españoles, que se prolongó por siglos, para la sombría interpretación filosófica de nuestro autor
no existió, ni delineó el proceso independiente.

Villoro esconde en sus comentarios una de las partes sustantiva de la realidad social,
como lo es el régimen de producción social y las relaciones sociales respectivas -como lo hacen
todos los escritores burgueses-, para construir una historia parcial y torcida de la Independencia
al servicio de la cultura dominante. Esa parte sustantiva de la realidad social, proscrita por
nuestro filósofo de la historia en su análisis, es la que hemos estado animando a lo largo del
presente capítulo, teórica e históricamente.

Justamente a través del estudio del régimen de producción social es como se puede
elaborar una interpretación marxista de la Independencia, diferente también de las que nos
precedieron. Con ella se explica por qué la Independencia confirmó la estructura del
capitalismo no íntegro, los intereses fincados en la extracción de plustrabajo-valor y las
relaciones sociales sintetizadas en el peonaje comercial y religioso, a diferencia de lo que
sostienen Villoro y Alperovich. Así, mientras el primero sostiene que la Independencia incubó
innovaciones liberales propias de la revolución democrático burguesa francesa, el segundo
afirma que “Por sus tareas, se trataba de un movimiento antifeudal, pero al expresar

9
lb., p. 97 y 111
10
Ib., p. l07
objetivamente las necesidades del desarrollo capitalista que se veía frenado por el régimen
colonial, era en esencia una revolución burguesa anticolonial, aunque no diera solución a los
problemas sociales fundamentales.”11

Por su lado, el argumento que da nuestro filósofo para sostener su tesis, es que en la
época colonial había un “grupo económicamente hegemónico” “con posibilidades de una
acumulación fuerte y continua de capital” (página 24). Obviamente se trata de una mera
apología, una forma de rendir pleitesía de nuestro autor a las clases dominantes de entonces y
de ahora. Lo que ignora Villoro es que “grupo económicamente hegemónico” no es sinónimo
de burguesía explotadora de plusvalía ni de “acumulación de capital”. Utiliza conceptos
funcionalistas como el de grupo, que no sirven para ubicar el origen del capital, en tanto
explotación de trabajo asalariado y creación de trabajo social medio.

Hemos visto con anterioridad que la construcción del capitalismo por parte de la
burguesía en un determinado lugar implica, entre otras cosas, crear mercancías por medio del
trabajo socialmente necesario para su producción, vigente en esa u otras sociedades. La
producción de mercancías de manera diferente al modo capitalista íntegro –pero en relación con
él-, por medio simplemente de trabajo colectivo local, imposibilita el empleo del trabajo
socialmente necesario para su producción, condición que se supone debió haberla creado la
burguesía en la industria nacional. En el México colonial, familias acaudaladas como las
Fagoaga o Bassoco, como vimos en el inciso anterior, se dedicaron al comercio ya la
especulación de plustrabajo-valor, no de valor-capital, como cree este autor. La diferencia
teórica e histórica de ambos conceptos la explicamos en nuestra Introducción.

De tal forma que Villoro enaltece las supuestas virtudes económicas de la burguesía
mexicana, al presentarla en su versión tan progresista como las europeas. Pero no hay nada de
eso, más de quinientos años de miseria social generada por el régimen laboral del plustrabajo-
valor lo confirman. Al vestir a los criollos adinerados con ropajes ajenos, da a entender nuestro
autor que la finalización de la servidumbre, el predominio de la producción de plusvalor y el
inicio de la democracia burguesa, como sucedió en algunos países europeos con la aparición del
capitalismo, también se dio en México a partir de la Independencia.

Empero, sus esfuerzos por mostrar a la burguesía mexicana con los ajuares propios de
las burguesías revolucionarias europeas son vanos, pues la mona, aunque la vistan de seda,
mona se queda. Es decir, aunque se esmera por atribuirle virtudes revolucionarias, democráticas
y capitalistas, el hecho fue que la Independencia criolla coronada por Iturbide no la encabezó
una clase social nueva y diferente, en cuanto a sus condiciones materiales de producción,
distinta a las coloniales dominantes.

Esa fue la razón por la cual la clase criolla promonarquista de la Independencia no


expropió a los terratenientes coloniales, constituidos por hacendados y clero, ni modificó las
relaciones de propiedad en general; es decir, no fue revolucionaria. La cuestión agraria durante
la guerra, y posterior a ella, fue detenida a toda costa por esa misma clase criolla. Ello significó
que al no afectarse la gran propiedad revolucionariamente, mediante expropiación, la clase
criolla independentista frustró las aspiraciones de poseer un pedazo de tierra propia, libre del
11
Alperovich, M. S., op. cit., p. 278.
control hacendado-clerical, a las clases campesinas y trabajadoras que acompañaban a
insurgentes como Hidalgo o Morelos. De esta manera, la concentración de la tierra, como la
gran hacienda y el latifundismo clerical, seguía latente en los proyectos criollos, que incluía la
expropiación de los campesinos iniciada desde la conquista.

La posición político militar de la clase criolla tuvo como consecuencia mantener en


esencia las mismas condiciones sociales de explotación imperantes. Ataban así a las clases
trabajadoras al régimen de explotación de plustrabajo-valor vigente, protegiendo los intereses
criollos fincados en ese modo de producción sin emancipar a los campesinos de su yugo.

La oposición sistemática y permanente que enfrentó la clase criolla a las demandas de


las clases trabajadoras, las que se suponía eran sus aliadas de lucha, y que se habían sumado a
la guerra de Independencia con el propósito de destruir el régimen colonial, terminó por
expulsarlas, con el asesinato de Morelos, de su proyecto independiente. La probable alianza
entre campesinos y criollos en su lucha contra la colonia fue abortada por éstos.

La posibilidad de que el movimiento independentista hubiera recogido, aunque fuera


parcialmente, las reivindicaciones campesinas (fin del peonaje comercial y clerical, del tributo,
del sistema racial, de la discriminación, de la esclavitud, recuperación de las tierras comunales,
etc.) fue rechazado desde el principio por la clase criolla, pues atentaba contra sus intereses. Por
lo mismo, la Independencia no fue un movimiento que unificó diferentes intereses clasistas
nacionales contra los de la colonia. Fue un movimiento en el que la clase criolla se comportó
antidemocráticamente contra los intereses de las masas revolucionarias. Los intereses de la
clase criolla independentista impidieron que la Independencia iniciara y terminara como un
movimiento democrático.

Con la derrota política de Vicente Guerrero, más que militar, la conservación del modo
de producción capitalista no íntegro, ahora nacionalizado por la clase criolla, evitó cualquier
cambio estructural que propiciara el nacimiento de un proceso de trabajo creador de plusvalía.
Haber reafirmado con la Independencia el peonaje comercial y religioso, convierte a la clase
criolla, encomiada por Villoro, en una que rehuyó el reto histórico de constituirse en burguesía
íntegra, y de construir el capitalismo nacional.

Como vimos, la versión burguesa de la Independencia, que la explica como un conflicto


entre ideas tradicionales y liberales por un lado, o como resultado de los principios enarbolados
por la revolución francesa, por el otro, son parciales y sesgados, pues desatiende el verdadero
contenido material que la lucha de clases reivindicó en su nombre.

La tesis del inciso b), relativa a que la Independencia tuvo como una de sus causas
principales la inconformidad de los criollos, por no ser nombrados a los puestos importantes de
la burocracia real, desvía del análisis la verdadera causa social. Se trata de una interpretación de
corte weberiana, antimarxista, que pone el acento más en las aspiraciones subjetivas de los
individuos por conseguir prestigio, fama, etc., que en sus aspiraciones materiales como
integrantes de clases sociales. Supone que la clase política disputa entre sí los altos puestos
burocráticos, con el único incentivo de dirigir la sociedad. Esta tesis por lo mismo despoja a la
burocracia de su contenido de clase, o sea, de los intereses de las clases dominantes que
administra, al presentarla como un sector de “letrados”, “ilustrados”, profesionistas, etc.,
exentos de “propiedad y capital”.

El autor confunde, por lo mismo, poder político de la clase criolla, con dirección
administrativa de la burocracia criolla, es decir,
Estado-de clase, con aparato de Estado. No se da cuenta de que sus
“letrados e ilustrados” creaban desde un sector de la burocracia, si acaso, la ideología de la
burguesía no íntegra, directora en realidad, por medio de su Estado, de la imposición de su
régimen de trabajo a toda la sociedad. Sin embargo, los primeros burócratas que llegaron al
poder con Iturbide ni siquiera fueron intelectuales, sino miembros de las clases dominantes
excoloniales.

Villoro interpretó prejuiciosamente a la burocracia criolla. Creyó que con las gafas
weberianas se veía mejor, cuando lo que hizo en realidad fue cerrar los ojos para no verla tal
cual. Dice en su libro que cuando llegó al poder el grupo de “letrados”, se convirtió en
“burocracia revolucionaria”. Esto quiere decir que llegaron al poder primero con Iturbide, no
antes. Veamos si su tesis se sostiene.

Consecuente con el Plan de Iguala, base de la Independencia criolla, el próximo


emperador nombró la Junta Provisional Gubernativa. Fue el primer grupo de “letrados” que
ocupaban la nueva burocracia. Si recordamos que tanto los Tratados de Córdoba como dicho
Plan en sus artículos 13-15 dejaban las cosas como estaban, es decir, mantenían inalterable el
funcionamiento precisamente de la burocracia política, eclesiástica y militar de la colonia,
puede fácilmente comprenderse el tipo de administradores “ilustrados” que reunió la primera
Junta Provisional.

De las 38 personalidades que designó Iturbide para esa Junta, 6 de ellos estaban
relacionadas directamente con los obispados antiinsurgentes de Puebla, Michoacán, México y
Guadalajara (el presidente de la misma fue Antonio Joaquín Pérez Martínez, obispo de Puebla);
8 pertenecían a la milicia real (como Juan de O'Donojú, recién llegado de la península con el
cargo de “teniente general de los ejércitos españoles”, y Anastasio Bustamante, coronel real
michoacano, futuro Presidente de México por dos ocasiones y asesino de Vicente Guerrero en
183112); 14 habían tenido cargos importantes en la Audiencia, institución de gobierno criollo
que se opuso tenazmente, junto a los virreyes, a las reformas borbónicas encabezadas por José
de Gálvez, para eliminar el peonaje comercial y religioso desde 1765, y que luego será centro
de conspiradores (como Juan Francisco Azcárate, exinsurgente, y José María Fagoaga); 9
pertenecían a las familias más ricas de la excolonia, teniendo como actividades el gran
comercio, la minería platera, la banca y la gran hacienda (como Manuel de Heras, conde;
Miguel Cervantes, marqués; Juan Lobo, regidor de Veracruz; Francisco Manuel Sánchez de
Tagle, marqués; Pedro José Romero de Terreros, conde, etc.)13 He aquí el primer gobierno
“letrado” que tuvo México, burocracia de la que fue expulsada la participación de
exinsurgentes.
12
A través de documentos reunidos por José María Lafragua, primer biógrafo de Guerrero, el equipo de autores
dirigidos por Riva Palacio a fines del siglo XIX demuestra que la orden de asesinarlo provino de una junta de
ministros presidida por Bustamante. Véase Riva Palacio, Vicente, et. all, México a través de los siglos, v. IV,
Cumbre, México, 1977 Libro Primero, cap. XXI, pp. 260-276.
13
La lista completa y sus respectivas actividades vienen en lb. , pp., 11-12.
A partir de 1821, los grupos de políticos-burócratas que integraron los próximos
gabinetes, incluidos los de Victoria, Guerrero, Gómez Farías y Comonfort, estuvieron formados
fundamentalmente por dos bandos: liberales (yorkinos) y conservadores (escoceses). No
obstante, el grupo liberal nunca se atrevió, ni en la Cámara de Diputados, ni cuando tuvo el
poder Ejecutivo, ni cuando combatió al imperio de Maximiliano, lesionar los intereses del
capitalismo no íntegro abrazados por la clase criolla desde el inicio de su Independencia. La
razón de la actitud contradictoria y cobarde de los liberales durante todo el siglo XIX por no
dañar el principio de la gran propiedad agraria, fue que no constituían una clase social nueva,
opuesta al capitalismo no íntegro. El resultado fue que los liberales políticamente abrazaron
también como suyo el régimen latifundista y la producción de plustrabajo-valor; convirtiéndose
así en una categoría social subordinada al poder político de la burguesía no íntegra de origen
colonial, como lo veremos en el capítulo último.

Sin embargo, esta tesis va más bien encaminada a tratar de ocultar que el verdadero
motivo criollo para iniciar la Independencia, fue apropiarse de todo un vasto país, que
anualmente producía con sus casi seis millones de habitantes sojuzgados, alrededor de veinte
millones de pesos, sólo de tributo. La invasión de Francia sobre España en 1808, la abdicación
de su rey, y el gobierno intermitente de su hijo Fernando VII, desencadenaron la avalancha de
acontecimientos con los que justificaron su movimiento. La lucha criolla por el aparato de
Estado era sólo el vértice de la gran pirámide social que se disputaba. Por lo que su discurso y
actitud militar estuvo preñada desde el principio por los intereses materiales que plasmaron en
los acuerdos preparativos a la declaración de la Independencia (Tratados de Córdoba y Plan de
Iguala).

Lo que no sabían los “letrados criollos”, es que en esa lucha iban a intervenir las clases
trabajadoras, no precisamente como carne de cañón o masa manipulable a su servicio. La
participación de los campesinos y trabajadores en la guerra no fue para disputarse los empleos
burocráticos, o para apropiarse del régimen social de producción, sino para confiscar las
propiedades de españoles y criollos, a la vez que intentar destruir ese régimen de explotación.
La burocracia criolla independentista, como se aprecia, lejos de estar “condenada” en lo
sucesivo a ser “reformista”, como dice Villoro, estuvo condenada a reformar desde el Estado la
legislación que beneficiaba la economía de las clases conservadoras.

La tesis c), donde Villoro supone la intervención ilustrada de los criollos para
representar los intereses de las clases trabajadoras, falsea deliberadamente la historia. Niega y
oculta que las reivindicaciones sociales de las clases explotadas cristalizaron en la práctica
político militar de Hidalgo y Morelos. Engaña al lector al hacerle creer que la Independencia
firmada el 28 de septiembre de 1821 por la clase criolla contemplaba los intereses de los
trabajadores como clases explotadas. Esto es una burda mentira, pues se opuso al contenido
social que inspiró la primera Independencia, firmada por los insurgentes en plena revolución a
través del Congreso de Anáhuac casi ocho años antes, el6 de noviembre de 1813.

La Independencia criolla de 1821 fue en realidad la segunda conquista de los españoles


(criollos) sobre el pueblo mexicano. La imposición del capitalismo no íntegro se realizó como
en la conquista, militarmente; guerra en la que también, por segunda vez, sucumbieron
heroicamente los trabajadores y su proyecto mexicano de nación. Es cierto que no se trató de un
proyecto acabado de reconstrucción social.
Simplemente quisieron las clases dirigidas por Hidalgo y Morelos derribar los pilares del
peonaje comercial y clerical, que habían sostenido a la colonia por tres siglos; pero al menos
sus propósitos fueron revolucionarios. En cambio, la llamada intelligentsia criolla ni siquiera
realizó un remedo de lo que las burguesías íntegras europeas venían realizando, como el
liberalismo y la expropiación a la gran propiedad o su conversión en gran propiedad capitalista
íntegra; al contrario, se refugió en el fanatismo religioso y en la explotación de plustrabajo-
valor. Así, la clase criolla fue económica, política e ideológicamente, reaccionaria.

Si la Independencia en la versión “gaditana” de 1821 fue la que triunfó, como afirma


Villoro y el discurso dominante, no fue porque haya representado “ilustrada y
democráticamente” los intereses de los trabajadores, sino porque fue aniquilado el ejército
popular y asesinados sus dirigentes por las tropas reales, cada vez más inclinadas a la
Independencia tipo criolla (Calleja, Iturbide, etc.). Este autor rechaza y silencia, pues, el perfil
revolucionario de los insurgentes, contrario totalmente al de la clase criolla.

Los criollos y los insurgentes, aunque combatieron juntos por la Independencia, tenían
concepciones de clase harto diferentes sobre ella. Los primeros la entendían sólo como la
finalización del tributo colonial, conservando y apropiándose el régimen de explotación
imperante desde la colonia; los segundos la concebían como la emancipación del yugo español,
para lo cual tenían que destruir los intereses materiales de las clases dominantes, entre las
cuales se encontraban los criollos por quererlos perpetuar.

El supuesto radicalismo de los “criollos ilustrados” fue en realidad una manifestación de


terror ante la revolución insurgente de extracción popular, que sí se radicalizaba día a día. Una
vez iniciada, parecía que nadie ni nada la iba a detener. Así, por ejemplo, a los casi tres meses
de haberse iniciado la Independencia, Hidalgo decretó en Guadalajara, ciudad en la que halló
sosiego para perfilar el movimiento, varias medidas de suma importancia. Entre ellas pueden
mencionarse la abolición de la esclavitud, del tributo, y del monopolio de la pólvora, vino y
tabaco; también decretó la reducción de impuestos, y que se regresaran todas las tierras
originarias de las comunidades, usurpadas por los hacendados; asimismo abolió todas las
deudas que, por cuestión de rentas, debían las comunidades, ya que sus habitantes para subsistir
tenían que rentar sus propias tierras.

Por su parte, Morelos continuará, de manera más clara y decisiva, el ataque a muerte a
los intereses españoles, pero también a los intereses criollos. Por ejemplo, adelantándose a los
decretos que Hidalgo expedirá en Guadalajara, pero en su nombre, Morelos publica en El
Aguacatillo, el 17 de noviembre de 1810, la abolición de las cajas de comunidad, descritas en el
inciso anterior, la esclavitud, el tributo, y las deudas en general de todos los americanos14.
Morelos firmaba el documento, además de cura, como “teniente” del “Ejército de América”, del
que “el señor Hidalgo”, se dice ahí, es el “capitán general”. Ello significaba el fin del cuatequil,
de la encomienda, y de todo tipo de peonaje. Era en realidad el fin de la colonia, visto desde
los intereses de las clases explotadas. En otros documentos de similar importancia, como el del

14
Morelos, Antología documental, op. cit., p. 65
5 de octubre de 1813 en donde se abolió la esclavitud, Morelos de plano lo firma simplemente
como insurgente, sin el “cura”.

El inicio de la lucha armada significaba para las clases populares reiniciar el camino
histórico anterior a la conquista española, interrumpido violentamente por ésta. Los decretos de
Morelos representaban la conclusión, ni más ni menos, que de trescientos años de criminalidad
social española, disfrazada de evangelización. Los grandes ejércitos populares que rodearon a
Hidalgo y Morelos, estuvieron dispuestos desde el primer día a sacrificar la vida por algo que
hasta Dios les había negado: el derecho de ser hombres libres e iguales a los demás. El fin del
yugo español en su extensa expresión, la anhelada libertad, el disfrute de las tierras ancestrales,
la igualdad de los americanos, etc., eran los objetivos que el inicio de la Independencia había
despertado en cientos de miles de explotados, sintetizados magistralmente en el pensamiento
del revolucionario Morelos. Por eso las masas populares siguieron a Hidalgo ya Morelos, no
tanto porque fueran curas, sino porque luchaban por la emancipación nacional como si no
fueran curas. El partido de ambos prometía la libertad en la tierra, no en el cielo, por eso no
actuaron como curas, resignándose a aceptar el estado colonial como voluntad de Dios, sino
como revolucionarios, destruyendo con las armas la opresión terrenal del clero y de la clase
enemiga.

El decreto del nuevo gobierno expedido por el teniente Morelos no golpeaba sólo los
intereses de los españoles europeos, sino también los intereses de los españoles indultados y de
los criollos en general. Para el insurgente en su decreto sólo cabía hablar de dos clases en lucha:
los españoles o gachupines, y los americanos. Es de comprender que su actitud de hablar sólo
de españoles obedecía no a una arbitrariedad o negligencia en el escrito, de que pagaran justos
por pecadores, criollos por españoles. Las condiciones de la guerra a fines de 1810 no había
definido claramente en las diferentes regiones del país cuáles de los españoles y sus
descendientes eran monarquistas, y cuáles insurgentes. Por eso Morelos, mientras los criollos se
definían por luchar con los insurgentes o contra ellos, los englobó en una categoría,
precisamente en la clase social enemiga. Sus sospechas de que 1a clase criolla podía inclinarse
por la defensa de los intereses coloniales, y no por la defensa de los intereses populares, pronto
las confirmó.

A fines del siguiente año Morelos expide, ya como nuevo gobierno, otro importante
decreto. En Tixtla, el 25 de septiembre de 1811, ordena la rebaja del pago de obvenciones a la
mitad15. Otro golpe, ahora al clero. Significaba nada menos que la paralización del peonaje
religioso en esa zona, que por tres siglos había funcionado, aunque el decreto estaba dirigido
para todo el reino. Además, a los fieles les otorgaba el derecho de no pagar diezmo por ningún
producto nativo.

Estas y otras ideas más contenidas en la práctica política fulgurante de Morelos, nos
muestran lo que en realidad fue la radicalización y democratización de la Independencia, claro,
vista según los intereses de los oprimidos, y no de los opresores, como la ve Villoro.

No es nuestro propósito biografiar a Morelos como luchador social. Simplemente


queremos mostrar al lector que este insigne insurgente sabía a la perfección quienes eran los
15
lb., p. 69.
enemigos del pueblo, cómo democratizar la Independencia y como radicalizarla. Esa fue la
razón por la cual el proyecto de la clase criolla independentista, y el de las clases trabajadoras
insurgentes, divergió permanentemente. Conocedor del funcionamiento del peonaje comercial
durante la colonia, en plena campaña revolucionaria Morelos se dirigió en diciembre de 1812 a
los españoles de Tehuantepec diciéndoles:

Conoce (la América, d. a.) el principio constante y único que en sus operaciones ha
dirigido al gabinete español con respecto a las Indias, no ha sido otro que
condescender con el comercio de Cádiz y contemporizar con los consulados de
Veracruz y México, y en el día más, porque directamente éstos nos gobiernan. Que
los privados de nuestros católicos soberanos o ministros suyos, como siempre, han
mirádonos con sumo desprecio, han sido los verdugos de nuestra esclavitud,
sacrificándolo todo honor y reputación a su propio interés, y que no ha habido
condescendencias viles y criminales bajezas en que no hayan incurrido por su
propia conservación y en perjuicio de esta nación... Sabe que... incendiáis los
templos, robáis sus alhajas, rentas y vasos sagrados; profanáis éstos con traerlos
atados a las ancas de los caballos, para serviros de ellos en vuestras embriagueces;
hacéis un uso sacrílego de las preciosas vestiduras de la casa de Israel...y los que
escapan de esta inhumanidad, los pasan por las armas con inexplicable gozo de los
malditos gachupines, como pueden decirlo los habitantes de Valladolid y
Guadalajara, sin acordarse estos dragones infernales de la buena fe, unión y
confraternidad, que han usado los habitantes de este Nuevo Mundo con todos
ellos.16

Los grandes comerciantes peninsulares y criollos son los verdaderos gobernantes de la


colonia, enfatiza Morelos. Ellos son los verdugos y los criminales responsables de la esclavitud
popular. Sintetizan tres siglos de opresión y contra ellos y sus intereses se enderezaba la
Independencia encabezada por los insurgentes.

Idénticas apreciaciones sobre quiénes eran los verdaderos dueños de la colonia, y como
exterminarlos, tendrá la proclama de Francisco Xavier Mina, el mozo español que ofrendó su
vida junto a la de sus compañeros de armas por liberarla del yugo real y criollo. A más de seis
años de que Morelos identificara al enemigo y la forma de combatirlo, ya casi año y medio de
su asesinato, Mina en su proclama recomendaba esencialmente lo mismo. En Soto la Marina,
Tamaulipas, el 25 de abril de 1817, entre otras cosas Mina dijo: “Sólo el rey, los empleados y
los monopolistas son los que se aprovechan de la sujeción de América en perjuicio de los
americanos. Ellos, pues, son sus unidos enemigos y los que quieren eternizar el eterno (sic)
pupilaje en que los tienen, a fin de elevar su fortuna y la de sus descendientes sobre las ruinas
de este infeliz pueblo.” Recomendaba por lo mismo que “Sin echar por tierra en todas partes el
coloso del despotismo sostenido por los fanáticos monopolistas y cortesanos, jamás podremos
recuperar nuestra antigua dignidad.”17

Como Mina continuaba la lucha de Morelos, las tropas reales también lo consideraron
acérrimo enemigo; después de vencerlo y aprisionarlo en el fuerte de El Sombrero, Guanajuato,

16
lb., pp. 101-104.
17
La independencia de México, v. II, SEP-Instituto Mora, México, 1985, p. 170.
el virrey ordenó asesinarlo, medio año después. El intento de nuestro autor por suplantar la
conciencia de clase insurgente, por la “inteligencia ilustrada” de la clase criolla, como vimos, es
indemostrable.

Sobre la tesis d), según la cual Villoro afirma que la Independencia se expresó en las
masas populares como una “guerra santa”, de corte milenarista, tiene por objeto descalificar a
éstas como fuerzas revolucionarias, y ejemplo de lo que las clases trabajadoras pueden hacer en
su lucha contra las clases opresoras. Trata este autor de escamotear el contenido social de la
lucha de clases, tanto al interior de los insurgentes (criollos contra trabajadores), como entre
españoles e insurgentes. Demerita con ello la participación de los explotados en la guerra, a
quienes atribuye una conciencia rudimentaria y fantástica, propia de turbas extáticas, que no
pueden resolver una encrucijada social racionalmente. En el análisis de Villoro el mito sustituye
a la realidad, cuando habla de las masas insurgentes. Según él las masas no expresaron en su
práctica destructiva más que el mito del eterno retorno, un recomenzar el camino hacia el divino
paraíso perdido. Les imputa a éstas, por su baja condición social, es decir, de aglutinar “indios”,
carecer de la formación “ilustrada” para expresar sus intereses. Por eso se apoya en autores
antimarxistas como Karl Manheim, que privilegia la presencia de la ideología religiosa en las
explosiones sociales de origen campesino popular.

Pretende así nuestro filósofo de la historia convertir en cruzada la lucha de los


insurgentes, y no interpretarla como lo que fue, una lucha de clases que reivindicó intereses
antagónicos al interior de una formación social. Aparenta olvidar que la lucha de las clases
trabajadoras no fue por reconquistar la tierra santa o imponer una interpretación de Dios.
Lucharon por reivindicarse como explotados, fundamentalmente por intereses materiales, y no
solamente religiosos. El odio que se ganaron de las clases dominantes no fue por asumir una
visión diferente del evangelio, sino porque en sus planes se contemplaba la ocupación,
confiscación, embargo, etc., de sus grandes propiedades.

El pueblo y sus dirigentes naturales no iban por dos caminos diferentes. Caminaban por
la misma senda revolucionaria, plasmada en papel por el genio de Morelos. Hay que recordar
que éste, antes que declararse siervo del Señor, se declaró siervo de la nación; pero de la nación
insurgente, no de la criolla, que negó y se opuso militarmente a las transformaciones sociales.
El Congreso de Anáhuac, la más alta expresión racional de los insurgentes revolucionarios, el
que primero declaró la Independencia de este país el 6 de noviembre de 1813, se apropió
precisamente de esa “conciencia popular” vilipendiada por Villoro, como veremos.

Es cierto que en las reivindicaciones de los insurgentes el discurso e imágenes religiosas


estuvieron presentes. Pero han estado presentes también prácticamente en todas las guerras
burguesas o colonialistas contemporáneas. Ello no quiere decir, por ejemplo, que las
reivindicaciones teológicas de la burguesía italiana del siglo XVI (hasta Maquiavelo reconoce
la influencia del cristianismo en las virtudes del gonfaloneiro o Príncipe), hayan impedido
expresar sus intereses económicos con claridad. Es en este sentido que la Independencia no fue
una guerra santa ni mucho menos. Finalmente la lucha de clases hizo que los intereses
enfrentados se despojaran en el campo de guerra de toda piedad cristiana, para defenderlos con
la vida misma. Y estos representaban para las clases trabajadoras en suma el fin de la
explotación, mientras que para los españoles y clero la continuación de la misma. El epíteto de
“guerra santa” usado por Villoro, como se observa, adolece de imprecisión en el estudio de los
objetivos político-militares de los insurgentes y de las clases sociales que representaban.

En la tesis e) Villoro afirma que la “concepción popular” de Morelos fue sustituida por
otra “ilustrada”, propia de los criollos “letrados”, a los que terminó protegiendo. Se trata de
nueva cuenta de una mentira. La concepción criolla implicaba negociar con las clases
dominantes, no con las clases trabajadoras. Su meta consistía en arreglar los intereses
económicos de criollos y españoles en común, a través de la figura ideológica de la
Independencia. Ello significaba oponerse a los intereses económicos de las clases trabajadoras,
expresados claramente por su dirigente Morelos. Retorno de las tierras a las comunidades, fin
del peonaje y de las deudas, fin de la esclavitud, fin del monopolio comercial, fin de la
burocracia extranjera, fin de las extremosas obvenciones, fin a la marginación política, etc.,
eran los objetivos de Morelos y las clases populares; en esto no transigió nunca.Su
interpretación de lo que debla ser la Independencia siempre fue, entonces, popular, no
“ilustrada”. De lo contrario, habría aceptado permanentemente las condiciones de la clase
criolla independentista a partir de la Junta de Zitácuaro, que venía a recomponer el ejército
insurgente después del asesinato de Hidalgo, el 30 de julio de 1811. Mientras que criollos como
Ignacio López Rayón mantenían su lealtad a Fernando VII, Morelos, que en un principio
también suscribió esta idea, fue desechándola paulatinamente hasta suprimirla de sus objetivos.

1813 va a ser un año crucial en la concepción de Morelos sobre la lucha de clases por la
Independencia. O se monarquizaba en sus apreciaciones personales, volviéndose insensible a
los requerimientos de emancipación popular, inclinándose por la independencia política, como
afirma Villoro que le sucedió a Morelos, o se radicalizaba más como insurgente, no sólo a
través de proclamas o decretos individuales, sino como institución política del poder
revolucionario, inclinándose por la independencia económica, como en realidad le aconteció.

Ratificando su membresía como vocal de la Junta revolucionaria de Zitácuaro, Morelos


expide a fines de enero en Oaxaca un bando en el que ratifica la posición de las clases que
representa. Comienza diciéndoles a los oaxaqueños que la soberanía ya no es del rey, de sus
descendientes, o de los españoles. Ahora el poder de autogobernarse reside en el pueblo, en los
americanos, en los naturales del reino. Retornaba, en efecto, los argumentos jurídico políticos
que los criollos independentistas habían empleado años antes para justificar su separación de
España y de su rey. Por lo tanto, ¿cómo y para qué se va a utilizar esa soberanía? El cómo no
implicaba tantas diferencias entre criollos “ilustrados” e insurgentes “populares”. Tenía que ser
a través de un congreso soberano que ratificara la independencia y el nacimiento de la nueva
nación. El para qué de ese congreso, en cambio, les traería insalvables diferencias. Aquí es
donde el juicio de Villoro altera la historia. La respuesta a esta pregunta generará dos
concepciones diametralmente distintas que dividirán a criollos independentistas de insurgentes
nacionalistas. Morelos va a desechar de su concepción la alternativa criolla de Independencia, y
a profundizar la alternativa popular de la misma.

Morelos entendía que la única forma de ejercer la soberanía era instaurando un congreso
representativo de las zonas insurgentes liberadas del poder colonial. Su iniciativa será aprobada
por los criollos independentistas, miembros de la Junta, que comenzaban a agredirse entre sí
militarmente; se pondrá en práctica con la realización del Congreso de Anáhuac, en septiembre
de ese año. ¿Para qué? La forma en que ambas corrientes respondieron a esta pregunta, al
ejercicio de la soberanía, a la forma operativa de ejercer el nuevo poder político, los separó
definitivamente.

Morelos nunca titubeó en su concepción sobre el ejercicio del poder popular, o


soberanía. El poder del nuevo Estado, sus diferentes funciones, tendrían que servir para liberar
del yugo colonial a las clases explotadas. Trescientos años de sujeción exigían que el viejo
poder político, económico, jurídico, racial, fiscal, administrativo, represivo, burocrático,
religioso y cultural se destruyera y se rehiciera uno nuevo para los americanos libres en
igualdad de condiciones. Independencia significaba para él todo esto, no sólo libertad política.
Por eso ratificó en su bando a los oaxaqueños

Que ningún europeo quede gobernando en el reino.


Que se quiten todas las pensiones, dejando sólo los tabacos y alcabalas para
sostener la guerra y los diezmos y derechos parroquiales para sotención del clero.
Que queda abolida la hermosísima jerigonza de calidades indio, mulato, mestizo,
tente en el aire, etcétera, y sólo se distinga la regional, nombrándolos todos
generalmente americanos...Que, a consecuencia, nadie pagase tributo, como uno de
los predicados en santa libertad.
Que los naturales de los pueblos sean dueños de sus tierras (y) rentas, sin el fraude
de la entrada en las cajas.
Que éstos puedan entrar en constitución, los que sean aptos para ello.
Que éstos puedan comerciar lo mismo que los demás, y que por esta igualdad y
rebaja de pensiones, entren como los demás a la contribución de alcabalas, pues que
por ellos se bajó al cuatro por ciento, por aliviarlos en cuanto sea posible.
A consecuencia de ser libre toda América, no debe haber esclavos, y los amos que
los tengan los deben dar por libres sin exigirles dinero por su libertad; y ninguno en
adelante podrá venderse por esclavo, ni persona alguna podrá hacer esta compra, so
pena de ser castigado severamente. y de esta igualdad en calidades y libertades es
consiguiente el problema divino y natural, y es que sólo la virtud han de distinguir
al hombre y lo han de hacer útil a la Iglesia y al Estado (...) el americano que deba
cualquier cantidad al europeo, causada hasta la fecha de este bando, no la pagará...18

Para ratificar una por una las esperadas demandas enlistadas por Morelos se había
planeado el venidero Congreso de Anáhuac, a realizarse en Chilpancingo.

Cuando llegó el momento esperado, Morelos lo inauguró pronunciando un discurso que


sintetizaba su ideario como insurgente revolucionario, y por ende su concepción sobre la
Independencia. Morelos habló no a nombre suyo o de los insurgentes; habló a nombre de todos
los americanos, herederos de la patria perdida por la conquista española. Habló no sólo de los
tres años de lucha, sino de los trescientos años de opresión que habían transcurrido y se jugaban
en esa lucha. Se dirigió a los congresistas insurrectos haciéndolos reflexionar sobre la necesidad
de exterminar la odiosa herencia española, padecida durante la colonia. Asistían los
congresistas a una refundación de la nación mexicana, interrumpida por tres siglos de
explotación española. Por tanto, a España no se le debía nada, más que las cadenas de la
18
Morelos, Antología documental, op. cit., pp. 109-111.
esclavitud. Para Morelos la situación era excepcional, era un despertar libertario después de
haber dormido siglos en la oscuridad de la servidumbre; “estamos –dijo- metidos en la lucha
más terrible que han visto las edades de este continente; pende de vuestro valor y de la
sabiduría de vuestra majestad la suerte de seis millones de americanos, comprometidos en
nuestra honradez y valentía; ellos se ven colocados entre la vida o la muerte, entre la libertad o
la servidumbre.”19

Tras invocar los nombres de los antiguos caudillos de Tenochtitlan, Texcoco, Tlaxcala y
Michoacán como testigos de honor, Morelos celebra “...¡el fausto momento en que vuestros
ilustres hijos se han congregado para vengar vuestros ultrajes y desafueros y librarse de las
garras de la tiranía y fanatismo que los iba a sorber para siempre! Al 12 de agosto de 1521
sucedió el 14 de septiembre de 1813; en aquel se apretaron las cadenas de nuestra servidumbre
en México-Tenochtitlan; en este se rompen para siempre en el venturoso pueblo de
Chilpancingo.”20

Obsérvese que Morelos se refiere a los congresistas insurgentes como los “ilustres
hijos” que vengarán los ultrajes de la tiranía, rompiendo las cadenas de la servidumbre. Con
ello se demuestra que la concepción ilustrada de la Independencia, en todo caso, fue la
insurgente popular, y no la criolla, como supone Villoro. Igualmente se demuestra que el
pensamiento del siervo de la nación siempre estuvo permeado por los intereses de las clases
explotadas, y no por los de los criollos “letrados”.

Ese mismo histórico día pronunciará Morelos sus Sentimientos de la nación21, en 23


enunciados. En el primero sentenciará que América (se refiere a lo que después se denominará
México) es libre de España, de toda nación, gobierno o monarquía. En el tercero suprime el
peonaje clerical, limitando 1as obvenciones a los diezmos ya la voluntad de los fieles. El
onceavo habla de una reforma integral en la burocracia e instituciones de gobierno. De que las
leyes emanadas del Congreso moderen la opulencia y la indigencia, habla en el doceavo. Del
sometimiento a las leyes para todos, incluidos los que gozan de privilegios, habla en el
treceavo. La abolición de la esclavitud y de las castas viene en el quinceavo. La supresión de
todo tipo de impuesto colonial viene en el vigésimo segundo. ¿Estos eran los intereses de los
“letrados criollos” protegidos por Morelos, como afirma el doctor Villoro? Por supuesto que no.

Por lo que toca a la tesis f), según la cual la dirigencia criolla se democratiza y
moderniza “en su versión francesa y gaditana (es decir, de Cádiz, d. a.), propias del liberalismo
europeo”, no se trata más que de un delirio ideológico de Villoro. Se empecina en confundir al
lector, haciéndole creer que el latifundismo criollo y clerical, impulsor del conservadurismo y
de los imperios de Iturbide y Maximiliano, fue igual al jacobinismo revolucionario francés,
destructor de la monarquía real, del latifundismo y del feudalismo anquilosado.

Solamente alguien como él ignora asombrosamente que la revolución francesa llevó al


poder político a la burguesía, expropió a la “nobleza, impuso la producción capitalista como
dominante, y guillotinó al rey Luis XVI en 1793, representante del feudalismo y del

19
lb., p. 130.
20
Ib., p. 132.
21
lb., pp. 133-36
absolutismo. ¿Acaso hicieron algo parecido los criollos independentistas? Por supuesto que no.
La Independencia mexicana llevó al poder político a los ricos criollos que antes ya venían
funcionando al servicio de la corona; no expropió a ninguna clase social, puesto que ellos
representaban a los terratenientes, mineros, banqueros, etc.; confirmó el peonaje comercial y
religioso como régimen de trabajo; dio inició la producción capitalista no íntegra fabril; coronó
a Iturbide, y fijó las reglas políticas para que liberales y conservadores defendieran el
capitalismo no íntegro de la clase criolla dominante bajo distintas formas de gobierno. Así, la
revolución francesa y la guerra de Independencia mexicana no guardan semejanza alguna en
sus objetivos económico sociales, porque la primera reafirmó políticamente el capitalismo
íntegro y la ideología democrático burguesa, mientras que la segunda el régimen de producción
de plustrabajo-valor y la ideología monárquico imperial.

Ante estas medidas sociales que tomaba la Independencia ¿cuál fue la posición que
adoptaron los criollos como Allende, los hermanos Aldama, o Abasolo? En lugar de haber
secundado los decretos de Hidalgo, desde septiembre de 1810 ya habían acordado que el
movimiento no podía afectar los intereses de los criollos simpatizantes, es decir, de las clases
dominantes. Como se aprecia, la reacción de los criollos independentistas ante la insurgencia
popular no tuvo como resultado una “transformación ideológica” hacia las ideas democráticas
modernas, como supone nuestro autor. Los criollos, en lugar de apoyar política y militarmente a
los campesinos y trabajadores de las tropas de Hidalgo o Morelos, reprobaron su conducta y se
opusieron a éstas, a su ideario ya su estrategia militar. Esa fue la posición de Ignacio Allende,
José María Cos y Carlos María Bustamante, entre otros. En lugar de cerrar filas con los
insurgentes, buscaron negociar reiteradamente con el enemigo común, como lo eran las
autoridades virreinales y su ejército.

Así por ejemplo, a más de dos años de haber estallado la guerra de Independencia, el
doctor José María Cos, una de las “luces” de Morelos según Villoro, publicó un bando en
Dolores, Guanajuato, que comprometía los objetivos de las clases campesinas y trabajadoras
dirigidas por el siervo de la nación. El bando lo hizo circular en otros territorios dominados por
los insurgentes, de importantes asentamientos campesinos, como Guadalajara o San Luis
Potosí. Allí decía que, para lograr la Independencia, “Se trata de que establezcamos un
Congreso Nacional, representativo de nuestro monarca prisionero y conservador de sus
derechos en estos dominios...”22

Una reconciliación semejante recomendaba el entonces insurgente Carlos María de


Bustamante, en un documento que dirigió al ayuntamiento de México el 15 de abril de 1813, en
donde sugería intermediara con Calleja para llegar a un probable acuerdo.

Y no solamente en ese periodo fue que los criollos se opusieron a que la guerra
reivindicara los intereses populares, sino que se opusieron siempre, hasta expulsarlos
definitivamente del Plan de Iguala y de los Tratados de Córdoba, que consumaron su
Independencia.

22
lb., p. 17.
En efecto, “El Plan de independencia de la América Septentrional”, conocido en la
historia nacional como Plan de Iguala, fue dado a conocer por Iturbide en esa ciudad el 24 de
febrero de 1821 (fecha que, por cierto, en las efemérides patrias se conmemora el “Día de la
Bandera”). Por medio de este Plan, la guerra iniciada hacía más de diez años, por fin terminaba.
Vicente Guerrero, el último de los insurgentes, el insurgente tardío, estuvo de acuerdo con su
contenido, sellando la paz con el famoso “Abrazo de Acatempan”. Con el ejército trigarante
surgido de dicho Plan, se garantizaba la sepultura de la Nueva España, y el nacimiento no de la
República mexicana, sino del Imperio mexicano, presidido por la dinastía borbónica. Con el
triunfo de Iturbide los sueños de la intelectualidad criolla insurgente se hacían realidad. No fue
casual por lo mismo que varios de ellos provenientes de la agrupación “los guadalupes” como
Cos, Bustamante y José Joaquín Fernández de Lizardi, hayan buscado siempre el proyecto
criollo de Independencia, y censurado el popular de Hidalgo y Morelos23.

Sí, el Plan de Iguala, obra de la clase criolla independentista, derroche de ideas


democráticas modernas, “propias del liberalismo europeo” según Villoro, suprimía la esclavitud
colonial y, con su Independencia, iniciaba la esclavitud imperial y conservadora, en beneficio
de la mayoría de las antiguas clases dominantes. Su contenido político, por cierto, arrastrará al
país a una serie de guerras y pérdidas territoriales importantísimas, en los próximos cincuenta
años.

El Plan de Iturbide es el primer escrito oficial que critica y rechaza el proyecto de


Hidalgo, quien “tantas desgracias originó al pueblo del las delicias por el desorden, abandono y
otra multitud de vicios”.24 Los alcances de las grandes ideas democráticas criollas, “propias del
liberalismo europeo”, quedaron grabados en el Plan de Iguala así:

1. La religión católica apostólica romana sin tolerancia de otra alguna.


2. La absoluta independencia de este Reino.
3. Gobierno monárquico, templado por una Constitución análoga al país.
4. Fernando séptimo, y en su caso los de su dinastía, o de otra reinante, serán los
emperadores, para hallarnos con un monarca de forma y de hechos y precaver los
atentados de la ambición.
5. Habrá una Junta interior e interinamente, mientras se reúnen Cortes que hagan
efectivo este Plan.
6. Está se nombrará Gubernativa y se compondrá por los vocales ya propuestos al
señor virrey (…)

23
Preparando el camino para su arribo al gobierno de Iturbide, Fernández de Lizardi, "el pensador mexicano",
publicó el I de marzo de 1821 un diálogo denominado "Chamorro y Dominguín", en donde el primero decía: "
¿quiénes han sido los promotores y secuaces de la insurrección de esta infeliz América hasta nuestros días?
Harrieros, caporales, banqueros, cocheros, uno que otro abogado sin banca, y tal cual clérigo desesperado. He aquí
nuestros famosos generales, y nuestras subordinadas y aguerridas tropas, compuestas, las más veces, de forajidos
pobres, y de incautos alucinados sin disciplina, orden, armas, auxilios ni subordinación." En otra parte del diálogo
Chamorro continúa: "De la España ha de venir la independencia de la América. Se ha de caer la brava de madura;
cuando la España advierta, y no será muy 1ejos, que la América les es demasiado gravosa..." Para concluir
diciendo: "Europeos hermanos nuestros, unámonos en la opinión. Si la dividimos, vosotros y nosotros pereceremos
los unos a manos de os otros. Afuera ridículas denominaciones de gachupines y criollo”. Ib., pp. 215, 216 y 221.
24
Ib., p., 199.
12. Todos los habitantes de él, sin otra distinción que su mérito y virtudes son
ciudadanos para optar cualquier empleo.
13. Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas.
14. El clero secular y regular será conservado en todos sus fueros y propiedades.
15. Todos los ramos del Estado y empleos públicos subsistirán como en el día y
sólo serán removidos los que se opongan a este Plan, y sustituidos por los que más
se distingan en su adhesión, virtud y mérito.25

Clero, imperio borbónico, democracia en los empleos, clases dominantes (hacendados,


mineros, comerciantes, etc.) peonaje comercial, peonaje religioso, y Estado conservador, era lo
que la clase criolla entendía por Independencia, aquello por lo que se había luchado durante
diez años y había costado 500 mil muertos. La posición de criollos como Allende, los Aldama,
etc., manifiestan en 1810, de que las clases populares no afectaran sus intereses, se confirmaba
diez años después, como condición de la Independencia.

Ya como Presidente, Guerrero se arrepentirá de su actitud. La Independencia que le


había prometido Iturbide se desenmascaró. La gota que derramó el vaso fue haber tratado en su
gobierno de regular y en su caso de afectar las propiedades inmensas del clero y de los
terratenientes españoles expulsados por monarquistas. Esto era imposible hacerlo en la nación
de la clase criolla, y comenzó ésta a conspirar en su contra, mediante el Plan de Jalapa, en
diciembre de 1829. Con el Plan se sublevaba el ejercito de reserva de Veracruz y Campeche,
proponiendo al vicepresidente Bustamante ya Santa Anna como sus cabecillas26. Aliándose con
liberales radicales como Lorenzo de Zavala, entre otros, se enfrentarán armadamente a los
intereses criollos y del clero, defendidos por Nicolás Bravo, excompañero de Morelos. Pero ya
era demasiado tarde para enmendar su error, y no le quedó más remedio que vestirse
nuevamente de insurgente y apoyarse en el pueblo armado, antes de ser asesinado.

Nuestro filósofo de la historia, por cierto hegeliano, y seguidor del a su vez hegeliano e
idealista español Ortega y Gasset, nos presenta en su libro un cuadro encantador y fantasioso
inspirado en esa filosofía27. Nos presenta una Independencia cuajada de ideas y situaciones
vivenciales, mas no de intereses materiales clasistas en liza. Y de los que chocan en la guerra,
sólo considera a los intereses criollos, expresados por él ideológica y filosóficamente. Su visión
de la Independencia es por lo tanto la visión de los gachupines, de Iturbide, del clero y de las
clases dominantes no íntegras mexicanas.

25
Ib., p. 198-99.
26
Los pormenores de la sublevación contra Guerreo se encuentran en Riva Palacio, V., et. al, México a través de
los siglos, op. cit., pp. 210 226.
27
Otro filósofo que interpreta con los ojos de Hegel-Ortega y Gasset la historia social mexicana es Leopoldo Zea.
Por ejemplo, a las disputas entre conservadores y liberales por el control de un aparato de Estado al servicio de la
burguesía no integra, las ve como una "Violenta lucha por una doble utopía, la del conservadurismo que nada
quería saber de una nueva imagen del hombre; y la de un liberalismo que creía no tener nada que ver con un
pasado que, de alguna forma, había originado." La filosofía americana como filosofía sin más, México, Siglo XXI.
16ª ed.. 1996, pp. 9. La misma interpretación mística se encuentra a lo largo de otro de sus libros, ¿Por qué
América?, UANM, 1988.

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