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Interpretaciones de la Independencia*
La opresión del campesinado y demás clases laboriosas por parte de las clases
dominantes aumentó considerablemente, con los cambios suscitados por las reformas
borbónicas. Los métodos de extracción de plustrabajo-valor como el peonaje comercial y
clerical, atizados por los crecientes gastos militares de la corona en su guerra contra Francia,
diezmaron las condiciones de vida en infinidad de comunidades campesinas. El despotismo
ilustrado, así llamado por apologistas de la colonia como Brading 1, fue sinónimo de
misoneísmo, más explotación y destrucción social en el México dieciochesco. La era borbónica
no consolidó el poder de la nueva clase social, la burguesía, cargada de capital y razón, como
sucedió con algunas monarquías europeas. Consolidó más bien el poder de la burguesía no
íntegra, cargada de peonaje y conservadurismo clerical.
El régimen social de la colonia desde sus inicios trajo como resultado la lucha de clases.
Lucha no sólo entre fracciones de conquistadores por el botín, sino entre éstos y los
conquistados. Es comprensible que en los lugares geográficos con mayores asentamientos de
vencidos, la lucha de clases se exacerbó. A mayor número de campesinos comunitarios, mayor
número de autoridades reales y sus personeros. La producción de plustrabajo-valor exigía la
combinación de los productores directos y las clases que se apropiaban el producto,
principalmente en las haciendas que consumían trabajo comunal.
Una de las mayores insurrecciones que hubo en la colonia fue la que protagonizaron los
“indígenas” chiapanecos en 1612. Tierra fértil y copiosa fuerza de trabajo eran estrujadas por
hacendados y autoridades, ayudados por religiosos. Alrededor de 20 mil sublevados se alzaron
contra las clases dominantes, personificadas por autoridades y clérigos, algunos de los cuales
fueron asesinados. Juan García, Gaspar Pérez y Juan López dirigían a los insurrectos, quienes
fueron derrotados meses después por tropas pertenecientes a la capitanía de Guatemala ya la
Nueva España.2
En 1761 estalló otra gran insurrección, en Sotuta, provincia de Yucatán. Jacinto Canek
fue el jefe de los sublevados, y había adoptado ese apellido en remembranza del último
representante de la dinastía autóctona. Tras derrotar a las fuerzas españolas del lugar, y crecer
en número la insurrección, el gobernador concentró a todas sus tropas para hacerle frente. La
derrota de la oposición sobrevino por el rudimentario armamento usado, consistente en arcos y
flechas. El castigo a los insurrectos fue ejemplar, al haber atentado contra el funcionamiento del
proceso de trabajo dominante. La venganza civil y religiosa se fundieron en una sola. A Jacinto
Canek, por ejemplo, lo descuartizaron por órdenes de las autoridades españolas; le cortaron las
manos y los pies y, después de esto, lo quemaron vivo.
La bibliografía más completa que ha sido compilada sobre la Independencia, hasta 1960,
fue elaborada por el historiador ruso
Alperovich, en un apartado de su libro intitulado “La historiografía de la guerra libertadora del
pueblo mexicano”3. Allí reseña casi centenar y medio de libros escritos por mexicanos,
españoles, estadounidenses, franceses, alemanes, ingleses, centroamericanos y rusos, de todas
las ideologías y de todos los tiempos.
De la primera mitad del siglo XIX reseña escritos como los de Juan López Cancelada
(1811 ), para quien la Independencia fue obra de Iturrigaray, así como la respuesta que dio
Servando Teresa de Mier (1817) a esa versión parcial. De ese periodo comenta brevemente a
los escritos mexicanos clásicos de la Independencia, como los de Carlos María de Bustamante
(1821-27), Lorenzo de Zavala (1831) y José María Luis Mora. De la segunda mitad del mismo
siglo comenta los escritos de Lucas Alamán (1849-52), para quien la Independencia fue obra de
los intereses españoles representados por Iturbide, así como las diferentes respuestas que
recibió, como las de José María Liceaga (1868), José María Lafragua (1874), Vicente Riva
Palacio (1888-89) o Genaro García (1903). Para la primera mitad del siglo XX Alperovich
comenta escritos que reprodujeron la posición conservadora y reaccionaria de Alamán, como
los de Francisco Bulnes (1910), Antonio Gibaja (1926-35), José Vasconcelos (1935) y Toribio
Esquivel Obregón (1943).
Todas las interpretaciones sobre la Independencia aludidas por el autor ruso, pueden
dividirse en dos grandes corrientes: a) la corriente monárquico-burguesa, caracterizada por
otorgar su éxito político, militar, ideológico, constitucional, etc., a la dirección de los ricos e
ilustrados criollos proespañoles y; b) la corriente nacional-marxista, que concede su orientación
popular, anticolonial, republicana, federalista y burguesa, a la dirigencia revolucionaria ya las
clases campesinas en las que se apoyó.
Entre otras cosas, la primera corriente afirma que antes, durante y después de la
Independencia, fueron las privilegiadas clases pudientes las autoras del progreso material, las
protectoras de los “indígenas”, de la cultura hispana y deja religión católica, labor entorpecida
sólo por la participación destructiva de los insurgentes y de las masas populares que dirigieron.
Sus objetos de estudio son las apologéticas biografías del poder; la cronología de la vida
diplomática y palaciega; las añoranzas por el pasado; los grandes proyectos de la
administración pública; la historia de la logia escocesa y del partido conservador; la historia de
3
Alperovich, M. S., op. cit., p. 284-326.
la Iglesia y de la cultura popular religiosa, las disputas internas de la burocracia política; las
disputas de los diferentes grupos por gobernar; la realización de congresos; las discusiones por
establecer la Constitución; por armar el gabinete; etc.; en suma, las cuestiones relativas a la
superestructura jurídico ideológica de la nueva nación, vista por los conservadores. El poder
político y económico del Estado, representado por las antiguas clases dominantes en la nueva
nación, nunca lo cuestiona. Por eso el estudio de las relaciones de producción y del régimen de
trabajo colonial, heredado al México independiente, está descartado. Nada más natural que esta
corriente traduzca la Independencia sólo como el fin del tributo colonial, y no como el fin de los
intereses materiales de las anteriores clases dominantes (clero, hacendados, comerciantes,
mineros, etc.). Sus héroes son Iturrigaray, Calleja, O'Donojú e Iturbide: Los problemas
económico sociales arrastrados desde la colonia, como el peonaje comercial y religioso, no
existieron para ella o no los considera causas de la Independencia ni, por lo mismo, temas
urgentes por resolver.
La segunda corriente asegura que la explosión social fue resultado de siglos de opresión
de las clases dominantes sobre el pueblo en general. El grito de Dolores es el rebato de la
emancipación, retrasada por las repetidas traiciones de criollos y clero durante el movimiento
independiente. Sus objetos de estudio privilegian las hazañas del pueblo armado y de sus
dirigentes; la ruptura con España y con sus representantes mexicanos incondicionalmente; el
Congreso de Anáhuac, y la Constitución de Apatzingán; la historia de la logia yorkina y del
partido liberal; la historia de la civilidad; las administraciones fraudulentas y corruptas de los
conservadores; etc.; en suma, las cuestiones relativas a la superestructura jurídico ideológica de
la nación mexicana. Cuestiona el poder político y económico, pero de la Iglesia, al igual que las
condiciones de miseria social que imperaron en la colonia. Sus héroes son Hidalgo, Allende,
Morelos y Guerrero. Para esta posición la Independencia rompió no sólo las cadenas coloniales,
sino también con las formas de opresión económico sociales creadas por la conquista y por la
dominación española, llevando al poder a la naciente burguesía mexicana, creadora de la
soberanía nacional, Constitución federalista, ideología liberal, y bases económico mercantiles
de corte burgués. Esta corriente agrega que, a pesar de que la Independencia forjó las premisas
para el desarrollo capitalista nacional, por diferentes causas internas y externas al país, éste se
frustró; el enorme atraso social y económico, las constantes guerras propiciadas por la
oposición del clero-conservadores al gobierno civil, y la aparición temprana de potencias
capitalistas como Inglaterra y Estados Unidos, entre otras, lo obstaculizaron.
Las semejanzas y desemejanzas que aludimos se remontan, más bien, a la teoría del
conocimiento sobre la producción social que ambas corrientes emplean. En especial a la teoría
que les sirve para explicar lo que es una sociedad capitalista y demás conceptos inherentes,
como los de revolución burguesa, clases sociales, Estado popular, nación, soberanía, progreso
económico, relaciones sociales de clase, derecho, propiedad privada, pequeña o gran propiedad,
acumulación de capital, etc.
De esta manera ninguna de las corrientes pudo demostrar que dicha coyuntura haya
representado un hito económico político, o periodo de transición, entre dos regímenes de
producción diferentes, uno saliente y otro entrante. Para demostrarlo, tenían que haber
especificado el proceso de trabajo predominante que se encontraba antes de la Independencia,
así como el que se fue perfilando durante la lucha, o se desarrolló después de su conclusión. La
comparación entre ambos procesos de trabajo era indispensable, para corroborar si en realidad
la Independencia surgió en medio de dos sociedades diferentes, una feudal en la penumbra, y
otra burguesa en la alborada, cuya expresión fue el ideario insurgente, creado al calor de la
lucha y enriquecido después de su consumación. Dicho en otras palabras, las interpretaciones
sobre la Independencia no vinculan el aspecto ideológico de los insurgentes, en sus
modalidades monarquista y anticolonial, con el modo de producción social al que representaban
y al que supuestamente se opusieron. Al no hacerlo, las aseveraciones sobre que fue un
movimiento social dirigido por la naciente burguesía, en contra de los intereses coloniales de
tipo feudal, son gratuitos, por carecer de demostración objetiva; es decir, no logran probar con
hechos la vinculación coherente entre las ideas y proyectos de los insurgentes, supuestos
representantes de la burguesía en ciernes, y el proceso de trabajo capitalista, creador de valor
social, al que supuestamente dieron lugar.
Tal parece que sólo el ideario vertido en torno a la Independencia, aislado del modo de
producción social que lo estructuró, significa lo más importante para esas versiones. El
pensamiento de los actores que la vivieron, desvinculado de sus intereses materiales de clases,
ha prevalecido en sus estudios. Ha sido analizada más desde el punto de vista ideológico,
religiosos, político, que económico social; y aun en estos análisis que hay, se omite su
vinculación con la estructura económica, con el proceso de producción dominante, como si no
existiera o fuera superfluo e irrelevante hacerlo.
En suma, los estudios que hay sobre la Independencia no vieron que la característica
económica esencial del régimen colonial, la producción de plustrabajo-valor, fue heredada al
México independiente. Al no percatarse de que la lucha de clases correspondió a los diferentes
intereses clasistas vertebrados por el modo de producción capitalista no íntegro, los análisis
sobre la Independencia resultan parciales e imprecisos, pues se despoja a la lucha de clases,
expresada en los diferentes conjuntos de relaciones sociales, del contenido material que le dio
vida.
a) que la Independencia sólo puede interpretarse de dos maneras, como “reacción tradicionalista
contra las innovaciones liberales de la península y en defensa de los valores hispánicos y
religiosos amenazados”; y como resultado “de la conmoción universal provocada por la
'Ilustración' y la revolución democrático burguesa de Francia”.4
b) que se inició porque “la casi totalidad de los puestos administrativos y militares importantes
y de los cargos eclesiásticos eran asignados a inmigrantes de la Península”. 5 Por lo tanto, “ Al
llegar al poder, el grupo de los 'letrados' se constituye en lo que podríamos llamar 'burocracia
revolucionaria'...en el sentido amplio de un grupo que, careciendo de propiedad y capital,
siendo económicamente improductivo, mantiene un puesto director en la sociedad gracias a su
función administrativa (...) condenada a propiciar las reformas para poder subsistir”.6
c) que los trabajadores no adquirieron “la conciencia de su situación oprimida”, más que por
medio de la “intelligentsia criolla”, poseedora de organización e ilustración.7
d) que para las masas populares la Independencia fue una “guerra santa”, “con la mentalidad
revolucionaria que se ha denominado milenarismo”8
4
Villoro, L., op., cit., p. 19.
5
lb., p. 22.
6
lb., p. 223.
7
lb., p. 41.
8
lb., pp. 84 y 86
e) que a diferencia de Hidalgo, cuya concepción ilustrada cedió ante la popular, “en Morelos el
proceso es el inverso: su personal concepción popular se transforma al contacto con las ideas
ilustradas criollas”, terminando por proteger a los “letrados criollos”.9
Comencemos con la primera tesis. Como se aprecia, este autor silencia desde el
principio de su libro dos cosas; una, que la lucha entre la familia española haya estado infestada
de intereses materiales, propios del proceso de explotación social imperante; y dos, que a partir
de allí pueda elaborarse otra interpretación de la Independencia completamente distinta a las
dominantes, que reivindique los intereses de las clases explotadas, manifiestos en la pugna de
intereses clasistas antagónicos.
Para él, sólo las versiones que conceden relevancia a los actos de los conquistadores ya
sus descendientes en la lucha por la independencia nacional, son verdaderas o dignas de
tomarse en cuenta; las que atribuyen mérito a los actos de las clases explotadas y a los de sus
dirigentes, al contrario, son irrelevantes y no contribuyeron a definirla.
Su punto de vista no es original, pues repite las mismas ideas de los conservadores
Alamán y Bustamante, de principios del siglo XIX, afirmando que “Las mesnadas de Hidalgo,
entregadas al presente, anuncian el saqueo y la muerte” (p. 80). Se queja de que en la guerra
hubo saqueo y muerte, como si en trescientos años de conquista los mexicanos de entonces
hayan vivido en un lecho de rosas. Todo el régimen de explotación social instaurado por los
españoles, que se prolongó por siglos, para la sombría interpretación filosófica de nuestro autor
no existió, ni delineó el proceso independiente.
Villoro esconde en sus comentarios una de las partes sustantiva de la realidad social,
como lo es el régimen de producción social y las relaciones sociales respectivas -como lo hacen
todos los escritores burgueses-, para construir una historia parcial y torcida de la Independencia
al servicio de la cultura dominante. Esa parte sustantiva de la realidad social, proscrita por
nuestro filósofo de la historia en su análisis, es la que hemos estado animando a lo largo del
presente capítulo, teórica e históricamente.
Justamente a través del estudio del régimen de producción social es como se puede
elaborar una interpretación marxista de la Independencia, diferente también de las que nos
precedieron. Con ella se explica por qué la Independencia confirmó la estructura del
capitalismo no íntegro, los intereses fincados en la extracción de plustrabajo-valor y las
relaciones sociales sintetizadas en el peonaje comercial y religioso, a diferencia de lo que
sostienen Villoro y Alperovich. Así, mientras el primero sostiene que la Independencia incubó
innovaciones liberales propias de la revolución democrático burguesa francesa, el segundo
afirma que “Por sus tareas, se trataba de un movimiento antifeudal, pero al expresar
9
lb., p. 97 y 111
10
Ib., p. l07
objetivamente las necesidades del desarrollo capitalista que se veía frenado por el régimen
colonial, era en esencia una revolución burguesa anticolonial, aunque no diera solución a los
problemas sociales fundamentales.”11
Por su lado, el argumento que da nuestro filósofo para sostener su tesis, es que en la
época colonial había un “grupo económicamente hegemónico” “con posibilidades de una
acumulación fuerte y continua de capital” (página 24). Obviamente se trata de una mera
apología, una forma de rendir pleitesía de nuestro autor a las clases dominantes de entonces y
de ahora. Lo que ignora Villoro es que “grupo económicamente hegemónico” no es sinónimo
de burguesía explotadora de plusvalía ni de “acumulación de capital”. Utiliza conceptos
funcionalistas como el de grupo, que no sirven para ubicar el origen del capital, en tanto
explotación de trabajo asalariado y creación de trabajo social medio.
Hemos visto con anterioridad que la construcción del capitalismo por parte de la
burguesía en un determinado lugar implica, entre otras cosas, crear mercancías por medio del
trabajo socialmente necesario para su producción, vigente en esa u otras sociedades. La
producción de mercancías de manera diferente al modo capitalista íntegro –pero en relación con
él-, por medio simplemente de trabajo colectivo local, imposibilita el empleo del trabajo
socialmente necesario para su producción, condición que se supone debió haberla creado la
burguesía en la industria nacional. En el México colonial, familias acaudaladas como las
Fagoaga o Bassoco, como vimos en el inciso anterior, se dedicaron al comercio ya la
especulación de plustrabajo-valor, no de valor-capital, como cree este autor. La diferencia
teórica e histórica de ambos conceptos la explicamos en nuestra Introducción.
De tal forma que Villoro enaltece las supuestas virtudes económicas de la burguesía
mexicana, al presentarla en su versión tan progresista como las europeas. Pero no hay nada de
eso, más de quinientos años de miseria social generada por el régimen laboral del plustrabajo-
valor lo confirman. Al vestir a los criollos adinerados con ropajes ajenos, da a entender nuestro
autor que la finalización de la servidumbre, el predominio de la producción de plusvalor y el
inicio de la democracia burguesa, como sucedió en algunos países europeos con la aparición del
capitalismo, también se dio en México a partir de la Independencia.
Empero, sus esfuerzos por mostrar a la burguesía mexicana con los ajuares propios de
las burguesías revolucionarias europeas son vanos, pues la mona, aunque la vistan de seda,
mona se queda. Es decir, aunque se esmera por atribuirle virtudes revolucionarias, democráticas
y capitalistas, el hecho fue que la Independencia criolla coronada por Iturbide no la encabezó
una clase social nueva y diferente, en cuanto a sus condiciones materiales de producción,
distinta a las coloniales dominantes.
Con la derrota política de Vicente Guerrero, más que militar, la conservación del modo
de producción capitalista no íntegro, ahora nacionalizado por la clase criolla, evitó cualquier
cambio estructural que propiciara el nacimiento de un proceso de trabajo creador de plusvalía.
Haber reafirmado con la Independencia el peonaje comercial y religioso, convierte a la clase
criolla, encomiada por Villoro, en una que rehuyó el reto histórico de constituirse en burguesía
íntegra, y de construir el capitalismo nacional.
La tesis del inciso b), relativa a que la Independencia tuvo como una de sus causas
principales la inconformidad de los criollos, por no ser nombrados a los puestos importantes de
la burocracia real, desvía del análisis la verdadera causa social. Se trata de una interpretación de
corte weberiana, antimarxista, que pone el acento más en las aspiraciones subjetivas de los
individuos por conseguir prestigio, fama, etc., que en sus aspiraciones materiales como
integrantes de clases sociales. Supone que la clase política disputa entre sí los altos puestos
burocráticos, con el único incentivo de dirigir la sociedad. Esta tesis por lo mismo despoja a la
burocracia de su contenido de clase, o sea, de los intereses de las clases dominantes que
administra, al presentarla como un sector de “letrados”, “ilustrados”, profesionistas, etc.,
exentos de “propiedad y capital”.
El autor confunde, por lo mismo, poder político de la clase criolla, con dirección
administrativa de la burocracia criolla, es decir,
Estado-de clase, con aparato de Estado. No se da cuenta de que sus
“letrados e ilustrados” creaban desde un sector de la burocracia, si acaso, la ideología de la
burguesía no íntegra, directora en realidad, por medio de su Estado, de la imposición de su
régimen de trabajo a toda la sociedad. Sin embargo, los primeros burócratas que llegaron al
poder con Iturbide ni siquiera fueron intelectuales, sino miembros de las clases dominantes
excoloniales.
Villoro interpretó prejuiciosamente a la burocracia criolla. Creyó que con las gafas
weberianas se veía mejor, cuando lo que hizo en realidad fue cerrar los ojos para no verla tal
cual. Dice en su libro que cuando llegó al poder el grupo de “letrados”, se convirtió en
“burocracia revolucionaria”. Esto quiere decir que llegaron al poder primero con Iturbide, no
antes. Veamos si su tesis se sostiene.
De las 38 personalidades que designó Iturbide para esa Junta, 6 de ellos estaban
relacionadas directamente con los obispados antiinsurgentes de Puebla, Michoacán, México y
Guadalajara (el presidente de la misma fue Antonio Joaquín Pérez Martínez, obispo de Puebla);
8 pertenecían a la milicia real (como Juan de O'Donojú, recién llegado de la península con el
cargo de “teniente general de los ejércitos españoles”, y Anastasio Bustamante, coronel real
michoacano, futuro Presidente de México por dos ocasiones y asesino de Vicente Guerrero en
183112); 14 habían tenido cargos importantes en la Audiencia, institución de gobierno criollo
que se opuso tenazmente, junto a los virreyes, a las reformas borbónicas encabezadas por José
de Gálvez, para eliminar el peonaje comercial y religioso desde 1765, y que luego será centro
de conspiradores (como Juan Francisco Azcárate, exinsurgente, y José María Fagoaga); 9
pertenecían a las familias más ricas de la excolonia, teniendo como actividades el gran
comercio, la minería platera, la banca y la gran hacienda (como Manuel de Heras, conde;
Miguel Cervantes, marqués; Juan Lobo, regidor de Veracruz; Francisco Manuel Sánchez de
Tagle, marqués; Pedro José Romero de Terreros, conde, etc.)13 He aquí el primer gobierno
“letrado” que tuvo México, burocracia de la que fue expulsada la participación de
exinsurgentes.
12
A través de documentos reunidos por José María Lafragua, primer biógrafo de Guerrero, el equipo de autores
dirigidos por Riva Palacio a fines del siglo XIX demuestra que la orden de asesinarlo provino de una junta de
ministros presidida por Bustamante. Véase Riva Palacio, Vicente, et. all, México a través de los siglos, v. IV,
Cumbre, México, 1977 Libro Primero, cap. XXI, pp. 260-276.
13
La lista completa y sus respectivas actividades vienen en lb. , pp., 11-12.
A partir de 1821, los grupos de políticos-burócratas que integraron los próximos
gabinetes, incluidos los de Victoria, Guerrero, Gómez Farías y Comonfort, estuvieron formados
fundamentalmente por dos bandos: liberales (yorkinos) y conservadores (escoceses). No
obstante, el grupo liberal nunca se atrevió, ni en la Cámara de Diputados, ni cuando tuvo el
poder Ejecutivo, ni cuando combatió al imperio de Maximiliano, lesionar los intereses del
capitalismo no íntegro abrazados por la clase criolla desde el inicio de su Independencia. La
razón de la actitud contradictoria y cobarde de los liberales durante todo el siglo XIX por no
dañar el principio de la gran propiedad agraria, fue que no constituían una clase social nueva,
opuesta al capitalismo no íntegro. El resultado fue que los liberales políticamente abrazaron
también como suyo el régimen latifundista y la producción de plustrabajo-valor; convirtiéndose
así en una categoría social subordinada al poder político de la burguesía no íntegra de origen
colonial, como lo veremos en el capítulo último.
Sin embargo, esta tesis va más bien encaminada a tratar de ocultar que el verdadero
motivo criollo para iniciar la Independencia, fue apropiarse de todo un vasto país, que
anualmente producía con sus casi seis millones de habitantes sojuzgados, alrededor de veinte
millones de pesos, sólo de tributo. La invasión de Francia sobre España en 1808, la abdicación
de su rey, y el gobierno intermitente de su hijo Fernando VII, desencadenaron la avalancha de
acontecimientos con los que justificaron su movimiento. La lucha criolla por el aparato de
Estado era sólo el vértice de la gran pirámide social que se disputaba. Por lo que su discurso y
actitud militar estuvo preñada desde el principio por los intereses materiales que plasmaron en
los acuerdos preparativos a la declaración de la Independencia (Tratados de Córdoba y Plan de
Iguala).
Lo que no sabían los “letrados criollos”, es que en esa lucha iban a intervenir las clases
trabajadoras, no precisamente como carne de cañón o masa manipulable a su servicio. La
participación de los campesinos y trabajadores en la guerra no fue para disputarse los empleos
burocráticos, o para apropiarse del régimen social de producción, sino para confiscar las
propiedades de españoles y criollos, a la vez que intentar destruir ese régimen de explotación.
La burocracia criolla independentista, como se aprecia, lejos de estar “condenada” en lo
sucesivo a ser “reformista”, como dice Villoro, estuvo condenada a reformar desde el Estado la
legislación que beneficiaba la economía de las clases conservadoras.
La tesis c), donde Villoro supone la intervención ilustrada de los criollos para
representar los intereses de las clases trabajadoras, falsea deliberadamente la historia. Niega y
oculta que las reivindicaciones sociales de las clases explotadas cristalizaron en la práctica
político militar de Hidalgo y Morelos. Engaña al lector al hacerle creer que la Independencia
firmada el 28 de septiembre de 1821 por la clase criolla contemplaba los intereses de los
trabajadores como clases explotadas. Esto es una burda mentira, pues se opuso al contenido
social que inspiró la primera Independencia, firmada por los insurgentes en plena revolución a
través del Congreso de Anáhuac casi ocho años antes, el6 de noviembre de 1813.
Los criollos y los insurgentes, aunque combatieron juntos por la Independencia, tenían
concepciones de clase harto diferentes sobre ella. Los primeros la entendían sólo como la
finalización del tributo colonial, conservando y apropiándose el régimen de explotación
imperante desde la colonia; los segundos la concebían como la emancipación del yugo español,
para lo cual tenían que destruir los intereses materiales de las clases dominantes, entre las
cuales se encontraban los criollos por quererlos perpetuar.
Por su parte, Morelos continuará, de manera más clara y decisiva, el ataque a muerte a
los intereses españoles, pero también a los intereses criollos. Por ejemplo, adelantándose a los
decretos que Hidalgo expedirá en Guadalajara, pero en su nombre, Morelos publica en El
Aguacatillo, el 17 de noviembre de 1810, la abolición de las cajas de comunidad, descritas en el
inciso anterior, la esclavitud, el tributo, y las deudas en general de todos los americanos14.
Morelos firmaba el documento, además de cura, como “teniente” del “Ejército de América”, del
que “el señor Hidalgo”, se dice ahí, es el “capitán general”. Ello significaba el fin del cuatequil,
de la encomienda, y de todo tipo de peonaje. Era en realidad el fin de la colonia, visto desde
los intereses de las clases explotadas. En otros documentos de similar importancia, como el del
14
Morelos, Antología documental, op. cit., p. 65
5 de octubre de 1813 en donde se abolió la esclavitud, Morelos de plano lo firma simplemente
como insurgente, sin el “cura”.
El inicio de la lucha armada significaba para las clases populares reiniciar el camino
histórico anterior a la conquista española, interrumpido violentamente por ésta. Los decretos de
Morelos representaban la conclusión, ni más ni menos, que de trescientos años de criminalidad
social española, disfrazada de evangelización. Los grandes ejércitos populares que rodearon a
Hidalgo y Morelos, estuvieron dispuestos desde el primer día a sacrificar la vida por algo que
hasta Dios les había negado: el derecho de ser hombres libres e iguales a los demás. El fin del
yugo español en su extensa expresión, la anhelada libertad, el disfrute de las tierras ancestrales,
la igualdad de los americanos, etc., eran los objetivos que el inicio de la Independencia había
despertado en cientos de miles de explotados, sintetizados magistralmente en el pensamiento
del revolucionario Morelos. Por eso las masas populares siguieron a Hidalgo ya Morelos, no
tanto porque fueran curas, sino porque luchaban por la emancipación nacional como si no
fueran curas. El partido de ambos prometía la libertad en la tierra, no en el cielo, por eso no
actuaron como curas, resignándose a aceptar el estado colonial como voluntad de Dios, sino
como revolucionarios, destruyendo con las armas la opresión terrenal del clero y de la clase
enemiga.
El decreto del nuevo gobierno expedido por el teniente Morelos no golpeaba sólo los
intereses de los españoles europeos, sino también los intereses de los españoles indultados y de
los criollos en general. Para el insurgente en su decreto sólo cabía hablar de dos clases en lucha:
los españoles o gachupines, y los americanos. Es de comprender que su actitud de hablar sólo
de españoles obedecía no a una arbitrariedad o negligencia en el escrito, de que pagaran justos
por pecadores, criollos por españoles. Las condiciones de la guerra a fines de 1810 no había
definido claramente en las diferentes regiones del país cuáles de los españoles y sus
descendientes eran monarquistas, y cuáles insurgentes. Por eso Morelos, mientras los criollos se
definían por luchar con los insurgentes o contra ellos, los englobó en una categoría,
precisamente en la clase social enemiga. Sus sospechas de que 1a clase criolla podía inclinarse
por la defensa de los intereses coloniales, y no por la defensa de los intereses populares, pronto
las confirmó.
A fines del siguiente año Morelos expide, ya como nuevo gobierno, otro importante
decreto. En Tixtla, el 25 de septiembre de 1811, ordena la rebaja del pago de obvenciones a la
mitad15. Otro golpe, ahora al clero. Significaba nada menos que la paralización del peonaje
religioso en esa zona, que por tres siglos había funcionado, aunque el decreto estaba dirigido
para todo el reino. Además, a los fieles les otorgaba el derecho de no pagar diezmo por ningún
producto nativo.
Estas y otras ideas más contenidas en la práctica política fulgurante de Morelos, nos
muestran lo que en realidad fue la radicalización y democratización de la Independencia, claro,
vista según los intereses de los oprimidos, y no de los opresores, como la ve Villoro.
Conoce (la América, d. a.) el principio constante y único que en sus operaciones ha
dirigido al gabinete español con respecto a las Indias, no ha sido otro que
condescender con el comercio de Cádiz y contemporizar con los consulados de
Veracruz y México, y en el día más, porque directamente éstos nos gobiernan. Que
los privados de nuestros católicos soberanos o ministros suyos, como siempre, han
mirádonos con sumo desprecio, han sido los verdugos de nuestra esclavitud,
sacrificándolo todo honor y reputación a su propio interés, y que no ha habido
condescendencias viles y criminales bajezas en que no hayan incurrido por su
propia conservación y en perjuicio de esta nación... Sabe que... incendiáis los
templos, robáis sus alhajas, rentas y vasos sagrados; profanáis éstos con traerlos
atados a las ancas de los caballos, para serviros de ellos en vuestras embriagueces;
hacéis un uso sacrílego de las preciosas vestiduras de la casa de Israel...y los que
escapan de esta inhumanidad, los pasan por las armas con inexplicable gozo de los
malditos gachupines, como pueden decirlo los habitantes de Valladolid y
Guadalajara, sin acordarse estos dragones infernales de la buena fe, unión y
confraternidad, que han usado los habitantes de este Nuevo Mundo con todos
ellos.16
Idénticas apreciaciones sobre quiénes eran los verdaderos dueños de la colonia, y como
exterminarlos, tendrá la proclama de Francisco Xavier Mina, el mozo español que ofrendó su
vida junto a la de sus compañeros de armas por liberarla del yugo real y criollo. A más de seis
años de que Morelos identificara al enemigo y la forma de combatirlo, ya casi año y medio de
su asesinato, Mina en su proclama recomendaba esencialmente lo mismo. En Soto la Marina,
Tamaulipas, el 25 de abril de 1817, entre otras cosas Mina dijo: “Sólo el rey, los empleados y
los monopolistas son los que se aprovechan de la sujeción de América en perjuicio de los
americanos. Ellos, pues, son sus unidos enemigos y los que quieren eternizar el eterno (sic)
pupilaje en que los tienen, a fin de elevar su fortuna y la de sus descendientes sobre las ruinas
de este infeliz pueblo.” Recomendaba por lo mismo que “Sin echar por tierra en todas partes el
coloso del despotismo sostenido por los fanáticos monopolistas y cortesanos, jamás podremos
recuperar nuestra antigua dignidad.”17
Como Mina continuaba la lucha de Morelos, las tropas reales también lo consideraron
acérrimo enemigo; después de vencerlo y aprisionarlo en el fuerte de El Sombrero, Guanajuato,
16
lb., pp. 101-104.
17
La independencia de México, v. II, SEP-Instituto Mora, México, 1985, p. 170.
el virrey ordenó asesinarlo, medio año después. El intento de nuestro autor por suplantar la
conciencia de clase insurgente, por la “inteligencia ilustrada” de la clase criolla, como vimos, es
indemostrable.
Sobre la tesis d), según la cual Villoro afirma que la Independencia se expresó en las
masas populares como una “guerra santa”, de corte milenarista, tiene por objeto descalificar a
éstas como fuerzas revolucionarias, y ejemplo de lo que las clases trabajadoras pueden hacer en
su lucha contra las clases opresoras. Trata este autor de escamotear el contenido social de la
lucha de clases, tanto al interior de los insurgentes (criollos contra trabajadores), como entre
españoles e insurgentes. Demerita con ello la participación de los explotados en la guerra, a
quienes atribuye una conciencia rudimentaria y fantástica, propia de turbas extáticas, que no
pueden resolver una encrucijada social racionalmente. En el análisis de Villoro el mito sustituye
a la realidad, cuando habla de las masas insurgentes. Según él las masas no expresaron en su
práctica destructiva más que el mito del eterno retorno, un recomenzar el camino hacia el divino
paraíso perdido. Les imputa a éstas, por su baja condición social, es decir, de aglutinar “indios”,
carecer de la formación “ilustrada” para expresar sus intereses. Por eso se apoya en autores
antimarxistas como Karl Manheim, que privilegia la presencia de la ideología religiosa en las
explosiones sociales de origen campesino popular.
El pueblo y sus dirigentes naturales no iban por dos caminos diferentes. Caminaban por
la misma senda revolucionaria, plasmada en papel por el genio de Morelos. Hay que recordar
que éste, antes que declararse siervo del Señor, se declaró siervo de la nación; pero de la nación
insurgente, no de la criolla, que negó y se opuso militarmente a las transformaciones sociales.
El Congreso de Anáhuac, la más alta expresión racional de los insurgentes revolucionarios, el
que primero declaró la Independencia de este país el 6 de noviembre de 1813, se apropió
precisamente de esa “conciencia popular” vilipendiada por Villoro, como veremos.
En la tesis e) Villoro afirma que la “concepción popular” de Morelos fue sustituida por
otra “ilustrada”, propia de los criollos “letrados”, a los que terminó protegiendo. Se trata de
nueva cuenta de una mentira. La concepción criolla implicaba negociar con las clases
dominantes, no con las clases trabajadoras. Su meta consistía en arreglar los intereses
económicos de criollos y españoles en común, a través de la figura ideológica de la
Independencia. Ello significaba oponerse a los intereses económicos de las clases trabajadoras,
expresados claramente por su dirigente Morelos. Retorno de las tierras a las comunidades, fin
del peonaje y de las deudas, fin de la esclavitud, fin del monopolio comercial, fin de la
burocracia extranjera, fin de las extremosas obvenciones, fin a la marginación política, etc.,
eran los objetivos de Morelos y las clases populares; en esto no transigió nunca.Su
interpretación de lo que debla ser la Independencia siempre fue, entonces, popular, no
“ilustrada”. De lo contrario, habría aceptado permanentemente las condiciones de la clase
criolla independentista a partir de la Junta de Zitácuaro, que venía a recomponer el ejército
insurgente después del asesinato de Hidalgo, el 30 de julio de 1811. Mientras que criollos como
Ignacio López Rayón mantenían su lealtad a Fernando VII, Morelos, que en un principio
también suscribió esta idea, fue desechándola paulatinamente hasta suprimirla de sus objetivos.
1813 va a ser un año crucial en la concepción de Morelos sobre la lucha de clases por la
Independencia. O se monarquizaba en sus apreciaciones personales, volviéndose insensible a
los requerimientos de emancipación popular, inclinándose por la independencia política, como
afirma Villoro que le sucedió a Morelos, o se radicalizaba más como insurgente, no sólo a
través de proclamas o decretos individuales, sino como institución política del poder
revolucionario, inclinándose por la independencia económica, como en realidad le aconteció.
Morelos entendía que la única forma de ejercer la soberanía era instaurando un congreso
representativo de las zonas insurgentes liberadas del poder colonial. Su iniciativa será aprobada
por los criollos independentistas, miembros de la Junta, que comenzaban a agredirse entre sí
militarmente; se pondrá en práctica con la realización del Congreso de Anáhuac, en septiembre
de ese año. ¿Para qué? La forma en que ambas corrientes respondieron a esta pregunta, al
ejercicio de la soberanía, a la forma operativa de ejercer el nuevo poder político, los separó
definitivamente.
Para ratificar una por una las esperadas demandas enlistadas por Morelos se había
planeado el venidero Congreso de Anáhuac, a realizarse en Chilpancingo.
Tras invocar los nombres de los antiguos caudillos de Tenochtitlan, Texcoco, Tlaxcala y
Michoacán como testigos de honor, Morelos celebra “...¡el fausto momento en que vuestros
ilustres hijos se han congregado para vengar vuestros ultrajes y desafueros y librarse de las
garras de la tiranía y fanatismo que los iba a sorber para siempre! Al 12 de agosto de 1521
sucedió el 14 de septiembre de 1813; en aquel se apretaron las cadenas de nuestra servidumbre
en México-Tenochtitlan; en este se rompen para siempre en el venturoso pueblo de
Chilpancingo.”20
Obsérvese que Morelos se refiere a los congresistas insurgentes como los “ilustres
hijos” que vengarán los ultrajes de la tiranía, rompiendo las cadenas de la servidumbre. Con
ello se demuestra que la concepción ilustrada de la Independencia, en todo caso, fue la
insurgente popular, y no la criolla, como supone Villoro. Igualmente se demuestra que el
pensamiento del siervo de la nación siempre estuvo permeado por los intereses de las clases
explotadas, y no por los de los criollos “letrados”.
Por lo que toca a la tesis f), según la cual la dirigencia criolla se democratiza y
moderniza “en su versión francesa y gaditana (es decir, de Cádiz, d. a.), propias del liberalismo
europeo”, no se trata más que de un delirio ideológico de Villoro. Se empecina en confundir al
lector, haciéndole creer que el latifundismo criollo y clerical, impulsor del conservadurismo y
de los imperios de Iturbide y Maximiliano, fue igual al jacobinismo revolucionario francés,
destructor de la monarquía real, del latifundismo y del feudalismo anquilosado.
19
lb., p. 130.
20
Ib., p. 132.
21
lb., pp. 133-36
absolutismo. ¿Acaso hicieron algo parecido los criollos independentistas? Por supuesto que no.
La Independencia mexicana llevó al poder político a los ricos criollos que antes ya venían
funcionando al servicio de la corona; no expropió a ninguna clase social, puesto que ellos
representaban a los terratenientes, mineros, banqueros, etc.; confirmó el peonaje comercial y
religioso como régimen de trabajo; dio inició la producción capitalista no íntegra fabril; coronó
a Iturbide, y fijó las reglas políticas para que liberales y conservadores defendieran el
capitalismo no íntegro de la clase criolla dominante bajo distintas formas de gobierno. Así, la
revolución francesa y la guerra de Independencia mexicana no guardan semejanza alguna en
sus objetivos económico sociales, porque la primera reafirmó políticamente el capitalismo
íntegro y la ideología democrático burguesa, mientras que la segunda el régimen de producción
de plustrabajo-valor y la ideología monárquico imperial.
Ante estas medidas sociales que tomaba la Independencia ¿cuál fue la posición que
adoptaron los criollos como Allende, los hermanos Aldama, o Abasolo? En lugar de haber
secundado los decretos de Hidalgo, desde septiembre de 1810 ya habían acordado que el
movimiento no podía afectar los intereses de los criollos simpatizantes, es decir, de las clases
dominantes. Como se aprecia, la reacción de los criollos independentistas ante la insurgencia
popular no tuvo como resultado una “transformación ideológica” hacia las ideas democráticas
modernas, como supone nuestro autor. Los criollos, en lugar de apoyar política y militarmente a
los campesinos y trabajadores de las tropas de Hidalgo o Morelos, reprobaron su conducta y se
opusieron a éstas, a su ideario ya su estrategia militar. Esa fue la posición de Ignacio Allende,
José María Cos y Carlos María Bustamante, entre otros. En lugar de cerrar filas con los
insurgentes, buscaron negociar reiteradamente con el enemigo común, como lo eran las
autoridades virreinales y su ejército.
Así por ejemplo, a más de dos años de haber estallado la guerra de Independencia, el
doctor José María Cos, una de las “luces” de Morelos según Villoro, publicó un bando en
Dolores, Guanajuato, que comprometía los objetivos de las clases campesinas y trabajadoras
dirigidas por el siervo de la nación. El bando lo hizo circular en otros territorios dominados por
los insurgentes, de importantes asentamientos campesinos, como Guadalajara o San Luis
Potosí. Allí decía que, para lograr la Independencia, “Se trata de que establezcamos un
Congreso Nacional, representativo de nuestro monarca prisionero y conservador de sus
derechos en estos dominios...”22
Y no solamente en ese periodo fue que los criollos se opusieron a que la guerra
reivindicara los intereses populares, sino que se opusieron siempre, hasta expulsarlos
definitivamente del Plan de Iguala y de los Tratados de Córdoba, que consumaron su
Independencia.
22
lb., p. 17.
En efecto, “El Plan de independencia de la América Septentrional”, conocido en la
historia nacional como Plan de Iguala, fue dado a conocer por Iturbide en esa ciudad el 24 de
febrero de 1821 (fecha que, por cierto, en las efemérides patrias se conmemora el “Día de la
Bandera”). Por medio de este Plan, la guerra iniciada hacía más de diez años, por fin terminaba.
Vicente Guerrero, el último de los insurgentes, el insurgente tardío, estuvo de acuerdo con su
contenido, sellando la paz con el famoso “Abrazo de Acatempan”. Con el ejército trigarante
surgido de dicho Plan, se garantizaba la sepultura de la Nueva España, y el nacimiento no de la
República mexicana, sino del Imperio mexicano, presidido por la dinastía borbónica. Con el
triunfo de Iturbide los sueños de la intelectualidad criolla insurgente se hacían realidad. No fue
casual por lo mismo que varios de ellos provenientes de la agrupación “los guadalupes” como
Cos, Bustamante y José Joaquín Fernández de Lizardi, hayan buscado siempre el proyecto
criollo de Independencia, y censurado el popular de Hidalgo y Morelos23.
23
Preparando el camino para su arribo al gobierno de Iturbide, Fernández de Lizardi, "el pensador mexicano",
publicó el I de marzo de 1821 un diálogo denominado "Chamorro y Dominguín", en donde el primero decía: "
¿quiénes han sido los promotores y secuaces de la insurrección de esta infeliz América hasta nuestros días?
Harrieros, caporales, banqueros, cocheros, uno que otro abogado sin banca, y tal cual clérigo desesperado. He aquí
nuestros famosos generales, y nuestras subordinadas y aguerridas tropas, compuestas, las más veces, de forajidos
pobres, y de incautos alucinados sin disciplina, orden, armas, auxilios ni subordinación." En otra parte del diálogo
Chamorro continúa: "De la España ha de venir la independencia de la América. Se ha de caer la brava de madura;
cuando la España advierta, y no será muy 1ejos, que la América les es demasiado gravosa..." Para concluir
diciendo: "Europeos hermanos nuestros, unámonos en la opinión. Si la dividimos, vosotros y nosotros pereceremos
los unos a manos de os otros. Afuera ridículas denominaciones de gachupines y criollo”. Ib., pp. 215, 216 y 221.
24
Ib., p., 199.
12. Todos los habitantes de él, sin otra distinción que su mérito y virtudes son
ciudadanos para optar cualquier empleo.
13. Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas.
14. El clero secular y regular será conservado en todos sus fueros y propiedades.
15. Todos los ramos del Estado y empleos públicos subsistirán como en el día y
sólo serán removidos los que se opongan a este Plan, y sustituidos por los que más
se distingan en su adhesión, virtud y mérito.25
Nuestro filósofo de la historia, por cierto hegeliano, y seguidor del a su vez hegeliano e
idealista español Ortega y Gasset, nos presenta en su libro un cuadro encantador y fantasioso
inspirado en esa filosofía27. Nos presenta una Independencia cuajada de ideas y situaciones
vivenciales, mas no de intereses materiales clasistas en liza. Y de los que chocan en la guerra,
sólo considera a los intereses criollos, expresados por él ideológica y filosóficamente. Su visión
de la Independencia es por lo tanto la visión de los gachupines, de Iturbide, del clero y de las
clases dominantes no íntegras mexicanas.
25
Ib., p. 198-99.
26
Los pormenores de la sublevación contra Guerreo se encuentran en Riva Palacio, V., et. al, México a través de
los siglos, op. cit., pp. 210 226.
27
Otro filósofo que interpreta con los ojos de Hegel-Ortega y Gasset la historia social mexicana es Leopoldo Zea.
Por ejemplo, a las disputas entre conservadores y liberales por el control de un aparato de Estado al servicio de la
burguesía no integra, las ve como una "Violenta lucha por una doble utopía, la del conservadurismo que nada
quería saber de una nueva imagen del hombre; y la de un liberalismo que creía no tener nada que ver con un
pasado que, de alguna forma, había originado." La filosofía americana como filosofía sin más, México, Siglo XXI.
16ª ed.. 1996, pp. 9. La misma interpretación mística se encuentra a lo largo de otro de sus libros, ¿Por qué
América?, UANM, 1988.