Ayudar a los jóvenes a deshacer confusiones lingüísticas es también educar en
contra de los estereotipos y de la discriminación. Una de las mayores trampas del lenguaje consiste en confundir los “conceptos universales” con nombres de individuos. Podríamos definir de una forma simple un concepto universal como un signo mental y lingüístico, capaz de ser aplicado a una pluralidad de individuos para designarlos. Así, por ejemplo, “hombre” en sentido genérico, es un concepto universal puesto que designaría por igual a Pedro, Antonio, Andrés, María, Lorenzo… y así hasta aproximadamente seis mil millones de individuos humanos que hay en nuestro planeta. Si miramos atentamente a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que lo único que existe en el mundo son individuos; hombres concretos, sillas concretas, árboles concretos… y que por tanto, los universales son meros nombres a los que no les corresponde nada en la realidad y que esos nombres están para economía del lenguaje y del pensamiento. Es decir que para poder pensar y hablar, nuestro pensamiento agrupa a los individuos parecidos en conjuntos que designa con el mismo nombre. Pero aquí empieza a deslizarse una confusión lingüística muy típica de nuestra cultura Occidental; nos olvidamos de que ciertos nombres son universales; que son el fruto de nuestra forma de hablar o pensar generalizando y, o bien les atribuimos una realidad por su apariencia de nombres concretos, o bien confundimos sus distintos significados. Veamos un ejemplo muy próximo: Según el Diccionario de la Lengua Española, dos de los significados del término “pueblo” son. (1) Conjunto de personas de un lugar, región o país. (2.) País con gobierno independiente. Ambos significados están emparentados, tal es así que muchas veces se usan de forma equivalente por ejemplo en expresiones como: “Francia ha elegido gobernantes” como equivalente a “el pueblo francés ha elegido gobernantes”. Estos significados subyacen en las expresiones: “derechos del pueblo”, “idiosincrasia de un pueblo”, “lengua del pueblo”, “memoria de un pueblo”… y muchas otras de esta índole, pero fácilmente olvidamos que “pueblo” es un mero nombre que utilizamos para economía del pensamiento y el lenguaje refiriéndonos con él a una pluralidad de individuos y que tras él no hay una especie de entidad superior. Lo único que hay tras ese nombre es un conjunto de individuos humanos concretos y diferentes entre sí. No hay, por tanto, derechos del pueblo, solo hay derechos de los individuos que lo integran. Tampoco existe una lengua del pueblo. Sólo los individuos humanos concretos tienen lengua propia. Se puede pensar que lo que se quiere decir con la expresión “lengua propia de un pueblo” es simplemente que los individuos que pertenecen o forman ese pueblo tienen una misma determinada lengua propia. En este caso es correcta la expresión. Pero cuando en ese “pueblo” existen dos lenguas al 50%, decir que una de ellas es la del pueblo, (como ocurre en Cataluña) representa una falsedad y una discriminación para el otro 50%. Nuestra cultura occidental ha ido creando gracias a los malentendidos sobre los conceptos universales, una serie de “monstruos metafísicos” como “El Pueblo”, “La raza”, “La Patria”, “El proletariado”, “La Nación”, “La Voluntad General”, “El Partido”… en aras de los cuales se ha sacrificado a muchas personas fundamentalmente en los grandes regímenes autoritarios y totalitarios del siglo XX. Gracias a esta forma tan habitual que tenemos de pensar a través de conceptos universales, además nos hemos malacostumbrado a ver a los individuos no como individuos sino como miembros de un grupo y a desarrollar una serie de estereotipos de ese grupo que como consecuencia lógica desembocan en prejuicios de toda clase y en discriminación hacia las personas. No es lo mismo mirar a un ser humano como individuo irrepetible, que mirarlo como miembro de un grupo, musulmán , judío, cristiano, negro, sudamericano, gitano, francés.. Lástima que esta reflexión, además de aclararnos las ideas, no sirva para casi nada, pues por una parte, a nuestros políticos les interesa tenernos dentro del rebaño; pero por otra parte, a los seres humanos nos gusta ser incluidos en el “rebaño” en un todo superior, en un grupo del que nos sintamos orgullosos, quizás así se amortigua nuestro miedo a la soledad y a la insoportable levedad de nuestro ser.
“Por un quítame allá esas pajas, tumban a una virgen en un altar y
abriéndola en canal le arrancan el corazón inundándose de sangre hasta los tobillos; y todo para calmar la furia de esos espantajos que son los dioses.”