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Hace unos días recibí una llamada telefónica de un amigo que me pedía que
escribiese un artículo para una revista que se titulaba “Democracia, Debate y
Política”, cuando le pregunté sobre qué tema debía centrar el artículo, me
respondió, muy amablemente, que podía escribir sobre cualquier asunto que me
interesase. Como muchas cosas me interesan, fue un reto resolver sobre qué
escribir.
La primera decisión que tomé, fue escribir desde mi identidad de mujer, abogada,
en un país donde las estructuras, no sólo las estatales, políticas o partidarias, sino
las estructuras en general, empezando por la familia, son profundamente
machistas.
Sin embargo, como soy mujer, me parece relevante escribir sobre ello, no sólo
porque esta discriminación en particular, afecta a la mitad de la población, sino
porque si este factor se cruza con otros como por ejemplo la etnia, religión,
condición socio-económica, orientación sexual, edad, capacidades diferentes,
entre todas las múltiples causas vedadas de discriminación, apreciaremos con
bastante nitidez que las mujeres aparecen como las más afectadas por los
distintos tipos de discriminación y como las más excluidas de los excluidos.
Sin embargo uno de los mayores obstáculos para la promoción y pleno ejercicio
de los derechos de las mujeres es el permanente irrespeto al principio de “laicidad
estatal”. El Perú, se define constitucionalmente a sí mismo como un Estado laico,
pero al igual que la gran mayoría de los países de América Latina, no respetamos
este principio y nos caracterizamos por ser una región donde la iglesia católica,
especialmente sus sectores más conservadores y fundamentalistas, se mantiene
muy vinculada a los grupos de poder económico y político, ejerciendo ingerencia
en leyes y políticas que no sólo afectan a la población católica, sino a la población
en general, independientemente de sus creencias religiosas.
Los Estados están obligados a legislar para todos y todas, respetando derechos y
libertades fundamentales, como la libertad de religión, la libertad de conciencia y la
libertad de pensamiento, consagradas en nuestra constitución política y en los
tratados internacionales sobre derechos humanos que el Perú ha ratificado.
Quiero enfatizar que con esto no quiero decir que cualquier persona no pueda
ejercer libremente su derecho de ser católico o católica y, por ende, de respetar
los preceptos de su iglesia1, pero esa es una decisión privada que no debería
1
O mejor dicho, de sus representantes terrenales. En nuestro país el representante de la iglesia
católica es el Cardenal Arzobispo de Lima, Monseñor Juan Luis Cipriani, un personaje que no se
ha caracterizado precisamente por la defensa de la democracia o de los derechos humanos.
tener consecuencias en el ámbito público, más allá del derecho individual de cada
persona de ejercer su libertad de expresión. Sin embargo una cosa es el derecho
a opinar y expresarse libremente y otra muy diferente es buscar transformar
dogmas de fe, en políticas públicas que afectan a la ciudadanía en su conjunto.
Garantizar el principio de la laicidad estatal como condición sine qua non para la
vigencia de un estado democrático no constituye el descubrimiento de la pólvora,
aunque probablemente su efectiva vigencia en nuestro país, sí constituya una
revolución para la promoción y vigencia de los derechos de las personas,
especialmente de las mujeres.
Por supuesto que todas estas consideraciones podrán ser tildadas como “herejía”2
por algunos sectores y personas poco tolerantes con la libertad de pensamiento,
sin embargo debo aclarar que la separación de Estado-iglesia, no constituye
ninguna herejía y mucho menos desprecio por ninguna religión, para demostrarlo
pienso que una cita, que da una respuesta simple y contundente, proviene del
propio Jesucristo quien también hablaba de la separación entre la iglesia y el
Estado cuando respondía a un funcionario estatal romano: “al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”. Esperemos que cada vez más decisores
políticos opten por hacer de este principio una realidad, ejerciendo sus funciones
sin dejarse influenciar por posturas religiosas que nada tienen que ver con
políticas públicas estatales para todos y todas o con la vigencia y el respeto de los
derechos humanos en una sociedad democrática.
2
Pensemos en la larga lista de personajes históricos que han sido acusados de “herejes”, por el
único delito de oponerse a la dictadura del pensamiento único o dominante, a quiénes luego la
propia iglesia católica, les ha tenido que pedir perdón públicamente.