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Como vemos, la ceniza no es un rito mágico, no nos quita nuestros pecados, para ello
tenemos el Sacramento de la Reconciliación. Es un signo de arrepentimiento, de
penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para
acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo que es el Domingo de
Resurrección.
El arrepentimiento debe ser sincero, reconocer que las faltas que hemos cometido
(como decimos en el Yo Pecador: en pensamiento, palabra, obra y omisión), no las
debimos realizar y que tenemos el firme propósito de no volverlas a cometer.
La penitencia que debemos cumplir empieza desde luego por la que nos imponga el
sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, pero debemos continuar con la
oración, que es la comunicación íntima con Dios, con el ayuno, que además del que
manda la Iglesia en determinados días, es la renuncia voluntaria a diferentes
satisfactores con la intención de agradar a Dios y con la caridad hacia el prójimo.
Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la
vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos,
hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar
buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos
a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior:
“Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”
Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus
juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es
Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto
para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y
la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan
cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no
tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?
Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un
período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual
nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién
estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo
fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo
secreto, sólo Él te va a recompensar.
La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo
podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender
a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos
buscando.
Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el
corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo
hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan
solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el
hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá
verdaderamente en un camino hacia Dios.
Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las
mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás
sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona
humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros
corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda
de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.
Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo
de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa
interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y
de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra
existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a
nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas
auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.
¿Qué es la Cuaresma? La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para
convertirnos y volver a Dios Padre lleno de misericordia
El tiempo de la Cuaresma rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en
el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó
de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio...pero al fin el pueblo elegido gozó de esa
tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).
También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la
Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de
Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo
sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la fiesta de alegría
porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la
tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida.
Si tenemos la gracia de seguir felices en la casa paterna como hijos y amigos de Dios,
la Cuaresma será entonces un tiempo apropiado para purificarnos de nuestras faltas y
pecados pasados y presentes que han herido el amor de ese Dios Padre; esta
purificación la lograremos mediante unas prácticas recomendadas por nuestra madre
Iglesia; así llegaremos preparados y limpios interiormente para vivir espiritualmente la
Semana Santa, con todo la profundidad, veneración y respeto que merece. Estas
prácticas son el ayuno, la oración y la limosna.
Ayuno no sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos
servirá para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan regalado, y hacerlo
fuerte y pueda así acompañar al alma en la lucha contra los enemigos de siempre: el
mundo, el demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y abstinencia,
sobre todo, de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas,
murmuraciones, deseos malos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores,
injusticias, insensibilidad ante las miserias del prójimo. Ayuno y abstinencia, incluso,
de cosas buenas y legítimas para reparar nuestros pecados y ofrecerle a Dios un
pequeño sacrificio y un acto de amor; por ejemplo, ayuno de televisión, de
diversiones, de cine, de bailes durante este tiempo de cuaresma. Ayuno y abstinencia,
también, de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos;
ayuno aquí significará renunciar a todo lo que alimenta nuestra tendencia a la
curiosidad, a la sensualidad, a la disipación de los sentidos, a la superficialidad de vida.
Este tipo de ayuno es más meritorio a los ojos de Dios y nos requerirá mucho más
esfuerzo, más dominio de nosotros mismos, más amor y voluntad de nuestra parte.
Limosna, dijimos. No sólo la limosna material, pecuniaria: unas cuantas monedas que
damos a un pobre mendigo en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar
ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide,
compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien
¿Qué es la nos ha ofendido. La limosna es esa disponibilidad a compartir todo,
Cuaresma? la prontitud a darse a sí mismos. Significa la actitud de apertura y
la caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo: “Si
repartiese toda mi hacienda...no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Corintios
13, 3). También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano
para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si
tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano,
Dios acepta tu limosna”.
No hay Cuaresma sin Pascua, ni Pascua sin Cuaresma. Así resumía el diácono
permanente Josep Urdeix el año pasado, en una intervención radiofónica, el itinerario
central del calendario cristiano: la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua de
Resurrección. Este año el tiempo de Cuaresma empieza el 17 de febrero de 2010,
miércoles de ceniza, un día en que el mensaje del texto evangélico (Mateo 6, 1-18) se
refiere a la limosna, al ayuno y la plegaria que son, por otra parte, los tres pilares de
estos cuarenta días. Pero el llamamiento a los cristianos es, sobre todo, no hacer las
cosas para que nos vean, sino obrar con discreción, vida interior e intimidad. El primer
día del tiempo cuaresmal, al final de las celebraciones eucarísticas, el sacerdote
impone a cada persona un poco de ceniza haciendo la señal de la cruz sobre la frente,
y recuerda normalmente esta frase: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!”.