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SEGUNDA PARTE

Ciencia y filosofía
Uno no sabe nada hasta que no sabe por qué lo sabe.
CLOVIS ANDERSEN,
The Principies o/Private Detection*

* Citado en Alexander McCall Srnith, The Good Husband ofZebra Drive (Polygon,
Edimburgo, 2007, pág. 118).
Capítulo 6
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN
LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA*
El camino del relativismo está pavimentado con la me-
jor de las intenciones y la peor de las argumentaciones.

PHILIP KITCHER (1998, pág. 44)

Una característica curiosa de la vida intelectual contemporánea, sobre


todo en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales, pero también
en otras esferas de la cultura, es la generalización de una forma u otra de
relativismo cognitivo (término que inmediatamente definiremos con más
precisión). Resulta asombroso que mucha gente, especialmente aquella
cuya orientación política es liberal o radical, no se sienta cómoda ante afir-
maciones que implican la verdad o la falsedad objetivas de situaciones su-
puestamente fácticas. La teoría cosmológica del Big Bang puede ser cierta
«para nosotros» o «en n~estra cultura» -opina esta gente-, y la historia
de la creación de los zunis es equivalentemente válida para ellos. 1
A nosotros nos parece que esta actitud relativista es perniciosa tanto
intelectual como políticamente, y que los argumentos que se suelen in-

* Escrito en colaboración con Jean Bricmont. Versión actualizada de un ensayo


publicado en Estados Unidos y Canadá como capítulo 4 de Fashionable Nonsense: Post-
modern Intellectuals' Abuse of Science (Nueva York, Picador USA, 1998), copyright
© 1998 de los autores y reimpreso con autorización de Sto Martin Press, LLC; en el
Reino Unido, como capítulo 4 de Intellectuallmpostures: Postmodern Philosophers'Abuse
ofScience (Londres, Profile Books, 1998), copyright © 1998 de los autores y reimpreso
con autorización de Profile Books Ltd,
l. Véanse más arriba las págs. 147-148 para un breve debate acerca de este ejemplo.
El debate se centra en dilucidar los posibles significados de «equivalentemente válido».
Algunos relativistas (los más consecuentes) extienden esta «caridad epistémica» (Nanda,
2003) también a la historia de la creación de los cristianos fundamentalistas; otros se
encogen de vergüenza al ver que su doctrina se lleva hasta semejantes extremos.
228 CIENCIA Y FILOSOFÍA

vocar a favor del relativismo cognitivo se basan en una serie de confusio-


nes conceptuales. Sin embargo, esto es sólo una presunción, ¡todavía no
es una argumentación! Es evidente que una reacción intelectualmente
apropiada al relativismo contemporáneo requiere un análisis más pro-
fundo de los conceptos de verdad, objetividad y dato que el presentado
en la primera parte del presente libro. Eso vamos a hacer en este capítulo
y en el siguiente: nuestro propósito principal es aclarar las cuestiones
planteadas, identificando las semillas de verdad de la argumentación re-
lativista y separándolas de las conclusiones erróneas (a medida que las va-
yamos viendo). De paso, nos gustaría ofrecer a un lector culto, que no
tenga una formación explícita en filosofía ni en ciencia, una introducción
concisa (si bien dogmática) a los debates contemporáneos sobre filosofía
de la cicncia.i
Ni que decir tiene que trataremos problemas difíciles, relacionados
con la naturaleza del conocimiento y la objetividad, que han preocupado
a los filósofos a lo largo de siglos. En absoluto pretendemos tener la últi-
ma palabra respecto a estas cuestiones, ni tampoco es éste el lugar para
analizarlas con la profundidad que desearían los filósofos. En este capítu-
lo criticaremos ciertas ideas que, bajo nuestro punto de vista, son inco-
rrectas, pero que muchas veces (no siempre) lo son por motivos no dema-
siado obvios. En todo caso, nuestra argumentación filosófica será más
bien minimalista; no entraremos en debates filosóficos excesivamente su-
tiles, como, por ejemplo, el de las versiones moderadas de realismo e ins-
rrumentalismo.t
En resumen, nos ocuparemos de un popurrí de ideas, a menudo for-
muladas sin excesiva precisión, que pueden etiquetarse de «relativistas» y
que influyen actualmente en ciertos círculos de moda de las humanidades
y las ciencias sociales, así como en algunos sectores de la población. Los orí-
genes de este Zeitgeist relativista constituyen un abanico ilimitado -desde
el romanticismo hasta Heidegger; desde la descolonización hasta el orgu-
llo gay-, pero no es nuestra intención (ni tampoco, nuestra competencia)

2. Los libros de Brown (2001) y Godfrey-Smith (2003) contienen introduccio-


nes excelentes a la filosofía de la ciencia desde puntos de vista ligeramen te distintos del
nuestro.
3. Sin embargo, véase el capítulo 7 para un examen de dichos temas.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 229

abordar en detalle este tópico de la historia intelectual.t Más bien, nos con-
centraremos en las ideas relativistas en sí mismas yen los argumentos en los
que éstas suelen apoyarse. Entre éstos ocupan un lugar destacado las inter-
pretaciones (o, quizá, las malas interpretaciones) de algunas obras de filo-
sofía de la ciencia del siglo xx, especialmente de La estructura de las revolu-
ciones científicas, de Thomas Kuhn, y del Tratado contra el método, de Paul
Feyerabend, junto con extrapolaciones que sus discípulos hicieron de las
ideas de estos autores. Por supuesto, no pretendemos examinar exhaustiva-
mente la totalidad de sus obras -sería una tarea quimérica-, sino que nos
limitaremos a analizar una serie de textos escogidos que ilustran en gran
medida estas ideas tan extendidas. Intentaremos mostrar que estos textos
son frecuentemente ambiguos y que se pueden entender al menos de dos
maneras: una «moderada», que lleva a afirmaciones, bien que merece la
pena discutir, bien verdaderas pero triviales; y otra «radical», que lleva a
afirmaciones sorprendentes, pero falsas. Desafortunadamente, la lectura
radical a menudo se toma no sólo como la interpretación «correcta» del tex-
to original, sino también como un hecho confirmado (<<X ha demostrado
que ...»); criticaremos duramente este tipo de conclusiones. Claro que se
puede argumentar que, en realidad, nadie defiende esta interpretación ra-
dical; tanto mejor si es así. Sin embargo, nos hemos vuelto bastante escép-
ticos después de las numerosas discusiones en las que hemos participado,
en las cuales la carga teórica de la observación, la subdeterminación de la
teoría por los datos o la presunta inconmensurabilidad de los paradigmas se
han utilizado para reforzar posiciones relativistas. Para demostrar que no
estamos criticando un producto de nuestra imaginación, al final del capí-
tulo daremos un puñado de ejemplos del relativismo extendido en Estados
Unidos, en Europa y en algunos lugares del Tercer Mundo.
Somos perfectamente conscientes de que nos reprocharán nuestra falta
de formación filosófica formal. En el «prefacio» hemos explicado por qué no
consideramos convincentes ese tipo de objecciones, que aquí parecen ser par-
ticularmente inapropiadas. Después de todo, no hay duda de que la actitud

4. No obstante, véanse Sokal y Bricrnont (I998, epílogo) y Nanda (2003, capítulo 5)


para breves discusiones de algunos de los orígenes intelectuales y políticos del relativismo
contemporáneo. Pensamos que es un tema importante y que merece una investigación
más rigurosa y detallada por parte de los historiadores sociales.
230 CIENCIA Y FILOSOFíA

relativista está reñida con la idea que tienen los científicos acerca de su propio
trabajo. Mientras que los científicos intentan, lo mejor que pueden, obtener
una visión objetiva (de ciertos aspectos) del mundo.? los pensadores relati-
vistas les dicen que están perdiendo el tiempo y que semejante empresa es,
en principio, una ilusión. Por tanto, nos enfrentamos a un conflicto funda-
mental. Yen tanto que físicos que hemos reflexionado largamente acerca de
las bases de nuestra disciplina en particular y del conocimiento científico en
general, consideramos importante dar una respuesta razonada a las objecio-
nes relativistas, a pesar de que no exhibamos ningún título en filosofía.
El programa de este capítulo es el siguiente: después de ofrecer una
definición más precisa de lo que entendemos por «relativismo», bosque-
jaremos nuestra postura respecto al conocimiento en general y al cono-
cimiento científico en particular. G A continuación, revisaremos ciertos
aspectos de la epistemología del siglo xx (Popper, Quine, Kuhn, Feyera-
bend) con la intención de desenmarañar algunas confusiones concernien-
tes a nociones tales como «subdeterrninación» o «inconmensurabilidad».
Por último, examinaremos críticamente algunas tendencias recientes en
sociología de la ciencia (Barnes, Bloor, Latour) y daremos ejemplos prác-
ticos de los efectos del relativismo contemporáneo.

LA DEFINICiÓN DE RELATIVISMO

Grosso modo, usamos el término «relativismo» para designar cualquier filo-


sofía que proclame que la verdad o la falsedad de una afirmación es relativa a
un individuo o a un grupo social. Se pueden distinguir formas diferentes de
relativismo según la naturaleza de la aserción: el relativismo cognitivo, si la

5. Teniendo en cuenta todos los matices que comporta e! significado de la palabra


«objetivo», reflejados, por ejemplo, en la oposición entre las doctrinas de! realismo, el con-
vencionalismo y el positivismo (véase el capitulo 7 para un estudio más a Fondo). Sin em-
bargo, pocos científicos estarían dispuestos a aceptar que el conjunto del discurso científi-
co es un mero constructo social. Tal corno uno de nosotros escribió una vez, no tenemos
ningún deseo de ser la Ernily Post de la teoría cuántica de campos (Soka!, 1996, pág. 94;
aquí se ha reproducido en el capítulo 2).
6. Nos limitaremos a las ciencias naturales y tomaremos la mayoría de los ejemplos
de nuestro campo, la física. No entraremos en la delicada cuestión de la cientificidad de
las varias ciencias sociales.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 231

aserción se refiere a presuntos hechos (esdecir, a lo que existeo a lo que se pre-


sume que existe);el relativismo moral o ético, si se tratan juicios devalar (loque
está bien o lo que está mal, lo que es desable o lo que es perjudicial), yel relati-
vismo estético, si se habla de juicios artísticos (de lo que es bello o feo, agrada-
ble o desagradable). Aquí nos ocuparemos sólo del relativismo cognitivo, y no
del moral o el estético, los cuales plantean cuestiones muy diferentes.
Para ser más estrictos, cada uno de los tres tipos de relativismo -cog-
nitivo, moral y estético- puede subdividirse en tres variantes más, cuya
mención es pertinente. La variante que acabamos de examinar, el relati-
vismo respecto a la verdad o la falsedad de los enunciados, puede denomi-
narse relativismo ontológico o, más sencillamente, relativismo respecto a la
verdad. Una segunda variante (muy importante) de la especulación relati-
vista no centra su atención en la verdad o la falsedad de los enunciados,
sino en su grado de justificación (racional) a la luz de un conjunto específi-
co de datos. Los relativistas que suscriben este punto de vista admiten que
la verdad o la falsedad de las afirmaciones es objetiva (aunque desconocida
para nosotros), pero sostienen que los criterios de los juicios epistémicos
-es decir, los juicios que se refieren al grado en que el dato D aporta jus-
tificación racional a la proposición P- no son objetivos, sino que, de nue-
vo, son relativos a un individuo o a un grupo social. Llamaremos a este
punto de vista relativismo epistemológico, relativismo respecto a la justifica-
a
ción o relativismo respecto estándares epistémicos,?,8 Por último, hacia el fi-

7. Querríamos acentuar lo importante que es especificar el dato D. Cualquier persona,


relativista o no, reconoce que el grado de justificación racional de una proposición es relati-
vo a los datos que tiene a su disposición. Por ejemplo, para una persona que no se ha alejado
más de 10 millas de su casa y no ha tenido contacto con desconocidos, es perfectamente ra-
cional creer que la Tierra es (más o menos) plana. Con «relativismo epistemológico» no nos
referimos a esta observación trivial, que a nadie se le ocurriría discutir, sino más bien al he-
cho, no tan trivial, de que incluso si el mismoconjuntode datos seencuentra a disposición de to-
dospor igual, el grado de justificación racional es relativo a un individuo o a un grupo social.
8. Boghossian (2006) ha subrayado específicamente la importancia de la distinción
entre el relativismo respecto a la verdad y el relativismo respecto a la justificación. Para de-
cirlo sin rodeos, el relativismo cognitivo respecto a la verdad es a duras penas una doctrina
coherente y, mucho menos, plausible (véase el capítulo 7 para un examen más extenso),
mientras que el relativismo cognitivo respecto a la justificación es un enfoque serio, que
merece un análisis más profundo, aunque opinemos que sea erróneo en última instancia.
232 CIENCIA Y FilOSOFíA

nal del capítulo consideraremos un relativismo metodológico para sociólo-


gos del conocimiento, el cual concede que las aserciones pueden ser obje-
tivamente verdaderas o falsas y objetivamente justificadas o injustificadas
en relación a un conjunto de datos, pero insiste en que los sociólogos de-
berían ignorar (o «poner entre paréntesis») estas propiedades cuando in-
tenten explicar por qué ciertos individuos o grupos sociales tienen deter-
minadas creencias.
En lo que queda de capítulo criticaremos los tres tipos de relativismo
cognitivo -el ontológico, el epistemológico y el metodológico-, pero
los argumentos serán muy distintos en cada caso; ése es el motivo por el
cual nos hemos molestado tanto (quizá con excesiva pedantería) en acen-
tuar estas distinciones cruciales. Desgraciadamente, gran parte de la lite-
ratura relativista se caracteriza (tal como veremos) por mezclar los tres ni-
veles de análisis, y además sin darse cuenta de que los está mezclando." Así
pues, daremos un paso más y demostraremos que una buena parte del
atractivo superficial que ejercen las ideas relativistas surge precisamente de
este tipo de confusión conceptual.

SOLlPSISMO y ESCEPTICISMO RADICAL

Cuando mi cerebro provocaen mi alma lasensaciónde un árbol o de una


casa, yo afirmo, sin dudar, que un árbol o una casaexisten realmentefuerade
mí, de los cuales conozco la ubicación, el tamaño y otras propiedades. De
conformidad, no hay hombre o animal que cuestione esta verdad. Si a un
campesino se le metiera en la cabezaconcebir una duda tal y dijera, por ejem-
plo, que no creeque el alguacil existe,aunque lo tuviera delante, lo tomarían
por loco, y con razón. Pero cuando un filósofo formula tales pensamientos,
espera que admiremos su sabiduría y su sagacidad, las cuales sobrepasan infi-
nitamente las aprehensiones del vulgo.
LEONHARD EULER (1997 [1761], págs. 428-429)

9. Aún peor: mucha de esta literatura no disti ngue adecuadamente las cuestiones
cognitivas de las éticas. Por ejemplo, se confunde la validez de una teoría científica con su
valor para la humanidad (tanto como conocimiento abstracto como por sus aplicaciones
tecnológicas).
EL RELArrVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFfA DE LA CIENCIA 233

Vamos a empezar por el principio. ¿Hay alguna manera de alcanzar un


conocimiento objetivo (aunque aproximado e incompleto) del mundo?
No tenemos un acceso directo al él; sólo tenemos acceso directo a nuestras
sensaciones. ¿Cómo sabemos siquiera si existe algo más allá de ellas?
La respuesta, por supuesto, es que no tenemos ninguna prueba; senci-
llamente, que algo exista es una hipótesis perfectamente razonable. El
modo más natural de explicar la persistencia de nuestras sensaciones (par-
ticularmente de las desagradables) es suponer que están causadas por agen-
tes que se encuentran fuera de nuestra conciencia. Casi siempre podemos
cambiar las sensaciones que son producto de nuestra imaginación, pero no
somos capaces de detener una guerra, rechazar un león o poner en marcha
un coche estropeado en virtud del mero pensamiento. Sin embargo -y es
importante recalcar esto-, este argumento no refuta el solipsismo. Si al-
guien insiste en que es un «clavicordio que suena en solitario» (Diderot),
no habrá manera de persuadido de que está equivocado. De todas formas,
nunca nos hemos encontrado con un solipsista sincero y dudamos que
exista alguno. 10 Esto ilustra un importante principio que traeremos a cola-
ción en varias ocasiones durante este capítulo: elsolo hecho de que una idea
sea irrefutableno implica que tenga que haberalgún motivopara creer quesea
verdadera.
Otra postura con la que alguna vez nos topamos en lugar del solipsis-
mo es el escepticismo radical, «Claro que existe un mundo externo, pero
es imposible obtener conocimiento alguno de él.» La esencia del argu-
mento es la misma que la del solipsista: si únicamente tengo acceso inme-
diato a mis sensaciones, ¿cómo puedo saber si reflejan adecuadamente la
realidad? Para estar seguro de ello tendría que invocar un argumento a
priori, como la prueba cartesiana de la existencia de una deidad benevo-
lente, pero semejante argumento ha caído en desgracia en la filosofía con-
temporánea a causa de todo tipo de buenas razones que ahora no vienen
al caso.
Hume formuló este problema, como tantos otros, con lucidez:

10. Bertrand Russell (1948, pág. 196) cuenta la siguiente historia, muy divertida:
"Una vez recibí una carta de una eminente especia!isra en lógica, la señora Christine Ladd
Frank1in, en la que se declaraba solipsista y se extrañaba de que no hubiera nadie más».
Hemos leido esta cita en Devin (1997, pág. 64).
234 CIENCIA Y FTLOSOFlA

Es una cuestión controvertida si las percepciones de los sentidos son


producidas por objetos externos y sise parecen a éstos. ¿Cómo debería resolver-
se esta cuestión? Desde luego, por la experiencia, como todas lasde esta natura-
leza. Pero, aquí, la experiencia es muda por completo, y así debe ser. Lo único
que la mente tiene presente son las percepciones, nada más; no puede alcanzar
ninguna experiencia de la conexión de éstascon losobjetos. La suposición de tal
conexión no tiene, por tanto, ningún fundamento en el razonamiento. 11

¿Qué actitud se debería adoptar frente al escepticismo radical? La ob-


jeción fundamental es que esta clase de escepticismo se aplica a todo nues-
tro conocimiento: no sólo a la existencia de los átomos, electrones o genes,
sino también al hecho de que la sangre circula por las venas, que la Tierra
es (aproximadamente) redonda o que hemos nacido de la matriz de nues-
tra madre. Incluso el conocimiento más banal de nuestra vida cotidiana
-hay un vaso de agua en la mesa, frente a mí- depende por completo de
la suposición de que nuestras percepciones no nos engañan sistemática-
mente y que son producidas por objetos externos, los cuales se parecen a
esas percepciones de un modo u otro.P
La universalidad del escepticismo de Hume es también su punto débil.
Es irrefutable, claro está; pero si partimos de que nadie es escéptico siste-
máticamente (si es realmente sincero) con respecto al conocimiento coti-
diano, es lícito preguntarse por qué en ese ámbito no se toma en serio el
escepticismo y por qué, por el contrario, sí debería ser válido cuando se apli-
ca en cualquier otro, por ejemplo, en e! de! conocimiento científico. El mo-
tivo por el cual rechazamos el escepticismo en la vida cotidiana es más o
menos evidente y es parecido al motivo por el cual rechazamos el solipsis-
mo. La mejor manera de explicar la experiencia de forma coherente es su-
poner que el mundo exterior se corresponde, por lo menos aproximada-
mente, con la imagen que nos proporcionan nuestros sentidos. 13

11. Hume (2000 [17481. págs. 114-115). Elpasaje pertcnece a Investigación sobre el
conocimiento humano, apartado 12, parte 1.
12. Que defendamos estatesis no quiere decirque tengamos una respuesta entera-
mentesatisfactoria a la preguntade cómo seestablece la correspondencia entrelos ohjetos
y las percepciones.
13. Estahipótesis conoce una explicación más profundacon el posterior desarrollo
de la ciencia, sobretodo con la teoría biológica de la evolución. La posesión de órganos
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFfA DE LA CIENCIA 235

LA CIENCIA COMO PRÁCTICA

Por mi parte, no tengo la menor duda de que, a pesar de que sea normal
esperar progresos en física, las doctrinas actuales acerca del mundo están en
estos momentos más cerca de la verdad que cualquier otra. La ciencia nunca
es enteramente cierta y muy a menudo es bastante falsa, pero tiene por lo ge-
neral más posibilidades de ser cierta que las teorías no científicas. Por tanto,
es razonable aceptarla hipotéticamente.

BERTRAND RUSSELL (1995 [1959], pág. 13)

Una vez aparcados los problemas del solipsismo y del escepticismo


radical, vamos a poner manos a la obra. Supongamos que efectivamente
somos capaces de obtener un conocimiento del mundo más o menos fi-
dedigno, por lo menos de la vida cotidiana. La pregunta subsiguiente
sería: ¿hasta qué punto nuestros sentidos son fiables? Para responder, po-
demos comparar unas impresiones sensoriales con otras y variar deter-
minados parámetros de nuestra experiencia cotidiana, y de esta manera
trazar, paso a paso, una racionalidad práctica. Cuando esta tarea se lleva
a cabo sistemáticamente y con suficiente precisión, la ciencia puede em-
pezar.
Para nosotros, el método científico no es sustancialmente distinto de
la actitud racional que adoptamos en la vida cotidiana o en otras esferas
del conocimiento. Los historiadores, los detectives y los fontaneros -es
decir, todos los seres humanos- emplean básicamente los mismos méto-
dos de inducción, deducción y evaluación de datos que los físicos o los
bioquímicos.l'' La ciencia contemporánea intenta llevar a cabo estas ope-

sensoriales que reflejan más o menos fielmente e! mundo exterior (o, al menos, ciertos as-
pectos importantes de él) confiere una ventaja evolutiva. Subrayemos que este argumen-
to no refuta e! escepticismo radical, pero aumenta la coherencia de una visión antiescép-
tica de! mundo.
14. Haack (1993, pág. 137) aludió a historiadores y detectives independientemen-
te de (y antes que) nosotros: «No existe razón para pensar que [la ciencia] se encuentra en
posesión de un método especial de investigación, inasequible a historiadores, detectives
y el resto de nosotros». Véase también Haack (1998, págs. %-97).
236 CIENCIA Y FILOSOFíA

raciones de una forma más meticulosa y sistemática, sirviéndose de ins-


trumentos como pruebas de control, estadísticas o la reiteración de expe-
rimentos, entre otros. Además, las mediciones científicas son a menudo
mucho más precisas que las observaciones cotidianas; nos permiten des-
cubrir fenómenos hasta entonces desconocidos, y entran frecuentemente
en conflicto con el «sentido común». Sin embargo, el conflicto se da en las
conclusiones, no en el enfoque de partida. 15,16
El motivo principal para creer en la validez de las teorías científicas (al
menos, las mejor verificadas) es que dan una explicación a la coherencia de
nuestra experiencia. Seamos más rigurosos: con «experiencia» nos referi-
mos a todas nuestras observaciones, incluyendo los resultados de los expe-
rimentos de laboratorio cuyo objetivo es comprobar cuantitativamente
(algunas veces con una precisión increíble) las predicciones de las teorías

15. Por ejemplo: el agua se nos muestra como un fluido continuo, pero los experi-
mentos físicos y químicos ilustran que se compone de átomos.
16. A lo largo del presente capítulo haremos hincapié en la continuidad metodoló-
gica entre el conocimiento científico y el cotidiano. Bajo nuestro punto de vista, ésta es
la manera adecuada de responder a diversos desafíos escépticos y disipar las confusiones
generadas por interpretaciones radicales de ideas filosóficas correctas, tales como la subde-
terminación de la teoría por los datos. Pero sería ingenuo querer llevar esa continuidad
demasiado lejos. La ciencia --.-sobre todo la física fundamental- introduce conceptos de
difícil comprensión intuitiva o que no resulta inmediato relacionar con nociones de sen-
tido común (por ejemplo: en la mecánica newtoniana, las fuerzas que actúan instantá-
neamente a través del universo; en la teoría de Maxwell, los campos electromagnéticos
que «vibran» en el vacío; en la teoría general de la relatividad de Einstein, el espacio-tiem-
po curvo). Es en discusiones acerca del significado de estos conceptos teóricos cuando
toda clase de realistas y antirrealistas (instrumentalistas, pragmáticos, etc.) discrepan. A
veces, cuando se les ataca, los relativistas recurren a posiciones instrumentalistas, pero la
diferencia entre ambas actitudes es profunda. Los instrumentalistas pueden tratar de de-
fender que no tenemos manera de saber si las entidades tea réticas «inobservables» existen
realmente o que el significado de éstas se define únicamente a través de cantidades men-
surables; pero esto no implica que consideren tales entidades «subjetivas», en el sentido
de que su significado esté apreciablemente condicionado por factores extracientíficos
(como la personalidad del científico o las características sociales del grupo al cual perte-
nece). Los instrumentalistas verán nuestras teorías científicas simplemente como el modo
más satisfactorio en que la mente humana, con sus limitaciones biológicas inherentes, es
capaz de comprender el mundo. Para un examen crítico del instrumentalismo, véase el ca-
pítulo 7, más adelante.
EL RELAI'lYISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 237

científicas. Vamos a poner un ejemplo: la electrodinámica cuántica predi-


ce que el momento magnético del electrón tiene el valor de l 7

1.001 159652201 ± 0.000 000 000 030,


donde «d;» representa el margen de incertidumbre en el cómputo teórico
(que consiste en diversas aproximaciones). Un experimento reciente da el
resultado

1.001 159652188 ± 0.000 000 000 004,


donde «z » representa el margen de incertidumbre experimenral.l" Esta
coincidencia entre teoría y experimento.l? combinada con miles de otras
semejantes aunque menos espectaculares, sería un milagro si la ciencia no
dijera nada verdadero -o, al menos, aproximadamente verdadero- acer-
ca del mundo. Las ratificaciones experimentales de las teorías científicas
mejor consolidadas, tomadas en su conjunto, son una prueba de que cier-
tamente hemos conseguido un conocimiento objetivo (aunque aproxima-
do e incompleto) del mundo narural.é?
Tras haber llegado a este punto de la discusión, los escépticos radicales
o los relativistas preguntarán qué distingue a la ciencia de otras clases de
discursos acerca de la realidad -religiones o mitos, por ejemplo, o pseu-
dociencias, como la astrología- y, sobre todo, qué criterios se aplicarán
para hacer tal distinción. Nuestra respuesta contiene algunos matices. En
primer lugar, hay algunos principios epistemológicos generales (normal-
mente negativos) que se remontan por lo menos al siglo XVII: mostrarse es-

17. Expresado en una magnitud perfectamente definida pero intrascendente para el


examen en curso.
18. Véanse Kinoshita (1985, pág. 7) para la teoría y Van Dyck y otros (1987) para
el experimento. Crane (1968) ofrece una introducción profana a este problema.
19. Feynman (1985, pág. 7) describe de modo memorable esta coincidencia ran ex-
traordinariamente cabal: «Si se tuviera que medir la distancia entre Los Ángeles y Nueva
York tan exactamente como se hizo ese experimento, el margen de error sería el de un
cabello».
20. Esto está supeditado, claro está, a los numerosos matices del significado preciso
de las expresiones «aproximadamente verdadero» y «conocimiento objetivo del mundo
natural», reflejadas en las versiones del realismo y del antirrealisrno (véanse la n. 16, más
arriba, y el capítulo 7, más adelante). Para estos debates, véase, por ejemplo, Leplin (1984).
238 CIENCIA Y FILOSOFÍA

céptico ante argumentos a priori, revelaciones, textos sagrados y argu-


mentos de autoridad. Por otro lado, la experiencia acumulada a lo largo de
tres siglos de práctica científica nos ha proporcionado una serie de princi-
pios metodológicos más o menos generales -por ejemplo, la reiteración
de experimentos, el uso de pruebas de control, el ensayo de medicamentos
a doble ciego- que se justifican con argumentos racionales. No obstante,
no creemos que estos principios puedan sistematizarse definitivamente, ni
tampoco que la lista sea exhaustiva. En otras palabras, no existe (por lo
menos en la actualidad) una sistematización completa de la racionalidad
científica, y dudamos seriamente de que pueda existir alguna. Al fin y al
cabo, la impredecibilidad es inherente al futuro, y la racionalidad es la
adaptación a una situación nueva. De todas maneras -ésta es la principal
diferencia entre los escépticos radicales y nosotros-, pensamos que las
teorías científicas bien desarrolladas se apoyan ordinariamente en argu-
mentos sólidos, cuya racionalidad, sin embargo, debe analizarse caso por
caso."
Para ilustrar esto vamos a considerar un ejemplo que se sitúa a medio
camino entre el conocimiento científico y el cotidiano: una investigación
criminal.V En algunos casos, ni siquiera el escéptico más acérrimo sería
capaz, en la práctica, de dudar que se ha encontrado al culpable: la pose-
sión del arma, las huellas dactilares, la prueba del ADN, documentos, el
móvil del crimen, etcétera, apuntan a una misma persona. Sin embargo,
el camino que conduce a esos descubrimientos puede ser considerable-
mente complicado. El investigador tiene que tomar decisiones (relaciona-
das con las pistas que debe seguir o con los indicios que debe buscar) y

21. Procediendo caso por caso también puede apreciarse el gran abismo que separa
las ciencias de las pseudociencias.
22. Nos apresuramos a añadir -como si ello resultara necesario- que no alberga-
mos ilusiones con respecto al comportamiento de las fuerzas policiales reales, que ni mu-
cho menos se dedican siempre y exclusivamente a buscar la verdad. Ponemos este ejem-
plo solamente para aplicar la cuestión epistemológica abstracta a un contexto concreto, a
saber: supongamos que alguien quiere encontrar la verdad de una problemática práctica
(por ejemplo, quién ha cometido un asesinato). ¿Cómo debería abordarla? Para una mala
interpretación extrema, en la que nos vemos comparados al ex detective de Los Ángeles
Mark Fuhrman (famoso por el caso de O.]. Simpson) y sus infames homólogos de Broo-
klyn, véase Robbins (1998).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 239

aventurar deducciones provisionales en situaciones en las que carece total-


mente de información. En casi todas las investigaciones es necesario dedu-
cir lo que no se ha observado (quién cometió el crimen) de lo observado. Y
en ellas, como en la ciencia, unas deducciones son más racionales que
otras. La investigación podría haber sido una chapuza, o la policía podría
haber inventado los «indicios». Pero no hay forma de decidir a priori, in-
dependientemente de las circunstancias, qué distingue una buena inves-
tigación de una mala, ni nadie puede garantizar por completo que una
investigación determinada haya llegado al resultado correcto. Tampoco se
puede escribir un tratado definitivo sobre La lógica de la investigación cri-
minal. Sin embargo, y ésta es la clave de la cuestión, nadie duda de que, en
algunas investigaciones (en las mejores), el resultado corresponde efecti-
vamente a la realidad. Es más, la historia nos ha permitido perfeccionar
ciertas reglas para el desarrollo de una investigación: ya nadie cree en la
prueba del fuego y recelamos de las confesiones obtenidas bajo tortura.
Comparar testimonios resulta crucial, así como interrogar repetidamente a
los testigos, buscar indicios físicos... A pesar de que no haya una metodo-
logía asentada en un razonaminento incuestionable a priori, estas reglas, y
muchas otras, no son arbitrarias. Son racionales y están basadas en el aná-
lisis detallado de una experiencia previa. Según nuestra opinión, el «méto-
do científico» no es estrictamente distinto de este tipo de aproximación.
La ausencia de criterios racionales «absolutistas», independientes de las
circunstancias, implica la inexistencia de una justificación general del prin-
cipio de inducción (otro problema que nos devuelve a Hume). Es decir,
unas inducciones están justificadas, y otras, no; para decirlo de manera
más estricta, unas inducciones son más razonables que otras. Todo depen-
de del caso en cuestión. Por tomar un ejemplo filosófico clásico: el he-
cho de que cada día hayamos visto que el sol ha salido, junto con nuestros
conocimientos astronómicos, nos proporciona buenas razones para creer
que mañana también saldrá, pero esto no implica que salga dentro de diez
mil millones de años (de hecho, las teorías astrofísicas actuales predicen
que su combustible se acabará antes).
En cierto modo, siempre volvemos al problema de Hume: ninguna
aserción acerca del mundo real puede probarse cabalmente, pero, usando
aquella expresión tan apropiada del derecho angloamericano, a veces pue-
de probarse más allá de toda duda razonable. La duda irrazonable sigue ahí.
240 CIENCIA Y FILOSOFíA

Si hemos dedicado tanto tiempo a estas observaciones tan elementales


es porque buena parte de la tendencia relativista que criticaremos tiene un
origen doble:

• Parte de la epistemología del siglo xx (el Círculo de Viena, Popper y


otros) ha intentado formalizar el método científico.
• El fracaso parcial de este intento ha llevado a que algunos sectores
adopten una actitud absurdamente escéptica.

En lo que resta de capítulo tenemos la intención de mostrar que una


serie de argumentos relativistas que se refieren al conocimiento científico
son: a) críticas válidas a algunos intentos de formalizar el método cien-
tífico, que no socavan la racionalidad de la empresa científica, o b) me-
ras reformulaciones, bajo una apariencia u otra, del escepticismo radi-
cal de Hume, aplicado frecuentemente y sin justificación de manera
selectiva.

EPISTEMOLOGíA EN CRISIS

La ciencia sin epistemología es -en la medida en que sea concebible-


primitiva y confusa. Sin embargo, tan pronto como el epistemólogo, que
busca un sistema claro, se abre camino a través de él, tiende a interpretar el
contenido especulativo de la ciencia según los parámetros de ese sistema y a
rechazar lo que no encaje en él. El científico, por el contrario, no puede per-
mitirse un esfuerzo tan grande para alcanzar una epistemológica sistemática.
[...] Por tanto, aparece ante el epistemólogo sistemático como un oportunis-
ta sin escrúpulos.

ALBERT EINSTEIN (1949, pág. 684)

Gran parte del escepticismo contemporáneo dice apoyarse en los es-


critos de filósofos como Quine, Kuhn o Feyerabend, quienes han sacado a
la palestra la epistemología de la primera mitad del siglo xx, la cual está en
crisis precisamente en estos momentos. Para comprender la naturaleza y el
origen de esta crisis, y la repercusión que puede ocasionar en la filosofía de
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFlA DE LA CIENCIA 241

la ciencia, vamos a remontarnos a Popper.P Es claro que Popper no es un


relativista; antes bien, al contrario. De todas formas, es un buen punto de
partida; en primer lugar, porque muchos discursos que se han desarrolla-
do posteriormente en el campo de la epistemología (Kuhn, Feyerabend)
van dirigidos contra él, y en segundo lugar, porque mientras que nos
oponemos fervientemente a algunas conclusiones a las que llegaron los crí-
ticos de Popper, como Feyerabend, es también cierto que una parte signi-
ficativa de nuestros problemas puede remontarse hasta ambigüedades o
deficiencias de La lógica del descubrimiento científico24 de Popper. Es im-
portante entender las limitaciones de esta obra para enfrentarse mejor a la
tendencia irracionalista creada por las críticas que provocó.
Las ideas básicas de Popper son bien conocidas. Antes que nada, quie-
re establecer un criterio de demarcación entre las teorías científicas y las no
científicas, y cree haberlo encontrado en la noción de fizlsabilidad: para
que una teoría sea científica debe hacer predicciones que puedan, en prin-
cipio, ser falsas en el mundo real. Para Popper, teorías como la astrología o
el psicoanálisis no pueden ser sometidas a una comprobación tal, ya que,
bien no hacen predicciones precisas, bien ajustan sus aserciones ad hoc
para hacerlas concordar con los resultados empíricos cuando éstos contra-
dicen la teorfa."
Si una teoría es falsable y, por consiguiente, científica, será suscepti-
ble a intentos de falsación. Es decir, se contrastarán las predicciones empí-
ricas de la teoría con observaciones o experimentos; si estos últimos con-
tradicen las predicciones, la teoría será falsa y deberá rechazarse. Este
énfasis en la falsabilidad (en oposición a la verificación) subraya, según
Popper, una asimetría crucial: nunca puede probarse que una teoría sea
verdadera, ya que por lo general emite un número infinito de prediccio-
nes empíricas, de las cuales solamente un subconjunto finito llega a com-
probarse; mientras que puede probarse que una teoría esfalsa, porque úni-

23. Podríamos remontarnos al Círculo de Viena, pero eso nos llevaría demasiado le-
jos. El análisis de esre apartado se inspira parcialmente en Purnarn (1974), Stove (1982)
y Laudan (l990b). Tim Budden ha dirigido nuestra atención hacia Newron-Smith (1981),
que cuenta con una crítica similar a la epistemología de Popper.
24. Popper (1959).
25. Tal como veremos más adelante, el hecho de que una explicación sea ad hoc de-
pende enormemente del contexto.
242 CIENCIA Y FILOSOFfA

camente una observación (fidedigna) que contradiga la teoría basta para


refutarla.é"
El esquema popperiano de falsabilidad y falsación no es malo, siem-
pre y cuando no se tome al pie de la letra. Si, en cambio, se intenta seguir-
lo palabra por palabra, las dificultades aparecen una tras otra. Puede resul-
tar atractivo abandonar la incertidumbre de la verificación a favor de la
certeza de la falsación, pero esta aproximación da lugar a dos problemas:
al abandonar la verificación se paga un precio demasiado alto y no se con-
sigue el objetivo, porque la falsación es mucho menos segura de lo que
parece.
La primera dificultad está relacionada con el estatuto de la inducción
científica. Cuando una teoría resiste con éxito un intento de falsación, el
científico considerará, naturalmente, que la teoría se confirma parcial-
mente y le concederá una verosimilitud o una probabilidad subjetiva más
alta. El grado de verosimilitud dependerá, por supuesto, de las circunstan-
cias: de la calidad del experimento, de lo inesperado del resultado, etc.
Pero Popper no tuvo en cuenta nada de eso; durante toda su vida se opu-
so testarudamente a cualquier idea de «confirmación» de la teoría, incluso
a la de «probabilidad». Escribió:

¿Existe una justificación racional para hacer un razonamiento a partir


de casos repetidos, de los cuales tenemos experiencia, hacia casos de los que no
tenemos experiencia? La respuesta implacable de Hume es: no, no existe una
justificación. [... ] Y yo opino que la respuesta de Hume a este problema es
correcta.é/

26. En este breve resumen hemos simplificado extraordinariamente la epistemolo-


gía popperiana: hemos pasado por alto la distinción entre los tipos de observaciones; la
noción de enunciados de observación, sostenida por el Círculo de Viena (que Popper cri-
tica), y la noción de enunciados básicos de Popper. También hemos omitido el requisito
de que sólo los efectos reproducibLes pueden conducir a la falsación, entre otras cosas. No
obstante, estas simplificaciones no afectarán en nada la siguiente discusión.
27. Popper (1974, págs, 1.018-1.019), cursivas del original. Véase también Stove
(1982, pág. 48) para citas similares de Popper. Nótese que Popper considera una teoría
«corroborada» cuando pasa con éxito exámenes de falsación, pero el significado de la pa-
labra no está claro: no puede ser un simple sinónimo de «confirmada», puesto que, en ese
caso, toda la crítica popperiana a la inducción sería vana. Véase Putnarn (1974) para un
examen más detallado.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 243

Obviamente, toda inducción es una inferencia de lo observado a lo


inobservado, y una inferencia semejante no puede justificarse solamente
gracias a la lógica deductiva. Pero, tal como hemos visto, si tomáramos este
argumento en serio -si la racionalidad consistiera sólo en la lógica de-
ductiva-, deberíamos decir que tampoco existe una buena razón para
creer que el sol saldrá mañana, cuando en realidad nadie espera que no
vaya a salir.
Popper cree haber resuelto el problema de Hume28 con su método de
falsación, pero su solución, tomada literalmente, es meramente negativa:
podemos estar seguros de que ciertas teorías son falsas, pero nunca que
una teoría es verdadera o siquiera probable. Es claro que esta «solución» no
es satisfactoria desde un punto de vista científico, puesto que uno de los
papeles de la ciencia es formular predicciones que proporcionen una base
fidedigna para que otras personas (ingenieros, científicos, etc.) realicen sus
actividades, y dichas predicciones se fundamentan en la inducción.
Además, la historia de la ciencia enseña que las teorías científicas lle-
gan a ser aceptadas sobre todo gracias a sus éxitos. Por ejemplo, sobre la
base de la mecánica newtoniana, los físicos han sido capaces de deducir un
gran número de movimientos tanto astronómicos como terrestres, en ple-
na concordancia con las observaciones. Es más, la credibilidad de la mecá-
nica newtoniana se robusteció gracias a la exactitud de las predicciones,
tales como el retorno del cometa Halley en 1759,29 o descubrimientos
espectaculares, como el de Neptuno, en 1846, que fue hallado en el lugar
en el que Le Verrier y Adams predijeron que debía estar'" Cuesta creer que
una teoría tan simple pueda anticipar fenómenos completamente nuevos de
un modo tan exacto si no fuera, al menos, aproximadamente verdadera.

28. Escribe, por ejemplo: «El criterio de demarcación propuesto nos brinda tam-
bién una solución del problema humeano de la inducción: el problema de la validez de
las leyes naturales. [oo.] El método de falsación no presupone una inferencia inductiva,
sino sólo las transformaciones tautológicas de la lógica deductiva, cuya validez no se cues-
tiona» (Popper, 1959, pág. 42).
29. Laplace escribió: «El mundo erudito esperaba con impaciencia este retorno, que
confirmaría uno de los mayores descubrimientos que se han realizado en las ciencias [oo.]»
(Laplace, 1902 [1825], pág. 5).
30. Para una explicación detallada, véanse, por ejemplo, Grosser (1962) o Moore
(1996, capítulos 2 y 3).
244 CIENCIA Y FILOSOFÍA

La segunda dificultad de la epistemología de Popper es que la falsa-


ción es mucho más compleja de lo que parece Y Para ilustrar esto, tome-
mos de nuevo la mecánica newtonianav entendida como la combinación
de dos leyes: la ley del movimiento, en la que la fuerza es igual a la masa
por la aceleración, y la ley de gravitación universal, en la que la fuerza de
atracción entre dos cuerpos es proporcional al producto de sus masas e in-
versamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. ¿En
qué sentido es falsable esta teoría? Por sí misma no predice demasiado; al
contrario, muchas clases de movimientos son compatibles con estas leyes,
e incluso deducibles de ellas, si se suponen masas adecuadas para los cuer-
pos celestes. Por ejemplo, la famosa deducción que Newton hizo a partir
de las leyes del movimiento planetario de Kepler requiere ciertas suposi-
ciones adicionales, que son lógicamente independientes de las leyes de la
mecánica newtoniana, en especial de la que dice que las masas de los pla-
netas son pequeñas en relación con la masa del Sol, cosa que implica que
las interacciones mutuas entre planetas pueden desdeñarse en una prime-
ra aproximación. Pero esta hipótesis, aunque sea razonable, no es eviden-
te en sí misma: los planetas podrían estar constituidos de un. material
extremamente denso, y entonces la suposición adicional no se sustenta-
ría; o bien podría existir una gran cantidad de materia invisible que afec-
tara el movimiento de los planetas.P Además, la interpretación de una
observación astronómica depende de determinadas proposiciones teóri-
cas, particularmente de hipótesis ópticas que tienen que ver con el fun-
cionamiento de los telescopios y la propagación de la luz en el espacio. De
hecho, sucede lo mismo en cualquier observación: cuando se «mide» una
corriente eléctrica, lo que se ve en realidad es la posición de una aguja en
una pantalla (o unos números en una pantalla digital), cosa que se inter-

31. Remarcamos que el propio Popper era perfectamente consciente de las ambi-
güedades asociadas a la falsación. En nuestra opinión, le faltó aportar una alternativa sa-
tisfactoria al «falsacionismo ingenuo», esto es, una que hubiese corregido sus defectos,
habiendo conservado cuantas virtudes hubiese podido.
32. Por ejemplo, véanse Putnam (1974), la réplica de Popper (1974, págs. 993-999)
y la posterior respuesta de Putnam (1978).
33. Nótese que la existencia de una materia «oscura» -invisible, aunque no nece-
sariamente indetectable por otros medios- se postula en algunas teorías cosmológicas
actuales, las cuales no son declaradas ipsoficto no científicas.
EL RELATIVISMO COGNITNO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 245

preta, en concordancia con las teorías, como indicando la presencia y la


magnitud de una corriente.r"
Se sigue de esto que las proposiciones científicas no pueden ser falsa-
das una por una; para deducir de ellas cualquier proposición empírica es
necesario formular numerosas suposiciones adicionales, por lo menos en
lo que respecta al funcionamiento de los aparatos de medida. Es más, es-
tas hipótesis suelen estar implícitas. El filósofo estadounidense Quine ha
expresado esta idea de un modo bastante tajante:

Nuestros enunciados sobre el mundo externo se enfrentan al tribunal


de la experiencia sensorial no individualmente, sino como un conjunto. [oo.]
Tomada en su totalidad, la ciencia tiene una doble dependencia ---del len-
guaje y de la experiencia-, pero no se hallan rastros de esta dualidad en los
enunciados de la ciencia si los consideramos uno a uno. [...]
La idea de definir un símbolo en uso fue [oo.] un avance respecto al impo-
sible empirismo término a término de Locke y Hume. El enunciado, en vezdel
término, vino a ser reconocido por Bentham como la unidad responsable ante
la crítica empirista. Pero sobre lo que quiero llamar la atención essobre que, in-
cluso tomando el enunciado como unidad, seguimos cribando demasiado fi-
namente. La unidad de significación empírica es la ciencia en su totalidad.P

¿Qué se puede replicar a objeciones así? En primer lugar se debe des-


tacar que los científicos, en la práctica, se dan perfecta cuenta de este pro-
blema. Cuando un experimento contradice la teoría, los científicos se hacen
un sinfín de preguntas: ¿El error se debe a la manera en que el experimen-
to se llevó a cabo o a la manera en que se analizó? ¿Es por culpa de la teo-
ría o de una suposición adicional? El experimento en sí nunca dicta lo que
debe hacerse. La idea (lo que Quine llama «eldogma ernpirista») de que las
proposiciones científicas pueden ponerse a prueba una por una es propia
de un cuento científico de hadas.

34. Duhem (1954 [1914], segunda parte, capítulo VI) ha resaltado la importancia
de las teorías en la interpretación de experimentos.
35. Quine (1980 [1953], págs. 41-42). En el prólogo de la edición de 1980, Quine
desaprueba la lectura más radical de este pasaje y dice (correctamente, según nuestro pun-
to de vista) que «el contenido empírico se reparte entre los enunciados de la ciencia en for-
ma de racimos, y casi nunca puede separarse de ellos. En la práctica, el racimo pertinente
nunca es la ciencia en su totalidad» (pág. viii).
246 CIENCIA Y FILOSOFíA

Pero las afirmaciones de Quine exigen serias matizaciones.t" En la


práctica, la experiencia no viene dada; no nos limitamos a contemplar el
mundo y a interpretarlo después. Realizamos experimentos específicos,
inducidos por nuestras teorías, precisamente para someter a prueba las di-
ferentes partes de éstas y, si es posible, con independencia unas de otras o,
al menos, en diferentes combinaciones. Utilizamos un conjunto de prue-
bas, algunas de las cuales sólo sirven para comprobar que los instrumentos
de medida funcionan tal como se espera (aplicándolos a situaciones cono-
cidas). Y, de la misma forma que la totalidad de las proposiciones teóricas
significativas está sujeta a unas pruebas de falsación, también está sujeto a
ellas el conjunto de nuestras observaciones empíricas, las cuales determi-
nan nuestras interpretaciones teóricas. Por ejemplo, a pesar de que nues-
tro conocimiento astronómico dependa de hipótesis ópticas, éstas no pue-
den modificarse arbitrariamente, porque, al menos en parte, pueden
someterse a prueba mediante muchos experimentos independientes.
Con todo, no hemos llegado aún al término de nuestros problemas. Si
se toma la doctrina falsacionista literalmente, debería afirmarse que la me-
cánica newtoniana fue falsada ya a mediados del siglo XIX a causa del com-
portamiento anómalo de la órbita de Mercurio.V Para un popperiano es-

36. Como algunas afirmaciones del propio Quine relacionadas con ésta: «Puede
sostenerse la veracidad de cualquier afirmación pase lo que pase, si realizamos ajustes lo
suficientemente drásticos en arras panes del sistema. Incluso un enunciado muy cercano
a la periferia [es decir, cercano a la experiencia directa] puede defenderse como verdade-
ro ante la experiencia más recalcitrante si se alegan alucinaciones o si se modifican cierras
enunciados de las llamadas leyes lógicas» (pág. 43). Pese a que este pasaje, sacado de con-
texto, puede leerse como una apología del relativismo radical, la argumentación de Qui-
ne (págs. 43-44) sugiere que ésa no es su intención y que piensa (de nuevo correctamen-
te, según nuestra opinión) que determinadas modificaciones de nuestros sistemas de
creencias ante «experiencias recalcitrantes» son más razonables que otras.
37. Le Verrier fue el primer astrónomo que, en 1858, se dio cuenta de que la órbita ob-
servable del planeta Mercurio difiere ligeramente de la predicha por la mecánica newronia-
na. La diferencia corresponde a una precesión del perihelio (el punto de máxima aproxima-
ción al Sol) de Mercurio de aproximadamente 43 segundos de arco por siglo. (Es un ángulo
increíblemente pequeño: un segundo de arco es 1/3.600 de un grado, y un grado es )/360
de la circunferencia.) Se efectuaron varios intentos, dentro de la mecánica newtoniana, para
explicar esta anomalía; por ejemplo, se conjeturó la existencia de orro planeta más allá de
Mercurio (una idea natural, dado el éxito que tuvo una hipótesis semejante en el caso
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 247

tricto, la idea de dejar de lado ciertas dificultades (como la órbita de Mer-


curio) con la esperanza de que resulten temporales equivale a respaldar
una estrategia ilegítima que apunta a eludir la falsación. No obstante, si se
tiene en cuenta el contexto, se puede defender sin problemas que es racio-
nal proceder así, aunque sea durante un período limitado de tiempo; con-
trariamente, la ciencia resultaría imposible. Siempre hay experimentos u
observaciones que no se pueden explicar enteramente o que parecen con-
tradecir la teoría, y que se dejan de lado a la espera de tiempos mejores.P"
A la vista de las incontables conquistas de la mecánica newtoniana, habría
sido absurdo refutarla a causa de una sola predicción que (aparentemente)
no concuerda con las observaciones, teniendo en cuenta que esta discor-
dancia puede tener otras mil explicaciones.t? La ciencia es una empresa ra-
cional, pero es difícil de sistematizar.
Sin duda, la epistemología de Popper contiene algunas ideas válidas: el
acento en la falsabilidad y la falsación es saludable, siempre y cuando no se

de Neptuno). Sin embargo, todos los intentos de derecrar ese planeta fracasaron. La ano-
malía logró explicarse, por fin, en 1915 como consecuencia de la reoría de la relatividad ge-
neral de Einstein. Véase Roseveare (1982) para una descripción derallada.
38. Kuhn (1970, págs. 79-82 y 146-147) incide en esta cuestión.
39. Es más, el error podría haberse encontrado en una hipótesis adicional, y no en
la propia teoría newtoniana. El comportamiento anómalo de Mercurio podría haber sido
fruto de la existencia de un planera desconocido, de un anillo de asteroides o de un pe-
queño abombamiento del Sol. Por supuesto, estas hipótesis pueden y deben someterse a
pruebas independientes de la órbita de Mercurio, pero estas pruebas dependen a su vez
de otras hipótesis adicionales (relacionadas, por ejemplo, con la dificultad de ver un pla-
neta cercano al Sol) que no son fáciles de ponderar. De ninguna manera estamos sugi-
riendo que se continúe con el proceso ad infinitum -después de un tiempo, las explica-
ciones ad hoc se vuelven demasiado extravagantes para ser acepradas-s-, pero la solución
puede tardar tranquilameme medio siglo en llegar, tal como sucedió con el asunto de la
órbita de Mercurio (véase Roseveare, 1982).
Por otra parte, Weinberg (1992, págs. 93-94) indica que al inicio del siglo xx había
varias anomalías en la mecánica del sistema solar, no sólo en la órbita de Mercurio, sino
también en la de la Luna y en las de los cometas Halley y Encke. Ahora sabemos que es-
tas últimas anomalías fueron resultado de errores en las hipótesis adicionales (no se com-
prendieron bien la evaporación de gases de los cometas ni las fuerzas de las mareas que ac-
túan sobre la Luna), y que sólo la órbita de Mercurio constituyó una falsación real de la
mecánica newtoniana, Pero esto no resultaba evidente por aquel entonces.
248 CIENCIA Y FILOSOFíA

lleveal extremo (por ejemplo, la refutación absoluta de la inducción). En con-


creto, si se comparan materias tan radicalmente diferentes como la astronomía
y la astrología, hasta cierto punto resulta útil usar los criterios popperianos.
Pero no tiene sentido pedir que las pseudociencias sigan normas estrictas que
ni siquiera los científicos cumplen al pie de la letra (de lo contrario, se corre el
riesgo de exponerse a las críticas de Feyerabend, que veremos más adelante).
Es obvio que, si quiere considerarse científica, una teoría debe some-
terse a pruebas empíricas, y cuanto más rigurosas sean, mejor. También es
cierto que las predicciones de fenómenos inesperados constituyen a menu-
do las pruebas más espectaculares. Por último, es más fácil mostrar que una
afirmación que contiene una cantidad precisa es falsa que mostrar que es
verdadera. Probablemente, la combinación de estas tres ideas explica, en
parte, la popularidad de Popper entre los científicos. Sin embargo, estas
ideas no se deben a Popper ni constituyen la originalidad de su obra. La ne-
cesidad de pruebas empíricas se remonta al menos hasta el siglo XVII, y no
es más que la lección del empirismo: la refutación de verdades reveladas
apriori. Por otra parte, las predicciones no son siempre las pruebas más po-
derosas.t" además, pueden adquirir formas relativamente complejas, que
no es posible reducir a la simple falsación de una hipótesis tras otra.
Todas estas dificultades no resultarían tan serias si no hubieran gene-
rado una reacción irracionalista tan fuerte. Algunos pensadores, particu-
larmente Feyerabend, rechazan la epistemología de Popper por muchos de
los motivos que acabamos de debatir y caen en una actitud anticientffica
extrema (ver más adelante). Pero las argumentaciones racionales a favor de
la teoría de la relatividad o la teoría de la evolución se encuentran en Eins-
tein, Darwin y sus discípulos, no en Popper. De manera que, aunque la
epistemología popperiana fuera íntegramente falsa (que no es el caso), no
afectaría en absoluto a la validez de las teorías científicas. 41

40. Por ejemplo, Weinberg (1992, págs. 90-107) explica por qué la retrodicción de
la órbita de Mercurio era una prueba mucho más convincente para afirmar la teoría de la
relatividad que la predicción de la desviación de la luz de las estrellas que produce el Sol.
Véase también Brush (1989).
41. Análogamente, considérese la paradoja de Zenón: ésta no demuestra el hecho de
que Aquiles no atrapará la tortuga; sólo muestra que los conceptos de movimiento y lími-
te no se comprendían bien en su época. También nosotros podemos hacer ciencia prácti-
ca perfectamente sin estar obligados a entender cómo la hacemos.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 249

LA TESIS DE DUHEM-QUINE: LA SUBDETERMINACIÓN

Otra idea, la comúnmente llamada «tesis de Duhem-Quine», es que los


datos subdeterminan las teorías.V El conjunto de nuestros datos experi-
mentales es finito, pero las teorías están preñadas, por lo menos en po-
tencia, de un número infinito de predicciones empíricas. Consideremos
el siguiente ejemplo: la mecánica newtoniana no sólo describe cómo se
mueven los planetas, sino cómo se movería un satélite que despegara de
la Tierra. ¿Cómo se puede pasar de un conjunto finito de datos a un con-
junto potencialmente infinito de afirmaciones? 0, para ser más concre-
tos, ¿hay una única manera de dar este paso? Esta pregunta sería equiva-
lente a cuestionarse si, dado un conjunto finito de puntos, hay una única
curva que pasa por ellos. La respuesta clara es que no: hay infinitas cur-
vas que pasan por cualquier conjunto finito de puntos. De manera simi-
lar, siempre hay un número muy grande (incluso infinito) de teorías
compatibles con los datos, sean cuales sean los datos y sea cual sea su nú-
mero.
Hay dos tipos de reacción ante una tesis tan general. La primera es
aplicarla sistemáticamente a todas nuestras creencias (tal como uno tiene
lógicamente derecho a hacer). Así concluiríamos que, por ejemplo, fueran
cuales fueran los hechos, al final de una investigación criminal habría el
mismo número de sospechosos que al principio. Evidentemente, esto pa-
rece absurdo. Sin embargo, es eso precisamente lo que «muestra» la teoría
de la subdeterminación: siempre puede inventarse una historia (posible-
mente, una de lo más extravagante) en la que X es culpable e Y es inocen-
te, yen la que «sedé cuenta de los datos» con procedimientos ad hoc. Sim-
plemente, hemos regresado al escepticismo radical de Hume. El punto débil
de esta tesis es, nuevamente, su generalidad.
Otra manera de lidiar con el problema es considerar las diversas situa-
ciones concretas que pueden darse cuando se confronta la teoría con los
datos:

42. Hay que tener en cuenta que la versión de Duhem es mucho menos radical que
la de Quine. Nótese también que el término «tesis de Duhem-Quine- se usa a veces para
caracterizar la idea -analizada en el apartado anterior- de que las observaciones tienen
carga teórica. Véase Laudan (l990b) para un examen más detallado de las ideas de este
apartado.
250 CIENCIA Y FILOSOFíA

1) Se poseen datos tan sólidos a favor de una teoría que dudar de ella
sería tan absurdo como creer en el solipsismo. Por ejemplo, tene-
mos buenas razones para creer que la sangre circula, que las espe-
cies biológicas han evolucionado, que la materia se compone de
átomos, y un cúmulo de cosas más. La situación análoga en una in-
vestigación criminal es aquella en la que se está seguro de haber en-
contrado al culpable.
2) Se posee un número de teorías alternativas, ninguna de las cuales
parece ser, sin embargo, enteramente convincente. Por ejemplo,
la incógnita del origen de la vida aporta (por lo menos de mo-
mento) un buen ejemplo de este tipo de situaciones. La analogía
con la investigación criminal es el caso en el que hay varios sospe-
chosos verosímiles, pero no está claro quién es el culpable. Esta
situación puede darse también cuando no se tiene más que una
teoría, la cual no es muy convincente debido a la ausencia de
pruebas suficientemente determinantes. En un caso así, los cientí-
ficos aplican implícitamente la tesis de la subdeterminación:
como otra teoría que todavía no se ha concebido podría muy bien
ser la correcta, la teoría existente recibe una probabilidad subjeti-
va muy baja.
3) En último lugar, se puede no tener ninguna teoría admisible que dé
razón de los datos existentes. Probablemente éste es el caso en el
que se encuentra hoy el intento de unificación de la teoría de la re-
latividad con la física de partículas elementales, así como el de mu-
chos otros problemas científicos arduos.

Volvamos por un momento al problema de la curva que pasa por un


número finito de puntos. Lo que nos convence con más fuerza de que he-
mos encontrado la curva adecuada es, por descontado, que cuando rea-
lizamos experimentos adicionales, los nuevos datos encajan con la curva
antigua. No hay que presuponer que hay una conspiración cósmica por la
que la curva real es desmedidamente diversa de la curva que hemos dibu-
jado, sino que nuestros datos (los nuevos y los antiguos) se encuentran en
la intersección de ambas curvas. Como decía Einstein, hay que imaginar
que Dios es sutil, pero no malicioso.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 251

KUHN y LA INCONMENSURABILIDAD DE LOS PARADIGMAS

Se sabe mucho más ahora que hace cincuenta años, y se sabía mucho más
entonces que en 1580. Ha habido una enorme acumulación de conocimien-
tos en los últimos cuatrocientos años. Éste es un hecho perfectamente cono-
cido. [oo.] Por tanto, un autor que mantenga una postura que tienda a hacerle
negar [este hecho] o siquiera que lo haga reticente a admitirlo, inevitable-
mente parecerá estar sosteniendo algo extremamente inverosímil a los ojos de
los filósofos que lo lean.

DAVID STOYE, PopperandAfter (1982, pág. 3)

Prestemos atención ahora a algunos análisis históricos que aparente-


mente han echado más leña al fuego del relativismo contemporáneo. El
más famoso de ellos es, sin duda alguna, La estructura de las revoluciones
científicas, de Thomas Kuhn.v' Trataremos aquí exclusivamente el aspecto
epistemológico de la obra de Kuhn, dejando de lado los detalles de sus
análisis históricos.t" No hay duda de que Kuhn concibe, como historia-
dor, que su obra tendrá un impacto en la concepción de nuestra actividad
científica y, de esta manera, al menos indirectamente, en episternologfa.P
El esquema de Kuhn es ampliamente conocido: la mayor parte de la
actividad científica -lo que llama «ciencia normal»- tiene lugar dentro
de «paradigmas», que definen qué tipos de problemas se estudian, qué cri-
terios se usan para evaluar una solución y qué procedimientos experimen-
tales se juzgan aceptables. De tiempo en tiempo, la ciencia normal entra
en crisis -en un período «revolucionarios-e- y el paradigma cambia. Por

43. Kuhn (1962; 1970). Para este apartado y críticas detalladas, véanse Shimony
(1976), Siegel (1987) y, especialmente, Maudlin (1996).
44. También nos limitaremos a analizar La estructura de las revoluciones científicas.
Para dos análisis de las ideas tardías de Kuhn bastante dispares, véanse Maudlin (1996) Y
Weinberg (1996b, pág. 56). Para una valoración imparcial de las ideas que Kuhn sostie-
ne en la Estructura y después de ella, véase Godfrey-Smith (2003, capítulos 5 y 6).
45. Hablando de «la imagen que ahora tenemos de la ciencia», que propagan, entre
otros, los propios científicos, dice: «Este ensayo intenta mostrar que nos hemos equi-
vocado [oo.] de un modo fundamental. El objetivo es hacer un esbozo del concepto tan
diferente de ciencia que puede surgir de los registros históricos de la propia actividad de
investigación» (Kuhn, 1970, pág. 1).
252 CIENCIA YFILOSOFíA

ejemplo, el nacimiento de la física moderna, con Galileo y Newton, cons-


tituyó una ruptura con Aristóteles; de manera similar, en el siglo xx, la teo-
ría de la relatividad y la mecánica cuántica han dado la vuelta al paradig-
ma newtoniano. Otras revoluciones análogas ocurrieron en biología, con
el paso de la visión estática de las especies a la teoría de la evolución, o el
camino desde Lamark hasta la genética contemporánea.
Esta perspectiva encaja tan bien con la apreciación que tienen los cien-
tíficos de su propio trabajo que resulta difícil de percibir, a primera vista,
qué tiene de revolucionario este esquema y aún menos cómo podría utili-
zarse con propósitos anricientíficos. El problema aparece sólo cuando uno
se enfrenta a la noción de la inconmensurabilidad de los paradigmas. Por
una parte, los científicos piensan, por regla general, que es posible escoger
racionalmente entre teorías alternativas (entre Newton y Einstein, por
ejemplo) a partir de las observaciones y los experimentos, incluso si a esas
reorías se les atribuye el estatuto de «paradigmas». Por otra, a pesar de que
la palabra «inconmensurable» pueda recibir varios significados, y una bue-
na parte del debare sobre la obra de Kuhn se haya centrado en este aspec-
to, hayal menos una versión de la tesis de la inconmensurabilidad que
arroja dudas sobre la posibilidad de comparar racionalmente diversas teo-
rías alternativas, a saber: nuestra experiencia del mundo está absoluta-
mente condicionada por nuestras teorías, las cuales a su vez dependen del
paradigrna.t'' Por ejemplo, Kuhn observa que los químicos posreriores a
Dalton consratan que las composiciones químicas tienden a formarse más

46. Obsérvese que esta afirmación es mucho más radical que la idea de Duhem de
que la observación depende en parte de hipótesis teóricas adicionales. En un pasaje extre-
mo, Kuhn llega a dibujar un paralelo episremológico explícito entre las revoluciones
científicas y las políticas:
Porque difieren de la matriz institucional dentro de la cual se han de producir y juzgar el
cambio político, porque no reconocen ninguna estructura suprainstitucional para juzgat la di-
ferencia revolucionaria, las partes en un conflicto revolucionario deben recurrir al final a las
técnicas de persuasión de masas, en las que a menudo está incluida la violencia. [...] El estudio
histórico de los cambios de paradigma manifiesta características muy parecidas en la evolu-
ción de las ciencias. Igual que la elección entre instituciones políticas alternativas, la elección
entre paradigmas contrapuestos se convierte en una elección entre modos incompatibles de la
vida de la comunidad. [...] Pasa lo mismo en las revoluciones políticas que en la elección del
paradigma: no hay un criterio más definitivo que el consentimiento de la comunidad perti-
nente (Kuhn, 1970, capítulo IX, págs. 93-94).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 253

como proporciones de números enteros que de porcentajes.t? y mientras


que la teoría atómica daba explicación de muchos datos asequibles en
aquel tiempo, algunos experimentos ofrecían resultados conflictivos. La
conclusión a la que llega Kuhn es ciertamente radical:

Por tanto, los químicos no pudieron aceptar llanamente la teoría de Dal-


ton a partir de los datos, puesto que muchos de ellos eran aún negativos. En
lugar de eso, incluso después de haber aceptado la teoría, todavía tuvieron
que ajustar la naturaleza, un proceso que no se completó hasta la siguiente
generación. Cuando finalizó, incluso la composición porcentual de com-
puestos bien conocidos era distinta. Los propios datos habían cambiado.
Éste es el último de los sentidos en el que queremos decir que, después de una
revolución, los científicos trabajan en un mundo distinto. 48

Pero ¿qué quiere decir exactamente Kuhn con la expresión «todavía tu-
vieron que ajustar la naturaleza»? ¿Está sugiriendo que los químicos poste-
riores a Dalton manipularon sus datos para hacerlos concordar con las
hipótesis atómicas y que sus sucesores siguen haciendo lo mismo hoy día?
¿Que la hipótesis atómica es falsa? Obviamente, Kuhn no está pensando
algo así, pero como mínimo hay que decir que se ha expresado de una ma-
nera ambigua.P Es de suponer que las mediciones para las composiciones

47. Kuhn (1979, págs. 130-135). Proporciones de números enteros son lo que sees-
pera conforme a la teoría atómica de Dalron, según la cual los compuestos químicos se
forman a partir de elementos químicos en proporciones fijas de números enteros bajos,
como por ejemplo, H 20 (agua) o CaC0 3 (carbonato de calcio).
48. Kuhn (1970, pág. 135).
49. Obsérvese, además, que la formulación de Kuhn, «la composición porcentual
era distinta», confunde hechos con nuestro conocimiento sobre ellos. Lo que cambió, evi-
dentemente, fue el conocimiento (o las creencias) de los químicos acerca de los porcen-
tajes, no los porcentajes en sí.
Afirmaciones de un tono parecidamente radical resuenan a travésde lo que Godfrey-
Smith (2003, pág. 96) llama «el confidencial capítulo X, [...] el peor material en el gran
libro de Kuhn». A título de ejemplo:
Lo mínimo que se puede decir es que Lavoisier cambió su perspectiva de la naturaleza a
partir de su descubrimiento de! oxígeno. En ausencia de una explicación para aquella natura-
leza rígida que él habia visto «de una manera diferente», e! principio de economía nos insta a
decir que, después de descubrir e! oxígeno, Lavoisier trabajó en un mundo distinto (Kuhn,
1970, pág. 118).
254 CIENCIA Y FILOSOFíA

químicas eran bastante imprecisas en el siglo XIX, y también es posible que


los experimentadores estuvieran tan fuertemente influidos por la teoría
atómica que consideraran que las pruebas eran más sólidas de lo que lo
eran en realidad. De todas formas, hoy tenemos tantos datos a favor del
atomismo (muchos de ellos pertenecientes a campos externos a la quími-
ca) que resulta insensato dudar de él.
Claro que los historiadores tienen pleno derecho a decir que esto no les
interesa: su objetivo es entender qué ocurrió cuando cambió el paradig-
ma. so y resulta interesante ver hasta qué punto ese cambio se basaba en só-
lidos argumentos empíricos o en creencias extracientíficas, como la adora-
ción del 501.5 1 En un caso extremo, un cambio correcto de paradigma
podría haber tenido lugar por una casualidad afortunada y por motivos del
todo irracionales. Esto no alteraría el hecho de que la teoría adoptada ori-
ginalmente por motivos defectuosos esté consolidada empíricamente en la
actualidad, más allá de cualquier duda razonable. Además, los cambios de
paradigma no han tenido lugar por motivos totalmente irracionales, al me-
nos en la mayoría de los casos desde el nacimiento de la ciencia moderna.

Godfrey-Smith comenta incrédulamente:


El pasaje es muy extraño. ¿«Principio de economía»? ¿Sería económico para nosotros de-
sestimar la idea de que Lavoisier vivía en e! mismo mundo que e! resto de nosotros y que ad-
quiría ideas nuevas acerca de él? ¿Se supone que es económico pensar que, con cada cambio
conceptual de esta índole, e! científico pasa a vivir en un mundo nuevo y distinto? Las refe-
rencias a la «economía» suelen ser sospechosas en filosofía de la ciencia. Habitualmente son ar-
gumentos débiles. Y éste parece dar una explicación falsa (pág. 97, cursivas de! original).
50. Los historiadores rechazan con razón la «historia desde una perspectiva anacró-
nica»: la historia de! pasado reescrita como una marcha orientada hacia e! presente. No
obstante, esta actitud tan razonable no debe confundirse con otra prescripción metodo-
lógica un poco dudosa: e! rechazo a usar la información asequible en la actualidad (in-
cluidos los datos científicos) para extraer las máximas inferencias posibles concernientes
a la historia, bajo e! pretexto de que esa información no se podía conseguir en e! pasado.
Al fin y al cabo, los historiadores de! arte utilizan la física y la química contemporáneas
para determinar e! origen y la autenticidad de las obras, y esas técnicas son útiles para la
historia de! arte aunque en la época estudiada fueran inasequibles. Para ejemplos intere-
santes que siguen un razonamiento similar, véanse Weinberg (I996a, pág. 15) YKitcher
(I 998, págs. 43-44).
51. «[L]a adoración de! sol [oo.] contribuyó a que Kepler se convirtiera en coperni-
cano» (Kuhn, 1970, pág. 152).
EL RELATIVlSMO COGNITIVO EN LA FlLOSOFfA DE LA CIENCIA 255

Los escritos de Galileo o Harvey, por ejemplo, contienen numerosos argu-


mentos empíricos, muchos de los cuales no son erróneos. Seguramente hay
una mezcla complicada de buenas y malas razones que llevan a la aparición
de una nueva teoría, y los científicos pueden adherirse al paradigma nuevo
antes de que los datos empíricos resulten totalmente convincentes. No es
asombroso: los científicos deben poner su empeño en adivinar qué caminos
tienen que seguir -al fin y al cabo, la vida es corta- y a menudo deben
tomar decisiones provisionales en ausencia de datos empíricos suficientes.
Esto no mina la racionalidad a largo plazo de la empresa científica, pero sí
contribuye a hacer que la historia de la ciencia sea tan fascinante.
El problema básico es que hay, tal como ha señalado elocuentemente el
filósofo de la ciencia Tim Maudlin, dos Kuhn: un Kuhn moderado y su her-
mano desmedido, dándose codazos a través de las páginas de La estructura de
las revoluciones cienuficas. El Kuhn moderado admite que los debates cientí-
ficos del pasado se establecieron correctamente, pero hace hincapié en que
los datos asequibles en tiempos pasados eran más débiles de lo que se piensa,
y que los factores no científicos tuvieron también su papel. En principio, no
tenemos ninguna objeción que hacer al Kuhn moderado y dejamos a los his-
toriadores la tarea de investigar en qué situaciones concretas son correctas
estas ideas. 52 En cambio, el Kuhn inmoderado ---que se convirtió, quizás
involuntariamente, en uno de los padres fundadores del relativismo con-
temporáneo-- piensa que los cambios de paradigma se deben principal-
mente a factores no empíricos y que, una vez aceptados, condicionan nues-
tra percepción de la realidad hasta el punto de que sólo se pueden confirmar
por experiencias posteriores. Maudlin rechaza sugestivamente esta idea:

Si se le entregara una piedra lunar, Arisróreles la vería como una piedra y


como un objeto con tendencia a caer. No podría menos que concluir que el
material del que esrá compuesta la Luna no es excesivamente distinto del re-
rrestre, por lo que respecta a su movimiento narural. 53 De una manera aná-

52. Véanse, por ejemplo, los estudios que se encuentran en Donovan Yotros (1998).
53. [Esta nota y las dos siguientes las hemos añadido nosotros.] Según Aristóteles,
el material terrestre está compuesto de cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra), cuya
tendencia natural es elevarse (el fuego y el aire) o caer (el agua y la tierra), según su com-
posición; mientras que la Luna y OtrOS cuerpos celestes están formados de un elemento
especial, el «éter», cuya tendencia natural es seguir un movimiento circular perpetuo.
256 CIENCIA Y FILOSOFíA

loga, telescopios mejorados mostraron más claramente las fases de Venus,


independientemente de la cosmología que se hubiese escogido.t'' y hasta
Ptolomeo habría observado la rotación aparente de un péndulo de Foucault. 55
La influencia del paradigma sobre la experiencia que se tiene del mundo no
puede ser tan fuerte como para asegurar que la experiencia siempre estará de
acuerdo con las teorías, porque, en caso contrario, la necesidad de reconside-
rarlas nunca se plantearía. 56

54. Ya en la Antigüedad se observó que, en el cielo, Venus nunca está muy lejos del
Sol. En la cosmología geocéntrica de Ptolomeo, esto se explicaba suponiendo ad hocque
Venus y el Sol giraban más o menos sincrónicamente en torno a la Tierra (Venus habría es-
tado más cerca). De esto se sigue que Venus debería verse siempre como una fina franja
creciente, como la luna nueva. En cambio, la teoría heliocéntrica da razón de las observa-
ciones de manera natural suponiendo que Venus orbira alrededor del Sol con un radio me-
nor que la Tierra. De esto se sigue que Venus debería verse, como la Luna, en fases que
oscilarían desde la «nueva» (cuando Venus y la Tierra se encuentran en el mismo lado
respecto al Sol) hasta la «llena» (cuando Venus y la Tierra están en lados opuestos respecto
al 501). Como Venus aparece a simple vista como un punto, no fue posible juzgar empíri-
camente ambas predicciones hasta que las observaciones telescópicas de Galileo y sus discí-
pulos establecieron claramente la existencia de fases. Aunque esto no probó que el modelo
heliocéntrico era el correcto (otras teorías también eran capaces de explicar las fases), ofre-
ció datos significativos a su favor, así como pruebas en contra del modelo prolernaico.
55. Según la mecánica newtoniana, un péndulo que oscila se mantiene siempre en el
mismo plano. Sin embargo, esta predicción sirve sólo respecto al llamado «sistema de re-
ferencia inercial», por ejemplo, un sistema que se mantuviera fijo respecto a las estrellas le-
janas. Un sistema de referencia terrestre no es precisamente inercial, debido a la rotación
diaria de la Tierra alrededor de su eje. El físico francés Jean Bernard Léon Foucault (1819-
1868) se dio cuenta de que la dirección de oscilación de un péndulo, vista en relación a la
Tierra, sufría una precesión gradual, cosa que se puede interpretar como un indicio a fa-
vor de la rotación de la Tierra. Para comprender esta noción considérese, por ejemplo, un
péndulo ubicado en el Polo Norte. La dirección de oscilación se mantendrá fija en relación
a las estrellas lejanas, mientras que la Tierra rota por debajo de él. Así pues, en relación a
un observador terrestre, la dirección de oscilación completará una vuelta cada 24 horas. A
otras latitudes, excepto en el Ecuador, ocurre algo similar, sólo que la precesión es menor.
Por ejemplo, en la latitud de París (49 0 N), la precesión tiene lugar cada 32 horas. En
1851, Foucault demostró este efecto utilizando un péndulo de 67 metros que colgó de la
cúpula del Panteón. Poco tiempo después, el péndulo de Foucault se convirtió en una de-
mostración habitual presente en museos de la ciencia del mundo entero.
56. Maudlin (1996, pág. 442). Este ensayo sólo se ha publicado hasta ahora en tra-
ducción francesa. Agradecemos al profesor Maudlin que nos haya proporcionado el ori-
ginal inglés.
EL RELATIVISMO COGNITNO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 257

Así, aunque sea cierto que los experimentos científicos no aportan sus
propias interpretaciones, también lo es que la teoría no determina la per-
cepción de los resultados.
La segunda objeción a la versión radical de la historia de la ciencia de
Kuhn -una objeción que más adelante esgrimiremos contra el «progra-
ma fuerte» de la sociología de la ciencia- es la autorrefutación. La inves-
tigación en el campo de la historia, yen particular en el de la historia de la
ciencia, emplea métodos que no son excesivamente diferentes de los de las
ciencias naturales: el estudio de documentos, la extracción de deducciones
racionales, la formulación de inducciones que se basen en los datos dispo-
nibles, etc. Si argumentos de esta clase no nos permitieran llegar a conclu-
siones razonables y fidedignas en física o en biología, ¿por qué deberíamos
fiarnos de ellos para la historia? ¿Por qué deberíamos hablar de un modo
realista de categorías históricas, como los paradigmas kuhnianos, si resul-
ta ilusorio hablar de manera realista de conceptos científicos (que están
más precisamente definidos), como los electrones o el ADN?57
Aún se puede ir más lejos. Es natural introducir una jerarquía según el
grado de crédito de las diferentes teorías, dependiendo de la cantidad y la
calidad de los datos que las apoyan.P" Cada científico -en realidad, cada
ser humano- procede de esta forma y otorga una probabilidad subjetiva
más alta a las teorías mejor comprobadas (por ejemplo, la evolución de las
especies o la existencia de los átomos) y una probabilidad subjetiva más
baja a las más especulativas (como las teorías minuciosas de la gravedad
cuántica). El mismo razonamiento se aplica cuando se comparan teorías de
las ciencias naturales con las de la historia o la sociología. Por ejemplo, la
prueba de la rotación de la Tierra es infinitamente más consistente que
nada de lo que Kuhn pudiera plantear a favor de sus teorías históricas. Esto
no significa, por supuesto, que los físicos sean más inteligentes que los his-
toriadores o que usen métodos mejores, sino simplemente que se ocupan

57. Valela pena desracar que Feyerabend expuso una argumentación parecida en la úl-
rima edición de Contraelmétodo: «No es suficiente con subvertir la autoridad de las ciencias
a base de argumentos hisróricos: ¿por qué la autoridad hisrórica debería ser más importan-
re que la de, por ejemplo, la física?" (Feyerabend, 1993, pág. 271). Véase rambién Ghins
(1992, pág. 225) para un argumento paralelo.
58. Este ripo de razonamiento se remonta, al menos, hasta la argumentación de
Hume contra los milagros. Véase Hume (2000 [1748], apartado 10).
258 CIENCIA Y FILOSOFíA

de cuestiones menos complejas, las cuales entrañan un menor número de


variables, que, además, son más fáciles de medir y controlar. Es imposible
evitar introducir una jerarquía tal en nuestras creencias, y esta jerarquía
implica que no hay argumento imaginable basado en la visión de la his-
toria de Kuhn que pueda echar un cable a aquellos sociólogos o filósofos
que deseen desafiar, de una manera total, la fiabilidad de los resultados
científicos. 59

FEYERABEND: «TODO VALE»

Otro filósofo famoso que se trae a colación con frecuencia en las discusio-
nes sobre relativismo contemporáneo e~ Paul Feyerabend. Empezaremos
diciendo que Feyerabend es un personaje complicado. Sus actitudes per-
sonales y políticas le han hecho ganarse una buena cantidad de simpa-
tías, y sus críticas a los intentos de sistematización de la práctica científica
están a menudo justificados. Además, a pesar del título de uno de sus li-
bros, Adiósa la razón, nunca llegó a ser un irracionalista en un sentido total
y abierto; hacia el final de su vida empezó a distanciarse (o eso parece) de

59. El filósofo Alan Sable (2003) recrea jocosamente un caso similar. Después de
mostrar cómo el historiador constructivista social Thomas Laqueur socava sin darse
cuenta su propio e interesante trabajo histórico al sacar a relucir la tesis de Duhern-Qui-
ne, Sable advierte que:
La «dolencia de Laqueur», como yo la llamo, es contagiosa, y parece serlo sobre todo en-
tre los historiadores. Los principales síntomas de la dolencia de Laqueur son un ansia impa-
ciente de criticar la buena fe de la ciencia, la adopción de motivos fantásticos y seductores para
dicha crítica y la incapacidad de reconocer (¿por autoengaño?, ¿por falsa conciencia?, ¿por
mala fe?, ¿por saturación?) que esta crítica de la ciencia es igualmente aplicable a los estudios
históricos realizados por el afectado. Las causas suelen ser la presión que ejercen otros colegas
admirados y afectados de la misma enfermedad, un sentimiento ilusorio de que algo social y
políticamente importante está «en juego» en el ejercicio de la filosofía de la ciencia, y un po-
quito de flojera en el córtex cerebral. La dolencia no tiene cura racional, aunque puede inten-
tarse con una patada en el trasero, y el paciente (como el resto de nosotros) con el tiempo se
acaba muriendo (pág. 245).

Sable continúa (págs. 245-248) diagnosticando esta misma dolencia en el trabajo de


la filósofa de la ciencia e historiadora feminista Evelyn Fax Keller.Véase también Laudan
(l990a, págs. 157-159) para una observación parecida.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 259

las actitudes relativistas y anticientíficas de algunos de sus discípulos. 60


No obstante, los escritos de Feyerabend contienen muchas afirmaciones
ambiguas o confusas que acaban a veces en violentos ataques filosóficos,
históricos y políticos contra la ciencia moderna, en los que los juicios de
hecho se mezclan con los juicios de valor/'!
El problema principal qu~ se plantea al lector que lee a Feyerabend es
que no sabe cuándo debe tomárselo en serio. Por una parte, con frecuencia
es considerado una especie de bufón de la corte de la filosofía de la ciencia,
papel con el que parece disfrutar.v' Otras veces, él mismo recalca que sus
palabras no se deben tomar literalmente.P Por otra parte, sus escritos están
llenos de referencias a obras especializadas tanto en historia y filosofía de la
ciencia como en física; este aspecto de su obra ha contribuido en gran me-
dida a acrecentar su reputación como un filósofo de la ciencia serio. Tenien-
do todo esto presente, discutiremos los que nos parecen sus errores funda-
mentales e ilustraremos los excesos a los que pueden conducir.

60. Por ejemplo, escribió en 1992:

¿Cómo puede una empresa [la ciencia] depender de la cultura en tantos sentidos y seguir
produciendo unos resultados tan sólidos? [...] La mayoría de las respuestas a esta pregunta son
incompletas o incoherentes. Los físicos lo dan por hecho. Los movimientos que ven la mecá-
nica cuántica como un punto de inflexión en el pensamiento ---en los que se incluyen místi-
cos irresponsables, profetas New Age y relativistas de toda laya- se entusiasman con el com-
ponente cultural y olvidan las predicciones y la tecnología (Feyerabend, 1992, pág. 29).

Véase también Feyerabend (1993, pág. 13, n. 12).


61. Véase, por ejemplo, el capítulo 18 de Contra el método (Feyerabend, 1975). Este
capítulo no está incluido, sin embargo, en las posteriores ediciones del libro en inglés (Fe-
yerabend, 1988, 1993). Véase también el capítulo 9 de Adiósa La razón (Feyerabend, 1987).
62. Escribe, por ejemplo: «Imre Lakatos, en broma, me llamaba anarquista, y yo no
tenía ningún problema en ponerme la máscara de anarquista» (Feyerabend, 1993, pág. vii).
63. Un ejemplo: «Las ideas principales de [este] ensayo [oo.] son bastante triviales y pa-
recen triviales si se expresan en términos convenientes. Yo, en cambio, prefiero usar formu-
laciones más paradójicas, puesto que nada embota la mente de una manera tan efectiva
como escuchar palabras y eslóganes familiares» (Feyerabend, 1993, pág. xiv). Y otro: «Re-
cuerden siempre que las demostraciones y la retórica que uso no expresan ninguna "convic-
ción profunda", sino que sólo muestran cuán dócilmente se deja arrastrar la gente cuando se
utiliza la racionalidad. Un anarquista es como un agente secreto que juega al juego de la Ra-
zón para quebrantar Su autoridad (Verdad, Honestidad, Justicia, etc.)» (Feyerabend, 1993,
pág. 23). A este pasaje le sigue una nota al pie que hace referencia al movimiento dadaísta.
260 CIENCIA Y FILOSOFfA

En lo esencial, estamos de acuerdo con lo que dice Feyerabend acerca


del método científico considerado en abstracto:

La idea de que la ciencia puede y debe funcionar según unas reglas esta-
blecidas y universales no es realista, y además es perniciosa.v'

Feyerabend critica detenidamente las «reglas establecidas y universa-


les» a través de las cuales filósofos anteriores pensaron que podrían expre-
sar la esencia del método científico. Como hemos dicho, es terriblemente
difícil, si no imposible, sistematizar el método científico, aunque esto no
impide el desarrollo de ciertas reglas con un grado de validez más o menos
general, sobre la base de la experiencia previa. Si Feyerabend hubiera ex-
puesto solamente las limitaciones de cualquier sistematización general
y universal del método científico a partir de ejemplos históricos, no ten-
dríamos más remedio que estar de acuerdo con é1. 65 Desgraciadamente, va
mucho más lejos:

Todas las metodologías tienen sus limitaciones, y la única «regla» que so-
brevive es «todo vale».66

Ésta es una inferencia errónea, típica del razonamiento relativista.


Partiendo de una observación correcta (ctodas las metodologías tienen sus
limitaciones»), Feyerabend llega a una conclusión completamente falsa:
«todo vale». Hay muchas maneras de nadar, y todas tienen sus limitaciones,

64. Feyerabend (1975, pág. 295).


65. No obstante, no tomamos partido con respecto a la validez de los detalles de sus
análisis históricos. Véase, por ejemplo, Clavelin (1994) para una crítica de las tesis de
Feyerabend que conciernen a Galileo.
Subrayemos también que algunas de sus argumentaciones sobre problemas de la fí-
sica contemporánea son erróneas o exageradas: véanse, a título de ejemplo, sus declara-
ciones sobre el movimiento browniano (Feyerabend, 1993, págs. 27-29), la renorrnaliza-
ción (pág. 46), la órbita de Mercurio (págs. 47-49) o la dispersión en mecánica cuántica
(págs. 49, 50, n.). Desenredar todas estas confusiones ocuparía demasiado espacio, pero
véase Bricmont (1995, pág. 184) para un breve análisis de las opiniones de Feyerabend
respecto al movimiento browniano y la segunda ley de la termodinámica.
66. Feyerabend (1975, pág. 2%).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFfA DE LA CIENCIA 261

pero no todos los movimientos del cuerpo son igualmente buenos (si a uno
no le apetece ahogarse). No hay un método único para la investigación cri-
minal, pero eso no quiere decir que todos los métodos sean igualmente fia-
bles (piénsese en la prueba del fuego). Lo mismo ocurre con los métodos
científicos.
En la segunda edición de este libro, Feyerabend intenta defenderse de
una lectura literal del «todo vale»:

Un anarquista ingenuo dice que a) tanto las reglas absolutas como las de-
pendientes del contexto tienen sus límites, e infiere que b) todas las reglas y
criterios son inútiles y deberían ignorarse. En este sentido, muchos críticos
me consideran un anarquista ingenuo [...] [Pero] mientras que estoy de
acuerdo con a), no lo estoy con b). Sostengo que todas las reglas tienen sus lí-
mites y que no hay una «racionalidad» universal, pero no defiendo que haya
que proceder sin reglas ni criterios. 67

El problema es que Feyerabend da escasas pistas sobre el contenido de


esas «reglas y criterios»; a menos que alguna idea de racionalidad los cons-
triña, es fácil llegar al relativismo más extremo.
Cuando Feyerabend trata asuntos concretos, frecuentemente mezcla
observaciones prudentes con sugerencias bastante extrañas:

El primer paso de nuestra crítica a los conceptos y reacciones tradicio-


nales es romper el círculo y, bien inventar un nuevo sistema conceptual, por
ejemplo, una nueva teoría que choque con los resultados observacionales
más escrupulosos y que frustre los principios teóricos más convincentes,
bien importar un sistema tal desde un ámbito externo a la ciencia, como
la religión, la mitología, las ideas de los incompetentes o los delirios de los
locos. 68

Estas afirmaciones podrían defenderse apelando a la distincion clásica


entre el contexto del descubrimiento y el de la justificación. La idiosincrasia
del proceso de invención de teorías científicas admite en principio todos

67. Feyerabend (1993, pág. 231).


68. Feyerabend (1993, págs. 52-53). Una afirmación similar se encuentra en Feyer-
abend (1993, pág. 33).
262 CIENCIA Y FILOSOFíA

los métodos -la deducción, la inducción, la analogía, la intuición, e in-


cluso la alucinación-,69 y el único criterio real es pragmático. Por otra
parte, la justificación de las teorías debe ser racional, aunque esa raciona-
lidad no se pueda sistematizar definitivamente. Podría pensarse que los
ejemplos, sin duda extremos, que cita Feyerabend conciernen únicamen-
te al contexto del descubrimiento y que, por tanto, no hay ninguna con-
tradicción real entre su punto de vista y el nuestro.
Pero el problema es que Feyerabend niega explícitamente la validez de
la distinción entre el descubrimiento y la justificación/o Es cierto que esta
distinción fue subrayada exageradamente en la epistemología tradicional.
Siempre vamos a parar a la misma cuestión: es ingenuo creer que existen
reglas generales e independientes del contexto que nos permiten verificar
o falsar una teoría; dicho de otra manera, el contexto de la justificación y
el del descubrimiento evolucionan históricamente en paralelo.ó' Sin em-
bargo, en todo momento de la historia existe una distinción tal. Si no exis-
tiera, la justificación de teorías no estaría sujeta en absoluto a la racionali-
dad. Volvamos a las investigaciones criminales: puede descubrirse al
culpable gracias a cualquier acontecimiento fortuito, pero la prueba que se
esgrime para demostrar la culpabilidad no disfruta de una libertad tan
grande (aunque los parámetros de las pruebas también evolucionen histó-
ricamentel.P
Una vez que Feyerabend ha hecho el salto al «todo vale», no es sor-
prendente que compare constantemente la ciencia con la mitología o la re-
ligión, como en el siguiente pasaje, por ejemplo:

69. Se dice que el químico Friedrich August Kekule (1829-1896) conjeturó (co-
rrectamente) la estructura del benceno a partir de un sueño.
70. Feyerabend (1993, págs. 147-149).
71. Por ejemplo, el comportamiento anómalo de la órbita de Mercurio adquirió
un estatuto diferente con la aparición de la teoría de la relatividad general (véanse las no-
tas 37 a 40, más arriba).
72. Puede comentarse algo parecido acerca de la distinción clásica entre enunciados
observacionales y teóricos, que Feyerabend también criticó. No hay que ser ingenuo
cuando se dice que se «mide» algo; no obstante, existen «hechos» -por ejemplo, la posi-
ción de una aguja en una pantalla o los caracteres en una copia impresa- que no siem-
pre coinciden con nuestros deseos.
EL RELATIVISMO COGNITNO EN LAFILOSOFíA DE LACIENCIA 263

Newton reinó durante más de ciento cincuenta años; Einstein introdujo


por un breve tiempo un punto de vista más liberal, sólo para ser sucedido por
la interpretación de Copenhague. Las semejanzas entre la ciencia y el mito
son, de hecho, sorprendentes.ó'

Aquí, Feyerabend sugiere que la llamada interpretación de la mecáni-


ca cuántica de Copenhague, debida principalmente a Niels Bohr y Werner
Heisenberg, fue aceptada por los físicos de un modo más bien dogmático,
cosa que no es del todo falsa. (No está tan claro a qué «punto de vista» de
Einstein se está refiriendo.) Pero lo que no da son ejemplos de mitos que
cambien porque haya experimentos que los contradigan, o de mitos que ins-
ten a realizar experimentos que apunten a discriminar entre versiones an-
teriores y posteriores de él. Sólo por este motivo -que es crucial- «lasse-
mejanzas entre ciencia y mito» son superficiales.
Esta analogía aparece de nuevo cuando Feyerabend sugiere que se se-
pare la ciencia del Estado:

Los padres de un niño de 6 años pueden decidir iniciar a su hijo en los


rudimentos del protestantismo o del judaísmo, o no iniciarlo en ninguna dis-
ciplina religiosa, pero no tienen una libertad pareja en el caso de las ciencias.
La física, la astronomía y la historia deben aprenderse. No pueden sustituirse
por la magia, la astrología o el estudio de las leyendas.
Tampoco se está satisfecho con una mera presentación histórica de los
hechos y principios físicos (o astronómicos, históricos, etc.). No se dice:
algunaspersonas creen que la Tierra se mueve alrededor del Sol, mientras otras
creen que la Tierra es una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las
estrellasfijas. Se dice: la Tierra se mueve alrededor del Sol, y todo lo demás es
una auténtica idiotez,?4

En este pasaje, Feyerabend reintroduce de un modo especialmente


atroz la distinción clásica entre «hechos» y «teorías», un postulado bási-
co, que él rechaza, de la epistemología del Círculo de Viena. Al mismo
tiempo, parece usar implícitamente para las ciencias sociales una episte-
mología ingenuamente realista, que rechaza para las ciencias naturales.

73. Feyerabend (1975, pág. 298).


74. Feyerabend (1975, pág. 300, cursivas del original.
264 CIENCIA Y FILOSOFfA

¿Cómo se averigua exactamente lo que «algunas personas creen», si no es


usando métodos análogos a los de las ciencias (observaciones, sondeos,
etc.)? Si se hiciera una encuesta acerca de las creencias astronómicas de
los estadounidenses y los encuestados fueran sólo profesores de física, se-
guramente no habría ninguno que considerara que «laTierra es una esfe-
ra hueca»; Feyerabend objetaría, con razón, que el sondeo había sido exi-
guo, y el resultado, no representativo (¿se atrevería a decir que no había
sido científico?). La misma objeción se haría a un antropólogo que, sin
salir de su oficina de Nueva York, inventara mitos de otros pueblos. Pero
¿qué criterios aceptables para Feyerabend se infringirían? ¿Es que no vale
todo? El anarquismo metodológico de Feyerabend, si se toma literal-
mente, es tan radical que se refuta a sí mismo. Sin un mínimo de méto-
do (racional), incluso una «mera presentación histórica de los hechos»
sería imposible.
Lo que más llama la atención de los escritos de Feyerabend es, paradó-
jicamente, su abstracción y su generalidad. Como mucho, sus argumenta-
ciones presentan que la ciencia no progresa porque siga un método bien
definido, idea con la que estamos básicamente de acuerdo. Sin embargo,
en ningún momento explica en qué sentido la teoría atómica o la de la
evolución podrían ser fitlsas, a pesar de todo lo que sabemos actualmente.
Y si no lo explica, será porque no lo cree y porque comparte (al menos par-
cialmente) la visión científica del mundo con muchos de sus colegas: que
las especies han evolucionado, que la materia se compone de átomos, etc.
Y si comparte esas ideas, será porque tiene buenas razones. ¿Por qué no
pensar en esas razones e intentar explicitarlas, en lugar de repetir una y otra
vez que no son justificables por ciertas reglas metódicas universales? Un
análisis caso por caso mostraría que hay ciertamente argumentaciones em-
píricas sólidas que respaldan estas teorías.
Pero no sabemos si este tipo de cuestiones interesa a Feyerabend o no.
Repetidamente da la impresión de que su oposición a la ciencia no es fru-
to tanto de una convicción cognitiva, sino de la elección de un estilo de
vida, como cuando dice: «El amor resulta imposible para la gente que se
aferra a la "objetividad", es decir, la gente que vive en total acuerdo con el
espíritu de la cienciav." La pega es que no consigue discernir claramente

75. Feyerabend (1987, pág. 263).


EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 265

entre juicios fácticos y juicios de valor. Por ejemplo, creería que la teoría de
la evolución es infinitamente más plausible que ningún mito creacionista,
pero que, a pesar de ello, los padres deberían tener derecho a pedir que los
colegios enseñaran teorías falsas a sus hijos. No estaríamos de acuerdo con
esto, pero el debate dejaría de mantenerse tan sólo en un ámbito cogniti-
vo y pasaría a incluir consideraciones éticas y políticas.
Siguiendo en la misma línea, Feyerabend escribe en la introducción a
la edición china de Contra el método: 76

La ciencia del primer mundo es una de tantas. [...] El motivo primordial


que me empujó a escribireste libro fue humanitario, no intelectual. Quería
apoyar a la gente, y no «hacer progresos en el conocimienros. "

La dificultad estriba en que la primera tesis es puramente cognitiva (si


está hablando de ciencia y no de tecnología), mientras que la segunda está
ligada a objetivos prácticos. Sin embargo, si en realidad no hay «otras cien-
cias» distintas de las del «primer mundo» que sean igualmente poderosas
en un ámbito cognitivo, ¿en qué sentido le permite la afirmación de la pri-
mera tesis (que sería falsa) «apoyar a la gente»? Los problemas de la verdad
y la objetividad no se evaden tan fácilmente.

EL «PROGRAMA FUERTE» DE LA SOCIOLOGíA DE LA CIENCIA

Durante la década de 1970 emergió una nueva escuela de sociología de


la ciencia. Mientras que los sociólogos anteriores se contentaban en
general con analizar el contexto social en el que la actividad científica se
desarrollaba, los investigadores reunidos bajo el estandarte del «progra-
ma fuerte» eran, tal como el nombre indica, mucho más ambiciosos. Su
objetivo era explicar el contenido de las teorías científicas en términos
sociológicos.
Desde luego, cuando oyen tales ideas, muchos científicos se llevan las
manos a la cabeza y señalan la pieza sustancial que le falta a este tipo de ex-

76. Reproducido en la segunda y tercera ediciones inglesas.


77. Feyerabend (1988, pág. 3, Y1993, pág. 3), cursivas del original.
266 CIENCIA Y FILOSOFíA

plicación: la propia naturaleza.I" En este apartado expondremos los pro-


blemas conceptuales básicos a los que se enfrenta el programa fuerte. Aun-
que muchos de sus seguidores hayan corregido recientemente sus alegatos
iniciales, no parecen darse cuenta de en qué medida estaba desenfocado el
punto de partida."
Empecemos por indicar los principios que uno de los fundadores del
programa fuerte, David Bloor, ha establecido para la sociología del cono-
cimiento:

1. Debe ser causal, es decir, debe preocuparse por las condiciones que
dan lugar a las creencias o a las condiciones del conocimiento. Na-
turalmente, habrá otros tipos de causas distintas de las sociales que
participarán en la aparición de las creencias.
2. Debe ser imparcial con respecto a la verdad y la falsedad, a la racio-
nalidad o la irracionalidad, al éxito o el fracaso. Ambas caras de es-
tas dicotomías requerirán una explicación.
3. Su estilo explicativo debe ser simétrico. Los mismos tipos de causas
deben explicar creencias falsas y verdaderas, por ejemplo.
4. Debe ser reflexiva. En principio, las pautas explicativas deben ser
aplicables a la propia sociología.f"

Para captar lo que debe entenderse por «causal», «imparcial» y «simé-


trico» analizaremos un artículo de Bloor y su colega Barry Barnes, en el
que exponen y defienden su prograrna.P! El artículo empieza con una apa-
rente declaración de buena voluntad:

78. Para estudios de casos concretos en los que científicos e historiadores de la


ciencia clarifican los errores precisos que contienen los análisis de los seguidores del pro-
grama fuerte, véanse, por ejemplo, Gingras y Schweber (1986), Franklin (1990, 1994),
Mermin (1996a, 1996b, 1996c, 1997), Gottfried y Wilson (1997) y Koertge (1998).
Véase también Collins (1994) para una respuesta a Franklin (1994) poco convincente
(en nuestra opinión).
79. Véanse también Laudan (1981, 1990a), Slezak (1994a, 1994b), Murphy (1994)
y Kitcher (1998) para críticas afines al programa fuerte. Nótese particularmente la críti-
ca de Kitcher a los «cuatro dogmas de los estudios sobre ciencia» (1998, págs. 38-45), que
es bastante parecida a la nuestra.
80. Bloor (1991, pág. 7).
81. Barnes y Bloor (1981).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 267

Lejos de ser una amenaza, el relativismo resulta necesario para la com-


prensión científica de las formas del conocimiento. [...] Son aquellos que se
oponen al relativismo y que conceden un estatuto privilegiadoa ciertas for-
mas del conocimiento los que suponen un peligro realpara una comprensión
científica del conocimiento y la cognición.82

No obstante, por lo pronto, esto ya pone encima de la mesa el tema de


la autorrefutación. El discurso de los sociólogos que quieren proporcionar
«una comprensión científica del conocimiento y la cognición», ¿no se atri-
buye un «estatuto especial» con respecto a otros discursos, por ejemplo, a
los de los «racionalistas» que tanto critican Barnes y Bloar en el resto del
artículo? Nosotros somos de la opinión de que, si se intenta poseer una
comprensión «científica» de cualquier cosa, se está obligado a diferenciar
entre una comprensión buena y una mala. Barnes y Bloor parecen haber-
se dado cuenta de esto, ya que escriben:

Los relativistas, como todo el mundo, tienen la necesidadde escoger en-


tre sus creencias, aceptando unas y desechando otras. Naturalmente, tendrán
preferencias que coincidirán representativamente con las de otros que se en-
cuentren próximos geográficamente. Las palabras «verdadero» y «falso» cons-
tituirán el lenguaje en el que se expresará el resultado de aquellas preferencias,
y las palabras «racional" e «irracional» cumplirán una función parecida. 83

Ésta es, empero, una extraña noción de «verdad», la cual contradice vi-
siblemente la noción que se usa en la vida cotidiana.v' Si considero verda-
dera la afirmación «me he tomado un café esta mañana», no quiero decir
simplemente que prefiera creer que me he tomado un café, ni mucho me-
nos que «otros que se encuentren próximos geográficamente» a mí crean
que me lo he tornado.P Lo que aquí tenemos es una definición nueva y ra-
dical del concepto de verdad, que nadie (empezando por Barnes y Bloor)

82. Barnes y Bloor (1981, págs. 21-22).


83. Barnes y Bloor (1981, pág. 27).
84. Pueden interpretarse estas palabras como una mera descripción: la gente tiende a lla-
mar «verdad»a sus creencias. Pero, según esta interpretación, la afirmación resultaría banal.
85. Hemos adaptado este ejemplo de la crítica de Bertrand Russell al pragmatismo
de William James y John Dewey: véanse los capítulos 24 y 25 de Russell (1961), en par-
ticular, la pág. 779.
268 CIENCIA Y FILOSOFíA

aceptaría para el conocimiento cotidiano. Entonces, ¿por qué debería acep-


tarse para el conocimiento científico? Nótese que la definición hace aguas
también en este caso: Galileo, Darwin y Einstein no escogieron sus creen-
cias por haber seguido las de otros que se encontraban próximos a ellos.
Además, Barnes y Bloor fallan al usar sistemáticamente su nuevo
concepto de «verdad». De tanto en cuanto recaen, sin previo aviso, en el
significado tradicional de la palabra. Por ejemplo, al principio del artículo,
admiten que «decir que todas las creencias son verdaderas por igual tro-
pieza con el problema de cómo manejar las creencias que se contradicen
entre sí» y que «decir que todas las creencias son falsas por igual plantea el
problema del estatuto de las posiciones relativistass.f" Pero si «una creen-
cia verdadera» significase únicamente «la creencia que se comparte con
otras personas que se encuentran próximas geográficamente», el proble-
ma de la contradicción entre creencias mantenidas en sitios alejados en-
tre sí no representaría ningún problema.V

Una ambigüedad similar caracteriza su disertaciónsobre la racionalidad:


Para los relativistas no tiene sentido la idea de que algunos criterios o
creencias sean realmente racionales en tanto que distintos de los aceptados
localmente como tales. 88

86. Barnes y Bloor (1981, pág. 22).


87. Un desatino semejante tiene lugar en el uso de la palabra «conocimiento». Los
filósofos suelen entender por «conocimiento» «una creencia que se ha demostrado como
verdadera» o alguna noción de este estilo, pero Bloor empieza ofreciendo una definición
nueva y tajante del término:
En lugar de creencia verdadera ---o quizá, creencia que se ha demostrado verdadera-,
para el sociólogo, el conocimienro es cualquier cosa que la genre adopre como tal, es decir,
aquellas creencias que la genre toma con seguridad y según las cuales vive. [Oo.] Evidenre-
mente, el conocimiento debe disringuirse de la mera creencia, cosa que puede conseguirse
reservando la palabra «conocimiento» para lo que esrá aceptado colecrivamenre y consideran-
do lo individual e idiosincrárico como creencia (Bloor, 1991, pág. 5; véase rambién Barnes y
Bloor, 1981, pág. 22, n.).

Sin embargo, sólo nueve páginas después de ofrecer esta definición inhabitual de
«conocimiento», Bloor regresa sin comentarios a la definición estándar de «conocimien-
to», la cual compara con la de «error»: «[S]ería desacertado suponer que del funciona-
miento natural de nuestros recursos animales siempre resulta conocimiento. Producen
con igual naturalidad una mezcla de conocimiento y error [oo.]» (Bloor, 1991, pág. 14).
88. Barnes y Bloor (1981, pág. 27).
EL RELATIVISMO COGNITNO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 269

¿Qué quiere decir esto? ¿No es «realmente racional» creer que la Tierra
es (aproximadamente) redonda, por lo menos para los que tenemos acce-
so a aviones y fotos procedentes de satélites? ¿Es meramente una creencia
«aceptada localmente»?
Barnes y Bloor parecen estar moviéndose aquí entre dos esferas: la del
escepticismo general, que evidentemente no se puede refutar, y la de un
programa concreto que apunta a una sociología «científica» del conoci-
miento. Pero esta última presupone una renuncia al escepticismo radical y
el intento de entender una parte de la realidad lo mejor que se pueda.
Vamos a poner temporalmente entre paréntesis los argumentos a favor
del escepticismo radical y a preguntar si el «programa fuerte», considerado
como proyecto científico, es plausible. Veamos cómo Barnes y BIoor expli-
can el principio de simetría en el que se basa el programa fuerte:

Nuestro postulado de equivalencia es que todas las creencias están en el


mismo nivel por lo que respecta a las causasde su credibilidad. No esque to-
das las creenciassean igualmente verdaderaso igualmente falsas, sino que, al
margen de su verdad o su falsedad, se debe cuestionar su credibilidad por
igual. La posición que defendemos es que, dada la influencia que ejercen
todas las creencias sin excepción, hay que investigarlas empíricamente y dar
razón de ellas mediante la búsqueda de las causas locales y específicas de su
credibilidad. Esto quiere decir que, independientemente de que si los soció-
logos calificanuna creencia de verdadera y racional o de falsa e irracional, de-
ben buscar las causasde su credibilidad. [...] Todas estascuestiones pueden y
deben responderse con independencia del estatuto de la creencia,tal como lo
juzgan y califican los criterios propios de los sociólogos.f"

Aquí, en lugar de un escepticismo general o un relativismo filosófico,


Barnes y Bloor proponen claramente un relativismo metodológico para so-
ciólogos del conocimiento. Pero la ambigüedad subsiste: ¿qué quiere decir
exactamente «con independencia del estatuto de la creencia, tal como lo
juzgan y califican los criterios propios de los sociólogos»?
Para desentrañar la dificultad, consideremos nuestra percepción coti-
diana (en seguida retomaremos las teorías científicas). Supongamos que
unos cuantos de nosotros estamos en el exterior, bajo la lluvia, y uno dice:

89. Barnes y Bloor (1981, pág. 23).


270 CIENCIA Y FILOSOFíA

«Hoy llueve». Esta aserción expresa una creencia. ¿Cómo vamos a explicar
«causalmente» esa creencia? No se conocen todavía todos los detalles de la
mecánica causal, pero parece obvio que parte de la explicación radica en el
hecho de que realmente hoy llueva. Si alguien dijera que está lloviendo, y
no lo está, podría pensarse que está bromeando o que no está bien de la ca-
beza, pero las explicaciones serían muy asimétricas dependiendo de si está
lloviendo o no. 9ü
Si afrontan este problema, los defensores del programa fuerte podrían
admitir nuestro dictamen acerca del conocimiento ordinario, pero man-
tendrían que no puede aplicarse al conocimiento científico, pues en éste la
realidad participa escasamente o no participa en absoluto en la conforma-
ción de nuestras creencias.?' De todas formas, esta aseveración parece ser
particularmente inverosímil, puesto que la actividad científica -mucho
más que la vida cotidiana- se construye (a través de experimentos, etc.)
precisamente de manera que la propia naturaleza acote cuanto sea posible
las creencias que tenemos sobre ella. 92

90. Véase Gross y Levitt (1994, págs. 57-58) para un debate semejante, y véase más
arriba el capítulo 5 (págs. 160-161) para otro ejemplo.
Por supuesto, incluso la percepción ordinaria es «social»en cierto sentido. Por ejem-
plo, para ver con claridad, algunas personas necesitan gafas, que están producidas social-
mente. En un sentido más Fundamental, el significado de las palabras a través de las cua-
les se expresan las percepciones está influido hasta cierto punto por el entorno en el que
se usan. En algunas ocasiones, los relativistas insisten en que lo único que defienden es
que la ciencia es «social»en un sentido igualmente débil, pero tal opinión nos parece una
versión aguada de la tesis de la «simetría». De hecho, cuando se estudia científicamente la
percepción, no hay «simetría» significativa entre la alucinación y la percepción correcta.
La diferencia entre ambas radica en cómo es realmente el mundo, de manera que éste es
causa parcial de las percepciones correctas.
91. Véase más arriba la nota al pie número 9 del capítulo 5 para una afirmación ex-
plícita de esta tesis a cargo del sociólogo de la ciencia Harry Collins.
92. En otro lugar, Bloor declara explícitamente que «naturalmente existen otros
tipos de causas, aparte de las sociales, que participan en la aparición de las creencias»
(Bloor, 1991, pág. 7). Sin embargo, fracasa al intentar explicitar de qué modo se per-
mite participar a las causas naturales en la explicación de las creencias, o qué queda-
rá exactamente del principio de simetría si se toman en serio las causas naturales. Para
una crítica más detallada de los equívocos de Bloor (desde una perspectiva filosófica
ligeramente distinta de la nuestra), véase Laudan (1981). Véase también Slezak
(1994b).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFfA DE LA CIENCIA 271

Resulta instructivo considerar una vez más un ejemplo concreto:


¿por qué la comunidad científica europea se convenció de la verdad de la
mecánica newtoniana entre 1700 y 1750? Sin lugar a dudas, una plura-
lidad de factores históricos, sociológicos, ideológicos y políticos desem-
peñaron un papel en este proceso -debe haber una explicación de por
qué la mecánica newtoniana se aceptó rápidamente en Inglaterra y, en
cambio, más lentamente en Francia-,93 pero seguramente una parte de
la explicación (y una parte bastante importante) tiene que ser que los
planetas y los cometas se mueven realmente (en un grado aproximativo
muy alto, aunque no exactamente) tal como predecía la mecánica new-
toniana.l'"
Ante el riesgo de gastar la pólvora en salvas, reformulemos nuestra crí-
tica al reduccionismo sociológico del programa fuerte como una reductio
ad absurdum. Considérese el siguiente experimento mental. Supongamos
que un geniecillo laplaciano nos proporcionara toda la información ima-
ginable sobre la Inglaterra del siglo XVII que pudiera calificarse de socio-
lógica o psicológica: los conflictos entre los miembros de la Royal So-
ciety, todos los datos sobre producción económica y relaciones entre
clases, etc. Incluyamos también documentos que se destruyeron poste-
riormente y conversaciones privadas que nunca fueron grabadas. Añada-
mosle un ordenador gigante y superrápido que procese toda esta infor-
mación. Pero no incluyamos ningún dato astronómico (tales como las
observaciones de Kepler y Brahe). Ahora, intentemos «predecir» a partir
de estos datos que los científicos aceptarán una teoría en la que la fuerza
gravitatoria disminuye proporcionalmente al cuadrado inverso de la dis-
tancia, y no con respecto al cubo inverso. ¿Cómo sería posible hacer se-
mejante predicción? ¿Qué tipo de razonamiento podría utilizarse? Pare-

93. Véanse, por ejemplo, Brunet (1931) y Dobbs y]acob (1995).


94. O más concretamente: hay un amplio conjunto de pruebas astronómicas extre-
madamente convincentes que apoyan la creencia de que los planetas y los cometas se
mueven (en un grado aproximativo muy alto, aunque no exactamente) tal como predice
la mecánica newtoniana, y si esta creencia es correcta, entonces es el movimiento (y no
sólo nuestra creencia en él) el que forma parte de la explicación de por qué la comunidad
científica europea del siglo XVIII llegó a convencerse de la verdad de la mecánica newto-
niana. Por favor, nótese que todas las afirmaciones de hechos -incluyendo «hoy en Nue-
va York está Iloviendos-e- deberían explicarse de esta manera.
272 CIENCIAY F1LOSOFfA

ce obvio que este resultado no se puede «extraen> sencillamente de aque-


llos datos."
Supongamos ahora, en cambio, que se quiere dar una razón causal de
la creencia en la astrología. En este caso es al menos imaginable que pue-
da concebirse una explicación puramente sociológica o psicológica de la
existencia de estas creencias, sin siquiera alegar los datos que las apoyan,
simplemente porque no existen.?" Esta comparación entre la mecánica
newtoniana y la astrología revela una asimetría necesaria y crucial en el es-
quema explicativo: en un caso, los datos deben estar incluidos en una
explicación satisfactoria; en el otro, no. Claro que si se cree (equivocada-
mente) que la astrología está apoyada por datos, entonces este factor pre-
sumiblemente deberla incluirse en lo que se considera una explicación
causal satisfactoria de la creencia en la astrología. 97
En resumen, parece claro que una explicación causal adecuada de cómo
las teorías científicas llegan a aceptarse debería combinar factores «natura-
les»y «sociales», de la misma manera que sucede en la percepción cotidiana.
Por supuesto, explicar el conocimiento científico es mucho más complica-
do que explicar la percepción, la cual de por sí ya es bastante compleja.
En este capítulo ya hemos establecido una analogía entre las investiga-
ciones científicas y las pesquisas policiales. Siguiendo con ella, podría de-
cirse que, por un lado, el relativismo ontológico equivale a decir que no
hay hechos objetivos que determinen si un sospechoso es inocente o cul-
pable, y, por el otro, el relativismo metodológico sería como afirmar que
ningún método de investigación es objetivamente mejor que otro (por

95. Claro que se puede argumentar que el auge de la ciencia está enlazado con el
auge de la burguesía (la relación causal entre ambas, si existe alguna, no está clara); in-
cluso se puede argumentar que una «visión mecánica del mundo» está asociada a la idio-
sincrasia burguesa. Pero esa clase de argumentación no alcanza a las afirmaciones empíri-
cas más concretas, como la ley del inverso del cuadrado de la distancia.
Véase Collins (2001, págs. 187-189) para una crítica de esta argumentación, y Bric-
mont y Sokal (2001, págs. 245-248) para nuestra respuesta.
96. Evidentemente, puede concebirse una preocupación paralela: ¿alguien tiene
una teoría sociológica o psicológica bien fundada que ofrezca una explicación causal y
clarificadora de cualquier sistema de creencias, incluso de las supersticiosas?
97. Véase también Bricmont y Sokal (2001, págs. 180-181) para un ejemplo pare-
cido, en el que se trata la creencia en la transubstanciación.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN lA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 273

ejemplo, analizar cuidadosamente las huellas dactilares versus introducir


pruebas falsas). El relativismo metodológico, además, entraña intentar
comprender CÓmo la policía, el juez y el jurado llegan a convencerse de la
culpabilidad de X sin que siquiera tengan en cuenta que, al menos en al-
gunos casos, existen pruebas a favor de su culpabilidad.
Contemplemos bajo esta luz una afirmación de los sociólogos de la
ciencia Harry Collins y Trevor Pinch sobre la teoría de la relatividad de
Einstein:

La relatividad [...] es una verdad que surgió como resultado de decidir cómo
debíamos vivir nuestras vidas científicas y cómo debíamos acreditar nuestras
observaciones científicas. Fue una verdad que apareció como fruto de un con-
venio para ponerse de acuerdo respecto a nuevos asuntos. No fue una verdad
impuesta por la lógica inexorable de un conjunto de experimentos cruciales."

¿No sonaría raro decir «es cierto que X es culpable», pero que esta ver-
dad «surgió como resultado de decidir cómo debíamos acreditar nuestras
investigaciones policiales» y que «fue una verdad que apareció como fruto
de un convenio para ponerse de acuerdo respecto a nuevos asuntos»? La
cuestión está plagada de ambigüedades: ¿se quiere expresar que X es cul-
pable o no? ¿Es simplemente una manera confusa de plantear la observa-
ción trivial de que nuestra creencia en la culpabilidad de X surgió como
fruto de un proceso social?99
Cuando se llega al fondo del asunto, el relativismo metodológico
pierde su sentido; a menos que uno se aferre a la idea de que, mientras que
las ciencias naturales forman una especie de ideología o religión, nuestro
conocimiento del mundo social es verdaderamente científico y explica

98. Collins y Pinch (1993, pág. 54).


99. Señalemos de pasadaque la última frase de la cira es correcta: la noción de «ex-
perimento crucial», que usanalgunos filósofos de la ciencia, simplifica considerablemente
la red compleja de pruebas entrelazadas que respalda las teorías científicas bien funda-
mentadas. En la excelente críticaa la exposición de Collins y Pinchsobrela relatividad, el
físico DavidMermin señalacorrectamente quelashistorias simplificadas deloscientíficos,
tal como las presentan en los libros de texto, a veces caen en ese error (Mermin, 1996a,
1996b, 1996c, 1997). Por otra parte, los experimentos y las observaciones, tomadosen
conjunto, son de hecho cruciales, puestoque no hayotra manerade obtenerconocimien-
to fidedigno del mundo externo.
274 CIENCIA Y FILOSOFíA

(o algún día lo hará) por qué los científicos de la naturaleza creen lo que
creen. Entonces se establece una competencia directa: ¿qué teorías son más
científicas? Es decir, ¿cuáles están mejor respaldadas por los datos, hacen
predicciones más precisas, etc.? ¿Las físicas, las químicas o las biológicas?
¿O las sociológicas (incluidas las de la sociología de la religión y similares)?
La respuesta parece bastante clara.loo,lol Esta situación incómoda lleva
algunas veces a los sociólogos de la ciencia a esgrimir argumentos que apo-
yan un relativismo ontológico o epistemológico, los cuales tienen el «mé-
rito» (desde su punto de vista) de evitar la «competencia directa»: si nin-
guna teoría es objetivamente mejor que otra, entonces la física no es más
científica que la sociología. Pero el relativismo cognitivo, sea ontológico o
epistemológico, no es un punto de vista que ningún científico, estudie la
naturaleza o la sociedad, quiera sostener. 102

100. Señalemos una vez más que los físicos y los químicos no son más inteligentes
que los sociólogos, sino que estudian problemas mucho más sencillos. Véase Krugman
(1994, pág. xi) para una versión divertida de esta misma observación.
101. En una línea similar, el capítulo de Barnes, Bloor y Henry (1996) sobre «pruebas
y autoevidencia» es inquietantemente fascinante. Los autores intentan refutar la afirma-
ción de que algunas creencias, como 2 + 2 = 4 o el modusponens, son tan obvias que no ne-
cesitan explicarse sociológicamente. Sin embargo, sus argumentos muestran, como mu-
cho, que esas creencias no son tan evidentes como parecen (porque, en filosofía de las
matemáticas, la naturaleza de los enunciados matemáticos está abierta a interpretaciones
divergentes; o porque el modusponens se aplica sólo a proposiciones idealmente precisas, y
no a otras que contienen palabras ambiguas, como «rnontón»). Pero la exposición pasa por
alto la cuestión obvia de que los seres humanos -sean físicos, sociólogos o fontaneros-
no tienen, en la práctica, otra alternativa sensata que usar la aritmética o la lógica. Buscar
una explicación sociológica a esas nociones básicas es como empezar la casa por el tejado.
¿De verdad Barnes y sus colegas piensan que sus teorías sociológicas son más fidedignas que
2 + 2 = 4 Yque el modusponenst Véase Nagel (1997) para un desarrollo más elaborado de
estos argumentos, y Mermin (1998), para otra crítica.
102. Por caridad hemos omitido el cuarto principio de Bloor (el de «retlexividad»).
Nos parece que si los sociólogos quieren explicar por qué defienden sus propias creencias sin
tomar en consideración en qué manera esas creencias son mejores o más objetivas que las de
sus críticos, pasamos simplemente del error al absurdo. Por su parte, Collins (1992, pág. 188)
dice que «los sociólogos del conocimiento científico que quieren encontrar (o ayudan a
construir) nuevos objetos en el mundo deben mantenerse aparte; no deben aplicar sus mé-
todos a ellos mismos». Esta jugada le permite escapar de la autorrefutación, pero ¿por qué
debería nadie aceptar esta regla? Véase Friedman (1998) para un examen más detallado.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFlA DE LA CIENCIA 275

Así, los defensores del programa fuerte se enfrentan a un dilema. Po-


drían, si quisieran, abrazar sistemáticamente el escepticismo filosófico o el
relativismo, pero en ese caso no estaría claro por qué (o cómo) deberían
construir una sociología «científica». Otra alternativa sería adoptar sólo un
relativismo metodológico, pero esta postura es insostenible si se abandona
el relativismo filosófico, porque aquél ignora el elemento esencial de la ex-
plicación buscada: la propia naturaleza. Por este motivo, la propuesta so-
ciológica del programa fuerte y la actitud relativista filosófica se refuerzan
mutuamente. Ahí reside la amenaza (y, sin duda, también el atractivo) de
las distintas variantes de este programa. 103

BRUNO LATOUR y SUS REGLAS METÓDICAS

El programa fuerte de la sociología de la ciencia ha encontrado eco en


Francia, en especial, alrededor de Bruno Latour. Las obras de Latour con-
tienen un elevado número de proposiciones formuladas de un modo tan
ambiguo que a duras penas pueden tomarse literalmente. Y cuando se des-
hace la ambigüedad -tal como haremos seguidamente con unos pocos
ejemplos- se llega a la conclusión de que la afirmación es cierta pero ba-
nal, o sorprendente y claramente falsa.
En su obra teórica Ciencia en acción,104 Latour desarrolla siete reglas
metódicas para los sociólogos de la ciencia. La tercera regla dice así:

Dado que la resolución de una controversia es la causa de la represen-


tación de la naturaleza, y no la consecuencia, no puede usarse el resultado
-la naturaleza- para explicar cómo y por qué se ha resuelto una contro-
versia.IOS

103. Para un examen más a fondo de nuestras objeciones al relativismo metodoló-


gico del programa fuerte, véase Bricmont y Sokal (2001, 2004).
104. Latour (1987). Para un análisis más detallado de Ciencia en acción, véase
Amsterdamska (1990). Para un análisis crírico de las tesis posteriores de la escuela de
Latour (así como de otras tendencias de la sociología de la ciencia), véase Gingras
(1995).
105. Larour (1987, págs. 99 y 258).
276 CIENCIA Y FILOSOFíA

Aquí, Latour pasa, sin ninguna explicación o razonamiento, de la «re-


presentación de la naturaleza», en la primera parte de la frase, a «naturale-
za» a secas, en la segunda parte. Si leemos «la representación de la natura-
leza» en ambos casos, obtenemos la perogrullada de que las representaciones
que los científicos se hacen de la naturaleza (o sea, sus teorías) son el resul-
tado de un proceso social, y que el curso y el resultado de ese proceso so-
cial no pueden explicarse simplemente a partir del resultado. Si, en cam-
bio, leemos literalmente «naturaleza» en la segunda parte, tal como está
relacionada con la palabra «resultado», obtenemos la afirmación de que el
mundo exterior es una creación de las negociaciones de los científicos, afir-
mación que es, como poco, una forma extravagante de idealismo radical.
Por último, si tomamos al pie de la letra la palabra «naturaleza» de la
segunda mitad, pero eliminamos la palabra precedente, «resultado», obte-
nemos, o bien a) la afirmación débil (y trivialmente verdadera) de que el
curso y el resultado de una controversia científica no pueden explicarse
únicamente a partir de la naturaleza (evidentemente, algunos factores so-
ciales desempeñan un papel, aunque sólo sea al determinar qué experi-
mentos son tecnológicamente factibles en un momento dado, sin men-
cionar otras influencias sociales más sutiles); o bien b) la afirmación
categórica (y manifiestamente falsa) de que la naturaleza no representa
ningún papel en el curso y el resultado de una controversia científica. 106
Se nos podría acusar de centrarnos en las ambigüedades de la formu-
lación y de no tratar de entender lo que quiere decir en verdad Latour.
Para rebatir esta objeción, recurramos al apartado «La apelación a la na-
turaleza» (págs. 94-100), en el que se introduce y se desarrolla la tercera
regla. Latour empieza ridiculizando el hecho de que se apele a la naturale-
za para resolver las discusiones científicas, como la referida a los neutrinos
solares: 107

106. En relación con b), el «ejemplo casero» de Gross y Levitt (1994, págs. 57-58)
expone claramente el quid de la cuestión.
107. Se supone que las reacciones nucleares que tienen lugar en el Sol emiten canti-
dades copiosas de una partícula subatórnica llamada neutrino. Combinando las últimas
teorías acerca de la estructura solar, la física nuclear y la física de partículas elementales,
es posible obtener predicciones cuantitativas del flujo y la distribución de la energía de los
neutrinos solares. Desde finales de la década de 1960, y a partir del trabajo pionero de
Raymond Davis, los físicos experimentales han intentado detectar los neutrinos solares y
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 277

Una controversia ferozsepara a los astrofísicos que calculanel número de


neutrinos que emite el Sol, de Davis, el científico experimental que ha obte-
nido un número mucho menor. Es fácil ver las diferencias entre ellos y aca-
bar con la controversia. Sencillamente, observemos nosotros mismos en qué
bando está el Sol. En algún lugar, el Sol real, con su auténtico número de
neutrinos, hará cerrar las bocasde los discrepantes y los obligará a aceptar los
hechos sin importar cuán bien escritos estén los papeles. 108

¿Por qué Latour se decanta por la ironía? La dificultad consiste en sa-


ber cuántos neutrinos emite el Sol, tarea bastante espinosa. Esperamos que
se resuelva algún día, no para que «el Sol real haga cerrar las bocas de los
discrepantes», sino para tener al alcance datos empíricos inestimables. De
hecho, para suplir las carencias de los datos de los que disponemos actual-
mente y para discriminar entre las teorías coexistentes, algunos grupos de
físicos han construido recientemente detectores de varios tipos y están
realizando (difíciles) mediciones.l''? Es lógico suponer que la controversia
se resolverá en los próximos años gracias a una acumulación de datos que,
tomados en conjunto, determinarán la solución correcta. !lO No obstante,

medir su flujo. Los neutrinos solares ya se han detectado, pero el flujo parece ser sólo un
tercio de lo que la teoría predice. Cuando Latour escribió la obra citada, los astrofísicos
y físicos de partículas elementales intentaban determinar con ahínco si la discrepancia
se debía a un error experimental o teórico, yen el caso de que fuera un error teórico, si
radicaba en los modelos solares o en los de las partículas elementales. Para una visión
introductoria, véase Bahcall (1990).
108. Latour (1987, pág. 95).
109. Véase, por ejemplo, Bahcall y otros (19%).
110. Nota añadida en esta edición: La controversia por fin se ha resuelto. El culpa-
ble ha resultado ser la oscilación de losneutrinos. Los neutrinos vienen en tres clases (o «sa-
bores»): los neutrinos del electrón, los neutrinos mu y los neutrinos tau. Las reacciones
nucleares que tienen lugar en el Sol producen sólo neurrinos del electrón, y los experi-
mentos originales de Davis, que captaban únicamente este tipo de neutrinos, encontra-
ron solamente un tercio del flujo que predecían los modelos solares. Pero un experimen-
to más reciente realizado en el Observatorio de Neutrinos Sudbury (Ontario), que era
capaz de detectar las tres clases de neutrinos, descubrió que el flujo de neutrinos del elec-
trón representa ciertamente alrededor del 35 % del flujo total que predicen los modelos
solares (así pues, las mediciones de Davis se confirman) y que ¡el flujo total de neutrinos
encaja en los modelos! Es evidente, pues, que muchos neutrinos del electrón que emite
el Sol----de hecho, dos terceras partes- se transforman en neutrinos mu o rau a lo largo
278 CIENCIA Y I'lLOSOFfA

sería posible que e! asunto tomara otros derroteros: la controversia podría


extinguirse porque la gente dejara de interesarse por e! tema o porque e!
problema se volviera tan difícil que no se pudiera resolver; a este nivel, los
factores sociológicos son, desde luego, determinantes (aunque sólo sea por
las restricciones presupuestarias impuestas a la investigación). Obviamen-
te, los científicos piensan, o al menos esperan, que, si la controversia se re-
suelve, será debido a las observaciones y no a las cualidades literarias de los
papeles científicos; si no, habrían dejado de dedicarse a la ciencia.
Pero nosotros, como Larour, no nos dedicamos a la cuestión de los
neutrinos solares; somos incapaces de pronosticar cuántos neutrinos emi-
te e! Sol. Podríamos tratar de hacernos una idea tosca examinando la bi-
bliografía científica que habla sobre e! tema; si fracasáramos en e! inten-
to, podríamos hacernos una idea aún más tosca estudiando los aspectos
sociológicos de! problema, por ejemplo, la respetabilidad científica de los
investigadores involucrados en la controversia. No hay duda de que, en
la práctica, eso es lo que hacen los propios científicos cuando no se dedi-
can a su tema de estudio, a falta de una alternativa mejor. El grado de
certeza que brinda este tipo de investigaciones es muy bajo; sin embargo,
Latour parece atribuirle un pape! decisivo. Distingue entre dos «versio-
nes»: según la primera, la naturaleza decide e! resultado de las controver-
sias; en la segunda, las pugnas por e! poder entre investigadores son lo
determinante.

Para nosotros, gente llana que aspira a entender la tecnociencia, es capi-


tal decidir qué versión es la correcta. Según la primera, si la naturaleza por sí
sola resuelve las disputas, no tenemos nada que hacer, puesto que no impor-
ta cuán formidables sean los recursos de los científicos: sólo la naturaleza será
decisiva. [...] Conforme a la segunda versión, por el contrario, tenemos mu-
cho trabajo, ya que, si analizamos las correspondencias y las fuentes que re-

del camino desde el Sol hasta la Tierra. Esta transformación (u «oscilación de los neutri-
nos») no es ninguna sorpresa, sino que la han predicho algunos modelos de partículas ele-
mentales, en los que los neutrinos tienen una masa pequeña pero no nula (en lugar de no
poseer masa en absoluro, corno postula el modelo estándar convencional). Así que las me-
diciones de neutrinos solareshan proporcionado asimismo, por primera vez, pruebas indi-
rectaspero convincentes de que los neutrinos tienen masa. Para una excelenteintroducción
profana a esta cuestión y proyectosde investigaciónfutura, véaseMcDonald Yotros (2003).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 279

suelven una controversia, comprendemos todo lo comprensible en tecno-


ciencia. Si la primera versión es correcta, no podemos hacer nada, excepto
captar los aspectos más superficiales de la ciencia; si se opta por la segunda,
queda todo por comprender, salvo quizá los aspectos de la ciencia más su-
perficiales y de relumbrón. Teniendo en cuenta lo que está en juego, el lector
se habrá dado cuenta de por qué hay que abordar este problema con pru-
dencia. El libro entero está aquí en jaque. I I I

Ya que «el libro entero está aquí en jaque», vamos a detenernos en este
pasaje. Latour dice que, si la naturaleza resuelve las controversias, el papel
del sociólogo es secundario; pero si no, éste puede entender «todo lo com-
prensible en tecnociencia». ¿Cómo decide cuál es la versión correcta? La
respuesta aparece en el texto siguiente, donde Latour distingue entre las
«partes frías de la tecnociencia», en las cuales «la naturaleza se considera
la causa de las descripciones precisas acerca de ella misma» (pág. 100), Y las
controversias activas, en las que no se puede apelar a la naturaleza:

Al estudiar la controversia, tal como venimos haciendo, no podemos ser


menos relativistasque los científicos y los técnicos junto a los que caminamos.
Éstos no utilizan la naturaleza como referente externo, y no tenemos por qué
creernos más inteligentes que ellos.112

En este fragmento yen el anterior, Latour juega constantemente con


la confusión entre los hechos y nuestro conocimiento de ellos. l l3 La res-

111. Latour (1987, pág. 97), cursivas del original.


112. Latour (1987, pág. 99), cursivas del original.
113. Un ejemplo aún más extremo de esta confusión aparece en un artículo de La-
tour para La Recherche, una revista mensual consagrada a la popularización de la ciencia
(Latour, 1998). En él, Latour discute lo que él interpreta como el descubrimiento, en
1976, por científicos franceses que trabajaban con la momia de Ramsés II, de que la
muerte de este faraón (alrededor del 1213 a. C.) se debió a la tuberculosis. Latour se pre-
gunta: «¿Cómo pudo fallecer a causa de un bacilo descubierto en 1882 por Roben
Koch?», Latour señala correctamente que sería un anacronismo afirmar que Ramsés II
murió por culpa de un arma de fuego o del estrés provocado por una quiebra de la Bolsa,
pero después reflexiona: ¿por qué la muerte por tuberculosis no es también un anacro-
nismo? Llega hasta el punto de aseverar que «el bacilo no existía antes de Koch», Desecha
la idea, propia del sentido común, de que Koch descubrió un bacilo que ya existía,
arguyendo que la idea «sólo aparenta ser de sentido común». Por supuesto, en el resto del
280 CIENCIA Y FlLOSOFfA

puesta correcta a cualquier cuestión científica, resuelta o no, depende de


las condiciones de la naturaleza (por ejemplo, del número de neutrinos
que emite realmente el Sol). Lo que ocurre es que nadie posee la respues-
ta correcta para los problemas sin resolver, mientras que se conoce la de
los que ya están resueltos (al menos, si la solución aceptada es correcta, cosa
que siempre puede ponerse en duda). Pero no hay motivo para adoptar
una actitud «relativista» en un caso y «realista» en el otro. La diferencia en-
tre estas actitudes es materia filosófica y no depende de si el problema está
resuelto o no. Para el relativismo no existe una única respuesta correcta e
independiente de las circunstancias sociales y culturales; esto vale tanto
para las cuestiones abiertas como para las cerradas. En cambio, los cientí-
ficos que buscan la solución correcta no son relativistas, casi por defini-
ción, y «usan la naturaleza como referente externo», obviamente: quieren
saber qué sucede realmente en ella e idean experimentos con ese objetivo.
Sin embargo, no queremos transmitir la impresión de que la tercera re-
gla metódica es sólo una trivialidad o un error. Nos gustaría darle otra in-
terpretación (que, por supuesto, no es de Latour), que la hace interesante y
correcta. Leámosla como un principio metodológico dirigido a un soció-
logo de la ciencia que no tiene suficiente competencia científica para ase-
gurar por sí mismo si los datos observacionales y experimentales confir-
man las conclusiones que la comunidad científica ha extraído de ellos. 114

artículo no da ningún argumento que justifique estas afirmaciones tan contundentes ni


aporta alternativa decente alguna a la idea basada en el sentido común. Se limita a re-
marcar el hecho obvio de que, para descubrir las causas de la muerte de Ramsés, fue ne-
cesario llevar a cabo un análisis sofisticado en los laboratorios de París. A menos que quie-
ra afirmar la tesis, francamente tajante, de que nada de lo que se ha descubierto había
existido nunca antes de su descubrimiento --es decir, que ningún asesino es un asesino,
puesto que cometió el crimen antes de que la policía descubriera que es un asesino-i-, La-
tour debería explicar qué tienen de especial los bacilos, cosa que no ha conseguido en ab-
soluto. El resultado es un discurso confuso, yel artículo oscila entre banalidades extremas
y falsedades flagrantes.
114. El principio se aplica con fuerza particular cuando un sociólogo tal estudia la
ciencia contemporánea, porque en este caso no hay otra comunidad científica aparte de
la sujeta a estudio que pueda proporcionar una confirmación independiente. En cambio,
para los estudios sobre el pasado remoto, se puede aprovechar la sabiduría de los científi-
cos de épocas posteriores e incluso los resultados de experimentos realizados después de
los originarios. Véase más arriba la nota 50.
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 281

En una situación semejante, es normal que el sociólogo sea reticente a ad-


mitir que «la comunidad científica sometida a estudio llegó a la conclusión
X, porque X es tal como es el mundo en realidad» -aunque sea efectiva-
mente el caso que X es tal como es el mundo y que sea la razón por la cual
los científicos creen en X-, porque el sociólogo no tiene un fundamento
por sí mismo para creer que X es tal como es el mundo en realidad, aparte
del hecho de que la comunidad científica que estudia así lo ha creído. Por
supuesto, la conclusión sensata que se debe extraer de este callejón sin sa-
lida es que los sociólogos de la ciencia que intenten explicar el contenido de
las teorías científicas no deberían examinar controversias sobre las cuales
carezcan de competencia para confirmar por sí mismos los hechos, si no
hay otra comunidad científica (por ejemplo, una que sea históricamente
posterior) a la que puedan recurrir. Ni que decir tiene que Latour no com-
partiría esta conclusión. II5
Aquí radica el problema básico para el sociólogo de «la ciencia en
acción». No basta con estudiar las relaciones de poder o las alianzas
entre científicos, por muy importantes que sean. Lo que a un sociólogo
le parece un mero juego de intereses puede estar perfectamente moti-
vado por consideraciones racionales que sólo sean comprensibles como
tales mediante un examen detallado de las teorías científicas y los experi-
mentos.
Indiscutiblemente, nada impide a los sociólogos obtener ese conoci-
miento o trabajar colaborando con científicos que ya lo posean, pero en
ninguna de sus reglas metódicas recomienda Latour que sigan ese camino.
De hecho, podemos demostrar que el propio Latour no lo hizo cuando se
dedicó al tema de la relatividad einsteniana. I 16 Es algo comprensible, ya
que es difícil adquirir el conocimiento requerido, incluso para científicos que
no trabajen en el mismo campo. Sin embargo, tampoco se consigue nada
intentando abarcar más de lo que se puede.

115. Tampoco la compartiría Steve Fuller, quien afirma que «los que se dedican a
estudios sobre ciencia y tecnología emplean métodos que les permiten descifrar tanto el
"funcionamiento interno" de la ciencia como su "carácter externo", sin que sea necesario
que sean expertos en los campos que estudian» (Fuller, 1993, pág. xii).
116. Véase Sokal y Bricmont (1998, capítulo 6).
282 CIENCIA Y FILOSOFíA

CONSECUENCIAS PRÁCTICAS

No queremos dar la impresión de que estamos atacando sólo algunas doc-


trinas filosóficas esotéricas o la metodología seguida por una corriente de
la sociología de la ciencia; nuestro objetivo es mucho más amplio. El rela-
tivismo (como otras ideas posmodernas) tiene repercusiones en la cultura
en general y en las formas de pensar de los individuos. Presentamos segui-
damente algunos ejemplos con los que hemos tropezado. No dudamos de
que el lector encontrará muchos otros en las secciones culturales de los pe-
riódicos, en ciertas teorías educativas o, sencillamente, en las conversacio-
nes cotidianas.
1. El relativismo y las investigaciones criminales. Hemos aplicado
argumentos relativistas a las investigaciones criminales con el propósito
de enseñar que, al no ser en absoluto convincentes en estos contextos, era
poco justificado darles crédito en el ámbito de las ciencias. Por eso el pa-
saje que sigue es, como mínimo, sorprendente, pues denota una forma
bastante aguda de relativismo, relacionado precisamente con una investi-
gación criminal. El contexto es como sigue: en 1996, una serie de secues-
tros y asesinatos de niños sacudió Bélgica. En respuesta al escándalo
público que provocó la ineptitud del trabajo policial, se constituyó una
comisión parlamentaria para que examinara los errores cometidos du-
rante la investigación. En una espectacular sesión televisiva, dos testigos
-un policía (Lesage) y un juez (Doutrewer-s- mantuvieron un cara a
cara y fueron interrogados con respecto al traspaso de un documento cla-
ve. El policía juraba haber enviado el documento al juez, mientras que el
juez negaba haberlo recibido. Al día siguiente, uno de los principales pe-
riódicos belgas (Le Soir, del 20 de diciembre de 1996) entrevistó a un an-
tropólogo de la comunicación, el profesor Yves Winkin, de la Universi-
dad de Lieja:

Pregunta: La búsqueda última de la verdad fue el motor del cara a cara


[entre Lesage y Doutrewe]. ¿Existe esa verdad?
Respuesta: [...] Creo que el trabajo de la comisión se basa en una especie
de presuposición de que existe no una verdad, sino la verdad, la cual acabará
por emerger si se insiste lo suficiente.
Sin embargo, desde el punto de vista antropológico, sólo existen verda-
des parciales, compartidas por un número mayor o menor de personas: un
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LAFILOSOFíADE LACIENCIA 283

grupo, una familia, una empresa. La verdad trascendente no existe. Así pues.
no creo que el juez Doutrewe o el policía Lesage estén escondiendo nada:
ambos están diciendo su verdad.
La verdad va unida siempre a una estructura organizativa y depende de
los elementos que se perciben como importantes. No es extraordinario que
estas dos personas, que representan dos universos profesionales tan distintos,
proclamen cada uno verdades distintas. Dicho esto, creo que, en el presente
contexto de responsabilidad pública, la comisión únicamente puede proce-
der tal como lo está haciendo.

Esta respuesta ilustra de forma impactanre las confusiones en las que


han caído algunos círculos de profesionales de las ciencias sociales a base
de usar un vocabulario relativista. La disputa entre el juez y el policía se re-
fiere a un hecho material, el traspaso de un documento. (Es posible, desde
luego, que el documento se enviara y que se perdiera por el camino, pero
esto seguiría siendo una clara cuestión fáctica.) Sin duda, el problema epis-
temológico es complicado: ¿cómo descubrirá la comisión lo que ha ocu-
rrido en realidad? Sin embargo, existe una verdad: bien se envió el docu-
mento, bien no se envió. Cuesta ver qué se gana al redefinir la palabra
«verdad» (tanto si es «parcial» como si no) estrictamente como «una creen-
cia compartida por un número mayor o menor de personas».
En este texto aparece también la idea de «universos distintos». Poco a
poco, ciertas tendencias de las ciencias sociales han atomizado la humani-
dad en culturas y grupos que poseen sus propios universos conceptuales
- a veces, incluso sus propias «realidades»- y que no tienen la capacidad
de comunicarse entre sí. 117 Sin embargo, en este caso se roza el absurdo: es-
tas dos personas hablan el mismo idioma, viven a menos de doscientos ki-
lómetros el uno del otro y trabajan en el sistema jurídico y criminal de una
comunidad belga francófona que comprende apenas cuatro millones de

117. La tesis lingüística llamada de Sapir-Whorf -grosso modo, consiste en la idea


de que nuestrolenguaje particular condiciona de forma determinante nuestra visión del
mundo-- parece haber desempeñado un papel importante en estaevolución. Algunos
lingüistas critican actualmente estatesis: véase, por ejemplo, Pinker(I 995, págs. 57-67).
Nótesetambién que Feyerabend, en su autobiografía (1995, págs. 151-152), se desdice
del uso relativista radical de la tesis de Sapir-Whorf que hizoen Contra el método (Feye-
rabend, 1975, capítulo 17).
284 CIENCIA Y FILOSOFfA

personas. Está claro que el problema no reside en la incapacidad de comu-


nicarse: el policía y el juez entienden a la perfección lo que se les pregunta
y seguro que saben la verdad. Lo que ocurre es sencillo: uno de los dos está
mintiendo. Pero aunque ambos estén diciendo la verdad --es decir, que el
documento se haya perdido en el envío, cosa que es posible, aunque im-
probable-, tampoco tiene sentido decir que «ambos están diciendo su
verdad». Afortunadamente, cuando se refiere a asuntos prácticos, el antro-
pólogo admite que la comisión «sólo puede proceder tal como lo está ha-
ciendo», o sea, buscando la verdad. Pero ¡en qué confusiones tan increíbles
se embrolla antes de llegar a esa conclusión!
2. El relativismo y la educación. En un libro destinado a un pú-
blico de profesores de enseñanza secundaria, cuyo propósito es exponer
«algunas nociones de epistemología»,118 encontramos la siguiente defi-
nición:

Hecho
Se entiende comúnmente por hecho la interpretación de una situación
que nadie quiere cuestionar por el momento. Debe recordarse que, tal como
expresa el lenguaje corriente, los hechos se establecen, cosa que ilustra bien
que hablamos de un modelo teórico que se considera apropiado.
Ejemplo: Las proposiciones "el ordenador está en el escritorio" o «si el
agua hierve, se evapora" se consideran proposiciones fácticas, en el sentido de
que nadie quiere refutarlas en este momento. Son afirmaciones de interpre-
taciones teóricas que nadie cuestiona.
Afirmar que una proposición enuncia un hecho (esto es, que tiene el es-
tatuto de proposición fáctica o empírica) es afirmar que no hay casi ninguna
controversia en torno a su interpretación en el momento en que se está ha-
blando. Pero un hecho puede ponerse en duda.
Ejemplo: Que el Sol daba cada día una vuelta alrededor de la Tierra se
consideró un hecho durante muchos siglos. La aparición de otra teoría, la ro-
tación diaria de la Tierra, conllevó la sustitución de este hecho por el si-
guiente: "La Tierra gira alrededor de su eje diariamente». 119

118. El autor principal del libro es Gérard Fourez, un filósofo de la ciencia muy in-
fl uyente, al menos en Bélgica, en temas pedagógicos. Su libro La construction des sciences
(1992) se ha traducido a diversos idiomas.
119. Fourez y OtrOS (1997, págs. 76-77).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 285

Aquí se confunden hechos con afirmaciones de hechos.V" Para noso-


tros, como para mucha gente, un «hecho» es una situación que existe al
margen del conocimiento que tengamos (o no tengamos) de ella; concre-
tamente, al margen de cualquier consenso o interpretación. De acuerdo
con esto, es lógico decir que hay hechos que no conocemos (la fecha exac-
ta del nacimiento de Shakespeare o el número de neutrinos que el Sol emi-
te por segundo). Hay un abismo entre afirmar que X mató a Y y decir que
nadie quiere cuestionar esta afirmación por el momento (por ejemplo,
porque X es negro y los demás son todos racistas, o porque medios de co-
municación tendenciosos hayan conseguido que la gente piense que X
mató a Y). Cuando se trata de un ejemplo concreto, los autores reculan:
dicen que la rotación del Sol alrededor de la Tierra se consideraba un he-
cho, lo que equivale a reconocer la distinción que estamos señalando (es
decir, que no era realmente un hecho). Pero en la oración siguiente vuelven
a caer en la confusión: un hecho sustituye a otro. Si se toma al pie de la le-
tra y según el sentido habitual de la palabra «hecho», la frase significaría
que la Tierra rota alrededor de su eje sólo desde el descubrimiento de Co-
pérnico. No obstante, es evidente que lo que los autores quieren decir es
que las creencias de la gente cambiaron; entonces, ¿por qué no decirlo así,
en lugar de confundir hechos con creencias (consensuadas), usando la
misma palabra para ambos conceptosr'?'

120. Téngase en cuenta que esto se declara en un texto supuestamente dirigido a


ilustrar a los profesores de secundaria.
121. O, peor todavía, minimizando la importancia de los hechos ignorándolos en
beneficio de las creencias consensuadas, sin argumentar en absoluto. De hecho, las defi-
niciones de este libro mezclan sistemáticamente hechos, informaciones, objetividad y
racionalidad con acuerdos intersubjetivos (más bien, los reducen a este tipo de acuerdos).
La constructiondessciences de Fourez (1992) está cortado según el mismo patrón. A títu-
lo de ejemplo (pág. 37): «Ser "objetivo" significa seguir unas reglas institucionalizadas.
[oo.] Ser "objetivo" no es lo contrario de ser "subjetivo"; más bien es ser subjetivo de una
manera determinada, pero no individualmente, puesto que se siguen unas reglas institu-
cionalizadas por la sociedad [oo.]». Esto es altamente equívoco: el hecho de seguir unas re-
glas no asegura la objetividad, entendida en el sentido habitual (las personas que repiten
ciegamente eslóganes religiosos o políticos siguen, en efecto, «reglas institucionalizadas
por la sociedad», pero no podría decirse que sean objetivas), y las personas pueden ser ob-
jetivas y romper muchas reglas (por ejemplo, Galileo).
286 CIENCIA Y FILOSOFíA

Una ventaja de esta noción inhabitual de «hecho» es que nunca se cae en


el error (por lo menos, cuando se afirman las mismas cosas que las personas
que nos rodean). Una teoría nunca es errónea por lo que se refiere a que los
hechos la contradigan: los hechos cambian cuando la teoría cambia.
Aún nos parece más importante la cuestión de que una pedagogía ba-
sada en esta noción de «hecho» se opone a fomentar un espíritu crítico en
el alumno. Para objetar las afirmaciones imperantes, tanto las de otros
como las propias, es fundamental recordar que se puede estar equivocado:
que existen hechos independientes de nuestras opiniones y que debemos
ponderar estas opiniones contrastándolas con los hechos (hasta donde po-
damos deslindarlos). A fin de cuentas, la redefinición de «hecho» de Fou-
rez tiene todas las ventajas del robo frente al trabajo duro y honesto, como
apuntó Bertrand Russell en un contexto similar. 122
3. El relativismo en el Tercer Mundo. Desgraciadamente, las ideas
posmodernas no están limitadas a los círculos de filosofía europea o a los
departamentos estadounidenses de literatura. Nos da la sensación de que
el daño mayor lo hacen en el Tercer Mundo, donde vive la mayoría de la
población mundial y donde la obra supuestamente «demodé» de la Ilustra-
ción está lejos de haberse completado.
Meera Nanda, una especialista hindú en bioquímica que trabajaba en
los movimientos «Ciencia para el pueblo» de la India y que ahora lo hace
como filósofa y socióloga de la ciencia, narra la siguiente historia sobre las
supersticiones tradicionales védicas que controlan la construcción de los
edificios sagrados, cuyo objetivo es maximizar la «energía positiva». A un
político hindú que se vio envuelto en un lío le dijeron que

[...] sus problemas desaparecerían si entraba a su oficina por la puerta que


daba al Este. En el lado oriental de la oficina había una barriada a través de la
cual no podía pasar con el coche. [Así que] ordenó demoler la barriada. 123

122. Nótese también que definir «hecho» como «no hay casi ninguna controver-
sia [...J" cae en una dificultad lógica: ¿laausencia de controversia es en sí un hecho? Si es
así, ¿cómo debería definirse? Obviamente, Fourez y sus colegas utilizan para las ciencias
sociales una epistemología ingenuamente realista, epistemología que rechazan para las
ciencias naturales. Véase más arriba la pág. 201 para una inconsistencia análoga de la que
adolece Feyerabend.
123. Nanda (1997, pág. 82).
EL RELATIVISMO COGNITIVO EN LA FILOSOFíA DE LA CIENCIA 287

Nanda observa acertadamente que:

Si la izquierda hindú fuera tan activa en el movimiento de populariza-


ción de la ciencia como lo era antes, habría encabezado una oposición no
sólo contra la demolición de los hogares, sino contra la superstición que la
justificó. [oo.] Un movimiento de izquierdas que no estuviera tan preocupado
por fomentar el «respeto» de las sabidurías no occidentales nunca habría per-
mitido que los que ostentan el poder se escondan tras «expertos» nativos.
Relaté este caso a mis amigos socioconstruccionistas de Estados Unidos.
[oo.] [Me dijeron] que el entrelazamiento cultural de las dos descripciones del
espacio 124 es un hecho progresivo en sí mismo, puesto que ninguna delas dos
puede afirmar conocer la verdad absoluta, y de esta manera la tradición per-
derá influencia sobre la gente. 125

El problema con esta clase de respuesta es que hay que tomar decisio-
nes prácticas -qué tipo de medicina debe usarse o con qué orientación
hay que construir los edificios-, y la indiferencia teórica resulta insoste-
nible en estas situaciones. Como consecuencia, los intelectuales caen fá-
cilmente en la hipocresía de utilizar la ciencia «occidental» cuando es vital
-por ejemplo, cuando están gravemente enfermos-, mientras que em-
pujan a la gente a creer en supersticiones.

124. Esto es, la visión científica y la basada en la tradición védica. [Nota añadida por
nosotros.]
125. Nanda (1997, pág. 82).
Capítulo 7
DEFENSA DE UN MODESTO
REALISMO CIENTíFICO
COGNITIVO*

Empecemos distinguiendo dos niveles de debate alrededor del conoci-


miento científico: uno burdo y otro sutil. El burdo enfrenta a objetivistas
científicos de toda clase -realistas, pragmáticos o cualquier otra varie-
dad- contra posmodernos, relativistas y socioconstructivistas radicales.
El debate sutil opone realistas científicos a antirrealistas objetivistas de di-
versos tipos (pragmáticos, verificacionistas, instrumentalistas, etc.).
Este capítulo quiere contribuir (modestamente) a ambos debates. No-
sotros suscribimos, claro está, la idea de que la ciencia es una búsque-
da cognoscitiva esforzada (a veces exitosa) del conocimiento objetivo del
mundo exterior, en un sentido u otro. Y queremos defender un realismo
modesto: uno que subraye que la meta de la ciencia es descubrir cómo son
realmente las cosas y que afirme que estamos progresando en esa direc-
ción, pero que, a su vez, reconozca que esa meta nunca se alcanzará por
completo, y sea consciente de los obstáculos principales. 1
Quizá no valdría la pena prestar atención al debate burdo si no fuera
porque el relativismo y el socioconstructivismo radical han extendido su
hegemonía a vastas áreas de las ciencias humanas, la antropología y la
sociología de la ciencia entre otras. Actualmente, en muchos ámbitos se
da por supuesto que todos los hechos están «construidos socialmente», las

* Escrito en colaboración con Jean Bricmont. Versión ligeramente actualizada de un


ensayo publicado en Knowledge and the World: Challenges Beyond theScience Wárs, edita-
do por Martin Carrier, Johannes Roggenhofer, Günter Küppers y Philippe Blanchard
(Berlín-Heidelberg, Springer Verlag, 2004, págs. 17-45). Copyright © Springer Verlag
2004 y reproducido con la amable autorización de Springer Science and Business Media.
1. Para argumentaciones conexas, véanse Nagel (1997), Haack (1998), Kitcher
(1998), Maxwell (1998) y Brown (2001).
296 CIENCIA Y FILOSOFíA

teorías científicas son meros «mitos» o «narraciones», los debates científi-


cos se resuelven mediante la «retórica» y la «formación de coaliciones», y la
verdad es sinónimo de acuerdo intersubjetivo. Si todo esto parece una exa-
geración, considérense las siguientes afirmaciones, formuladas por desta-
cados estudiosos de la ciencia:

En la ciencia, las pruebas fácticas no afectan en absoluto a la validez de


las proposiciones teóricas.?
El mundo natural tiene un papel pequeño o nulo en la construcción del
conocimiento científico.t
Dado que la resolución de una controversia es la causa de la represen-
tación de la naturaleza, y no la consecuencia, no puede usarse el resultado -la
naturaleza- para explicar cómo y por qué se ha resuelto una controversia.t
Para los relativistas [como nosotros] no tiene sentido la idea de que algu-
nos criterios o creencias sean realmente racionales en tanto que distintos de
los aceptados localmente como tales. 5
La ciencia se legitima a sí misma vinculando sus descubrimientos al po-
der, lo que determina (no sólo condiciona) aquello que se establece como
conocimiento fidedigno [... ]6

2. Gergen (1988, pág. 37).


3. Collins (1981, pág. 3). Es necesario hacer dos puntualizaciones, La primera: esta
afirmación forma parte de una introducción de Collins a un conjunto de estudios (edi-
tados por él) escritos desde el enfoque relativista, introducción que constituye un resu-
men de dicho enfoque. No suscribe explícitamente este punto de vista, aunque se le su-
ponga por el contexto. La segunda: mientras que Collins parece dar a entender que esta
postura es una afirmación empírica sobre filosofía de la ciencia, es posible que no la con-
ciba ni como una afirmación empírica ni como un principio normativo de la epistemo-
logía, sino como un precepto metodológico para los sociólogos de la ciencia, que rezaría
así: se debe actuar como si «el mundo natural [tuviera] un papel pequeño o nulo en la
construcción del conocimiento científico» o, en otras palabras, se debe ignorar (eponer
entre paréntesis») cualquier posible papel que el mundo natural pueda desempeñar en
la construcción del conocimiento científico. En otro lugar (Bricmont y Sokal, 2001 Y
2004) hemos argumentado que esta aproximación es gravemente deficiente en tanto que
metodoLogía para los sociólogos de la ciencia.
4. Latour (1987, págs. 99 y 258), cursivas del original. Véase más arriba el capítulo 6
para una discusión pormenorizada.
5. Barnes y Bloor (1981, pág. 27). Texto entre corchetes añadido por nosotros.
6. Aronowitz (1988, pág. 204), cursivas del original.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTfFICO COGNITIVO 297

Durante los cuatro últimos años hemos participado en incontables de-


bates con sociólogos, antropólogos, psicólogos, psicoanalistas y filósofos.
Pesea que las reacciones han sido extremadamente diversas, nos hemos en-
contrado repetidamente con gente que piensa que las afirmaciones sobre
hechos del mundo natural pueden ser ciertas «en nuestra cultura» y falsasen
otra'? Hemos conocido a gente que confunde sistemáticamente hechos con
valores, verdades con creencias, o el mundo con nuestro conocimiento de
él. Es más, si los hemos cuestionado, han negado vehementemente que ta-
les distinciones tuvieran sentido. Algunos afirman que las brujas son tan rea-
les como los átomos, o fingen no saber si la Tierra es plana, si la sangre cir-
cula o si las Cruzadas tuvieron realmente lugar. Téngase en cuenta que estas
personas son investigadores o profesores universitarios perfectamente razo-
nables. Esto apunta a la existencia de un Zeitgeist académico relativista radi-
cal que resulta realmente extraño.f Es claro que se trata de afirmaciones ora-
les hechas en seminarios o en discusiones privadas, y las declaraciones orales
suelen ser más extremistas que las escritas. Sin embargo, las afirmaciones es-
critas y publicadas citadas anteriormente son bastante extrañas."
Si se indaga en busca de justificaciones de esros sorprendentes puntos
de vista, se llega invariablemente a los «sospechosos habituales»: los escri-
tos de Kuhn, Feyerabend y Rorty; la subdeterminación de la teoría por
los datos; la carga teórica de la observación; algunos escritos del último
Wittgenstein, o el «programa fuerte» de la sociología de la ciencia. 10 Por
supuesto, estos autores no suelen hacer declaraciones tan radicales como
las que hemos oído. Lo que ocurre por norma general es que hacen afir-
maciones ambiguas o imprecisas, que después otros interpretan de mane-

7. Para un ejemplo relacionado con los orígenes de las poblaciones de nativos ame-
ricanos, véanse más arriba el capítulo 3 (págs. 108-110) y Boghossian (1996).
8. No tenemos ni idea de cuán extendidas están estas posiciones extremistas, pero su
mera existencia es suficientemente extraña.
9. Para afirmaciones extremadamente extrañas, véase la disertación de Latour acer-
ca de las causas de la muerte del faraón Ramsés II (Latour, 1998), y para una crítica,
véase más arriba la nota 113 del capítulo 6.
10. En este capítulo limitaremos nuestra atención a cuestiones epistemológicas,
y no a la sociología de la ciencia, a sus tareas ni a sus metodologías. Véase Bricmont y
Sokal (2001 Y2004) para una crítica del relativismo metodológico expresado en el pro-
grama fuerte.
298 CIENCIA Y FILOSOFíA

ra radicalmente relativista. Así, uno de nuestros empeños será aclarar di-


versas confusiones originadas por ideas que están de moda en la filosofía
de la ciencia contemporánea. A grandes trazos, argüiremos que dichas
ideas contienen una semilla de verdad, que es susceptible de comprender-
se acertadamente si aquellas se formulan con escrupulosidad; sin embar-
go, en ese momento dejan de respaldar el relativismo radical.
Un debate mucho más sutil que recorre la filosofía de la ciencia se re-
fiere a los méritos relativos del realismo yel instrumentalismo (o pragma-
tismo). I I En pocas palabras, el realismo defiende que la meta de la ciencia
es descubrir cómo es realmente el mundo, mientras que el instrumentalis-
mo mantiene que esta meta es una ilusión y que la ciencia debería aspirar
solamente a la suficiencia empírica. Nos sumergiremos en seguida en esta
discusión; de momento, vamos a señalar por qué no es pertinente para el
debate burdo. Los relativistas tienden algunas veces a caer en posiciones
instrumentalistas cuando se les hacen objeciones, pero, en realidad, la di-
ferencia entre ambas actitudes es profunda.V Los instrumentalistas afir-
marán, bien que no tenemos manera de conocer si las entidades teoréticas
«inobservables» existen en verdad, bien que su significado se define única-
mente mediante cantidades medibles; sin embargo, nada de esto implica
que consideren estas entidades «subjetivas», en el sentido de que su signi-
ficado esté influido por factores extracientííicos (como la personalidad del
científico o las características sociales del grupo al que pertenece). Antes
bien, los instrumentalistas verán nuestras teorías científicas simplemente
como el modo más satisfactorio que tiene la mente humana, con todas sus
limitaciones biológicas, de comprender el mundo.
Este capítulo se organiza de la manera siguiente: empezaremos exa-
minando algunos problemas epistemológicos básicos (en particular, la
subdeterminación de la teoría por los datos) y después discutiremos los
problemas a los que se enfrentan tanto el realismo como el instrumentalis-
mo. Comentaremos brevemente el relativismo radical y algunas nuevas
definiciones radicales de «verdad». Por último, esbozaremos lo que nos pa-
rece un modesto realismo defendible y lo relacionaremos con la imagen del
mundo que ofrece el grupo de renormalización en el campo de la física.

11. Para una diversidad de opiniones, véase, por ejemplo, Leplin (1984).
12. Brown (2001, capítulo 5) también ha dilucidado esta diferencia.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 299

ALGUNOS PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS BÁSICOS

El solipsismo y el escepticismo radical

Antes de ponernos a debatir acerca de ciertos temas serios de la filosofía de


la ciencia, tenemos que deshacer algunas viejas falacias. El primer punto
que debería quedar establecido es que el solipsismo (la idea de que no hay
nada en el mundo aparte de mis sensaciones) yel escepticismo radical (que
no se puede obtener conocimiento fidedigno del mundo) no se pueden
refutar. Es dudoso que alguien dé crédito a estas doctrinas -al menos,
cuando cruza una calle-, pero su irrefutabilidad es, empero, una refle-
xión filosófica importante. Dado que todos los argumentos están cortados
por el mismo patrón y se remontan a Hume, no es necesario que los repi-
tamos ahora.P Infelizmente, muchos argumentos aducidos a favor de las
ideas relativistas son en realidad reformulaciones banales del escepticismo
radical, aplicado de formas selectivas que no se pueden justificar. 14,15

El realismo y sus sinsabores

De la misma manera que casi todo el mundo en su vida cotidiana hace


caso omiso del solipsismo y del escepticismo radical y adopta espontánea-

13. Muchos filósofos, antes y después de Hume, han intentado ciertamente refutar el
solipsismo y el escepticismo radical. En el caso (poco probable) de que alguien consiguiera
rebatirlo con éxito, nuestros argumentos contra el relativismo y a favor del realismo cientí-
fico sólo se fortalecerían. Estamos en deuda con Mühlholzer (2004, pág. 50) por haber di-
rigido nuestra atención hacia este detalle.
14. Como señala Philip Kitcher (1998, pág. 40):
Algunos profesionales [de los estudios sobre ciencia] reclaman una respuesra válida ante
el cuestionamiento escéptico global de ciertas entidades que no les gustan (las ontologías de
las ciencias) y, en cambio, se ponen luego a hablar informalmente y con sentido común sobre
cosas que les gustan (personas, sociedades o motivaciones humanas).

Kitcher hurga en la herida al observar sagazmente que «existe un nombre para este
tipo de incongruencia: privilegian>.
15. Otra táctica apreciada por los relativistas es mezclar los hechos con nuestro co-
nocimiento de ellos, sin dar ningún argumento, sino simplemente usando terminología
ambigua. Véase el capítulo 6 para examinar ejemplos que se encuentran en las obras de
Kuhn, Barnes y Bloor, Latour y Fourez.
300 CIENCIAYFILOSOFíA

mente una actitud «realista» u «objetivista» con respecto al mundo exte-


rior, los científicos hacen lo mismo en su trabajo. Es más, raramente usan
la palabra «realista», porque se sobreentiende: ¡por supuesto que quieren
descubrir (algunos aspectos de) cómo es en verdad el mundo! Y por su-
puesto, se aferran a una noción de verdad «como correspondencia» (la pa-
labra «verdad» también se usa poco). Si una bióloga afirma que es cierto
que un determinado virus causa una enfermedad determinada, quiere de-
cir que, en realidad, el virus causa la enferrnedad.l'v'" Por descontado, se
requerirá una buena discusión previa para clarificar el significado de los
términos empleados en la afirmación, pero una vez su significado esté tan
claro que lo afirmado resulte (suficientemente) inequívoco, el valor de ver-
dad de la afirmación estará determinado solamente por la medida en que
ésta se corresponda o no con la realidad.
N ótese que al adoptar esta noción de verdad 18 no estamos manifestando
todavía cómo seobtienen las pruebas de la verdad o la falsedad de una afir-
mación, ni tampoco si eso es posible. Son cuestiones distintas: una cosa es
plantear un problema, y otra muy diferente, resolverlo. Considérese, por
ejemplo, la afirmación siguiente: «William Shakespeare nació el 23 de abril
de 1564». Nadie sabe a ciencia cierta si esta afirmación es verdadera o falsa, 19

16. Esta interpretación de la palabra «verdad- es, bajo nuestro punto de vista, sen-
cillamente una precondición para la inteligibilidad de las afirmaciones que hacen las per-
sonas acerca del mundo.
17. Usamos aquí el término «noción de verdad como correspondencia» en un sentido
amplio; no pretendemos entrar en el debate filosófico entre «teorías de la verdad como co-
rrespondencia» (entendida en el sentido estricto) y «teorías deflacionarias de la verdad»
(véase, por ejemplo, Devitt [1997, capítulo 3]). Los intereses del presente capítulo son
ontológicos y epistemológicos, no semánticos; ambas teorías (en el grado en que las enten-
demos) son compatibles con nuestra visión del realismo científico. Nuestro principal obje-
tivo es, más bien, distinguir la noción de verdad como «correspondencia con la realidad»,
entendida en un sentido amplio, de las nociones epistémicas (por ejemplo, la afirmabilidad
garantizada, la verificación) y las pragmático-realistas (la utilidad, el acuerdo subjetivo).
18. O simplemente reconociendo que así es como la palabra «verdadero» [y sus tra-
ducciones] es usada universalmente por los hablantes de cada lengua (excepto por algu-
nos filósofos que cuestionaremos más adelante).
19. En el registro de la parroquia de la Santísima Trinidad de Stratford-upon-Avon
consta que Shakespeare fue bautizado allí el 26 de abril de 1564, pero no se conoce la
fecha exacta de su nacimiento.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 301

y de momento nadie ha descubierto un método para obtener pruebas defi-


nitivas y determinar su verdad o falsedad. Sin embargo, la afirmación es
verdadera o esfalsa (cuando se aclare, por ejemplo, si debe interpretarse se-
gún el calendario juliano). Su verdad o falsedad depende exclusivamente
del nacimiento fáctico de Shakespeare (y no, por ejemplo, de las creencias
u otras características de un individuo o de un grupo social).
Entonces, ¿cómo se obtienen las pruebas de la verdad o falsedad de las
afirmaciones científicas? Mediante los mismos métodos imperfectos que
empleamos para obtener pruebas de las afirmaciones empíricas comunes.
Según nuestro punto de vista, la ciencia contemporánea no es más que el
refinamiento máximo (hasta la fecha) de la actitud racional aplicada a la in-
vestigación de cualquier pregunta respecto al mundo, sea referida a espec-
tros atómicos, a la etiología de la viruela o a las rutas de los autobuses lon-
dinenses. Los historiadores, los detectives y los fontaneros -es decir, todos
los seres humanos- emplean básicamente los mismos métodos de induc-
ción, deducción y evaluación de resultados que los físicos o los bioquími-
cos. 20 La ciencia contemporánea intenta llevar a cabo estas operaciones de
un modo más meticuloso y sistemático, sirviéndose de instrumentos como
pruebas de control, estadísticas o la reiteración de experimentos, entre
otros. Además, las mediciones científicas son, a menudo, mucho más pre-
cisas que las observaciones cotidianas; nos permiten descubrir fenómenos
hasta entonces desconocidos, y entran frecuentemente en conflicto con el
«sentido común». Sin embargo, el conflicto se da en las conclusiones, no en
el enfoque de partida. Tal como observa lúcidamente Susan Haack:

Nuestros parámetros de lo que debe ser una indagación buena, honesta y


concienzuda, y de lo que deben ser unas pruebas buenas, sólidas y fehacien-
tes, no son internas a la ciencia. Al juzgar en qué ha tenido éxito la ciencia y en
qué ha fracasado, en qué esferas y cuándo lo ha hecho mejor o peor, apelamos
a los parámetros según los cuales juzgamos habitualmente la solidez de las
creencias empíricas o el rigor y la escrupulosidad de la indagación empírica.é!

20. Haack (1993, pág. 137) aludió a historiadores y detectivesindependientemen-


te de (y antes que) nosotros: «No existe razón para pensar que [laciencia] se encuentre en
posesión de un método especial de investigación, inasequible a historiadores, detectives
yel resto de nosotros». Véase también Haack (1998, pág. 96-97).
21. Haack (1998, pág. 94).
302 CIENCIA Y FILOSOFíA

La epistemología espontánea de los científicos -la que anima su tra-


bajo, digan lo que digan cuando filosofan- es de un realismo rudimenta-
rio pero eficaz: la meta de la ciencia es descubrir (algunos aspectos de)
cómo son realmente las cosas. Más concretamente:

l. El propósito de la ciencia es dar una descripción verdadera (o aproxima-


damente verdadera) de la realidad.

Este objetivo puede conseguirse porque:

2. Las teorías científicas son, bien verdaderas, bien falsas. Su verdad


(o falsedad) es literal, no metafórica; no depende en absoluto de nosotros,
de cómo las comprobemos, de la estructura de nuestra mente o de la so-
ciedad en la cual vivimos, ni nada por el estilo.
3. Es posible obtener pruebas que confirmen la verdad (o la falsedad) de una
teoría. (Sigue siendo posible, sin embargo, que todas las pruebas respal-
den la teoría Ty que T sea falsa.)22

Las objeciones más enérgicas a la viabilidad del realismo científico


consisten en varias tesis que muestran que las teorías están subdetermina-
das por los datos.P La formulación más corriente de la tesis de la subde-
terminación dice que para cualquier conjunto finito (e incluso infinito)
de datos hay infinitas teorías incompatibles entre sí y «compatibles» con
esos datos. Si no se comprende bien esta tesis,24puede caerse fácilmente en
conclusiones extremistas. Si un biólogo cree que un virus causa cierta
enfermedad, será porque tiene «pruebas» o «datos». Al decir que una en-
fermedad está causada por un determinado virus ya se está formulando una
teoría (esto es, hay muchas afirmaciones contrafácticas implicadas). Pero
si realmente hay infinitas teorías muy distintas entre sí que son compati-
bles con esos «datos», entonces es legítimo que nos preguntemos en qué
nos basaremos para escoger racionalmente entre ellas.

22. Esta breve definición del realismo es fruto de Brown (2001, pág. 96).
23. Ésta es la frecuentemente llamada tesis de Duhern-Quine. En lo que sigue, nos
referiremos a la versión de Quine (Quirie, 1980), que es mucho más radical que la de
Duhem. Véase también el capítulo 6 (págs. 249-250) para una exposición más extensa.
24. Particularmente, por lo que respecta al significado de la palabra «compatible».
Véase Laudan (1990) para un estudio más detallado.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 303

Para dilucidar la situación es importante entender cómo se establece la


tesis de la subdeterminación; así, su significado y sus limitaciones se vuel-
ven más transparentes. Presentamos algunos ejemplos que muestran cómo
opera la subdeterrninación. Puede sostenerse que:

• El pasado no existió: el universo fue creado hace cinco minutos tal


como es en el presente, junto a todos los documentos y nuestros re-
cuerdos que atañen al supuesto pasado. También podría decirse que
fue creado hace cien o hace mil años.
• Las estrellas no existen: en su lugar, en el espacio lejano hay unos
puntos que emiten exactamente las mismas señales que nosotros re-
cibimos.
• Todos los criminales que han estado encarcelados o que lo están
ahora fueron y son inocentes. Para cada presunto caso de criminali-
dad se puede encontrar una explicación en la que las declaraciones
tuviesen la intención deliberada de dañar al acusado, la policía fal-
seara todas las pruebas y todas las confesiones se obtuvieran por la
fuerza.P

Habría que desarrollar más estas «tesis», claro está, pero la idea funda-
mental es palmaria: dado un conjunto cualquiera de hechos, se fabrica una
historia, no importa lo ad hoc que sea, para «dar cuenta» de los hechos sin
caer en contradicciones.i''
Es importante advertir que la tesis de la subdeterminación general (la
de Quine) ya no da más de sí. Además, aunque esta tesis desempeñó un
papel importantísimo en la refutación de las variantes más extremas del
positivismo lógico, no está muy alejada de la idea de que el escepticismo
radical o el solipsismo no pueden impugnarse: todo nuestro conocimien-
to del mundo se basa en cierto tipo de inferencia que va desde lo observa-

25. Esta última situación, a diferencia de las otras dos, ocurre efectivamente con
bastante frecuencia. Pero que suceda o no depende del caso en concreto, mientras que la
tesis de la subdeterminación es un principio general que se aplica en todos los casos.
26. En el famoso escrito en el que Quine expone la versión moderna de la tesis de la
subdeterrninación, incluso se permite el lujo de cambiar los significados de las palabras y
las reglas de la lógica para demostrar que de cualquier afirmación puede decirse que es
cierta, «pase lo que pase» (Quirie, 1980, pág. 43).
304 CIENCIA Y FIWSOFÍA

do hasta lo inobservado, y ninguna inferencia tal puede justificarse exclu-


sivamente gracias a la lógica deductiva. No obstante, es evidente que, en la
práctica, nadie toma en serio la clase de «teorías» que hemos mencionado
más arriba, como tampoco se toman en serio el escepticismo radical o el
solipsismo. Llamémoslas «teorías alocadas-V (por supuesto, no es sencillo
decir qué se entiende exactamente por una «teoría no alocada»), Adviérta-
se que estas teorías no requieren esfuerzo: pueden formularse enteramente
apriori. Por lo demás, dado un conjunto de datos, el verdadero problema
es encontrar siquiera una teoría cuerda (no alocada) que dé razón de ellos.
Imagínese, por ejemplo, una investigación policial de un crimen. Es bas-
tante simple inventar una historia que «explique los hechos» ad hoc (algu-
nas veces, los abogados hacen justo eso), pero lo más arduo es descubrir
quién cometió el crimen y conseguir pruebas que lo corroboren más allá
de toda duda razonable. Reflexionar sobre este ejemplo elemental aclara el
significado de la tesis de la subdeterminación. Pese a la existencia de innu-
merables «teorías alocadas» que pretendan explicar un determinado cri-
men, algunas veces ocurre que hay una única teoría (por ejemplo, un úni-
co relato acerca de quién cometió el crimen y cómo) que sea plausible y
compatible con los hechos conocidos; en tal caso, se dirá que se ha descu-
bierto al criminal (con un grado alto de confianza, pero sin certeza). Tam-
bién puede suceder que no se dé con ninguna teoría plausible o que seamos
incapaces de decidir quién de entre varios sospechosos es el culpable: en
estos casos, la subdeterminación es rea1. 28

27. 0, como las denomina el físico David Mermin, «las monstruosidades de


Duhern-Quine» (Merrnin, 1998).
28. Estrechamente relacionado con la subdeterminación se encuentra el problema
de la carga teórica de la observación (véanse más arriba las págs. 244-246 para una intro-
ducción elemental), citado a menudo por los relativistas como respaldo de sus argumen-
taciones. Sin embargo, la verdad es que no las respalda en absoluto. Thomas Nagel pre-
sema un ejemplo instructivo:

Supongamos que tengo la teoría de que una dieta a base de helado de chocolate me hará
perder dos kilos de peso al día. Si como sólo helado de chocolate y me peso cada mañana, mi
interpretación de los números de la balanza dependerá seguramente de una teoría mecánica
que explica cómo reacciona la balanza cuando se le depositan encima objetos de pesos distin-
tos. Eso no depende de mis teorías dietéticas. Si del hecho de que la cifra vaya creciendo con-
cluyo que mi ingestión de helado tiene que estar alterando las leyesde la mecánica de mi cuar-
to de baño, sería pura idiotez filosóficadefender esa inferencia apelando a la tesisde Quine de
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 305

Podríamos preguntarnos, seguidamente, si existen formas más sutiles


de subdeterminación, aparte de la revelada en la argumentación de
Duhem-Quine. Para analizar esta cuestión, consideremos el ejemplo del
electromagnetismo clásico. Esta teoría describe cómo unas partículas
que poseen un rasgo cuantificable llamado «carga eléctrica» producen
«campos electromagnéticos» que «se propagan en el vacío» de un modo
peculiar y después «guían» el movimiento de las partículas cargadas cuan-
do se encuentran con ellas. 29 Por supuesto, nadie «ha visto» nunca a sim-
ple vista un campo electromagnético ni una carga eléctrica. Entonces,
¿hay que interpretar esta teoría de manera «realista»? Si es así, ¿a dónde
llevaría?
Multitud de experimentos precisos apoyan firmemente la teoría elec-
tromagnética clásica, que constituye la base de una gran parte de la tecno-
logía contemporánea. Se «confirma» cada vez que alguien enciende su or-
denador y éste funciona tal como se espera.f" La existencia de esta base
empírica aplastante, ¿implica que «realmente» hay campos eléctricos y
magnéticos que se propagan en el vacío? Para reforzar la idea de que exis-
ten puede argumentarse que la teoría electromagnética postula la existen-
cia de estos campos y que no se conoce ninguna teoría alocada que dé una

que todas nuestrasafirmaciones sobre el mundo exteriorencaranel tribunal de la experiencia


como un cuerpo colectivo y no una a una. Algunas reconsideraciones en respuesta a losdatos
son razonables; otras son patológicas (Nagel, 1998, pág. 35).

Aunque la insistencia de Quine en que «cualquier afirmación puede defenderse


como verdadera pase lo que pase» (Quirie, 1980, pág. 43) pueda interpretarse como una
apología del relativismo radical, su exposición (págs. 43-44) sugiere que no es ésa su in-
tención y que está de acuerdo con Nagel en que ciertas modificaciones de nuestros siste-
mas de creencias ante «experiencias recalcitrantes» son mucho más razonables que otras.
Además, en el prefacio a la edición de 1980, Quine se retracta de la aserción anterior, «la
unidad de significación empírica es la ciencia en su conjunto» (pág. 42), Ydice (correcta-
mente, según nuestra opinión) que «el contenido empírico se reparte entre las aserciones
de la ciencia en forma de racimos, y casi nunca puede separarse de ellos. En la práctica, el
racimo pertinente nunca es la ciencia en su totalidad» (pág. viii).
29. Nos referimos a las ecuaciones de Maxwell, que describen cómo las cargas pro-
ducen campos y cómo se propagan, así como a la fuerza de Lorentz, que detalla cómo los
campos «guían» las partículas.
30. Cuando no funciona como se espera, es por culpa de los técnicos y de los pro-
gramadores, como todos los físicos saben.
306 CIENCIA Y FILOSOFíA

explicación tan ajustada de esta idea; por tanto, es razonable creer que los
campos eléctricos y magnéticos realmente existen.
Pero ¿realmente no hay teorías alternativas no alocadas? Consideremos
una posibilidad: afirmemos que no hay campos que se propagan «en el va-
cío», sino que solamente hay «fuerzas» que actúan directamente entre las
partículas cargadas.I' Por supuesto, para conservar la adecuación empíri-
ca de la teoría hay que aplicar exactamente el mismo sistema de ecuacio-
nes que antes, el de Maxwell-Lorentz, o uno matemáticamente equivalen-
te. Pero uno puede interpretar los campos como meros «instrumentos de
cálculo» que permiten computar más fácilmente el efecto global de las
fuerzas «reales» que actúan entre partículas cargadas. 32 La inmensa mayo-
ría de los físicos que lean estas líneas pensarán que esto es una especie de
metafísica o, incluso, un juego de palabras: esta «teoría alternativa» es en
realidad la teoría electromagnética común disfrazada. A pesar de que el
significado preciso de «metafísica» es difícil de fijar,33 existe un sentido
vago en el que, si se usan exactamente las mismas ecuaciones (o un con-
junto de ecuaciones matemáticamente equivalente) y se hacen exacta-
mente las mismas predicciones en las dos teorías, ambas son la misma teo-
ría por lo que a la «física» se refiere, y la distinción entre las dos, si es que
existe, se encuentra fuera de su alcance.
El mismo tipo de observación se puede hacer en referencia a muchas
teorías físicas. En la mecánica clásica, ¿hay realmente fuerzas que actúan
sobre las partículas o éstas siguen trayectorias definidas por principios va-
riables? En la relatividad general, ¿el espacio-tiempo es en verdad curvo o

31. Dado que los campos electromagnéticos se propagan a una velocidad finita, las
fuerzas introducidas aquí deberían actuar de forma no instantánea, es decir, retardada-
mente, a diferencia de las de la mecánica newtoniana.
32. Esta postura recuerda a la del cardenal Bellarmino, adversario de Galileo, que
pretendía aceptar el sistema copernicano como un «instrumento de cálculo» para prede-
cir los movimientos de los planetas. Incluso estaba deseoso de admitir la superioridad de
la suficiencia empírica del sistema copernicano sobre el ptolemaico -aunque todavía no
era así; resultó real sólo cincuenta años después, con el desarrollo de la mecánica newto-
niana-. Sostenía sencillamente que la Tierra no gira realmente alrededor del Sol.
33. En la década de 1950, Bertrand Russell observó: «La acusación de metafísico se
ha convertido en filosofía algo así como ser un riesgo para la seguridad en el servicio pú-
blico. [oo.] La única definición que he encontrado que se adapta a todos los casos es: "una
opinión filosófica que el presente autor no suscribe?» (Russell, 1995 [1959], pág. 164).
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 307

existen campos que causan el movimiento de las partículas comosi el espa-


cio-tiempo fuera curvo?34 Llamemos a esta clase de subdeterminación «ge-
nuina», en contraposición a las subdeterminaciones «alocadas» de la tesis
de Duhem-Quine. Con «genuino» no queremos decir que estas subdeter-
minaciones tengan que quitar el sueño a nadie, sino que no hay manera ra-
cional de escoger (al menos, sólo sobre bases empíricas) entre las teorías al-
ternativas, si es que hay que considerarlas diferentes.
Es importante subrayar la diferencia entre las distintas maneras en que
se establecen las dos clases de subdeterminación: la primera puede consti-
tuirse a través del razonamiento puro, mientras que la segunda depende
(por lo menos, en parte) de la forma concreta que toman determinadas
teorías científicas. De hecho, una cuestión interesante (y muy compleja)
para los filósofos de la ciencia es describir lo más precisamente posible las
«metafísicas» no equivalentes, pero naturales, asociadas a una teoría cientí-
fica concreta.
La historia, no obstante, no se acaba aquí. Hay otra alternativa mucho
más seria al electromagnetismo clásico: el electromagnetismo cuántico
(también conocido como electrodinámica cuántica o QED).* La QED ha
reemplazado como descripción básica de la realidad al electromagnetismo
clásico, al que consideramos ahora una especie de aproximación a la QED,
válido para fenómenos bastante bien definidos en los que los efectos cuán-
ticos son despreciables. Esta situación abre una esperanza a los realistas: es
posible que la teoría más fundamental (en este caso, la QED) admita sólo

34. Poincaré señaló con énfasis este tipo de «subdeterminación»: por ejemplo, insis-
tió en el hecho de que no podemos saber si la Tierra rota «realmente» (Poincaré, 1904).
Antes bien, siempre se podrá escoger un sistema de referencia en el que la Tierra esté en
reposo y no rote. Pero es preciso ser consciente de que, si se escoge tal sistema, tienen que
considerarse «reales»las fuerzas inerciales (como la fuerza centrífuga y las de Coriolis) que
«actúan» sobre las estrellas lejanas y que hacen que se muevan más deprisa que la veloci-
dad de la luz. Es interesante apuntar que, cuando Poincaré hizo esta proposición, las fuer-
zas clericales interpretaron (¡a principios del siglo xx!) que estaba jusrificando la condena
de Galileo a manos de la Iglesia (véase Mawhin [1996] para una exposición histórica de-
tallada). Pero esta actitud muestra un profundo malentendido. Para la Iglesia, la Tierra es-
taba en un reposo mucho más absoluto que el que sugería Poincaré. De hecho, el punto
de vista de Poincaré sólo tiene sentido dentro del marco (el de la mecánica clásica) crea-
do por Galileo, Newton y sus discípulos.
* Acrónimo de quantum electrodynamics. (N. del t.)
308 CIENCIA Y FILOSOFíA

un conjunto «natural» de entidades inobservables, cuya existencia estaría


confirmada por los éxitos empíricos de la teoría. Esto podría suceder, aun-
que no es probable: cuanto más se profundiza en la naturaleza de las cosas,
más extrañas parecen. 35 Incluso en la mecánica cuántica no relativista, el es-
tatuto de las entidades «inobservables», como la función de onda, no está
claro en absoluto, y aunque predecir el futuro siempre es arriesgado, parece
improbable que una teoría más profunda, incluso una teoría definitiva, ten-
ga una interpretación única en lo relativo a las entidades inobservables.
El realismo se enfrenta aún a otro problema: el del significado. Antes
de preguntar si los campos electromagnéticos existen, se puede preguntar:
¿qué significa el término «campo electromagnético»? ¿Es una expresión
matemática? ¿Qué quiere decir que una expresión semejante tenga una co-
rrespondencia en el mundo físico? Al pretender responder a estas pregun-
tas, surgen inmediatamente otras acerca del estatuto de los objetos mate-
máticos y la correspondencia entre éstos y el mundo físico.

INSTRUMENTALlSMO

Las dificultades con que se topa un acercamiento testarudo y realista a la


ciencia -y, en especial, a la física fundamental- nos inclinan a adoptar
una actitud más modesta. Quizá deberíamos renunciar a intentar descri-
bir el mundo «tal cual es» y contentarnos con buscar teorías empírica-
mente suficientes (y lógicamente coherentes, sencillas, etc.).
Un ejemplo de la postura pragmática llevada hasta el absurdo se encuen-
tra en un comentario reciente publicado en el foro de discusión Scipolicy-L.
El autor defiende la ciencia de las «deconstrucciones» posmodernas, siempre
que los científicos se contengan de pronunciar afirmaciones «metafísicas»
injustificadas:

La aseveración de que las leyes físicas actúan en todas partes menos en


los experimentos físicos [... ] me parece metafisica en el mal sentido de la pa-
labra [... ]

35. No es sorprendente: cuanto más profundizamos en la naturaleza de las cosas,


más nos alejamos de las intuiciones procedentes de los objetos macroscópicos (y de la psi-
cología humana, etc.) que la selección natural ha inculcado en nuestros cerebros.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 309

La interpretación no metafísica de las leyes físicas dice algo así: siempre


que nosotros, los físicos, realizamos tal tipo de experimento, el resultado que
obtenemos es cual [... ]
Los filósofos-hermeneutas deberían convencer a los científicos (y a todo
el mundo) de que las leyesfísicas se aplican sólo al ámbito de la experimenta-
ción y a la actividad de los físicos [... ]36

Pero si las leyes físicas, deducidas a partir de los experimentos de labo-


ratorio, no tienen validez fuera de él, ¿por qué diablos alguien debería mo-
lestarse en realizar experimentos? Al fin y al cabo, los experimentos no son
un fin en sí mismos, como el fútbol o el ajedrez; son medios para alcanzar
una meta más alta: obtener información sobre las propiedades universales
del mundo natural. No resulta en absoluto evidente la idea - a la que
se ha llegado con gran esfuerzo a lo largo de los últimos cuatrocientos
años- de que la experimentación sistemática y controlada brinda un co-
nocimiento del mundo que sería difícil o imposible de obtener sólo con la
observación pasiva. Y si las ecuaciones de Maxwell sólo tienen utilidad en
los laboratorios físicos, ¿cómo se puede explicar plausiblemente (de mane-
ra que no se limite a darlo por sentado) la transmisión de aquel mensaje
antimetafísico desde el teclado del autor hasta las pantallas de los lectores?
Muchos filósofos de la ciencia que se denominan a sí mismos «antirrea-
listas» no llegarían tan lejos. No ponen en duda que la física funciona igual
fuera del laboratorio que dentro; sólo pretenden ser más modestos en lo
que respecta a la afirmación «la física funciona». Vamos a dejar de lado las
afirmaciones «metafísicas» -dicen- y atengámonos a la adecuación em-
pírica. Más concretamente, dadas las dificultades con las que se topa el rea-
lismo para precisar el estatuto de las entidades «inobservables» -como
fuerzas, campos o el espacio-tiempo curvo-, olvidémonos completa-
mente de tales entidades «metafísicas» y formulemos las teorías físicas úni-
camente en términos de cantidades observables, puesto que éstas son las
únicas a las que tenemos acceso. 0, como alternativa, consideremos esas
entidades «instrumentos de cálculo» (ficciones de conveniencia) a las que
debemos evitar atribuir realidad física alguna. A este abanico de posiciones
relacionadas entre sí (pero no idénticas) se le suele llamar «instrumentalis-

36. Comentario de Brad McCormick en Scipolicy-L@yahoogroups.com, 22 de


mayo de 2001 (cursivasdel original).
310 CIENCIA Y FILOSOFfA

mo» U «operacionalisrno». Pierre Duhem, Ernst Mach y los positivistas ló-


gicos del Círculo de Viena, entre otros, han capitaneado diversas versiones
de esta doctrina, que fueron ampliamente acogidas (con palabras, si no
con hechos) por los físicos del período entre 1890 y 1970. 37
Esta posición también topa con dificultades. El primer problema es
que la noción de que algo sea «observable» no está clara. Algunas observa-
ciones se hacen a ojos vistas, pero ¿hay que limitarse a éstas? ¿Pueden usar-
se gafas, lentes de aumento, telescopios o microscopios sin sentirse obliga-
do a traducir los resultados a datos «puramente» sensoriales? ¿Qué sucede
con las cámaras de infrarrojos, los microscopios electrónicos o los telesco-
pios de rayos gamma? ¿Y con el radar y el sónar?38 Por otra parte, las ob-
servaciones de nuestros sentidos desnudos son más problemáticas de lo
que parecen. Por ejemplo, cuando «veo» un vaso encima de la mesa, de-
lante de mí, no veo realmente el vaso: mi ojo absorbe las ondas electro-
magnéticas que el vaso refleja, y mi cerebro infiere la existencia y la posi-
ción de un objeto material, junto con algunas de sus características, como
la forma, el tamaño y el color. Este tipo de inferencias no son, por lo de-
más, muy diferentes de aquellas más explícitas que los científicos hacen de
los «datos» a las «teorías».39
El segundo problema del instrumentalismo, el más profundo, es que el
significado de las palabras que usan los científicos va mucho más allá de lo
que es «observable». Pongamos un ejemplo sencillo: los paleontólogos,
¿deberían hablar propiamente de dinosaurios? Es de suponer que sí. Pero
¿en qué sentido son «observables» los dinosaurios? Todo lo que sabemos de
ellos es fruto de inferencias a partir de fósiles; sólo los fósiles son «observa-
bles». Por supuesto que las inferencias no son arbitrarias: se justifican gra-
cias a los datos de la biología (todos los huesos fueron una vez parte de or-
ganismos) y de la geología (que explica los procesos de transformación de
los huesos en fósiles). Sencillamente, la cuestión es que los datos fósiles son
indicios de la existencia de otra cosa: los fósiles de los huesos de dinosau-

37. Véase Weinberg (1992, págs. 174-184) para una explicación esclarecedora.
38. Quizá los murciélagos instrumentalistas tengan la costumbre de utilizar
datos acústicos, pero no ópticos; mientras que para los humanos instrumenralistas es
al revés.
39. Maxwell (1962) desarrolló esta línea de argumentación.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 311

rios son un indicio de la existencia de éstos (en algún momento del pasa-
do). Yel significado de la palabra «dinosaurio» no sería fácil de expresar en
un lenguaje que se refiriese sólo a los fósiles.t"
Algunos filósofos instrumentalistas de la ciencia están dispuestos a ca-
lificar a los dinosaurios de «observables» partiendo del hecho de que, aun-
que nosotros no podamos verlos, si la especie humana hubiera existido hace
cien millones de años, los habría visto. Cualquiera es libre de definir la pa-
labra «observable» como quiera, pero no existe ninguna garantía de que
todas las definiciones vayan a tener un significado epistemológico. Ni los
dinosaurios ni los electrones se han observado nunca directamente; ambos
son productos de inferencias de otras observaciones, y los argumentos que
apoyan ambas inferencias son de una solidez comparable. Tal como lo ve-
mos nosotros, existen dos posibilidades: o bien se aceptan tales inferencias
y, con ellas, la realidad probable (en la forma que sea) de la existencia de
dinosaurios y electrones, o bien se niegan estas inferencias y se rechaza ha-
blar de dinosaurios y de elecrrones.v' El significado de «electrón» es más
oscuro que el de «dinosaurio»: puesto que podemos dibujar mentalmente
objetos de tamaño medio, como los dinosaurios, el significado de las pa-

40. Por ejemplo, las afirmaciones sobre los hábitos alimentarios de los dinosau-
rios deberían reformularse como afirmaciones que se refiriesen a la correlación espacial
de ciertos tipos de fósiles con otros. Para decirlo suavemente, esto parece ser de poca
ayuda.
41. Jim Brown (en una comunicación privada) ha señalado un detalle importan-
te: que a menudo se infieren también enunciados acerca de fenómenos «observables»
y que:
A veces los enunciados de observación inferidos son más convincentes que cuando los
hechos se experimentan directamente. Recuerdo haber leído un caso divertido de Clarence
Darrow [un abogado populista famoso en Estados Unidos], en el que defendía a un sindicato
que había sido atacado por unos matones de la empresa. Uno de éstos había arrancado de un
mordisco la oreja de un huelguista. Habían llevado a juicio al sindicato, y Darrow esperaba
sacar el rema de la oreja para defenderlo. El testigo principal estaba en el estrado. (Relato de
memoria.)
Fiscal: ¿Vio usted cómo le arrancaba la oreja?
Testigo: No.
Darrow, recordando el caso, comentó que, en ese momento, el fiscal nos había vencido y
debería haber desestimado al testigo, pero insistió estúpidamente:
Fiscal: Entonces, ¿cómo sabe que se la arrancó de un mordisco?
Testigo: Porque vi cómo la escupía.
312 CIENCIA Y FILOSOFíA

labras que se relacionan con ellos está razonable e intuitivamente claro


aunque nunca se observen directamente, cosa que no sucede en el caso
de entidades como los electrones. Por eso somos cautelosos y afirmamos
sólo que los electrones existen «en la forma que sea», a la vez que recono-
cemos abiertamente nuestra perplejidad ante lo que sean realmente los
electrones. 42,43
Hemos dejado lo más importante para el final. El hecho de que una
teoría formule repetidamente predicciones sorprendentes que se van con-
firmando a posteriori (en particular, si son de fenómenos novedosos) es una
prueba fehaciente de que está «en el buen camino», es decir, que es, al me-
nos, aproximadamente correcta y que sus entidades teoréticas «inobserva-
bles» existen realmente de una forma u otra. Si no, ¿qué otras entidades
encajarían en unas predicciones tan «milagrosas»? Si las teorías científi-
cas fueran meros resúmenes lógicos y coherentes de los datos empíricos
existentes, sería normal esperar teorías que predijeran con precisión los fe-
nómenos particulares que pretenden resumir, así como los fenómenos es-
trechamente relacionados con ellos, pero no los fenómenos desligados de
ellos por completo. De esta manera, no es sorprendente que la astronomía
ptolemaica tuviera éxito al predecir los movimientos de los planetas co-
nocidos: porque la teoría era esencialmente una adaptación sofisticada de
las anteriores observaciones de los planetas conocidos, y los movimien-
tos posteriores de los planetas están estrechamente relacionados con sus
movimientos anteriores.v' El éxito empírico de la teoría no da, por tanto,

42. Apunta Van Fraassen (1994, pág. 268) que los realistas tienden a esgrimir argu-
mentos relacionados con objetos de tamaño medio, mientras que los instrumentalistas se
inclinan por las entidades fundamentales, como los campos o las fuerzas. Esto está liga-
do al problema del significado: si decimos que «X. existe, tenemos que saber qué quiere
decir «X», lo que resulta menos obvio para las entidades fundamentales que para los ob-
jetos de tamaño medio.
43. Vale la pena subrayar que se conocen mucho mejor las propiedades de los elec-
trones que las de los dinosaurios. Por ejemplo, puede predecirse el momento magnético
del electrón con una precisión de once decimales (véase más abajo), pero no se sabe de qué
color eran los dinosaurios, si eran de sangre caliente, cómo funcionaba su corazón, etc.
Agradecemos a Norm Levitt esta indicación.
44. Esto sucede (como ahora sabemos) porque los movimientos planetarios no son
caóticos en escalas de tiempo inferiores a unos pocos millones de años.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 313

ninguna razón fuerte para creer que sea aproximadamente correcta o que
sus entidades teóricas (los epiciclos) existan.P La mecánica newtoniana,
en cambio, no sólo fue capaz de dar razón de los movimientos planeta-
rios en términos muchísimo más simples (F = ma y la ley del inverso del cua-
drado de la distancia) y de ofrecer una comprensión teorética unificada de
los movimientos planetarios y terrestres, sino que también logró predecir
la existencia de planetas no observados antes, como Neptuno, encontrado
en 1846 en el lugar en el que Le Verrier y Adams predijeron que estaría.t"
y predecir el movimiento de satélites que selanzaran desde la Tierra. Según
nuestro punto de vista, estos hechos, tomados en su conjunto, junto con
otras confirmaciones empíricas de la mecánica de Newton, son pruebas
tremendamente sólidas de que la mecánica newtoniana contiene cierto co-

45. Jim Brown (en una comunicación privada) ha señalado que la astronomía pro-
lemaica es capaz de predecir eclipses sin necesidad de ningún dato de loseclipses anteriores
(los únicos daros empleados son observaciones de las posiciones del Sol y de la Luna).
Esto --dice- es una predicción sorprendenre. Esramos de acuerdo: muestra que un as-
pecro de la esrrucrura teórica prolemaica ---que los eclipses solares tienen lugar cuando la
Luna oculra el 501- escorrecto, al menos aproximadarnenre. Los eclipses, de hecho, pre-
senran una correlación con los movimienros del Sol y de la Luna exactamente como des-
cribe la teoría ptolemaica. Pero sus predicciones para los rnovimienros planetarios no son
sorprendenres, porque la teoría hace poco más que resumir los datos de los movirnienros
que sirvieron para su propia construcción.
Basándose en casos históricos similares, Psillos (1999) dirige la atención a la impor-
tancia de regionalizar los daros por grupos, esto es, determinar «qué partes de una teoría
están apoyadas por daros inmediaros o, en todo caso, qué partes están mejor apoyadas»
(pág. 125). Concluye que

los científicos realistas no necesitan aceptar una teoría en su totalidad. Antes bien, el realismo
requierey sugiere una actituddiferenci.uút hacia, y grados diftrenciados decreencia en, losvarios
elementos constituyentes de una reoría exitosa y madura. El grado de creenciaen una teoría
normalmente va en función del grado de apoyo de losdatos inmediatos. Puestoque partesdi-
ferentes de una teoría pueden estar apoyadasen grados diferentes,los realistas deberían apos-
tar por la verdad de una teoría en la misma medida (págs. 126- I 27, cursivas del original).
46. Para una exposición detallada, véase, por ejemplo, Grosser (1962) o Moore
(1996, capítulos 2 y 3). Nótese que la validez de nuestra observación es independiente de
si Adams y Le Verrier calcularon correctamente la predicción newtoniana o encontraron
Neptuno, en parte, por casualidad (como parece haber sido el caso). La clave de la cues-
tión es que, si se hacen los cálculos correcros basados en la teoría newtoniana, se encuen-
era a Nepruno en la posición observada.
314 CIENCIAY FILOSOFíA

nocimiento verdadero sobre el mundo (pero no, por supuesto, que sea es-
trictamente correcta o que su ontología sea fundamentalj.V
El siguiente ejemplo es más asombroso: la electrodinámica cuántica
predice que el momento magnético del electrón (expresado en una magni-
tud bien definida, pero irrelevante para la presente discusión) tiene el valor:

1.001 159652201 ± 0.000000000030


(donde «±» representa el margen de incertidumbre en el cómputo teórico,
que consiste en varias aproximaciones), mientras que un experimento re-
ciente da el resultado:

1.001 159652 188 ± 0.000 000 000 004


(donde «±» representa el margen de incertidumbre experimentall.t" Esta
coincidencia en forma de once decimales entre la teoría y el experimento
~n particular, si se contrasta con otros miles de experimentos similares,
aunque no tan espectaculares- sería un milagro si la electrodinámica
cuántica no estuviera expresando algo al menos aproximadamente verda-
dero sobre el mundo. El éxito predictivo resultaría aún más milagroso si
los electrones, en verdad, no existieran en una u otra forrna.t"

47. Subrayemos que el meollo del asunto no es si la teoría surgió antes o después de
la observación -cosa que es, por lo demás, una contingencia histórica que debería ser
epistemológicamente irrelevante-, sino algo más sutil: la conexión lógica entre teoría y
observación, es decir, si la teoría «se prepara» en función de las observaciones o si, por el
contrario, la predicción surge como una consecuencia natural pero inesperada de la teo-
ría. Véase la nota número 40 del capítulo 6. Agradecemos al difunto Peter Lipton que
haya llamado nuestra atención sobre la necesidad de aclarar este punto.
48. Véanse Kinoshita (1995) para la teoría y Van Dyck y otros (1987) para el expe-
rimento. Crane (1968) ofrece una introducción profana a este problema. Véase también
Lautrup y Zinkernagel (1999) para una historia muy minuciosa, que ilustra que el acuer-
do entre la teoría y el experimento es real. (Se podría pensar que el conocimiento que los
experimentadores tenían de la predicción teórica hubiera influido indebidamente en la
cifra experimental, o viceversa; pero análisis cuidadosos muestran que no fue el caso.)
49. Una vez más, decimos «en una u otra forma» para resaltar que los electrones, los
quarks, etc., podrían no formar parte de la ontología fundamental del universo y simple-
mente ser -tal como ahora sabemos que son los «átomos» de Dalton- aproximaciones
objetivamente válidas a ciertas escalas de medida y de energía. Véase el último apartado
de este capítulo para un desarrollo más profundo.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 315

Así que, si examinamos críticamente el realismo, podemos sentirnos


tentados de optar por el instrumentalismo. Y si observamos críticamente
éste, nos sentimos obligados a regresar a una forma modesta de realismo.
Entonces, ¿qué hay que hacer? Antes de decantarnos por una posible solu-
ción, vamos a considerar algunas alternativas radicales.

REDEFINICIONES DE LA VERDAD

Al encarar los problemas planteados por la subdeterminación, cabría plan-


tearse un giro drástico: ¿y si se abandona la noción de «verdad» como «co-
rrespondencia con la realidad» y se busca, en su lugar, un concepto alter-
nativo de verdad? Hayal menos dos propuestas de última moda que van
en esta dirección: una es definir la verdad a través de la utilidad o la con-
veniencia, y la otra, a través del acuerdo intersubjetivo. El filósofo Richard
Rorty ilustra ambas con ejemplos:

Lo que gente como Kuhn, Derrida y yo mismo cree es que no tiene sen-
tido preguntar si verdaderamente las montañas existen o si, simplemente,
nos resulta conveniente hablar de ellas.50
Los filósofos que comparten mi argumentación responden que la objeti-
vidad no es una cuestión de correspondencia con los objetos, sino de ponerse
de acuerdo con otros sujetos, y que la objetividad en realidad es intersubjeti-
vidad. 5I

50. Rorty (1998, pág. 72). Véanse las críticas de Nagel (1997, págs. 28-30) y Albert
(1998); véase también Haack (1997) para una contrastación divertida entre las dos filoso-
fías "pragmáticas» radicalmente diferentes de C. S. Peirce y Rorty.
51. Rorty (1998, págs. 71-72). En un pasaje tristemente célebre hoy, Rorty fue
más allá y abogó aparentemente por la opinión de que la verdad «no es más que el gra-
do en que nuestros coetáneos, ceteris paribus, nos permiten salirnos con la nuestra
cuando hablamos» (1979, pág. 176). Plantinga (2000, pág. 430) comenta mordaz-
mente:

Pensemos en las autoridades chinas que asesinaron a aquellos estudiantes en la plaza


de Tiananmen y que después agravaron su maldad con mentiras descaradas, afirmando que
ellos no habían hecho semejante cosa. Desde e! punto de vista presente, éste es e! modo más
cruel de abordar e! asunto, porque al negar que aquello sucediera, las autoridades meramente
316 CIENCIA Y FILOSOFíA

Algunos fundadores del programa fuerte de la sociología de la ciencia


expresan puntos de vista semejantes:

Los relativistas, como todo el mundo, tienen la necesidad de escoger


entre sus creencias, aceptando unas y desechando otras. Naturalmente, ten-
drán preferencias que coincidirán normalmente con las de otros que se
encuentren próximos geográficamente. Las palabras «verdadero» y «falso»
constituirán el lenguaje en el que se expresará el resultado de aquellas pre-
ferencias, y las palabras «racional» e «irracional- cumplirán una función pa-
recida. 52

La mejor manera de ver que estas redefiniciones no funcionan es apli-


carlas a casos concretos. Por ejemplo, sería útil hacer creer a la gente que si
conducen borrachos irán al infierno o morirán de cáncer, pero eso no con-
vierte esas afirmaciones en verdaderas (por lo menos, en una comprensión
intuitiva de la palabra «verdad»). Análogamente, hace mucho tiempo la
gente estaba de acuerdo en que la Tierra era plana (o que la sangre era es-
tática, etc.), y ahora se sabe que estaba equivocada. Así pues, el acuerdo in-
tersubjetivo no tiene por qué coincidir con la verdad (repitámoslo: enten-
dida intuitivamente).
Nos estamos valiendo de una noción intuitiva de verdad, y un crítico
podría exigir una definición más «rigurosa». Pero el problema es que las
definiciones tienden a ser circulares o basarse en términos fundamentales
indefinidos que uno capta intuitivamente o que no capta en absoluto. El
concepto de verdad cae, naturalmente, en el segundo grupo.53

pretendían que sus coetáneos les dejaran salirse con la suya, afirmando que no sucedió nada;
en ese caso habría sido verdad que no sucedió nada, y por tanto no habría sucedido nada. Así,
el pensamiento caritativo, desde un punto de vista rortiano, es que las autoridades chinas sólo
querían que esto nunca hubiera pasado, y ¿quién puede culparlas por algo así?

Queremos señalar que discrepamos de la filosofía de Plantinga en un noventa por


ciento, pero le damos crédito en este punto particular por ser tan elocuente y acertado.
52. Barnes y Bloor (1981, pág. 27). Véase el capítulo 6 (págs. 265-275) para una crí-
tica al respecto.
53. Al fin yal cabo, las personas que preguntan qué significa «verdad» no se en-
cuentran en la misma situación que las que se preguntan qué es un pulpo o quién fue
Jenofonte.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTÍFICO COGNITIVO 317

Un problema más sustancial es que estas redefiniciones de «verdad» ni


siquiera consiguen sustituir la tradicional noción de «correspondencia»
(cosa de la que se jactan). Tomemos, por ejemplo, la de utilidad: decir que
algo es útil (para un objetivo específico) es ya una afirmación objetiva (tie-
ne que ser realmente útil para el objetivo) que se basa implícitamente en la
noción de verdad como correspondencia. Esto resulta aún más obvio si se
aplica a la de acuerdo intersubjetivo: decir que otras personas piensan esto
y aquello es una afirmación objetiva que describe una parte del mundo
(social) «tal como es».54
Algunas veces se dan, por supuesto, argumentos positivos para defen-
der algunas redefiniciones de «verdad», como el siguiente sofisma un tan-
to sutil:

[...] el único criterio que nos permite usar la palabra «verdad» es la jus-
tificación, y está siempre en relación con un público. Por tanto, es también
relativa al punto de vista de ese público: al propósito que éste tenga y a la
situación en la que se encuentre.P

El principio de la primera oración es correcto, pero no implica que la


verdad se identifique con la justificación. (Puede ser racionalmente justifi-
cable creer en algo que más tarde, tras un examen más detenido, se revele
falso.)56 Además, ¿qué quiere decir que la justificación es siempre relativa al
propósito que tenga un público? Esta idea introduce una confusión sutil
entre conocimiento y valores, al asumir que el conocimiento depende de
algún «interés», o sea, de algún propósito no cognitivo. Pero ¿qué ocurriría

54. Para una discusión acerca de redefiniciones semejantes de «verdad», véase la crí-
tica de Bertrand Russell al pragmatismo de William James y john Dewey (Russell, 1961,
capítulos 24 y 25; en particular, pág. 779).
55. Rorty (1998, pág. 4).
56. Por ejemplo, Hume (2000 [1748], apartado 10) aprueba el caso de la persona
que vivía en la India y rechazó, muy razonablemente, la creencia de que el agua se solidi-
fica en invierno. Como Hume señala:
Los efectos del frío sobre el agua no son escalonados, según los grados de frío, sino que
cuando se llega al punto de congelación, el agua pasa, en un momento, de la liquidez más pura
a la solidez más rígida. Un acontecimiento tal podría calificarse de extraordinario y requiere un
testimonio de peso para que resulte creíble a las personas de clima cálido [...] (pág. 86, cursi-
vas del original).
318 CIENCIA Y FILOSOFíA

si el público quisiera averiguar cómo es realmente el mundo (o una parte de


él)? Rorty respondería que esa meta es inalcanzable, como sugiere la siguien-
te declaración: «Una meta es algo sobre lo cual uno sabe si se está acercando
a ella o se está alejando de ella. Pero no hay manera de saber cuánta distancia
nos separa de la verdad, ni tampoco si estamos más cerca de ella de lo que lo
estaban nuestros antepasados-.V Pero ¿es esto así, en verdad? Algunos de
nuestros antepasados creían que la Tierra era plana. ¿No hemos aprendido
nada? ¿No estamos más cerca de la verdad, al menos en este asunto?
El parecer aquí expuesto es tan poco plausible que uno se siente obli-
gado a recurrir a una interpretación más «caritativa». Acaso Rorty entien-
da por «verdad» algo así como las leyes fundamentales que rigen el univer-
so o una verdad «absoluta» descubierta mediante el puro intelecto (como
en la metafísica clásica), y es lógico desconfiar de nuestras capacidades
para descubrir verdades de ese tipo. Pero si Rorty quiere expresar eso, de-
bería decirlo explícitamente, en lugar de hacer afirmaciones que, supuesta-
mente se aplican a todo el conocimiento posible. O quizá simplemente
quiere repetir la banalidad de que un escéptico radical coherente es capaz
de poner en duda todas las afirmaciones fácticas (incluso la de la redondez
de la Tierra). Pero ésta no es una idea muy nueva, que digamos.

LA VERDAD SEGÚN EL RELATIVISMO COGNITIVO

Emplearemos la expresión «la verdad según el relativismo cognitivo» para


referirnos a cualquier filosofía que defienda que la verdad o la falsedad de
una afirmación depende de un individuo o de un grupo social. 58
De lo primero que hay que darse cuenta es que esta doctrina se sigue de
manera natural de una redefinición radical del concepto de verdad. Si la
verdad se reduce a la utilidad, la «verdad» de una proposición dependerá del
individuo o del grupo social para el cual esta proposición sea útil. Del mis-
mo modo, si la verdad se limita al acuerdo intersubjetivo, la «verdad» de
una proposición dependerá del grupo que establezca el acuerdo. En cam-

57. Rorty (1998, págs. 3-4).


58. Consideraremos sólo el relativismo referido a enunciados fácticos (esto es, a lo
que existe o se dice que existe), y no el relacionado con juicios éticos o estéticos.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTfFICO COGNITIVO 319

bio, si se adopta la noción tradicional de verdad (la de «correspondencia»),


entonces el relativismo cognitivo es manifiestamente falso: si una proposi-
ción es verdadera en la medida en que refleja (algunos aspectos de) cómo es
el mundo, su verdad o falsedad dependerá de cómo sea el mundo, y no de
las creencias u otras características de ningún individuo o grupo.
Ya hemos discutido las redefiniciones del concepto de verdad, así que
nos queda poco por añadir; sólo que no tiene sentido que los científicos co-
rrientes -estudien la naturaleza o la sociedad- adopten, siquiera implí-
citamente, una actitud relativista cognitiva, puesto que adoptarla entraña
abandonar el propósito de conseguir un conocimiento objetivo, cosa que
persigue la ciencia. Sin embargo, parece que algunos historiadores y so-
ciólogos quieren ambas cosas: adoptar una actitud relativista con respecto
a las ciencias naturales y otra objetiva (incluso ingenua) en relación con las
ciencias sociales. 59 Pero tal postura es inconsistente; la investigación histó-
rica -en particular, la de la historia de la ciencia- emplea métodos que
no son excesivamente distintos de los usados en ciencias naturales: el estu-
dio de documentos, la realización de inferencias lo más racionales posible,
la formulación de inducciones basadas en los datos disponibles, etc. Si
argumentos de esta clase no son capaces de conducirnos a conclusiones fi-
dedignas en física o en biología, ¿por qué deberíamos confiar en ellos para
la historia o la sociología? ¿Por qué se debería hablar de un modo realista
de categorías históricas, como las clases sociales, si es ilusorio hablar así de
conceptos científicos (que están definidos mucho más precisamente que
aquéllos), como los electrones o el ADN?

HACIA UNA EPISTEMOLOGíA RAZONABLE

El oportunismo epistemológico

Dado que el instrumentalismo no puede defenderse si se formula como


una doctrina rígida y que la redefinición del concepto de verdad empuja
de la sartén a las brasas, ¿qué habría que hacer? El siguiente comentario de
Einstein da una pista que apunta a una respuesta sensata:

59. Véanse en el capítulo 6 varias citas pertinentes de Kuhn, Feyerabend, Barnes-


Bloor y Fourez, junto con una crítica más detallada.
320 CIENCIA Y FILOSOFíA

La ciencia sin epistemología es ---en la medida en que sea concebible-


primitiva y confusa. Sin embargo, tan pronto como el epistemólogo, que
busca un sistema claro, encuentra su camino a través de un sistema tal, tien-
de a interpretar el contenido pensable de la ciencia según ese sistema y a re-
chazar lo que no encaje en él. El científico, no obstante, no puede permitir-
se llevar su anhelo de una sistemática epistemológica hasta ese punto. [...] Por
consiguiente, delante de un epistemólogo sistemático debe comportarse
como un oportunista sin escrúpulos.f"

Muy bien, probemos con el oportunismo epistemológico. En cierto


sentido, estamos como separados de la realidad por una «pantalla» (no tene-
mos acceso directo a ella; el escepticismo radical no se puede refutar, etc.).
No tenemos nada seguro en qué basar nuestro conocimiento. A pesar de
todo, asumimos implícitamente que podemos obtener cierto conocimien-
to medianamente fidedigno de la realidad; por lo menos, en lo que res-
pecta a la vida cotidiana. Intentemos llegar más lejos y pongamos en fun-
cionamiento todos los recursos de nuestras mentes falibles y finitas: las
observaciones, los experimentos y el razonamiento. Y vamos a ver cuán le-
jos llegamos. De hecho, lo más sorprendente, tal como ha mostrado el de-
sarrollo de la ciencia moderna, es lo lejos que somos capaces de llegar.
A menos que se sea solipsista o escéptico radical-que nadie lo es-,
hay que ser realista respecto a algo: respecto a los objetos de la vida coti-
diana, al pasado, a los dinosaurios, a las estrellas, a los virus; respecto a lo
que sea. Pero no hay ninguna frontera natural en la que se cambie drásti-
camente la actitud de base y se pase a ser completamente instrumentalista
o pragmático (digamos respecto a los átomos o los quarks). Hay muchas
diferencias entre los quarks y las sillas, tanto respecto al carácter de los da-
tos que avalan su existencia como al modo en que otorgamos significado a
esas palabras, pero son básicamente diferencias de grado. Los instrumen-
talistas tienen razón al indicar que el significado de las afirmaciones referi-
das a entidades inobservables (como los «quarks») guarda una relación
parcial con las consecuencias que tienen estas afirmaciones en la observa-
ción directa. Pero sólo en parte: aunque es difícil determinar cómo otor-
gamos significado a las expresiones científicas, parece plausible que corn-

60. Einstein (1949, pág. 684).


DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 321

binemos la observación directa con representaciones mentales y formula-


ciones matemáticas, y no hay motivo para tener en cuenta sólo una de
ellas. De manera semejante, los convencionalistas, como Poincaré, tienen
razón al observar que algunas «opciones» científicas, como la preferencia
por los sistemas de referencia inerciales sobre los no inerciales, se escogen
en virtud de motivos pragmáticos más que objetivos. En todos estos sen-
tidos hay que ser un «oportunista» epistemológico. Pero el remedio resul-
ta peor que la enfermedad cuando cualquiera de estas ideas se toma como
una doctrina rígida que sustituye al «realismo».
Un amigo nuestro dijo una vez: «Soy un realista ingenuo, pero admito
que el conocimiento es difícil». Éste es el quid de la cuestión. Conocer las
cosas tal como son es la meta de la ciencia; esta meta es difícil de alcanzar,
pero no imposible (al menos, en lo que respecta a algunas partes de la reali-
dad y a ciertos grados de aproximación). Si cambiamos la meta -si, por
ejemplo, en su lugar buscamos un consenso o (menos radicalmente) aspira-
mos a la adecuación empírica-, entonces las cosas resultan más fáciles, por
supuesto. Pero tal como Bertrand Russell observó una vez en un contexto si-
milar, eso tiene todas las ventajas del robo frente al trabajo duro y honesto.
Es importante recordar que el conocimiento científico no necesita
«justificación» externa. La justificación de la validez objetiva de las teorías
científicas (en el sentido en que son, al menos, verdades aproximadas acer-
ca del mundo) radica en argumentos empíricos y teóricos específicos. His-
toriadores, filósofos o sociólogos pueden muy bien quedar impresionados
por los éxitos de las ciencias naturales (como quedaron los positivistas ló-
gicos) y tratar de entender cómo funciona la ciencia. Pero hay que evitar
dos errores frecuentes. El primero, pensar que, porque falle una explica-
ción concreta (por ejemplo, la positivista lógica o la popperiana), tiene que
haber otra, alternativa, quefimcione (la sociohistórica, digamos); pero esto
es una falacia evidente: tal vez no exista ninguna explicación que funcio-
ne. 6 1 El segundo error, más esencial, es pensar que nuestra incapacidad
para explicar en términos generales el éxito de la ciencia hace de algún
modo que el conocimiento científico pierda fiabilidad u objetividad. Se

61. McGinn (1993, capítulo 7) sugiere la interesante idea de que la comprensión de


los mecanismos que producen nuestro conocimiento sencillamente se encuentra fuera
de los límites de lo biológicamente realizable para nuestras mentes limiradas.
322 CIENCIA YFILOSOFlA

está confundiendo aquí explicación con justificación. Einstein y Darwin


argumentaron sus teorías, yesos argumentos no eran en absoluto todos
erróneos; por eso, aunque las epistemologías de Carnap y Popper hubie-
ran ido totalmente desencaminadas, no habrían arrojado dudas sobre la
teoría de la relatividad o la de la evolución.
Por otra parte, la tesis de la subdeterminación, lejos de minar la obje-
tividad cientffica, resalta el éxito de la ciencia. En realidad, lo difícil no es
encontrar una descripción que «se adapte a los hechos», sino encontrar si-
quiera una que no sea «alocada». ¿Cómo se sabe que no es alocada? Por una
combinación de factores: su poder predictivo, su valor explicativo, su al-
cance, su simplicidad, etc. La tesis de la subdeterminación (quineana) no
indica en ningún momento cómo buscar teorías no equivalentes que ten-
gan algunas de esas propiedades, o todas. De hecho, hay campos vastísi-
mos en física, química y biología en los que solamente hay una62 teoría no
alocada que explica los hechos conocidos, después de probar multitud de
teorías alternativas que fracasaron porque las predicciones contradecían a
los experimentos. El sentido común dice que, en esos campos, las teorías
actuales son al menos aproximadamente verdaderas en algún sentido. Un
problema importante (y difícil) de la filosofía de la ciencia es clarificar el
significado de la expresión «aproximadamente verdadero» y sus conse-
cuencias para el estatuto ontológico de las entidades teoréticas inobserva-
bles. No proclamamos tener la solución de este problema, pero nos gusta-
ría brindar algunas ideas que podrían ser útiles.

LA «VISiÓN DEL MUNDO DEL GRUPO DE RENORMALlZACIÓN»

En física fundamental, el estatuto de las entidades inobservables puede es-


clarecerse al considerar la relación entre «niveles» sucesivos de especula-
ción a los que se somete un mismo objeto físico. Por ejemplo, las sillas se
nos aparecen en la vida cotidiana como objetos sólidos, yel agua, como un
fluido continuo. La teoría atómica, en cambio, enseña que tanto las sillas
como el agua se componen de átomos. Ambos niveles de descripción tie-
nen ontologías radicalmente distintas. Pero la teoría atómica no proclama

62. Exceptuando las subdeterrninaciones «genuinas» tratadas con anterioridad.


DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITNO 323

que nuestras intuiciones diarias sean desacertadas; al contrario, entraña que


determinados agregados de átomos actúan a escala macroscópica como só-
lidos rígidos (a causa de las fortísimas repulsiones eléctricas entre los pro-
tones de ambos objetos), y otros, como fluidos.f Por tanto, la ontología
no fundamental de la vida cotidiana (la de sólidos y fluidos) puede consi-
derarse una especie de aproximación macroscópica «poco afinada» a la
ontología más fundamental, microscópica, de los quarks y los electrones;
de hecho, la primera debería derivarse (en principio, al menos) de la teoría
subyacente, más fundamental, como una consecuencia lógica.
Una relación análoga se establece entre teorías físicas del mismo cam-
po, confirmadas sucesivamente. Por ejemplo, en la mecánica newtoniana,
las partículas interactúan instantáneamente a una determinada distancia a
través de fuerzas, mientras que, en la teoría de la relatividad general, las
partículas (y los campos) alteran la geometría del espacio-tiempo, que a su
vez influye en el movimiento de otras partículas. La mecánica newtoniana
y la relatividad general hacen predicciones muy parecidas para las órbitas
de los planetas, pero sus ontologías fundamentales son radicalmente di-
versas. No obstante, la mecánica newtoniana es derivable de la relatividad
general en el sentido de que vendría a ser una aproximación en un campo
débil a velocidad baja, así que su ontología es una versión en cierto senti-
do «poco afinada» de la ontología relativista, más fundamental.v'
Pensadores y científicos han entendido durante siglos que toda medi-
ción es de una precisión limitada, por lo que es arriesgado inferir que una
teoría es perfectamente correcta a partir de su adecuación empírica -por
ejemplo, del hecho de que la mecánica newtoniana anticipara con extraor-
dinaria precisión, para 1850, todas las órbitas planetarias conocidas-o Lo
máximo que resulta razonable aseverar es que, probablemente, la teoría es
aproximadamente correcta (hasta un grado de precisión determinado) en el
campo donde ha sido comprobada con éxito, de manera que una nueva

63. Desde luego, los detalles de estas implicaciones todavía no se han resuelto del
todo. No somos aún capaces de predecir cuantitativamente, a partir de la teoría atómica,
la dureza de una silla (o del acero) o la viscosidad del agua; sin embargo, comprendemos
cualitativamente la situación.
64. Decimos «en cierto sentido» porque, una vez más, concebir estas derivaciones
resulta difícil (si se quieren perfilar hasta los últimos detalles) y aún hoy no se compren-
den del todo.
324 CIENCIA Y FILOSOFíA

teoría posterior deberá incorporar la antigua en tanto que aproximación


válida en este campo. Las consideraciones precedentes apuntan también a
otro peligro: la teoría antigua puede ser aproximada, más que exacta, de un
modo cuantitativo; pero, por otro lado, su ontología puede ser completa-
mente errónea. Esto no significa que su ontología esté meramente equivo-
cada, sino que lo que en la antigua teoría se presentaba como una entidad
fundamental podría ser, en realidad, una entidad no fundamental deriva-
ble, en tanto que versión «poco afinada» de algo más profundo. 65,66
Es lógico suponer que la relación entre las teorías presentes confirma-
das y sus sucesoras futuras será parecida a la relación entre las teorías pa-
sadas confirmadas y sus sucesoras presentes. Por ejemplo, la física atómica
contemporánea y la de partículas elementales se basa en la teoría cuántica
de campos (también la electrodinámica cuántica y, en general, el «modelo
estándar» de las interacciones electromagnéticas fuertes y débiles), y estas
teorías se han verificado empíricamente en vastos ámbitos, a veces con una
fenomenal precisión.s" De la misma manera, gracias a la relatividad gene-
ral, nuestra comprensión actual de los fenómenos gravitatorios (se refieran
a pelotas de béisbol, a planetas o al universo como un todo) es la mejor que
hemos tenido, y también se ha confirmado con exactitud extraordinaria
en muchos campos. Con todo, estamos razonablemente seguros de que
ambas teorías no pueden ser exactamente verdaderas, porque sus ontologías

65. Weinberg, en su interesante crítica a Kuhn, señaló lo siguiente: "Si uno se ha


comprado una camiseta estampada con las ecuaciones de Maxwell, sólo debe preocupar-
le si la camiseta pasa de moda o no, pero no si un día las ecuaciones resultan falsas. Con-
tinuaremos enseñando la electrodinámica de Maxwell mientras haya científicos» (Wein-
berg, 1998). Weinberg hace una importante distinción entre las partes "duras» y
"blandas» de las teorías científicas. Las partes duras --que consisten principalmente en
las ecuaciones, sus interpretaciones en términos operacionales y la clase de fenómenos a
los que se aplican- no cambia con las revoluciones científicas. Las partes blandas, en
cambio, que están relacionadas con la ontología básica postulada por la teoría, tienden a
cambiar.
66. Para un análisis de cómo la decimonónica teoría calórica --que muchos cientí-
ficos realistas han tomado como un contraejemplo embarazoso-- encaja perfectamente
en el marco del realismo modesto que se defiende aquí, véanse Psillos (1999, capítulo 6)
y Sokal (2004).
67. Véase, por ejemplo, la exposición del momento magnético del electrón tratada
en este capítulo con anterioridad.
DEFENSA DE UN MODESTO REALISMO CIENTíFICO COGNITIVO 325

fundamentales son incompatibles entre sí.68 Esperamos que la teoría


cuántica de campos y la relatividad general queden superadas en un futu-
ro por una teoría, todavía inexistente, de la gravedad cuántica. Si este pro-
ceso llega en algún momento a una teoría fundamental «definitiva» o si
habrá más teorías «camino adelante», nadie lo sabe.69 En todo caso, es ra-
wnable esperar que las ontologías fundamentales, tanto de la teoría cuán-
tica de campos como de la relatividad general, sobrevivan en teorías futu-
ras como ontologías no fundamentales «poco afinadas», válidas en
ámbitos específicos para determinados grados de precisión.
Estas consideraciones se pueden resumir en una imagen que es básica
para la mayor parte del pensamiento en física contemporánea: llamémos-
la «la visión del mundo del grupo de renormalización», en honor del tra-
bajo en mecánica estadística y teoría cuántica de campos llevado a cabo
durante la década de 1970 (pero que es demasiado técnico para explicarlo
en detalle aquí), que muestra cómo precisar la comprensión de una teoría
que es una aproximación «poco afinada» de otra.?" Esta visión describe
la realidad como compuesta según una jerarquía de «escalas» que va des-
de ????, pasando por los quarks, los átomos, los fluidos, los sólidos..., las
estrellas y las galaxias, hasta ???? (los primates bípedos se encontrarían en
algún lugar intermedio). La teoría propia de cada escala surge de la corres-
pondiente a la siguiente escala de mayor grado de afinación, ignorando al-
gunos detalles (irrelevantes) de esta última. y la ontología correspondien-
te a la teoría de cada escala -concretamente, sus entidades teóricas

68. Los campos de la relatividad general codifican la geometría de un espacio-tiem-


po uniforme y múltiple, mientras que, en la mecánica cuántica, todos los campos están
sometidos a fluctuaciones cuánticas, que se hacen más fuertes a escalas más pequeñas. De
esto se sigue que, en una teoría cuántica en la que la geometría es un campo dinámico, el
espacio-tiempo no puede ser una variedad uniforme a escalas pequeñas. Desafortunada-
mente, la contradicción directa entre la relatividad general y la mecánica cuántica se ma-
nifiesta sólo en escalas iguales o menores a 10- 33 centímetros -esto es, 10- 25 veces me-
nores que un átomo-- o, equivalentemente, con una energía 10 16 veces más alta que la
del Supercolisionador Superconductor (R.LP.). Es evidente que este medio deberá ex-
plorarse indirectamente, si es que puede explorarse de algún modo.
69. Véanse Weinberg (1992) y Bohm (1984 [1957], capítulo 5) para unas exposi-
ciones a fondo de la cuestión, en las que llegan a conclusiones distintas.
70. Wilson (1979) ofrece una introducción no técnica al grupo de renormalización.
326 CIENCIA Y FILOSOFfA

inobservables- puede entenderse, al menos en principio, como surgien-


do de los efectos «colectivos» o «emergentes» de una teoría más funda-
mental que se encuentra en otra escala más afinada.
Dado que ninguna teoría existente pretende hacerse pasar por una
teoría final, no hay motivo para considerarla literalmente verdadera o para
preocuparse en exceso de si las entidades que postula «existen realmente».
0, mejor dicho, al preocuparse de si las entidades inobservables de una
teoría determinada «existen realmente», es importante distinguir la exis-
tencia como constituyente fundamental del universo de la existencia en un
sentido poco afinado. Es razonable conjeturar que ninguna de las entidades
teóricas de nuestras teorías actuales es verdaderamente fundamental, y que
todas las entidades teóricas de las teorías actuales confirmadas mantendrán
un cierto estatuto en teorías futuras como entidades derivadas.

Quisiéramos agradecer a Paul Boghossian, Jim Brown, Michel Ghins, Shelly


Goldstein, Antti Kupiainen, Norm Levitt y Tim Maudlin las numerosas e inte-
resantes discusiones acerca de los temas aquí tratados. Por supuesto, no son en
absoluto responsables de lo que hemos escrito.

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