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ALGUNAS IDEAS SOBRE ÉTICA Y BUEN GOBIERNO EN LAS

ORGANIZACIONES SANITARIAS
Rodrigo Gutiérrez Fernández

La ética no es –en contra de lo que pudiera pensarse, un conjunto de normas y


prohibiciones, sino en realidad un conjunto de soluciones para los problemas
humanos. De hecho, acuden a ella los conflictos que no encuentran remedio en la
ciencia o en las costumbres, ocupándose de aquellas decisiones que más nos
importan. La ética es, en este sentido, la última ratio, el último reducto.

Decía el profesor José Antonio Marina, en un libro de título afortunado1, que las
nociones de deber y felicidad, alrededor de las que se desenvuelve la filosofía moral,
han llegado a enfrentarse de tal manera que nos encontramos en la indefensa posición
de ser malos felices o buenos sufridores.

Y es que, básicamente, el hombre a lo largo de su existencia se interroga


fundamentalmente acerca de dos grandes cuestiones que responden a dos problemas
de orden distinto: ¿Qué he de hacer para ser feliz? y ¿qué he de hacer para actuar
correctamente? Es decir, la búsqueda de la felicidad y el cumplimiento del deber, a
veces enfrentados: o ser felices, o ser buenos. Así, en última instancia, la ética viene a
ser sobre todo derechos y, consecuentemente, obligaciones.

En este mundo globalizado en el que nos ha tocado en suerte desarrollar nuestra


breve existencia, (ya dijo Ortega que la vida es darnos cuenta y enterarnos de que
estamos sumergidos, que somos náufragos en un elemento extraño a nosotros, donde
no tenemos más remedio que hacer siempre algo para mantenernos a flote), en este
mundo, -dice Marina-, sobrevivir, navegar, elegir rumbo, tomar decisiones, son los
decisivos niveles éticos. Y, como al náufrago, nos sostienen la inteligencia y el deseo,
las mismas fuerzas que nos hacen construir civilizaciones y destruirlas, crear y abolir,
emprender las tareas del amor o las tareas del odio.

Y cuanto antes nos pongamos a ello, tanto mejor, porque como nos advirtiera Baltasar
Gracián, hace ya más de tres siglos, “hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se
vive si no se sabe”.

Mi propósito es hacer unas consideraciones generales sobre ética y buen gobierno de


las organizaciones sanitarias:

Inicialmente el concepto de buen gobierno tiene que ver con la ética empresarial y
organizacional, la denominada business ethics. Incorporar códigos de buenas
prácticas (best practices), en las empresas y organizaciones sólo puede hacerse si se
integran valores éticos en el gobierno de las mismas.

Es claro que los agentes morales son, en primera instancia, las personas, y son ellas
quienes, salvo casos excepcionales, satisfacen las condiciones que debe reunir un ser
para que se le considere sujeto de moralidad. Sin embargo, también resulta difícil
negar que las organizaciones y, entre ellas, las empresas, gozan de una complejidad
estructural suficiente como para ser también tratadas como agentes morales, a los que
tiene sentido pedir cuentas de sus acciones y de las consecuencias de éstas2. En este
sentido, las best practices son códigos de conducta integrados por valores éticos
latentes en los mecanismos de toma de decisiones y de gobierno de las
1
Marina JA. Ética para náufragos. Anagrama. Barcelona, 1995.
2
Cortina A. La ética de las organizaciones sanitarias. Revista Gerencia y Políticas de Salud. Nº
3. Diciembre, 2002.

1
organizaciones, al mismo nivel que el resto de los parámetros empresariales:
rentabilidad, beneficio, calidad, negocio, etc., y, se entienden como una fuente de
rentabilidad a largo plazo. Información, transparencia, participación, mecanismos de
auditoria, contabilidad y rendición de cuentas, (accountability)3 son elementos
esenciales de la denominada responsabilidad social corporativa (RSC), que debe
orientarse a todos los usuarios, ciudadanos y stakeholders o “partes interesadas”, que
se ven afectados por las acciones de cualquier empresa u organización.

Una organización con valores éticos integrados en su cultura puede aportar una
dirección común a las personas que forman parte de la misma y orientarlas en su
función diaria. En gran medida los valores que definen a una organización son su seña
de identidad y definen el carácter de la organización y de sus directivos. Por ello, las
organizaciones llegan a ser el reflejo del carácter de aquellos que las hacen funcionar,
y responden al estilo de vida de quienes las crean.

Cabe señalar que la dirección de las organizaciones es un saber político. Entre los
griegos, se entendía la política como la ciencia más alta y noble, porque era aquella
que buscaba el bien humano y la felicidad. El mundo romano acuñó la distinción entre
“autoridad” (auctoritas) y “poder” (potestas), con importantes connotaciones respecto a
cómo se entiende la actuación de quienes ejercen el gobierno en las organizaciones.
En épocas más actuales la política se ha convertido en la gestión eficiente de las
cosas (administración), y ha perdido su engarce con la ética. Recuperar el sentido
político del buen gobierno significa que las organizaciones estén dirigidas por
personas no sólo bien preparadas, desde el punto de vista técnico, sino éticamente
atractivas.

Y es que las cosas se administran y se gestionan; las personas, se dirigen y se


gobiernan. El gobierno de las organizaciones tiene relación sobre todo con las
personas, y por eso es, en su raíz, una cuestión ética. Se dirige a buscar el bien de la
sociedad en la que se insertan y a la que sirven, y el bien de quienes participan en sus
actividades. En este sentido es un “arte” que requiere poner en juego muchas
cualidades.

Quienes tienen tareas de dirección son los primeros responsables en gobernar bien
sus organizaciones, pero un aspecto importante de su responsabilidad es que este
sentido de buen gobierno impregne todos los niveles y todas las actividades de la
organización. Sólo así las organizaciones podrán contribuir a la mejora global de las
sociedades en las que operan.

Los valores de la dirección configuran una determinada forma de gobierno de la


organización. La ética empresarial ha de conjugar los elementos desde la ética
individual a la ética social o de las organizaciones, estableciendo un marco donde sus
miembros estén unidos por lazos mutuos y compromisos de lealtad, a la vez que les
anima un sentido común de pertenencia. Por eso, sólo las empresas y organizaciones
con una ética consistente y coherente podrán alcanzar altas cotas de excelencia, y
responderán a las cada vez más altas exigencias morales de sus usuarios, ciudadanos
y consumidores.

En el ámbito sanitario la ética de las organizaciones se considera el segundo nivel de


la bioética, porque busca superar el marco casuístico de la bioética clínica, centrado
en el paciente de manera individual, y avanzar hacia un marco de reflexión moral más

3
Novell R. Transparencia y buen gobierno. La rendición de cuentas (accountability) en una
sociedad avanzada. Icaria editorial. 2ª ed. Barcelona, 2006.

2
amplio, centrado en la manera en que la estructura y el funcionamiento de las
organizaciones sanitarias condiciona los conflictos éticos que surgen en su seno4.

El marco de la ética de las organizaciones sanitarias incluye el contexto y la estructura


humana, física y funcional en la que se desarrollan y tienen lugar las relaciones entre
el paciente y su familia con los profesionales sanitarios. El encuentro y la interacción
profesional-paciente no se producen en un ámbito aislado, sino en un entorno concreto
de un determinado centro sanitario que pertenece a una determinada organización
sanitaria. Tanto el centro sanitario como la organización tienen unos valores que los
guían y una determinada forma de estructurarse y funcionar que condicionan dicho
encuentro profesional-paciente. La ética de la organización sanitaria se centra en lo
corporativo y estructural, en los procedimientos, protocolos y procesos.

Una organización sanitaria responsable, además de ser transparente en su gestión,


debe ser transparente en su dirección, es decir, debe mostrar que el comportamiento
de sus directivos ha sido ético, que las decisiones adoptadas han sido justas,
previniendo el conflicto de intereses, y que las actuaciones se han realizado
representando los intereses de quienes confían en ella. En este sentido, la
transparencia en las organizaciones va más allá de los buenos resultados en la
gestión, alcanzando a la actuación de quienes la gestionan y cómo se han llegado a
los resultados.

Siguiendo a Pablo Simón Lorda, los contenidos fundamentales de la ética de las


organizaciones sanitarias apuntarían al menos cuatro grandes áreas de interés5:

1. Un primer contenido básico incluye a la bioética clínica y todos aquellos temas


asistenciales potencialmente conflictivos desde el punto de vista ético.

2. Un segundo contenido incluiría aquellos aspectos económicos y de gestión más


directamente relacionados con la ética empresarial, uso adecuado de recursos,
contratación, incentivos, financiación, análisis de los agentes y grupos interesados,
etc.

3. Un cometido esencial es la reflexión sobre los fines y valores de la propia


organización, incorporándolos a sus elementos de planificación estratégica
-misión, visión y valores- y a sus líneas de trabajo en calidad.

4. En cuarto lugar, la dimensión educativa que implique a todos los componentes de


la organización en la construcción y generación de un clima ético que contribuya al
cambio organizacional.

Finalmente, un breve apunte sobre las relaciones entre ética y calidad.

Se ha dicho a este respecto que cualquier reflexión teórica o actuación práctica sobre
la “calidad” lleva implícita siempre una dimensión ética6. El propio término “calidad” no
es un mero término descriptivo, sino un término valorativo. En realidad la “calidad”,
más que medirse y cuantificarse objetiva y científicamente, se estima mediante un
juicio de valor que alumbra u oscurece aquello a lo que está referido, lo hace
apreciable o despreciable, lo significa como más o menos bueno. De hecho, cuándo
hablamos de “medir la calidad” nos referimos únicamente a la medición y

4
Simon P. La ética de las organizaciones sanitarias: el segundo estadio de desarrollo de la
bioética. Rev Calidad Asistencial 2002;17(4):247-59
5
Simon P. 2002. Op. cit.
6
Simón Lorda P, Hernando-Robles P, Martínez Rodríguez S et al. Estándares éticos para una
organización sanitaria excelente. Rev Calidad Asistencial 2003;18(6):379-404.

3
cuantificación de algunos indicadores o parámetros, a partir de los cuales inducimos,
inferimos o, mejor, estimamos la calidad, que tiene grados: mínimo, óptimo, excelente.
Por eso, de alguna manera, hablar de calidad es situarnos ya, de entrada, en el mundo
de la ética.

En 1995 la Joint Commission on Accreditation of Healthcare Organizations (JCAHO),


incluyó, en el capítulo de su manual de acreditación dedicado a los derechos de los
pacientes, unos nuevos criterios y estándares agrupados bajo el título de “ética de la
organización”. Desde 1999 la Joint Commission International, contiene también en su
manual un capítulo dedicado a los derechos de los pacientes y sus familias, donde se
incluye también la ética de la organización.

Ética y calidad, es decir, seguridad, aparecen así indisolublemente unidas, y por tanto
ésta última no puede buscar su fundamento exclusivamente en un simple discurso
científico de corte positivista, sino que habrá de contar además con referentes propios
de las ciencias humanas y sociales y, claro está, la ética. Sólo así será posible
acercarnos a una comprensión de la “calidad” en términos más radicalmente humanos,
una comprensión que profundice en el bien interno que da verdadero sentido a las
organizaciones sanitarias: promover efectiva, eficientemente y con sensibilidad y
respeto, la salud, la vivencia de enfermedad y la calidad de vida –y de muerte– de
cada uno de los hombres y mujeres con rostro concreto, y de las poblaciones a las que
atienden.

Y, por último, una clara advertencia contra cualquier tipo de vana presunción: Adela
Cortina comienza la introducción de su libro “Ética aplicada y democracia radical” 7
manifestando que la idea de un progreso indefinido, tanto en la dimensión técnica
como en la dimensión moral de los hombres ha quedado desenmascarado como uno
de los grandes mitos de la modernidad.

En ciencia, el progreso es un hecho; en ética y en política, es una superstición.


Conviene no olvidar que en estas disciplinas los avances no son acumulativos: lo que
se ha ganado en algún momento puede también perderse en otro. John Gray,
profesor de la London School of Economics, nos lo recuerda dolorosamente8: “El
núcleo central de la idea de progreso es la creencia en que la vida humana mejora a
medida que aumenta el conocimiento. El error no radica en pensar que la vida humana
puede mejorar, sino en imaginar que la mejora puede ser acumulativa. A diferencia de
la ciencia, la ética y la política no son actividades en las que lo aprendido en una
generación pueda ser transmitido a un número indefinido de generaciones futuras:
ambas son, al igual que las artes, habilidades prácticas que se pierden con facilidad.”

Por eso, más allá del pesimismo, la resignación o la indolencia, hemos de seguir
empeñados en esa gran empresa ética de seguir construyendo y creando, día a día,
un sistema sanitario público más justo, más equitativo, más seguro, más coste
efectivo, de mayor calidad y, en definitiva, más humano. Porque, como dice Marina,
en el libro citado9, “crear es sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar
contracorriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho,
inventar un chiste, hacer un regalo, reírse de uno mismo, tomarse muy en serio las
cosas serias. Todo esto es el tema de la ética, que no es una meditación sobre el
destino, sino una meditación sobre cómo burlarse del destino, es decir del
determinismo, de la rutina, de la maldad y del tedio.”

Toledo, noviembre de 2009

7
Cortina A. Ética aplicada y democracia radical. Tecnos. 5ª edición, Madrid, 2008.
8
Gray J. Contra el progreso y otras ilusiones. Paidós Ibérica, S.A. Barcelona, 2006
9
Marina JA. Op. cit.

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