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ORGANIZACIONES SANITARIAS
Rodrigo Gutiérrez Fernández
Decía el profesor José Antonio Marina, en un libro de título afortunado1, que las
nociones de deber y felicidad, alrededor de las que se desenvuelve la filosofía moral,
han llegado a enfrentarse de tal manera que nos encontramos en la indefensa posición
de ser malos felices o buenos sufridores.
Y cuanto antes nos pongamos a ello, tanto mejor, porque como nos advirtiera Baltasar
Gracián, hace ya más de tres siglos, “hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se
vive si no se sabe”.
Inicialmente el concepto de buen gobierno tiene que ver con la ética empresarial y
organizacional, la denominada business ethics. Incorporar códigos de buenas
prácticas (best practices), en las empresas y organizaciones sólo puede hacerse si se
integran valores éticos en el gobierno de las mismas.
Es claro que los agentes morales son, en primera instancia, las personas, y son ellas
quienes, salvo casos excepcionales, satisfacen las condiciones que debe reunir un ser
para que se le considere sujeto de moralidad. Sin embargo, también resulta difícil
negar que las organizaciones y, entre ellas, las empresas, gozan de una complejidad
estructural suficiente como para ser también tratadas como agentes morales, a los que
tiene sentido pedir cuentas de sus acciones y de las consecuencias de éstas2. En este
sentido, las best practices son códigos de conducta integrados por valores éticos
latentes en los mecanismos de toma de decisiones y de gobierno de las
1
Marina JA. Ética para náufragos. Anagrama. Barcelona, 1995.
2
Cortina A. La ética de las organizaciones sanitarias. Revista Gerencia y Políticas de Salud. Nº
3. Diciembre, 2002.
1
organizaciones, al mismo nivel que el resto de los parámetros empresariales:
rentabilidad, beneficio, calidad, negocio, etc., y, se entienden como una fuente de
rentabilidad a largo plazo. Información, transparencia, participación, mecanismos de
auditoria, contabilidad y rendición de cuentas, (accountability)3 son elementos
esenciales de la denominada responsabilidad social corporativa (RSC), que debe
orientarse a todos los usuarios, ciudadanos y stakeholders o “partes interesadas”, que
se ven afectados por las acciones de cualquier empresa u organización.
Una organización con valores éticos integrados en su cultura puede aportar una
dirección común a las personas que forman parte de la misma y orientarlas en su
función diaria. En gran medida los valores que definen a una organización son su seña
de identidad y definen el carácter de la organización y de sus directivos. Por ello, las
organizaciones llegan a ser el reflejo del carácter de aquellos que las hacen funcionar,
y responden al estilo de vida de quienes las crean.
Cabe señalar que la dirección de las organizaciones es un saber político. Entre los
griegos, se entendía la política como la ciencia más alta y noble, porque era aquella
que buscaba el bien humano y la felicidad. El mundo romano acuñó la distinción entre
“autoridad” (auctoritas) y “poder” (potestas), con importantes connotaciones respecto a
cómo se entiende la actuación de quienes ejercen el gobierno en las organizaciones.
En épocas más actuales la política se ha convertido en la gestión eficiente de las
cosas (administración), y ha perdido su engarce con la ética. Recuperar el sentido
político del buen gobierno significa que las organizaciones estén dirigidas por
personas no sólo bien preparadas, desde el punto de vista técnico, sino éticamente
atractivas.
Quienes tienen tareas de dirección son los primeros responsables en gobernar bien
sus organizaciones, pero un aspecto importante de su responsabilidad es que este
sentido de buen gobierno impregne todos los niveles y todas las actividades de la
organización. Sólo así las organizaciones podrán contribuir a la mejora global de las
sociedades en las que operan.
3
Novell R. Transparencia y buen gobierno. La rendición de cuentas (accountability) en una
sociedad avanzada. Icaria editorial. 2ª ed. Barcelona, 2006.
2
amplio, centrado en la manera en que la estructura y el funcionamiento de las
organizaciones sanitarias condiciona los conflictos éticos que surgen en su seno4.
Se ha dicho a este respecto que cualquier reflexión teórica o actuación práctica sobre
la “calidad” lleva implícita siempre una dimensión ética6. El propio término “calidad” no
es un mero término descriptivo, sino un término valorativo. En realidad la “calidad”,
más que medirse y cuantificarse objetiva y científicamente, se estima mediante un
juicio de valor que alumbra u oscurece aquello a lo que está referido, lo hace
apreciable o despreciable, lo significa como más o menos bueno. De hecho, cuándo
hablamos de “medir la calidad” nos referimos únicamente a la medición y
4
Simon P. La ética de las organizaciones sanitarias: el segundo estadio de desarrollo de la
bioética. Rev Calidad Asistencial 2002;17(4):247-59
5
Simon P. 2002. Op. cit.
6
Simón Lorda P, Hernando-Robles P, Martínez Rodríguez S et al. Estándares éticos para una
organización sanitaria excelente. Rev Calidad Asistencial 2003;18(6):379-404.
3
cuantificación de algunos indicadores o parámetros, a partir de los cuales inducimos,
inferimos o, mejor, estimamos la calidad, que tiene grados: mínimo, óptimo, excelente.
Por eso, de alguna manera, hablar de calidad es situarnos ya, de entrada, en el mundo
de la ética.
Ética y calidad, es decir, seguridad, aparecen así indisolublemente unidas, y por tanto
ésta última no puede buscar su fundamento exclusivamente en un simple discurso
científico de corte positivista, sino que habrá de contar además con referentes propios
de las ciencias humanas y sociales y, claro está, la ética. Sólo así será posible
acercarnos a una comprensión de la “calidad” en términos más radicalmente humanos,
una comprensión que profundice en el bien interno que da verdadero sentido a las
organizaciones sanitarias: promover efectiva, eficientemente y con sensibilidad y
respeto, la salud, la vivencia de enfermedad y la calidad de vida –y de muerte– de
cada uno de los hombres y mujeres con rostro concreto, y de las poblaciones a las que
atienden.
Y, por último, una clara advertencia contra cualquier tipo de vana presunción: Adela
Cortina comienza la introducción de su libro “Ética aplicada y democracia radical” 7
manifestando que la idea de un progreso indefinido, tanto en la dimensión técnica
como en la dimensión moral de los hombres ha quedado desenmascarado como uno
de los grandes mitos de la modernidad.
Por eso, más allá del pesimismo, la resignación o la indolencia, hemos de seguir
empeñados en esa gran empresa ética de seguir construyendo y creando, día a día,
un sistema sanitario público más justo, más equitativo, más seguro, más coste
efectivo, de mayor calidad y, en definitiva, más humano. Porque, como dice Marina,
en el libro citado9, “crear es sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar
contracorriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho,
inventar un chiste, hacer un regalo, reírse de uno mismo, tomarse muy en serio las
cosas serias. Todo esto es el tema de la ética, que no es una meditación sobre el
destino, sino una meditación sobre cómo burlarse del destino, es decir del
determinismo, de la rutina, de la maldad y del tedio.”
7
Cortina A. Ética aplicada y democracia radical. Tecnos. 5ª edición, Madrid, 2008.
8
Gray J. Contra el progreso y otras ilusiones. Paidós Ibérica, S.A. Barcelona, 2006
9
Marina JA. Op. cit.