I N V E S T I G A C I Ó N

La Biblioteca Nacional
se descompone viva en plena era
de la información
El número de deficiencias le erizaría los pelos hasta a los que no son fanáticos de los libros. La Biblioteca
Nacional vive en un auténtico limbo, un sitio abandonado en el que algunos deben laborar día con día.

Por María José Prado

Lo que más llama la atención respecto a la

Biblioteca Nacional no son los libros viejos,
pues es de esperar encontrarlos en una
biblioteca que abrió sus puertas en el siglo
XIX. Tampoco el edificio viejo, que si está en
el Centro Histórico tiene todas las
probabilidades de serlo. No, no. Lo que
llama la atención a sobremanera en la
Biblioteca Nacional son los muebles. Aquello
parece un orfanato mobiliario. Da la
impresión de que docenas de familias a lo
largo de la historia han donado aquellos
muebles que les sobraban para equipar el
edificio de la Biblioteca. Muebles de distintas
épocas, de distintos materiales y de distintas
clases de deterioro; rallados, rotos,
apolillados, desgastados, descoloridos.
“Cuando Ester Martínez fue la directora,
hace algunos años, vino a mejorar muchas
cosas para nosotros”, relata Elizabeth
Morales, empleada de esta institución. “Ella
empezó con el anaquel abierto, remodeló la
entrada y cambió el mobiliario. ¡Es que había
unos muebles tan viejos que deprimía!”,
asegura. Es para quedarse helado.
¿Realmente era posible encontrar una
colección más desvencijada que la que ofrece
actualmente la Biblioteca Nacional a sus
usuarios…?
La Biblioteca Nacional “Luis Cardoza y
Aragón” nunca dio muchas luces de ser un
lugar elegante y sofisticado. Al menos no en
los últimos años. Sus altos ventanales
traslucidos y opacos, su fachada gris y retro
sumada al enorme edificio geométrico
evocaban fácilmente unos interiores
inmensos, bastante lóbregos y un poco
oscuros. Bajo esa percepción, era fácil
imaginar grandes salones sobrepoblados de
libros, tanto recientes como antiguos, que
encuadernados elegantemente, reposaban en
estado catatónico sobre viejas repisas,
vistiéndose de polvo y polilla desde hacía
décadas. No se podía ser demasiado
entusiasta y pretender encontrar tecnología
muy avanzada en un lugar como ése. Aún
así, cualquiera podría visualizar en una
esquina esas computadoras color marfil,
muy pasadas de moda, que con un Internet
lentísimo y un sistema operativo de
Windows 2000 ponían en bandeja de
segunda mano un poco de los avances de la
ciencia a los usuarios más valientes, o más
pacientes.
Pero bien, pese a que el panorama no tenía
mucho de alentador, en algún punto parecía
sugestivo para una crónica periodística.
Algo pintoresco, quizás.
La verdadera situación de la Biblioteca
Nacional no tenía nada de pintoresco ni de
sugestivo. Quizá las señales empiezan a
notarse sombrías en los primeros intentos
modernos por acercarse a ella. No tiene
página web fuera de un poco de información
en el portal del Ministerio de Cultura y
Deportes (MCD). A diferencia de casi todas
las bibliotecas públicas relevantes en el país
–con especial énfasis en las universitarias–,
no existe un catálogo en línea que se pueda
consultar previo a la visita. Si uno tiene
alguna consulta, tampoco puede valerse del
correo electrónico que facilita el MCD, pues
parece estar inhabilitado ya que los mensajes
rebotan. Todo ello no deja más que una
opción: visitar personalmente la biblioteca
en su restringido horario: de lunes a viernes
de 9am a 5pm; cerrada los fines de semana.
Seguramente el presidente Juan José Arévalo
visualizó algo muy distinto cuando mandó a
construir el edificio en la década de los 40’s.
Actualmente, la Biblioteca Nacional –
ubicada frente a la Plaza de la Constitución y
a un costado del Palacio Nacional de la
Cultura– es un mundo gris y olvidado,
estancado en el tiempo, más propio de una
escena de posguerra de la primera mitad del
siglo XX que del desarrollo entusiasta que,
en general, acompaña al siglo XXI.

Ficheros
antiguos,
exhibiciones
mobiliarias
indescifrables
y ventanas
mugrosas
reciben a los
usuarios en
los vestìbulos
del primer y
segundo
nivel.

1

Abandono
La pintura desvaida,
los ventanales
oxidados y hasta una
estanteria tirada en
el suelo dan a la
Biblioteca Nacional
la apariencia de un
edificio largo tiempo
deshabitado.
—
La entrada resulta engañosa con su
vista moderna. Una vez se la deja
atrás y el usuario penetra en el
amplio vestíbulo, es demasiado
evidente que ni el Internet ni la
informática han tenido el gusto de
visitar tan importante colección de
patrimonio histórico y documental.
Al fondo del pobre vestíbulo hay
cinco ficheros de diferentes
tamaños, catalogados con rótulos
emplasticados a mano que leen
“Autor”, “Título”, “Materia”. En
un rincón hay varias sillas y bancas
de distintas colecciones,
simplemente apostadas alrededor
de una mesa blanca y circular, y
todo acordonado como si fuese una
de esas indescifrables instalaciones
de arte contemporáneo que hay
que contemplar detenidamente
para ser interpretadas. El piso está
bastante limpio, hay que decirlo,
pero las ventanas están tan sucias
que es una luz opaca la que cae
sobre la estancia principal.
Alrededor del vestíbulo hay varias
salas, pero en ninguna de ellas se
asoma alguna computadora para
uso libre del público –solamente
encontramos un par de ellas, aquí
y allá, para uso exclusivo de los
empleados (computadoras de color
marfil, cabe resaltar). Fuera de eso,
2
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el usuario sólo puede acceder a
ficheros; a veces de madera roída, a
veces de metal gris olivo.
En aquel punto entra la duda.
¿Cuál de todas aquellas salas será
la Gran Sala, aquella en donde
reposa ese acervo bibliográfico con
décadas, siglos de historia? En el
primer nivel no hay sino estancias
que, de tan amplias, parecen estar
vacías. Nos dirigimos, pues, al
segundo piso, en busca de alguna
colección más significativa.
Aparece entonces, por el lado
derecho, una puerta identificada
como “Colección Nacional” pero
está cerrada con llave. Al otro lado
de la estancia, el salón de la
Hemeroteca Nacional resalta por
sus rebeldes vitrales amarillos, que
le hacen contrastar como un oasis
de color entre el gris desvaído del
resto del edificio. Y sí, de nuevo
vemos, aquí y allá, muebles sin
pareja y sin familia. Por un lado,
un pequeño sillón verde con un
diseño de los 70’s; en otra esquina,
un asiento de mimbre pintado de
verde descolorido.
Tras un breve vistazo a la
Hemeroteca –ubicada también en
ese edificio junto al Archivo
General de Centro América–, la
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puerta de la Colección Nacional compra libros?”, le pregunto. “No,
finalmente aparece abierta. todo son donaciones, pero las
Adentro, sin embargo, tampoco editoriales no cumplen”, insiste. Al
está esa sala de deslumbrantes menos ya todos los libros están
proporciones. El salón está ingresados en la computadora –
dividido en dos por un mostrador una computadora color marfil, en
de madera roída y astillada. Por un efecto– y tienen un chip de
lado hay dos juegos muy largos seguridad para que nadie los saque
que parecen de comedor, para uso del salón. ¡Menos mal…!
de los lectores y, por el otro, seis
“Pero los libros antiguos, ¿no
estanterías largas repletas de libros.
requieren cuidados especiales?”, le
El sistema es de anaquel cerrado,
cuestiono ya al final. “¿Los de
así que nadie puede explorar los
1930? No, esos no. Pero esos no son
contenidos de lo que haya ahí.
los más antiguos”, prosigue la
En una breve conversación, Marta empleada. “Tenemos libros del año
Cuxil, empleada de la biblioteca en 1300 que están en un cuarto
el área de Atención al Público, climatizado para cuidados
cuenta que hay unos 20 mil libros especiales al que no tiene acceso el
en esa colección. “En la Sala Maya público. Sólo la encargada o el
tenemos mil”, añade, y señala tres director pueden entrar. Y a veces,
estanterías casi imperceptibles a los periodistas que autorice el
primera vista, al otro lado de ese director”. “¿Y podría hablar con el
mismo salón; una de las tres parece director? ¿Está aquí el día de
estar vacía. “Aquí, en la Colección hoy?”, le pregunto con entusiasmo.
Nacional, tenemos libros de Mi interlocutora sonríe de modo
literatura e historia, algunos de contenido e intercambia una
leyes también, que van desde el mirada con una compañera que
año 1930 hasta el 2005… 2006…”, acaba de incorporarse a la escena.
calcula con inseguridad. “No “Por el momento no tenemos
tenemos nada muy reciente porque director”, es su simple respuesta.
los autores, que están obligados a “Viene alguien la semana que
entregar 1 o 2 copias de lo que viene pero no creo que pueda
publican nunca cumplen”. atenderla. Va estar poniendo todo
“Entonces, ¿la Biblioteca no en orden”.
Al fondo:
Sala de
Colección
Nacional y
su peculiar
mobiliario.
Los libros
pertenecen a
la Sala de
Referencias
y su
deterioro es
bastante
drástico.

Los puntos negros que se ven en el alféizar de las ventanas son grupos de moscas que quedaron ahogadas. A la derecha podemos observar cómo
¡Y vaya que tendrá qué poner muchas cosas en
orden! Ingenuamente se podría suponer que con
la poca actualización bibliográfica y tecnológica, y
aquel limbo de muebles perdidos, ya habría
suficientes pruebas para pensar que la Biblioteca
Nacional está cerca del estado del total abandono.
Increíblemente, el total abandono no se mide por
la cantidad de muebles y libros donados. Si se
echa un vistazo rápido a la Sala de Referencias, en
donde guardan las enciclopedias, nuevas señales
de alarma –y mucho más dramáticas– empiezan a
asomarse.
Puesto que esta sala sí tiene el anaquel abierto, es
posible pasear un rato entre los estantes.
Imposible es, ahora bien, salir sin los pelos de
punta. Las enciclopedias, de tan viejas, se están
descomponiendo a la vista del público. Y no sólo
eso. Llama la atención unos puntos negros que en
grupos de veinte o treinta pueblan los alfeizares
de cada una de las ventanas. Si el usuario se
acerca descubrirá un auténtico cementerio de
moscas ante sus ojos, muchas de ellas
parcialmente momificadas por las telas de araña.
Cualquiera se aleja de ahí a paso rápido, y en el
camino se topa con basura entre los estantes y
auténticas portadas de cuero desprendiéndose a
pedazos de los libros.
Elizabeth Morales, encargada de esa sala, relata
luego que el último material lo recibieron hace
tres o cuatro años. Tampoco lo tiene muy claro.
Las enciclopedias más actuales son del año 2000.
El Almanaque Mundial más reciente es del 2003.
Sí, no hay dudas, el lugar se viene cada vez más y
más a menos. Morales puede decirlo de primera
fuente. Tiene 29 años de trabajar en la Biblioteca
Nacional. Hace 5 meses le dieron una aumento y
ahora gana Q2,100. Tiene dos trabajos, por
supuesto. Por la mañana está en el Ministerio de
Educación y por las tardes en la Biblioteca
Nacional. “El sueldo que nos dan aquí es de
hambre”, comenta ella. “Yo no podría pagar todas
mis cuentas con esto y, de verdad, no sé cómo
hacen los demás compañeros para vivir con esto”.
Si bien es evidente que la Biblioteca no tienen los
servicios básicos para atender a sus usuarios,
indigna incluso que no los tenga ni para acoger a
sus empleados. Morales explica que muchos
ventanales están tan oxidados que no se pueden
abrir porque se rompen. A veces pasan
temporadas de hasta dos semanas sin agua y los
empleados tienen que hacer colectas entre todos
para comprarla. Afuera, además, toda la manzana
se mantiene sucia. “Los indigentes se orinan sobre
los relieves exteriores de Efraín Recinos y me da
muchísima cólera. ¡Es indignante!”
“Hace unos 12 años recibíamos de 8 mil a 12 mil
lectores al mes, sólo en la sala escolar”, rememora
esta empleada de ya gran antigüedad en el lugar.
3
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una estantería vacía fue transformada en el armario personal de algunos empleados.
“En esa época no nos dábamos abasto. Los
lectores tenían que hacer fila afuera y ésta
atravesaba todo el vestíbulo. De pronto todo eso
se acabó.”
¿Qué podría haber alejado a tantos usuarios?
Elizabeth, que ha contemplado en primera fila el
paulatino deterioro de la institución, considera
que han sido tanto el Internet, como la violencia
en el sector y el mal servicio. “Es que es muy
difícil porque no hay con qué trabajar. Algunos
países se han preocupado por mejorar la
biblioteca, como Suecia, que desde hace 15 años
empezó unas donaciones en dólares, pero las
cosas nunca caminan. Sobre todo porque dos de
los ex directores, junto a otros compañeros, tenían
una mafia que se robaba ese dinero. A los dos los
pescaron los del Ministerio y los sacaron de la
Biblioteca, y más tarde la ex directora Ester
Martínez sacó a toda la gente que estuvo
involucrada en eso. Las cosas mejoraron un poco
con ella, pero como nos trataba como si fuéramos
sus peones terminaron por sacarla a ella
también”.
* * *
La Biblioteca Nacional ha tenido 5 directores,
incluido el que acaba de incorporarse. A la fecha,
la página del MCD todavía presenta al “Dr.
Francisco Ralón” como director de la Biblioteca
Nacional. Ralón renunció a finales de febrero de
este año. Víctor Castillo López estuvo a cargo de
esa institución hace 10 años y labora actualmente
para la biblioteca de la Universidad del Istmo.
Francis Polo Sifontes, reconocido historiador,
sucedió a Castillo López y, al igual que éste en su
momento, se retiró a la Universidad de San
Carlos, a la Facultad de Humanidades, luego de
pasar por el inhóspito mundo de la Biblioteca
Nacional. A Polo Sifontes le sucedió Ester
Martínez de Lima y después de esta pasó
Francisco José Ralón. A la fecha, el sucesor de este
último sigue siendo un enigma y la Biblioteca
tiene nada más un responsable temporal.
En una posterior entrevista a Víctor Castillo
López, éste comentó varias deficiencias en la
Biblioteca Nacional, visibles ya hace 10 años.
“Como no había quién limpiara, a veces tenía que
pedir al Ministerio de Educación apoyo con el
servicio de limpieza. Trabajé, además, en una Ley
de Depósito Legal, para obligar a los autores y
editores a entregar sus copias a la biblioteca. Tenía
conocidos en el Congreso y por ahí tuve la
intención de hacerla pasar pero ahí se quedó
también. Nunca la aprobaron”. La sala
acondicionada funcionará desde hace 8 años, si
mucho, y el propósito que éste tuvo de tener una
biblioteca infantil bien montada como anexo se
quedó en un mero propósito. Sumado a eso,
Castillo López considera que el edificio ya no
N
responde a las necesidades actuales. Para
empezar, no hay parqueo, y la ubicación también
resulta cada vez menos popular.
“El problema de todo es el presupuesto”, afirma
con vehemencia. “Hace 10 años, éste no pasaba de
un techo de 1 millón y sólo los sueldos consumen
75% de éste. Es claro que no ha habido un interés
real del Estado en este asunto. En mi momento
logré que Suecia, Japón y Estados Unidos nos
apoyaran con donaciones pero el Ministerio no
tenía más prioridades que la cultura indígena y el
deporte”.
La Biblioteca Nacional corre bajo la Subdirección
de Patrimonio Bibliográfico y Documental,
entidad ejecutora que depende a su vez de la
Dirección de Patrimonio Cultural y Natural del
Ministerio de Cultura y Deportes. La mencionada
subdirección comprende tanto la Biblioteca
Nacional como la Hemeroteca Nacional y el
Archivo General de Centro América, tres
instituciones que comparten las mismas
instalaciones en la 5ª. Avenida, 7-26 de la zona 1.
Ambas comparten también el presupuesto anual
de aproximadamente Q3 millones, de modo que
la Biblioteca Nacional cuenta solamente con Q900
mil para cubrir todos sus gastos durante el año.
El tema no se queda aquí. Este año hubo un
recorte de Q145 mil al personal en cargos fijos,
monto que fue trasladado para las cuentas del
personal temporal. Acorde al Sistema de
Contabilidad Integrada, SICOIN, sólo al
presupuesto del personal permanente se le
recortaron Q141 mil este año, pasando de Q1, 104
millones a Q962 mil. Los montos para
complementos por calidad al personal
(permanente) se redujeron prácticamente a la
mitad, de Q22 mil aprobados inicialmente a Q11
mil vigentes. Los Servicios Básicos también
sufrieron recortes por Q90 mil, afectando sobre
todo lo asignado a la energía eléctrica (que pasó
de Q350 mil a Q267 mil) y al agua (que pasó de
Q100 mil a Q83mil). Fue, en efecto, a raíz de estos
recortes que Francisco Ralón renunció a su cargo
de director.
El testimonio de Ralón era, por ello, bastante
valioso, pero el problema que surgió entonces fue
localizarlo. Sólo luego de una confusa búsqueda
llena de malentendidos fue que el sujeto en
cuestión apareció, trabajando en la Universidad
del Valle del Altiplano, en el Km. 137 carretera a
Sololá. Se le contactó por correo electrónico y
rápidamente respondió, aportando mayores
detalles acerca de la situación interna de la
Biblioteca.
¿Por dónde empezar? Según Ralón, la cuestión no
es discutible; en la Biblioteca Nacional TODO (así,
con mayúsculas) está deficiente. “En sus 130 años
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es una de las áreas que presentan más abandono. La mayoría de sus usuarios traen su
propio material, pues sólo buscan un escritorio en donde trabajar.
de historia, muy pocos de sus directores han
sido bibliotecólogos o personas conocedoras
de la administración de bibliotecas. El
presupuesto es insuficiente y encima
decreciente, pues en los dos años que estuve
ahí éste se redujo en lugar de aumentar. Las
instalaciones están deterioradas; hay
problemas en los baños, los sistemas
eléctricos y telefónicos. El ascensor tiene 10
años de no funcionar y el edificio tiene 9
pisos. Como consecuencia muchos de esos
pisos no se usan.”
Tal y como mencionamos anteriormente, el
presupuesto de la Biblioteca debe
compartirse con las demás entidades que
conforman la Subdirección del Patrimonio
Bibliográfico y Documental, de modo que a la
primera le queda un presupuesto nominal de
Q900 mil. “La verdad es que luego hacen
"recortes presupuestarios" y resulta en la
práctica mucho menos que eso”, amplía
Ralón. “No se puede ni comprar papel,
mucho menos pensar en hacer reparaciones
al edificio o iniciar mejoras de cualquier tipo.
Ahora el gasto está centralizado en una
nueva unidad y ya no se puede ni disponer
del dinero, pues otros deciden qué se compra
y a quién se compra. Varias veces la
Biblioteca se ha quedado sin teléfono, porque
no alcanza el dinero para pagarlo. El año
pasado, además, la Biblioteca Nacional
contribuyó con sus fondos para "engordar" al
aporte que el Ministerio de Cultura dio para
Cohesión Social…”.
“¿Qué planes tenía para mejorar la
situación?”, fue una de las preguntas.
“Inicialmente pensé que buscando
cooperación internacional y fondos externos
se podría lograr algo, y por eso presenté
varios proyectos, pero la burocracia es tanta
que los proyectos no caminan. Esto, aunado a
frecuentes cambios de funcionarios, impide
que uno pueda hacer algo. Cada vez me
convenzo más de que si la Biblioteca
Nacional ha de sobrevivir, será
convirtiéndola en un "instituto o institución
autónoma" para poder gestionar su
supervivencia. De lo contrario, el edificio y
todo lo que contiene van a colapsar con el
tiempo, o con el próximo terremoto. “
Con su experiencia en la administración de la
Biblioteca Nacional, ¿cuál sería un presupuesto
justo con las necesidades de este lugar?
4
V E S T I G A C I Ó
La Sala de Referencias
Las necesidades son demasiadas y tomaría
demasiado dinero corregirlas asignándole un
“presupuesto justo”. Si tan sólo la Biblioteca,
la Hemeroteca y el Archivo General contaran
con fondos para “hacer algo”, año con año se
podrían ir corrigiendo las consecuencias del
abandono. Pensando sólo en la Biblioteca,
considero que con un presupuesto de un
millón y medio de quetzales se podría
comenzar a contratar a profesionales con
sueldos profesionales y tener cierta cantidad
para invertir en la compra de nuevos
materiales, efectuar las reparaciones y evitar
que el edificio se venga abajo y se den
inundaciones como las que se dieron en mis
tiempos allí.
La pregunta es hasta cierto punto retórica, pero
¿se puede afirmar realmente que la Biblioteca
Nacional está abandonada?
Sí lo está. Opino que a ninguna de las
autoridades le importa lo que a la Biblioteca
Nacional le pase, y esto se aplica también al
Archivo General de Centro América y a la
Hemeroteca Nacional. O tal vez les da
"mucha pena" pero cuando se trate de
dotarlas de más presupuesto, no lo harán,
porque estas instituciones no se prestan para
propaganda política o gubernamental por el
tipo de acciones que desarrollan. La
Biblioteca Nacional está abandonada hasta
por las mismas instituciones a las que debería
interesarles y preocuparles, como la
Asociación de Bibliotecarios y la Escuela de
Bibliotecología.
***
“Le voy a decir algo, antes de que hable con
el Dr. Ralón. La Biblioteca que usted visitó, es
una biblioteca rescatada. Yo sé que Ralón va a
decirle que la recibió con muchas
deficiencias, lo cual no voy a negar, pero él no
habría podido trabajar en ella si la hubiera
recibido en las condiciones en que la tomó la
señora Ester Martínez de Lima”, dijo Max
Araujo, presidente de Conalibro, como una
introducción a una entrevista realizada en su
despacho, en el segundo nivel del ala oeste
del Palacio Nacional de la Cultura. Bueno, en
el despacho que ocupa de lunes a viernes por
las tardes, compartido con otros asesores y
miembros del Consejo Nacional del Libro.
“En el año 2000, la Biblioteca estaba en muy
mal estado. Había ahí un personal muy
difícil, incluso bebían durante el día… Pero
N
no le voy a comentar todas las cosas
negativas. Durante ese tiempo es que surge el
convenio con Suecia para el apoyo a las
bibliotecas centroamericanas”, continúa
Araujo con gran apertura, antes incluso de
que yo lance alguna pregunta concreta.
“En una ocasión, los asesores fuimos a
visitarla y al detectar las anomalías le
avisamos a la ministra Otilia Lux de Coti que
había qué hacer algo de emergencia.
Mandamos a investigar y, en efecto, se
estableció que había grandes inconvenientes
con el director y el personal.” “¿Quién era el
director en ese momento?”, cuestioné. “Fue
en el tiempo de Francis Polo Sifontes”,
respondió mi interlocutor con soltura. “Un
eminente historiador, una persona con mucho
prestigio, pero que lamentablemente llegaba
sólo a encerrarse a su cubículo, a hacer sus
investigaciones y a sacar sus libros. De ese
modo, eran otras personas prácticamente
quienes estaban llevando la biblioteca. Por
esta razón se nombró a la señora Ester de
Lima para tomar la dirección. Si bien ella no
era bibliotecóloga, sabía administrar. Tenía un
carácter fuerte y era muy competente y
responsable. Ella logró que se trasladaran a
las personas negativas que ahí estaban y se
enfrentó a todo ese sistema.”
“Le cuento todo esto como antecedente
porque sería injusto negar todo el trabajo de
doña Ester de Lima. Repito: fue
impresionante lo que hizo esa señora. Yo
siempre la defiendo a ella con el Dr. Ralón
porque cuando él recibió la biblioteca ya la
recibió sin esos problemas. En ese momento
ya era una biblioteca ordenada, con los
salones limpios, con salones creados. En
tiempos de doña Ester se sacaron camionadas
de basura y se habilitaron espacios. Ya
cuando el Dr. Ralón recibió esa biblioteca
simplemente la mantuvo como un
funcionario capaz y responsable, como es él,
pero no hubiera podido hacerla trabajar con
las deficiencias que encontró Ester de Lima.
Si Ralón la hubiera recibido en ese momento,
¡sale huyendo!”.
Entre todo, mientras escucho a Araujo decir
vehementemente que la biblioteca ahora se la
nota pintada y limpia, estoy segura de que no
ha visto las moscas muertas que adornan los
alfeizares de las ventanas de la Sala de
Referencias. Pero bien, entre todo, mi visita al
presidente de Conalibro no tiene una
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intención precisa de sacar a relucir los
problemas que enfrenta la Biblioteca, pues no
le compete a Conalibro su administración
tampoco. No, la razón de mi visita tiene
origen en la reciente aprobación de las
Políticas Públicas para el Libro, la Lectura, la
Escritura y las Bibliotecas, quizá la primera
luz de esperanza efectiva para la Biblioteca
Nacional y sus compañeras, la Hemeroteca y
el Archivo General de Centro América.
Este proyecto fue aprobado por el Congreso
de la República el pasado 20 de abril, y
supone un verdadero avance en el tema de
libro a nivel nacional. Conalibro está
entusiasmado. El mismo Ralón estaba
entusiasmado, pues fue un partícipe activo en
el diseño de toda la propuesta. En esto, tanto
él como Araujo pueden estar de acuerdo.
“Esto es un cambio positivo y grande para el
país, pues Guatemala era uno de los pocos
países que no tenía dichas políticas”, había
comentado Ralón al respecto. “Ahora que las
tenemos contamos ya con un documento que
se puede invocar ante las autoridades de
turno para que comiencen a invertir en el
libro, la lectura y la escritura en todos sus
espacios de acción: bibliotecas, mercado del
libro, editoriales, escuelas, etc.”
“Por las políticas, además, nos están
poniendo como modelo en Latinoamérica”,
agrega Araujo con buen ánimo. “Esto porque
responden realmente a las necesidades de
Guatemala y porque fueron conformadas por
los distintos sectores de la sociedad civil.
Todo esto es muy importante. Es algo inédito
en Guatemala.”
El documento en cuestión, en materia de
bibliotecas, contempla la creación de un
sistema nacional de bibliotecas, el fomento y
la actualización de la profesión bibliotecaria,
el fomento y la actualización de bibliotecas
escolares, y el fortalecimiento del sistema de
bibliotecas universitarias especializadas y
centros de documentación. La gran ventaja y
el gran avance que supone es que, al ser ya
una política pública, pasa automáticamente a
ser una política de Estado, y compromete de
modo mucho más profundo a la acción. Esto
podría, a su vez, cambiar radicalmente el
problema que existe en torno al presupuesto.
“Muchas personas critican a veces sin
entender cómo funcionan las gestiones dentro
En los patios del edificio se acumulan como si fueran leños los restos del mobiliario que ya no encontró sitio en los ambientes de la
Biblioteca. Al otro lado de las ventanas se entreven los restos de otro monton de mobiliario abandonado.
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del Estado”, agrega Araujo al respecto. “Hay
que aclarar que no es el ministro el que
designa el presupuesto. Todos los
presupuestos del país deben tener, primero, el
visto bueno del Ministerio de Finanzas
Públicas, y luego la aprobación del Congreso.
Es ahí realmente donde se definen los
montos. Nosotros siempre pedimos el doble o
el triple de que finalmente nos aprueban”.
El diseño de las políticas públicas, a modo de
consuelo, realmente demuestran haber
considerado todos estos aspectos. Reconocen
que la situación actual de las bibliotecas es
verdaderamente precaria: “La red de
bibliotecas públicas no cuenta con recursos
suficientes para garantizar las condiciones
básicas de sus instalaciones, ni la
actualización permanente de sus acervos. Los
recursos que se invierten en esta materia
provienen de la cooperación internacional
(los recursos de la cooperación internacional
cuadriplican los recursos que el Estado le
asigna al mantenimiento de estas
bibliotecas)”, enuncian en un estudio previo.
Como consecuencia, proponen reordenar
todo el organigrama de las bibliotecas y
“separar las funciones patrimoniales que
cumple la biblioteca nacional de las de
servicio público que deben cumplir las
bibliotecas públicas”. Esto implicaría que la
primera fuera elevada en su posición
institucional para dar, a su vez, mayor
autonomía a la red de bibliotecas públicas.
Una idea muy próxima a una de las
soluciones que propone Ralón.
***
En el vestíbulo del segundo nivel del edificio
de la Biblioteca Nacional, el personal de la
Hemeroteca, probablemente, levantó un
tablón para celebrar el Día de la Libertad de
Prensa. Tendrá éste unas dimensiones de un
metro de alto por dos de largo. Está adornado
con un marco hecho de retazos triangulares
papel de lustre morado sobre un fondo de
cartulina lila. Como contenido tiene
solamente tres ilustraciones en hojas tamaño
carta con personajes relevantes en la temática.
Hasta arriba se lee el título, Día de la Libertad
de Prensa, impreso a lo largo de tres hojas de
papel bond.
N
Si bien dicho detalle solamente contribuye a
mostrar una imagen muy pobre de aquella
institución, conmueve el esfuerzo de los
empleados que, haciendo mano de los escasos
recursos con que cuentan, han intentado
añadir un poco de color al escenario gris,
mustio y abandonado que les acompaña de
modo rutinario.
Y es que Biblioteca Nacional no está olvidada
sólo por el Estado. Para las nuevas
generaciones, su existencia es nada más algo
de cajón. Si frecuentan el Centro Histórico es
probable que puedan ubicarla, pero puesto
que la tendencia en cuanto a desarrollo
urbanístico es cada vez más alejada de la zona
1 de la ciudad, para muchos estudiantes
jóvenes su ubicación junto al Palacio Nacional
es ya toda una novedad. ¿Cuántos de ellos
han considerado acudir a esta institución,
biblioteca nacional y pública a la vez,
depositaria legítima del patrimonio histórico
bibliográfico y documental del país, cada vez
que les es asignada una investigación? ¿Qué
razones encontrarían para acudir a ella si el
Internet de sus casas o de los café-internet
puede proveerles mucha más información en
menos tiempo?
Si todo sale bien y las nuevas Políticas
Públicas Nacionales del Libro, la Lectura, la
Escritura y las Bibliotecas logran dar ese giro
obligado a las prioridades del Estado en lo
que a educación y difusión cultural se refiere,
la Biblioteca Nacional y sus dos entidades
hermanas podrían estar viviendo cambios
interesantes a mediano plazo.
Con suerte lograrán algún día reparar el viejo
ascensor, aprovechar la infraestructura de 9
niveles, ampliar su acervo bibliográfico,
contar con los servicios básicos y un catálogo
en línea, servicio de Internet para los usuarios
–aunque sea en monitores de color marfil–,
sueldos más profesionales para empleados
cada vez más preparados… Y bien,
eventualmente, todo un juego de mobiliario
nuevo y apropiado, antes de que su peculiar
colección de muebles desentonados acabe
hecho astillas en el patio o apiñado sin
sentido en las misteriosas estancias que, sin
estar abiertas al público, dejan entrever sus
contenidos a través de los mugrosos vitrales.