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NOSEOLVIDA.

COM ENERO 2006

EL ANTIGUO RÉGIMEN Y LA REVOLUCIÓN SEGÚN


ALEXIS DE TOCQUEVILLE* (II )

José Manuel Ventura Rojas

NOBLEZA, CENTRALISMO, LIBERTAD: TRES EJES DEL PENSAMIENTO TOCQUEVILLIANO

Una vez visto el resumen del libro podemos pasar a analizar tres cuestiones que se
interrelacionan y destacan tanto en la presente obra en concreto como en general en el
pensamiento del autor: la nobleza, el centralismo y la libertad.

Para comenzar con la primera cuestión, debemos ponerla en relación con la procedencia
y condición de Charles Alexis Henri Clérel, señor de Tocqueville (1805-1859), terrateniente cuyos
padres fueron encarcelados y salvados del cadalso por el advenimiento de Termidor y cuyo
bisabuelo, Malesherbes, fue guillotinado durante el Terror. Por ello, sus formulaciones políticas
parten de la doble herencia del racionalismo aristocratizante del siglo XVIII, así como de la
tradición parlamentaria. En su estudio de las pervivencias y desapariciones en el tránsito hacia el
Nuevo Régimen, llamó su atención este aspecto, pues como indica Touchard en su Historia de
las ideas políticas, “El Antiguo Régimen y la Revolución es una meditación sobre la
centralización y la decadencia de la aristocracia”. Tocqueville parte de la dificultad que para un
inglés entrañaría la definición del término “nobleza” en Francia, que más bien era una casta,
pues la aristocracia estaba compuesta tanto por esta última como por algunos plebeyos ricos.
También alude a la heterogeneidad de sus componentes, nobleza alta y baja, cortesana y
provinciana, pero que configuraban un cuerpo homogéneo caracterizado por los privilegios. Los
nobles surgieron con las conquistas en la Edad Media y en el siglo XVIII habían perdido buena

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Alexis de TOCQUEVILLE: El Antiguo Régimen y la Revolución, Alianza Editorial, Madrid, 2004, 395
pp. (traducción de Dolores Sánchez de Aleu)

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parte de su poder. Para tener ascendiente sobre el pueblo debían ser sus amos o sus jefes, es
decir, gobernar al pueblo o unirse a éste contra los que gobernaban. El rey, por su parte, fue
protagonista de la maniobra de unirse al Tercer Estado para combatir a la nobleza y luego se
alió a ésta para gobernar a aquél. El estamento nobiliario se hallaba a la cabeza de los puestos
de la sociedad pero no ejercía cargos reales y permanecía apartado de los no privilegiados,
ocioso e inútil, tanto en la Corte como en provincias, con privilegios honoríficos más perjudiciales
que prácticos y que por ello inspiraban odio. Los nobles modernos abandonaron diversos
prejuicios, pero conservaron algunos nefastos como la prohibición de trabajar en el comercio y la
industria o los matrimonios con los plebeyos ricos (que muchas veces acabaron aceptando). Los
burgueses que alcanzaban el título nobiliario, ya fuera otorgado, por su compra o por matrimonio,
no les introducía en ese círculo por el espíritu de casta que reinaba en el grupo social
(consideraban el nacimiento como factor legitimador esencial de pertenencia al grupo),
quedándose éstos en un estadio intermedio. También añade Tocqueville que muchas veces el
pobre se conserva mejor en los países en los que puede escalar a lo más alto de la sociedad,
pues ello resulta su consuelo: “le gusta la aristocracia del mismo modo que la lotería”. Por otra
parte, alude a que en los pueblos donde predomina la aristocracia de nacimiento no hay el
mismo afán por la búsqueda de riquezas y el individuo no se siente impulsado de un sólo lado y
se vuelca más hacia sus aficiones; la literatura en el caso de algunos nobles franceses, que les
llevó a codearse con intelectuales en una especie de “democracia imaginaria” , pero esos
escritores eran de los individuos más inquietos y que despotricaban más, porque percibían la
ficción de su acercamiento, en tanto que los nobles introdujeron en su ámbito el “espíritu
literario”. Al final la nobleza acabó sucumbiendo durante la Revolución debido a la contradicción
a la que había llegado, sus gastos y exigencias monetarias frente a su nulo aporte fiscal, sus
prebendas y privilegios frente a la creciente inutilidad funcional, su declive en la detentación de
poderes frente a su deseo de conservar el monopolio de la primacía. Al mismo tiempo
Tocqueville apunta que la pérdida de las cualidades viriles de la nobleza en lugar de su
conversión a las leyes de la Revolución fue una gran pérdida. “Al final del Antiguo Régimen los
hombres eran cada vez más similares en sus ideas y costumbres, pero se diferenciaban por sus
derechos. El crimen de la vieja monarquía fue el haber mantenido la separación de clases”.

El otro aspecto a resaltar de la obra es el del centralismo, que nos conducirá finalmente
a la idea de libertad. Partiremos aquí también de los condicionantes personales de nuestro autor,
un provinciano girondino al que en principio le asustaba París, capital de un Estado caracterizado
por su centralización. Pero para Tocqueville el absolutismo no provenía del Imperio de Napoleón

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ni de la obra jacobina, sino que hundía sus raíces más atrás en el tiempo, en el absolutismo
monárquico, que sustituyó a las antiguas instituciones por una tupida red de sus agentes de
entre los que destacó la figura del intendente. La Revolución no hizo más que consolidar la
centralización, institución del Antiguo Régimen, restaurándola y extendiendo un poder más
amplio y absoluto que el de los reyes. Él creía en la continuidad del Estado, pero para ser útil, no
para utilizar. Idea fundamental para él era la libertad, bien esencial de todos y para todos que
podía peligrar por un excesivo individualismo “destructor de las sociedades” Sus remedios contra
ello serían tradicionales: una descentralización administrativa, la creación de asociaciones
diversas (sustitutos de la aristocracia) y mantener las cualidades morales, esencialmente la
responsabilidad. Conecta con ello la cuestión que Tocqueville se plantea en ésta obra: ¿por qué
Francia tuvo tantas dificultades en su evolución a la democracia para mantener un régimen de
libertad? Raymond Aron vio en él a un “probabilista” al hablar de la marcha irresistible hacia la
igualdad. En su rastreo del pasado como politólogo e historiador Tocqueville descubrió “con una
especie de temor religioso, ya en el siglo XI los gérmenes de la gran revolución democrática que
conduciría al mundo occidental hacia la igualdad de condiciones”. En El Antiguo Régimen y la
Revolución evoca la historia de la sociedad francesa y, como en La Democracia en América,
busca contestar a la pregunta “¿cómo conciliar la libertad con una nivelación igualitaria, cómo
salvar la libertad?”; en suma, ¿cómo defender la libertad en la era democrática? (cuestión que
sigue siendo de gran importancia para las sociedades de hoy en día) Para ello, nuestro autor
supera el liberalismo clásico, la “libertad de los modernos” (de Constant, la soberanía limitada y
el valor de la independencia privada) y la “libertad de los antiguos” (de Rousseau, la soberanía
popular). Renuncia al individualismo que degenere en absolutismo y al colectivismo que lo haga
en dictadura popular. La suya es “una libertad moderada, regular, construida por las creencias,
las costumbres y las leyes” (Souvenirs, p. 74). El ejercicio de la libertad es una tensión continua
entre distintas fuerzas, una lucha contra el Estado, contra una mayoría tiránica, moderno
Leviatán con disfraz democrático y contra el hombre mismo, escindido entre su pasión por la
igualdad y el ejercicio racional de su ciudadanía.

Como conclusión, ha de resaltarse también en Tocqueville su instinto y reflexión, razón y


corazón, no siendo ni revolucionario ni reaccionario, sino partidario de una actitud moderada.
Este “Montesquieu del siglo XIX”, como le llamó J. Chevalier, supo rendir homenaje al
adversario, llevando al más alto grado el arte de comprender lo que le repugnaba, siendo
realmente, en ese sentido, un auténtico liberal.

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