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Todos los signos lingüísticos (y las palabras son signos lingüísticos) constan de dos
partes: una es el significante, y la otra es el significado.
En otro orden de cosas, los significados de las palabras pueden continuar siendo sus
significados originales, o pueden haber cambiado por cualquier circunstancia histórico. En este
sentido, tenemos palabras que aún conservan su significado primigenio, tales como “morir”,
que significa, ahora y siempre, terminar la vida. Este tipo de palabras tienen, se dice, un
significado recto, o literal.
Pero una misma palabra puede haber desarrollado nuevos significados con el tiempo.
Siguiendo con el ejemplo anterior, la palabra morir puede emplearse en otros contextos, como
cuando se dice “Fulanito se moría de ganas”. En este caso no queremos decir “terminar la
vida” sino “estar ansioso” o “desear profundamente”.
De otra manera, las palabras pueden tener un significado denotativo o connotativo. Así,
cuando la palabra se emplea para dar a entender su significado normal, común, entendido por
todos los hablantes, se dice que emplean un significado denotativo. Cuando decimos “aire”
para referirnos al oxígeno que envuelve nuestro planeta, estamos utilizando un significado
denotativo.
Pero también podríamos usar la palabra “aire” para, al modo poético, referirnos a la
libertad, o al espacio, o a la felicidad, por poner sólo algunos ejemplos. En estos casos el
contexto, y no el consenso lingüístico, tomará mucha importancia, y la palabra pasará a utilizar
un significado connotativo.