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Poco antes del pasado verano, poco antes, también, de la terrible respuesta israelí
a la toma de prisioneros (tres, recordemos) y (sí –no olvidemos-) al hostigamiento de
fuerzas palestinas y libanesas; ‘La 2’ de TVE emitió “Las Invasiones Bárbaras” (2003),
un film franco-canadiense, con guión y dirección de Denys Arcand y con Rémy Girard
(Rémy), Stéphane Rousseau (Sébastien), Marie-Josée Corze (Nathalie), Marina Hands,
Dorothée Berryman, Johanne Marie Tremblay (hermana Constance), Yves Jacques,
Pierre Curzi, Louise Portal y Mitsou Gelinas como principales intérpretes.
Curiosamente también en esa época pudo observarse en formato DVD entre la
marabunta de cartones que rodean el suelo de los kioskos de prensa o cuelgan de sus
tendederos. Ojalá hayan sido muchas las personas animadas a adquirirla.
Arcand retoma buena parte de los personajes en torno a los que hiló una película
anterior, “El declive del imperio americano” (1986), cuya visión o re-visión no resulta
imprescindible para disfrutar de este, aunque pueda servir para entender guiños,
referencias y el “hoy” de algunas historias narradas; así como para apoyar las
reflexiones que puedan surgir viéndola.
No desvelo mucho de la trama si digo que el argumento central es el encuentro,
más que re-encuentro, de un padre enfermo, profesor en una pequeña Universidad, que
se sabe agonizante (Rémy) y su hijo (Sébastien), profesional triunfante acostumbrado a
moverse con ese poderoso caballero que es don dinero. A ambos separan muchas cosas,
quizás más que las que al final, acercan, aunque estas últimas sean las que más pesen.
Si he utilizado la palabra agonizante y no expresiones como enfermo terminal o la
menos delicada moribundo; es por que este personaje encarna (estoy tentado a decir que
a la perfección, pero no me atrevo a tanto,… y además no sería el único en la trama) la
idea de Miguel de Unamuno, recogida también por el peruano José Carlos Mariátegui,
según la cual la agonía no es el final de la vida, no es el principio de la muerte, si no que
es sinónimo de lucha; que agoniza quien vive luchando. Luchando contra la vida
misma. Y luchando contra la muerte.
En ese sentido, por ejemplo, agoniza también el hijo que, en ese enfrentamiento,
descubre y redescubre cariños, amores,… Sobre-interpretando quizá en exceso, que es
lo que solemos hacer quienes llevamos el cine al aula de Ética o Filosofía, pensando que
puede emplearse en mostrar, enseñar, educar,… Sébastien se libera del imperio de la
razón económica, apática, sometida a la dictadura del intelecto, que deja de lado
emociones, ningunea al pathos. Y abraza una razón logopática, lógica y afectiva, en la
que la dicotomía razón/pasión carece de sentido.
Una razón logopática en la que sí se desenvuelve Natalie, que agoniza enganchada a la
heroína, desenganchándose de ella, enganchándose desde la muerte a la vida,…
¿Sería lícito llegar a ver en esa metáfora del manuscrito la piel de Hipatia
arrancada a tiras con conchas de moluscos por una horda de cristianos embebidos del
clima construido por un Cirilo, Patriarca de Alejandría, posteriormente (es de suponer
que no sólo por eso) canonizado?
Quizá este último ejemplo sea demasiado extremo. Pero quizá también no sean los
manuscritos en sí los que, ya finalizando la película, Remy reclama salvar. O salva en
parte su hijo Sebastián dejándolos en manos de Nathalie, ángel de la guarda que, más
allá de la paliación del dolor físico, es capaz de incidir en los pensamientos postreros
del protagonista, reintroduciendo la duda, iluminando sombras,…
Por que quizá es la memoria lo que este viejo profesor afirma hay que salvar, antes de
decidir burlar a la muerte y morir junto al lago en que fue feliz. La memoria…
Antes, en una sala del hospital, con el trasfondo de los aviones estrellándose
contra las Torres Gemelas de Nueva York, un televisor lleva a la escena la opinión de
Alain Luissier:
(…) “¿Cuántos hubo? ¿Tres mil muertos más o menos? Pues a nivel
histórico es más bien insignificante. Tomemos sin ir más lejos el ejemplo
americano: Cincuenta mil personas murieron en la batalla de Gettisburg.
Pero lo que sí es significativo, como dirían mis antiguos profesores de la
Universidad, es que el corazón del imperio quedó tocado.
En conflictos anteriores –Corea, Vietnam, la Guerra del Golfo,…- el Imperio
siempre había logrado mantener a los bárbaros lejos de sus muros, de sus
fronteras.
En ese sentido, tal vez nos acordemos, y digo tal vez, de septiembre de 2001
como el principio de las grandes invasiones bárbaras”.
Obviamente al director y guionista de la película no pueden achacarse las
interpretaciones que de sus obras hacemos quienes, como este que suscribe, la emplean
para animar debates e investigaciones; máxime cuando además uno piensa que eso de
las invasiones bárbaras tiene más una dirección; que no se reduce a que los bárbaros
hayan atacado el corazón del Imperio. Porque la barbarie está también –y bien- asentada
en dicho corazón imperial y se expresa con insultante insolencia desbaratando nuestra
endeble cultura de derechos humanos, de separación de poderes, de proporcionalidad de
la pena, de presunción de inocencia, de…
Chile, Nicaragua, Guatemala, Granada, Afganistán, Irak, Guantánamo,… sí, son
nombres que automáticamente podrían ponerse encima de la mesa para afianzar esa
afirmación. Pero a estas alturas se necesitan más matices, más profundidad,… más
memoria. ¿Alguien se acuerda de Génova 2001?
La memoria, que como se dijo antes de la razón, no tiene por que separarse de la pasión
y el sentimiento, puede hoy fijar a través de la retina los ojos ya sin vida de un niño del
que un mero pie de foto indica que ha sido asesinado, en esta ocasión, por el ejército de
un Estado, Israel, que se llama democrático. Tanto la razón como la pasión deberían
ayudar a la memoria a retener también las lágrimas que las bombas de Hizbulá causan.
El dolor que los atentado suicidas generan. La sangre en los patucos de ese bebé
rescatado sin vida (curiosa expresión) de entre los escombros de una casa en Gaza.