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Las formas y grados diferentes de acceso a los recursos y reparto de los residuos
ocasionan relaciones relativamente estables entre grupos sociales distintos, es decir, dan
lugar a articulaciones estructurales. A menudo, esas articulaciones son conflictivas. El
tipo de conflicto que surge en esos contextos puede denominarse 'ecológico-social'. Un
conflicto ecológico-social se produce cuando hay grupos, organizaciones u otros
agentes sociales que consideran que determinada actividad económica implica una
explotación excesiva de recursos naturales o una contaminación excesiva. La
percepción del exceso puede darse, bien en términos absolutos (como amenaza de que
el recurso se agote o de que la contaminación afecte a todo el mundo), bien en términos
relativos (como acceso insuficiente al recurso o incidencia desproporcionada de la
contaminación para un determinado grupo). A un nivel muy abstracto, podría decirse
que en ambos casos se produce una contraposición entre dos principios de la acción
social a los que cabe referirse, respectivamente, como ecologismo y productivismo. El
ecologismo (o transindustrialismo) tiende a un uso parsimonioso de las fuentes
naturales de energía y materiales, a evitar alteraciones catastróficas de los equilibrios
ecológicos que mantienen la vida y a regular equitativamente la distribución entre los
humanos y los demás seres vivos. El productivismo (o industrialismo) tiende a
considerar que las funciones naturales valiosas para el bienestar son siempre sustituibles
y a maximizar la explotación de las mismas, así como la parte de los recursos de la
Tierra correspondiente a la especie humana. Quienes aman las grandes generalizaciones
podrían detenerse aquí. De hecho, en más de un sentido, esas categorías definen una
tensión interna muy visible de la actual civilización. Ahora bien, si se mantiene que
cualquier conflicto ecológico-social puede ser descrito únicamente en base a la
dialéctica entre ecologismo y productivismo, se tropieza de inmediato con dificultades,
pues el nivel de abstracción es demasiado alto. Para introducir un poco más de
complejidad y de concreción hay que examinar la conexión entre la distribución de los
recursos naturales (o de los costes ambientales) y otras dimensiones de la estructura
social.
Algunas de las propuestas existentes mantienen que los procesos de estructuración y los
fenómenos de conflicto con un componente medioambiental se añaden a los que tienen
lugar en torno al control de los procesos de producción y a la distribución del producto,
haciéndolo en general como un elemento subordinado o complementario de estos
últimos. Es decir, entienden que la producción económica es el factor fundamental a la
hora de explicar tanto la estructura como el conflicto social y que la dimensión social de
las cuestiones ecológicas puede ser comprendida desde esa perspectiva. Podemos
referirnos a los planteamientos de este tipo con la expresión 'economía política del
medio ambiente' o, en su versión normativa más frecuente, 'ecosocialismo' (Schnaiberg
1980; Antunes et al. 1990; O'Connor 1998; Wallerstein 1998; Mellor 1992; Pepper
1993; Foster 2000; Boyce 2002; Kovel 2002).
Se ha señalado en este sentido, por ejemplo, que la relación entre sociedad y medio
ambiente es conflictiva (y que ese conflicto tiende a intensificarse en el tiempo) debido
a la condición inherentemente expansiva de la producción en la sociedad industrial
capitalista. Reinterpretada bajo este prisma, la "ecuación" del impacto ambiental, según
la cual este último depende de la población, el consumo y la tecnología, puede leerse
como sigue: Degradación ambiental = Número de empresas x Fuerza de trabajo
promedio x Capital por cada trabajador x Producción por unidad de capital x
Extracciones y emisiones por unidad de producto en promedio (Schnaiberg 1980:231).
La degradación, entonces, tiende a aumentar porque todos los factores que la causan se
ven empujados hacia valores más altos por la "rueda de molino", "cadena sin fin" o,
simplemente, "rueda" de la producción (treadmill, según la metáfora empleada por el
sociólogo Allan Schnaiberg (ver capítulo 2)). En la obra de este autor, la expresión
mencionada es una forma indirecta de referirse al proceso de acumulación del capital en
condiciones monopolistas, una forma de dar cuenta, en primer lugar, de por qué la
producción se expande; en segundo lugar, de por qué aumenta la parte que en la misma
corresponde a las grandes compañías y, finalmente, de por qué la producción se hace
cada vez más intensiva en capital (Schnaiberg 1980:227). Este punto de vista se inspira
muy directamente en algunas teorizaciones acerca de la acumulación del excedente
(Baran y Sweezy 1968:47-66) y en el análisis institucional de las corporaciones
(Galbraith 1974). La conexión entre la teoría del capital monopolista y la crisis
ecológica se establece, entonces, a través de la hipótesis de que el aumento en la
velocidad de la rueda implica crecientes extracciones y emisiones medioambientales
(Schnaiberg 1980:230). El Cuadro 6.1 resume de una forma más detallada la
formulación de la mencionada hipótesis sobre la conexión entre expansión económica y
deterioro ambiental, insistiendo en las razones que hacen que dicha conexión resulte
característicamente conflictiva.
" 1. Las organizaciones existen mientras obtienen suficientes beneficios (o, por lo menos,
parecen obtener suficientes beneficios).
" 2. El beneficio se genera asignando ingresos de la organización a la inversión tecnológica
y al trabajo en diferentes grados, dependiendo de las condiciones de la oferta, la
competencia y los mercados financieros.
" 3. Cada decisión de asignación tiene implicaciones directas e indirectas sobre los niveles
de extracciones de los ecosistemas y adiciones a los mismos, para la organización y para
cada unidad producida.
" 4. A causa de los condicionantes del mundo social, esas implicaciones ecológicas son
habitualmente secundarias para los gerentes, confinados por sus decisiones sobre costes y
beneficios.
" 5. En consecuencia, sólo la acción de fuerzas sociales, económicas y políticas externas a la
organización es capaz de atraer la atención de esos gerentes hacia los impactos
medioambientales.
" 6. Los gerentes tienen, pues, un interés primario en ofrecer resistencia al ascenso de esas
fuerzas externas y en usar su influencia (económica, política y social) para ejercer esa
resistencia."
"Al comienzo del nuevo milenio, intentamos ampliar nuestro análisis sobre
el conflicto persistente entre la rueda de producción transnacional y el
mundo natural. Mantenemos nuestro llamamiento a una resistencia política
organizada y prolongada contra la rueda. Nuestra esperanza radica en la
emergencia de nuevas coaliciones entre el movimiento obrero organizado
que busca asegurar un salario digno y condiciones de trabajo seguras y los
ecologistas que tratan de asegurar un futuro medioambientalmente
sostenible manteniendo intactos los ecosistemas. También vemos motivo
para la esperanza en la inclusión en esas nuevas coaliciones de grupos de
derechos humanos que dedican cada vez más atención a las condiciones de
trabajo abusivas y a los impactos sociales de la destrucción ecológica. Todo
eso se construye en parte gracias al trabajo del movimiento de justicia
ambiental que ha fundido con éxito los derechos civiles y los objetivos
ambientales, y del movimiento de los pueblos indígenas que ha identificado
la supervivencia cultural con la integridad ecológica. Vemos entonces la
posibilidad de una confluencia de los movimientos obrero, ecologista, de
derechos civiles, de derechos humanos y de los pueblos indígenas en una
coalición de amplia base para la reforma de la rueda, basada en la unión de
las políticas de la identidad, el lugar y la producción. Y vemos el liderazgo
de las mujeres de clase trabajadora en esos movimientos como una fuerza
impulsora en la formación de esa coalición. Los noventa se han cerrado con
la mayor acción de protesta ocurrida en Estados Unidos desde hace décadas,
dirigida a imponer nuevos límites a la rueda transnacional de la producción.
Para nosotros, eso indica que el futuro es impugnado y que el conflicto
continuará a lo largo del siglo XXI" (Schnaiberg y Gould 2000:viii).
La teorización que he resumido en los párrafos anteriores mantiene que las sociedades
contemporáneas se estructuran según las líneas de distribución del excedente económico
y que las cuestiones ambientales adquieren sentido en la medida que se conectan con los
conflictos planteados en torno a dicha distribución.
La relación entre sociedad y naturaleza se establece, para este punto de vista, a partir de
la noción de 'condiciones de la producción' y se establece como una relación conflictiva
debido al coste creciente de la aportación de las condiciones naturales de la producción.
Hay tres categorías o tipos de condiciones de la producción (O'Connor 1991:1): las
condiciones físicas externas o condiciones naturales, la fuerza de trabajo y las
condiciones comunitarias. Las primeras remiten hoy al estado de los ecosistemas, las
segundas a la educación y la atención a la salud y las terceras a infraestructuras,
sistemas de comunicación, etc. Así, el Estado, la familia y el medio ambiente natural
son el ámbito de conflictos en torno al suministro de esas condiciones, el ámbito en el
que tiene lugar el proceso material de reproducción de las mismas (por ejemplo, la
división del trabajo dentro de la familia, las normas de uso del suelo, la educación, etc.),
un ámbito externo a las relaciones de producción. Los actores colectivos que operan en
ese espacio de la reproducción social (movimientos ecologista, feminista, de salud
pública, etc.) actúan directamente en una esfera sociopolítica, en relación con el Estado,
constituyéndose en "barreras sociales" a la expansión del capital. El suministro de las
condiciones de producción está politizado porque el Estado es normalmente el
intermediario en la provisión de las mismas. Y es conflictivo porque el capitalismo crea
sus propios límites o barreras, socavando los fundamentos de ese suministro y dando
lugar, así, a que los costes de su reproducción sean crecientes:
El coste creciente del suministro de las condiciones de producción tiene un doble efecto.
Por una parte, actúa como un freno a la acumulación de capital o, si se descarga sobre
los presupuestos públicos, como un acelerador de la crisis fiscal del Estado (O'Connor
1981). Por otra parte, amplifica el conflicto que se deriva del hecho de que la provisión
de las condiciones de producción sea social mientras que la producción misma es
privada. Ambos efectos actúan como un límite interno, socioeconómico, a la
acumulación. No hay, sin embargo, en la doctrina que comento, un lugar para la
percepción de límites naturales. De hecho, se describe la escasez ecológica como una
deformación ideológica:
En los últimos años, algunos autores han visto en el movimiento de justicia ambiental
una forma de eludir la objeción apuntada en el párrafo precedente. Este movimiento
surgió en Estados Unidos como respuesta a la existencia de un sesgo muy marcado de
clase y raza en cuanto a la ubicación de industrias peligrosas e instalaciones
contaminantes (Bullard 1993; 1994; Hofrichter 1993; Dorsey 1997; Szasz y Meuser
1997; Faber 1998; Foreman 1998; Roberts y Toffolon-Weiss 2001). Ese sesgo puede
interpretarse como el resultado de una correspondencia entre la estructura de clases y la
distribución social de las externalidades ambientales negativas: ocupar una posición
subalterna en la estructura de distribución del producto económico incrementa también
las probabilidades de ser una víctima ecológica. Esta correspondencia hace coincidir en
la práctica las motivaciones sociales y las ambientales, dando origen a un ecologismo en
el cual la presencia de personas pertenecientes a clases trabajadoras y minorías étnicas
es relativamente muy superior a la que había existido en las organizaciones
ambientalistas tradicionales, muy dominadas por anglosajones de clase media. Y dando
lugar, así mismo, a un cambio significativo en los objetivos y los programas, que pasan
a centrarse mucho más en la defensa de la salud y en la mejora de las condiciones
ambientales en los lugares de residencia y trabajo y menos en la conservación de
espacios naturales y en la protección de la vida silvestre.
El movimiento de justicia ambiental implica, por otra parte, volver la mirada hacia la
distribución de los costes ambientales. Una perspectiva que puede ser examinada en sí
misma, no sólo en lo que respecta a su coincidencia con la distribución socioeconómica.
Dando lugar, entonces, a un punto de vista específico sobre la relación entre medio
ambiente y estructura social, del que me ocuparé a continuación.