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Extracto de Garcia, E., (2004) Medio ambiente y sociedad. Madrid. Alianza.

El medio ambiente como "segundo conflicto" de la sociedad industrial

Las formas y grados diferentes de acceso a los recursos y reparto de los residuos
ocasionan relaciones relativamente estables entre grupos sociales distintos, es decir, dan
lugar a articulaciones estructurales. A menudo, esas articulaciones son conflictivas. El
tipo de conflicto que surge en esos contextos puede denominarse 'ecológico-social'. Un
conflicto ecológico-social se produce cuando hay grupos, organizaciones u otros
agentes sociales que consideran que determinada actividad económica implica una
explotación excesiva de recursos naturales o una contaminación excesiva. La
percepción del exceso puede darse, bien en términos absolutos (como amenaza de que
el recurso se agote o de que la contaminación afecte a todo el mundo), bien en términos
relativos (como acceso insuficiente al recurso o incidencia desproporcionada de la
contaminación para un determinado grupo). A un nivel muy abstracto, podría decirse
que en ambos casos se produce una contraposición entre dos principios de la acción
social a los que cabe referirse, respectivamente, como ecologismo y productivismo. El
ecologismo (o transindustrialismo) tiende a un uso parsimonioso de las fuentes
naturales de energía y materiales, a evitar alteraciones catastróficas de los equilibrios
ecológicos que mantienen la vida y a regular equitativamente la distribución entre los
humanos y los demás seres vivos. El productivismo (o industrialismo) tiende a
considerar que las funciones naturales valiosas para el bienestar son siempre sustituibles
y a maximizar la explotación de las mismas, así como la parte de los recursos de la
Tierra correspondiente a la especie humana. Quienes aman las grandes generalizaciones
podrían detenerse aquí. De hecho, en más de un sentido, esas categorías definen una
tensión interna muy visible de la actual civilización. Ahora bien, si se mantiene que
cualquier conflicto ecológico-social puede ser descrito únicamente en base a la
dialéctica entre ecologismo y productivismo, se tropieza de inmediato con dificultades,
pues el nivel de abstracción es demasiado alto. Para introducir un poco más de
complejidad y de concreción hay que examinar la conexión entre la distribución de los
recursos naturales (o de los costes ambientales) y otras dimensiones de la estructura
social.

Algunas de las propuestas existentes mantienen que los procesos de estructuración y los
fenómenos de conflicto con un componente medioambiental se añaden a los que tienen
lugar en torno al control de los procesos de producción y a la distribución del producto,
haciéndolo en general como un elemento subordinado o complementario de estos
últimos. Es decir, entienden que la producción económica es el factor fundamental a la
hora de explicar tanto la estructura como el conflicto social y que la dimensión social de
las cuestiones ecológicas puede ser comprendida desde esa perspectiva. Podemos
referirnos a los planteamientos de este tipo con la expresión 'economía política del
medio ambiente' o, en su versión normativa más frecuente, 'ecosocialismo' (Schnaiberg
1980; Antunes et al. 1990; O'Connor 1998; Wallerstein 1998; Mellor 1992; Pepper
1993; Foster 2000; Boyce 2002; Kovel 2002).

Se ha señalado en este sentido, por ejemplo, que la relación entre sociedad y medio
ambiente es conflictiva (y que ese conflicto tiende a intensificarse en el tiempo) debido
a la condición inherentemente expansiva de la producción en la sociedad industrial
capitalista. Reinterpretada bajo este prisma, la "ecuación" del impacto ambiental, según
la cual este último depende de la población, el consumo y la tecnología, puede leerse
como sigue: Degradación ambiental = Número de empresas x Fuerza de trabajo
promedio x Capital por cada trabajador x Producción por unidad de capital x
Extracciones y emisiones por unidad de producto en promedio (Schnaiberg 1980:231).
La degradación, entonces, tiende a aumentar porque todos los factores que la causan se
ven empujados hacia valores más altos por la "rueda de molino", "cadena sin fin" o,
simplemente, "rueda" de la producción (treadmill, según la metáfora empleada por el
sociólogo Allan Schnaiberg (ver capítulo 2)). En la obra de este autor, la expresión
mencionada es una forma indirecta de referirse al proceso de acumulación del capital en
condiciones monopolistas, una forma de dar cuenta, en primer lugar, de por qué la
producción se expande; en segundo lugar, de por qué aumenta la parte que en la misma
corresponde a las grandes compañías y, finalmente, de por qué la producción se hace
cada vez más intensiva en capital (Schnaiberg 1980:227). Este punto de vista se inspira
muy directamente en algunas teorizaciones acerca de la acumulación del excedente
(Baran y Sweezy 1968:47-66) y en el análisis institucional de las corporaciones
(Galbraith 1974). La conexión entre la teoría del capital monopolista y la crisis
ecológica se establece, entonces, a través de la hipótesis de que el aumento en la
velocidad de la rueda implica crecientes extracciones y emisiones medioambientales
(Schnaiberg 1980:230). El Cuadro 6.1 resume de una forma más detallada la
formulación de la mencionada hipótesis sobre la conexión entre expansión económica y
deterioro ambiental, insistiendo en las razones que hacen que dicha conexión resulte
característicamente conflictiva.

Cuadro 6.1. Lógica industrial y medio ambiente, según Schnaiberg y Gould

" 1. Las organizaciones existen mientras obtienen suficientes beneficios (o, por lo menos,
parecen obtener suficientes beneficios).
" 2. El beneficio se genera asignando ingresos de la organización a la inversión tecnológica
y al trabajo en diferentes grados, dependiendo de las condiciones de la oferta, la
competencia y los mercados financieros.
" 3. Cada decisión de asignación tiene implicaciones directas e indirectas sobre los niveles
de extracciones de los ecosistemas y adiciones a los mismos, para la organización y para
cada unidad producida.
" 4. A causa de los condicionantes del mundo social, esas implicaciones ecológicas son
habitualmente secundarias para los gerentes, confinados por sus decisiones sobre costes y
beneficios.
" 5. En consecuencia, sólo la acción de fuerzas sociales, económicas y políticas externas a la
organización es capaz de atraer la atención de esos gerentes hacia los impactos
medioambientales.
" 6. Los gerentes tienen, pues, un interés primario en ofrecer resistencia al ascenso de esas
fuerzas externas y en usar su influencia (económica, política y social) para ejercer esa
resistencia."

Fuente: Schnaiberg y Gould 2000:46.

La práctica histórica de externalización de los costes ambientales -en la que,


típicamente, las regulaciones impuestas a la extracción de recursos y a la emisión de
contaminantes han sido escasas- se explica entonces por el carácter socialmente
dominante de la dinámica resumida en el Cuadro 6.1. A medida que los efectos de la
externalización se han vuelto imposibles de ignorar, las administraciones han
introducido regulaciones y controles que implican internalizar parte de esos costes
(recayendo sobre las cuentas empresariales o sobre el presupuesto público). Los
procesos de respuesta y adaptación a las regulaciones ambientales, efectivas o
potenciales, dan lugar a una parte significativa de los costes empresariales, aunque la
magnitud de esa parte sea difícil de precisar porque las empresas tienden a exagerarla y
los ecologistas a minimizarla. Los costes tienen dos componentes: los que se derivan de
cumplir con los requisitos legales (o por lo menos de aparentarlo) y los que se
desprenden de oponerse en el plano político a la ampliación de tales requisitos. Desde la
perspectiva de la rueda de la producción, es comprensible que las organizaciones
empresariales, los grupos de inversores o sus agentes políticos traten de encontrar
caminos para reducir los costes de las normativas medioambientales (Schnaiberg y
Gould 2000:58), ya sea bloqueando la aprobación de las mismas o, si ello no es posible,
limitando el grado y el rigor de su cumplimiento (Hawkins 1984). Esta pauta de
resistencia se ve reforzada por la tendencia a la deslocalización de la propiedad, es
decir, a la desvinculación entre los principales accionistas y el lugar concreto donde se
sitúa una factoría y las condiciones de vida de las personas que allí residen.

La intensificación y la persistencia del conflicto entre la sociedad y el medio ambiente


se explican por la generalización y profundización de las causas del mismo: la
acumulación de capital requiere el uso de recursos naturales para expandir la
producción y los beneficios, la asalarización hace a los trabajadores más dependientes
del crecimiento para incrementar el salario y las oportunidades de empleo, el desarrollo
tecnológico eleva la productividad del trabajo reemplazándolo por energía y capital
físico, los gobiernos empujan en la misma dirección para asegurar la "riqueza nacional"
y la "seguridad social"... Incluso muchas de las inversiones hechas por los gobiernos en
"protección del medio ambiente" responden a la misma lógica. Todo ello aumenta la
extracción de recursos y la emisión de residuos e intensifica la desorganización
ecológica ante la que, al final, la sociedad se vuelve más y más vulnerable (Schnaiberg
y Gould 2000:68-89). Aunque el compromiso con el aumento de la presión ambiental
difiere según las partes implicadas, siendo más activo y agresivo en el caso de los
inversores y más pasivo y defensivo en el de los trabajadores, el resultado apunta en
ambos casos en la misma dirección (Granovetter 1979). Lo mismo ocurre con las
principales instituciones. En el sistema educativo se han difundido tanto la educación
ambiental en las escuelas como la investigación en ciencias ambientales en las
universidades; sin embargo, tanto la orientación profesional en los planes de estudio
como el grueso del esfuerzo investigador van en el sentido de potenciar el crecimiento
(Schnaiberg 1977). La familia es el ámbito en que se recibe la publicidad televisiva y en
que se potencian las expectativas y modelos de vida competititvo-consumistas. Etc., etc.
Una vez que se ha conocido el calamitoso balance ecológico del sistema soviético
(Feshbach y Friendly 1991; Medvedev 1991; Medvédev 1992) se ha hecho más
frecuente atribuir las tendencias comentadas a la sociedad industrial en general, no sólo
a la sociedad capitalista.

El problema central para la economía política del medio ambiente es conectar el


conflicto relativo a la distribución del excedente con el que se deriva de la presión
creciente que la expansión de éste último ejerce sobre los sistemas naturales. A menudo,
los representantes de este punto de vista tienden a reprochar a los ecologistas la poca
atención dedicada a este asunto:

"... los movimientos ecologistas son necesariamente movimientos


distributivos, que influyen en la asignación de recursos naturales cada vez
más escasos entre unos usuarios y otros. Al no plantear nuevos criterios
respecto a dicha asignación, los movimientos ecologistas se han convertido
a menudo en movimientos de redistribución negativa, alineándose con los
intereses del capital a gran escala y de las burocracias estatales contra los
intereses de los trabajadores organizados o no organizados, los pobres y las
minorías" (Schnaiberg y Gould 2000:159).

En síntesis, el argumento viene a decir que el movimiento ecologista, al ocuparse de los


cambios en el medio ambiente y no de la distribución de los costes y beneficios de los
cambios económicos necesarios para introducir medidas de protección medioambiental,
se sitúa en discordancia con los requerimientos de una redistribución positiva de los
recursos económicos, sin la cual no puede conseguir el apoyo social necesario para
alcanzar los objetivos ecológicos (Schnaiberg 1975; 1983; Bryant y Mohai 1992). De
esta manera, la interpretación que vengo comentando subordina las cuestiones
medioambientales a las correspondientes a la distribución del producto económico,
tendiendo a explicar las primeras por éstas últimas, como puede verse en la clasificación
de diferentes movimientos sociales relacionados con el medio ambiente reproducida en
el Cuadro 6.2.

Cuadro 6.2. Tipos de movimientos relacionados con el medio ambiente: objetivos,


supuestos y estrategias, según Schnaiberg y Gould
Estructuralista o radical - movilizar para derrotar a las élites económicas y a la rueda de la producción
- supuesto clave: la mayoría de los ciudadanos se beneficia
- acción colectiva en oposición a la rueda de la producción

Escapista o ecologista - transformar la sociedad a través de la tecnología apropiada y la sencillez


profundo voluntaria
- supuesto clave: todo el mundo se beneficia
- acciones individuales y de grupos pequeños en oposición a la rueda de la
producción

Reformista - modificar la producción para reducir sustancialmente los problemas


medioambientales
- supuesto clave: ciudadanos e inversores tienen los mismos intereses, tanto en
producir como en proteger el medio ambiente
- acción cooperativa con las élites de la rueda de la producción

Meliorativo - comprar productos "verdes" y otras acciones de consumo


- supuesto clave: el consumo determina la producción
- acciones individuales dentro de la rueda de la producción

Cosmético - reciclar los desperdicios


- supuesto clave: el gobierno se ocupará de los problemas
- acción individual sólo bajo la dirección de las élites de la rueda de la producción

Igualdad social - el problema es la supervivencia económica, no la protección medioambiental


- supuesto clave: las personas más pobres necesitan satisfacer sus necesidades
básicas
- apoyo a la rueda de la producción sólo en tanto que haya más empleos e ingresos
para los desfavorecidos

Anti-ecológico - el problema no es el medio ambiente, sino el alarmismo de los ecologistas


- supuesto clave: el mercado internalizará automáticamente cualquier problema a
corto plazo
- ninguna acción de protección del medio ambiente; acción individual y/o
colectiva en apoyo a la rueda de la producción
Fuente: Schnaiberg y Gould 2000:158.

En coherencia con la visión arriba resumida, los exponentes de la misma suelen


mantener que el movimiento ecologista ha fracasado hasta el momento en su intento de
refrenar las tendencias expansivas de la economía porque ha sido incapaz de ligar sus
propuestas ambientales con las necesidades económicas de los trabajadores, las
minorías y los pobres (Bullard 1993). Suelen sostener, así mismo, que los
comportamientos individuales -incluso los menos superficiales (la opción por perfiles y
carreras profesionales menos competitivos a fin de ganar tiempo libre, ocio genuino y
calma vital (Saltzman 1991), la prudencia en la toma de créditos que obligan a una
mayor aceleración para hacer frente a los costes futuros, los sistemas de dinero local
(Greco 2001), el cambio a formas de consumo más basadas en la calidad, la durabilidad
y la ecoeficiencia y menos centradas en la cantidad...)- están condenados a ser
minoritarios y, en definitiva, irrelevantes, si no se conectan a los conflictos básicos de la
sociedad industrial, pues sólo en el marco de los mismos podrían llegar a moderarse las
tendencias de expansión: "un conflicto eterno es el precio que habremos de pagar por un
desarrollo ecológicamente sostenible" (Schnaiberg y Gould 2000:70). El ecosocialismo
postula, así, un proceso político muy diferente al de la modernización ecológica, un
proceso saturado de conflictos prolongados, de vigilancia permanente, movilización
continua, negociaciones penosas y lucha sostenida con las instituciones dominantes en
la política y la economía y sus representantes (Schnaiberg y Gould 2000:161). Una
parte de ese proceso provendría del Sur, partiendo de la constatación de que los intentos
de imitar el modelo de las sociedades industriales se enfrentan a dificultades
insuperables (Redclift 1989; Bunker 1985; Toledo 1985; Seabrook 1993; Sevilla-
Guzmán y Woodgate 1997). Es sintomática, en este contexto, la expresión de lo que
podría llamarse el "entusiasmo post-Seattle", que ve en el movimiento anti-
globalización un lugar de encuentro entre el ecologismo, el movimiento obrero y los
movimientos populares del Tercer Mundo:

"Al comienzo del nuevo milenio, intentamos ampliar nuestro análisis sobre
el conflicto persistente entre la rueda de producción transnacional y el
mundo natural. Mantenemos nuestro llamamiento a una resistencia política
organizada y prolongada contra la rueda. Nuestra esperanza radica en la
emergencia de nuevas coaliciones entre el movimiento obrero organizado
que busca asegurar un salario digno y condiciones de trabajo seguras y los
ecologistas que tratan de asegurar un futuro medioambientalmente
sostenible manteniendo intactos los ecosistemas. También vemos motivo
para la esperanza en la inclusión en esas nuevas coaliciones de grupos de
derechos humanos que dedican cada vez más atención a las condiciones de
trabajo abusivas y a los impactos sociales de la destrucción ecológica. Todo
eso se construye en parte gracias al trabajo del movimiento de justicia
ambiental que ha fundido con éxito los derechos civiles y los objetivos
ambientales, y del movimiento de los pueblos indígenas que ha identificado
la supervivencia cultural con la integridad ecológica. Vemos entonces la
posibilidad de una confluencia de los movimientos obrero, ecologista, de
derechos civiles, de derechos humanos y de los pueblos indígenas en una
coalición de amplia base para la reforma de la rueda, basada en la unión de
las políticas de la identidad, el lugar y la producción. Y vemos el liderazgo
de las mujeres de clase trabajadora en esos movimientos como una fuerza
impulsora en la formación de esa coalición. Los noventa se han cerrado con
la mayor acción de protesta ocurrida en Estados Unidos desde hace décadas,
dirigida a imponer nuevos límites a la rueda transnacional de la producción.
Para nosotros, eso indica que el futuro es impugnado y que el conflicto
continuará a lo largo del siglo XXI" (Schnaiberg y Gould 2000:viii).

La teorización que he resumido en los párrafos anteriores mantiene que las sociedades
contemporáneas se estructuran según las líneas de distribución del excedente económico
y que las cuestiones ambientales adquieren sentido en la medida que se conectan con los
conflictos planteados en torno a dicha distribución.

Comentaré a continuación otra variante de la economía política del medio ambiente,


para la cual los conflictos ambientales se añaden a los relativos a las relaciones de
producción, en lugar de simplemente derivarse de los mismos. Este otro punto de vista
mantiene que la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, que
-de acuerdo con la teoría marxista clásica- lleva a crisis de sobreproducción, se ve
acompañada por otra, establecida entre las fuerzas y relaciones de producción
capitalistas y las condiciones de producción, que da lugar a crisis de infraproducción de
capital (O'Connor 1988; 1998):

"... el punto de partida de una teoría «ecológico-marxista» de las crisis


económicas y de la transición al socialismo es la contradicción entre las
relaciones de producción (y fuerzas productivas) capitalistas y las
condiciones de la producción capitalista o «relaciones y fuerzas capitalistas
de reproducción social»" (O'Connor 1988:16).

La relación entre sociedad y naturaleza se establece, para este punto de vista, a partir de
la noción de 'condiciones de la producción' y se establece como una relación conflictiva
debido al coste creciente de la aportación de las condiciones naturales de la producción.
Hay tres categorías o tipos de condiciones de la producción (O'Connor 1991:1): las
condiciones físicas externas o condiciones naturales, la fuerza de trabajo y las
condiciones comunitarias. Las primeras remiten hoy al estado de los ecosistemas, las
segundas a la educación y la atención a la salud y las terceras a infraestructuras,
sistemas de comunicación, etc. Así, el Estado, la familia y el medio ambiente natural
son el ámbito de conflictos en torno al suministro de esas condiciones, el ámbito en el
que tiene lugar el proceso material de reproducción de las mismas (por ejemplo, la
división del trabajo dentro de la familia, las normas de uso del suelo, la educación, etc.),
un ámbito externo a las relaciones de producción. Los actores colectivos que operan en
ese espacio de la reproducción social (movimientos ecologista, feminista, de salud
pública, etc.) actúan directamente en una esfera sociopolítica, en relación con el Estado,
constituyéndose en "barreras sociales" a la expansión del capital. El suministro de las
condiciones de producción está politizado porque el Estado es normalmente el
intermediario en la provisión de las mismas. Y es conflictivo porque el capitalismo crea
sus propios límites o barreras, socavando los fundamentos de ese suministro y dando
lugar, así, a que los costes de su reproducción sean crecientes:

"Los ejemplos incluyen el gasto sanitario requerido por el trabajo y las


relaciones familiares capitalistas; el coste de las drogas y la rehabilitación de
drogadictos; las grandes sumas consumidas como resultado del deterioro del
ambiente social (por ejemplo, en policía o en divorcios); las enormes
cantidades gastadas en prevenir una mayor degradación del medio ambiente
natural y en limpiar o reparar la herencia de destrucción ecológica del
pasado; el dinero invertido para inventar, desarrollar y producir sustitutos
sintéticos y «naturales» como medios y objetos de producción y consumo;
las enormes cantidades requeridas para pagar a los jeques del petróleo y las
empresas productoras de energía (...); el presupuesto de gestión de residuos;
los costes extra de la congestión del espacio urbano; los costes que recaen
sobre los gobiernos, los campesinos y los trabajadores del Tercer Mundo
como resultado de las crisis gemelas de la ecología y el desarrollo. Y así
sucesivamente" (O'Connor 1988:26).

El coste creciente del suministro de las condiciones de producción tiene un doble efecto.
Por una parte, actúa como un freno a la acumulación de capital o, si se descarga sobre
los presupuestos públicos, como un acelerador de la crisis fiscal del Estado (O'Connor
1981). Por otra parte, amplifica el conflicto que se deriva del hecho de que la provisión
de las condiciones de producción sea social mientras que la producción misma es
privada. Ambos efectos actúan como un límite interno, socioeconómico, a la
acumulación. No hay, sin embargo, en la doctrina que comento, un lugar para la
percepción de límites naturales. De hecho, se describe la escasez ecológica como una
deformación ideológica:

"La primera y más obvia consecuencia de la segunda contradicción es que el


capital camina hacia «límites» -a menudo de su propia creación: límites de
espacio, de fuerza de trabajo socializada y disciplinada, de suelos buenos,
agua limpia, etc. La versión burguesa de esa tesis es el argumento del Club
de Roma y de una legión de imitadores acerca de los «límites al
crecimiento». La versión marxista es que el capital no se enfrenta nunca a
límites absolutos. Lo que ocurre, más bien, es que las escaseces -de
materiales, espacio u otras- y los déficits de flexibilidad se expresan bajo la
forma de crisis económicas" (O'Connor 1991:6).

De esta manera, el ecosocialismo mantiene su vinculación con la interpretación de la


estructura y el conflicto social que es propia del materialismo histórico al precio de
vaciar de significado sustantivo al prefijo 'eco'. Ofrece una explicación de por qué las
fuerzas que empujan a la sobreexplotación de la naturaleza son poderosas y persistentes,
pero no permite entender la existencia de movimientos ecologistas. Por decirlo con el
lenguaje de Schnaiberg: la tesis de que la causa fundamental de la acción social es el
conflicto por la distribución del producto económico explica la adhesión a la rueda de la
producción, pues ésta mejora en principio las oportunidades al alcance de todas las
partes al hacer que "el pastel sea más grande", pero no explica que alguien se oponga a
la misma. El ecologismo aparece pues como una "anomalía cultural", de la que la teoría
no puede dar cuenta. Y, como se ha señalado (Elster 1985:390-397), esta clase de
anomalías es muy abundante: hay una gran cantidad de conflictos sociales -nacionales,
étnicos, relativos a la atribución de papeles de género, ecológicos, etc.- que no parece
que puedan ser reducidos a manifestaciones del conflicto de clases.

En los últimos años, algunos autores han visto en el movimiento de justicia ambiental
una forma de eludir la objeción apuntada en el párrafo precedente. Este movimiento
surgió en Estados Unidos como respuesta a la existencia de un sesgo muy marcado de
clase y raza en cuanto a la ubicación de industrias peligrosas e instalaciones
contaminantes (Bullard 1993; 1994; Hofrichter 1993; Dorsey 1997; Szasz y Meuser
1997; Faber 1998; Foreman 1998; Roberts y Toffolon-Weiss 2001). Ese sesgo puede
interpretarse como el resultado de una correspondencia entre la estructura de clases y la
distribución social de las externalidades ambientales negativas: ocupar una posición
subalterna en la estructura de distribución del producto económico incrementa también
las probabilidades de ser una víctima ecológica. Esta correspondencia hace coincidir en
la práctica las motivaciones sociales y las ambientales, dando origen a un ecologismo en
el cual la presencia de personas pertenecientes a clases trabajadoras y minorías étnicas
es relativamente muy superior a la que había existido en las organizaciones
ambientalistas tradicionales, muy dominadas por anglosajones de clase media. Y dando
lugar, así mismo, a un cambio significativo en los objetivos y los programas, que pasan
a centrarse mucho más en la defensa de la salud y en la mejora de las condiciones
ambientales en los lugares de residencia y trabajo y menos en la conservación de
espacios naturales y en la protección de la vida silvestre.

El movimiento de justicia ambiental implica, por otra parte, volver la mirada hacia la
distribución de los costes ambientales. Una perspectiva que puede ser examinada en sí
misma, no sólo en lo que respecta a su coincidencia con la distribución socioeconómica.
Dando lugar, entonces, a un punto de vista específico sobre la relación entre medio
ambiente y estructura social, del que me ocuparé a continuación.

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