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Rasputín
Emecé Editores
I
Pokrovskoi
5
El 30 de julio de 1904.
renunciado a curarla. Rasputín, al verla, descubre de entrada
las raíces de su melancolía. Le habla largamente,
paternalmente, y, como ella desfallece al solo sonido de su
voz, termina por decidir que no podrá desembarazarla de sus
tristezas y sus angustias crónicas más que poseyéndola no
sólo moralmente sino también físicamente. El remedio resulta
de maravillas. La experiencia ha enseñado a Rasputín que, en
la gimnasia del acoplamiento, no hay diferencia entre una
campesina y una mujer de mundo. Ya sea que dispongan de
un lecho con sábanas bordadas o de un jergón recubierto con
una tela ordinaria, el secreto de su goce es el mismo. Basta
con contentarlas en su carne para saciar, al mismo tiempo, su
sed de absoluto.
Convertida en amante del staretz, Olga Lokhtina demuestra
su gratitud dándole lecciones de lectura, escritura y modales.
Luego lo presenta a sus amigas como sanador y profeta. Lo
recomienda a la condesa Kleinmichel, que a su vez lo
introduce en el muy cerrado y muy reaccionario salón de la
condesa Ignatiev. Ésta, cuyo marido ha sido ministro bajo
Alejandro III, se entrega apasionadamente al ocultismo. En su
casa se invita a médiums, se hace mover las mesas, se invoca
a los espíritus que flotan en el más allá. Rasputín brilla en
medio de esa asistencia exaltada, en su mayoría femenina.
Comparte con las damas del mejor mundo la adoración por el
zar Nicolás II, padre bendito de la nación, y la idea de un
intercambio de buenos procedimientos entre los huéspedes del
Cielo y los de la Tierra. Lo escuchan, lo devoran con los ojos,
lo respiran. Hasta los hombres están subyugados. Los que
frecuentan la casa de la condesa Ignatiev ven en él a un
educador sagrado para el que la Biblia ya no es un pretexto
para plegarias abstractas sino un libro de carne y de sangre,
un libro accesible a los pecadores, un libro de consuelo hasta
en la falta. En primera fila entre esos oyentes extasiados se
encuentran las dos grandes duquesas montenegrinas Militza y
Anastasia. Hijas del Rey de Montenegro, se han casado
respectivamente con el gran duque Pedro Nicolaievitch, tío
abuelo de Nicolás II, y el príncipe Romanovski, duque de
Leuchtenberg.6 Una y otra organizan sesiones de espiritismo en
sus palacios. Invitan a Rasputín a sus tentativas de
conversación con los muertos. Sin participar en esa
interrogación a los espíritus efectistas, se muestra abierto a
todas las formas dé misterio, deslumhra a las jóvenes por su
familiaridad con las Santas Escrituras y, más aún, por su
talento para leer el carácter y el porvenir de una persona sólo
6
Anastasia se casará más tarde con el gran duque Nicolás Nicolaievich.
con mirarla hondamente a los ojos. Ahora bien, Militza y
Anastasia están muy cerca de la emperatriz Alejandra
Fedorovna, a quien alientan en sus ensueños religiosos.
El 1º de noviembre de 1905, Militza recibe, en su residencia
de Znamenka, al Emperador y la Emperatriz. Con la
impetuosidad audaz de una catecúmena, les presenta a su
famoso protegido. Puesto en presencia de los soberanos,
Rasputín no se sorprende ni se turba. Piensa que todo se
desarrolla según la voluntad divina. Cada uno tiene su papel
en la Tierra. Nicolás es zar, Gregorio es staretz. Ambos se
necesitan mutuamente. Siempre con su caftán y sus botas de
mujik, Rasputín tiene conciencia de ser, ante el Emperador,
una encarnación de la Rusia viviente. Sin dudar, lo tutea y lo
llama batiuchka, "padrecito"; y tutea también a Alejandra
Fedorovna. Ella se estremece ante tanta impertinencia y
simplicidad. Con complacencia, él habla a Sus Majestades de
Siberia, de la existencia oscura en las aldeas, de la miseria y
la infinita paciencia de la gente humilde, en fin, de la
presencia de Dios en los menores acontecimientos del día.
Nicolás II está encantado con ese intermedio místico-popular.
Esa misma noche anota en su diario íntimo: "Conocí a un
hombre de Dios, Gregorio, de la gobernación de Tobolsk".
III
Misticismo y autocracia
23
Citado por Aron Simanovich, Raspoutin; retomado por Yves Tournon, ob.
cit.
Pocos meses antes, cuando volvía de la misa de Pascua con
sus dos hijas y la familia imperial, Rasputín tuvo un vértigo y
se desplomó, dando un grito sordo, en los almohadones de la
calesa que lo transportaba. El coche se detuvo ante una
iglesia. Repuesto de su malestar, el staretz dijo a Maria y a
Varvara, que, enloquecidas, lo acosaban a preguntas: "No se
asusten, palomas mías. Simplemente acabo de tener una
horrible visión: mi cadáver yacía en esta capilla y, durante un
minuto, sentí físicamente mi agonía... ¡Qué agonía...! Recen por
mí, amigas mías, mi hora se acerca".
A pesar de esos presentimientos repetidos, no piensa en
abandonar Petrogrado por su apacible aldea de Pokrovskoi.
Aun si tuviera la posibilidad de escapar al fin trágico que lo
asecha, se negaría a hacerlo. Le parece que la fecha de la
muerte está inscrita en el calendario de Dios desde el
nacimiento. Con una vanidad lúgubre piensa que, así como
Cristo supo, mucho antes del suplicio, que sería crucificado,
debe ser muerto a la hora señalada, por las manos elegidas,
para que su nombre resplandezca para siempre jamás por
encima de la estepa rusa. Puesto que su asesinato es tan
necesario como las otras peripecias de su existencia, debe
continuar gozando de la vida antes de comparecer ante el
Señor que ha previsto todo, querido todo, ordenado todo y
perdonado todo.
XI
La estocada
30
Príncipe Félix Yusupov, Mémoires. Ahuyentado por la revolución
bolchevique, Félix Yusupov pudo huir de Rusia en 1919. A continuación
estuvo un poco en todas partes en Europa y en los Estados Unidos, pero
sobre todo en Francia, donde vivió sus últimos años. En el exilio publicó
sus recuerdos y murió, en 1967. Su esposa, la princesa Irina, lo siguió a la
tumba tres años después.
XIII
Efectos postumos