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No se puede culpar a los creacionistas del siglo XIX por insistir en que los humanos

fueron creados por Dios separadamente de los animales. Después de todo, entre
nosotros y las otras especies animales existe la infranqueable brecha del lenguaje,
del arte, de la religión, de la escritura y de las máquinas complejas. No hay que
maravillarse, pues, de que a mucha gente la teoría de Darwin según la cual hemos
evolucionado desde los grandes monos, les pareciera absurda.

Por supuesto, desde los tiempos de Darwin hasta ahora han sido descubiertos los
huesos fosilizado s de centenares de criaturas intermedias entre los monos y el
hombre: ahora ya no es posible, para una persona razonable, negar que lo que en
un tiempo parecía absurdo es lo que realmente pasó, de una manera o de otra. En
realidad, el descubrimiento de muchos "eslabones perdidos" no ha terminado de
resolver el problema, sólo lo ha hecho mucho más fascinante. La pregunta es:
¿Cuándo y cómo adquirimos aquellas características exclusivamente humanas de
las que hablábamos en el primer párrafo?

Sabemos que nuestra estirpe surgió en Africa, separándose del linaje de los gorilas
y chimpancés en algún momento situado entre hace 6 y 10 millones de años.
Durante la mayor parte de este tiempo no fuimos más que un glorioso puñado de
monos.

Hace tan sólo 35.000 años la Europa Occidental estaba aún poblada de
Neanderthal, seres primitivos para quienes el arte y el progreso prácticamente no
existía. Y entonces se dio un violento cambio. En Europa apareció gente
anatómicamente similar a la gente moderna, y junto con ellos apareció la escultura,
los instrumentos musicales, las lámparas, el comercio y la innovación. En pocos
miles de años más, ya no quedaban Neanderthal. Si es que realmente existió un
momento preciso en el cual podamos decir que nos hicimos humanos, ese
momento fue el de este Gran Salto Adelante, hace 35.000 años.

A partir de entonces solamente necesitamos tres docenas de milenios -una fracción


de tiempo trivial en una historia de 6 a 10 millones de años- para domesticar a los
animales, desarrollar la metalurgia y la agricultura, inventar la escritura. Sólo un
paso más nos separaba de aquellos monumentos de la civilización que nos
distinguen de todos los demás animales, monumentos como La Gioconda y la
Novena Sinfonía, la Torre Eiffel y el Sputnik, los hornos de Dachau y el bombardeo
de Dresde.
¿Qué fue lo que ocurrió en ese mágico instante de la Evolución? ¿Qué fue lo que
hizo posible el Gran Salto Adelante, y por qué fue tan brusco? ¿Qué fue lo que les
pasó en ese momento a los Neanderthal, y qué fue de
ellos a partir de entonces? ¿Llegaron a conocerse los Neanderthal y los hombres
modernos? Y si fue así, ¿cómo se comportaron los unos con los otros? Nosotros
compartimos, ahora mismo, un 98 % de nuestros genes con los chimpancés.
¿Cuáles son, dentro del 2 % restante, esos genes tan importantes que tuvieron tan
tremendas consecuencias?
Entender el Gran Salto Adelante no es sencillo; tampoco lo es escribir sobre ello.
Las pruebas más inmediatas provienen de detalles técnicos en los huesos que se
han preservado o en los instrumentos de piedra. Los informes de los antropólogos
están llenos de expresiones horrorosas como "torus occipital transverso", "arco
cigomático recesivo" y "cuchillos con mangos chatelperronianos". Lo que nosotros
realmente queremos entender -la forma de vida de nuestros diversos antepasados
y su forma de ser humanos- no se ha preservado directamente, sino que sólo
puede interpretarse a partir de aquellos detalles técnicos. Muchas de esas huellas
se han perdido, y los antropólogos con frecuencia están en desacuerdo acerca del
significado de las que se han conservado hasta nuestros tiempos.
Para situarnos rápidamente en escena, recordemos que la vida se originó en la
Tierra hace miles de millones de años, que los dinosaurios se extinguieron hace 65
millones, y que hace entre 6 y 10 millones de años nuestros antepasados y los
antepasados de los chimpancés y gorilas tomaron caminos diferentes. Todos ellos
siguieron viviendo en África durante millones de años.

En un principio, nuestros antepasados hubieran podido ser clasificados meramente


como una más entre las especies de grandes monos, pero una secuencia de tres
cambios los lanzó en la dirección de los humanos modernos.

A.- El primero de estos cambios ocurrió hace alrededor de 4 millones de años: la


estructura de los fósiles de huesos largos de las extremidades demuestra que, a
diferencia de los gorilas y chimpancés, aquellos seres camonaban habitualmente
erguidos en dos patas. Esa posición erecta liberó sus brazos y les permitió usarlos
para hacer otras cosas, de las cuales la construcción de herramientas demostró la
larga ser la más importante.

B.- El segundo de esos grandes cambios ocurrió hace alrededor de 3 millones de


años, cuando nuestros antepasados se dividieron en dos ramas.

• En una rama estaba un hombre-mono con un sólido cráneo y unas muelas


muy grandes, que probablemente se alimentaba exclusivamente con comida
de origen vegetal: se lo conoce como Australopithecus robustus, es decir
"el robusto gran mono del Sur".
• En la otra rama estaba un hombre-mono con un cráneo un poco más
delicadamente construido y con dientes más pequeños, que muy
probablemente tenía una dieta omnívora: era el Australopithecus
africanus (el gran mono sureño de Africa").

Es posible que nuestro linaje haya sufrido una división así de radical al menos una
vez más, en la época del Gran Salto Adelante. Pero no nos adelantemos.

Hay bastante desacuerdo entre los científicos acerca de qué ocurrió en el siguiente
millón de años, pero la hipótesis que yo encuentro más convincente es la de que el
A. africanus evolucionó hacia un ser con mayor tamaño cerebral, al que ahora
llamamos Homo habilis, que en latín quiere decir "el hombre habilidoso". Para
complicar más las cosas, entre los huesos fósiles generalmente atribuidos al H.
habilis hay a veces tantas diferencias, sobre todo en cuanto a tamaño del cráneo y
de los dientes, que posiblemente haya habido otra bifurcación histórica en nuestro
linaje, que llevó por un lado al H. habilis propiamente dicho y por el otro a un
misterioso "Tercer Hombre". Así, pues, hace aproximadamente 2 millones de años
había al menos dos y quizás tres especies protohumanas distintas.

C.- Pero habíamos dicho que eran tres los grandes cambios que empezaron a hacer
a nuestros antepasados más humanos y menos monos: el tercero de esos cambios
fue el inicio del uso habitual de herramientas de piedra.
Hace alrededor de 2,5 millones de años empezaron a aparecer grandes cantidades
de toscas herramientas de
piedra en diversas áreas de Africa Oriental ocupadas por protohumanos.
Ahora bien, puesto que existían dos o tres especies de protohumanos ¿cuál de ellas
fue la que construyó esos instrumentos? Muy probablemente la o las de cráneo más
liviano, puesto que ambos -los cráneos menos bastos y las herramientas-
persistieron y evolucionaron.
(Existe, sin embargo, la inquietante posibilidad de que al menos algunos de
nuestros robustos parientes también supieran fabricar herramientas, tal como
sugiere el análisis anatómico de huesos de la mano encontrados en la cueva
Swartkrans, en Sudáfrica.)
La evolución de los cráneos sigue de cerca la evolución del hombre y de sus antepasados. De izquierda a
derecha: Australopithecus; Homo habilis, Homo sapiens (Neanderthal) y Homo sapiens (CroMagnon). Sin
embargo, la capacidad craneana y el desarrollo cerebral no bastaron para explicar "el gran salto". El
surgimiento del Cro-Magnon parece haberse debido a una mutación que sólo afectó su capacidad de hablar.

Puesto que sólo una especie humana ha sobrevivido hasta hoy, siendo que había
dos o tres hace unos pocos millones de años, eso significa que una o dos especies
debieron extinguirse. ¿Cuál fue la especie que logró sobrevivir y convertirse en
nuestra antecesora, cuálew desaparecieron, y cuándo ocurrió la catástrofe.

El ganador fue aquel hombre-mono de cráneo comparativamente delicado y ligero,


el Homo habilis, quien siguió adelante aumentando tanto el tamaño de su cerebro
como el de su cuerpo.

El homo habilis había ganado, quizá incosncientemente la carrera de la evolución.


Pero hace alrededor de 1,7 millones de años las diferencias acumuladas ya eran tan
grandes que a los nuevos ejemplares los antropólogos los consideraron como una
nueva especie, a la que llamaron Homo erectus, es decir "el hombre que camina
erguido". Esta denominación es un tan to equívoca, porque hace pensar que justo
entonces el hombre se irguió sobre sus piernas;lo que pasa es que los fósiles de H.
erectus fueron descubiertos antes que todos los demás, y los antropólogos no
podían saber que el erectus no era el primer protohumano erguido. En cuanto a
nuestro primo el A. robustus, se extinguió por completo hace 1,2 millones de años,
y el misterioso Tercer Hombre -si es que existió- debe haber desaparecido más o
menos por la misma época.
En cuanto a la pregunta de por qué H. erectus sobrevivió y en cambio A.
robustus no, sólo podemos arriesgar especulaciones, no lo sabemos con entera
certeza. Una posibilidad es que entre ellos no había competencia posible: H.
erectus comía tanto carne como vegetales, y su cerebro más grande le permitía
poner más ingenio en la búsqueda de esa comida vegetal de la cual el A. robustus
dependía por completo. También es posible que, además de dejarlo sin comida, el
erectus ayudara al robustus a rodar hacia la extinción por el sencillo expediente de
matarlo para comérselo.
Esta enorme conmoción dejó al erectus como el único actor protohumano en el
gran teatro africano, un escenario en el cual nuestros parientes vivientes más
cercanos (gorilas y chimpancés) aún siguen confinados. Pero hace alrededor de un
millón de años el H. erectus comenzó a expandir sus horizontes: sus huesos y sus
herramientas de piedra muestran que llegó a Cercano Oriente, luego a Lejano
Oriente (donde está representado por los famosos fósiles conocidos como hombre
de Pekín y hombre de Java), en algún momento a Europa. Siguió evolucionando en
nuestra dirección: su cerebro era cada vez más grande y su cráneo cada vez más
redondeado.
Hace alrededor de 500.000 años esos seres ya eran tan parecidos a nosotros y tan
diferentes de los anteriores erectus, que los antropólogos comienzan a
considerarlos una especie diferente... La nuestra. Les llaman Homo sapiens "<el
hombre sabio"), si bien todavía tenían algunas diferencias anatómicas con nosotros,
como los cráneos más gruesos y los arcos superciliares (esos rebordes óseos que se
palpan por debajo de las cejas) mucho más prominentes que hoy día.
¿Fue nuestro meteórico ascenso al nivel de sapiens, hace medio millón de años, el
brillante clímax de la historia de la Tierra, el glorioso momento en que el arte y la
tecnología más sofisticada finalmente estallaron en nuestro hasta entonces aburrido
planeta? De ningún modo: la aparición del H. sapiens fue un suceso sin pena ni
gloria. El Gran Salto Adelante, tal como lo proclamarían en el futuro las pinturas
rupestres, las primeras viviendas y los arcos y flechas, aún debió esperar
centenares de miles de años. Las herramientas de piedra siguieron siendo casi tan
bastas como las que el H. erectus había estado usando durante un millón de años,
y el aumento del tamaño de su cerebro no tuvo de momento ningún efecto
dramático sobre su modo de vida. Ese largo vagabundear del erectus y de los
primeros sapiens fuera de su Africa natal fue un período de cambios culturales casi
insignificantes.

¿Cómo era la vida durante el millón y medio de años que duró el emerger del
erectus y luego del sapiens? Las únicas herramientas de esta época que se han
conservado hasta nuestros tiempos son implementos de piedra a los que,
caritativamente, podría calificarse de muy bastos. Las primeras herramientas de
piedra varían en su forma y tamaño, y los antropólogos han utilizado estas
diferencias para clasificarlas y darles diferentes nombres, tales como "hacha de
mano", "cuchillo" o "raspador". Pero estos nombres disimulan el hecho de que
ninguna de esas herramientas mantenía una forma o un tamaño consistente que
permitiera adjudicarles una función específica. Las marcas en esos instrumentos
demuestran que eran usados para cortar carne, huesos, pieles, madera u otras
partes de las plantas, y quizás un determinado instrumento fuera usado
preferentemente para una tarea, pero considerando el conjunto, tal parece que casi
cualquier herramienta de casi cualquier forma y tamaño era usada para casi
cualquier tarea, de modo que las categorías de clasificación de los científicos
apenas son una división arbitraria dentro de una colección continua de formas de
piedra.

Las pruebas en sentido negativo también son significativas. Todas las herramientas
de piedra primitivas estaban hechas para ser sostenidas directamente con la mano,
y no muestran ningún signo de haber sido montadas sobre otros materiales para
darles mayor comodidad, efectividad o aumentar su brazo de palanca, como sucede
ahora cuando montamos la cabeza de acero de un hacha sobre un largo mango de
madera. Tampoco se han encontrado en esta época restos de instrumentos de
hueso, ni de cuerdas con las que se pudieron construir redes de pesca, ni de
anzuelos.
¿Qué tipo de comida podían conseguir nuestros antepasados contando tan sólo con
esas herramientas tan primitivas, y cómo se las arreglaban para obtenerla? Para
contestar a estas preguntas, los textos de Antropología usualmente insertan un
largo capítulo titulado "El hombre cazadon o cosa por el estilo, que se centra en un
hecho comprobado: los babuinos, chimpancés y otros primates cazan pequeños
vertebrados sólo de vez en cuando, pero en cambio las tribus actuales que parecen
supervivientes directos de la Edad de Piedra -como los bosquimanos- se dedican
habitualmente a la caza de grandes animales.
No hay dudas de que nuestros remotos antepasados también comían carne. La
cuestión importante es cuánta carne comían realmente. ¿La habilidad para cazar
grandes animales se fue desarrollando lentamente durante el último millón y medio
de años, o fue sólo desde el Gran Salto Adelante -hace apenas 35.000 añosque esa
carne pasó a formar una parte importante de nuestra dieta?

Los antropólogos habitualmente responden a esto diciendo que desde hace mucho
tiempo hemos sido buenos cazadores de animales grandes, pero la verdad es que
no tenemos ninguna prueba contundente de nuestras habilidades cazadoras hasta
hace unos 100.000 años, y parece que aún entonces los humanos eran cazadores
mediocres. De modo que parece razonable suponer que los cazadores anteriores a
ellos eran aún menos efectivos y conseguían peores resultados. Aún así, la mística
del Gran Abuelo Cazador está ahora tan arraigada en nosotros que se hace difícil
abandonar nuestra antigua creencia en su trascendental importancia. Se supone
que la caza de grandes animales fue lo que indujo a los machos protohumanos a
cooperar unos con otros, a desarrollar el lenguaje y cerebros más grandes, a
reunirse en pandillas y a compartir el alimento conseguido gracias al esfuerzo en
común. Incluso las mujeres habrían sido moldeadas por la cacería: suprimieron los
signos externos de ovulación mensual -tan conspicuos en las hembras de
chimpancé- de modo de no empujar a los hombres a un frenesí de competencia
sexual que arruinaría el sano espíritu de cooperación para la caza.
Pero los estudios de las actuales tribus cazadoras-recolectoras, que cuentan con
armas mucho más efectivas que las del primitivo H. sapiens, demuestran que la
mayor parte de las calorías que ingiere una familia proviene de los vegetales que
recogen las mujeres. Los hombres atrapan ratas y otra caza menor por el estilo,
que ellos no consideran digna de ser mencionada jamás en los heróicos relatos de
campamento que cuentan en torno de las hogueras. Ocasionalmente consiguen
algún animal grande, que contribuye significativamente a mejorar la cantidad de
proteínas en la dieta. Pero sólo en el Artico, donde es muy difícil conseguir
alimentos vegetales, la caza mayor constituye la principal fuente de alimentos. Y
los humanos no llegaron al Artico hasta hace unos 30.000 años.

Pero volviendo a nuestra historia, recordemos entonces que el H. sapiens se


convierte en figura central de la escena hace medio millón de años, tanto en Africa
como en Cercano Oriente, Lejano Oriente y Europa. Hace unos 100.000 años los
humanos se habían establecido en al menos tres tipos de población distintos, que
ocupaban diferentes partes del Viejo Mundo. Estos fueron los últimos humanos que
podemos llamar realmente primitivos. Consideremos, entre ellos, aquellos cuya
anatomía nos es mejor conocida, y que se han convertido en un símbolo de
brutalidad: los Neanderthal.

¿Dónde y cuándo vivieron? Su nombre proviene del valle de Neander, en Alemania,


donde se encontraron los primeros esqueletos (en alemán, thal significa "valle"). Su
área geográfica se extendía desde Europa Occidental, pasando por el Sur de la
Rusia europea, hasta alcanzar el Uzbekistán, en el Asia Central, cerca de
Afganistán. En cuanto a la fecha de su origen depende de cómo los definamos, pues
algunos viejos cráneos muestran características que se anticipan a la forma
Neanderthal hecha y derecha. Los más antiguos ejemplares indiscutiblemente
Neanderthalianos son de hace 130.000 años, pero la mayor parte de los
especímenes conocidos son de hace aproximadamente 74.000 años. Pero si su
fecha de origen es un tanto arbitraria, en cambio su final es abrupto: el último de
los Neanderthal murió hace unos 32.000 años.

Durante el tiempo en que florecieron los Neanderthal, Europa y Asia estaban en


medio de la última glaciación (la cuarta, llamada de Würm) , así que los
Neanderthal debieron ser gente bien adaptada al frío, aunque sólo hasta cierto
punto: ellos no llegaron a cruzar, hacia el Norte, una frontera climática que unía el
Sur de Gran Bretaña, el Norte de Alemania, la actual ciudad rusa de Kiev y el Mar
Caspio.

La anatomía de la cabeza de los Neanderthal era tan peculiar que si ahora mismo
apareciera uno de ellos vestido de traje y corbata por la calle, todos los demás H.
sapiens nos daríamos la vuelta para mirarle, sorprendidos. Imagínese que una cara
humana fuera de arcilla blanda, y entonces uno cogiera la parte inferior de la cara,
desde el puente de la nariz hasta la mandíbula, y apretando los dedos, al mismo
tiempo tirara hacia adelante: cuando la arcilla endureciera, sería aproximadamente
el aspecto de un Neanderthal. Además sus cejas descansaban sobre prominentes
protuberancias óseas, sus ojos estaban hundidos en cuencas profundas, y su frente
era baja e inclinada, muy distinta de nuestra frente vertical. Su mandíbula inferior
estaba inclinada hacia atrás, y no tenía mentón. A pesar de todos estos rasgos tan
primitivos, el tamaño del cerebro del Neanderthal era ¡un 10 % más grande que
el nuestro! Eso no significa que fuera más inteligente; obviamente no lo era. Un
dentista que hubiera examinado los dientes de un Neanderthal habría quedado
tanto o más impresionado que alguien que se lo cruzara por la calle, camino de su
oficina. En los Neanderthal adultos los incisivos estaban gastados en la superficie
externa, de una forma que es imposible encontrar en los humanos actuales.
Evidentemente esta manera de desgastar los dientes era la consecuencia de que
usaba los dientes como herramientas, aunque no está claro cómo
lo hacía exactamente. Es posible que los usara habitualmente como tenazas.
También es posible que mordisquearan las pieles duras de los animales para
ablandar el cuero o que royeran la madera para tallarla y hacer sus toscos
instrumentos.

Y si un Neanderthal en traje y corbata (o en vestido de noche) llamaría la


atención, para qué hablar de uno (o una) en bañador (o bikini). Los Neanderthal
eran mucho más musculosas, sobre todo en el cuello y los hombros, que el más
fornido culturista de hoy día. También los huesos de sus extremidades, que debían
sostener toda la fuerza de esas masas musculosas al contraerse, eran mucho más
gruesos que los nuestros. Sus brazos y piernas nos habrían parecido demasiado
gruesos y rechonchos, porque las partes inferiores de sus cuatro extremidades eran
comparativamente más cortas que las nuestras. Hasta sus manos eran más
fuertes; si nos hubieran estrechado la mano podrían habernos roto un hueso. Si
bien su altura media era de 1,60 metros, pesaban en promedio unos 10 kilos más
que un humano moderno de esa altura, y ese exceso de kilos no era grasa, sino
huesos y músculos

Hay otra posible diferencia anatómica que causa cierta intriga, si bien su realidad
así como su interpretación son dudosos, pues las pruebas fósiles aún no permiten
una respuesta definitiva. Pero el hecho es que el canal de parto de una mujer
Neanderthal parece haber sido más ancho que el de una mujer moderna, lo que
permitía que un bebé alcanzara más tamaño dentro del vientre de su madre antes
de nacer. De ser así el embarazo de una Neanderthal puede que durara un año,
en lugar de los actuales 9 meses.

Aparte de sus huesos fósiles, la mayor fuente de información acerca de los


Neanderthal son los instrumentos de piedra que han dejado. Al igual que las
herramientas de piedra de los humanos anteriores a ellos, las de los Neanderthal
parecen haber sido piedras que se sostenían a mano, sin ningún tipo de
empuñadura, y no eran de una forma bien definida según la función a cumplir;
tampoco existían los instrumentos de hueso, ni se habían inventado el arco y las
flechas.

Algunas de las herramientas de piedra fueron


usadas para tallar otras herramientas en madera,
de las que casi ninguna se ha conservado. Una
notable excepción es una jabalina o lanza
arrojadiza: de 2,40 metros de largo, encontrada
clavada en las costillas de una especie de elefante
que se extinguió hace mucho tiempo, en una
excavación arqueológica realizada en Alemania.

A pesar de este afortunado hallazgo, es probable


que los Neanderthal no fueran muy buenos en
materia de caza mayor: incluso los contemporáneos
africanos de los Neanderthal, pese a ser anatómicamente más modernos y
evolucionados, eran cazadores más bien mediocres.

Si usted hace la prueba de preguntar a sus amigos con qué asocian la palabra
Neanderthal, la mayoría le contestarán "hombre de las cavernas". Si bien es
verdad de que la mayor parte de los restos fósiles de Neanderthal proviene de
cuevas, esto seguramente se deba a que en las cuevas se conservaron mejor esos
restos, pues los depósitos que quedaron al aire libre sufrieron mayor erosión y se
destruyeron más rápidamente.

Es posible que construyeran algún tipo de refugios en otras partes, aparte de las
cuevas, para defenderse del frío, pero debieron ser muy toscos y precarios: todo lo
que queda de ellos son agujeros para postes y algunos montículos de piedra. Hay
una larga lista de cosas típicas o representativas de los humanos modernos de las
cuales los Neanderthal carecían. En primer lugar no dejaron nada que se pueda
considerar inequívocamente como objeto de arte.

Deben haber usado algún tipo de vestimenta para protegerse del frío ambiente,
pero esa ropa debió ser muy tosca, pues carecían de agujas y no hay pruebas de
que supieran coser.

Parece demostrado que no construían embarcaciones; pues no existe ningún resto


de asentamiento Neanderthal en las islas del Mediterráneo, ni tampoco en el
Norte de Africa, pese a la corta distancia entre la Península Ibérica -donde los
Neanderthal fueron numerosos- y la otra costa del Estrecho de Gibraltar. Tampoco
hubo ningún tipo de tráfico de bienes: las herramientas de los Neanderthal están
hechas siempre con piedras disponibles a pocos kilómetros del asentamiento.

Hoy en día damos por sentado que entre la gente que habita diferentes áreas
deben existir ciertas diferencias culturales. Cada población humana moderna tiene
su característico estilo de vivienda, sus implementos típicos y su propio arte. Si a
usted le muestran un par de palillos para comer arroz, una botella de vino tinto
espumoso y una cerbatana, y le piden que asocie cada objeto con uno de los
siguientes tres lugares: China, Italia y la selva amazónica, seguramente no tendrá
la menor dificultad en hacerla correctamente. Entre los Neanderthal no parece
haber existido tal diversificación cultural, y sus herramientas siempre son las
mismas, no importa dónde uno las encuentre. También damos por sentado que
debe existir cierto progreso cultural. Nos parece obvio que los utensilios que se
encuentren en una villa de la antigua Roma, en un castillo medieval y en un piso de
Manhattan de 1989 deben ser diferentes. Y no hay que ir tan lejos: acostumbrados
a las calculadoras electrónicas, mis hijos miran hoy con asombro la regla de cálculo
que yo usaba en la década de 1950. Pero las herramientas de los Neanderthal de
hace 100.000 y de hace 40.000 años son iguales. Para decirlo en pocas palabras,
sus herramientas no mostraban ninguna variación ni en el tiempo ni en el espacio
como para sugerir la más humana de las características: la innovación.

Lo que ahora consideramos vejez debe haber sido muy rara entre los
Neanderthal. Sus esqueletos dejan muy a las claras que los adultos llegaban
hasta la treintena de años y algunos a los cuarenta, pero que no superaban los 45.
Piénsese en cómo sufriría la capacidad de nuestra sociedad para acumular y
transmitir conocimientos e información si no supiéramos escribir y además nadie
viviera más allá de los 45 años. A pesar de todos estos rasgos subhumanos, hay sin
embargo tres cosas en las que los Neanderthal se mostraban realmente humanos.
Ellos fueron los primeros que han dejado pruebas concluyentes de que usaban el
fuego en forma regular, todos los días: prácticamente todas las cuevas de
Neanderthal bien preservadas muestran algún rincón con cenizas y restos
carbonizados que indican un lugar donde habitualmente se hacía fuego. Los
Neanderthal también fueron los primeros hombres que enterraron regularmente a
sus muertos, aunque si esto significa o no que tenían una religión es algo
puramente especulativo. En tercer lugar, los Neanderthal cuidaban habitualmente
a sus enfermos y a los más viejos. La mayor parte de los esqueletos de los
Neanderthal más viejos muestran signos de severas minusvalías, tales como
brazos paralizados, huesos rotos ya soldados, pero que los incapacitaban,
mandíbulas a las que les faltaban dientes y artritis severas. Sólo el cuidado de los
Neanderthal más jóvenes pudo haberles permitido a los más viejos sobrevivir
hasta el punto de invalidez al que llegaron. Después de haber pasado revista a todo
lo que les faltaba de humanidad a los Neanderthal, también es justo reconocerles
todo esto a esas extrañas criaturas de la Edad de Hielo, humanas pero aún no
cabalmente humanas.

¿Pertenecían los Neanderthal a la misma especie que nosotros? Eso depende de


si, de haber tenido oportunidad, nosotros nos hubiéramos unido con una mujer o
un hombre Neanderthal para tener hijos y para criarlos. A las novelas de ciencia-
ficción les encanta imaginar este tipo de situaciones: "Un grupo de exploradores se
topa, en un remoto valle escondido entre altas montañas, en lo más profundo del
África Central, con una tribu de gente increíblemente primitiva, viviendo de la
misma manera que nuestros antepasados de la Edad de Piedra lo hacían hace miles
de años. ¿Puede considerárselos gente de nuestra misma especie?" Naturalmente,
sólo hay una forma de averiguarlo, pero... ¿quién de entre los intrépidos
exploradores -todos ellos varones, por supuesto- ha de prestarse a hacer la
prueba? A estas alturas, una de las cavernícolas mascahuesos es descrita, con
palabras llenas de un primitivo erotismo, como hermosa y sexy, así que podemos
aceptar que el valiente explorador se halla frente a un verdadero dilema: ¿tendrá o
no relaciones sexuales con ella?

Créase o no, algo parecido a este experimento realmente llegó a tener lugar.
Ocurrió repetidamente hace alrededor de 36.000 años, hacia la época del Gran
Salto Adelante. Pero tendrá usted que ser paciente y esperarse un poco más.

Recordemos que los Neanderthal de Europa y de Cercano Oriente eran sólo una
de las tres clases de poblaciones, al menos, que ocupaban diversas áreas del Viejo
Mundo hace unos 100.000 años. Los pocos fósiles que se han encontrado de esa
época provenientes de Extremo Oriente bastan para mostrar que la gente de allíera
diferente tanto de los Neanderthal como de nosotros, los humanos modernos,
pero se han encontrado tan pocos esqueletos que no se ha podido describir a estos
antiguos asiáticos con mucho detalle.

Los más caracterizados contemporáneos de los Neanderthal eran africanos, y


algunos de ellos tenían un cráneo decididamente moderno. ¿Significa esto que fue
en Africa, hace 100.000 años, donde dimos el Gran Salto Adelante? Aunque nos
sorprenda, la respuesta es, una vez más, negativa. Las herramientas de piedra de
esos africanos de aspecto tan moderno eran similares a las herramientas de los
nada modernos Neanderthal, así que nos referiremos a ellos como "africanos del
Paleolítico Medio". Aún carecían de instrumentos de hueso, de arcos y flechas, de
arte y de diversidad cultural. A pesar de sus cuerpos modernos, aún les faltaba algo
indispensable para dotarlos con una conducta moderna

Algunas cuevas de Sudáfrica ocupadas por humanos hace 100.000 años nos han
proporcionado, por primera vez en la historia de la evolución humana, con una
información detallada acerca de lo que la gente comía. Entre los huesos hallados en
esas cuevas había muchos de foca y de pingüino, así como conchas de mariscos,
tales como las lapas; los africanos del Paleolítico Medio fueron la primera gente de
la que sabemos con seguridad que obtenía comida del mar. Sin embargo, las
cuevas contienen muy pocos huesos de pescado o de aves voladoras,
indudablemente porque esa gente aún carecía de anzuelos o de redes.

Entre los huesos de mamíferos los hay de varias especies de tamaño medio,
especialmente de un antílope llamado eland (género Taurotragus). Los huesos de
las cuevas son de elands de todas las edades, como si los humanos se las hubieran
arreglado para atrapar a una manada entera y liquidar a todos sus componentes.
Pero quizás el secreto de tanto éxito cazador consiste en que los elands no son
nada desconfiados y es fácil reunirlos en manadas. Es probable que los cazadores
de vez en cuando se las arreglaran para empujar a una manada entera hacia un
barranco, arrinconándola: esto explicaría la distribución de edades en los huesos
hallados en las cuevas, que se corresponde con la distribución de edades normal en
una manada.

En cambio, con los animales más peligrosos, tales como búfalos, cerdos salvajes,
elefantes y rinocerontes, la situación era muy distinta. Los huesos de búfalo son en
su mayor parte de ejemplares muy jóvenes o muy viejos, y los de jabalí, elefantes
o rinocerontes son escasísimos, todo lo cual viene a decir que si bien los africanos
del Paleolítico Medio practicaban la caza mayor, no se los puede llamar aún grandes
cazadores: evitaban todo lo posible las presas peligrosas, o bien se limitaban a
meterse con las crías o con los ejemplares viejos y debilitados.

Esta elección no era cobardía sino prudencia: sus mejores armas aún eran las
lanzas arrojadizas pues carecían de arcos y flechas, y andar provocando a un búfalo
o a un rinoceronte adulto con una lanza es, que yo sepa, la manera más fácil de
suicidarse. Así que, al igual que sucedió con otros hombres primitivos (y aún
sucede hoy en día con los pueblos que todavía viven en el Paleolítico), supongo que
estos cazadores vivían principalmente de las plantas que recogían y de la caza
menor. Eran mucho más efectivos consiguiendo algo de carne que los babuinos u
otros monos omnívoros pero aún no tenían la sabiduría ni la destreza que hoy
tienen bosquimanos o pigmeos.

Así, pues, la escena que el mundo de los hombres presentaba hace entre 130.000 y
50.000 años era la siguiente: el Norte de Europa, Siberia, Australia y toda América
estaban deshabitados. En el resto de Europa y en la parte occidental de Asia vivían
los Neanderthal; en Africa había gente parecida anatómicamente a nosotros, y en
Asia oriental gente distinta tanto a nosotros como a los Neanderthal, pero de los
cuales sabemos poco pues casi no se han encontrado fósiles. Las tres poblaciones
eran aún muy primitivas en lo que hace a sus herramientas, su conducta y su
limitadísima capacidad de innovación. La escena estaba preparada para el Gran
Salto Adelante, pero". ¿cuál de esas tres poblaciones habría de dar ese salto? Las
pruebas de un cambio abrupto -¡por fin!- son más evidentes en Francia y España, y
muestran que ese cambio ocurrió cuando ya estaba finalizando la última glaciación,
hace 35.000 años. Donde antes habían habido Neanderthal aparecieron entonces
hombres que en el aspecto anatómico eran completamente modernos, y a los que
suele llamarse Cromagnon, en homenaje al lugar de Francia donde encontraron
por primera vez sus huesos.

Si algunos de estos caballeros o damas se pasearan, correctamente vestidos, por


los Campos Elíseos, en nada se distinguirían de los demás habitantes de París. En
cuanto a las herramientas de los Cromagnon, son tan impresionantes como sus
esqueletos: tienen formas muy diversas, cada una adecuada a una función
específica, algo como nunca antes se había visto en restos arqueológicos más
antiguos. Esto sugiere que la anatomía moderna iba unida a una conducta
innovadora también moderna.
Muchas de las herramientas aún eran de piedra, pero estaban hechas
desprendiendo de un golpe una delgada laja de una piedra más grande, lo que
permitía tener, a igualdad de peso, un instrumento 10 veces más afilado. Por
primera vez aparecen utensilios de hueso y de cuero. También aparecen las
primeras herramientas hechas de varias partes separadas unidas entre sí, tales
como puntas de lanza atadas a varas de madera, o cabezas de hacha encajadas en
mangos de madera.

Las herramientas se pueden clasificar ya en varias categorías cuya función es con


frecuencia obvia, tales como agujas de coser, punzones para perforar cuero o
morteros con sus pilones. Las primeras cuerdas, indispensables para tejer redes o
armar lazos y trampas, explican la abundancia de huesos de conejo, comadreja y
zorro en los asentamientos Cro-Magnon. Las cuerdas también sirven para atar
arpones, y esto, junto con las redes y los anzuelos, explica la abundancia de restos
de peces y aves voladoras en Sudáfrica en esa misma época. También aparecen
armas más sofisticadas, aptas para matar grandes bestias peligrosas...
manteniéndose a una razonable distancia: arpones con púas para evitar que el
arma se desprenda, dardos, venablos cortos, y por fin arcos y flechas. Las cuevas
de Sudáfrica aparecen llenas de huesos de presas tan difíciles como el cerdo salvaje
y el búfalo, y en Europa rebosan de huesos de bisonte, reno, alce, caballo e íbex.

Son muchas las pruebas de que esa gente de fines de la última glaciación eran,
ahora sí, grandes y eficaces cazadores de caza mayor. Vérselas con algunas de
estas presas debe haber exigido métodos de cacería comunitarios, basados en un
conocimiento minucioso de las costumbres y conducta de cada especie. Además,
los asentamientos de Cro-Magnon son más numerosos que los de los
Neanderthal o de los africanos del Paleolítico Medio, lo que indica que aquéllos
tuvieron más éxito a la hora de conseguir comida.

Numerosas especies animales que habían sobrevivido a las anteriores glaciaciones


se extinguieron a fines de la última, así que es posible pensar que no acabó con
ellas el frío, sino la creciente habilidad cazadora del hombre. Entre las posibles
especies de esa lista pueden incluirse, entre los animales europeos, el rinoceronte
peludo y los ciervos gigantes; entre los africanos el búfalo gigante y el gran caballo
del Cabo, y -una vez que las mejoras tecnológicas permitieron a los humanos
ocupar nuevas regiones y continentes-, los mamuts de Norteamérica y los canguros
gigantes de Australia.

A propósito de Australia, este continente fue ocupado por humanos hace alrededor
de 50.000 años, lo que
implica que para entonces ya existían embarcaciones capaces de atravesar los 100
kilómetros que separan la costa australiana de las islas indonesias más cercanas.

La ocupación del Norte de Rusia y de Siberia, hace al menos 20,000 años, necesitó
de muchos avances: ropa cosida -como lo evidencian las agujas con ojos
encontradas, las parkas (anoraks de piel) representadas en las pinturas rupestres y
ciertos ornamentos en las tumbas que parecen haber sido rudimentarias camisas y
pantalones-, pieles abrigadas (se han hallado muchos esqueletos de zorro y de lobo
a los que les falta la quijada, que era quitada antes de desollarlos y arrojada a una
pila aparte), viviendas más apañadas (con suelos alisados y paredes sostenidas por
huesos de mamut) y dotadas de un lugar especial para el fuego, y lámparas de
grasa para iluminar las largas noches del Artico.

La ocupación de Siberia llevó a su vez, hace 11.000 años, a la ocupación de


Norteamérica y luego de Sudamérica.
Mientras que los Neanderthal obtenían sus materias primas siempre a corta
distancia de sus hogares, los Cro-Magnon y sus contemporáneos recorrían largas
distancias por toda Europa, buscando materiales no sólo para sus herramientas,
sino también para hacer "inútiles" adornos. Se han encontrado herramientas de
obsidiana, jaspe y pedernal a centenares de kilómetros de donde se pueden
encontrar estas piedras. El ámbar del Báltico llegó hasta el Sudeste de Europa, en
tanto que conchas de mariscos del Mediterráneo se han hallado en regiones muy
alejadas del mar, en el interior de España, Francia y Ucrania.

El evidente sentido estético reflejado en el tráfico de materiales de adorno de fines


de la Edad de Hielo se vincula con ciertos logros que son los que más admiramos en
los Cro-Magnon: los de su arte. Las pruebas más conocidas de ese arte son las
pinturas rupestres de Lascaux y Altamira, con sus policromos dibujos de animales
hoy extinguidos. Pero igualmente impresionantes son los bajorrelieves tallados, los
collares y pendientes, las figuras de barro cocido, las esculturas llamadas
genéricamente Venus)) por los antropólogos e historiadores del Arte y que
representan mujeres de gran busto y enormes caderas y nalgas, los instrumentos
musicales que iban desde flautas hasta una especie de castañuelas.

A diferencia de los Neanderthal, muy pocos de los cuales superaban los 40 años,
algunos Cro-Magnon llegaban a los 60. Estos 20 años adicionales pueden haber
significado una gran ventaja que contribuyó al éxito de esta gente, Estamos tan
acostumbrados a obtener información del papel escrito, la radio o la televisión, que
no nos damos cuenta del lugar tan importante que uno o dos viejos pueden tener
en una tribu de gente analfabeta.

Cuando visité en 1976 la isla Rennell (una de las islas Solomon, en el Pacífico),
muchos isleños me dijeron cuáles eran las frutas habitualmente comestibles, pero
sólo un viejo supo decirme qué otros frutos podían comerse, en caso de
emergencia, para calmar el hambre. El recordaba esa información porque en 1905
un huracán asoló Rennell, destruyó todos los huertos y sembrados, y arrojó a la
población al borde de la muerte por inanición. Contar con una persona así puede
significar para una comunidad la diferencia entre la supervivencia y la muerte.

http://usuarios.lycos.es/mas_jag/hominidos/hominidos6.htm

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