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a) Entrar y salir.
Ahí esta, sobre todo, la manera práctica de llegar a ser todo lo que podemos ser
y a transmitir a nuestro paso por el mundo para bien de todos aquellos a cuyo lado
caminanos y con quienes compartimos lo que queremos ser mientras aprendemos de
ellos lo que su propia marcha nos inspira. Todo está en esas dos palabras: entrar y
salir.
Entrar y salir. Entrar del todo y salir del todo. La vida se compone de etapas,
largas y breves; unas que duran años, y otras que se esfuman en segundos. Pero todas
ellas importantes, esenciales, vitales. Tenemos que vivir cada una de ellas en la totalidad
de su sentido y la profundidad de su presencia para ir recogiendo la porción de vida que
se nos entrega en cada una de ellas y entregar el rompecabezas completo al final de la
prueba, con todos sus colores, sus figuras y sus paisajes, que son nuestra biografía
completa.
Todas esas piezas juntan forman nuestra vida tal como es y tal como la
recogeremos en
Nunca has reído del todo, nunca has llorado del todo;
nunca te has enfadado de todo,
nunca te has pacificado del todo;
nunca has odiado del todo, nunca has amado del todo.
-todo lo has hecho a medias,
Nada es de una pieza, nada es total.
(Tomado de “When the Shoe Fits”, pág. 8, traducción del P. Carlos G. Vallés, S.J.).
Ésa es la lección: Que lo que yo hago me salga de dentro, de mis entrañas, de mis raíces, de
mi ser, casi sin poder remediarlo, como la inspiración del poeta o la sonrisa del niño. Que sea
el florecer de mi existencia, no el resultado buscado y planificado de un deseo, una necesidad,
un propósito. Que no haga yo lo que por el deseo del fruto, sino como expresión espontánea de
lo que soy en libertad y gozo. ... Lo que nace del deseo puede dañar; lo que nace del ser
siempre hace el bien. Es el reto para que “seamos” en plenitud, lo que nos devuelve una
vez más a la responsabilidad de vivir el presente en toda su realidad, de entregarnos a la
vida, de “entrar y salir” con ligereza alegre, para vivir cada momento en su totalidad
vital. (7)
La práctica del Zen es un tomar conciencia plenamente de nuestra vida, aquí y ahora.
Steve Smith (8)
Es claro que nos conviene “entrar” en cada situación con generosidad y totalidad, para
entregarnos a la vida y vivirla con la plenitud con que estamos llamados a vivirla. La dificultad
surge cuando aquello en que tenemos que “entrar” es algo penoso, que nos desagrada y nos
causa aprensión y temor. Es fácil entrar en casa de un amigo con la alegría anticipada del
encuentro familiar, y es difícil entrar en el quirófano con la ansiedad palpitante de una
operación quirúrgica. Es agradable entrar en la lectura de un libro que sabemos no va a deleitar
con su tema y su estilo de autor favorito, y es desagradable entrar en el estudio de un odiado
libro de texto para preparar un examen inevitable. Es fácil entrar en un empleo nuevo, y difícil
entrar en el desempleo. ¿Qué hacer cuando nos toca entrar –como tantas veces en la vida- en
algo molesto, desagradable, doloroso? ¿También hay que entrar en ello con toda el alma, con
decisión, con totalidad?
La respuesta es que sí. Y el mismo ejemplo del quirófano lo aclara. No es agradable entrar en
él, pero, si hemos de hacerlo, más vale que lo hagamos de veras, cuanto antes, sin retrasos ni
remilgos ni protestas que no harían más que empeorar la situación. Y también visualizamos el
final: el entrar de veras nos facilitará después el salir de veras. Al Mulla Naseruddín le
preguntaron después de la operación de su esposa: “¿Qué tal está su mujer? ¿Se ha recuperado
ya de la operación?” Y él contestó: “No. Todavía sigue hablando de ella”. La operación, que ha
ocupado nuestra mente con miedo y temores antes de padecerla, seguirá ocupándola con dudas
y preocupaciones mucho después de habérsenos dado de alta en el hospital. La salida limpia
sólo se consigue cuando la entrada ha sido limpia. Eso nos puede ayudar cuando nos toca
entrar en situaciones desagradables en nuestras vidas como a todos nos sucede más veces de lo
que quisiéramos. (9)
Si entrar en lo desagradable es difícil, entrar en lo agradable es peligroso. Es fácil ver
por qué. Porque al desearlo, anticiparlo, apresurarlo, entramos en el acontecimiento vivamente
esperado con tal intensidad que luego se nos hace difícil salir limpiamente de él. La despedida
de la ocasión en la que “lo hemos pasado muy bien” nos lleva al sentimiento de que después no
lo vemos a pasar tan bien. Se impone el contraste. Se acabó la fiesta. Se apagaron las luces. Se
disolvió el grupo. Y sólo queda la nostalgia, el recuerdo, la impaciencia de cuándo volverá a
repetirse. Se nos pegan las experiencias agradables, y es difícil limpiarse claramente del
polvillo festivo que se ha alojado en nuestros vestidos y en nuestr piel. Al llegar a casa y
quitarnos la ropa, la sacudimos para que se desprendan de ella los vestigios de cintas o confetti
o espumas o burbujas que lo adornaron durante la fiesta. Es fácil sacudir la ropa y limpiarla,
pero no tan fácil sacudir la ropa y despejarla de todos los recuerdos y emociones de la velada
intensa. Y esos recuerdos, que el tiempo además revaloriza y aumenta si fueron agradables, se
convierten en medida con que medir futuras fiestas, en comparación permanente de encuentros
semejantes y en veredicto pesimista ante nuevos festejos: la otra fiesta fue mejor; ésta no puede
ni compararse con la del otro día; ya no hay diversiones ocmo las de antes. La comparación
ahoga la realidad. El pasado se traga al futuro. (10)
Si las comparaciones nos sacan del presente y nos roban la capacidad de disfrutarlo, la
imitación de lo que vemos, oímos y se nos impone como norma de moda y estilo de vida,
prolonga esa influencia y debilita nuestra reacción espontánea ante lo que de veras nos
gusta y agrada. Nos mete en molde prefabricado al que nos acomodamos creyendo que lo
hacemos a gusto, y en el que perdemos nuestra originalidad y personalidad sin casi llegar a
darnos cuenta de ello. Ya no se trata de “entrar y salir”, sino de seguir empaquetados en el
envoltorio circundante y dejarnos llevar por lo que todos hacen y todos dicen, sin que de veras
lo haga a gusto ninguno, y mucho menos nosotros mismos. De poco sirve hablar de “entrar y
salir” cuando estamos atascados en un túnel de gustos y modales y giros y costumbres que se
nos imponen forzosamente en los ambientes que apenas parecemos notarlo. Esa fuerza del
ambiente embota nuestros sentidos y reduce nuestra capacidad de reacción y de espontaneidad
ante las novedades de la vida. (11)
Sí, somos nosotros. Somos todos nosotros lo que estamos retratados en esos anuncios que nos
rodean, nos asedian, nos atacan, pero nos divierten tanto que ya no pensamos en el daño que
nos hacen, y nos dejamos arrastrar sin resistencia por el ambiente al que nos precipitan. Difícil
se nos pone el “entrar y salir” cuando apenas somos nosotros los que entramos y salimos, sino
que son las cosas externas, los vestidos, los muebles, los coches, los viajes, los espectáculos, la
comida y la bebida, los modos de hablar y la manera de gesticular los que entran y salen entre
nosotros, lo que ordenan nuestra vida sin dejarnos tiempo a pensar en lo que de veras queremos
nosotros; más aún, sin permitirnos el valor de sentir dentro de nosotros que queremos ser
diferentes, porque queremos ser nosotros mismos en vez de modelos repetidos de fabricación
en serie sobre una banda automática. (12)
El P. Héctor Makibi Enomiya-Lassalle, S.J., Maestro Zen, nos dice:
“Quien practica Zen deja de ser esa especie de objeto indefenso, arrastrado
por vientos y corrientes, sin peso, sin personalidad interior, en el que corre-
mos peligro de convertirnos los hombres de hoy”. (13)
Claro que no podemos liberarnos por las buenas de los efectos del ambiente, y menos en el
imperio de la TV y de la computadora, del grupo y de la sociedad, pero sí podemos vivir en el
ambiente en que nos toca vivir, desarrollando al mismo tiempo una libertad interior que
nos permita acomodarnos inteligentemente a lo que nos pide el ambiente, pero sin
convertir a esa táctica en norma de vida, en principio moral, en convicción interior. Una
cosa es ir a un concierto ensordecedor de escenario escatológico “porque no puedo vivir sin ver
a mi héroe”, y otra muy distinta es ira al mismo concierto, si así lo requiere mi permanencia en
un grupo que por otras razones me interesa, y en algún grupo he de estar de todas maneras;
pero ir con el alma libre y el espíritu alegre –y quizá con tapones en los oídos-, con el deseo de
la compañía, con la curiosidad de la novedad, con el respiro del ocio, con la observación del
fenómeno; es decir, ir libre de necesidades compulsivas y abierto a experiencias culturales. El
concierto es el mismo, pero la actitud lo cambia todo. Y éste es un ejemplo extremo que con
facilidad puede aplicarse a otras situaciones más sencillas de la vida. Hacer lo que hacemos,
pero no por rutina, sino por libertad; no por necesidad, sino por gusto; no por estar
atascados, sino por entrar y salir una vez más de una situación de las que van
componiendo la vida. Dejar que lo que pasa, pase. Dejarlo pasar. Y que no quede huella.
(14)
A Buda le preguntaron sus monjes acerca de lo que debían hacer para alcanzar la
perfección, Buda contestó:
Parece un programa fácil. Come cuando comas y anda cuando andes. ¿No es eso lo que todos
hacemos? No del todo. De hecho, no lo hacemos nunca. Lo que hacemos es lo contrario:
hablamos mientras comemos, pensamos mientras andamos y volvemos a pensar en otra cosa
mientras estábamos pensando en la primera. Somos expertos en mezclarlo todo, interrumpirnos
a nosotros
Mismos y mantener nuestra mente lo más lejos posible de donde están y de lo que hacen
nuestras manos y nuestros pies. Apenas estamos donde estamos. Nos especializamos en estar
donde no estamos, en ahcer con la imaginación algo enteramente distinto de lo que estamos
haciendo con las manos. Age quod agis era la antigua máxima latina: haz lo que haces. Es
decir, haz con toda tu alma, tu cuerpo y todo tu ser aquello que estás haciendo en este
momento, sin distraerte y sin ponerte a soñar despierto. Bien sencillo y bien difícil. Sí que
entendemos el sentido de la máxima y alabamos su sabiduría; pero se nos hace más agradable
el soñar despiertos, y seguimos con nuestros sueños. (15)
2. Aquí y ahora.
Esas barreras que llevamos dentro no nos dejan ser nosotros mismos, no nos dejan
entregarnos de veras a lo que hacemos y responder con toda agudeza del
entendimiento y el calor de los sentimientos. Se nos escapa el arte tan sencillo de cerrar
puertas y dejamos a nuestro paso una estela de puertas abiertas que siguen dando portazos
con el viento y distrayéndonos en nuestro andar. Si ha sido una experiencia desagradable,
deja tras de sí un rastro de malestar contra uno mismo y contra todos los que han
intervenido en ella; y, si ha sido una experiencia agradable, deja el deseo de prolongarla,
de repetirla, de recordarla una y otra vez, de manera que ya no nos da placer, porque ha
pasado, y no nos deja disfrutar de otros placeres, porque el recuerdo del pasado
ensombrece la realidad del presente. Estas barreras reducen nuestra vitalidad y
destruyen espontaneidad. (18)
3. El momento presente.
Espirando sonrío.
La respiración, que refleja inevitablemente nuestra manera de ser y de estar, puede ser
clave importante para crear sosiego y esa detención, sin trauma, y para facilitar la hondura
creciente de nuestra conciencia, frecuentemente agobiada.
Siempre que tengas tiempo, aunque sea sólo unos pocos minutos, “lentifica tu respirar”.
En cualquier circunstancia en que te encuentres sentado, esperando en una antesala del
doctor, en un autobús, en una conferencia aburrida, en la iglesia, lentifica tu respirar.
Colócate en una posición en la que puedas sentirte cómodo durante quince minutos.
Siente el recorrido del aire, cómo pasa por tu nariz, por tu garganta, tu pecho y tu
abdomen. Experimenta la corriente natural del aire al entrar y salir. Sin tratar de controlar
ni cambiar la respiración, déjala ser tal como es, “que la respiración respire”, sin
comentarios. Si es lenta, que sea lenta, si es superficial, que sea superficial, si es rápida o
profunda, que sea rápida o profunda.
Imagínate que creas tu hogar en la respiración. Nota la sensación de hogar en ese lugar
del abdomen donde reside el aire inspirado. Siente abierto ese espacio de tu cuerpo y
recibe el aliento que lo hace tu hogar. Pasado un rato podrás acompañar en silencio la
espiración con la palabra “hogar”. Observa cuando tengas la sensación de hogar, observa
cómo se eleva y baja esa sensación de hogar.
En nuestro hogar; ahí es donde vivimos y “somos”. El aire nos hace “ser” –de alguna
manera-, existir, sentirnos, vivirnos: ser y estar.
En esa observación nada es rechazado; lo aceptas todo: el ruido de la calle, ¡está bien!, lo
acepto, no me estorba. Yo sigo observando mi respiración; alguien no para de toser a mi
lado, está bien!, lo acepto, no me estorba. Yo sigo observando mi respiración. Recuerda:
¡nada es rechazado!
En el presente uno siempre se serena. La serenidad siempre está relacionada con estar
“aquí y ahora” sin recuerdos ni proyectos ni proyecciones.
Volver al presente, además de volver a la serenidad, es volver a ese ámbito donde todo
puede ocurrir. Todo lo que ocurre, ocurre siempre en presente: nunca en pasado ni en
futuro.
El “aquí y ahora”, la serenidad, nos prepara para que nos ocurra Dios, cuando nuestra fe
asuma ese momento de serenidad, de estar en casa, de sentirse integrado y abierto.
¡Dios es presencia!”
El hombre, el orante, frecuentemente está ausente. Necesita educarse para sintonizar con
esa Presencia, que es Dios.
Estando en presente la mente y el cuerpo se relajan; la conciencia se libera; el tiempo
parece que se detiene; se obtiene una reanimación y renovación interior saludable, que irá
aumentando con el tiempo.
En nuestro camino espiritual intentamos llegar al momento presente y hacernos uno con
lo que estamos haciendo en ese preciso instante. Es allí donde Dios nos es más íntimo.
La acción más insignificante debería estar acompañada de la mayor atención interior; por
ejemplo, cuando subimos las escaleras, abrimos la puerta, nos lavamos las manos o
estamos esperando un semáforo.
No obstante, la experiencia del aquí y ahora de la que nos hablan los maestros Zen no
puede ser concebida totalmente desligada del pasado ni del futuro. Ello sería un acto de
irresponsabilidad extrema. Lo que el Zen viene a decirnos es que el momento presente,
aunque no sea exactamente el pasado, es la cristalización actual de todos los
acontecimientos pasados y, al mismo tiempo, constituye la semilla del futuro. El momento
presente del Zen no es una estación intermedia en la línea ferroviaria que viene del pasado
y que se dirige hacia el futuro. El momento presente es sencillamente el único que existe,
el único que es real. Su realidad incluye, no excluye, todos los instantes pasados y todos
los instantes futuros.
Lo único que existe, instante tras instante, es el momento presente. Por lo cual, podemos
decir que la vida fluye incesantemente de un instante a otro sin abandonar nunca el
presente. Al experimentar de esta forma el tiempo evitamos las percepciones extremas del
tiempo percibido como un círculo cerrado sobre sí mismo o percibido como una línea
continuamente proyectada hacia el futuro.
El tiempo fluye y al mismo tiempo es siempre presente. Un presente eterno. Por ello, la
mejor manera de experimentar el tiempo es fluyendo en el presente eterno. (26)
O como nos dice la Maestra Zen Aoyama Shundo: “Debes eliminar todos los
pensamientos sobre lo que te gustaría hacer y dedicar toda tu energía, aquí y ahora, a la
función que se te ha asignado”. (27)
Cuando camines no hace falta que hagas kin-hin (Zen caminando); camina más rápido
pero concentrado, y cuando conduzcas ten cuidado, no hables con los pasajeros, no los
preocupes mientras estés al volante.
Zen es concentrarse en cada instante de la vida cotidiana. La vida moderna vuelve las
cosas muy difíciles; aunque uno se resista a ello, nadie lo negará. Algunos de nuestros
contemporáneos se dan cuenta de la situación, pero debido a su dispersión no se molestan
en enseñar a los niños a concentrarse, ni tampoco a desarrollar su intuición y sabiduría.
Cuando se tiene que pensar se piensa. Se piensa aquí y ahora, se trazan planes aquí y
ahora, se recuerda aquí y ahora. La sucesión de aquí y ahora se hace cósmica y se extiende
hasta el infinito. (28)
Zazen es tomarse el tiempo de ser. Zazen es ser, aquí y ahora. Zazen es sentarse y
sentirse. Sentir lo que somos aquí y ahora. Zazen no significa atrapar algo, ni siquiera la
iluminación. No tenemos nada que atrapar puesto que cuando somos, lo somos todo,
incluida la iluminación.
Al sentarnos en zazen nos tomamos el tiempo de ser lo que somos, aquí y ahora. No nos
sentamos para dejar de ser lo que somos y llegar a ser otra cosa. Zazen es un camino en el
que no se va a ningún sitio distinto del aquí y ahora. Sentarse en zazen significa abandonar
todas las perspectivas, todas las expectativas de nuestra mente egoica. La mente egoica no
tiene nada que hacer durante elzazen, nada a lo que aferrarse. Zazen es el abandono de
todas las expectativas. No tratamos de llegar a ser santos, ni sabios, ni budas. No huimos
de la basura interna. Simplemente nos sentamos y nos sentimos. Es todo.
Durante el zazen, por el simple hecho de sentarnos y sentirnos totalmente, sin categorías
ni limitaciones, rompemos con la imagen mental, parcial e ilusoria que teníamos hasta
entonces de nosotros mismos. Simplemente por el hecho de sentarnos, callarnos y
sentirnos. Es muy simple: sentir la respiración, sentir los latidos del corazón, sentir los
movimientos de las tripas, del estómago... Esto es muy importante.
En la vida diaria estamos tan ocupados en llegar a ser que nunca somos aquí y ahora. Zen
no es llegar a ser nada, sea lo que sea, sino ser aquí y ahora.
La Vía del Zen es una vía de conocimiento y de sabiduría muy antigua. Ha sido
transmitida de generación en generación, de maestro a discípulo. Todos los budas, todos
los Maestros Zen han alcanzado este ser, esta plenitud de ser, sentándose, solamente
sentándose y sintiéndose. (29)
Zen es recuperar naturalmente la pureza de ser, la calidad de ser, que el crío tiene antes
de que los adultos los pervirtamos. Zen es volver al niño que somos. Descubrir nuestra
vida a cada instante. Ser de nuevo a cada instante. El ser que somos ahora no tiene nada
que ver con el ser que fuimos hace una hora. Es otra cosa. (30)
Zazen es ante todo tomar conciencia de nuestra posición de ser humano. Tomar
conciencia del espacio, del aquí, y tomar conciencia del momento, del ahora. Tomar
conciencia aquí y ahora de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu. Siguiendo el sentido
común, podríamos decir que zazen no es una vía espiritual, de desarrollo del espíritu,
porque no se apoya tan sólo en el espíritu sino también en el cuerpo, en lo material tanto
como en lo espiritual. No busca una iluminación especial, ni un contacto extraterrestre, ni
un poder que nos sitúe entre los dioses. Zazen es caminar con el cielo encima de nuestra
cabeza y con la tierra debajo de nuestro pies, es encontrar nuestra condición normal como
seres humanos.
El Zen es estar de pie. El Zen es sentarse. El Zen es caminar. A cada momento nos
encontramos en presencia de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu. Los dos juntos son
nuestra vida aquí y ahora.Zazen es la posibilidad para el hombre de encontrar su verdadero
sitio en el seno del universo, su sitio en el seno de la humanidad, es en ese momento
cuando puede aparecer la verdadera vocación espiritual. (31)
Lo importante es darse cuenta del valor verdadero del más mínimo fragmento, de la más
minúscula de las cosas que vienen a nosotros en nuestra vida diaria. (32)
Vivir el presente no es tarea fácil como parece. Paradójicamente, cuesta una vida entera
aprender el valor de un día, y hacen falta muchas horas para lograr concentrarse en un solo
instante. Es el difícil arte de estar plenamente donde estoy y plenamente dispuesto, al
mismo tiempo, a pasar a la próxima situación en cuanto se presente. Entrega y
desprendimiento. Entrada y salida. Las raíces del roble y las alas del águila. Dispuestos
a permanecer cuanto haga falta y dispuestos a volar en cuanto la vida se mueva y la
creación siga su curso. Tan fácil de decir. Y tan difícil de poner en práctica. Quien lo haya
intentado sabe lo que digo. Vivir el presente. Liberarse de miedos y condicionamientos
para llegar a ser uno mismo día a día, en creación renovada.
No hay atajos para las cosas que de verdad valen en la vida. No hay fórmulas mágicas,
no hay remedios infalibles, no hay revelaciones instantáneas. Angosto es el camino y
estrecha es la puerta. Si hubiera atajos, la meta no merecería la pena. El camino es largo y
la noche oscura. El paso dudoso, las caídas frecuentes, el terco desánimo, la esperanza
súbita, el destello deslumbrador, la celebración anticipada, la nueva subida, el esfuerzo
repetido, la confianza íntima, la alegría, el miedo, la larga paciencia en prueba de fe...
¿Quién puede describir el camino de la mayor aventura del hombre sobre la tierra, la
determinación de ser él mismo, de encontrar su rostro, desafiar su destino, encontrar su
alma con la determinación intrépida que lo llena de valor hasta la muerte, y de fe más allá
de la muerte, hasta la otra vertiente de la eternidad, en la presencia misma del Padre que lo
creó a su imagen y semejanza y que es el único que puede darle la gracia de llegar a
descubrir su divina identidad en el espejo de la fe? Nada hay que pueda reemplazar a la
entrega personal a la fe y a la verdad en la presencia de ángeles que contemplan y rezan.
¿No se colocó al hombre justo por debajo de los ángeles, tocando el borde de sus alas?
Un par de anécdotas para aliviar la tensión del fervor apasionado en la búsqueda vital de
la última identidad.
El método inglés para obtener un céspeda perfecto: preparar el terreno. Arrancar todas
las raíces dañinas. Echar las semillas. Esparcir abono. Regar regularmente durante
seiscientos años.
Este último método es el que más se acerca a la verdadera actitud para que florezcan los
campos del alma. Espera. Siembra la semilla y descansa. Relájate. Observa. Ten todo
presente en la mente. Estate siempre alerta, siempre despierto. No pierdas contacto.
No abandones la escena. Visita el césped todos los días. Fíate de la naturaleza. Invita
a la lluvia. Deja que el sol juegue con la hierba. La manera de vivir el presente, de ser
uno mismo, de econtrar la realidad, de vivir la vida, de abrirse a la gracia, de
preparar los caminos del Señor, es estar siempre atentos, lámpara en mano, pies en el
suelo, la mirada sobre el horizonte y el corazón en las nubes. La virgen prudente. El
siervo fiel. El amigo ferviente.
a) El desprendimiento interior.
Los apegos a las cosas y a las personas son los que nos precipitan al “entrar” y nos
dificultan el “salir”. Lo dice la palabra: estar pegado. No nos movemos con facilidad.
Perdemos el flujo de la vida, el impulso del movimiento, la suavidad del deslizarse
por la existencia. La expectativa del evento feliz difumina todo lo que precede con el
enfoque cambiado de lo que va a venir, y enturbia también todo lo que sigue con la mirada
atrás que entorpece el camino adelante. Por eso el desprendimiento interior es la gran
virtud de la vida que realza cada situación al no subordinarla a las demás.
Todas las religiones han enseñado el valor del desprendimiento, y todas las psicologías el
valor de la ecuanimidad. El aferrarnos a las cosas o a las personas debilita nuestra relación
con ellas. El miedo a perder algo en el futuro estropea el gozo de poseerlo en el
presente. Hay que saber entregarse a lo que hacemos, precisamente para que no nos
quede el resquemor de no haberlo hecho cuando estábamos en ello. Entrega con
desprendimiento y desprendimiento con entrega: he ahí la paradoja eficiente de las
cosas bien hechas.
Hay que estar siempre alerta y siempre relajados. Hay que saber entregarse al
presente con toda el alma, y despedirse también con toda el alma. Despedir la noche
con paz para poder recibir la mañana con alegría. La despedida limpia prepara la
bienvenida abierta, y esa actitud continuada revaloriza cada acción en la vida. (35)
vivir respondiendo.”
Veíamos arriba “no perder contacto”, ahora veremos “vivir en contacto”. Estar donde
estoy. Hacer lo que hago. Ver lo que veo. Día tras día y hora tras hora. Ésa es la asignatura
de la vida. No se trata de acontecimientos grandes o pequeños. Todo vale. Lo importante
es dar valor a cada uno con la presencia atenta en el momento dado. No hacen falta
acciones heroicas, sino vivencia constante. Si hay mayor mérito, está en valorar las
acciones ordinarias y los momentos triviales. Si estamos plenamente presentes en ellos, lo
estaremos con más facilidad en los de trascendencia. (37)
¿Dónde estás ahora? ¿No es ésta tu casa? No en el sentido, noble pero superficial, del
amigo que ofrece su casa al huésped con el gesto elegante que dice: “Ésta es tu casa”,
sino en el sentido mucho más profundo y trascendental de que mi casa es donde estoy,
que yo vivo de lleno donde me encuentro en cualquier momento, que hago contacto
con mi entorno, que no soy extranjero ni huésped en ninguna parte, pues el mundo es
mi hogar, el momento presente es mi existencia, y las circunstancias de la vida son la
piel de mi alma.
¿Hasta cuándo voy a estar viviendo en un sitio y añorando otro? ¿Hasta cuándo voy a
estar pendiente del calendario marcando como un año escolar los días que faltan para
acabar el curso y volver a casa? ¿Hasta cuándo voy a medir distancias, soñar lejanías,
acariciar sueños? ¿Hasta cuándo voy a estar en el colegio deseando ir a casa, y en casa
deseando ir al colegio? ¿Hasta cuándo voy a forzar reformas, imponer ideales, retorcer la
vida? Estoy donde estoy. Vivo donde vivo. Ésta es mi casa. Éste es mi hogar. Que los
planes de hazañas futuras no me roben nunca la realidad del contacto presente. Que los
muros de la casa en que nací no me impidan ver la anchura de los horizontes que se me
abren a cada momento en mi camino pro la vida.
Estar del todo en la tierra, en lo que a la vida práctica concierne, pero estar al mismo
tiempo desprendido, desatado, despegado. No dejar huella del paso por la tierra, ni
recuerdos, ni ataduras. Nada que pueda anclar el pasado o condicionar el futuro. Pasaje
libre, como el viento por las copas de los árboles en las horas tempranas de un día de
primavera.
No es fácil salir de cada situación en la vida sin quedar marcado por ella, sin que algo de
ella se nos pegue y nos estorbe en nuestras etapas futuras. No atravesamos con claridad
desprendida los encuentros, sucesos, pruebas o placeres de esta complicada vida, y
siempre se nos queda pegado algún resto que empaña la limpieza de nuestro ser. Todo
suceso deja rastro en nosotros, y las capas del pasado pronto ocultan la nitidez del
presente. Si consiguiésemos aprender a pasar sin contaminarnos por cada ocasión de la
vida, andaríamos con mucha más gracia y alegría por sus caminos.
¿Cómo, pues, salir limpios de cada incidente? La respuesta es sencilla, casi tautológica, y
nos introduce en un círculo vicioso. Por eso la respuesta no es respuesta, y así como ha de
ser, ya que no hay soluciones finales ni recetas mágicas para los problemas de la mente. Es
tan sólo una manera de ir diciendo lo mismo una y otra vez con ligeras variaciones, con la
esperanza de que eso vaya creando una nueva atmósfera a nuestro alrededor y, al respirar
aires nuevos, la mente despierte algún día también con renovada vitalidad. Ésta es, pues,
la respuesta que no es respuesta, la respuesta que es sólo eco de la pregunta, explicación
provisional de la queja permanente: ¿Por qué no llegamos a salir del todo de los sucesos de
nuestra vida? No llegamos a salir del todo, porque tampoco llegamos a entrar del todo.
Eventos grandes y pequeños, asuntos diarios o aventuras importantes, todo lo
hacemos a medias, sin entregarnos del todo al principio y, por consiguiente, sin poder
salir del todo al final. No hay contacto completo al comenzar, y por eso tampoco lo
hay al acabar. Entramos a medias y salimos a medias. Y ya, para completar el
evidente círculo vicioso, ¿por qué no entramos del todo en cada suceso? Porque no
hemos salido del todo del anterior. Sólo queda ya por elegir en qué punto queremos
romper el círculo.
No me entrego del todo a la vida en sus múltiples manifestaciones de cada día, porque
empiezo por no poseerme del todo a mí mismo. Si no soy del todo dueño de mí mismo,
¿cómo voy a comprometerme del todo con cualquier cosa? No me conozco a mí mismo,
no me fío de mí mismo, no me domino a mí mismo. Tengo miedo al sufrimiento y tengo
miedo al placer, pues aún no he aprendido a disfrutar de las cosas con buena conciencia.
No estoy satisfecho conmigo mismo, me encuentro impaciente, ansioso, nervioso. ¿Cómo
puedo meterme en nada con toda el alma cuando tengo el alma dividida, cada parte por su
lado? Y en medio de todo eso descubro en mí mismo una tendencia que desbarata todos
mis intentos de recobrar la totalidad en mi ser y hacerla funcionar. Esa tendencia es pura
pereza, una cierta tacañería mental, una resistencia interior a entregarme de lleno al
trabajo, aun sabiendo que iba a ser para bien mío. Llevo dentro un avaro escondido que no
me deja emplearme a fondo aunque quisiera, que lleva las cuentas y quiere ahorrar
energías para posibles emergencias futuras, sin caer en la cuenta de que la mejor manera
de reforzar las energías del alma es usarlas de lleno en cada momento. Todo en la vida
importa. No hay evento pequeño, no hay ocasión despreciable, no hay oportunidad
desdeñable. Todo cuanto me sucede exige de mí todo cuanto yo pueda dar; y, si me
reservo y entro en la refriega sólo a medias, no hago más que hacerme daño a mí
mismo e impedir mi propio crecimiento espiritual. Mi falta de generosidad para con
la vida es la razón diaria y permanente de que yo no me desarrolle como sé que
podría hacerlo. (39)
Hasta de la vida hay que despedirse. Nacer y morir es la forma definitiva de entrar y salir
que constituye la entraña misma de nuestra existencia en estes mundo. Hemos andado
entrando y saliendo de sucesos y circunstancias, de ocaciones grandes y pequeñas, de
momentos de dolor y momentos de gozo, bien o mal, mejor o peor; ya así hemos ido
labrando nuestra carrera en este mundo, que un día empezó y un día acabará con una
entrada definitiva que esperamos gloriosa sin fin.
Nacer es entrar, y todo lo que hagamos para que esa entrada sea suave y delicada ayudará
a todas las demás entradas en la vida. A veces, como parte de su terapia, los psicólogos
nos hacen revivir en fantasía el momento de nuestro nacimiento, y esto no es un ejercicio
inútil, sino un esfuerzo dirigido a sanar las heridas que se pudieron producir en nuestra
mente y los restos que pueden permanecer en nuestra memoria, y así volver a nacer en
conciencia activa y equilibrio interno, logrando hacer nuestro de nacimiento la entrada
protegida y vivida que siempre debió ser. Momentos importantes en nuestra vida marcan a
veces lo que llamamos, “un nacimiento nuevo”, y dan así valor a nuestra primera entrada
corrigiéndola y realzándola en toda la importancia que tiene y que nos acompaña de por
vida.
Y si nacer es entrar, morir es salir. La salida definitiva. Queremos una buena muerte,
porque sabemos que es importante como fin de la vida y comienzo de la eternidad; y aquí
viene el instumento sencillo de preparar esa última salida. La ensayamos en cada salida
parcial, grande o pequeña, a lo largo de toda la vida. Cada despedida, cada viaje, cada
libro que se acaba de leer, cada hoja de calendario que se arranca, cada papel en la
papelera, cada taza de café vacía, cada par de zapatos gastado, cada puerta cerrada, cada
motor parado, cada “hasta la vista”, cada beso soplado, cada mirada atrás, cada lágrima,
cada suspiro... es un cerrar, un marcharse, un salir, que en su ensayo repetido y acumulado
va preparando el salir definitivo que cerrará todas las puertas y clausurará nuestro
calendario en una fecha tan clara y para siempre como fue la fecha en que lo inauguramos.
La mejor manera de prepararnos para la despedida final es saber despedirnos en las
separaciones actuales. Entrar y salir. Despedidas limpias desde ahora, sin añoranza, sin
apego, sin tentáculos, sin medias tintas, sin pie dentro y otro fuera, sin tristeza, sin
nostalgia... son las que preparando la última despedida limpia también y llena de via al
pasar por la muerte que nos lleva a la eternidad. Quien aprende a salir limpio de cada
circunstancia de la vida, sabrá salir limpio del último trance con personalidad intacta y fe
llena de ilusión.
Las muertes de aquellos a quienes queremos nos preparan también, si así sabemos
entenderlas, a nuestra propia muerte. Son aviso, recordatorio y ensayo. A medida que otros
“salen” de nuestras vidas y se marchan para siempre, nos van recordando que nosotros
también “saldremos” un día de nuestra propia vida terrena y seremos protagonistas del
funeral, en vez de asistentes. Es momento privilegiado de aprender la lección importante.
La separación es siempre dolor para los que se quedan, aunque sea gozo –eterno en este
caso- para el que se va. Pero dentro de ese dolor hay algo que analizar para nuestra
enseñanza. A veces nos queda la pena de no habernos acercado más...; una pena que ya no
puede remediarse y que nos deja un sinsabor amargo, junto con el recuerdo de quien ya no
está. Hablando desde nosotros, la salida de aquella persona de nuestra vida no fue limpia
por nuestra parte, y ese desasosiego nos puede adiestrar en el arte viviente de cómo
relacionarnos con los demás de manera que la separación no cause remordimiento, y la
muerte –la suya o la nuestra, cuando nos toque- no deje capítulos incompletos en nuestra
biografía familiar y social. Cada esquela es, no ya sólo una cita en una iglesia, sino una
lección de vida para cada uno de nosotros en aprender a entrar y salir con dignidad y
elegancia de todo lo que hacemos y todo lo que vivimos.
Acercarnos en el mejor sentido de la palabra, que es intimidad con respeto, cercanía con
distancia, amor con delicadeza, entrega con desprendimiento. Darnos del todo para saber
recobrarnos del todo. Esto ya va abocado al misterio que es nuestra existencia en vida y en
muerte, y no podemos decir más, pero sí recoger en su última y benéfica expresión la
fórmula y actitud de vida que ennoblece nuestras acciones y nos prepara a las que han de
venir: entrar y salir.
“Uno de los nombres más bellos que se han dado al Buda es “Tathagata”. Es una
extraña palabra que tiene dos sentidos. El primero es “thath-agata”, que quiere decir
“así llegó”. El segundo es “tatha-gata”, que quiere decir “así marchó”. Un sentido
del nombre es “así llegó”, y el otro es “así marchó”. Es un proceso de llegar y de
marchar, de entrar y de salir. Buda es como el viento. Así llegó, así marchó. Nada
de aferrarse. Sus idas y venidas son misteriosas, impredecibles, inexplicables,
porque sólo las causas y los motivos se pueden explicar.
En ese último estado de iluminación, en esa pureza, en esas alturas, todo es
misterioso, y las cosas sencillamente suceden. No sabemos el porqué, ni
necesitamos saberlo. Todo es bello, todo es bendición. Entrar es bendición, salir es
bendición. El toque de la iluminación es bendición” (41)
En suma, la espiritualidad Zen prepara el camino para recobrar la vida donde esta se vive
en verdad, esto es, en la realidad de cada momento presente. Eso supone, por tanto,
recuperemos de una manera de existir que está regida por la persecución de un ideal de
felicidad o plenitud que proyectamos en algún lugar “externo” a nosotros en el futuro, y en
su lugar sustituirla por otra forma que nos permita experimentar y estar plenamente
despiertos ante el misterio del presente.
Podemos ilustrar esto a través de un ejemplo que Thich Nhat Hanh nos proporciona en su
libroCómo lograr el milagro de vivir despierto. Al objeto de explicar lo que entiende por
ese término clave, “mindfulness”, el autor describe dos modos de fregar los platos,
señalando que o bien podemos fregar los platos para que queden limpios o bien podemos
simplemente fregarlos. (42) Nuestra conciencia egocéntrica nos dice: “¿Para qué si no?
¿Acaso no se friegan los platos para que queden limpios?”. Parece tan obvio que
cuestionarlo resulta ridículo.
De la misma manera, cuidamos nuestros jardines para que produzcan bellas flores en la
primavera y para que nuestros vecinos al verlas nos digan: “¡Qué flores tan bonitas tenéis
en el jardín!”. Trabajamos para poder ganar dinero, para sacar la familia adelante, para que
los niños puedan tener una buena educación, para que puedan obtener buenos empleos y
fundar su propia familia, para entonces podemos vivir todos felices. Y así con todo lo
demás en nuestras vidas.
Tal forma de vida se considera habitualmente normal, algo que todo el mundo hace, un
comportamiento impulsado por un sentido de finalidad o propósito, y expresado en la
actitud que adoptamos en una acción tan corriente como fregar los platos. Fregamos los
platos para que queden limpios. Los dejamos limpios para poder hacer lo que haya que
hacer a continuación, como ir a la sala a ver televisión, y después cambiarse para ir a
dormir y así descansar y tener energía al día siguiente para emprender otro día más de
trabajo.
Nuestras vidas como seres humanos parecen estar siempre dirigidas a la persecución de
algún propósito u objetivo que o bien nos hemos marcado nosotros o nos ha sido marcado
por otros. Eso puede incluir objetivos a largo plazo, como por ejemplo ganar mucho
dinero, hacerse famoso, tener éxito en la escala profesional, o simplemente trabajar lo
suficiente como para amortiguar el préstamo de la hipoteca y pagar los estudios de los
hijos, o puede incluir objetivos a corto plazo, como dejar limpios los platos para no tener
pendiente esa tarea, para poder relajarnos, para prepararnos para el día siguiente, para
ganarnos el pan..., etc.
Podemos decir que todo esto no es más que una consecuencia del hecho de que nuestra
existencia está condicionada por el tiempo, concebido como un movimiento lineal, como
un presente fugaz que enseguida queda sumido en el pasado y que se dirige velozmente
hacia el futuro. La naturaleza de nuestro ser, condicionada por el tiempo, siempre nos
compele a mirar hacia el futuro para encontrar algo mejor que el presente, para ver
cumplidas nuestras esperanzas, para completas nuestros proyectos en los que imaginamos
que reside la clave de la felicidad que tanto anhelamos en la vida. Si nos esforzamos ahora,
nuestros esfuerzos producirán sus resultados en el futuro. Nadie cuestiona ese principio
fundamental de la acción humana. Invertimos nuestra energía en las esperanzas para el
futuro como un principio motivador y una fuerza impulsora para vivir el presente.
Con esa actitud atribuimos un valor a las cosas en la medida en que estas sirven a
nuestros objetivos, en tanto nos ayudan a cumplir nuestras metas futuras. Estimamos
aquellas cosas que funcionan de la forma más eficaz, esto es, las que con menor inversión
de tiempo y energía producen los mejores resultados. Y ello a fin de dedicar ese tiempo y
energía extra a otras cosas cuya productividad y rendimiento sean mayores.
Tendemos a tratar también con la misma actitud a las personas, inclinándonos por
quienes nos permiten alcanzar nuestras metas o nos ayudan a conseguir lo que
perseguimos. Nuestras relaciones humanas, pues, están gobernadas por un principio de
selección basado en el grado en que las cosas y las personas sirven a nuestros fines, de
modo que tendemos a tratarnos unos a otros según ese criterio.
Al vivir de esa manera, podemos apreciar que todo cuanto hacemos está encaminado a
lago diferente de sí, y llegamos a darnos cuenta de que jamás efectuamos acción alguna
por sí misma; siempre hacemos las cosas con un objetivo preciso comenzando por tareas
inmediatas como fregar platos. Al reflexionar sobre las implicaciones de esa forma de
vida, podemos constatar que vivimos día tras día siempre a un paso de distancia de la
propia vida, ya que todo lo emprendemos con una meta o finalidad externa, siempre por
delante de nosotros, y no somos capaces de apreciar nada de lo que hacemos en el presente
por sí mismo. No podemos vivir normalmente la vida en el lugar en que esta sucede, esto
es, aquí y ahora. Siempre los medimos todo según se ajuste a planes futuros o a ideales
imaginarios, y nos perdemos la vivencia de la realidad viva que tenemos justo ante
nosotros. Incluso el logro de un objetivo, por ejemplo, haber quedado limpios los platos
(para lo cual la acción de fregarlos fue un medio realizado con ese fin), es nada más un
paso hacia el siguiente, por ejemplo, poder ir a la sala, y después poder prepararse para ir a
dormir, para a su vez descansar para estar listo para el trabajo al día siguiente. Y el trabajo
del día siguiente, por su parte, se lleva a cabo para poder llevar ingresos a casa, para poder
tener una casa, y en ella poder fregar los platos..., y el ciclo continúa. Así pues, nos
encontramos moviéndonos en círculos, como un perro mordiéndose su propia cola. Vamos
siempre a la caza de algún sueño de felicidad en el futuro, y todo lo que hacemos en el
presente en un medio para lograr alcanzarlo.
En otras palabras, seguimos viviendo un día tras otro, bien con la mirada puesta en ese
objetivo del futuro, imaginando un ideal que hemos de alcanzar, bien mirando hacia el
pasado, cuando quizás podría habernos ido mejor. De esa manera, nunca nos ponemos de
verdad en el sitio justo en que tiene lugar la vida, a mano, en el aquí y el ahora de cada
momento presente. Vivimos cada día empujados ya sea por ese futuro ideal de plenitud, ya
por un pasado glorioso que se ha ido. Así, apenas nos damos cuenta de que cada día nos
colocamos fuera de la vida, hasta que el peso de todo ello puede con lo mejor de nosotros
mismos y experimentamos una crisis o una depresión, y es entonces cuando nos surge la
pregunta: “¿Qué es todo esto?”.
Ese modo de vida, motivados siempre por algo externo, obedeciendo a un impulso tras
otro y sin poder disfrutar de cosa alguna de verdad, explica nuestra falta de paz interior y
la sensación que tenemos de sin sentido y frustración, además de encontrarse en la base de
muchas neurosis y desequilibrios mentales que hoy en día proliferan tanto entre nosotros.
Al enfrentarnos con la pregunta: “¿Y todo esto para qué?” y darnos ocasión de retirarnos
temporalmente para reflexionar sobre nuestra situación, el Zen puede abrirnos una nueva
puerta. El Zen nos insta a vivir tomándolo todo tal cual es, en su propio sitio, y no para
fines ajenos a sí, comenzando por cosa muy sencillas de nuestro vivir diario como fregar
platos.
La práctica del Zen, que tiene como centro la meditación sentada en la que en silencio
seguimos cada respiración, nos permite regresar hasta ese lugar donde nos aguarda la
plenitud de la vida: en cada aquí y ahora. Cada respiración se vive de forma plena. Al
caminar, cada paso se da sin preocuparnos de antemano por los dos pasos siguientes; en
lugar de eso, ponemos nuestro ser entero en este paso. Y si tomamos el té, saboreamos
cada sorbo. Esta modalidad de conciencia, en la que estamos íntegramente en el aquí y
ahora de cada momento particular, se prolonga a lo largo de la vida diaria. Esa es la vida
que ha llegado a recuperar el ahora.
El mensaje del evangelio proclamado por Jesús es también una invitación a recuperar el
momento presente. “El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está cerca”. Es una
invitación a abrir nuestro ser y dar la bienvenida a ese Reino, y a todo lo que eso supone
en la totalidad de nuestras vidas, comenzando aquí y ahora (Mc 1, 15). En los
acontecimientos y encuentros normales de nuestra vida diaria se nos llama a abrir los ojos
y nuestro ser entero a la realidad de la presencia activa de Dios en medio de todos ellos.
Al igual que Jesús encarnó con su vida entera la misma presencia del Reino de Dios
mediante todo su hacer y su decir, los que escuchamos el mensaje de Jesús estamos
llamados a personalizar ese Reino en nuestras vidas, momento por momento. “Seguidme”.
En este preciso momento.
Jesús pide que confiemos nuestro ser entero al Reino de Dios sin preocuparnos por el
mañana: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿Qué vamos a
beber?, ¿con qué nos vamos a vestir?... Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y
todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,31-33). Se nos invita a abrirnos al
descubrimiento del Reino de Dios en cada momento presente de nuestras vidas.
La famosa escena del juicio final (Mt 25, 31ss) también nos ofrece una clave importante
en el contexto de una vida plenamente despierta al ahora. Al principio quizá nos sintamos
inclinados a tomar este pasaje de un modo literal como algo que habrá de suceder en un
futuro lejano pero, mirándolo con más detenimiento, el pasaje nos revela algo importante
para nosotros. En esta escena, a todos cuantos están llamados a su gloria eterna en el Reino
de Dios, se les dice: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí
me lo hicisteis”. Si escuchamos con atención, podemos oír la llamada a prestar mayor
atención al aquí y ahora. En otras palabras, ese pasaje nos dice que, si abrimos nuestro ser
a todos y cada uno de los semejantes con los que nos cruzamos en la vida corriente y les
respondemos igualmente con nuestro ser entero y según requiera la situación, ya sea
ofreciendo alimento o solaz, o simplemente saludando con un “hola”, en ese mismo
momento, en el justo lugar en el que ese encuentro está teniendo lugar, se puede discernir
la presencia activa de Dios. Esa es la buena noticia que Jesús proclama: “en cada momento
presente, yo mismo llamo a tu puerta, y si abres tu ser a mi presencia en todos estos “más
pequeños”, ahí mismo estoy yo, en medio de vosotros”.
Otro pasaje de Lucas nos llama la atención sobre lo mismo. “El Reino de Dios, viene sin
dejarse sentir. Y no dirán: “Vedlo aquí o allá”, porque el Reino de Dios ya está en
vosotros” (Lc 17, 20-21).
Eso no significa, claro está, negar la creencia en la segunda venida como tal, o su
significación, del mismo modo no podemos, ni tenemos por qué, negar el fenómeno del
tiempo como un movimiento lineal hacia el futuro. Lo que ofrece el Zen es, con todo, una
invitación a asomarnos a esa dimensión que atraviesa el tiempo –pasado, presente y
futuro-, la misma dimensión que experimentara el autor de la Carta a los efesios cuando
escribía en tono idéntico tanto acerca de ese tiempo “incluso..., antes de la fundación del
mundo” como respecto a “la plenitud de los tiempos”, donde todas las cosas serán unidas
en Cristo, “todo lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”. (Ef 1,4-10). El Zen nos
permite vislumbrar esa plenitud de los tiempos en la que pasado, presente y futuro
convergen en un punto cero, en la que el cosmos en su realidad se une y tiene a “Cristo por
cabeza”.
Bajo esa luz, la doctrina de la segunda venida de Cristo, deja de revelar una actitud
bancaria (literalmente, la adquisición de créditos y deudas) para un futuro lejano, y cede el
paso, en su lugar, a una disposición de constante vigilancia en el ahora, también ilustrada
en la parábola de las vírgenes prudentes (Mt 25, 1-13).
A este respecto también podemos mencionar las consecuencias de una visión dualista de
la enseñanza cristiana respecto a la vida después de la muerte, un punto de vista que
convierte todo lo que hace aquí y ahora en un mero medio, una acumulación de méritos y
deméritos, créditos y débitos de los que habrá que dar cuenta en el más allá. Esa visión
dualista ha dado pie a la crítica difundida de que la religión (cristiana) constituye una
especie de “opio” que justifica la insensibilidad de las personas hacia las tareas del aquí y
ahora.
Al volver nuestra atención al aquí y ahora, la práctica del Zen nos permite recuperar el
impacto original de la buena noticia de que el Reino de Dios está cerca, tan cerca que está
en medio mismo de nosotros, en las múltiples tareas que requiere el vivir diario.
Quizás sigamos haciendo exactamente las mismas cosas día tras día, ya sea fregar los
platos, cuidad las plantas, ir a trabajar o regresar del trabajo. Pero el modo de vida que nos
muestra el Zen guarda una notable diferencia respecto a esa forma bancaria, bien en la
secuencia lineal de la historia, bien en la vida del más allá.
Para expresarlo con sencillez, se trata de una vida en la que fregamos los platos
simplemente para fregar platos. Lo que no quiere decir que no quedarán limpios. Si de
verdad somos capaces de fregar platos, el resultado natural será que acabarán limpios. Así
pues, también podemos alegrarnos de los frutos de lo que hacemos, al hacerlo por sí
mismo. La diferencia es que cada cosa se hace por sí misma, poniendo todo el ser en el
aquí y el ahora, comprometiéndonos en las diversas tareas de la vida, sin encontrarnos en
el estado de separación en que incurrimos al se movidos por otros motivos ulteriores.
Podemos disfrutar de la vida tal como es, tomando las cosas como son, sintiendo el agua
caliente en nuestras manos, los pies sobre el suelo. Así nos abrimos a la totalidad del
misterio de la vida en el preciso lugar en que nos encontramos en cada momento, con sus
altibajos, sus alegrías y sus penas.
Utilizando otra expresión sacada del contexto del Zen, “cortamos leña y llevamos agua.
Conseguimos hallar vida allí donde realmente se encuentra, es decir, aquí mismo, en todo
su misterio y fascinación, al cortar leña y llevar agua. Y, ¡oh maravilla! al hacerlo así, todo
encaja. La leña se coloca en el hogar, el agua se pone en la olla, se enciende el fuego, el
arroz se cocina. Y tomamos el arroz, recibiendo su alimento, con gratitud.
En el nivel de nuestro mundo cotidiano y mundano, el Zen nos enseña a ser eficaces,
tranquilos y mentalmente frescos y vivos en todo momento; en el nivel espiritual nos
muestra la vía hacia la mayor consecución a la que puede aspirar cualquier ser. (46)
6. EPÍLOGO.
“En el nivel más íntimo, hemos de llegar a trascender la dualidad del entrar y salir, porque
vivir plenamente en el momento hace que la entrada y la salida sean simultáneas. No se
trata de entrar un momento y salir en el siguiente. Se trata, sencillamente, de “ser”.
Wittgestain (49)
Decir todo esto está bien... y de ninguna manera es contrario a la doctrina del Zen. Sin
embargo lo que el Zen quiere expresar va mucho más profundamente que eso. Se dice que
este “presente” mismo escapa al alcance de la inteligencia. Como San Agustín (50) el Zen
afirma que el presente no puede existir otro más que no existir; pero está siempre presente
en un escape perpetuo. Este es el porqué el Prof. zenista D.T. Suzuki gusta de usar este
término en la Teología Cristiana “nunc aeternum”.
Aquí hay una dificultad que encontramos los misioneros cuando queremos predicar el
Evangelio a los japoneses. Estos están absorbidos en esta mentalidad de “no beneficio” y
presentismo. Para los cristianos occidentales no es del todo escandaloso, sino por el
contrario es una cosa laudable, “hacer buenos méritos para el cielo”... Para los japoneses y
en particular los zenistas, este paso moral es doblemente falso; porque por un lado una
acción de moral “para” manifiesta un intolerable egoísmo y por el otro el cielo
considerado como un mundo más allá es una alienación de nuestra existencia “presente”.
Como consecuencia: egoísmo y alienación... Es bastante admirable notar que tal reacción
es casi instintiva entre la mayoría de los japoneses, aun entre aquellos que no son de
ninguna manera filósofos.
El segundo corolario es el último resultado del precedente; yendo en camino más allá de
la misma muerte por tanto se libra uno de ella. Un célebre zenista dice: “Es bueno para ti
estar enfermo una vez que estás enfermo es es bueno para ti morir una vez que estás
muerto. Si te puedes librar a ti mismo a lo largo de estas líneas te librarás del mal”... Las
palabras de Dogen son aún más precisas: “vivir y morir es Buda”. En esta forma el Zen
quiere ir más allá de la muerte, el mal supremo del hombre. Pero la muerte... está (es)
realmente vencida ahí. (52)
8. NOTAS
1. Cfr. Jordi Vilanova 24.11.2002 www.galeon.com/jordivilanova/ Barcelona.
2. G. Vallés C., Elogio de la vida diaria. Col. Proyecto 60. Sal Terrae. Santander
2000, 2ª., ed., pág. 32.
3. Hablando de Zen. Sirio. Málaga 1996, pág. 126.
4. G. Vallés C., Elogio..., op.cit.., pág. 36.
5. Idem págs. 7-10.
6. Ibídem pág. 13.
7. Ibídem pág. 78-81.
8. Prefacio de Beck J.C., Zen Ahora. Col. Los pequeños libros de la sabiduría 19.
José J. de Olañeta. Editor 1998, pág. 5.
9. G. Vallés, op.cit., págs. 123-124.
10. Ibídem pág. 126.
11. Ibídem pág. 128.
12. Ibídem pág. 131.
13. Contratapa de su libro El Zen. Col. Hombre y misterio 3. Mensajero. Bilbao 1974.
14. G. Vallés C., Elogio..., op.cit., págs. 131-132.
15. G. Vallés C., “Al andar se hace camino...”. –El arte de vivir el presente-. Col. El
Pozo de Siquem 44. Sal Terrae. Santander 1991, 8ª., ed., 137-138.
16. Cfr. cita No. 1.
17. Grün A., Sartorius C., Para gloria en el cielo y testimonio en la tierra. Col.
Surcos 67. Verbo Divino. Estella. 2001, 2ª., ed., pág. 34.
18. G. Vallés C., “Al andar...”, op.cit., págs. 142-143; 145.
19. Atención vigilante (sánscrito:smrti): La energía de estar aquí y presenciar
profundamente todo lo que sucede en el instante presente, consciente de lo que ocurre
interior y exteriormente.
20. Nhat Hanh Thich, Buda viviente, Cristo viviente. Kairós. Barcelona 2000, 2ª., ed.,
págs. 30-32.
21. Psicoanalista discípulo de Freud. Citado por Caballero N., Y me senté en silencio,
a mirar a Dios. Col. Fondo de lo humano 52. EDICEP Valencia 2003, pág. 100 nota
95.
22. Caballero N., op.cit., págs. 99-103.
23. Jäger W., En busca del sentido de la vida. Narcea. Madrid 2002, pág. 155.
24. Leong K.S., Enseñanzas Zen de Jesús. Ellago Ediciones. Castellón 2003, pág. 19.
25. Cfr. cita No. 1.
26. Villalba D., Fluyendo en el presente eterno. Col. De corazón a corazón 2.
Miraguano Ediciones. Madrid 1999, págs. 176-177.
27. Aoyama S., Semillas Zen. Col. Libros de los malos tiempos 68. Miraguano
Ediciones. Madrid 1999, pág. 81.
28. Deshimaru T., La práctica del Zen. Kairós. Barcelona 2000, 8ª., ed., págs. 44-46.
29. Villalba D., Vida Simple, Corazón Profundo. Col. De corazón a corazón 1.
Miraguano Ediciones. Madrid 1998, págs. 165-168.
30. Idem pág. 174.
31. Kosen B., Zen aquí y ahora. Mandala Ediciones. Madrid 2000, págs. 17-19.
32. Leggett T., La sabiduría del Zen. Col. Nueva Era 47. Edaf. Madrid 1993, pág. 232.
33. Idem pág. 77.
34. G. Vallés C., “Al andar...”, op.cit., págs. 232-234.
35. Idem págs. 138-139; 142.
36. Beltrán L.B., Mística y educación. Perspectivas Zen y cristiana. En: Labajos
A.M. (Coord.), La mística en el siglo XXI. Centro Internacional de Estudios
Místicos. Col. Paradigmas 31. Trotta. Madrid 2003, pág. 166 nota 30.
37. G. Vallés C., “Al andar..., op.cit., págs. 72-73.
38. Ibídem págs. 136-137.
39. Ibídem págs. 158-161.
40. T. Deshimaru, Lo Zen passo per passo, Ubaldini, Roma, 56-57. Citado
por Ballester M., Cristo, el campesino y el buey. –Vía Zen y vía cristiana-. Col.
Nuevos Fermentos 45. San Pablo. Madrid 1998, pág. 43.
41. The Discipline of Transcendence, p. 290 y The Diamond Sutra, p. 175. Citado por
G.Vallés C., Elogio..., op.cit., págs. 144; 148-151.
42. Véase Thich Nhat Hanh, The Miracle of Mindfulness, Beacon Books, Boston 1970,
3-5 (trad. esp., Como lograr el milagro de vivir despierto, Cedel, Barcelona 1981,
26-29)[N. del T. (Beltrán L.F.): “Mindfulness” es la palabra de la versión original en
inglés; en castellano, a menudo se traduce indistintamente, o según el contexto, como
“vivir despierto”, “estar atento o absorto”, “darse cuenta plena”.] Citado en Habito
R.L.F., El aliento curativo. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, pág.
180 nota 1.
43. Habito R.L.F., Idem págs. 180-189.
44. Grün A., Sartorius C., Para gloria..., op.cit., pág. 36.
45. Kiew K.W., El libro completo del Zen. Martínez Roca. Barcelona 2000, pág. 286.
46. Grün A., Para gloria..., op.cit., pág. 38.
47. Philip Toshío. Zen Guitar, pág. 172. Citado por G. Vallés C., Elogio..., op.cit., pág.
31.
48. Nhat Hanh Thich, op.cit., pág. 12.
49. Cfr. nota No 1.
50. Confesiones de San Agustín, Lib. I, ch VI, no.3. Citado por Okumura A.I., Zen y
experiencia del Absoluto. En: Checa R.(Coord.), Experiencia de Dios y sus
mediaciones.CEVHAC México, D.F., pág. 54 nota 33.
51. Deshimaru T., “Vrai Zen”, 1969, p. 57-59. Le courrier du Livre. Cf. J.M. Petit,
“Dialogo entre le Boudhisme-Zen et le Carmel”, L.p. 63 (1970). Citado por Okumura
A.I., op.cit., pág. 54 nota 34.
52. Okumura A.I., Idem págs. 52-54.
9. BIBLIOGRAFÍA
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Revista Lindaraja
www.filosofiayliteratura.org/zen/zen1
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