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Los actos del penitente

El Sacramento de la Reconciliación
Autor: Cristina Cendoya de Danel

Capítulo 3: Los actos del penitente

Los Actos del Penitente

El examen de conciencia es el primer paso para prepararse a recibir el perdón de los pecados.
Se debe de hacer en silencio, de cara a Dios revisando las faltas cometidas como cristianos,
revisando los Mandamientos de la Ley de Dios, de la Iglesia y nuestros deberes de estado (de
hijos, padres esposos, estudiantes, patrones, empleados, etc.). Hay que revisar las acciones
moralmente malas (pecados de comisión) y las buenas que se han dejado de hacer (pecados
de omisión). Primeramente hay que reconocer nuestras faltas. Si pensamos que no tenemos
pecados, nos estamos engañando, o no los queremos reconocer a causa de nuestra soberbia,
que no quiere admitir las imperfecciones en nuestra vida, o puede suceder que estamos tan
acostumbrados a ellos, que ya ni cuenta nos damos cuando pecamos. Uno de los efectos del
pecado es la ofuscación de la inteligencia.

Una vez reconocidos nuestros pecados, tenemos que pedir perdón por ellos. No hay pecado
que no pueda ser perdonado, si nos acogemos a la misericordia de Dios con un corazón
arrepentido y humillado.

El acto más importante que debe hacer un penitente es la “contrición”, o “dolor de corazón,
o arrepentimiento”. Este es un acto de la voluntad, que procede de la razón iluminada por la
gracia y que demuestra el dolor de alma por haber ofendido a Dios y el aborrecimiento de
todo pecado. (Concilio de Trento; Catec. no. 1451). No es necesario que haya signos externos
del dolor de corazón.

Este arrepentimiento o contrición debe ser interno porque proviene de la inteligencia y la


voluntad y no debe ser un fingimiento externo, aunque hay que manifestarlo externamente
confesando los pecados.

También ha de ser sobrenatural, tanto por su principio que es Dios que mueve al
arrepentimiento como por los motivos que la suscitan.

Tiene que ser universal porque abarca todos los pecados graves cometidos, no se puede pedir
perdón por un pecado grave y por otro no.

Así mismo, la persona debe de aborrecer el pecado a tal grado que esté dispuesto a padecer
cualquier sufrimiento antes que cometer un pecado grave.

La contrición es “perfecta” cuando el arrepentimiento nace por amor a Dios. Esta contrición –
por sí sola - perdona los pecados veniales. La contrición“imperfecta” o “dolor de
atrición”, nace por un impulso del Espíritu Santo, pero por miedo a la condenación eterna y al
pecado. De todas maneras es válida para recibir la absolución.

El propósito de enmienda, es la resolución que debemos tomar una vez que estamos
arrepentidos, haciendo el propósito de no volver a pecar, mediante un verdadero esfuerzo.
Este debe de ser firme, eficaz – poniendo todos los medios necesarios para evitar el pecado –
y universal, es decir, rechazar todo pecado mortal.

El segundo acto más importante que se debe de hacer, es la “confesión de los pecados”. El
simple hecho de decir los pecados libera al hombre, se enfrenta con lo que le hace sentir
culpable, asumiendo la responsabilidad sobre sus actos y por ello, se abre nuevamente a Dios
y a la Iglesia. Esta confesión de los pecados debe ser sincera e íntegra. Lo que implica el
deber de decir todos los pecados mortales, incluyendo los que en secreto se han cometido.
Así mismo hay que manifestarlos sin justificación, sin aumentarlos, ni disminuirlos.

Como la mayoría de los pecados dañan al prójimo, es necesario hacer lo posible para
repararlos. Además el pecado daña al pecador y sus relaciones con los demás. La absolución
quita el pecado, pero no remedia los daños causados, por ello es necesario hacer algo más
para reparar los pecados. Hay quehacer y cumplir la penitencia que el sacerdote imponga,
como una forma de expiarlos. Esta penitencia debe ser impuesta según las circunstancias
personales del penitente y buscando su bien espiritual. Debe de haber una relación entre la
gravedad del pecado y el tipo de pecado.

El no cumplir con alguno de estos actos invalida la confesión.

El Sacramento de la Reconciliación
Autor: Cristina Cendoya de Danel

Capítulo 4: Reconciliación: efectos, necesidad

Efectos

El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con


Dios. Este volver a la amistad con Él es una “resurrección
espiritual”, alcanzando, nuevamente, la dignidad de Hijos de
Dios. Esto se logra porque se recupera la gracia santificante
perdida por el pecado grave.

Aumenta la gracia santificante cuando los pecados son veniales.

Reconcilia al pecador con la Iglesia. Por medio del pecado se


rompe la unión entre todos los miembros del Cuerpo Místico de
Cristo y el sacramento repara o robustece la comunión entre
todos. Cada vez que se comete un pecado, la Iglesia sufre, por
lo tanto, cuando alguien acude al sacramento, se produce un efecto vivificador en la Iglesia.
(Cfr. CIC nos. 1468 – 1469).

Se recuperan las virtudes y los méritos perdidos por el pecado grave.

Otorga la gracia sacramental específica, que es curativa porque le devuelve la salud al alma y
además la fortalece para combatir las tentaciones.

Necesidad

En la actualidad hay una tendencia a negar que la Reconciliación sea el único medio para el
perdón de los pecados. Muchos piensan y afirman que se puede pedir perdón y recibirlo sin
acudir al confesionario. Esto es fruto de una mentalidad individualista y del secularismo. La
enseñanza de la Iglesia es muy clara: Todas las personas que hayan cometido algún pecado
grave después de haber sido bautizados, necesitan de este sacramento, pues es la única
manera de recibir el perdón de Dios. (Concilio de Trento, cfr. Dz.895).

Debido a esto, la Iglesia dentro de sus Mandamientos establece la obligación de confesarse


cuando menos una vez al año con el fin de facilitar el acercamiento a Dios. (Cfr. CIC 989).

Los pecados graves cometidos después del Bautismo, como se ha dicho, hay necesidad de
confesarlos. Esta necesidad fue impuesta por Dios mismo (Jn. 20, 23). Por lo tanto, no es
posible acercarse a la Eucaristía estando en pecado grave. (Cfr. Juan Pablo II, Reconciliatio e
Paenitentia, n. 27).

Estrictamente no hay necesidad de confesar los pecados veniales, pero es muy útil hacerlo,
por las tantas gracias que se reciben. El acudir a la confesión con frecuencia es recomendada
por la Iglesia, con el fin de ganar mayores gracias que ayuden a no reincidir en ellos. No
debemos reducir la Reconciliación a los pecados graves únicamente.

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