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EVOLUCION DE LAS SOCIEDADES EN ESTOS DOSCIENTOS AÑOS Y EL ROL

DE LA MUJER.

En el transcurso del siglo XX y puntualmente en el Sesquicentenario –


año 1960– aparecieron los conflictos sociales: la protesta obreras y las
huelgas de las mujeres nucledas en sindicatos. La historia oficial nunca
prestó atención a estos movimientos donde la mujer tuvo suma
importancia. Las discusiones sobre la desigualdad de género giraban en
torno de los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres, pero los
reclamos puntuales sobre la reivindicación de la mujer siguieron estando
postergados”, refirió Lobato.

”Por ejemplo, en el primer Código Civil Argentino el hombre sigue


teniendo preeminencia sobre la mujer. La normativa legal ya establecía
diferencias de género. Lo mismo con la Ley Sáenz Peña: el voto
universal, obligatorio y secreto aludía a los varones, no a las mujeres”,
subrayó.

“Ya durante el peronismo, hubo un mayor reconocimiento a los derechos


de la mujer, proceso en el cual Evita jugó un papel importante. Pero
todavía se mantuvo la diferencia del género en torno a los derechos
humanos, civiles, políticos y sociales. También tenemos que observar
que la sanción definitiva del voto femenino, en 1947, fue la plataforma
para el lanzamiento en la vida política de Eva Perón”, refirió, estimulando
el debate entre los presentes.

En 1960 se realiza un nuevo congreso feminista, que sirvió para empezar


a discutir sobre la patria potestad y el divorcio; más tarde, en los años
’80, se debatió sobre los cupos femeninos en partidos políticos y, ya en
2002, los cupos de mujeres en organizaciones sindicales. “más allá de
todo esto, creo que las discusiones centrales en la perspectiva de género
hoy y de cara al Bicentenario de la Nación deberán pasar
necesariamente por los derechos reproductivos de la mujer, la
maternidad y paternidad responsables y la planificación familiar,
igualando el rol de sujeto primario de poder político y civil entre hombre y
mujer”, concluyó la historiadora.
Plantear el tema del cambio de rol de la mujer en la sociedad argentina en los últimos
cincuenta años exige establecer previamente la existencia de una doble imagen: aceptar,
por una parte, la actividad habitualmente silenciosa pero indudablemente importante de
la mujer en la cotidianeidad, como resultado de una estructura tradicional que le
asignara el rol de artífice y sostén del hogar y de la crianza de los hijos, y reconocer, por
otra parte, su lucha infatigable para obtener un lugar destacado, semejante al del
hombre, en la organización institucional del país.
la inserción de la mujer en la vida institucional argentina es la obtención del voto
femenino, a partir de la sanción de la ley 13010, en septiembre de 1947, la cual había
sido alentada por el peronismo desde su campaña electoral previa a las elecciones de
1946,
No era éste, sin embargo, el primer proyecto que consideraba la posibilidad de otorgar a
la mujer una paridad de derechos políticos con el hombre. Había existido, en 1927, en
San Juan, durante la gobernación del Dr. Cantoni, una ley que otorgaba el voto
femenino y gracias a la cual, en 1934, la Dra. Ema Acosta había logrado acceder a una
diputación; y en los veinte años anteriores al proyecto de ley de 1947 se habían
presentado una variada cantidad de iniciativas al respecto que, empero, no habían
resultado exitosas. Pueden citarse, entre ellos, los del Dr. Alfredo L. Palacios en 1915,
basado en estudios de la Dra. Dellepiane, de la agrupación femenina "Juana Manuela
Gorriti", solicitando los derechos civiles de la mujer, y los de 1919, 1922, 1925 y 1929.
En 1926, la sanción de la ley 11357 derogó las disposiciones de las Siete Partidas y las
Leyes de Toro, impuestas en el Nuevo Mundo por los españoles y que habían reglado
durante cuatrocientos años las relaciones entre los sexos. Gracias a esta ley, se empezó a
homologar en el terreno jurídico la situación de la mujer respecto del hombre, y se
dictaminó que las mujeres solteras, casadas o viudas quedaban habilitadas para los actos
de la vida civil e igualaban sus derechos con los de sus padres, hermanos, maridos e
hijos.
En 1932 surgen la Asociación Argentina del Sufragio Femenino y la de Damas
Patricias, que consiguen reunir más de cien mil firmas de adhesión a su pedido, pero sin
alcanzar la meta buscada, así como tampoco lo consigue el Consejo de Mujeres de la
República Argentina. Las feministas argentinas, cuya lucha arranca desde algunas
mujeres esclarecidas del siglo anterior, tales como Juana Manuela Gorriti, Eduarda
Mansilla, Albina Van Praet de Sala y otras, no toman la rigidez victoriana de sus
congéneres inglesas, ni rechazan la figura del hombre, en quien ven un igual y un
complemento, pero no un adversario y un enemigo. Pero "nunca alcanza a tener fuerza
porque mueve a unas pocas mujeres de clase media y alta, que no encuentran eco en las
argentinas de condición humilde". Por otra parte, junto con el incremento de sus
reclamos, la década del ’30 les trae aparejados formidables contrincantes con la
aparición y divulgación, primero de la radiofonía y luego del cinematógrafo, los que a
través de los radioteatros y las películas consumidos por gran parte de la población
femenina, colaboran en su "educación sentimental tradicional" y en la conservación de
los valores morales y públicos vigentes.
En efecto, el radioteatro se convierte en el género radial por excelencia, y desde sus
primeras apariciones a fin de la década del ’20 representa la evasión ideal para las
mujeres, especialmente las de la clase baja, las que acostumbran hacer un alto en sus
tareas para seguir las aventuras de esas heroínas que viven historias apasionantes y que
las arrancan, por el breve lapso de media hora, de la rutina y el sacrificio de sus
realidades cotidianas. Si se rastrea el argumento de las radionovelas, se encontrarán
personajes unidimensionales, casi arquetípicos: el héroe capaz de enfrentarse a todas las
adversidades en nombre de la justicia y del bienestar final de su amada; el villano para
el cual ninguna maldad es excesiva, y que pone en constante peligro la virtud de la
protagonista; y especialmente la heroína, débil mujer que sufre innúmeras atrocidades
para defender los altos valores de su virginidad o de la integridad de su hogar, según los
casos.
En 1930 Nunca como en esa época, por otra parte, se hizo tan marcada la diferencia de
actitud ante la vida entre las mujeres de la clases altas y las provenientes de los sectores
proletarios. Las primeras, favorecidas por su jerarquía social, continuaron su existencia
de espaldas a la realidad, alternando entre ocupaciones placenteras tales como el
aprendizaje de idiomas o de bellas artes y las recepciones en las cuales brillaban como
anfitrionas: acaso dedicaban algún momento de su semana a tranquilizar sus conciencias
y daban una mirada de soslayo al mundo circundante a través de las actividades de la
antigua Sociedad de Beneficencia fundada el siglo anterior por Bernardino Rivadavia, y
de la cual era presidenta, según la tradición, la esposa del Presidente de la República.
En el otro extremo del plano social, las mujeres de menores recursos se desempeñan,
como ya dijimos, en trabajos de escaso reconocimiento. "Ninguno de los oficios deja de
ser una explotación: las que se desempeñan como sirvientas ganan lo que sus patrones
deciden pagarles, soportan situaciones tan infrahumanas como alimentarse con los
restos de la comida, duermen en cualquier parte y hasta corren el riesgo de convertirse
en objeto sexual de los hombres de la casa. Tan dolorosa realidad lleva a muchas de
estas mujeres a volcarse en la prostitución. (…) Las de clase media baja comienzan a
ubicarse como vendedoras, cajeras y, unas pocas, como empleadas administrativas. Si
bien estos oficios les dan una relativa independencia, no dejan de sufrir el ataque de
prejuicios sociales y hasta el menosprecio de los hombres de su familia, pues se
consideraba denigrante que una mujer "trabaje fuera de la casa". La migración interna
acrecienta ese problema, y aumenta la participación de las mujeres en el exiguo
mercado laboral. También para ellas existían desde antes voces importantes que
bregaban por su valorización. El escritor José Bianco se refiere al tema de esta manera:
Empero, y pese a sus contradicciones, el hecho de encontrar una voz que las represente,
y sobre todo que esa voz provenga de las entrañas del poder, da a la mujer una
seguridad inédita hasta entonces. Su trabajo comienza a ser reconocido, existen para ella
leyes sociales, salarios dignos, protección ante el embarazo, vacaciones. Se le abren
nuevas perspectivas en materia de educación, y si bien siempre ha sido numerosa la
asistencia femenina a las Escuelas Normales, formadoras de maestras –por ser ésta la
única carrera, y por lo tanto la única ocupación posterior de la mujer externa al hogar
que fuera tradicionalmente considerada "digna"- ahora comienza a ser notorio el
incremento de alumnas en las aulas universitarias. Queda claro, no obstante, que se la
alienta a profundizar sus estudios a condición de que no descuide los que son sus
deberes indelegables en el seno de la familia. La situación quedó planteada en el
mensaje contenido en una comedia cinematográfica "Cosas de Mujer" (1951, Carlos
Schlieper) protagonizada por Zully Moreno,
Cuando la revolución de septiembre de 1955 puso fin al primer período peronista,
también pareció caer en el olvido la actividad política partidista de las mujeres. El
gobierno volvía quedar en manos conservadoras,
La década de los 60 trajo aparejados grandes avances mundiales en la problemática de
la mujer. La sociología, la psiquiatría, la política, pusieron ya definitivamente en tela de
juicio su espacio tradicional, y fueron abriéndole, no sin dolor ni lucha, nuevos campos
de expresión en lo humanístico y lo científico. En nuestro país, esas modificaciones se
vivieron siempre de manera antinómica. En 1956 se creó la Asociación por los
Derechos de la Mujer, constituida por profesionales, intelectuales, amas de casa, obreras
y educadoras que bregan por una equiparación efectiva del sexo femenino en el orden
político, económico, social y cultural, de acuerdo al Artículo 55 de la Carta de las
Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Durante el
gobierno de Frondizi se crea, en agosto de 1958, la Dirección Nacional de Seguridad y
Protección Social de la Mujer, dentro del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, bajo
la dirección de Blanca Stábile, cuya misión era "el estudio de los problemas que afectan
a la mujer trabajadora y la promoción de todas las medidas que tiendan a mejorar sus
condiciones laborales y familiares. Era un organismo técnico y su misión no podía hacer
otra cosas que desplazar los problemas individuales a otras reparticiones o entidades y
controlar las soluciones brindadas". También se lleva a cabo una encuesta "sobre la
participación de la mujer en la docencia, en la administración pública, en las profesiones
liberales, en el periodismo, en las diversas esferas de la industria y el comercio, etc." En
1968 se sanciona la ley 17711, que establece que es necesario el consentimiento de
ambos cónyuges para disponer o gravar los derechos gananciales. La psiquiátra Marie
Langer, plantea en 1973: "Corremos el riesgo de romper la familia. ¿Pero es
generalmente una institución tan sana? Nosotros, los psicoanalistas, que vivimos de los
errores cometidos por la familia en la infancia de nuestros pacientes, deberíamos haber
sabido cuestionarla tiempo atrás".
Excede las posibilidades del presente trabajo extenderse sobre las aberraciones morales,
económicas y jurídicas que se cometieron a través de los siete largos años del Proceso.
Vale la pena, sin embargo, hacer notar que pocas veces la mujer fue tan degradada
como entonces. Las detenidas fueron torturadas, violadas, en muchos casos a despecho
de su condición de embarazadas, y este último grupo trajo aparejada una "industria"
paralela; la desaparición de niños recién nacidos, en ocasiones asesinados junto con sus
madres, y en otras vendidos o entregados en adopción a familias, algunas de las cuales
desconocían su origen, en tanto que otras estaban relacionadas con miembros de la
represión.
La situación nos retrotrae al problema planteado al inicio de nuestro trabajo, que está
lejos de haber sido resuelto. Las conclusiones del mismo no pueden ser alentadoras
desde el punto de vista femenino. Si bien resultan innegables los avances logrados por
la mujer en el plano profesional y de la vida pública, aun cuando su voz se hace oír en
política y alcanza a perfilarse, ya sea momentáneamente, como una opción, no ha
logrado todavía un plano de paridad con el hombre. Es bien conocida la diferencia
salarial que se produce entre hombres y mujeres que ocupan cargos de responsabilidad
en las empresas, en detrimento de las últimas. Se sigue considerando que su misión
primordial es el cuidado del hogar y de los hijos, y se mira con suspicacia a aquellas que
desarrollan una carrera profesional de trascendencia, presuponiéndose que lo hacen a
expensas de sus obligaciones primarias. Se continúa rechazando en puestos de trabajo a
mujeres recién casadas, pues su posible maternidad constituye una amenaza latente para
su eficiencia en su labor, en suma, la mujer argentina, especialmente la de las clases más
bajas, continúa luchando denodadamente para ser reconocida y obtener dignidad. Las
causas pueden ser múltiples, desde la tradición heredada de nuestros mayores hasta el
prejuicio. Resta por establecer de qué manera podrá, en los próximos años, resolverse
este conflicto, y sobre todo, proponerse una nueva inquietud: si existe, en la sociedad
argentina de hoy, una verdadera voluntad de hacerlo

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