novaetvetera

Revista de la Facultad de Investigaciones de la ESAP –Derechos Humanos– No. 54 • Primer Semestre 2005

Escuela Superior de Administración Pública

novaetvetera
Revista de la Facultad de Investigaciones
de la ESAP –Derechos Humanos–
No. 54 • Primer Semestre 2005

Escuela Superior de Administración Pública

Mauricio Arias Arango

DIRECTOR NACIONAL
Jaime Alberto Duque Casas
SUBDIRECTOR ACADÉMICO

Myriam Velásquez Bustos

DECANA DE LA FACULTAD DE INVESTIGACIONES
EDITOR
David Suárez Rivero

COORDINACIÓN EDITORIAL
Maribel Garzón Martínez

COMITÉ EDITORIAL
Myriam Velásquez Bustos
David Suárez Rivero
Helga Paola Pacheco Ríos
Maribel Garzón Martínez

COMITÉ ASESOR
Flor Alba Romero (Colombia)
Amalio Blanco (España)
Ricardo Jaramillo Díaz (Colombia)

CARÁTULA
Simón Hampton Ruiz,
fotografía: Jardín Botánico, Bogotá, 2001

CORRECCIÓN DE ESTILO
Martha Janeth Méndez

DIAGRAMACIÓN
Lina María Angel

PREPRENSA DIGITAL
Imprenta Nacional de Colombia

IMPRESIÓN Y ACABADOS
Imprenta Nacional de Colombia

SUSCRIPCIÓN Y CANJE
Carrera 4 No. 75-49 Los Rosales
Teléfono: 2102469 Ext. 123

DIRECCIÓN ELECTRÓNICA
derechos.humanos@esap.edu.co
Bogotá, D.C.

ISSN 0123-2614
Las opiniones expresadas en los artículos
reflejan únicamente el pensamiento de
sus respectivos autores.
 contenido
Pensamiento y Vida 7
Retos del sistema penal en la lucha contra la impunidad
Marisol Palacio Cepeda

31
Entre la soberanía y el derecho de intervención: algunos
dilemas de las intervenciones humanitarias
David Suárez

51
Soberanía y Derechos humanos,
una encrucijada política del presente
Edgar Giovanni Rodríguez Cuberos

63
El manejo de los Derechos Humanos en Colombia:
un conflicto de realidades fragmentadas
Diana Rico Revelo

Escritos Paralelos 81
Sociedad civil ¿la ilusión necesaria?
Víctor de Currea-Lugo

Otras Voces 103

Homosexualidad: identidad, cuerpo y discurso
José Miguel Segura Gutiérrez

117
Itinerarios sin Cosmos
Construcción y vivencias de la categoría de desplazado
Gregorio Hernández Pulgarín
Paula Andrea Velásquez López

Reseñas 134
Muertes violentas: la teatralización del exceso
David Suárez Rivero
Derecho Internacional de los Derechos Humanos:
normativa, jurisprudencia y doctrina de los sistemas universal
e interamericano
David Suárez Rivero
Los Derechos Humanos desde la Periferia
Maribel Garzón Martínez
Cultura de Derechos Humanos
en las Instituciones Públicas
Paola Pacheco Ríos

Metáforas Vivas 147

Desde Irak
 e d i t
Simón Hampton Ruiz, fotografía: Pasadizo a iglesia, Turquia, 2003.
“ En la existencia humana [escribía en
1990 Enmanuel Levinas], interrumpiendo y
superando su esfuerzo por ser –su conatus
essendi spinozista–, la vocación de un existir-
para-otro es más fuerte que la amenaza de
muerte”.1 Esta idea, que a primera vista podría
aparecer extremista a muchos, recoge el senti-
do de los Derechos Humanos, su fundamento
mismo en una ruptura con el egoísmo y la
indiferencia general ante el dolor humano. Un
conato, si no de sacrificio por el otro, como lo
sugiere el filósofo francés, al menos sí de soli-
o r i a l
daridad humana está en la base de la práctica
universal de tales derechos. Si no hay respon-
sabilidad por el otro, ninguna demanda de
justicia, ni de vigilancia frente al caos que
arrastra a millones de personas a la diáspora
del desplazamiento, o a ser blanco de la bruta-
lidad de los poderes, o a la desprotección y
exclusión social, podría hacerse real en el
mundo. Estaríamos condenados a la acepta-
ción de una brecha insalvable entre el deber ser
de los imperativos éticos y el ser inapelable de
una realidad inhumana.

Precisamente a la demanda de más vigilan-
cia y solidaridad se abren esta vez las páginas de
Nova et Vetera. Así, la sección Pensamiento y
Vida, comienza con un artículo de la abogada
Marisol Palacio Cepeda: “Retos del sistema
penal en la lucha contra la impunidad”. Palacio
ofrece un examen crítico sobre la cuestión de la
impunidad en materia de derechos humanos y
los desafíos que la aplicación de la justicia penal
internacional ha de afrontar en procesos como
el colombiano, tensados por los imperativos de
la verdad, la justicia y la reparación, de un lado,
y el propósito de lograr una paz negociada con
actores armados, del otro. En íntima relación
con el tema de la justicia y la impunidad, se
orientan los textos de David Suárez y Edgar G.
Rodríguez, ambos dedicados a otra tensión no
menos presente e inquietante, la conformada
por la eficacia de los Derechos Humanos y los
límites que a su ejercicio plantea la soberanía,
ese ordenamiento del poder político que fue
asegurado por el Derecho en el devenir de los
Estados nacionales. La reflexión de Rodríguez
se concentra en los límites recíprocos que se
oponen ambos conceptos: Derechos Huma-
nos y Soberanía, y ello de la mano de los apor-
tes de Negri y Hardt al respecto; en cambio,
Suárez intenta arrojar alguna luz sobre los dile-
mas de las intervenciones humanitarias, tam-
bién desde la perspectiva de su confrontación
con las trabas que se le opone a este polémico
recurso desde la soberanía nacional. Diana
Rico, investigadora de la ESAP, se adentra en la
realidad de los Derechos Humanos en Colom-
bia para evidenciar los retos y las dificultades
que, desde lo público, habría que superar en
orden a lograr mayores estándares de eficacia.
En Escritos Paralelos nos llega la diserta-
ción crítica de un colaborador ya conocido,
Víctor de Currea-Lugo; esta vez sobre ese actor
no estatal que, en los albores de la nueva con-
e d i t o r i a l
figuración global, hizo sentir su acción catali-
zadora de nuevos cambios pero, no sin preo-
cupación también, de nuevas preguntas
relativas a su papel y alcance real. “Sociedad
civil: ¿la ilusión necesaria?”, título que mues-
tra su análisis, conduce al centro de una cues-
tión insoslayable del acontecer colombiano;
a las condiciones y factores para construir
una sociedad civil comprometida con la
encarnación de los valores constitucionales en
el contexto de una situación humanitaria de
ostensible complejidad.
Otras voces nos trae nuevas interpelacio-
nes, ahora desde los homosexuales y los des-
plazados. Problemáticas distintas, realidades
alarmantes ambas, sinónimos también de
“exclusión” social, signos de la discriminación y
de una humanidad lacerada en su dignidad.
José M. Segura ilumina los dispositivos –cultu-
rales, discursivos y corporales– a través de los
cuales se coarta la libertad de los diferentes en
su opción sexual, mientras Gregorio Hernán-
dez Pulgarín y Paula Andrea Velásquez, ambos
investigadores de la Universidad de Caldas,
ahondan en el laberinto del desplazamiento
forzado y en las luces que aún es posible avizo-
rar para la reparación de sus víctimas.
Cierra este número de Nova et Vetera con
las reseñas de tres libros de reciente publica-
ción, y un informe del Programa Presidencial
para los Derechos Humanos, publicaciones
todas que serán sin duda recibidas con avidez
por los lectores de la revista.
Notas
1 Levinas, E., Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. [Trad.:
José Luis Pardo] España, Valencia: Pre-Textos, 1993, p.10.
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p e n s a m i e n t o y v i d a

Simón Hampton Ruiz, fotografía: Puerta en iglesia, Sufflolk, Inglaterra, 2004.

Retos del Sistema Penal
en la lucha contra
la impunidad
Marisol Palacio Cepeda
Magister Sistema Penal y Problemas Sociales (Universidad de Barcelona), Especialista en Cooperación
y Desarrollo (Universidad de Barcelona), Especialista en docencia universitaria y diplomada en DIH
(Universidad del Rosario), Estudios de Derechos Humanos (Universidad de Lund, Suecia).

Resumen

La impunidad se ha asociado, entre otros problemas, a condiciones de pobreza y desigualdad

social, falta de recursos del sistema judicial, ausencia de voluntad política de los Estados y corrup-
ción. Todos ellos son problemas que en contextos sociales determinados tienen características
especificidad y denotan una perspectiva desde lo estructural.

El concepto de impunidad adquiere una dimensión más amplia cuando se concibe en esencia
como el incumplimiento por parte de los Estados de las obligaciones adquiridas con ocasión de
la suscripción de acuerdos y tratados internacionales relacionados con el respeto y la protección
efectiva de los derechos humanos.

El problema de los “hechos llamativos” en el desarrollo de las investigaciones, no sólo consiste en

identificar sus causas y lograr su erradicación, sino también en constatar las razones por las cua-
les estos hechos no se corrigen, por propia iniciativa de las autoridades o de los actores en el pro-
ceso penal en el devenir procesal cuando ello es todavía posible. ¿Estos hechos llamativos son una
puerta a la impunidad?

Este documento analiza los factores de impunidad de modo general con un intento de aproxima-
ción al caso colombiano y presenta una reflexión en torno a la aplicación real de los principios de
verdad, justicia y reparación enunciados por Louis Joinet. De ese modo, vislumbra los retos del sis-
tema penal en la lucha para combatir dicho fenómeno en un contexto de negociación de la paz
con grupos armados ilegales.

Palabras clave
Impunidad, justicia, paz, derechos.
p e n s a m i e n t o y v i d a
Definición de impunidad
a Comisión Interamericana de Dere-
L chos Humanos ha definido la impuni-
dad como “la falta en su conjunto de
investigación, persecución, captura, enjuicia-
miento y condena de los responsables de las
violaciones de los derechos protegidos por la
Convención Americana” (2001, cap. 3, párr. 2).
Louis Joinet (1997) define la impunidad
como:
La inexistencia, de hecho o de derecho, de res-
ponsabilidad penal por parte de los autores de
violaciones de los derechos humanos, así
como de responsabilidad civil, administrativa
o disciplinaria, porque escapan a toda investi-
gación con miras a su inculpación, detención,
procesamiento y, en caso de ser reconocidos
culpables, condena a penas apropiadas,
incluso a la indemnización del daño causado
a sus víctimas. (Doc. E/CN.4/Sub2/20/Rev1).
Ambos conceptos se refieren a la impuni-
dad judicial, en el sentido de la incapacidad o
falta de idoneidad por parte del sistema de jus-
ticia en el desarrollo de su función, para perse-
guir el delito, con énfasis en la justicia penal.
En Colombia son múltiples los factores de
impunidad dentro y fuera del aparato penal,
pues no todos los delitos son denunciados o
percibidos como tal. De modo que el problema
de impunidad judicial se entiende fundamen-
talmente como la incapacidad de las agencias
del Estado para impartir justicia efectiva.
Consecuencias de la impunidad
La impunidad se ha asociado, entre otros
problemas, a condiciones de pobreza y des-
igualdad social, falta de recursos del sistema
judicial, ausencia de voluntad política de los
Estados y corrupción. Todos ellos son proble-
mas que en contextos sociales determinados
8novaetvetera
tienen características específicas y denotan
una perspectiva desde lo estructural.
En otras palabras, el análisis de este fenó-
meno regularmente se restringe a examinar la
capacidad funcional del sistema penal para
castigar los delitos. Es, pues, una mirada que no
trasciende lo interno de cada Estado.
El concepto de impunidad adquiere una
dimensión más amplia cuando se concibe en
esencia como el incumplimiento por parte de
los estados de las obligaciones internacional-
mente adquiridas con ocasión de la suscrip-
ción de acuerdos y tratados internacionales
relacionados con el respeto y la protección
efectiva de los derechos humanos.
Responsabilidad internacional
La impunidad genera responsabilidad
internacional para el Estado, aun cuando se
trate de crímenes cometidos por delincuentes
comunes que no sean agentes estatales; es
decir, cuando el Estado no cumple con su obli-
gación internacional de efectuar una investiga-
ción seria, imparcial y efectiva de los hechos
ocurridos, con el objeto de sancionar a los res-
ponsables.
Tal omisión, además le genera al Estado la
obligación de indemnizar a las víctimas o a sus
familiares por la violación a su derecho huma-
no. Esto implica que no se obtuvo del Estado
una debida investigación de los hechos, así
éstos no hayan sido cometidos por sus agentes.
De lo anterior se colige en términos gene-
rales que la protección de los derechos debe
darse para todas las personas en términos de
igualdad; que la acción de la Justicia y en con-
creto la persecución penal debe cobijar a todos
los responsables y deben protegerse todos los

derechos porque ninguno es más importante
que otro, si se asume su rango integral en el
sentido que todos contribuyen al desarrollo de
la sociedad en su conjunto como a la realiza-
ción personal de sus integrantes.
Si bien el tema de los derechos humanos
en el contexto del derecho internacional es la
preocupación del derecho internacional en
materia de derechos humanos, su conocimien-
to no puede ser ajeno a las disciplinas científi-
cas, en especial las sociales.
Del mismo modo, es importante destacar
que el incumplimiento de los deberes interna-
cionales en materia de justicia tiene una espe-
cial relevancia cuando se ha dado por parte de
agentes estatales, ya sea por acción u omisión.
Afecta a las víctimas de los delitos
y a la sociedad en general
El problema de altos niveles de impuni-
dad, como ha sostenido la Comisión Interame-
ricana de Derechos Humanos, trasciende el
dejar impunes numerosos crímenes individua-
les, y se convierte en una situación que impac-
ta en la vida misma de la Nación y en su
cultura, y que afecta no sólo a las personas que
han sido víctimas de violaciones a derechos
humanos u otros crímenes, sino también a la
sociedad en general.
La impunidad no es un fenómeno indivi-
dual, comoquiera que no es suficiente la perse-
cución del delito, ni la reparación a las víctimas
que lo padecen, mientras no sean atacadas las
causas y los factores asociados que la provocan
para prevenir así otros delitos y nuevas victimi-
zaciones.
En tal virtud, la lucha contra la impunidad
supone un esfuerzo no sólo por parte del apa-
p e n s a m i e n t o y v i d a
rato de justicia para desarrollar una política cri-
minal efectiva, sino también de las institucio-
nes en su conjunto, en la formación e
implementación de políticas públicas que esti-
mulen, por ejemplo, el deber de denuncia de la
sociedad entera.
La impunidad genera una mayor situación de
injusticia cuando conduce a nuevas violaciones
La comunidad internacional ha puesto de
presente que cuando la sociedad hace justicia
por sí misma, en el caso de nuevas violaciones
a los derechos y linchamientos, los Estados
afrontan un problema de gobernabilidad y
legitimidad de sus acciones, que debe condu-
cirlos al diseño de políticas públicas con voca-
ción de permanencia.
Clases de impunidad
Si bien toda clasificación es caprichosa -
porque puede ser modificada o sustituida por
otra-, ante la necesidad de concebir de modo
integral una realidad como la impunidad, la
que hace la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos (2001, cap. 3, párr. 22), en con-
sideración al origen de la misma, configura una
aproximación conceptual importante:
Impunidad de hecho
Ésta se constata cuando “las autoridades
no han hecho esfuerzos significativos para
investigar, juzgar y sancionar a los responsa-
bles, o porque órganos del Estado que carecen
de la independencia e imparcialidad necesa-
rias, se encuentran a cargo de determinar las
responsabilidades de sus propios integrantes”.
Impunidad de derecho
“En otros casos el dictado de leyes de
amnistía o el otorgamiento de beneficios como
el indulto, la amnistía particular, u otros, a las
personas responsables, investigadas o sancio-
novaetvetera9
p e n s a m i e n t o y v i d a
nadas por crímenes en contra de los derechos
humanos, ha posibilitado lo que podría deno-
minarse impunidad de derecho”.
Esta clasificación corresponde básica-
mente a dos niveles de impunidad, el primero
referido a la justicia como actividad judicial y el
segundo como ejercicio político.
Además, es útil para explicar que se requie-
re de ambos esfuerzos para combatir la impuni-
dad, es decir, en el marco de las políticas
institucionales de los entes encargados de admi-
nistrar justicia y en el de las políticas estatales.
Igualmente debe destacarse que un Esta-
do incumple sus obligaciones internacionales
porque no investiga de modo satisfactorio los
delitos o porque se sustrae por completo a
dicha obligación.
Derecho a la justicia
La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (cap. 3, párr. 2) ha sostenido que: “la
impunidad es uno de los serios problemas con-
cernientes a la administración de justicia en el
hemisferio” y que regularmente se constata
respecto de diversos delitos.
Esta última situación guarda relación con
la ausencia de una cultura arraigada de total
respeto a las leyes, como en el caso de la
corrupción, que afecta a los Estados y compro-
mete en especial al poder judicial.
Es frecuente que los esfuerzos del aparato
de justicia estatal se concentren en atacar
determinado tipo de delitos y, por esa vía, otros
queden en la impunidad.
Frente al problema de la criminalidad
regularmente se han adoptado medidas excep-
10novaetvetera
cionales o transitorias de descongestión judicial,
que no representan una solución de fondo, pero
que de algún modo contribuyen a que el sistema
judicial no colapse por completo.
No obstante lo anterior, la necesidad
imperiosa de combatir la impunidad ha con-
ducido a prácticas de administración del siste-
ma de justicia, que retardan una solución
efectiva de este problema, pues al amparo
exclusivo de un criterio organicista circunscri-
to a la redistribución y reorganización de las
competencias y procedimientos instituciona-
les, se corre el riesgo de sacrificar lo sustancial,
esto es, la protección de los derechos.
Lo cierto es que el Estado debe actuar
estableciendo prioridades, en especial respec-
to de violaciones a los derechos humanos e
infracciones al derecho internacional huma-
nitario.
Fundamento en el derecho internacional
El artículo 1(1) de la Convención America-
na establece que:
los Estados partes en esta Convención se
comprometen a respetar los derechos y liber-
tades reconocidos en ella y a garantizar su
libre y pleno ejercicio a toda persona que esté
sujeta a su jurisdicción, sin discriminación
alguna por motivos de raza, color, sexo, idio-
ma, religión, opiniones políticas o de cual-
quier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier
otra condición social. (Oficina en Colombia
del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos, 2001).
El derecho a la justicia comporta la obli-
gación del Estado de procesar y sancionar a los
responsables de las violaciones. Esta obliga-
ción se deriva fundamentalmente de lo dis-
puesto en los artículos 1(1), 8, 13 y 25 de la
Convención (2001).

El derecho de las víctimas y de sus familia-
res a una administración de justicia apropiada
surge también de las disposiciones contenidas
en los artículos 8 y 25, respectivamente, de la
citada Convención.
Por su parte, el artículo 25 de la Conven-
ción contempla el derecho de toda persona a
un recurso efectivo, y la obligación correlativa
de los Estados de garantizar que la autoridad
competente decida el recurso y que tal deci-
sión se cumpla.
Por otra parte, no basta que los delitos
sean tipificados en las leyes nacionales. Si bien
esto representa un avance, podría no serlo,
mientras en la conciencia colectiva no se perci-
ban como tales. Tampoco basta que la ley esta-
blezca recursos para impugnar las decisiones,
mientras éstos no se hagan efectivos de mane-
ra oportuna.
En todo caso, la atipicidad (o falta de tipi-
cidad) de un comportamiento criminal podría
constituir factor de impunidad, como lo expre-
sa Gimbernat Ordeig (1983). Igual ocurre con la
falta de culpabilidad cuando
ciertas personas en referencia a las cuales
sociológicamente se admite, sin más, que
son inaccesibles a la motivación de la pena;
bien por su inimputabilidad permanente o
transitoria, bien porque al desconocer la pro-
hibición, no han tenido tampoco ocasión de
dejarse influir por ella. Por estar suficiente-
mente delimitado quienes son esas perso-
nas, en estos casos se puede prescindir de
imponer la pena sin que sufra por ello un
detrimento la prevención general.
A mi juicio, este criterio que se circunscri-
be a una impunidad que se origina y agota en
la ley, entendiendo el principio de legalidad,
desde un sentido tradicional. En este caso,
resulta ser más restrictivo que si se le toma
p e n s a m i e n t o y v i d a
desde el derecho internacional, pues aquí
adquiere una dimensión más amplia, por
cuanto la creación y aplicación de la ley tiene
por fuente lo que se conoce como la norma de
comportamiento.
En este orden de ideas, la protección a la
vida y la integridad personal debe darse en
virtud de la norma de comportamiento
socialmente generalizado de respeto a este
derecho fundamental, y no porque la ley lo
proteja de modo expreso. En sentido contra-
rio, aun cuando estuviese permitida la pena
de muerte, la norma de comportamiento con-
tenida, por ejemplo, en la Declaración Uni-
versal de los Derechos Humanos, tendría
aplicación en este caso, pese a la desprotec-
ción legal referida.
Derecho a la verdad y su corolario
el deber de recordar
El derecho a la verdad y su corolario, “el
deber de recordar”, son parte de un derecho
colectivo que se predica tanto del individuo
como de la sociedad de que forma parte, cuyo
objetivo es evitar la recurrencia de violaciones en
el futuro.
El “derecho a la verdad” es un derecho
colectivo que permite a la sociedad tener acce-
so a información esencial para el desarrollo de
los sistemas democráticos, y un derecho indi-
vidual de los familiares de las víctimas, que
permite una forma de reparación.
Fundamento en el derecho internacional
Derecho a la verdad y a la justicia. El dere-
cho a la verdad y a la justicia está asociado al
artículo 25 de la Convención Americana (2001),
que establece el derecho a un recurso sencillo y
rápido para la protección de los derechos con-
sagrados en la misma.
novaetvetera11
p e n s a m i e n t o y v i d a
La sociedad, en general, y no sólo el indivi-
duo, tienen derecho a saber la verdad y a que se
haga justicia. La CIDH (2001, cap. 3, párr. 26) ha
señalado al respecto que: “Toda sociedad tiene
el derecho inalienable a saber la verdad sobre el
pasado, así como los motivos y las circunstan-
cias en que se hayan cometido delitos aberran-
tes, para evitar la reiteración de esos actos en el
futuro”.
Esta cuestión de conocer los motivos plantea,
por una parte, la posibilidad que los delincuentes
puedan reconocer sus delitos públicamente, pero
por otra parte, que los justifiquen amparándose
en una situación de defensa legítima en el con-
texto de un conflicto armado interno. En todo
caso, estas manifestaciones no siempre podrían
equipararse al arrepentimiento por los hechos
delictivos cometidos.
La confesión pública de los delitos tiene un
efecto psicológicamente tranquilizador para la
sociedad y puede conducir a una reconcilia-
ción entre las víctimas y los delincuentes. Sin
embargo, es conveniente que la concesión del
perdón se condicione a un compromiso de no
reiteración del comportamiento criminal.
Derecho a la verdad y a recibir informa-
ción. La Convención Americana (2001) prote-
ge el derecho a procurar y recibir información,
especialmente en el caso de violaciones gra-
ves de los derechos humanos, como los deli-
tos de lesa humanidad.
Es así como la Comisión y la Corte han
sostenido que el Estado está obligado a investi-
gar, por ejemplo, la suerte de los desaparecidos
(Comisión Internacional de Juristas, 2001).
La existencia de impedimentos (jurídicos
o de hecho) para recibir información en rela-
12novaetvetera
ción con hechos y circunstancias que revelan la
violación de un derecho fundamental constitu-
ye una violación flagrante del mencionado
derecho establecido en la Convención, y puede
conducir a que las personas, en especial las víc-
timas, no agoten los recursos internos previstos
en la legislación nacional y en la Constitución
del país, justamente porque no conocen si el
Estado ha adelantado gestión alguna sobre el
particular. Además, los familiares de las vícti-
mas tienen derecho a la información sobre lo
que aconteció con ellas.
Obstáculos en la protección efectiva
de estos derechos
Ciertamente, cuando las autoridades no
establecen la verdad sobre los hechos y se con-
figuran hipótesis de responsabilidad sin contar
con elementos probatorios consistentes, ya sea
para confirmar o desvirtuar una incriminación,
se ven afectados la consecución de la verdad y
el derecho a la información de las víctimas,
para quienes resulta difícil comprender el
rumbo de la investigación.
Por otra parte, cuando se invocan impedi-
mentos de hecho y de derecho no claramente
definidos en la ley para no suministrar la infor-
mación que se solicita, esto podría tomarse
como un indicador del temor a revelar las difi-
cultades que cotidianamente afrontan las
autoridades para su recaudo, y a que su labor
sea puesta en entredicho por parte de los inter-
vinientes en el proceso e incluso de las mismas
autoridades penales o de otro orden.
Otro obstáculo recurrente gira en torno a
las razones que se aducen para alegar la viola-
ción al debido proceso, puesto que las mismas
reflejan que a este principio se le da un alcance
puramente procedimentalista, desligado de la
prevalencia del derecho sustancial. Corolario de
 p e n s a m i e n t o y v i d a

lo anterior es invocar indiscriminadamente Frente al ejercicio de estos derechos se

dicho principio, sin que se explique con sufi-
ciente claridad su configuración en un caso con-
creto. También puede ocurrir que los Estados
demandados ante los tribunales internacionales
aborden como fondo de la cuestión la violación
al debido proceso en la fase de admisibilidad
–sin que sea éste el momento para hacerlo–, jus-
tamente al amparo de la percepción que se
puede invocar dicho principio con un carácter
procedimentalista, sin considerar su contenido
esencial para la protección de los derechos.
han planteado regularmente dos posibilidades:
a) La creación de comisiones investigadoras
(como comisiones de la verdad) cuya confor-
mación y gestión, en todo caso, debe darse de
acuerdo con la legislación interna de cada país,
o b) El otorgamiento al poder judicial de los
recursos necesarios para adelantar con serie-
dad las investigaciones. Lo que no obsta para
que se adopten soluciones intermedias entre
ambas posibilidades.
En relación con lo señalado en el literal a),
podría cuestionarse el desarrollo
de una judicatura independiente,

E l puro activismo judicial no

puede ser tomado como garantía de respeto de derechos,
en la medida en que decisiones
judiciales o administrativas cole-
giadas no reglamentadas podrían
aun cuando a un mismo tiempo es importante valorar los conducir a la disolución de la res-
esfuerzos desplegados por las autoridades para esclarecer ponsabilidad individual por los
los hechos, en términos de su significación, calidad o rele- delitos en un tipo genérico o difuso
de responsabilidad. Esto pondría
vancia para aproximarse a dicho propósito.
en riesgo los derechos de las vícti-
mas y los del propio delincuente.
No se ha entendido que las investigaciones
penales son un proceso, y que como tal van de En cualquier caso, el juez natural para
más a menos. Es deseable que las pruebas adelantar las investigaciones es el que determi-
recaudadas sucesiva y gradualmente permitan a ne la ley. Esto no obsta para que por fuera de la
la autoridad adquirir elementos de juicio para instancia judicial, puedan acogerse comisiones
afianzar o desvirtuar una incriminación, no que investigadoras encargadas de completar el
la confundan. Es decir, el puro activismo judicial expediente probatorio para acceder a la verdad
no puede ser tomado como garantía de respeto sobre la ocurrencia de los delitos, en el marco,
de derechos, aun cuando a un mismo tiempo es por ejemplo, de lo que se ha denominado pro-
importante valorar los esfuerzos desplegados cesos de justicia transicional (Uprimmy, Lasso
por las autoridades para esclarecer los hechos, et al., 2004).
en términos de su significación, calidad o rele-
vancia para aproximarse a dicho propósito. Curiosamente el impulso oficioso, es decir,
por iniciativa de las autoridades en la investiga-
Derecho a la verdad y a la libertad de ción de los delitos, en muchas ocasiones provo-
expresión. Este acceso a la verdad presupone la ca un efecto perverso en la medida que se niega
libertad de expresión, que debe ser ejercida en o restringe, en especial, la intervención de los
forma responsable. sujetos procesales y las víctimas para su esclare-

novaetvetera13
p e n s a m i e n t o y v i d a
cimiento, y los resultados quedan sujetos exclu-
sivamente a la inercia del poder judicial.
Más aún, una autoridad que no tenga en
cuenta la participación activa de los sujetos
procesales y de las víctimas en sus investigacio-
nes, corre el riesgo de no vislumbrar todas las
hipótesis de responsabilidad probables que
surgen a partir del hecho.
Lo expuesto pone de presente la necesi-
dad de definir con claridad el rol que desempe-
ñan todos los intervinientes en un proceso
penal y de dotarlos de mecanismos legales
para activar su intervención en una forma más
equilibrada y sustantiva.
Derecho a la reparación
La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, considera fundamental que se
tomen en cuenta los “Principios y Directrices
Básicos sobre el Derecho de las Víctimas de
Violaciones a los Derechos Humanos y al Dere-
cho Humanitario Internacional, a Obtener
Reparación”, preparados por el Relator Especial
de la ONU Theo Van Boven (s. f.), en los cuales
se señala:
• “Los Estados tienen el deber de adoptar,
cuando la situación lo requiera, medidas
especiales a fin de permitir el otorgamiento
de una reparación rápida y plenamente efi-
caz”. La aplicación de una rápida reparación
es particularmente preocupante, como-
quiera que es frecuente que las autoridades
supediten el concepto de reparación al esta-
blecimiento de la responsabilidad penal, sin
entender del todo que, en materia de justi-
cia, el tiempo no es sólo la verdad que huye,
sino también la imposibilidad progresiva de
reparación del daño a las víctimas de los
delitos. Es decir que el concepto de repara-
ción trae consigo un requerimiento de opor-
14novaetvetera
tunidad para su real aplicación, tanto en el
ámbito administrativo como en el judicial.
• “La reparación deberá lograr soluciones de
justicia, eliminando o reparando las conse-
cuencias del perjuicio padecido, así como evi-
tando que se cometan nuevas violaciones a
través de la prevención y la disuasión”. La apli-
cación de la sanción criminal no en todos los
casos supone una solución en términos de
justicia material. Esto explica en buena parte
el auge que han venido teniendo los plantea-
mientos de alternatividad en el ámbito penal
y los procesos restaurativos, los primeros
frente a la no necesidad o utilidad de aplica-
ción de toda la pena impuesta y los segundos,
ante la necesidad de satisfacer otros derechos
de las víctimas (como el derecho a la verdad y
la reparación) y encontrar un equilibrio entre
los mismos que corresponda con el interés
que en realidad les asiste.
• “La reparación deberá ser proporcional a la
gravedad de las violaciones y del perjuicio
sufrido, y comprenderá la restitución, com-
pensación, rehabilitación, satisfacción y
garantías de no repetición” (Consejo Econó-
mico y Social, 2004, p. 20). Desde un enfoque
de derechos, no es suficiente la persecución
de un delito; es necesario que la sanción que
se imponga al delincuente guarde relación
con el daño que ha causado a su víctima y le
permita a ésta restablecer los derechos que le
han sido conculcados.
Según lo anterior, los estándares de justi-
cia deben darse desde un mínimo construido
sobre la base de la capacidad del aparato de
justicia y en desarrollo de los principios gene-
rales del derecho. Mínimo que, en ningún
momento tiene que asimilarse a un esfuerzo
poco significativo en relación con los medios y
las finalidades establecidas para el sistema de
justicia criminal.

• Todo Estado deberá dar a conocer, a través
de medios oficiales y privados, tanto en el
país como cuando fuere necesario en el
exterior, los procedimientos dispo-
nibles para reclamar reparación.
Esta exigencia hace parte del dere-
cho a la verdad y pone de manifies-
vés de medios oficiales y privados, tanto en el país como
to unos de los compromisos
internacionales de los Estados en cuando fuere necesario en el exterior, los procedimientos
relación con los nacionales, aun disponibles para reclamar reparación.
cuando se encuentren por fuera del
territorio del que hacen parte.
• “Las decisiones sobre reparación a las vícti-
mas de violaciones a los derechos humanos
o al derecho humanitario internacional, se
adoptarán en forma diligente y rápida”.
• “Los Estados democráticos, están llamados a
promover una cultura de respeto por los
derechos humanos y el derecho internacio-
nal humanitario, para ello es importante que
la sociedad esté informada permanentemen-
te sobre sus derechos y los mecanismos dis-
puestos para ejercitarlos plenamente”.
En este orden de ideas, es importante
indagar la causa por la cual en el caso colom-
biano no todas las víctimas se constituyen en
parte civil en los procesos penales que se ini-
cian con ocasión de las violaciones que han
sufrido, o no participan en los momentos pro-
cesales establecidos por la ley, o su actividad
en el proceso es intermitente, talvez, justa-
mente por falta de información y de una asis-
tencia jurídica que las ponga en igualdad de
condiciones respecto del delincuente.
Por otra parte, se le ha dado a la repara-
ción un contenido patrimonial que termina
siendo casi siempre insuficiente frente a la
dimensión del daño ocasionado por el delito.
A lo anterior se suma que las políticas de
prevención regularmente se quedan en el
p e n s a m i e n t o y v i d a
plano de la simple enunciación de los dere-
chos. Además, los Estados no se articulan para
fomentar el conocimiento sobre las distintas
T odo Estado deberá dar a conocer, a tra-
formas de reparación y los mecanismos para
hacerla efectiva.
La víctima es un sujeto activo en la cons-
trucción social del delito, por esto es conve-
niente conocer la forma de reparación que ella
considera deseable para que su derecho sea
restablecido; así como su percepción sobre el
delito, para prevenir nuevas violaciones.
Formas de reparación
Se acordará compensación por todo perjui-
cio que resulte como consecuencia de una
violación de derechos humanos o del dere-
cho humanitario internacional, y que fuere
evaluable económicamente. Tales como: a)
daño físico o mental, incluyendo el dolor,
sufrimiento y angustias emocionales; b) pér-
dida de oportunidades, incluidas las relativas
a la educación; c) daños materiales y pérdida
de ingresos, incluido el lucro cesante; d) daño
a la reputación o a la dignidad; e) los gastos
efectuados para poder tener asistencia jurídi-
ca o de expertos y disponer de medicinas y de
servicios médicos .
Rehabilitación
Se proveerá rehabilitación, la que incluirá
atención médica y psicológica, así como la
prestación de servicios jurídicos y sociales.
“Si el propósito es avanzar hacia una justicia
restauradora es importante que las ciencias
novaetvetera15
p e n s a m i e n t o y v i d a
del comportamiento humano, concu-
rran en el proceso de recuperación y
mejoría de las víctimas de los delitos,
con un proyecto pedagógico individual
y social ”.
Garantías de no repetición
“Se proveerá satisfacción y garantías de
no repetición, las que incluirán cuando
fuere necesario: a) Cesación de las viola-
ciones existentes; b) Verificación de los hechos y
difusión pública amplia, de la verdad de lo
sucedido; c) Una declaración oficial o decisión
judicial restableciendo la dignidad, reputación
y derechos de la víctima y de las personas que
tengan vínculos con ella; d) Una disculpa, que
incluya el reconocimiento público de los
hechos y la aceptación de responsabilidades; e)
Aplicación de sanciones judiciales o adminis-
trativas a los responsables de las violaciones; f)
Conmemoraciones y homenajes a las víctimas;
g) Inclusión en los manuales de enseñanza
sobre derechos humanos, así como en los
manuales de historia y manuales escolares, de
una versión fiel de las violaciones cometidas
contra los derechos humanos y el derecho
humanitario internacional .
El reconocimiento de un derecho empieza y
termina con su ejercicio pleno, luego es en este
escenario de reconocimiento pleno donde los
derechos encuentran su propia fundamentación.
Ciertamente, como lo explica Ilva Myriam
Hoyos Castañeda (2002, p. 81): “Parece claro
que el criterio que exige el deber-ser para seña-
lar lo que debe y lo que no debe hacerse es la
dignidad humana. La dignidad no es un con-
cepto neutro o indiferente sino una eminencia
de ser buena que constituye un bien”.
Por último, es preciso anotar que entre el
29 de septiembre y el 1º. de octubre de 2004 se
adelantó en Ginebra, Suiza, la tercera reunión
consultiva acerca de los “Principios y Directri-
ces Básicos sobre el Derecho de las Víctimas de
16novaetvetera
S i el aparato del Estado actúa de
modo que tal violación quede impune y no se resta-
blezca, en cuanto sea posible, a la víctima en la pleni-
tud de sus derechos, puede afirmarse que ha
incumplido el deber de garantizar su libre y pleno ejer-
cicio a las personas sujetas a su jurisdicción.
Violaciones de las Normas Internacionales de
Derechos Humanos y del Derecho Internacio-
nal Humanitario a interponer recursos y obte-
ner reparaciones” (Naciones Unidas, 2004), en
la cual justamente se revisaron los principios
enunciados por el señor Theo Van Boven. Con
ello, si bien no se incorporaron nuevos princi-
pios de derecho internacional, se aclararon las
obligaciones ya existentes, se introdujo un len-
guaje preceptivo, no sólo para obligaciones
internacionales determinadas, y se configuró
dicha declaración en un instrumento útil tanto
para los Estados como las víctimas, sin perder
la perspectiva del documento primigenio de
protección a los derechos y necesidades de las
víctimas.
En relación con los principios y directrices
en mención, es pertinente retomar su actuali-
zación en la última sección de este artículo, por
la correspondencia que guarda con la actuali-
zación que se hizo al conjunto de principios
para la protección y la promoción de los dere-
chos humanos mediante la lucha contra la
impunidad formulados por Louis Joinet (2005).
Factores de impunidad
En esta sección se enuncian bajo esta
denominación algunas causas y factores aso-
ciados a esta problemática, en materia de vio-
laciones a los derechos humanos e infracciones
al derecho internacional humanitario, de mo-
do general, es decir, sin pretensiones de

exhaustividad, ni referencia expresa a un Esta-
do en particular.
El Estado no garantiza el libre y pleno ejercicio
de los derechos de las personas sujetas
a su jurisdicción y el deber correlativo
de organizar todo el aparato gubernamental y
todas las estructuras a través de las cuales
se manifiesta el ejercicio del poder público
para cumplir con el mismo
La Corte Interamericana de Derechos
Humanos ha señalado que la obligación de
garantizar el libre y pleno ejercicio de los dere-
chos humanos implica el deber de organizar
todo el aparato gubernamental y, en general,
todas las estructuras a través de las cuales se
manifiesta el ejercicio del poder público, de
manera tal que sean capaces de asegurar jurídi-
camente el libre y pleno ejercicio de los dere-
chos humanos. Así mismo, ha referido que es
imputable al Estado toda violación a los dere-
chos reconocidos por la Convención, con oca-
sión del ejercicio de una función pública o al
amparo de la misma. Si el aparato del Estado
actúa de modo que tal violación quede impune
y no se restablezca, en cuanto sea posible, a la
víctima en la plenitud de sus derechos, puede
afirmarse que ha incumplido el deber de garan-
tizar su libre y pleno ejercicio a las personas
sujetas a su jurisdicción.
El Estado no cumple con su obligación
de prevenir las violaciones de los derechos
reconocidos por la Convención Americana
de Derechos Humanos
Los Estados tienen la obligación de preve-
nir toda violación de los derechos reconocidos
por la Convención.
[…] En efecto, un hecho ilícito violatorio de los
derechos humanos que inicialmente no resul-
te imputable directamente a un Estado, por
ejemplo, por ser obra de un particular o por no
haberse identificado al autor de la trasgresión,
p e n s a m i e n t o y v i d a
puede acarrear la responsabilidad internacio-
nal del Estado, no por ese hecho en sí mismo,
sino por falta de la debida diligencia para pre-
venir la violación o para tratarla en los térmi-
nos requeridos por la Convención.
El Estado “tolera” que particulares o grupos
de ellos actúen libremente o impunemente
en menoscabo de los derechos humanos
reconocidos en la Convención Americana
de Derechos Humanos
De acuerdo con el derecho internacional
de los derechos humanos, la ausencia de políti-
cas o de acciones por parte del Estado puede
constituirse en un factor de impunidad. En
muchos casos, cuando la sociedad civil y las
autoridades han alertado previamente acerca
de las violaciones, al Estado le cabe responsa-
bilidad internacional por las mismas y puede
incluso cuestionarse su pasividad en el sentido
de ser asimilada a una actitud de complacencia
o tolerancia frente a los delitos.
El Estado no cumple con su obligación
de investigar los hechos que violan los derechos
humanos y el derecho internacional humanitario
En ciertas circunstancias puede resultar difícil
la investigación de hechos que atenten contra
derechos de la persona. La de investigar es,
como la de prevenir, una obligación de medio o
comportamiento que no es incumplida por el
solo hecho de que la investigación no produzca
un resultado satisfactorio. No obstante lo ante-
rior, la comunidad internacional demanda el
inicio de las investigaciones con seriedad y no
como una simple formalidad.
En este orden de ideas, advierte que la inves-
tigación de los delitos, debe ser asumida por
el Estado como un deber jurídico propio y no
como una simple gestión de intereses parti-
culares, que dependa de la iniciativa procesal
de la víctima o de sus familiares o de la apor-
tación privada de elementos probatorios, sin
que la autoridad pública busque efectiva-
mente la verdad.
novaetvetera17
p e n s a m i e n t o y v i d a
Es decir, que aun si las violaciones se atri-
buyen a particulares, si sus hechos no son
investigados con seriedad, podría considerar-
se, en cierto modo, como si aquellos estuvieran
auxiliados por el poder público, lo que com-
prometería la responsabilidad internacional
del Estado.
La Corte Interamericana de Derechos
Humanos, en algunas investigaciones, ha iden-
tificado inexplicables torpezas o “hechos llama-
tivos” cometidos desde el principio en el
proceso de investigación, que favorecen o des-
encadenan la impunidad de los delitos y, lógi-
camente, comprometen la responsabilidad
internacional de los Estados.
Haciendo uso de la expresión “hechos lla-
mativos” en el sistema penal colombiano, de
modo general, se pueden identificar los
siguientes:
• Desconocimiento por parte de las autorida-
des respecto de una adecuada configuración
dogmática de las violaciones a los derechos
humanos, en especial de las infracciones al
derecho internacional humanitario. Esto
conduce, por ejemplo, a que se inicien inves-
tigaciones por tales violaciones y se condene
por delitos ordinarios.
• El hecho delictivo no es investigado en su
integralidad desde lo institucional. Así,
puede ocurrir que exista una distancia sig-
nificativa entre el inicio de la acción penal,
en relación con otras acciones como la dis-
ciplinaria, al punto que se emiten decisio-
nes incluso incompatibles, justamente por
no haberse dado un intercambio de prue-
bas oportuno o compulsación de copias de
las actuaciones adelantadas por cada insti-
tución en la averiguación del hecho.
• Ausencia o insuficiencia de protocolos de
investigación adecuados al tipo de delito
18novaetvetera
que se investiga. De este modo, las investi-
gaciones son abordadas sin consideración a
que podrían adoptarse mecanismos y accio-
nes de impulso diferentes para establecer
una autoría material o intelectual, una vio-
lación a los derechos humanos o una infrac-
ción al derecho internacional humanitario,
etc.
Entre otras deficiencias en materia investi-
gativa se encuentran: la sobrevaloración de la
prueba testimonial; poca aplicación de la prue-
ba técnico-científica por la falta de medios para
acceder a ella; inexistencia de criterios unifor-
mes sobre la construcción y la valoración de los
indicios y de manuales para optimizar las fun-
ciones de policía judicial, en especial respecto al
recaudo y preservación de las pruebas.
• La responsabilidad internacional del Esta-
do se asimila a la responsabilidad indivi-
dual de sus agentes. Al amparo de esta
confusión hay quienes abogan porque la
investigación de violaciones a los derechos
humanos e infracciones al derecho inter-
nacional humanitario se dé en tribunales
internacionales, no en los nacionales, y
quienes consideran que la investigación
nacional proscribe la intervención de ins-
tancias internacionales.
• No siempre existe claridad sobre lo que se
investiga. Así, no se adelantan acciones y
decisiones para la investigación, juzgamien-
to y sanción de hechos delictivos –en cabeza
de una persona o grupo delictivo– diferen-
ciadas de los fenómenos de criminalidad
–considerados como tales– en un sentido
macrosocial. Un ejemplo de ello es la situa-
ción de desplazamiento forzado y de zozo-
bra y constreñimiento permanente que
padece la población civil por la presencia de
grupos armados ilegales en zonas determi-
nadas del territorio nacional. Hechos que,
desde luego, generan responsabilidad penal

individual, pero que obligan a estrategias de
averiguación del hecho en su conjunto o
integralidad.
• La capacitación y formación impartida, en
consideración a la especialidad de la viola-
ción materia de investigación, es insufi-
ciente, inadecuada o inexistente. En no
pocas ocasiones, se ha confundido la cali-
dad de la argumentación con la multiplici-
dad de datos, las descripciones sobre el hecho
como si fueran las pruebas mismas. A esto se
agrega la falta de un análisis sistemático e
integrador en la argumentación para susten-
tar, en forma consistente, una decisión.
• No se invoca regularmente en las decisiones
judiciales, la jurisprudencia de las altas cor-
tes y tribunales nacionales e internacionales,
ni para una correcta configuración dogmáti-
ca de las violaciones a los derechos humanos
y las infracciones al derecho internacional
humanitario, ni como apoyo a la argumenta-
ción, a pesar de la capacitación recibida por
muchas autoridades en la materia. Así por
ejemplo, se desconocen las excepciones al
principio del nom bis in ídem consagradas
internacionalmente, acogidas por la Corte
Constitucional colombiana que hacen
posible la reapertura de investigaciones por
violaciones a los derechos humanos e infrac-
ciones al derecho internacional humanita-
rio, mediante el ejercicio de la acción de
revisión ante la Corte Suprema de Justicia.
En todo caso, la implementación del siste-
ma acusatorio en el caso colombiano busca
en buena parte solucionar esta deficiencia en
la argumentación, pues regularmente se dice
“mucho” en relación con la ocurrencia del
hecho y muy poco sobre las razones que subya-
cen a una incriminación, o la misma se desvir-
túa. En este sistema se espera que haya una
mayor celeridad en el proceso penal, asociada
a una pertinencia en la actuación de cada uno
p e n s a m i e n t o y v i d a
de los intervinientes en el mismo, de acuerdo
con el rol que les corresponde. En todo caso,
esto no significa que la adopción de uno u otro
sistema sea garantía para una buena argumen-
tación, pues este propósito debe ser común
denominador para cualquier esquema de
investigación.
Desde luego, las autoridades deben invocar
las normas al amparo de las cuales adoptan sus
decisiones, ya sea intermedias en el caso de los
fiscales o finales respecto de los jueces; pero es
deseable que la decisión contenga una explica-
ción de cómo configuró los supuestos para apli-
car una ley y no otra, en particular si ella implica
la afectación de derechos fundamentales.
• Elementos perturbadores, en mayor o menor
grado, del pleno desarrollo de una judicatura
independiente, asociados a múltiples facto-
res. Algunos de ellos son: problemas de segu-
ridad de las autoridades, la intervención a
veces irresponsable –deliberada o no– de los
medios de comunicación; la estructura jerar-
quizada de las instituciones, la falta de imple-
mentación de la carrera judicial para todos
los jueces, la adopción de decisiones colegia-
das en las que se corre el riesgo de que se
diluya la responsabilidad frente a su conteni-
do y alcance; débil agremiación del poder
judicial frente a otros poderes públicos, etc.
El Estado expide leyes nacionales
que demuestran una voluntad de investigar y
sancionar a los responsables de las más graves
violaciones a los derechos humanos y al derecho
internacional humanitario, pero no las aplica
Los procesos legislativos deben ser demo-
cratizadores, e involucrar a los sectores que
tengan una especial relación e interés en el
tema de impunidad. En esta medida, cobra
particular importancia la capacitación de sus
operadores sobre su contenido.
novaetvetera19
p e n s a m i e n t o y v i d a

El Estado expide leyes nacionales
que demuestran una voluntad de investigar y
sancionar a los responsables por las más graves
violaciones a los derechos humanos y
al derecho internacional humanitario,
pero su aplicación es puramente formal
La actividad del aparato de justicia penal
y las decisiones judiciales no necesariamente
implican la aplicación de la justicia material.
los altos tribunales y cortes. En este aspecto, la
sociedad desempeña un papel fundamental,
pues se requiere de una mayor sensibilización
sobre la importancia de su colaboración con
las autoridades para el esclarecimiento de los
delitos.
Retos del sistema penal en la lucha
contra la impunidad
Justo es reconocer que buena parte del

E n consecuencia, implícitamente
se plantea –en mi criterio– la urgencia de un tránsito a
presupuesto nacional se ha destinado
específicamente al fortalecimiento de
la justicia criminal, y ha recibido de la
comunidad internacional aportes sig-
un esquema investigativo acusatorio que imprima nificativos, llamados a ser excepciona-
mayor celeridad pero también capacidad para que las les, aun cuando convendría su
denuncias recibidas conduzcan a procesos que termi- articulación como un solo esfuerzo.
nen con una decisión de fondo en las instancias judi- Así, las asignaciones presupuestales a
la Fiscalía General de la Nación1 crecie-
ciales correspondientes.
ron en una tasa promedio anual de
4,5% entre 2000 y 2004, mientras que la
En este orden de ideas, los esfuerzos en la demanda de servicios aumentó durante el
administración de la justicia deben ser signifi- mismo periodo a una tasa promedio anual de
cativos para respetar el derecho a la verdad, a 8,6%, casi el doble. Esta información fue pre-
la justicia y la reparación de las víctimas. sentada por el actual Ministro del Interior y de
Justicia para justificar un incremento en la efi-
El Estado no adopta políticas planificadas a ciencia judicial.
corto, mediano y largo plazo para tratar
de eliminar o reducir al máximo la situación Al margen de las conclusiones e inferen-
actual que implica violaciones a diversos cias realizadas en dicho informe, lo cierto es
derechos humanos y puede generar que en el mismo se puso de presente que la
su responsabilidad internacional. avalancha de denuncias en la Fiscalía supuso
Esfuerzos aislados, restringidos a la órbi- para esa entidad un retroceso de 89,96% a
ta de las instituciones y desarticulados de un 55,79% en el cálculo de las probabilidades de
propósito nacional no son suficientes para procesar a los delincuentes. En consecuencia,
promover una cultura de respeto efectivo por implícitamente se plantea –en mi criterio– la
los derechos humanos. urgencia de un tránsito a un esquema investi-
gativo acusatorio que imprima mayor celeri-
Ineficiencia del Poder Judicial dad pero también capacidad para que las
A pesar de la pluralidad de las investiga- denuncias recibidas conduzcan a procesos que
ciones iniciadas, una proporción bastante infe- terminen con una decisión de fondo en las ins-
rior termina con una sentencia confirmada por tancias judiciales correspondientes.

20novaetvetera
 p e n s a m i e n t o y v i d a

• En cuanto a las autoridades que intervienen

nal aludido incluya como un elemento de políti-
en la lucha contra la impunidad, éstas
ca la problemática de impunidad, e involucre no
deben tener un código ético impenetrable a
sólo a la justicia y sus agentes, sino a las institu-
la corrupción, que prevea sanciones severas
ciones gubernamentales y sociales.
frente al incumplimiento de sus funciones,
de modo que respondan por su inercia o por
Hay dos tendencias frente a la adopción
su desbordamiento. Así, por ejemplo, debe
de una comisión investigadora en el caso
diseñarse un control de gestión de la fun-
colombiano: quienes aceptan su creación
ción penal y disciplinaria a través del cual
como un mecanismo para asegurar una paz
pueda vigilarse que: las acciones de las
duradera y quienes estiman que su aplicación
autoridades correspondan a las finalidades
sólo es posible en el tránsito de una dictadura a
que la ley prescribe para cada etapa del pro-
una democracia, o en una situación de nega-
ceso; los intervinientes del mismo cumplan
ción de la institucionalidad hacia la recons-
a cabalidad con el rol que les ha sido asigna-
trucción de una nueva, en un contexto social
do en ese contexto; las decisiones interme-
determinado, lo que no se ajusta a nuestra rea-
dias o definitivas se adopten conforme a los
lidad. Ciertamente entre una y otra tendencia
estándares internacionales sobre derechos
pueden darse otros criterios.
humanos y derecho internacional humani-
tario; se apliquen criterios de recolección y
Del mismo modo, en los primeros proyec-
preservación de la prueba adecuados, con-
tos de ley sobre la materia se advierte un interés
forme a los manuales emitidos, etc.
en plantear un nuevo esquema de investiga-
• Muchas de las recomendaciones de la
ción, juzgamiento y sanción de las violaciones a
Comisión Interamericana de Derechos
los derechos humanos y las infracciones al
Humanos (2001, párr. 35) están dirigidas a la
derecho internacional humanitario, al amparo
creación de comisiones de la verdad. En
de todas las garantías procesales para los incri-
Paraguay, por ejemplo, la Comisión reco-
minados y de alentar procesos de concertación
mendó su adopción como parte de un plan
con los grupos armados ilegales con penas más
nacional de protección y promoción de los
reducidas. Estos propósitos fueron articulados
derechos humanos. En mi opinión, dicha
como manifestaciones de una mal llamada
recomendación puede ser acogida por un
alternatividad penal.
Estado, total o parcialmente, pues ello
depende en buena medida de la situación
Por otra parte, frente a las primera propues-
política o de conflicto armado que afronte.
tas legislativas distintos sectores políticos y aca-
démicos recomendaron hacer modificaciones o
Reflexiones para el caso colombiano precisiones a la ley, tanto de orden operativo o
A diferencia del caso paraguayo, la creación instrumental (como por ejemplo en cuanto a la
de una comisión investigadora en Colombia conformación del Tribunal de Justicia, Verdad y
podría ocurrir independiente de la adopción de Reparación), como de orden sustancial respecto
un plan nacional de derechos humanos, ante la de su constitucionalidad ante la existencia para-
necesidad de no postergar ni aplazar acuerdos lela de los tribunales de justicia ya constituidos.
de paz que contribuyan gradualmente a la con- En este orden de ideas, parecería estar claro que
secución de la paz. Lo ideal es que el Plan Nacio- un nuevo tribunal, de acuerdo con las normas

novaetvetera21
p e n s a m i e n t o y v i d a
internacionales, estaba llamado a cumplir una
función transitoria y complementaria y bajo
ningún supuesto entraría a funcionar en rem-
plazo de la jurisdicción legal preestablecida.
También se planteó en algún momento que
la función del poder judicial no puede desalen-
tarse, con ocasión de decisiones políticas respal-
dadas por una ley especial y no general, que
termine debilitando no sólo la acción de la justi-
cia, sino también deteriorando los principios y
valores que son fundamento de nuestra sociedad.
Otra crítica recurrente es que no puede
existir negociación de crímenes de guerra o de
lesa humanidad, pues esto rompería la cohe-
rencia que debe guardar nuestra normativa
con los principios y directrices enunciados por
el derecho internacional, en especial para la
lucha contra la impunidad y el respeto de los
derechos de las víctimas.
La Justicia y la paz configuran un propósi-
to nacional que es posible en un escenario de
integración y de convivencia solidaria. Si bien
es importante considerar las experiencias exi-
tosas de otros Estados en los procesos de nego-
ciación de la paz, no es menos cierto que en
Colombia nuestro poder judicial no ha colap-
sado por completo; no estamos en un esquema
de justicia transicional precedida por una dic-
tadura, y el contexto de negociación se ha dado
en la lógica de institucionalidad y de un Estado
socialmente inclusivo.
Modelos de perdón
Ciertamente, no conviene acoger acuer-
dos que impliquen perdón y olvido general,
como tampoco proponer modelos intermedios
de perdón general con indemnización a las víc-
timas y recuperación de la verdad. Frente a
tales modelos, existe el temor de que no se
22novaetvetera
logre condenar ni a todos los responsables, ni
por todos sus delitos o a que se adopten sen-
tencias definitivas en un menor tiempo sin un
adecuado respaldo probatorio, lo cual daría
lugar a decisiones injustas y con una restrictiva
satisfacción de los intereses de las víctimas.
Perdones responsabilizantes
Se ha planteado entonces un esquema de
perdones responsabilizantes (Uprimmy y
Lasso, 2004) con formas de negociación que
consideran los derechos de las víctimas y los
deberes del Estado a establecer la verdad,
reparar a las víctimas y sancionar a los res-
ponsables.
Según dicho esquema las formas de per-
dón recíproco, es decir, retributivo, en las gue-
rras internacionales son más viables –por ser
más difícil la distinción entre víctimas y victi-
marios–. Por el contrario, en guerras asimétri-
cas horizontales reviste particular importancia
adoptar mecanismos de justicia restauradora,
a partir del reconocimiento de la responsabili-
dad que le cabe a cada actor del conflicto. En
principio, éste último parecería ser caso
colombiano, a no ser por supuesto que se le
atribuya al conflicto interno el carácter de
internacional.
En este sentido, es preciso recordar a Kai
Ambos cuando expresa que: “realmente, en la
mayoría de los casos se podría renunciar a la
tradicional distinción entre conflicto interna-
cional y no internacional y solamente hablar de
crímenes de conflictos armados” (2002, p. 69).
La finalidad de la pena no puede ser la
simple retribución, pues en Colombia es
necesario que los acuerdos sean determinan-
tes para garantizar la convivencia futura en el
marco de una política criminal sostenible.

La diferencia del esquema en mención,
respecto de los dos que le preceden, estriba
primordialmente en cuatro aspectos:
a) Los perdones responsabilizantes favorecen
en mayor medida acuerdos independien-
tes y simultáneos con los actores del con-
flicto que hacen parte la negociación.
b) La vía de entrada a la negociación busca un
equilibrio o una compensación entre los
derechos de las víctimas y los deberes
correlativos de cada uno de los actores del
conflicto.
c) El equilibrio o la compensación entre los
derechos de las víctimas y los deberes
correlativos de los actores del conflicto
dependerá, en buena parte, de la posición
política que ocupe cada uno de ellos en el
contexto social interno y en el contexto
internacional.
d) La vía de salida a la negociación debe ser la
formulación de una política pública estatal
que permita hacer sostenibles los esfuer-
zos en materia de justicia y paz. No se debe
prescindir de esfuerzos enmarcados en
una política permanente, a pesar de la exis-
tencia de un marco legal para los proceso
de paz impulsados por el Gobierno.
Esto por supuesto no significa que una ley
pensada para una corta existencia deba adqui-
rir vigencia permanente, sino que plantea la
necesidad de la formulación e implementación
de una política pública, que podría darse en
forma antecedente, concomitante o subsi-
guiente a procesos de negociación con los gru-
pos armados ilegales.
Es preciso advertir que el éxito de una
negociación para el caso colombiano, se
encuentra, en primer lugar, en la transparencia
de los acuerdos para que se alcance un verdade-
ro equilibrio o compensación entre los derechos
p e n s a m i e n t o y v i d a
de las víctimas y los deberes de los actores del
conflicto, y en segundo lugar, en la oportunidad
en que se adopten los mismos. Sin duda, es
necesario generar unas condiciones previas a
los acuerdos, de cesación total de las hostilida-
des de los grupos armados ilegales desmoviliza-
dos e incluso de aquellos que eventualmente
podrían en lo sucesivo participar de este proce-
so, así sea en forma parcial.
El perdón responsabilizante debe:
a) Ser excepcional e individualizado.
b) Regido por el principio de proporcionali-
dad frente a la necesidad de alcanzar la paz
y la reconciliación.
c) Estar legitimado en un consenso social
amplio.
d) Conducir a la revalorización de las victi-
mas, y
e) Darse en un contexto de búsqueda de la
verdad.
Todos estos aspectos son sustanciales
para un proceso de negociación de paz.
Revalorización de las víctimas
Es de vital importancia lograr un consenso
social en torno a cómo se va a dar el proceso de
revalorización de las víctimas. Éste, en mi crite-
rio, es el aspecto esencial para que esta expe-
riencia sea realmente exitosa en el sentido de
ser perdurable o duradera.
Esta revalorización de las víctimas guarda
estrecha relación con la resignificación de la
persona humana, lo que supone, en términos
genéricos, no confrontar los derechos de las
víctimas con los del victimario, ni siquiera en el
ámbito judicial, sino considerar su dignidad
como personas. Por tanto, la persecución del
delito debe darse con un enfoque de protec-
ción de los derechos para ambos.
novaetvetera23
p e n s a m i e n t o y v i d a
Así ha quedado plasmado de modo
transversal en la actualización de los princi-
pios y directrices de la declaración de Nacio-
nes Unidas (2004, pp. 17 y 24) sobre las
víctimas de la justicia y de abuso de poder,
cuando en su preámbulo reconoce. “Obser-
vando asimismo que las formas contemporá-
neas de victimización, aunque dirigidas
esencialmente contra personas, pueden estar
dirigidas además contra grupos de personas,
tomadas como objetivo colectivamente” y
también en la sección XIII punto 27 referida a
los derechos de otras personas, de la siguiente
manera: “Nada de lo dispuesto en el presente
documento se interpretará en el sentido de
que menoscaba los derechos internacional o
nacionalmente protegidos de otras personas,
en particular el derecho de las personas acusa-
das a beneficiarse de las normas aplicables
relativas a las garantías procesales.” (itálicas
fuera de texto)
En Colombia, dicha revalorización tiene
que ser absolutamente compatible con la
herramienta jurídica que se defina como
indispensable para acelerar las investigacio-
nes o iniciarlas y finiquitarlas con mayor cele-
ridad de lo que regularmente ocurre en
nuestro sistema judicial.
Considero que la herramienta jurídica
indispensable es la confesión individual de los
delitos, cuyas modalidades, tiempos y efectos
para los responsables deberán ser estableci-
das, con una vigencia de aplicación determi-
nada. Así, por ejemplo, es fundamental que
las víctimas hagan parte del proceso de nego-
ciación. Esta participación también debe
darse con criterios previos, como que la posi-
bilidad de interactuar con el delincuente que
confiesa el delito del cual ha sido víctima debe
ser compatible teniendo en cuenta su calidad,
24novaetvetera
el delito cometido y el daño provocado a la
víctima.
En resumen, es necesario un marco jurí-
dico o legal para los procesos de paz que se
adelanten, para convalidar las negociaciones
y disminuir el riesgo de la improvisación o
falta de un seguimiento adecuado a los com-
promisos que se van adquiriendo. Al mismo
tiempo, es fundamental el apoyo de la comu-
nidad internacional, circunscrito no sólo a la
tarea técnica de verificación de los acuerdos,
sino también a la sensibilización por el respe-
to a los derechos (en especial en las zonas
afectadas por el conflicto), a través de diferen-
tes mecanismos, como por ejemplo las comi-
siones de verdad de carácter preventivo.
Proyecto ley No. 211 de 2005
sobre justicia y paz
Con el Proyecto de ley No. 211 de 2005, al
parecer, la preocupación gira en torno a lo que
se ha denominado la perspectiva de las vícti-
mas, en el sentido que debe primar la adopción
de mecanismos que permitan satisfacer sus
intereses, no sólo en términos de justicia (es
decir, la incriminación y sanción a los respon-
sables de los delitos), sino también en cuanto a
su derecho a la verdad y la reparación.
No obstante lo anterior, aún es insuficien-
te el desarrollo de dicha perspectiva a través de
las disposiciones contenidas en el Proyecto.
Para una mayor ilustración basta citar algunas
de ellas:
• Definición de víctima. Se consideran vícti-
mas las personas que individual o colecti-
vamente hayan sufrido daños, incluidos
lesiones físicas o mentales, sufrimiento
emocional, pérdida financiera o menosca-
bo de sus derechos fundamentales, como
consecuencia de acciones que transgredan

la legislación penal vigente, cometidos por
grupos armados organizados al margen de
la ley.
Con esta definición quedan por fuera vic-
timizaciones que se originan justamente por
falta de regulación legal o porque aun cuando
ésta existe, resulta ambigua o discriminatoria.
• Mecanismos no judiciales de reconstruc-
ción de la verdad. Es preciso que la pro-
puesta haga explícitos tales mecanismos,
porque pareciera que la reconstrucción del
expediente probatorio estuviera más
orientada hacia la determinación de una
responsabilidad penal, que hacia el
derecho a la verdad en su dimensión
colectiva.
• La reparación colectiva debe guiarse
por el enfoque de reconstrucción psi-
cosocial de atención a poblaciones
afectadas por la violencia. Es muy
importante que esto se dé en el marco
de una política integral de atención a las víc-
timas y guarde correspondencia conceptual
con el proceso de rehabilitación del victima-
rio o con los llamados mecanismos de alter-
natividad penal. Una formulación tan
genérica podría incluso conducir a plantear
que una ley que se supone debe tener una
vigencia determinada, vendría a remplazar
acciones de política emprendidas con un
sentido estructural, y por lo tanto cualquier
esfuerzo resultaría insuficiente para tener un
impacto integral sobre una problemática.
Por otra parte, podría llevar a un abuso o
exacerbación de propuestas de rehabilitación del
responsable inconexas de los derechos y necesi-
dades de las víctimas, comoquiera que dicha
rehabilitación, estaría ligada a condiciones o par-
ticularidades de las víctimas y viceversa.
• El grupo armado deberá entregar al
Gobierno Nacional la información que
p e n s a m i e n t o y v i d a
corresponda sobre los lugares en los cuales
se hallen fosas comunes o cuerpos de per-
sonas desaparecidas o asesinadas. Esta
norma reviste una particular importancia,
porque debe conducir a una estrategia
especial de esclarecimiento y sanción, toda
vez que resulta particularmente complejo
en estos casos la reconstrucción de los
hechos y la elaboración de un expediente
probatorio.
• Tiempo de privación efectiva de la liber-
tad. Este tema no se podrá resolver por
completo desde una propuesta de justicia
transicional, ni tampoco desde una cir-
E l grupo armado deberá entregar al
Gobierno Nacional la información que corresponda
sobre los lugares en los cuales se hallen fosas comunes
o cuerpos de personas desaparecidas o asesinadas.
cunscrita a mecanismos de simple alterna-
tividad en lo penal, mientras en realidad no
parta de los derechos y las necesidades de
las víctimas desde su contexto de conflicti-
vidad y el contexto de violación o afecta-
ción concreta de sus derechos.
• Garantías para hacer efectivos los compro-
misos a favor de las víctimas. Es preciso
incorporar a la propuesta mecanismos a
través de los cuales se garanticen los com-
promisos adquiridos por los responsables
en relación con las víctimas. Tales mecanis-
mos pueden ir desde la imposibilidad de
acceder a los beneficios que la misma ley
trae, a pesar de haberse cumplido en un
primer momento los requisitos de admi-
sión a un proceso de negociación.
• Aceptación de cargos con solicitud de sen-
tencia anticipada. Si no existen criterios de
ponderación claros para la aplicación de
novaetvetera25
 p e n s a m i e n t o y v i d a
esta figura, podría aumentarse la tensión
entre aquello sobre lo cual existe la posibili-
dad de no ser investigado, juzgado y sancio-
nado de manera efectiva y lo que aun dentro
de este marco resulte indisponible en térmi-
nos de justicia, verdad y reparación.
• Unificación de procesos. La ley debe tener
absoluta claridad acerca de que la persecu-
ción de las violaciones debe terminar en
una sentencia individual de responsabili-
dad, lo que no obsta para adelantar averi-
guaciones unificadas sobre los hechos, y
L os criterios de masividad y siste-
maticidad de las violaciones pueden determinar una
violación a un derecho fundamental, la violación no
siempre se considera como un delito internacional.
que deben adoptarse medidas específicas
dirigidas a atacar fenómenos de macrocri-
minalidad como, por ejemplo, desarticular
las estructuras delictivas.
Del mismo modo, la unificación de proce-
dimientos para la investigación de la respon-
sabilidad individual no tiene que conducir a la
unificación de las penas. Esta situación pone
de manifiesto que no siempre se dará el escla-
recimiento total del hecho violatorio a los
derechos humanos o al derecho internacional
humanitario, por ende será necesario encon-
trar formulas de advenimiento o compromiso-
rias que correspondan con aquello que han
estado en capacidad de investigar las instan-
cias señaladas por la ley.
• Derechos de las víctimas. Derecho a ser
oídas y a que se les facilite el aporte de prue-
bas. Se requieren mecanismos concretos
que permitan que esto ocurra, no sólo por
iniciativa de las mismas, sino también de las
autoridades.
26novaetvetera
• Fondo para la reparación de las víctimas.
La previsión de este fondo debe estar regla-
da en el marco de un Plan Nacional de
Derechos Humanos en el cual se definan
estrategias de política para asegurar una
reparación adecuada, efectiva y rápida,
aun en evento de perjuicios morales.
• Comisiones regionales para el examen de
reclamos sobre bienes rurales y para la
adjudicación de tierras. En este propósito
es muy importante convocar a las autori-
dades para generar acuerdos con las vícti-
mas sobre el particular.
Conjunto de principios
para la lucha contra la impunidad
Los principios de lucha contra la impuni-
dad formulados por Louis Joinet, reciente-
mente revisados por Diane Orentlicher,
tienen una perspectiva global para atacar
esta problemática:
1. El enfoque de derecho internacional huma-
nitario de los principios es ampliado por el
derecho penal internacional, en especial
por el reconocimiento del principio de juris-
dicción universal.
2. Se afianza la concepción de persona en la
medida en que se busca un mayor equilibrio
de las garantías tanto para las víctimas
como los procesados.
3. La expresión de violaciones a los derechos
humanos e infracciones al derecho interna-
cional humanitario sustituida por violacio-
nes de normas de derecho internacional y
violaciones al derecho internacional huma-
nitario imprime a los principios un mayor
poder vinculante de los Estados parte, fren-
te al cumplimiento de las disposiciones
contenidas en la Convención Americana de

Derechos Humanos e instrumentos afines,
ya sea porque las disposiciones internas no
los desarrollan lo suficiente, o los contradi-
cen, o simplemente porque carecen de la
regulación legal necesaria para la efectiva
protección de los derechos.
En cualquier caso, podría argumentarse
que los conceptos de violaciones de la actual
resolución están en mayor medida desligados
de una protección material de los derechos.
Por tanto, la violación se configura como tal en
cuanto está prohibida por el derecho interna-
cional de los derechos humanos y amparada
por el principio de la jurisdicción universal, en
virtud del cual la legislación penal se unifica de
manera progresiva en su parte sustancial. En
este orden de ideas, la protección de los dere-
chos en un sentido material se convalida frente
a la comprobación de la violación en concreto,
precedida por una valoración en torno a lo que
se prohíbe internacionalmente y se demanda
proteger de modo efectivo.
Pareciera entonces que los principios de
lucha contra la impunidad se compaginan con el
derecho penal internacional. Esto trae como con-
secuencia una maximización de la prevención
general de las disposiciones internacionales.
Las consideraciones anteriores conducen a
que, si bien los criterios de masividad y sistema-
ticidad de las violaciones pueden determinar
una violación a un derecho fundamental, la vio-
lación no siempre se considera como un delito
internacional. Para que esto ocurra, es necesario
que expresamente las mismas estén blindadas
por los principios propios del derecho penal
internacional. Es decir que el Estado, en el
marco de actualización de los principios que se
analiza, antes de entrar a probar la violación a
los derechos, debe confirmar la presunción de
p e n s a m i e n t o y v i d a
que ha cumplido la norma internacional y, en
este sentido, no es muy claro si corresponde a
los organismos internacionales del sistema de
protección de los derechos humanos desvirtuar
su cumplimiento.
4. Se hace una distinción entre violaciones
manifiestas y violaciones al derecho interna-
cional humanitario, al parecer para poner de
manifiesto que cada una tiene una naturale-
za distinta a pesar de que podrían convergir
en escenarios y contextos sociopolíticos
similares o iguales.
5. Así también, tal distinción al parecer busca
hacer hincapié en la complejidad de las vio-
laciones al derecho internacional humani-
tario, por cuanto no son catalogadas como
manifiestas.
6. Se hace una distinción entre el derecho
penal internacional y derecho penal inter-
nacionalizado, seguramente para mejorar la
comprensión en torno a los principios
orientadores del derecho penal internacio-
nal y aquellos que han sido de algún modo
apropiados por éste en cuanto proceden de
otros derechos, pero en esa medida, confi-
gura un derecho internacionalizado.
Conclusiones
Para finalizar, habrá también que esta-
blecer cuál es el perdón necesario para el
logro de la paz y la reconciliación. Igualmente,
frente a delitos de lesa humanidad y crímenes
de guerra es preciso definir qué quiere decir:
“deberá imponerse tanto castigo como sea
posible y necesario”.
Son muchas las cuestiones aún por resol-
ver, como el tema del perdón y la reconcilia-
ción que podrían dar lugar a una reflexión en
novaetvetera27
p e n s a m i e n t o y v i d a
otro artículo. En cualquier caso, comparto el
criterio según el cual para perdonar es nece-
sario comprender el contexto de la violación a
un derecho (Beristain, 1996).
Sobre el particular, Antonio Beristain ha
expresado: “Por lamentable hipertrofia del Esta-
do-Leviatán, vengador de la justicia, al modo de
la hybris griega, en el proceso, tal y como lo esta-
blece el derecho penal tradicional retributivo,
nada positivo puede hacer el delincuente. Sólo
puede padecer. Y nada positivo pueden hacer las
víctimas: Sólo callarse” (p. 272).
Según lo expuesto, es necesario conti-
nuar en el esfuerzo de encontrar un marco
jurídico que aliente el respeto de los derechos
tanto de las víctimas como de los victimarios,
en una lógica distinta a la tradicional.
El compromiso de combatir la impuni-
dad supone estrategias en el marco de políti-
cas públicas que permitan de manera gradual
incrementar los niveles de eficiencia en la
investigación de todos los delitos.
Referencias
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cional Verdad Justicia y Reparación. Corte Penal
Internacional. Vicepresidencia de la Republica de
Colombia. Programa Presidencial USAID/MSD.
Bogotá: Ágora Ltda.
Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, CIDH. (Febrero de 2004). 60º periodo
de sesiones .Consejo Económico y Social. Distrito
General E/CN.4/2004/88 27. Bogota: 20 pp.
______. (2001). Informe sobre la situación de
los derechos humanos en Paraguay. Cap. 3, párr. 2.
Comisión Internacional de Juristas. (2001).
Impunidad, crimen de lesa humanidad y desapari-
28novaetvetera
ción forzada. Comisión Internacional de Juristas.
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Congreso de la República de Colombia.
Cámara de Representantes. Legislatura 2003-2004.
Debate sobre impunidad y justicia en Colombia.
Sesión plenaria ordinaria de 24 de marzo de 2004.
Convocado según proposición No. 131 de marzo
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protección y la promoción de los derechos huma-
nos mediante la lucha contra la impunidad. Doc.
E/CN.4/Sub2/20/Rev1. Convalidado en Comisión
de Derechos Humanos en su 60ª periodo de sesio-
nes, el 27 de febrero de 2004.
Oficina en Colombia del Alto Comisionado de
Las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
(Marzo de 2001). Compilación de instrumentos
internacionales. 1ª. ed. Bogotá, 39–65.
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taría General. (Febrero de 1995). Informe Inter-
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Universidad Externado de Colombia. Librería del
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Silva, J. M.. (2003). Aproximación al Derecho
Penal Contemporáneo. 2ª. reimpresión. Bogota:
Gustavo Ibáñez, 97–179.
Uprimny R., Lasso L. M. et al. (2004). Verdad,
justicia y reparación en el conflicto armado. En
Conflicto y seguridad democrática en Colombia:
Temas críticos y propuestas. Bogota.
 p e n s a m i e n t o y v i d a

Notas

1 Debate sobre impunidad y justicia en Colombia realizado en la

Cámara de Representantes. Legislatura 2003-2004. (Sesión ple-
naria ordinaria de 24 de marzo de 2004. Convocado según
proposición No. 131 de marzo 16 de 2004) Respuesta a cues-
tionario por parte del Ministro de Interior y de Justicia a pre-
gunta No. 2 y 3.

novaetvetera29
p e n s a m i e n t o y v i d a

Simón Hampton Ruiz, fotografía: Chimeneas Gaudi, Barcelona, España, 2004.

Entre la soberanía y
el derecho de intervención:
algunos dilemas de las intervenciones
humanitarias
David Suárez
M. A. en Filosofía. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, Pontificia Universidad Javeriana.

Resumen
El artículo examina la problemática de las intervenciones militares humanitarias y su polémica
tensión con respecto a la soberanía estatal. Dada la amplia gama de posiciones que exhibe el
debate, el análisis se centra en los argumentos aducidos por el Informe “La responsabilidad de
proteger”, publicado en diciembre de 2001 y redactado por la Comisión Internacional sobre
Intervención y Soberanía de los Estados (ICISS, sigla en inglés), así como en el razonamiento
que el filósofo canadiense Michael Ignatieff desarrolla alrededor del tema con base en un con-
cepto no menos discutible, como es el de “Estados colapsados”. En el texto se hace una explíci-
ta indagación desde una perspectiva histórica sobre la cuestión de la soberanía y el deber o no
de intervenir en contextos con graves crisis de Derechos Humanos, sin entrar a exponer otras
líneas argumentativas que hoy ven en las denominadas intervenciones humanitarias un peligro
mayor que el que con ellas se procura conjurar.

Palabras clave
Soberanía, Estado-nación, Estados colapsados, Derechos Humanos, Intervenciones
humanitarias.
p e n s a m i e n t o y v i d a
«A través de la transformación que provoca hoy
en el derecho supranacional, el proceso
de constitución del imperio tiende, directa o
indirectamente, a penetrar en la ley nacional
de los Estados-nación y a reconfigurarla;
por lo tanto, el derecho supranacional
sobredetermina decisivamente
el derecho doméstico.
»Probablemente, el síntoma más significativo
de esta transformación sea el desarrollo
del llamado derecho de intervención.»
Michael Hardt y Toni Negri: Imperio
«Cuando la población esté sufriendo graves daños
como resultado de una guerra civil,
una insurrección, la represión ejercida
por el Estado o el colapso de sus estructuras, y
ese Estado no quiera o no pueda atajar o evitar
dichos sufrimientos, la responsabilidad
internacional de proteger tendrá prioridad
sobre el principio de no intervención. »
“La responsabilidad de Proteger”.
Informe de la Comisión Internacional
sobre Intervención y Soberanía
de los Estados, diciembre de 2001.
Introducción
U
no de los problemas de las relaciones
políticas internacionales sin duda
más inquietantes de la última década
es el de las denominadas “intervenciones
humanitarias”. Se trata de una cuestión que
preocupa no sólo en términos de la existencia
de un deber o no, en cabeza de las organiza-
ciones internacionales, de intervenir en otros
Estados para restaurar un orden respetuoso
de los derechos humanos, sino del alcance y
criterios para llevar a efecto una intervención
militar en otro Estado soberano. El problema
toca varias dificultades, se diría que básica-
32novaetvetera
mente tres: de índole moral, jurídica y políti-
ca. Ninguna de estas tres dimensiones del
problema está absolutamente separada de las
demás. Cualquier justificación moral de una
intervención armada en un territorio nacional,
aduciendo que en éste se violan sistemática-
mente los derechos humanos, trae implícitos
en la cadena argumentativa elementos pro-
pios del lenguaje político y no deja de mostrar
que la decisión en cuestión es válida jurídica-
mente, esto es, que se ajusta a la legalidad
internacional sobre la materia. Otro tanto
sucede con los argumentos políticos o jurídi-
cos cuando se esgrimen en primer orden. Sin
embargo, aunque sea difícil, es posible adver-
tir la especificidad de cada uno de estos estilos
de argumentación que motivan la acción prác-
tica en la arena de la política internacional.
Cualquier problema importante –y sin sospe-
chas el tema de las “intervenciones” lo es–
deriva su relevancia de una contradicción que
puede expresar bien sea el antagonismo de
intereses entre partes que integran la totalidad
del sistema mundial o bien entre concepcio-
nes –expresión ideológica de tales antagonis-
mos– que pugnan entre sí la legitimidad de sus
intereses.
El objetivo de este artículo es reseñar
sucinta y esquemáticamente los argumentos
que hoy se plantean a favor de las llamadas
intervenciones militares humanitarias, sin
entrar a considerar en profundidad las réplicas
que se tejen en su contra. Este modo, si se quie-
re unilateral de presentar la discusión, tiene
una evidente desventaja: se sacrifica en consi-
derable medida o casi en su totalidad el carác-
ter polémico que informa a la cuestión. Más
aún, dirán algunos, se desdibuja y adultera la
discusión hasta transformarla en la apología de
una única posición, aquella que ostenta un
consenso prácticamente hegemónico en la

cultura política contemporánea. Sin embargo
exhibe dos ventajas: una es la de ofrecer en
escasas páginas la visión de conjunto que pre-
senta un lado del debate y los argumentos que
esta misma visión afronta y cree rebatir triun-
falmente, aun cuando desestime otras críticas
que podrían ser fundamentales. La segunda
ventaja es que, asumiendo que el intervencio-
nismo humanitario goza de algún relativo con-
senso –y aún más– ha devenido una realidad
de facto en nuestro mundo político, conviene
conocer sus argumentos centrales, su orden
del discurso, como premisa para comprender
y evaluar mejor la validez de los contra-argu-
mentos que se le dirigen.
Se procederá, primero, explorando en su
versión más extendida el dilema de las inter-
venciones humanitarias a la luz de su contra-
posición con el principio de soberanía de los
Estados-nación. Para ello se esclarecerá el
concepto de soberanía y su papel en la era de
la guerra fría, para situar en contexto el surgi-
miento de un mundo interdependiente, crite-
rio éste que sirve de argumento para las
intervenciones humanitarias hoy y sugiere
una reinterpretación de la Carta de las Nacio-
nes Unidas en torno al tópico de la soberanía.
Posteriormente se mostrarán los argumentos
que favorecen las intervenciones humanita-
rias, siguiendo en este punto básicamente el
Informe de la Comisión Internacional sobre
Intervención y Soberanía de los Estados, “La
responsabilidad de proteger”, publicado en
diciembre del 2001 y presentado al Secretario
General de las Naciones Unidas en calidad de
brújula para la toma de decisiones en tan con-
troversial materia. Por último, se plantearán
algunas inquietudes al concepto de “Estados
colapsados” que, dentro de la línea discursiva
que se presenta, desempeña el papel de crite-
rio fundamental para las intervenciones.
p e n s a m i e n t o y v i d a
La soberanía y
la interdicción de la injerencia
Antes de entrar en lo que hoy se percibe
como el dilema de las intervenciones huma-
nitarias, procede exponer lo que por tales se
entiende. En el lenguaje político y filosófico, el
uso de la palabra intervención e intervencio-
nismo, conserva un núcleo duro de sentido
que refiere a la injerencia en una esfera que
legal o éticamente se encuentra reservada o
protegida de acción externa. Así se habla en el
marco de la teoría política liberal de interven-
cionismo, para señalar la facultad que asistía
al Estado Absoluto, en contraposición al Esta-
do liberal de Derecho, de interferir o franca-
mente invadir la esfera de la vida privada de
los individuos. A este efecto se suele evocar la
frase que, en 1819, pronunciara el pensador
liberal Benjamín Constant en un discurso que
tenía por objeto comparar la concepción de
libertad de los antiguos con la establecida
entre los modernos. Para los últimos, entre los
que se contaba el mismo Constant, la libertad
se concebía como “el gozo pacífico de la inde-
pendencia privada” (citado por Bobbio, 1989,
p. 9). El discurso mismo de los derechos huma-
nos adeuda a la lucha contra el intervencionis-
mo estatal en la esfera individual buena parte
de las elaboraciones conceptuales que han
integrado el corazón de su teoría. Tal es el caso
de los valores de la dignidad, la autonomía e
inviolabilidad de la persona, como baluartes
alzados frente a la arbitrariedad de los Estados
y su interferencia en la libertad individual.
Otra manera de referirse al intervencionismo
extrae su significado del contexto discursivo
marcado por la oposición entre las teorías
liberales y socialistas en torno a la relación
Estado y Mercado. En tal sentido, el socialis-
mo o, en general, las fórmulas de Estado here-
deras de su tradición ideológica serían
novaetvetera33
p e n s a m i e n t o y v i d a
intervencionistas, por considerar que el Esta-
do tendría la obligación de intervenir en la
regulación del mercado y mitigar de alguna
manera, mediante esta interferencia, las des-
igualdades sociales que el libre juego de las
fuerzas del mercado no haría sino profundi-
zar. La doctrina liberal en economía sería
anti-intervencionista, por cuanto tendría por
inviolable la esfera del mercado con relación a
la actividad del Estado. Por último, estaría el
concepto de intervencionismo o interferencia
relativo al campo de las relaciones internacio-
nales, contexto en el que el término opuesto a
intervención, o frente al cual éste conservaría
su sentido, sería el de soberanía estatal. Las
relaciones entre los Estados-nación en el
mundo moderno se erigen sobre este último
concepto, construcción jurídica que remite,
en clara analogía con la autonomía individual,
a la potestad indelegable de elegir un curso de
acción que no puede ser interferido por nin-
gún otro Estado.
En lo que toca específicamente a la sobe-
ranía y su relación con el concepto de inter-
vención, conviene hacer una breve digresión
en torno al desdoblamiento de la primera
como soberanía interna y externa. La sobera-
nía interna, si bien es el fundamento de la
externa, no muestra una relación directa con
el intervencionismo, sino cuando refiere al
contexto de las luchas por constituir un Estado
nacional verdaderamente soberano en el sen-
tido externo. Tal es el caso de la constitución
de los Estados nacionales modernos y de los
otrora Estados coloniales en sus luchas de
liberación nacional. Sobre el modelo de la
soberanía interna se da justamente la configu-
ración de los Estados nacionales modernos.
Como dice Matteucci (1989), la soberanía es
un concepto “estrechamente vinculado al de
poder político” que, en su desenvolvimiento
34novaetvetera
histórico, “pretende ser una racionalización
jurídica del poder, en el sentido de transformar
la fuerza en poder legítimo [y] el poder de
hecho en poder de derecho” (p. 1483). En el
contexto de las mediaciones políticas que en la
premodernidad se dan entre Estado y súbditos,
la centralización del poder político en cabeza
de un soberano que monopolice la fuerza y, con
ello, el ejercicio de la dominación de los súbdi-
tos dentro de un territorio a través de la ley, que
sólo puede ser expedida por él, aparece como
una necesidad frente a las guerras que devastan
a las naciones ya en el mismo plano interno
como en el externo. Se trata, en palabras del
citado autor, del “concepto político-jurídico
que permite al Estado moderno, con su lógica
absolutista interna, afirmarse sobre la organiza-
ción medieval del poder, basada, por un lado,
en los estratos y en los estados, y por el otro, en
las dos grandes coordenadas universalistas del
papado y del imperio” (Ibíd.). Este proceso se
opera bajo una “exigencia de unificación y de
concentración del poder, para realizar en una
sola instancia el monopolio de la fuerza en un
determinado territorio y por sobre una deter-
minada población, y para realizar en el Estado
la máxima unidad y cohesión política” (Ibíd.).
Sin embargo, el real trasfondo sobre el que nace
la necesidad de cohesión política es el de la gue-
rra y la paz, esto es, necesidad de pacificación
interna y externa. La primera se resuelve
mediante las constituciones modernas que, al
decir de Negri,1 subsumen el poder constitu-
yente, expresado en la nunca pacificada coli-
sión de voluntades, en un poder constituido, y
la segunda en el orden postwestfaliano que
considera a los Estados internamente sobera-
nos como “iguales” en el contexto europeo. La
historia invierte la tesis de Clausewitz: en la rea-
lidad, la política aparece como la continuación
de la guerra por otros medios, mediante un
esquema jurídico de dominación que es media-
 p e n s a m i e n t o y v i d a

do por procesos administrativos. A este mismo
propósito dirá Habermas (1989):
El éxito histórico del Estado nacional se
explica en gran parte por las ventajas que
conlleva el moderno aparato estatal como
tal. Obviamente, el Estado territorial mono-
polizador de la violencia, con una adminis-
tración diferenciada y financiada a través de
impuestos, podía cumplir mejor los impera-
tivos funcionales de la modernización social,
cultural y, sobre todo, económica, que las for-
maciones de antiguo cuño. (p. 84)
Pese a las diferencias que entre sí guar-
dan las trayectorias históricas de constitución
de los Estados nacionales, los procesos con-
cluyen en su configuración como soberanos.
Así, con esta identidad jurídica, entran en el
orden internacional, atributo que pone en
juego una serie de garantías, deberes y venta-
jas políticas: primero, son “soberanos” y,
como tales, aunque limitados internamente
por los derechos humanos de los asociados
que se encuentran bajo su jurisdicción, no

A
El filósofo alemán insiste
en que las vías de constitución sí, con esta identidad jurídica,
de los Estados nacionales han
entran en el orden internacional, atributo que pone en
sido diferentes, y así habla de
cuatro grandes esquemas: los dos juego una serie de garantías, deberes y ventajas políticas:
primeros ostentan una clara con- primero, son “soberanos” y, como tales, aunque limitados
traposición que se formula como internamente por los derechos humanos de los asociados
“from state to nation vs. from que se encuentran bajo su jurisdicción, no admiten ningún
nation to state”, es decir recoge
otro poder superior. En segundo lugar, son “igualmente”
aquellos casos en los que el tránsi-
to se operó desde la nación hacia el soberanos, lo que significa que ni pueden ser intervenidos
Estado, y los que recorrieron el por otros Estados (garantía de no intervención) ni pueden,
sendero contrario: del Estado a la a su turno, intervenir en ningún otro (obligación de no
conformación de nación. Tras la intervenir). Por último, se derivan tres ventajas políticas
Segunda Guerra Mundial asoma
para las relaciones internacionales: “orden, estabilidad y
una generación representada por
los Estados nacionales que surgen predecibilidad”.
en el proceso de descolonización.
Se trata de Estados cuya configuración se da en admiten ningún otro poder superior. En
el marco de una situación en la que no había ni segundo lugar, son “igualmente” soberanos, lo
Estado ni nación propiamente tal, esto es, que que significa que ni pueden ser intervenidos
“adquirieron la soberanía antes de que las for- por otros Estados (garantía de no interven-
mas importadas de organización estatal pudie- ción) ni pueden, a su turno, intervenir en nin-
ran arraigar en el substrato de una nación” (pp. gún otro (obligación de no intervenir). Por
81-82). Por último, figuran las naciones que último, se derivan tres ventajas políticas para
integraban o hacían parte de países de Europa las relaciones internacionales: “orden, estabili-
del Este y que, tras el desmoronamiento de la dad y predecibilidad” (Comisión Internacional
Unión Soviética y del “socialismo real”, logran sobre Intervención y Soberanía de los Estados,
su constitución a partir de conflictos internos, 2001, p. 12).2 Se trata en cualquier caso de una
muchos de ellos auténticamente dramáticos. condición que implica de suyo la cláusula de

novaetvetera35
p e n s a m i e n t o y v i d a
no intervención, como quedará establecida en
la Carta de las Naciones Unidas de 1945.3 De
acuerdo con el párrafo 1 del Artículo 2 de este
instrumento, el fundamento de la organización
no es otro que el “principio de la igualdad sobe-
rana de todos sus Miembros” (C.N.U., Art. 2: 1).
Con este principio se relacionan otros inclui-
dos en el mismo artículo –de forma específica
consignados en los párrafos 3, 4 y 7–, los cuales
atañen respectivamente, primero, al imperati-
vo de que los miembros de la Organización
arreglen sus controversias internacionales “por
medios pacíficos, de tal manera que no se pon-
gan en peligro ni la paz y la seguridad interna-
cionales ni la justicia” (Art. 2: 3); segundo, a la
prohibición de recurrir “a la amenaza o al uso
de la fuerza contra la integridad territorial o la
independencia política de cualquier Estado”
(Art. 2: 4), y por último a la interdicción de
autorizar, ni siquiera “a las Naciones Unidas a
intervenir en los asuntos que son esencialmen-
te de la jurisdicción interna de los Estados”
(Art. 2: 7). El valor que, desde el Tratado de Wes-
tfalia y luego en la constitución de las Naciones
Unidas, preocupa asegurar y que, consiguien-
temente, preside este orden de relaciones entre
los Estados es el de la paz. Sin embargo, ¿cómo
explicar que los casi trescientos años que
median entre Westfalia y San Francisco no
hayan podido modificar el énfasis otorgado a
una paz sustentada sobre el respecto irrestricto
de la soberanía nacional? Michael Ignatieff
(2002), uno de los comisionados para producir
el informe “La responsabilidad de proteger” en
donde se argumenta a favor del nuevo “deber”
y “derecho” de intervención, ha brindado una
respuesta en un no distante artículo:
El sesgo de la Carta de las UN contra la inter-
vención refleja un capítulo de la historia de
Europa que los poderes participantes en su
redacción creían haber eludido con fortuna.
Aunque muerto y derrotado, el espectro de
36novaetvetera
Adolfo Hitler importunaba el banquete de los
redactores. Era el Hitler propagador de la
guerra, y no el Hitler artífice del exterminio
europeo, el que más les preocupaba. La gue-
rra de agresión a través de las fronteras nacio-
nales constituía a sus ojos un riesgo mayor
que la exterminación de los pueblos dentro
de los Estados. (p. 115).
No es cierto, como podría colegirse de la
lectura de Ignatieff, que el énfasis otorgado a la
soberanía en la CNU implicara de forma abso-
luta un principio de no intervención militar.
Como ha puesto de manifiesto Franz Hinke-
lammert (1987), cualquier principio de Dere-
cho se sanciona mediante su inversión, y la
Carta no es una excepción. Así como el “no
matarás” bíblico puede ser validado y sancio-
nado mediante la ley que ordena la muerte
contra todo aquel que viola la vida, la Carta
sanciona la intervención militar contra todos
los Estados que agredan militarmente a otros,
es decir, “ninguna paz a los enemigos de la
paz”. El Capítulo 7 de la CNU establece las con-
diciones en que el Consejo de Seguridad podrá
intervenir y las medidas preventivas que podrá
tomar para disuadir a los eventuales agresores:
El Consejo de Seguridad determinará la exis-
tencia de toda amenaza a la paz, quebranta-
miento de la paz o acto de agresión y hará
recomendaciones o decidirá qué medidas
serán tomadas de conformidad con los Artí-
culos 41 y 42 para mantener o restablecer la
paz y la seguridad internacionales. (Cap. 7,
Art. 39)
Los mencionados artículos 41 y 42 esta-
blecen respectivamente, como paso previo y
preventivo, “instar a los Miembros de las
Naciones Unidas a que apliquen dichas medi-
das, que podrán comprender la interrupción
total o parcial de las relaciones económicas y
de las comunicaciones ferroviarias, marítimas,
aéreas, postales, telegráficas, radioeléctricas, y
otros medios de comunicación, así como la

ruptura de relaciones diplomáticas” (Art. 41); y
como tránsito ya a un plano de coerción se dis-
pone que, si tales medidas no logran su efecto
disuasivo, se “podrá ejercer, por medio de fuer-
zas aéreas, navales o terrestres, la acción que
sea necesaria para mantener o restablecer la
paz y la seguridad internacionales”. (Art. 42)
Por cuanto el asunto versa sobre interven-
ciones “militares” justificadas con argumentos
de Derechos Humanos, no se hablará en nin-
gún caso de otro tipo de “intervenciones” inte-
restatales. La intervención económica y
política, para situar dos de las especies del
género “intervención”, siguió gozando de una
patente de corso a lo largo de todos los años de
la guerra fría y, tras la caída del muro de Berlín,
se extendió como uno de los rasgos esenciales
de la globalización. No obstante estas precisio-
nes sobre la posición de Ignatieff, cabe coinci-
dir con él en que los años que siguieron a la
firma de la Carta hasta la década de los 90 estu-
vieron de forma general signados por un cona-
to de no intervención por parte del Consejo de
Seguridad y que los “Derechos Humanos per-
manecieron subordinados a la soberanía esta-
tal dentro del marco de lo estipulado por la
Carta” (Ignatieff, 2002, p. 115).
“El derecho no crece por compulsión silo-
gística”, ha dicho Catharine McKinnon, una
connotada feminista y defensora de los Dere-
chos Humanos. (Shute y Hurley, 1998, p. 87).
Tiene razón. Los hechos anteceden a la Ley, y
es el precedente de facto el que impulsa y da
forma a las balbucientes figuras del Derecho.
Sin embargo, antes de que este proceso madu-
re es menester esgrimir argumentos: políticos,
jurídicos y morales, y también “fácticos”. Sin
este debate, el Derecho pierde un gran terreno
frente a la obediencia y las figuras adoptadas se
revisten de una sospechosa pátina de ilegitimi-
p e n s a m i e n t o y v i d a
dad. La aducción de argumentos a favor de las
intervenciones militares humanitarias o del
derecho de intervención, como también se las
conoce, es una página interesante de registrar,
así sea a grandes rasgos.
De la inacción de los Estados
a la necesidad de intervención
No es un secreto que los Derechos
Humanos como discurso y como práctica no
lograron trascender el plano de la retórica, y
ello pese a importantes desarrollos normati-
vos, como lo demuestran las Declaraciones
universal y americana de 1948, la aprobación
de los Pactos de 1966 y toda una serie de Trata-
dos o Convenciones de diferente data. Muchos
han considerado, como el hermeneuta Ricoeur
(1985) recordando a Pascal,4 que el factor prin-
cipal de tal divergencia entre norma y realidad,
entre prescripción y práctica de unas disposi-
ciones selladas como compromisos entre los
Estados miembros de las Naciones Unidas, era
que dicho orden jurídico internacional no era
sino un Derecho sin fuerza. En un sentido res-
trictivo jurídico, la expresión “Derecho sin fuer-
za” significa la ausencia de garantías o de
mecanismos de coacción para hacerlo efectivo;
pero en una interpretación más amplia, que
incluye argumentos de la teoría política, podría
decirse que su sentido va más allá del campo
del Derecho y se extiende al de la voluntad polí-
tica. De manera que, a través del prisma de las
relaciones de poder, más estrictamente de ten-
sión bipolar, que caracterizaron el período de la
guerra fría, la frase pascaliana cobra un sentido
diferente al de una mera ausencia de garantías
o mecanismos coercitivos: alude explícitamen-
te, como lo manifiesta Ignatieff, a la “ambigua
luz que las normas de Derechos Humanos arro-
jaban sobre el comportamiento de las super-
potencias” (2002, Ibíd.). Los Estados Unidos
novaetvetera37
p e n s a m i e n t o y v i d a
apoyaban dictaduras militares en el Cono Sur
latinoamericano que ostentaban un record
aterrador de violaciones a los Derechos Huma-
nos y la Unión Soviética tenía los Gulags. En
este contexto fueron las organizaciones de una
sociedad civil internacional, Amnistía Interna-
cional en 1961, las que asumieron, apoyadas en
la instancia de una conciencia moral universal,
una denuncia enfocada a la protección eficaz
de los Derechos Humanos universales. Tras el
derrumbe de la URSS, la ráfaga de la globaliza-
ción económica recorrió todos los rincones del
planeta y, junto a ella, se anunció con optimis-
mo una era en la que los Derechos Humanos
pasarían de la retórica a la acción. Así lo expre-
só Koffi Annan en su Informe “Nosotros, los
pueblos de las Naciones Unidas”, el Programa
de las Naciones Unidas para el actual milenio:
Durante los primeros 45 años de las Naciones
Unidas, el efecto paralizador de la guerra fría
les impidió cumplir algunas de sus misiones
básicas, pero descubrieron otras tareas esen-
ciales a la sombra de ese conflicto. Desde hace
ya 10 años, las Naciones Unidas se han visto
zarandeadas por los cambios tumultuosos de
la nueva era, y, aunque han hecho una buena
labor en muchos casos, en otros han fallado.
Ahora, la Cumbre del Milenio ofrece a los líde-
res mundiales una oportunidad única de
reestructurar las Naciones Unidas hasta bien
avanzado el siglo XXI de modo que realmente
puedan contribuir a mejorar de manera per-
ceptible la vida de la gente. (Párrafo 11).
La mejora “perceptible” de la “vida de la
gente” sugiere un régimen de respeto universal
por los Derechos Humanos, por esas deman-
das morales que sin duda gozan de la mayor
legitimidad desde el inicio de la modernidad.
Sin embargo, el tránsito a la eficacia universal
de los Derechos Humanos tropieza con un obs-
táculo: esa misma soberanía que está en la
base de la constitución del orden internacional
y que tiene como fundamento un consenso
38novaetvetera
alrededor de tales derechos. El círculo parece
cerrarse: un sistema internacional protector de
los Derechos Humanos lo es solo del conjunto
de Estados nacionales soberanos, pero la sobe-
ranía implica simultáneamente un límite al
ejercicio de una práctica internacional de los
Derechos Humanos.
Cierto es que el artículo 7 de la CNU, como
se tuvo oportunidad de advertir, no prohíbe
totalmente las intervenciones militares siempre
y cuando éstas se estimen como único y último
medio para conjurar determinadas situaciones,
pero aun así varias circunstancias de hecho
(especialmente políticas) impidieron este recur-
so. Una de ellas fue el contexto de la guerra fría.
Pero, en similar medida, figuran otras circuns-
tancias que se constituyeron en trabas conside-
rables para el uso de la fuerza por razones
humanitarias. Entre éstas cabe mencionar,
como sugiere Arcos Ramírez (2004), un cierto
“inmovilismo de la comunidad internacional y
[una presunta] inseguridad de la ciencia jurídica
internacionalista para trascender el escenario
coyuntural de la posguerra” y, siguiendo al
mismo autor, “una regulación excesivamente
rígida del uso de la fuerza”, factor al que se unen
de manera especial “la estructura aristocrática
del Consejo de Seguridad de la ONU y el anacró-
nico poder paralizante del derecho de veto de
sus cinco miembros permanentes” (pp. 17-18).
Estos factores, si se quiere de naturaleza políti-
ca, son los primeros en ser objeto de una enér-
gica crítica por parte de sectores y grupos que
en el escenario mundial claman por un mayor
activismo de parte de la ONU. Llegan incluso a
asumir directamente una función de denuncia
con profundo sentido moral, aun cuando sus
protagonistas no ignoran el efecto político y, en
el largo plazo, jurídico que pueden tener sus
acciones. De esa naturaleza es, por ejemplo, el
llamamiento que Michel Foucault lanzara en
 p e n s a m i e n t o y v i d a

1981,5 y del cual se reproducen los siguientes silencio en los Estados– sería el surgimiento de
apartes: Organizaciones no Gubernamentales que,
como Amnistía Internacional en 1961, asumirí-
…Existe una ciudadanía internacional que
an la iniciativa de crear ese “nuevo derecho” a
tiene sus derechos, que tiene sus deberes, y
que nos compromete a levantarnos contra ejercer una presión sobre los Estados y su socie-
todo abuso de poder, cualquiera que sea su dad organizada en aras del respeto por los
autor, cualesquiera que sean sus víctimas… Derechos Humanos, “a intervenir efectivamen-
Porque pretenden ocuparse de la felicidad
te en el orden de las políticas y las estrategias
de las sociedades, los gobiernos se abrogan
el derecho de abonar a la cuenta de pérdidas internacionales” (Foucault). La necesidad era
y ganancias el sufrimiento que sus decisio- tan sentida que no de balde la iniciativa sería
nes provocan o que sus negligencias permi- rápidamente imitada por otros grupos a escala
ten. Es un deber de esta ciudadanía
internacional [cursiva mía.- D. S.]
siempre hacer valer ante los ojos y los
oídos de los gobiernos los sufrimientos
de los hombres, de los cuales no es
cierto que no sean responsables… Hay
L a corriente que rompería en medio
de la guerra fría este clima de silencio –silencio de indig-
que rechazar la repartición de tareas
que muy frecuentemente se nos pro- nación en los individuos y conspiración del silencio en
pone: a los individuos corresponde los Estados– sería el surgimiento de Organizaciones no
indignarse y hablar; a los gobiernos
reflexionar y actuar. Es cierto: los bue- Gubernamentales que, como Amnistía Internacional en
nos gobiernos aprecian la santa indig- 1961, asumirían la iniciativa de crear ese “nuevo dere-
nación de sus gobernados, pero
siempre y cuando ésta permanezca cho” a ejercer una presión sobre los Estados y su sociedad
lírica… La experiencia muestra que se organizada en aras del respeto por los Derechos Humanos.
puede y se debe rechazar el rol teatral
que se nos propone de la pura y simple
indignación. Amnistía Internacional,
“Terre des Hommes”, “Médecins du Monde”, internacional y devendría el antecedente quizá
son iniciativas que han creado este nuevo más importante para que, en 1975, 53 países
derecho: el derecho de los particulares a
dieran su firma al Acta Final de Helsinki, instru-
intervenir efectivamente en el orden de las
políticas y las estrategias internacionales… mento mediante el cual la antigua Unión Sovié-
(Foucault, 1981, pp. 272-273). tica permitió a los países miembros del Bloque
socialista la conformación de organizaciones
de derechos humanos y, como acertadamente
La indignación silenciosa –“santa”, en señala Ignatieff, “al actuar así, concedieron, tal
palabras de Foucault– que le correspondía vez sin siquiera advertirlo, la hegemonía a la
soportar a los individuos en cualquier régimen versión norteamericana liberal de los derechos
de abusos era, de otra parte, acompañada por la humanos ... en el mundo moderno”. (Ignatieff,
cómplice inacción de las Naciones Unidas, 2005, p. 62). Esta visión hegemónica logra su
situación que Ignatieff ha catalogado como la plena realización tras el colapso del socialismo
“conspiración del silencio estatal” (2002, Ibíd.). real en 1991, momento que para el recién men-
La corriente que rompería en medio de la gue- cionado autor representa “el apogeo histórico
rra fría este clima de silencio –silencio de indig- de los Derechos Humanos como movimiento e
nación en los individuos y conspiración del ideología de la libertad”. (Ibíd.).

novaetvetera39
p e n s a m i e n t o y v i d a
Derrumbe del socialismo y globalización
son fenómenos concomitantes en la arena pla-
netaria y, pese a la reactivación de las críticas
de izquierda que ven en el discurso de los Dere-
chos Humanos un vehículo ideológico para la
tramitación del neoliberalismo, es casi unáni-
me la percepción de que se abre una era en la
cual regímenes con prácticas sistemáticas de
violaciones no pueden dejar en la inacción a la
comunidad de naciones. No obstante las
muestras a favor de una acción eficaz en esce-
narios de abusos masivos y sistemáticos contra
los Derechos Humanos, se tropieza con un
obstáculo que, simultáneamente, es ético, jurí-
dico y político: la soberanía de los Estados. Se
trata del mismo tropiezo que, quizá artificiosa-
mente, esgrimió como argumento la Comuni-
dad Internacional durante la posguerra para
legitimar su inmovilismo. Pero tampoco es
posible declarar sin más, como una ficción jurí-
dica o un artilugio político o una falacia moral,
la igualdad soberana de los Estados Miembros
que consagra la Carta.
De la necesidad de intervenir al derecho
de intervención: exploración del dilema
“Somos espectadores instantáneos
de todas las atrocidades. Sentados en nuestras
salas, asistimos al asesinato de niños y
a la desesperación de los refugiados. Tal vez se
estén cometiendo ahora mismo otros crímenes
horribles en rincones oscuros, pero no muchos;
los horrores contemporáneos gozan de buena
iluminación. Es así como se plantea una pregunta
que nunca antes se planteó, o al menos nunca se
planteó de forma tan inmediata e ineludible: ¿Cuál
es nuestra responsabilidad? ¿Qué debemos hacer?”
Michael Walzer
Apenas concluyó la guerra fría, se agudizó
la percepción de que es necesario ir más allá de
40novaetvetera
una actitud compasiva en lo que atañe al dolor
de los demás; se desataron las voces amordaza-
das por el silencio, cumpliendo el “lírico” papel
de la indignación. Los acontecimientos de
Rwanda en 1994 fueron un detonante significa-
tivo, como lo describe el informe “La responsa-
bilidad de proteger” redactado por la Comisión
Internacional sobre Intervención y Soberanía
de los Estados (ICISS).6 Un genocidio anuncia-
do que pudo prevenirse encontró una vez más
por respuesta la parálisis en el ámbito interna-
cional. La lectura de los hechos de Rwanda
condujo a un juicio mundial que fue resumido
como “falta de voluntad política internacio-
nal” o, lo que resulta peor, se consideró que,
“pese a la retórica sobre la universalidad de los
derechos humanos, unas vidas son mucho
menos importantes que otras para la comuni-
dad internacional”. (ICISS, p. 1). Se cobró con-
ciencia sobre la necesidad de intervenir, y se
pasó a los hechos. Somalia en los primeros
años de los noventa, más tarde Srebrenica en
Bosnia y después Kosovo, en 1999, fueron
ejemplos polémicos de intervenciones milita-
res humanitarias. Las dos primeras, aunque
contaron con el aval del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas, terminaron en un fra-
caso que costó numerosas vidas humanas,
arrojando sombras sobre la eficacia de las ope-
raciones de paz; la última, aunque sin el con-
sentimiento del Consejo y conducida por la
OTAN, concluyó exitosamente. Pero, como
expresa el Informe ICISS planteó inquietantes
preguntas acerca de la legitimidad de las inter-
venciones militares humanitarias, sobre la
revitalización del concepto de “guerra justa”,
sobre las razones que se estiman justificadas
para intervenir, sobre las obligaciones con la
población una vez realizada la intervención.
Todas estas cuestiones han suscitado un
amplio debate que puede ser rubricado, de
forma general, como “el” dilema de las inter-

venciones humanitarias, aun cuando en la
realidad y visto a la luz de los diferentes con-
textos y escenarios sobre los que se proyectan
estas acciones, cabría más bien hablar de “los
dilemas”.
Así como variados son los aspectos sobre
los cuales se cierne el debate de las interven-
ciones, disímiles son los argumentos que pue-
den aducirse en torno a cada una de las
cuestiones que despiertan dichas discusiones.
Para desenredar el ovillo de argumentos y con-
tra-argumentos que se entrecruzan en el deba-
te, conviene partir de dos hechos que se
contraponen y que sustentan, en última ins-
tancia y desde sendas orillas, los discursos que
se construyen tanto en pro como en contra de
las intervenciones humanitarias: de un lado,
figura la indiscutible fuerza o, si se quiere, con-
senso que ha ganado la necesidad de intervenir
en aquellos Estados que muestran un panora-
ma agravado de abusos contra los Derechos
Humanos, de brutalidad o de deteriorados
conflictos internos, catalogados como intrata-
bles. Y, de otro, se encuentran las sombras que
arrojan los fracasos, aunque contados, de tales
acciones, como el ya mencionado en Bosnia, o
la ilegalidad misma frente a lo establecido por
el Derecho Internacional, como es el caso de
las acciones de la OTAN en Kosovo. Este último
argumento parece el más difícil de rebatir,
como lo ha puesto de relieve Arcos Ramírez
(2004) en un libro dedicado a examinar la pro-
blemática:
Los detractores de las intervenciones inician
siempre su crítica señalando que estamos
ante actos contrarios al Derecho Internacio-
nal. Más que la protección de los derechos
humanos, el orden consagrado por la Carta
de San Francisco ha venido descansando en
los principios de no intervención en los asun-
tos pertenecientes a la soberanía de los Esta-
dos y de prohibición del uso de la fuerza,
p e n s a m i e n t o y v i d a
excepto en los supuestos de legítima defensa
y restauración de la paz internacional.
Parece difícil poner en duda que las inter-
venciones humanitarias atentarían contra
ambos principios ya que, por un lado, violan
la integridad territorial y la independencia
política de un Estado y, por otro, conllevan
un uso de la fuerza no autorizado por ningu-
na de las excepciones de la Carta. Los más
feroces críticos de las intervenciones señalan
que aunque, ciertamente, algunas de estas
operaciones dirigidas a detener una viola-
ción masiva y sistemática de los derechos
humanos han logrado llevarse a cabo con la
autorización del Consejo de Seguridad, ello
no se ha debido a que el sistema de seguri-
dad de la ONU admita la existencia de un
derecho o deber de intervención en tales
casos, o a que sea una obligación impuesta
para proteger los derechos humanos, sino a
que dicha violación ha terminado represen-
tando una amenaza para la paz internacio-
nal. (Arcos, 2004, p. 17).
Uno de los argumentos más poderosos en
tal sentido no deriva su fuerza del orden jurídico
internacional, como el descrito por Arcos Ramí-
rez, sino de la moral. Así, por ejemplo, Michael
Walzer (1980) sostiene que todo Estado está sus-
tentado por una legitimidad moral, y que ésta
impide que cualquier intervención contra él por
parte de otro Estado pueda ser, de igual forma,
moralmente defendible. Para el autor de “Gue-
rras justas e injustas”, la legitimidad de un Esta-
do va más allá de una construcción jurídica,
pues se asienta sobre una comunidad política
de personas que se encuentran vinculados por
lazos históricos y culturales, por compromisos
y deberes que están por fuera de la considera-
ción de un Estado extranjero, el cual no ha sido
parte de ese proceso histórico. Lo que suele
invocarse en una intervención no es la ilegiti-
midad de un Estado, sino la de un gobierno.
Pero el Estado, sostiene Walzer, “está constitui-
do por la unión entre un pueblo y su gobierno,
novaetvetera41
p e n s a m i e n t o y v i d a
y es el estado quien demanda frente a todos los
demás estados el doble derecho a la integridad
territorial y a la soberanía política”. (Ibíd., p.
212). Ahora bien, como la regla de constitución
del gobierno se da entre los mismos ciudada-
nos (de manera horizontal) y, además, hace
parte de una historia que no ha terminado
nunca de realizarse, ningún estado extranjero
estaría “en condiciones de negar la realidad de
tal unión o, más bien, de oponerle otra cosa
que un rechazo especulativo”. Por ser una
construcción histórica propia, los Estados
extranjeros “no conocen suficientemente la
historia del Estado que cuestionan; tampoco
poseen una experiencia directa ni pueden for-
marse un juicio concreto acerca de los conflic-
tos y armonías, las elecciones históricas y
afinidades culturales, las lealtades y resenti-
mientos que le subyacen a aquél”. (Ibíd.). Y si la
conducta del Estado que decide intervenir no
puede estar determinada por el conocimiento
ni por juicio alguno, entonces deberá estarlo
por una suposición “moralmente” necesaria, a
saber: que hay un “acuerdo” entre comunidad
y gobierno, y que dicho acuerdo es “legítimo”.
De aceptarse esta primera suposición, deberá
admitirse una segunda, derivada de la anterior:
“que si un determinado Estado fuera atacado
por otro, sus ciudadanos se verían obligados a
resistir y que, de hecho, resistirían, pues [forzo-
so es convenir en que] valoran su propia comu-
nidad del mismo modo como nosotros
valoramos la nuestra o cualquier otra comuni-
dad en general”. (Ibíd.). Con esta lógica, Walzer
sostiene el no derecho a intervenir desde un
punto de vista moral. Cierto es que admite cir-
cunstancias en las que sí sería legítimo, pero se
trata básicamente de aquellas en que la comu-
nidad en cuestión se halla, como nación,
sometida a un Estado multinacional, es decir,
donde se cuestiona ese “acuerdo” entre comu-
nidad y gobierno.
42novaetvetera
Frente a este argumento, que podría lla-
marse de status moral de los Estados, así como
de cara a la prohibición jurídica de injerencia
en la soberanía, se han establecido diferentes
estrategias de justificación de las intervencio-
nes. Una es la representada por Arcos Ramírez
(2004), quien sostiene como demostración a su
argumento la superioridad de los derechos de
los individuos sobre los de los Estados, y, en
consecuencia, la primacía del status moral de
los primeros sobre el de los segundos. La otra,
de validez jurídica y diseminada en varios
autores, aparece nítidamente trazada en un
reciente artículo de Eric A. Heinze (2004). Sin
embargo, interesa examinar una tercera línea
de argumentos a favor de las intervenciones
humanitarias, o del derecho a intervenir, la
cual combina argumentos tanto morales,
como jurídicos y políticos. Y ello porque repre-
senta el curso argumentativo que mayor acep-
tación ha conseguido en Naciones Unidas. Su
discurso exhibe un concepto central de gran
fuerza persuasiva aunque de ambigua signifi-
cación: Estados colapsados (“failed States” o
“collapsing States”). Su más fiel defensor y, al
mismo tiempo, expositor ha sido Michael Igna-
tieff, quien además participó en la redacción
del Informe ICISS. En este último documento
plantea una nueva estrategia en el examen y
tratamiento del dilema de las intervenciones
militares humanitarias, la cual comienza por
cambiar los términos con que se suele enfocar
el asunto. Como lo sugiere la frase que sirve de
título al documento, no se trata de un debate
en torno al derecho o no (y correlativamente la
obligación o no) de intervenir, sino de una “res-
ponsabilidad de proteger”. Así lo expresa el
documento de la Comisión Internacional sobre
Intervención y Soberanía de los Estados:
…es fundamental que la terminología –y los
conceptos que subyacen a la elección de cier-

tas palabras– no se conviertan en un obstácu-
lo que impida tratar los verdaderos proble-
mas. Del mismo modo que la Comisión
descubrió que la expresión «intervención
humanitaria» no ayudaba a avanzar en el
debate, también estima que la terminología
utilizada en debates anteriores para argu-
mentar a favor o en contra del «derecho a
intervenir» de un Estado en el territorio de
otro Estado está anticuada y carece de utili-
dad. Preferimos hablar no del «derecho a
intervenir» sino de la «responsabilidad de
proteger». (ICISS, 2001, p. 12).
Para sustentar esta idea, movilizan los
autores del informe algunas categorías de aná-
lisis, como es la de “seguridad humana”, idea
que, aunque relacionada con la de Derechos
Humanos, parece prestarse con mayor eficien-
cia al argumento central del documento, sin
caer en las ambigüedades y contradicciones
que la última parece plantear. También dibujan
algunos elementos de contexto que permitirí-
an situar dicho examen sobre un trasfondo
político capaz de darle sentido a la discusión y
comprender, a la luz de “la evolución del entor-
no internacional”, lo que son las nuevas necesi-
dades. Entre estos elementos figura la guerra
contra el terrorismo:
“Han surgido nuevos problemas y realida-
des y también nuevas expectativas de
acción y normas de conducta en los asuntos
nacionales e internacionales. Por ejemplo,
desde los atentados terroristas perpetrados
el 11 de septiembre de 2001 contra el World
Trade Center y el Pentágono, es evidente que
la guerra contra el terrorismo que ha de
librar hoy el mundo –una guerra sin dispu-
tas fronterizas y contra un enemigo en gran
medida invisible– es distinta de todas las
guerras anteriores.” (Ibíd., p. 3).
Considera la Comisión redactora del
Informe que la ONU y demás instituciones
internacionales “no han estado a la altura de las
p e n s a m i e n t o y v i d a
necesidades ni de las expectativas modernas”,
razón por la que “la cuestión de la intervención
internacional con fines de protección humana
ejemplifica de forma clara y convincente la
urgente necesidad de emprender una acción
concertada para adaptar las normas e institu-
ciones internacionales a las exigencias y expec-
tativas internacionales”. (Ibíd.). Afirman que
otra circunstancia novedosa que circunda al
debate sobre las intervenciones es el contexto
igualmente más amplio en que aquél se sitúa,
caracterizado por la interacción entre agentes
estatales, no estatales e institucionales que,
además, operan en un marco de notable inter-
dependencia. Asimismo, se habla de las nue-
vas cuestiones de seguridad que, según los
autores del informe, son exclusivas del período
de la posguerra fría. Figuran algunas que ya son
conocidas y otras que, por el relieve que alcan-
zan en el documento, proyectan un preocu-
pante halo de atención sobre Colombia,
aunque no se la nombre. El primero de estos
fenómenos de seguridad es “la proliferación de
conflictos armados dentro de los Estados”, con-
flictos que en muchos casos derivan franca-
mente en “guerras internas o conflictos civiles,
casi siempre con terribles repercusiones políti-
cas y humanitarias”. (Ibíd., pp. 4-5). Advierten
que, en varios de estos conflictos, los grupos
armados procuran “lograr la posesión y explo-
tación de bienes valiosos como los diamantes,
la madera y otros recursos naturales, por no
mencionar las materias primas utilizadas en la
producción de drogas”. (Ibíd., p. 5). Destacan
con preocupación el clima humanitario que
acompaña estos conflictos: armas letales y
altamente destructivas en manos de niños sol-
dados, aumento de la vulnerabilidad de los
civiles que se tornan el blanco deliberado de
los ataques, marginación de determinados
grupos mediante violaciones sistemáticas sos-
tenidas contra ellos en el contexto del conflic-
novaetvetera43
p e n s a m i e n t o y v i d a
to, el “desplazamiento permanente de ciertos
sectores de la población”. (Ibíd.).
Este aterrador panorama de guerras
intraestatales, tan parecido al de la actual
Colombia, permite inferir una diagnosis
sobre los Estados que le sirven de escenario,
el cual es descrito como “un convulso pro-
ceso de fragmentación estatal (…) que está
modificando el propio orden internacional”.
(Ibíd). Lo modifica no sólo porque lo afecta
sino también porque es en una medida
importante responsable:
“…los países ricos están profundamente
implicados en este proceso, ya que de ellos
proceden las armas y los fondos de que se
nutren los conflictos civiles, y en ellos se dejan
sentir sus efectos desestabilizadores, desde el
terrorismo con conexiones mundiales a las
corrientes de refugiados, la exportación de
drogas, la extensión de enfermedades conta-
giosas y la delincuencia organizada”. (Ibíd.).
Al mismo tiempo, la situación así descrita
impone una responsabilidad de prevenir y, en
caso dado, de reaccionar. La reacción lógica-
mente es la intervención militar para recuperar
o establecer, dependiendo de las condiciones
concretas del Estado en cuestión, la seguridad
humana. Este concepto, como admiten los
redactores, “incluye la preocupación por los
derechos humanos pero va más allá de ella”,
pues tiene que ver también con “el derecho
internacional y las relaciones internacionales”.
(Ibíd., p. 7). El exceso que reviste la “seguridad
humana” frente a los “derechos humanos” pare-
ce residir en el hecho ya conocido de que los
últimos surgieron como un límite vertical al
poder del Estado, concepto que necesariamente
remite al de una soberanía que reside en el cons-
tituyente primario pero que, por esa misma
razón, es absoluta. Por ser asimismo ese poder
44novaetvetera
constituido internamente no puede sino ser
limitado desde dentro, nunca desde fuera, a no
ser en su relación con otro Estado igualmente
soberano. De ahí que se prefiera el concepto de
“seguridad humana”, por hacer un énfasis en el
individuo como sujeto de protección en el
orden internacional que de alguna forma
borra, o debilita al menos, la infranqueable
soberanía estatal y, con ella, el deber de no
intervención.
La Comisión estima que de la pertinencia
del concepto de “seguridad humana” habla su
concordancia con la realidad creada desde
1945, consistente en un tránsito que va desde
“una cultura de la impunidad soberana a una
cultura de la rendición de cuentas en el plano
nacional e internacional”. (Ibíd., p. 14). En la
promoción de esta nueva cultura un papel
esencial lo desempeñan las instituciones inter-
nacionales, las ONG y los actores y grupos de la
sociedad civil, que han logrado hacer cada vez
más efectiva la conciencia de unas normas uni-
versales que permiten juzgar el comporta-
miento de los Estados.
Sin embargo, como se hace patente del
curso mismo de la realidad mundial, estas
acciones de control persuasivo (y dentro de
determinados límites, coercitivo) que ejecutan
estas instancias no resulta lo suficientemente
eficaz ante los mencionados fenómenos de
desestructuración estatal. Es aquí donde la
Comisión encuentra un criterio más amplio de
justificación de las acciones de intervención
militar con fines de protección humana. El
concepto en cuestión es el de “Estados colap-
sados”, de la cual en el mismo informe se citaba
un caso específico: la “fragmentación estatal”.
Conviene en este punto extraer algunas
conclusiones a manera de cierre, no porque ahí
 p e n s a m i e n t o y v i d a

se cierre la propuesta de la Comisión, sino en
virtud de que con este concepto se llega a su
punto realmente crítico y preocupante.
A modo de cierre: los peligros implícitos
en la intervención en Estados colapsados
El Informe de la Comisión Internacional
sobre Intervención y Soberanía de los Estados
(ICISS) plantea a lo largo de sus páginas una
estrategia bien articulada que pretende ser
una carta de navegación o, para ser más preci-
sos, un plan de operaciones que compromete la
superación de la parálisis que, tradicional e his-
tóricamente, predominó en el comportamiento
minar este difícil problema relativo a la tensión
entre intervención y soberanía, son no sólo
plausibles sino necesarias; valdría incluso decir
que éticamente fundadas en la misión y visión
de la ONU. Sin embargo, el marco teórico que
propone el Informe, fundado en un concepto
como el de “failed States”, resulta no muy con-
vincente como criterio de lo que ellos conside-
ran la puesta en marcha de un dispositivo de
acciones movido por el imperativo de la “res-
ponsabilidad de proteger”.
Para comprender las sospechas que moti-
van el anterior planteamiento, conviene citar
de la voz de Ignatieff algunos de los argumen-
tos que apoyan el concepto. Uno de
los marcos de análisis de que se sirve

I gnatieff pasa a caracterizar el escena-

rio actual como el pasaje entre un mundo en el que la
soberanía tenía una primacía obvia sobre los Derechos
Humanos, a otro en el que, como han soñado los activis-
tas y defensores de estas demandas morales, la soberanía
se encuentra subordinada al estatuto de “buenos ciuda-
danos internacionales”.
este escritor, filósofo moral y discí-
pulo de Isaiah Berlin, es el de la com-
paración entre las fuentes de
peligros para la seguridad humana
en la era de la guerra fría y desde su
terminación. Así, expresa en el ya
citado artículo de 2002 que publicó
Dissent, una revista que edita
Michael Walzer:

de la comunidad internacional respecto de con-
textos agravados en materia de derechos huma-
nos. Esta propuesta, sustentada en una
valoración ponderada de los cambios ocurridos
en materia política, militar, económica, social y,
sobre todo, de relaciones internacionales, pare-
ce loable e incluso deseable en un mundo en el
que prima la indiferencia frente a lo que Susan
Sontag llamó, con hondo sentido de solidaridad,
el “dolor de los demás”. Desde este punto de
vista tanto el esfuerzo de los expertos que inte-
graron la comisión independiente redactora del
Informe como la iniciativa del Gobierno de
Canadá, que respondió con agilidad a la deman-
da del Secretario de las Naciones Unidas de ilu-
Mientras los abusos del período de la guerra
fría provenían de Estados fuertemente tiráni-
cos, los que preocupan al mundo de la pos-
guerra fría se originan principalmente en
Estados débiles o en proceso de colapsar.
(Ignatieff, 2002, p. 115).
Con este preludio, Ignatieff pasa a caracte-
rizar el escenario actual como el pasaje entre un
mundo en el que la soberanía tenía una prima-
cía obvia sobre los Derechos Humanos, a otro en
el que, como han soñado los activistas y defen-
sores de estas demandas morales, la soberanía
se encuentra subordinada al estatuto de “bue-
nos ciudadanos internacionales”. “Nos encon-
tramos en algún lugar intermedio, negociando,

novaetvetera45
p e n s a m i e n t o y v i d a
en cada caso, los conflictos que se dan entre la
soberanía estatal y los Derechos Humanos inter-
nacionales”. (Ibíd., pp. 116-117). Sin embargo, de
mirar las cosas de otro modo, pareciera no haber
tal conflicto; pues en la práctica que rige a los
nuevos gobiernos, “la legitimidad continúa defi-
niéndose [no por la vigencia de los Derechos
Humanos, cuanto] por el hecho de que un régi-
men particular tenga un control efectivo sobre
un territorio dado”. (Ibíd., p. 117). Los únicos que
comparten la fantasía de que se puede ir más
allá de la soberanía en el mundo actual, recuer-
da Ignatieff, son los partidarios de la globaliza-
ción económica, y ello en las zonas de libre
comercio; esta situación no es para nada real, ni
mucho menos admisible en otros países con
Estados fragmentados y en proceso aún de
constitución, como los que se encuentran en
Asia y África. Por esta razón, prosigue, lo prime-
ro es fortalecer los Estados débiles, colapsados y
fragmentados. Hace falta establecer en ellos una
“soberanía efectiva”. Y en la “soberanía efectiva”,
definida como el “monopolio sobre los medios
de la violencia” y la “capacidad para satisfacer las
necesidades básicas a una población”, el autor
ve no sólo la “precondición para toda clase de
ingreso exitoso en el mundo económico, sino la
premisa para cualquier tipo de observancia de
los Derechos Humanos”. (Ibíd.). Denominar al
orden internacional de la posguerra fría un “sis-
tema”, nos dice, no hace sino oscurecer el hecho
de que este orden se vino abajo en las partes
más pobres del planeta. “Los Estados que ade-
lantan confrontaciones perdidas contra insur-
gentes, o aquellos que sirven de escenario a
guerras civiles que han devenido endémicas, o
los otros en donde la autoridad se ha derrumba-
do, irradian inestabilidad a su alrededor”. (Ibíd.).
Son “malos vecindarios”, como los denominó
Myron Weiner. No sólo Colombia, que pelea una
guerra perdida contra insurgentes y contra el
terror, sino Ecuador, Perú, Macedonia, Georgia,
46novaetvetera
Osetia, Congo, Angola, Pakistán y otros más cita-
dos en una lista de 22 países, integran el conjun-
to de “malos vecindarios”. (Ibíd.).
Ignatieff afirma que los abusos contra los
derechos humanos “no se presentan allí donde
hay mucho poder estatal, sino muy poco”. En
consecuencia: “Si el caos, más que la tiranía, es
la causa principal de los abusos de derechos
humanos, los activistas tendrán que repensar
su sospecha tradicional acerca de los Estados y
el ejercicio de la soberanía”. (Ibíd., p. 119).
Abiertamente llama a la comunidad interna-
cional a unirse en una estrategia que implica
intervenir allí donde se corre el riesgo de crear
“malos vecindarios”: la crisis de un solo Estado
entraña el riesgo potencial de crear “malos
vecindarios” en toda una región. “Pakistán, por
ejemplo, fue «talibanizada» por el vecino Afga-
nistán”. (Ibíd.).
Si las Naciones Unidas se toman en serio
los análisis y recomendaciones de Ignatieff,
unidos a los del Informe ICISS en cuya redac-
ción también participó, tendrían que interve-
nir en muchos países, desafortunadamente los
más pobres, porque son ni más ni menos los
que registran una diagnosis de Estados colap-
sados que guarda correspondencia con el
marco teórico allí presentado. Además mues-
tran las características propias de agentes pató-
genos capaces de crear “malos vecindarios” en
sus regiones. Lo que parece olvidar el autor de
“El mal menor”, reciente libro dedicado a argu-
mentar la guerra contra el terrorismo, es que de
aplicarse su recomendación, tal vez el mundo
se devolvería al paradigma reinante antes de la
guerra fría: a la reedición de conflictos interna-
cionales, esta vez no entre las potencias des-
arrolladas, sino entre los países ricos y los
pobres, entre la periferia y el centro, entre el
Norte y el Sur, que profundizaría muy proba-
 p e n s a m i e n t o y v i d a

blemente los niveles de desigualdad y de con-

flicto que están, sin duda alguna, en la raíz del
colapso estatal. La consecuencia fuera de toda
sospecha sería un incremento en la misma cri-
sis humanitaria que hoy les afecta.

De otra parte, aunque en el Informe ICISS

se habla de la obligación de “reconstruir” como
un deber ético que les asiste a los interventores
“humanitarios”, nadie garantiza ni puede
garantizar que así vaya a ser en los enclaves ele-
gidos para la acción. Hasta ahora ninguno de
los casos históricos ha demostrado una apro-
piada aplicación del “ius post-bellum” en los
Estados intervenidos. Lo más probable es la
continuidad de otras guerras, inéditas en algu-
nos de sus caracteres, como la silenciosa vio-
lencia y terror que en estos momentos se abate
sobre el intervenido Irak. Tampoco parece
moral ni políticamente plausible en nuestros
días, cuando ha ganado terreno una imponen-
te cultura de la justicia global, el argumento de
una intervención armada con el propósito de
restablecer un Leviatán.7

No es propósito de este artículo, como se

expresó al comienzo, detenerse en las críticas
al curso de argumentación presentado sino,
simplemente, darlo a conocer. Las objeciones,
registradas en rigurosa correspondencia con
los argumentos de la propuesta aquí mostrada,
pueden ser presentadas en un próximo escrito.

novaetvetera47
p e n s a m i e n t o y v i d a

Estados, (versión en castellano), Canadá, ON, Otta-

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bilidad de Proteger. Informe de la Comisión
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48novaetvetera
 p e n s a m i e n t o y v i d a

Notas

1 Cfr.: Negri, A. (1994). El poder constituyente. Ensayo sobre

las alternativas de la modernidad, Barcelona : Libertarias /
Prodhufi. Como se expresó anteriormente, este artículo no
pretende profundizar en las aproximaciones críticas que, de
cara a la concepción de soberanía, han elaborado autores
como Negri o Agamben, por mencionar sólo dos de los más
destacados, sino que se atiene a la discusión, con base en
sus mismos presupuestos, de la visión liberal predominante
que informa los textos de las Naciones Unidas.

2 De aquí en adelante se la citará como ICISS, sigla correspon-

diente a su denominación en inglés: International Comis-
sion on Intervention and State Sovereignty.

3 De aquí en adelante y para la mayoría de las veces se la cita-

rá con la sigla C.N.U. También, dependiendo del contexto, se
la citará simplemente como la Carta o la Carta de San Fran-
cisco.

4 Véase el artículo de presentación de Paul Ricoeur al colo-

quio registrado en: Diemer, A. et al. (1985). Los fundamentos
filosóficos de los derechos humanos, París: UNESCO.

5 De acuerdo con el profesor Rodrigo Uprimny, a quien perte-

nece la traducción del texto citado, Foucault junto a otras
personalidades hizo tal llamamiento en una rueda de pren-
sa celebrada en Ginebra en junio de 1981. Allí el autor de
“Las palabras y las cosas” anunciaba la creación de un
Comité Internacional no Gubernamental para la defensa de
los “boat people”. El texto está incluido en el “Anexo Docu-
mental” que aparece en: Rodrigo Uprimny (1992). La dialéc-
tica de los derechos humanos en Colombia, Santafé de
Bogotá: FUAC, pp. 272-273.

6 De aquí en adelante, se empleará también la denominación

Informe ICISS para referirnos a este documento.

7 “Mientras las poblaciones estén amenazadas por el bandida-

je, por la guerra civil, por movimientos guerrilleros y contra-
insurgentes, no podrán estar seguras (…). Estas situaciones
hobbesianas muestran el mensaje del Leviatán en sí: que el
poder consolidado del Estado es precisamente la condición
de cualquier régimen de derechos”. (Ibíd., p. 119).

novaetvetera49
p e n s a m i e n t o y v i d a

Simón Hampton Ruiz, fotografía: ventana Suffolk, Inglaterra 2004.

Soberanía y
derechos humanos,
una encrucijada política
del presente
Édgar Giovanni Rodríguez Cuberos
Profesor catedrático del Departamento de Biología y estudiante de nivelación de la Maestría en Filosofía de la Pontificia Universidad Jave-
riana de Bogotá.

A la memoria del Maestro Jaime Rubio Angulo.

Resumen
Se establecen algunos referentes de tipo crítico que, apoyados en una perspectiva filosófica social,
tratan de problematizar la idea de soberanía y la relación que guarda dicha concepción con los
derechos humanos. La discusión se estructura en varios momentos tratando de armar concep-
tualmente el entramado necesario que permita explicitar la actualidad y necesidad práctica a
nivel político de considerar dicha relación como un problema del cual dependen varios elemen-
tos significativos en las dinámicas sociales actuales, superando de esta manera la percepción
clásica de ambos términos por separado. Para ello, el primer momento introduce el problema
desde una mirada contextual nacional, a continuación se defiende el carácter filosófico de la
cuestión para que sea posible desde allí, postular seguidamente, de que manera la soberanía
puede y debe hablar-se hoy, concluyendo con los niveles en que las dos variables en estudio supo-
nen una encrucijada política en términos de impacto y trascendencia dentro de una idea de ciu-
dadanía contemporánea.

Palabras clave
Filosofía política y social, concepción de soberanía, Derechos humanos y filosofía educativa.
p e n s a m i e n t o y v i d a
Es preciso que yo sea mi exterior,
y que el cuerpo del otro sea él mismo.
Esta paradoja y esta dialéctica del ego y
del alter no son posibles más que si el ego
y el alter ego están definidos por su situación y
no están liberados de toda inherencia, es decir,
si la filosofía no se termina con el retorno al yo,
y si descubro por la reflexión no sólo
mi presencia ante mí mismo,
sino también la posibilidad de un “espectador
ajeno”, es decir, si, en el momento
mismo en que tengo la vivencia de mi existencia,
y aun en este punto extremo de la reflexión,
me falta esa densidad absoluta que me haría
salir del tiempo y descubro en mí una especie
de debilidad interna que me impide ser
absolutamente individuo
y me expone a la mirada de los otros
como hombre entre los hombres o por lo menos
como una conciencia entre las conciencias.
Merleau-Ponty.
Prólogo a Fenomenología de la percepción.
Definición del territorio de trabajo
L
os sucesos que a diario son motivo de
consternación en nuestro país sacuden
de forma permanente nuestra capaci-
dad general para creer y, a la vez, ponen a prue-
ba nuestra capacidad de olvido. Con el tiempo,
esta relación singular ha pasado a ser una carac-
terística propia de lo que algunos llaman la
“colombianidad”. Primero, nos esforzamos por
creer y entender que ciertas situaciones sólo son
posibles en nuestro país, para luego, con poco
menos esfuerzo olvidar que alguna vez sucedie-
ron y que hacen parte de nuestra historia. En
este ámbito particularmente proclive a la deses-
peranza autogestada, indagar o proponer deba-
tes sobre temas fundamentales en términos
políticos, económicos y sociales (y por supuesto
en otras líneas del conocimiento) supone que
52novaetvetera
dichas discusiones deban ser asumidas con res-
ponsabilidad, buscando siempre el sentido y
significado de lo que comúnmente damos por
hecho bajo el imaginario de una claridad con-
ceptual. Esto significa que es menester cons-
truir un campo común en la diversidad de
discursos y creencias desde donde se pueda
gestar y promover una serie de juicios que se
armen de legitimidad. Esta legitimidad nace del
reconocimiento permanente de la experiencia
(con lo cual nuestra tendencia a olvidar debe ser
modificada en algún grado) para evitar hasta
donde sea posible caer en el juego siniestro de
las malas abstracciones de nuestra realidad.
Desde esta perspectiva de síntesis1, la frase
de Merleau-Ponty nos supera como abrebocas
teórico al referirnos a la relación entre sobera-
nía y derechos humanos, pues abre de un solo
golpe y anuncia incluso la perspectiva que a
continuación trataremos de bosquejar para
reedificar dicha relación de términos. El paso,
la cantidad de “momentos” que articulan la
migración hacia la certeza de haber logrado
“una mirada de fuera que nos identifique den-
tro de una serie de conciencias” es en últimas
la sublimación de un nuevo tipo de soberanía,
uno tan deseado que pueda ponerse en juego y
asegurarnos una constitución de existencia un
poco más equitativa y moral que la que tene-
mos ahora desde la visión tradicionalista del
término, en la cual, ni lo equitativo ni lo moral
son de suyo inherentes2 y que por consiguiente
y de manera obvia afectan la condición del
derecho y de lo humano.
Al respecto, la pregunta obvia sería: ¿Y que
tiene que ver la soberanía con los derechos
humanos? La respuesta incauta y desprevenida
seguramente acudiría a resaltar los elementos
que hacen legítima dicha corresponsabilidad y
dependencia, pero, ¿Desde qué referentes teóri-

cos contemporáneos3 hablar de cada una? ¿Cuá-
les son los puntos que las relacionan? ¿A qué
niveles? ¿En qué situaciones particulares? Estas
y otras preguntas son las que motivan el intento
de abrir el horizonte de debate en este escrito.
Con esta premisa, será comprensible
entonces que el esfuerzo se encamine a propo-
ner la necesidad de configurar el campo de tra-
bajo posible que emerge al plantear la relación
entre soberanía y derechos humanos. Incluso a
mi modo de ver, trabajar las dos categorías por
separado es una tarea todavía pendiente. Esto
significa, por supuesto, que este escrito corre
de entrada un riesgo grande al trabajar las posi-
bles relaciones entre las categorías, pero sir-
viéndome de la problematización de la una,
poco a poco trataré de ir esclareciendo su rela-
ción intrínseca y su codependencia con la otra.
La soberanía como problema filosófico
Comencemos por describir de qué mane-
ra el concepto se vuelve un problema que com-
pete a la filosofía, suscribiéndonos para ello a
un tipo particular de ejercicio filosófico. En
particular, una mirada desde la Filosofía social
nos ofrece los siguientes rasgos básicos4:
1. Una apreciación del objeto de estudio
como práctica social.
2. Una concepción que advierte que la prácti-
ca social se inserta en un marco más
amplio sometido a ideas cambiantes.
3. Una concepción que revela que las ideas
son importantes, no en abstracto sino rela-
cionadas con intereses sociales en acción.
4. Una exploración conceptual con carácter
crítico para confrontarlo con las prácticas
sociales.
5. La filosofía social soporta proyectos reali-
zables, se configura como un arte de la
posibilidad.
p e n s a m i e n t o y v i d a
Dicho esto, podremos decir que la idea de
soberanía se ha construido y sustentado en
prácticas sociales también muy concretas, sin
las cuales no es posible considerar que ésta
tenga una función clara y determinante. Por
ello, el método de análisis podrá ser adecuado
y coherente con su naturaleza.
Desde una perspectiva histórica, sabemos
que las prácticas sociales se han visto determi-
nadas y reguladas a su vez por los modelos de
producción y las formas económicas. En el
agrupamiento feudal y el nacimiento de las ciu-
dades-estado como entes organizadores de las
actividades humanas, el surgimiento moderno
de potencias colonialistas que amplían los lími-
tes de poder de las anteriores estructuras en
últimas pone de manifiesto que el mecanismo a
través del cual la soberanía se hacía vigente
radicaba en las estrategias que se ponían en
marcha para asegurar rutas, líneas de comuni-
cación, canales comerciales en los cuales el
flujo de materias primas, conocimientos e indi-
viduos “mantenía” el centro de poder a la vez
que expandía sus fronteras territoriales, vigilan-
do una identidad que excluía todo aquello que
no respondiera a este modelo de poder-sobera-
no. Las figuras del “bárbaro” o el “buen salvaje”
no son otra cosa que las antiidentidades cons-
truidas, la negación del ejercicio soberano, lo
extraño, aquello sobre lo cual no es posible ejer-
cer en su totalidad el poder centralizado y que
no se ve afectado necesariamente por la maqui-
naria expansionista sin ofrecer resistencia cul-
tural, política o militar.
Llegamos aquí a una primera gran conclu-
sión que sostiene nuestra hipótesis inicial
sobre la necesidad de pensar el término desde
la contemporaneidad: la soberanía es una enti-
dad cambiante, muta con el paso del tiempo,
adquiere nuevas significaciones y por estar
novaetvetera53
p e n s a m i e n t o y v i d a
ligada a distintas formas de ejercer el poder
fácilmente puede desencadenar conflictos
bajo el cobijo de causas aparentemente dignifi-
cantes. Esto la hace un concepto en extremo
reactivo5, que en muchas ocasiones puede
encontrarse con la defensa del derecho y en
otras, contradice la defensa y puesta en marcha
del deber.
La transmutación subsiguiente separaría a
la soberanía definitivamente de las voluntades
individuales, con lo cual se acentúa la tensión
entre lo que compete al derecho individual y
colectivo y la sensatez de la responsabilidad y
la convivencia. Ahora, con este paso, los sujetos
dejan de ser soberanos para ser objetos de una
soberanía:
La soberanía se define, pues, tanto en virtud
de la trascendencia como de la representa-
ción, dos conceptos que la tradición humanis-
ta había presentado como contradictorios. Por
un lado, la trascendencia del soberano no resi-
de en un fundamento externo teológico, sino
solamente en la lógica inmanente de las rela-
ciones humanas. Por el otro, la representación
que sirve para legitimar este poder soberano a
la vez lo aparta por completo de la multitud de
súbditos (Hardt y Negri, 2003, p. 85).
La dialéctica existente entre trascendencia
y representación implica que la soberanía se
debata en cada época en la sostenibilidad de
un contrato social determinado, una negocia-
ción permanente entre las voluntades indivi-
duales y la posibilidad de enajenarlas en una
voluntad colectiva representada en principio
por un “soberano” que, al igual que su correla-
to la soberanía, también es un agente adapta-
ble. Esto último es de radical importancia si
tenemos en cuenta que el enajenado pierde
interés en su propia soberanía, lo cual termina
por minar los referentes que existen para deli-
54novaetvetera
mitar el uso de la libertad individual por sí
misma. El mal entonces surge como la nega-
ción del derecho; es ni más ni menos que la
reducción del otro a la categoría de súbdito
acrítico, es decir, un sujeto que termine por
delegar la responsabilidad de lidiar con la
incertidumbre de lo bueno y lo legal a través de
un sistema de justicia ajeno y no necesaria-
mente concertado y contraído desde un apara-
to ético:
Además de constituir un poder político contra
todos los poderes políticos externos, un Estado
contra los demás Estados, la soberanía es tam-
bién un poder de policía. Un poder que debe
producir, contínua y extensivamente, el milagro
de incluir las singularidades en la totalidad, las
voluntades de todos en la voluntad general…
poco a poco, a medida que se desarrolla la
administración, la relación entre la sociedad y el
poder, entre la multitud y el estado soberano, se
invierte, de modo tal que ahora el poder y el
Estado producen la sociedad. (Hardt y Negri,
2003, p. 88).
El control sobre el desarrollo social es
determinante sobre la posibilidad de hacer
legítimos los derechos fundamentales. La tran-
sición de un soberano personificado a un apa-
rato institucionalizado de soberanía (Nación)
demarca otra mutación del término, aunque
en últimas su función policiva no cambie
demasiado. Sin embargo, la figura de súbdito
acrítico, por lo menos en teoría sí se ve trans-
formada; el súbdito ahora se convierte en ciu-
dadano (civitas), portador de la impronta de la
Nación, la búsqueda del desarrollo.
No obstante, bajo esta última transforma-
ción la noción o concepción de soberanía figu-
ra y aparece en lo cotidiano como un lugar
común. Es frecuente encontrar trazas de sus
mesiánicos designios en los discursos de los
políticos, las querellas de lo público o incluso
en las aulas de clase como invocación de un

poder que subyace en la profundidad de la
mayoría de las constituciones de los países y al
cual se apela bajo la seguridad de su éxito argu-
mental de origen.
Lo cierto es que la soberanía incluye un
poder que logra unificar a las personas y que
sólo se traslada históricamente de una condi-
ción monárquica a una condición de orden
nacional. Frente a esto la afirmación de Hardt y
Negri al final de su escrito deja abierta una bre-
cha profunda en la consideración del sentido
de lo soberano:
La comunidad no es una creación colectiva
dinámica sino un mito primordial fundacio-
nal. Una noción originaria del pueblo instituye
una identidad que homogeneiza y purifica la
imagen de la población mientras bloquea las
interacciones constructivas de las diferencias
existentes al interior de la multitud. (P. 345).
Considerar la comunidad como un mito
fundacional explica en parte que: 1) lo sobera-
no se mantenga en la actualidad como un
intangible al cual sólo acceden las esferas de
poder, y que afecta con sus decisiones las rela-
ciones e interacciones de la multitud; y 2)
desde esta perspectiva, es posible repensar lo
soberano como algo que puede experimentar-
se en varios niveles de la organización social
buscando tener plena conciencia individual de
su incidencia dentro de un ámbito real de
comunidad o por lo menos de un cuerpo
colectivo. Se rescata de esta forma la idea que
la soberanía nacional es producto de la cons-
trucción espiritual de los ciudadanos, del pue-
blo que ha construido identidad, una voluntad
y una sola acción.
¿Cómo hablar hoy de la soberanía?
El reto, entonces, es superar la concepción
típica territorialista-corporalista de soberanía,
p e n s a m i e n t o y v i d a
para proponer desde una perspectiva comuni-
cativa que el ideal soberano debe constituirse
en el reconocimiento que el pueblo es el supre-
mo artífice de la autoridad y el gobierno del
Estado, pero que su legitimidad6 está en últi-
mas condicionada por sus actos administrati-
vos, tanto como gobierno representativo como
por la acción política básica de los ciudadanos
(habitar su país, construir identidad; es vivir
conforme a la interiorización de las normas,
consolidar orgullo de patria).
Para que este animoso reto, este deber ser,
sea realizable se debe reconocer el estado
actual de la soberanía y la mutación que ha
sufrido. Los procesos actuales de globalización
suponen para las naciones nuevas estrategias
para mantener cohesión de identidad; aún
más, la multiculturalidad, el desarrollo y la
diversidad establecen puntos estratégicos
novedosos en donde el cuidado de las fronte-
ras pasa a un segundo plano. El capital en
movimiento es casi intangible (conocimiento,
cultura, información), la riqueza y el poder
tienden a consolidarse como lugares de la
expresión de la identidad y el sentido de cohe-
sión de cada pueblo. La pobreza, la ausencia de
soberanía y la incapacidad de generar poder
es, hoy por hoy, la ausencia de un sentido de
territorialidad y habitación, de arraigo en lo
propio, mientras que las naciones que mane-
jan el poder en la actualidad nos llevan de la
mano a desconocer lo que nos es propio para
fijar más fácilmente su cultura y sus mecanis-
mos de statu quo7.
Por cierto, la soberanía como entidad
“tangible” parece ser más palpable cuando la
conjugamos en función de las relaciones que
establecen los países. Así, es aceptable decir
que la soberanía es el reconocimiento del
poder que cada Estado tiene sobre sus propios
novaetvetera55
p e n s a m i e n t o y v i d a

asuntos, por lo que se renuncia a intervenir en
los asuntos internos de quienes tienen las
garantías para solucionar sus asuntos en fun-
ción de su legitimidad (la que le otorga el pue-
blo). En este sentido, lo soberano parece
variables, en el cual, sin una reflexión profunda
de su sentido histórico y filosófico/antropoló-
gico, podríamos muy fácilmente desviarnos
por caminos del cliché y la enunciación mesiá-
nica: ¡Los derechos humanos deben respetarse
porque son soberanos!

N o nos enfrentamos a las leyes

de la naturaleza. Estas son cuestiones que tienen que ver con
Chomski (1999) explica en pro-
fundidad esta última idea, y pone
de manifiesto la “versatilidad” del
la voluntad y la elección. No podemos cambiar el pasado término soberanía, sobre todo
pero, sí podemos dar la cara en el presente. Podemos elegir la cuando de intereses particulares
perspectiva desde la honestidad, aprender de las consecuen- se trata, transformándolo en un
vocablo que por su mala utiliza-
cias, y sacar las consecuencias para influir en el futuro.
ción va perdiendo su verdadero
sentido, su fin dentro de una
depender también de la aceptación de otras sociedad y para los actores políticos. Por tratar-
naciones sobre la legitimidad del poder. Se se en principio de actores políticos tenemos un
entiende entonces que, según este principio, gran desafío, independiente de nuestra filia-
cuando un país en franca y decidida acción ción o de si nuestra capacidad es la de sujetos
desconoce la soberanía de otro desconoce con atributos de ciudadanía, o de entes de
abiertamente que ese país tenga legitimidad colectividad. Afirma Chomski:
representativa o que pueda ocuparse de sus Para las personas como nosotros –es decir,
propios asuntos (los ejemplos son más que evi- los relativamente privilegiados ciudadanos
dentes en la última década). de las sociedades más libres– nada de esto es
irremediable. Se llevan a cabo terribles crí-
menes si no hacemos nada por evitarlo. Es
Esto último es bastante inquietante, pues tan simple como eso. Porque no se trata de lo
el uso indiscriminado de la palabra “soberanía” que acontece en Marte o de los crímenes de
puede no sólo suscitar los más acalorados Atila el Huno, sino que se trata de los críme-
debates, poner en peligro los mecanismos de nes que llevan a cabo fuerzas que, en princi-
pio, se hallan bajo nuestro control, si es que
economía regional fronterizos, por ejemplo, nos proponemos controlarlas.
sino que también, y de acuerdo con una mora-
lidad basada en el poderío estratégico global, No nos enfrentamos a las leyes de la natu-
puede respaldar los más oscuros intereses raleza. Estas son cuestiones que tienen que ver
tanto de los líderes de las naciones–Estado, con la voluntad y la elección. No podemos cam-
como de las grandes multinacionales, aun bajo biar el pasado pero, sí podemos dar la cara en el
la presunción tutelar de cubrir el intervencio- presente. Podemos elegir la perspectiva desde la
nismo rampante con intención de defender los honestidad, aprender de las consecuencias, y
derechos humanos o civiles. Para nuestro caso, sacar las consecuencias para influir en el futuro.
esto resulta fundamental pues la relación entre
derechos humanos y soberanía implica, como Pero para poder influir en nuestro futuro,
hemos visto, un campo mucho más amplio de como bien lo afirma el autor, necesitamos

56novaetvetera

resolver, de cara a la exigencia que nuestra rea-
lidad nos formula, algunos interrogantes:
¿Dónde, cómo y cuándo hacemos efectiva la
soberanía? Y más profundamente ¿Quiénes?
Porque su valor, su manifestación nos ponen
en cualquier momento en la encrucijada de
decidir de qué lado estamos en la delgada línea
que regula el cumplimiento, la defensa y la
vivencia de los derechos fundamentales; de la
misma manera que existe una diferenciación
de base entre elegir o decidir la libertad, existe
una brecha entre elegir o decidir el derecho.
En este punto de la discusión, es necesario
aclarar que un sujeto concreto sobre el cual
actúan la soberanía, el Estado, la Nación, el ciu-
dadano, las instituciones, etc. define en cada
caso su relevancia y trascendencia. Como vere-
mos ahora, uno sólo es radicalmente funda-
mental.
La encrucijada política: ¿son los derechos
humanos sujetos de soberanía?
Lamentablemente y sin ánimo de caer en
un pesimismo exacerbado, poner sobre la punta
del discurso de los derechos humanos su legiti-
midad es un todo y una nada a la vez, una abso-
lutización. De ahí que exista una necesidad
perentoria de configurar un campo en común
dentro de la multiplicidad de discursos (filosófi-
cos, sociológicos, jurídicos, políticos…) para pro-
nunciar un juicio sensato basado en categorías
de análisis que puedan promover una delibera-
ción más acorde con los problemas y menos
dogmatizante. Por ello, la pregunta acerca de
quién es el sujeto de la soberanía implica atrave-
sar una aguda controversia aún no resuelta.
Por un lado y de cara a lo que el orden
mundial vigente parece establecer, un Estado
“puede legítimamente” (digo legítimamente
p e n s a m i e n t o y v i d a
porque no existe aún ese campo en común que
dicte o enuncie la norma y regule el poder
sobre la base de lo justo) llegar a intervenir en
defensa de los derechos humanos en otro
“estado corrupto”, a los ojos de lo que mediáti-
camente se califique como corrupto. Por ello, a
la pregunta de este apartado tendríamos que
responder con una absoluta negación: No, los
derechos humanos en sí mismos no son suje-
tos de soberanía. Pues en realidad no es sobre
el derecho que se ejerce la soberanía, sino que
son los defensores del derecho quienes de
manera soberana lo ejercen y quienes dan
cuenta, en ese mismo ejercicio dialéctico, de su
propia soberanía fortalecida. Es decir, el sujeto
que hace efectiva su propia soberanía es la per-
sona misma, y en ese sentido, toma la distancia
justa de lo que es pertinente para con sus
semejantes, por lo que no sólo vela por el dere-
cho sino también por el deber.
Esta diferenciación, este “movimiento”
nos ayuda a no seguir realizando abstracciones
inmediatas. De nuevo, corremos un riesgo: la
subjetividad en lo que podemos hacer de los
derechos humanos nos lleva a profundos mati-
ces. Como ya se ha visto, la cruzada por la
defensa de los derechos termina muchas veces
por transformarse en su antítesis, se cometen
las más tremendas violaciones no sólo al dere-
cho sino al sentido común; es decir, deriva en el
abuso y la denigración de la condición huma-
na. El intervencionismo hoy puede leerse de
muchas maneras, como táctica de empodera-
miento económico, como acción bélica justifi-
cada, como estrategia de sedición, etc. Lo
cierto es que en lo que menos parece haber
acuerdo es que se considere ilusoriamente
como mecanismo de defensa de los derechos
humanos. Tal como diría Chomski (1999), la
fórmula parece ser sencilla todavía para la
actualidad: “Poder igual a derecho”.
novaetvetera57
p e n s a m i e n t o y v i d a
La soberanía puede y debe ser una condi-
ción para lo político. La visión clásica de
gobierno otorgaba a lo político una condición
muy especial en sus ciudadanos: cada uno de
ellos era consciente de su papel en la comuni-
dad (aun cuando no todo el mundo participa-
ba de la política) y además se guardaba una
estrecha correspondencia entre la soberanía,
la virtud y el derecho. Así por ejemplo, la virtud
en el caso de un griego era la mejor inclinación
del alma para la búsqueda de la excelencia y
para el romano la posibilidad de morir digna-
mente honrando a la patria y “bañado en el
oro de la tradición” (Constaín, 2004, p. 21).
Esta idea sugiere que cuando la soberanía
resumía la historia, la cultura, la tradición de
un grupo, etc. ésta y el sistema en conjunto se
defendían con honor; éste era incluso un
deber del ciudadano.
En oposición, el mundo moderno crea sis-
temas políticos en donde lo crucial no es la vir-
tud o el honor (evidentemente) sino el derecho
individual y la autodeterminación. Por ello, tal
como lo afirma Hosle (2003) se pierde la nece-
sidad del sacrificio y la renuncia. En realidad, es
un dramático cambio de perspectiva; y su dra-
matismo aumenta en función de su trascen-
dencia como posible explicación del
hedonismo reinante. La pérdida del sacrificio y
la renuncia en las sociedades modernas esta-
blece condiciones de relación que van en detri-
mento tanto de cualquier idea de soberanía
nacional o individual como de los derechos
humanos, pues como a nadie le gusta sacrifi-
carse o renunciar a algo, se establece que cual-
quiera puede pasar por encima de lo que sea
para obtener sus fines.
Sin ánimo de entrar aquí a una crítica del
Capitalismo, sí es fundamental aceptar que
bajo la óptica descrita el sistema político y la
58novaetvetera
tecnología se conectan cada vez más, pues
muchos productos y artefactos determinan
directa o indirectamente el sistema político,
siempre bajo la tutela de la facilidad y el menor
esfuerzo (es más barato invertir en armas o
tomar acciones de sedición que concertar o
negociar). Por otro lado, la posesión de la tec-
nología y su dominio establecen un sentimien-
to de superioridad que margina a quienes no la
poseen y los hace objetos de dominación y
pobreza8.
Entonces, la situación es mucho más crí-
tica cuando a este aumento de la pobreza se le
suma la pérdida de dignidad en el sistema
“mientras más pobre sea uno, más condicio-
nes arbitrarias tendrá que aceptar para poder
satisfacer las necesidades básicas” (Hosle,
2003, p. 34). Así las cosas, la determinación de
la soberanía individual en un sistema que pro-
mueve la desigualdad de una manera despro-
porcionada, en una sociedad de distribución
que tiende a no dejar sino dos clases, supone
una gran desazón. La soberanía hoy, igual que
en tiempos antiguos, requiere que los sujetos
se identifiquen (ipse) dentro de la estructura y
que, si es el caso, la defiendan porque de allí
depende su bienestar. Una desesperanza que
se reafirme, unos sentimientos de inequidad
sumados a un desprendimiento y descrédito
del sistema, nos arrojan a la incertidumbre
peligrosa en donde fácilmente un totalitaris-
mo puede triunfar. El arraigo, la identificación,
la pertenencia, son las mejores cualidades que
un pueblo puede tener en la actualidad, pues
lo hacen más competitivo y consciente de la
importancia de su labor en la escala social,
bajo unos términos del derecho en donde la
inclusión, el respeto a la diferencia y la concer-
tación sean la base estructural de ese valor de
arraigo y pertenencia, de uso comprensivo del
conocimiento.

La conciencia de arraigo (como manifiesto
personal de la soberanía) debe formarse desde
la escuela. La formación política debe comenzar
por reestructurar ideológicamente a las asocia-
ciones, sindicatos y formadores de sujetos del
Magisterio, pues en ellos está la gran posibilidad
de re-educar fomentando esta conciencia de
arraigo, bajo un sentimiento soberano (no
nacionalista) que busque la verdadera transfor-
mación de lo social de cara a los retos
actuales, ya que de lo contrario, la defen-
sa de una ideología que todavía busque
la igualdad o la justicia social desde un
condición para lo político porque facilita el transcurrir de
paradigma de las promesas modernas
está condenada a seguir fracasando. las mediaciones en la institución, es decir, de la realiza-
Cualquier teoría del bienestar o de la ción de la libertad.
igualdad en la distribución de los recur-
sos debe suponer un importante rol para la edu-
cación; de no ser así, las personas seguirán en el
sistema prefiriendo luchar por un conjunto de
bienes y servicios (creados más no necesaria-
mente requeridos), que por una nueva situación
más justa en concreto, lo cual beneficiará única-
mente a quienes detentan el capital y los siste-
mas de producción. De ahí que, en la búsqueda
de lo equitativo, sean también las instituciones y
su actuar coherente quienes aporten para que se
crea de nuevo en ellas como garantes del queha-
cer soberano, de la efectividad del sistema y de la
predisposición de todos hacia lo mejor.
La soberanía del y en el sí mismo, es condi-
ción para lo político porque facilita el transcurrir
de las mediaciones en la institución, es decir, de
la realización de la libertad. Y si esto es así, el sis-
tema de distribución puede tender a ser más
justo. En un sistema más justo las personas
con facilidad se ubican en el espacio del dere-
cho, pues reconocen en sus acciones un
carácter deontológico y no sólo un problema de
fines y medios, de oportunidades o de relación
costo/beneficio.
p e n s a m i e n t o y v i d a
Conclusión:
más allá de los límites de la libertad
La libertad es posible para el hombre en
tanto que actúa éticamente dentro de lo que su
experiencia le medie. Las personas deben
interpretarse a sí mismas por sus obras. La
vivencia de respeto hacia lo que la humanidad
nos significa es la garantía de los derechos, es lo
L a soberanía del y en el sí mismo, es
que nos hace soberanos en la medida en que
sólo a través de este poder originario establece-
mos la diferencia entre la estructura de la
razón, sus sistemas y el salvajismo. La sobera-
nía del hombre, de su condición, es la expre-
sión de su libertad. La soberanía es mucho más
que la representación de la voluntad unificada,
pues a la larga y en el hecho concreto de la rela-
ción entre los ciudadanos, la voluntad tiende a
ser individual y perseguir fines individuales. La
determinación de la soberanía, la facilidad
para concertar voluntades, es en últimas un
problema de formación.
No obstante, en un mundo que no se ha
dado el tiempo de pensar el sentido y la vigen-
cia de la libertad, de la soberanía de sus habi-
tantes, puede estar dándosele la razón a los
filósofos cuando dicen que el suicidio es la últi-
ma, la extrema garantía de la libertad humana:
no tenemos la libertad de crear nuestra vida o
el mundo en que vivimos, pero sí somos libres
para desdeñar la vida y abandonar el mundo.
Un ser humano que se mata a sí mismo está
afirmando que la vida no merece vivirse y que
novaetvetera59
p e n s a m i e n t o y v i d a

élite política está satisfecha de revolotear

el mundo no es digno de albergarle (Arendt,
2002).
El papel de la educación en la sociedad
actual desborda sobremanera la preparación
en competencias laborales o habilidades espe-
cíficas para que se inserte al individuo a un
supuesto mundo de oportunidades. La educa-
ción de hoy debe preparar a nuestros hijos para
que de manera acertada deliberen sobre las
oportunidades que buscan perseguir, su costo,
los mecanismos para alcanzarlas, así como la
certeza que esto los provea de algún tipo de
felicidad. La felicidad es el instrumento a través
del cual la soberanía personal, individual se
hace expresa y con el cual puede entenderse en
la situación actual una soberanía para la globa-
lidad, que resulte ser mediadora entre las dife-
rentes libertades, que promueva un tipo de
igualdad en la diversidad, una nueva economía
del poder. Callinicos (2003) afirma:
Lo que se requiere es un avance sustancial en
la vía que asegure igualdad de acceso a las
ventajas. Nadie debería caer en la ilusión de
pensar que incluso los pasos que se den en
esa dirección y que queden muy lejos de
alcanzar plenamente ese objetivo dejarán de
suscitar la resistencia intensa de quienes se
benefician de las estructuras sociales injustas
que hoy predominan. Exigir igualdad es pro-
poner la revolución. (p. 184).
como polillas al relumbrón del que una cul-
tura que adora al dinero rodea a los ricos. La
cháchara vacía sobre “comunitarismo” coe-
xiste con la ausencia de algo semejante a una
comunidad genuina. Ya es hora, más que
hora, de descubrir el farol de los chantajistas.
Su éxito depende del extraño clima que com-
bina la complacencia y el pesimismo, el con-
servadurismo y el temor que ha llegado a
impregnar las sociedades occidentales a lo
largo de las dos últimas décadas. Desafiar ese
clima requiere coraje, imaginación y una
voluntad de poder inspirada en la injusticia
que nos rodea. Bajo la superficie de nuestras
sociedades supuestamente satisfechas esas
cualidades abundan, una vez movilizadas
pueden dar la vuelta al mundo. (p. 155).
En este orden de ideas y en un sentido
político, la revolución, la gran revolución pen-
diente por venir, subvertiría la dinámica indivi-
dual, local y global si las personas comenzaran
a preguntarse no sólo por las maneras de
garantizar su acceso al sistema de oportunida-
des y ventajas, sino que, al tiempo se interroga-
ran por el qué hacer con ellas una vez logradas,
es decir, el cómo volverse, sentirse y manifes-
tarse soberanos en pleno uso de su derecho
como humanos, a serlo.

Y más adelante:

…la mayoría de nosotros vivimos a la sombra

del chantaje capital. Un pequeño grupo de
ricos empresarios mueven su dinero entre
países en búsqueda de la mayor rentabilidad.
Son capaces, con un alto grado de éxito, de
exigir que la política se ajuste a sus necesida-
des. Los gobiernos que amenazan sus intere-
ses son castigados por fugas de capital y
huelgas de inversión. El raro político que los
ofende es sometido al escarnio mediático y
expulsado de sus cargos. Pero el grueso de la

60novaetvetera

Referencias
Arendt, H. (2002). Tiempos presentes. 1ª. edi-
ción. Barcelona: Gedisa.
Chomski, N. (1999). La soberanía y el orden
mundial. Manhattan, Kansas: Kansas State Univer-
sity. Recuperado de: http://antroposmoder-
no.com. [2005].
Constaín, J. (2004). Ideas políticas, historia y
filosofía. Bogotá: Intermedio Editores.
Hardt, M. y Negri, A. (2003). Imperio. Editorial
Paidós.
Hosle, V. (2003). El tercer mundo como proble-
ma filosófico. Bogotá: Ceja Editorial.
Callinicos, A. (2003). Igualdad. Madrid: Edito-
rial Siglo XXI.
Notas
1 El concepto se asume aquí como sin-tesis, es decir, no como un
aparente resumen sino como todo lo contrario: la construcción
de un complejo arquitectónico del argumento que busca apro-
ximarse así a develar un cierto método.
2 Así, el fracaso de ciertos lineamientos políticos y estrategias en
diferentes niveles de la sociedad se explica en parte por el vacío
conceptual que se tiene sobre las categorías de trabajo. Incluso
podría decirse que más problemático que su ausencia, es la
imposibilidad que tenemos para construir y ajustar a nuestro
contexto dichos términos. En últimas, los involucrados defien-
den posiciones o simples argumentaciones sobre supuestos, con
p e n s a m i e n t o y v i d a
lo que, a veces, se llega a concertar apoyados en vagos referen-
tes o, por el contrario, estos referentes terminan por aumentar
las diferencias. El llamado a una construcción de “acuerdos
sobre lo fundamental” deja de ser retórica y pasa a ser un refle-
jo de nuestra capacidad de análisis y rigurosidad metódica fren-
te a los problemas y la forma de trabajarlos.
3 Referidos al contexto, reconociendo el tránsito de los términos
por la historia, sus sentidos e interpretaciones y su condición
prospectiva como metas de conocimiento y trascendencia.
4 Para profundizar en esta tendencia metodológica pueden con-
sultarse los textos de autores como R. K Elliot, H. A. Giroux y
Nicholas Maxwell.
5 Hardt y Negri serían un poco más contundentes al respecto:
“…la práctica de la soberanía está continuamente bañada en
sangre, el concepto de imperio siempre está dedicado a la paz:
una paz perpetua y universal, que trasciende la historia”. Cfr. M.
Hardt y A. Negri (2003). Imperio. Editorial Paidós.
6 Acerca del proceso de legitimación y la relación poder y derecho
puede consultarse en extenso el texto de Darío Botero Uribe
(1998): Utopia, Anarquía y Derecho. En El poder de la filosofía y
la filosofía del poder. Tomo I. Bogotá: Unibiblos.
7 “El Imperio no sólo gobierna un territorio y una población, tam-
bién crea el mundo mismo que habita. No sólo regula las inter-
acciones humanas, además procura gobernar directamente
toda la naturaleza humana. El objeto de su dominio es la vida
social en su totalidad, por consiguiente, el imperio presenta la
forma paradigmática del Biopoder”. Cfr. M. Hardt y A. Negri
(2003). Imperio. Editorial Paidós, p. 14.
8 Afirma Hosle (2003, p. 23) que la brecha entre la racionalidad
de valor y la racionalidad tecnológica aumenta cada vez más
“Porque habría que respetar los derechos de aquellos que no
son iguales a nosotros”. Ibidem, p. 23.
novaetvetera61
p e n s a m i e n t o y v i d a

Simón Hampton Ruiz, fotografía: velas, Barcelana, España 2002.

El manejo de los Derechos Humanos
en Colombia: un cultivo de realidades
fragmentadas
Diana Rico Revelo
Psicóloga social, Magistra en Educación y Desarrollo Humano.

Resumen
La promoción y protección de los derechos humanos en Colombia cultiva realidades sociales
fragmentadas, debido a la falta de reconocimiento de los sentidos circulantes en las institu-
ciones públicas y privadas que trabajan en el tema. Esto ha generado ambigüedades que impi-
den la construcción de una cultura de derechos humanos como un asunto público en
Colombia. En aras de ofrecer elementos de reflexión al respecto, se desarrollan cinco tensiones
en torno a: la ausencia de garantías mínimas para que las personas puedan construir un
proyecto de vida acorde con sus expectativas de progreso; la exclusión de la sociedad civil en la
toma de decisiones frente a la solución de problemáticas de derechos humanos; la frágil capaci-
dad de respuesta del Estado frente a las demandas del contexto nacional contemporáneo; las
lógicas perversas que sustentan la promoción y protección de los derechos humanos en Colom-
bia; y la emergencia de un caparazón institucional, que impide articular los sentidos entre las
diferentes instancias que trabajan en el tema.

En aras de evidenciar algunos hilos que se entrecruzan en el complejo entramado social que
actualmente se teje en torno a las condiciones de derechos humanos en Colombia y ofrecer
algunos elementos de análisis y comprensión al respecto, se propone visibilizar los diferentes
intereses de las instituciones que trabajan en ello, y su focalización en la comprensión de sus
causas, más allá de sus manifestaciones.

Palabras clave

Derechos humanos, promoción, protección, políticas públicas, público, sentidos.

p e n s a m i e n t o y v i d a
L
os derechos humanos en Colombia,
podrían ser un asunto público, hacien-
do eco de las voces de la sociedad civil y
los intereses de las diferentes instituciones que
coexisten en el país, pero infortunadamente,
las primeras están excluidas por diferentes
motivos, y los segundos reaccionan ante las
demandas en el tema, en el marco de la confi-
guración de un Estado social de derecho que
no ha logrado instituir sus cimientos, porque
para ello es necesario una conspiración cons-
ciente, de la sociedad civil y las instituciones,
de tal forma que se pueda crear y recrear una
cultura en torno a los derechos humanos en
Colombia.
Realidades fragmentadas a partir
de la promoción y la protección
de los derechos humanos en Colombia
En la actualidad sociopolítica colombia-
na la concepción de la promoción y la protec-
ción de los derechos humanos por parte de las
instituciones nacionales estatales, organismos
internacionales y ONG nacionales es muy
diferente. Por esta razón, se propone una
reflexión sobre cinco tensiones que ofrecen
elementos de análisis al respecto: la ausencia
de garantías mínimas para que las personas
puedan construir un proyecto de vida acorde
con sus expectativas de progreso; la exclusión
de la sociedad civil en la toma de decisiones
frente a la solución de las problemáticas de
derechos humanos, aunque esté directamen-
te afectada por éstas; la frágil capacidad de
respuesta del Estado frente a las demandas del
contexto nacional contemporáneo; la presen-
cia de lógicas perversas en la promoción y
protección de los derechos humanos; y la
emergencia de un caparazón institucional que
impide articular los sentidos entre las difer-
entes instancias que trabajan en torno a la
temática en el contexto colombiano.
64novaetvetera
Ausencia de garantías mínimas
para que las personas puedan construir
un proyecto de vida acorde con sus expectativas
de progreso –Primera tensión–
Las nociones de “desarrollo” que se promue-
ven en los discursos contemporáneos para lograr
óptimas condiciones de desarrollo humano y
calidad de vida en los países, parten de las per-
cepciones que sus habitantes tengan de “progre-
so” y de sus expectativas. Estas reflexiones sobre
lo humano proponen que la única forma de
lograr el desarrollo de los pueblos es ofreciendo
las oportunidades para que las personas desarro-
llen sus capacidades para construir un proyecto
de vida. Sin embargo, en Colombia cada vez se
observa, gobierno tras gobierno, que los derechos
que ofrecen garantías mínimas para ello, como la
salud, la educación y el trabajo, no son prioridad
en la configuración actual del Estado.
En la actualidad del país, derechos que
bien podrían constituirse como una línea de
base para ofrecer a las personas igualdad de
oportunidades para su desarrollo humano no
están garantizados; de hecho, se están privati-
zando, en forma paralela a la elaboración de
políticas públicas de bienestar social. Esto
pone en evidencia una ausencia de bases sóli-
das para la construcción de un proyecto de
desarrollo humano en el país, sustentado en
una perspectiva pública de los derechos
humanos, en tanto que se restringe el acceso a
éstos, en aquellos que tienen recursos econó-
micos para acceder a ellos.
El informe de desarrollo humano en Colom-
bia de Naciones Unidas de 1999 señala un retro-
ceso en el tema social, el cual repercute en las
nuevas generaciones, que no encuentran un
contexto propicio para estudiar, sino para traba-
jar en pro de la satisfacción de las necesidades
básicas. En Colombia no se asume la idea del

mercado que propone igualdad de oportunida-
des de empleo, educación y salud; por el contra-
rio, las políticas sociales diseñadas para superar
dicha situación tienden a profundizar la lógica
mercantil, y por ende agravan la situación.
La indolencia ante estos derechos mal
interpretados por su acepción de “segunda
generación”, acontece en Colombia tanto a nivel
nacional como local. En los resultados del Infor-
me de desarrollo humano para el Eje Cafetero del
2004 se encontró que el panorama en cuanto a
educación y salud es desalentador: hay dispari-
dades entre municipios en la cobertura escolar y
se presenta desnutrición, sobre todo en las
zonas rurales; en lo laboral, hay mala calidad del
empleo y aumento de la pobreza. No es en vano
que en la actualidad la Plataforma Interamerica-
na de Derechos Humanos, Democracia y Des-
arrollo, reflexione sobre la exigibilidad social de
los derechos de segunda generación.
Aunque la Constitución de 1991 consagra
los derechos económicos, sociales y culturales,
en Colombia más de la mitad de la población
no cuenta con garantías para acceder a ellos
(Paredes, 2000). Paradójicamente, se observa
cómo la intervención del Estado se desdibuja
en el ámbito social y se concentra en lo econó-
mico y en el fortalecimiento militar. Esta recon-
figuración de lo público en Colombia implica el
monopolio de bienes públicos por parte de ins-
tituciones que se benefician, de manera priva-
da, de la satisfacción de necesidades básicas.
Esto lleva a un sometimiento permanente de la
mayoría de los y las colombianas, ante los
pequeños grupos de poder que atesoran aque-
llos medios determinantes para que las perso-
nas puedan desarrollarse “libremente”. De esta
manera se mantiene una relación entre bene-
factores y beneficiarios, una nueva forma de
señalar la lógica de esclavos y amos.
p e n s a m i e n t o y v i d a
La exclusión de la sociedad civil
en la toma de decisiones frente a la solución
de las problemáticas de derechos humanos
–Segunda tensión–
El manejo de problemáticas sociales en un
Estado orientado a la construcción de la demo-
cracia debe involucrar a la sociedad civil, que al
ser directamente afectada por los problemas,
debe hacer parte de la solución. Ésta es una pre-
misa indiscutible del desarrollo endógeno; sin
embargo, en Colombia a la sociedad civil se le
mantiene excluida de los problemas, los ve por
televisión, como una novela más, que se con-
vierte en un drama sin salida, cuando se ve
involucrada en alguno de ellos.
A la mayoría de la población se le distrae,
no en el sentido del uso adecuado del tiempo
libre, sino en el de poner la atención en “otros
asuntos”, por lo general relacionados con la
creación de necesidades para fomentar el con-
sumo, más no en la reflexión sobre sus condi-
ciones de desarrollo humano y, mucho menos,
en la toma de decisiones frente a la implemen-
tación de alternativas de solución a las proble-
máticas de derechos humanos que los afligen.
Las decisiones frente a los derechos huma-
nos en el país las toman pequeños grupos de
poder económico y político, que no conocen de
cerca la realidad. Sin embargo, en calidad de
“expertos” y “benefactores”, proponen solucio-
nes a los problemas de la mayoría de los colom-
bianos que, por no formar parte de dichas
soluciones, no las legitiman, y por ello, generan
luchas sociales por la reivindicación de sus dere-
chos e identidades.
Esta exclusión de la sociedad civil se obser-
va con respecto a muchos derechos que le son
vulnerados y violados. No obstante, para efec-
tos de la presente reflexión sólo se hará men-
novaetvetera65
p e n s a m i e n t o y v i d a
ción al manejo de los efectos del conflicto
armado, como uno de los tantos problemas
que afectan actualmente las condiciones de
derechos humanos de los colombianos.
El manejo de los efectos del conflicto
armado en la condición de derechos
humanos en el país
La constante tendencia a mantener un
“velo” sobre las problemáticas de los derechos
humanos en Colombia generadas por el con-
flicto armado es una clara ilustración de exclu-
sión de la sociedad civil en un tema de interés
público. Esta exclusión ha sido forjada tanto
por algunas políticas gubernamentales actua-
les como por grupos armados irregulares, pese
a que el origen y el fin de dichas instancias es
diferente, sostienen esta tendencia con sus
actos.
Las difíciles condiciones de derechos
humanos producidas en parte por el conflicto
armado, afectan directa e indirectamente a
todos los colombianos. No obstante, es un
asunto que intentan manejar unos pequeños
grupos de poder, a costa del silencio de los
demás. Una muestra de ello es que en la polí-
tica del gobierno actual hay un interés en
mostrar que aquí suceden menos cosas de las
que realmente pasan, lo que la Comisión
Colombiana de Juristas ha denominado:
“política de imagen del gobierno”. Varios orga-
nismos nacionales e internacionales coinci-
den en esta evidente contradicción frente a la
actualidad del país: la proyección de una ima-
gen alterada distorsionada de la realidad del
orden público en Colombia. En consecuencia,
informar sobre los derechos humanos y el
derecho internacional en Colombia resulta
complicado, ya que el Gobierno, se ha pro-
puesto hacer ver que la situación está mejo-
rando, lo cual ha implicado descalificación y
66novaetvetera
falsas acusaciones contra los y las defensoras
de los derechos humanos.
Las formas que ha implementado el
Gobierno para involucrar a la sociedad civil en
el tema del conflicto armado no han sido pre-
cisamente en el análisis de su situación, sino
mediante la imposición de medidas que for-
man parte de la solución, según su autoritario
criterio, como: la red de informantes, los cam-
pesinos armados y las capturas masivas siste-
máticas. Estas medidas, en vez de recoger las
percepciones de la gente frente al tema, la
ponen en riesgo y generan restricciones,
como el derecho a la libre circulación.
En cuanto a las víctimas del conflicto
armado, no han sido escuchadas por parte del
Gobierno para profundizar en la comprensión
del fenómeno, ni para hacer justicia y repara-
ción de los derechos vulnerados. De ahí que la
mayoría de ellas cuando logran expresarse en
escenarios públicos, no generados precisa-
mente por instancias gubernamentales,
manifiestan su frustración e indignación ante
programas implementados en su nombre
pero sin tenerlos en cuenta. Esto, por el con-
trario, les ha generado desesperanza, como es
el caso de la impunidad para algunos actores
armados, o la asignación de un dinero men-
sual a las personas reinsertadas por un monto
y un tiempo superior al que se le otorga a la
población en condición de desplazamiento
forzado.
Otro nefasto efecto de esta exclusión de la
sociedad civil y de otras instancias cuyos inte-
grantes no pertenecen a grupos de poder eco-
nómico y político, es que los defensores de
derechos humanos, tanto a nivel nacional
como local, ya sea en el campo judicial o extra-
judicial, se han convertido en población de alto

riesgo. En los últimos años se han incrementa-
do los asesinatos, las desapariciones y las ame-
nazas constantes, independiente de que sean o
no funcionarios públicos, como si a toda costa
el tema estuviese vedado en la esfera pública.
La privación de la información a los
colombianos es un obstáculo para su desarro-
llo humano, en tanto que se coartan las garan-
tías de transparencia al mantener una imagen
que distorsiona la realidad en materia de orden
público y, en consecuencia, limita sus liberta-
des políticas.
La frágil capacidad de respuesta del Estado
frente a las demandas del contexto nacional
contemporáneo –Tercera tensión–
La capacidad de respuesta del Estado ante
las demandas en el contexto contemporáneo
es un indicador de eficacia simbólica de su
labor como representante de los intereses del
pueblo. Para ello, debería de existir un meca-
nismo interno efectivo de su seguimiento y
control; que logre permear lo legal y lo consue-
tudinario. Para infortunio de los colombianos,
su destino se planea al margen de los giros y
transformaciones sociales y culturales, en
tanto que las acciones políticas implementa-
das por el gobierno, en nombre “del desarrollo”,
no tienen en cuenta la complejidad de las
demandas nacionales y locales, que inciden en
la reconfiguración del país.
La implementación de políticas y progra-
mas en torno a los derechos humanos desde
una perspectiva de lo público debe partir de la
reflexión sobre los vuelcos actuales que está
dando la sociedad y las relaciones que se tejen
entre ésta y el Estado, para construir herra-
mientas teórico-prácticas que conduzcan a la
legitimación de la acción política del Estado, y
su trabajo mancomunado con otras instancias.
p e n s a m i e n t o y v i d a
Sin embargo, se observa cómo la capacidad de
respuesta del Estado ante fenómenos que
hacen mella en la soberanía nacional, como el
desplazamiento forzado, no se ha fortalecido
pese a la notable acentuación de éste en los
últimos quince años.
Esto no sólo acontece con el tema del des-
plazamiento forzado, también sucede con
otras problemáticas coetáneas, que surgen
como demandas de mediados del siglo pasado
y comienzos de este, a partir de los giros de la
sociedad colombiana. “Medios rápidos e ilega-
les de adquisición de dinero”, como la delin-
cuencia común, la prostitución infantil, la trata
de personas, la venta ilegal de órganos y el trá-
fico de drogas, entre otros, no han obtenido
respuestas efectivas por parte del Estado, que
den cuenta de su capacidad instalada ante
dichas demandas sociales.
Las respuestas actuales del gobierno frente
las problemáticas mencionadas se centran en la
acometida de sus manifestaciones, mas no en
sus causas. En el caso de las problemáticas
generadas por la posibilidad de adquirir dinero
de forma rápida –en un país donde la mayoría
son pobres y miserables, no existen políticas
gubernamentales que aborden el problema
desde la generación de empleo y educación,
sino desde el campo meramente represivo– esto
conduce a que, en lugar de promover una cultu-
ra de la vida digna, se mantengan comporta-
mientos de doble moral, pues se cree que el
problema sólo se genera si las personas son des-
cubiertas en la ilegalidad.
En el caso del desplazamiento forzado,
que afecta directamente la dignidad y la inte-
gridad de personas que tenían un proyecto de
vida construido, aún no se ha implementado
una política pública eficaz. El panorama es que
novaetvetera67
p e n s a m i e n t o y v i d a

no hay una sistematización veraz del número
de personas en condición de desplazamiento
forzado, ni se han planteado directrices de aná-
lisis sobre el sentido del problema o sus posi-
bles soluciones. Esto proyecta la idea de que el
tema no es de interés prioritario en la actuali-
dad, así sea una demanda apremiante que está
reconfigurando el ordenamiento físico y sim-
bólico de las poblaciones. Resulta entonces
paradójico que su discusión haya ido ganando
importancia debido a la intervención de ONG
nacionales e internacionales y de otros secto-
res, como la iglesia católica.
den el plano meramente asistencial. A la poca o
nula asignación de recursos en los planes de
desarrollo local se suma la relación instrumen-
tal y coyuntural de los funcionarios públicos
que acceden por vías clientelistas, sin sensibili-
dad y proyección frente a la institucionalidad.
En el informe del 2004 sobre la política
pública del desplazamiento forzado por el con-
flicto armado en Colombia, elaborado por la
ONU, se afirma que aún no hay una efectividad
en cuanto al apoyo a las víctimas en la repara-
ción de sus derechos; el apoyo del Estado no
supera la emergencia, en los casos en que inter-
viene. Más allá de la asistencia

E sta reflexión ha de combinar

visiones cuantitativas y cualitativas; las cifras no pueden
humanitaria, es necesario que el
fenómeno se asuma como un fac-
tor que incide directamente en la
estructura de la dinámica nacional
ser sólo para uso de manipulación masiva, ni las reflexio-
y, por ende, genera otras proble-
nes pueden quedarse en las academias, ya que “el desarro- máticas. Por lo tanto, hay que
llo humano es, por excelencia, un tema del futuro, puesto incorporar el tema no como algo
que al cuestionar el mundo en que vivimos inicia el cami- coyuntural, sino como uno de los
no para diseñar los mundos habituales que podremos problemas colombianos en los
que algunos seres humanos repro-
construir”
ducen conductas que ocasionan
daño a su misma especie. El pro-
Aunque el Gobierno ha reaccionado ante blema no puede ser visto fuera del contexto del
el problema en materia jurídica con la ley 387 análisis de la guerra interna que se vive en el
de 1997 y el decreto 173 de 1998, esto no se país con relación a la condición humana, por
cumple. Fue necesaria la aplicación de meca- parte de los diferentes actores sociales del Esta-
nismos de protección de los derechos huma- do y de la sociedad civil, ni su solución se puede
nos, como la tutela, para que en el año 2004, a limitar a decisiones impuestas por el Gobierno
partir de la sentencia 025, el Estado advirtiera sin la aprobación de la sociedad civil, o a formu-
su deber en el fenómeno del desplazamiento y, las entregadas por organismos internacionales.
en consecuencia, comprometiese a las alcaldí-
as con la creación de los comités locales de Una línea de base de efectividad de la
atención a la población en condición de des- capacidad de respuesta del Estado ante las
plazamiento forzado y la elaboración del Plan demandas sociales debe ser su reflexión cons-
Único Integral, diseñado por Planeación tante sobre las condiciones de desarrollo
Nacional. Sin embargo, en la actualidad, sus humano en el país. Esta reflexión ha de combi-
efectos en el apoyo a la población no trascien- nar visiones cuantitativas y cualitativas; las

68novaetvetera

cifras no pueden ser sólo para uso de manipu-
lación masiva, ni las reflexiones pueden que-
darse en las academias, ya que “el desarrollo
humano es, por excelencia, un tema del futuro,
puesto que al cuestionar el mundo en que vivi-
mos inicia el camino para diseñar los mundos
habituales que podremos construir” (Rey, 1998,
p. 105).
Lógicas perversas en la promoción y protección
de los derechos humanos –Cuarta tensión–
Son múltiples las manifestaciones de las
lógicas transgresoras de la ley que ponen en
entredicho la legitimidad de la promoción y la
protección los derechos humanos en Colom-
bia. Algunas de ellas son: la evasión de
algunos funcionarios públicos con la protec-
ción de los derechos humanos, la violación de
los derechos humanos por parte de instancias
oficiales; el desplazamiento ilegítimo entre
ramas del poder estatal ante los efectos del
conflicto armado en materia de derechos
humanos; y la confluencia de la legalidad y la
ilegalidad en las respuestas del Estado frente a
la protección de los derechos vulnerados por
el conflicto armado.
La evasión de algunos funcionarios
públicos con respecto a la protección de los
derechos humanos. Se observa en la conducta
gubernamental que tiende a relacionar las vio-
laciones a los derechos humanos estrictamen-
te con el conflicto armado, evadiendo así su
responsabilidad con relación a la crisis actual
en el tema. Esta tendencia no sólo se observa
en los análisis de la Comisión Colombiana de
Juristas; también se hace visible en los discur-
sos en encuentros oficiales (Guerra de la
Espriella, 2000), en cuyos debates públicos los
funcionarios que reflexionan sobre la paz en
Colombia afirman que los grupos armados al
margen de la ley son los únicos que violan los
p e n s a m i e n t o y v i d a
derechos humanos. Sólo el Estado puede violar
los derechos humanos porque es su deber
público velar por ellos, mientras que otras ins-
tancias llegan a vulnerarlos; de no ser así, se
estaría poniendo al mismo nivel a las fuerzas
estatales y a los grupos armados irregulares.
Esto no significa que es más terrible violar que
vulnerar; por lo tanto, la premisa que sólo el
Estado puede violar los derechos humanos no
constituye un señalamiento más severo hacia
el Estado que hacia la guerrilla o los paramilita-
res. Lo que se pretende dejar por sentado es
que no se deben otorgar los mismos deberes al
Estado y a los grupos armados irregulares,
puesto que ello trae profundas implicaciones,
como la coadministración de los derechos
humanos.
La violación de los derechos humanos
por parte de instancias oficiales. Es una ten-
dencia que suele ser frecuente en zonas donde
hay confluencia de diferentes grupos armados
legales e ilegales; allí, los niveles de atrocidad
de los guerreros no se distinguen y todos, sin
diferencias, representan temor y represión para
la sociedad civil. No obstante, en el informe de
derechos humanos para Colombia de la ONU
se registra el aumento de denuncias sobre “eje-
cuciones extrajudiciales atribuidas a miembros
de la fuerza pública y a otros servidores públi-
cos, así como altos niveles de torturas y tratos
crueles, inhumanos o degradantes, desapari-
ciones forzadas, detenciones y allanamientos
practicados sin los fundamentos jurídicos ade-
cuados, y manipulación de pruebas y testigos”.
El desplazamiento ilegítimo entre ramas
del poder estatal ante los efectos del conflicto
armado en materia de derechos humanos. Se
observa de diferentes maneras. Una de ellas es
la impotencia de algunos funcionarios públi-
cos frente al manejo de los nefastos efectos del
novaetvetera69
p e n s a m i e n t o y v i d a
conflicto armado en las dinámicas locales y
nacionales, por temor a las represalias. La com-
petencia del cargo que representan se ve limi-
tada a acciones que no pongan en riesgo su
propia vida, en tanto que los pobladores conti-
núan cohabitando con el terror, sobre todo en
zonas rurales. Otra forma en la cual se refleja el
desplazamiento ilegítimo entre ramas del
poder estatal es en el “alto protagonismo del
Ejecutivo en asuntos que corresponden a otras
ramas del poder, […] implementado una políti-
ca represiva basada en una restricción signifi-
cativa de la competencia de la justicia
ordinaria” (Peláez, 2002).
La confluencia de la legalidad y la ilegali-
dad en las respuestas del Estado frente a la
protección de los derechos vulnerados por el
conflicto armado. Se evidencia en la participa-
ción de actores armados irregulares en el fun-
cionamiento del Estado en las dinámicas micro
y macro del país, de diferentes modos, ya sea
en la coadministración en algunos municipios
marginados, en el control del orden público de
algunos territorios; en el incumplimiento de
los compromisos adquiridos en los procesos de
negociación, o en la implementación de la ley
de perdón y olvido de sus conductas atroces en
detrimento de la dignidad humana.
La sociedad civil sigue siendo testigo silen-
ciosa de la “persistencia de vínculos entre servi-
dores públicos y grupos paramilitares, y la
existencia de un mayor grado de infiltración de
estos grupos en varios niveles administrativos y
sociales, poniendo a prueba el Estado de Dere-
cho” señalada por la ONU; de las graves infrac-
ciones por parte de los grupos al margen de la
ley que se someten a negociaciones con el
Gobierno; de la estética del terror que imponen
los grupos armados para “mantener el orden
público en algunos territorios del país”; y de las
70novaetvetera
concesiones del Gobierno hacia algunos gru-
pos al margen de la ley mediante la impunidad.
Estas situaciones mencionadas mantienen
la incertidumbre y la desesperanza en la socie-
dad civil, puesto que el discurso legal de protec-
ción de sus derechos no es legítimo en sus
vivencias: tienen que cohabitar, en algunos terri-
torios, con grupos al margen de la ley que dan las
órdenes y solucionan los problemas de las
comunidades; o darse cuenta de que no habrá
reparación de los derechos vulnerados en sus
coterráneos debido a la impunidad. Ésta aparece
como un mecanismo de desprotección de los
derechos humanos en Colombia, que genera
efectos desfavorables para su desarrollo huma-
no, como aumento del sentimiento de despro-
tección para con el Estado y la persistencia de un
imaginario según el cual “los actos de lesa huma-
nidad no son condenables en Colombia”.
Estas tendencias agravan la situación de
un futuro no muy prometedor por parte del
Estado, que se revierte en la permanencia de la
cultura violenta que caracteriza nuestra histo-
ria y alimenta así el círculo de la violencia con
un ingrediente más, la impunidad, que en la
actualidad representa uno de los retos para
hacer confluir la legalidad y la legitimidad.
Emergencia de un caparazón institucional que
impide articular los sentidos entre las instancias
públicas y privadas que trabajan en torno
a los derechos humanos –Quinta tensión–
Esta tensión da cuenta de una polarización
entre los efectos de las acciones del Estado, las
ONG nacionales y los organismos internaciona-
les, en las cuales, se evidencia claramente que
los derechos humanos en Colombia adquieren
diferentes sentidos para cada una de las instan-
cias mencionadas. Esto resulta consecuente si
se considera que las realidades sociales son

producto de las relaciones intersubjetivas y,
por lo tanto, frente a un mismo fenómeno se
pueden construir diferentes sentidos. No se
trata entonces de que dichas instancias pien-
sen de la misma forma, pero sí de que se reco-
nozcan y logren articular sus intereses. Sin
embargo, hasta allí no se ha podido llegar, ni
antes de la intervención de organismos inter-
nacionales de derechos humanos en el país, ni
ahora que se cuenta con su permanencia y
seguimiento al gobierno colombiano, para
cumplir con los compromisos y las recomen-
daciones hechas por la Alta Comisionada para
las Naciones Unidas para los Derechos Huma-
nos. Más allá de los criterios legales nacionales
e internacionales, no hay precedentes de senti-
do en los cuales confluyan las diferentes accio-
nes que se realizan en el país en torno a los
derechos humanos. Además de los argumentos
respaldados por las misiones de cada instancia,
parece ser que la misma institucionalidad
mantiene caparazones inasequibles a la signifi-
cación y resignificación de los derechos huma-
nos en Colombia como un asunto público.
Los organismos internacionales, por su
parte, emiten conceptos permanentes que osci-
lan entre lo que acontece y lo que debería ser,
mientras que el Gobierno implementa políticas
de derechos humanos contradictorias en sí mis-
mas. Por otro lado, algunas ONG nacionales e
internacionales desarrollan programas encami-
nados al fortalecimiento de la sociedad civil en
pro de la democracia; para ello intentan conso-
lidar estrategias de cogestión con el Estado, pero
se encuentran con profundas dificultades.
Entre lo que acontece
y lo que debería ser
Las instituciones internacionales se
superponen ante el funcionamiento del Estado
mediante relaciones horizontales y unidirec-
p e n s a m i e n t o y v i d a
cionales, como un producto globalizante del
discurso universal de los derechos humanos.
Esto acarrea efectos que ameritan un análisis
dialéctico sobre el papel de las instancias inter-
nacionales en la promoción de los derechos
humanos en Colombia. No obstante, como lo
plantea Manson (2002) en Exclusividad, Auto-
ridad y Estado, las nuevas reglas e instituciones
globales desafían la soberanía del Estado, al
generar nuevas esferas de autoridad que pue-
den debilitar el derecho de exclusividad de los
Estados para gobernar, mediante la prolifera-
ción de actores globales dentro de los contex-
tos domésticos, cuyas prácticas conducen a
nuevos ordenamientos y conocimientos, que
pueden alterar sus estructuras.
La intervención de organismos interna-
cionales también trae consigo la posibilidad de
regulación de la protección de los derechos
humanos en Colombia, en cuanto que se juzga
la realidad con respecto a las metas por lograr,
que de hecho, son compartidas por el Gobier-
no en la mayoría de sus discursos. Sin embar-
go, en la práctica aún se dista de ello, tal como
se refleja en la siguiente apreciación de la ONU
frente a los derechos humanos en Colombia
durante el año 2005: hubo algunos logros y
avances por parte del Estado, sobre todo
durante la segunda mitad de 2004, aunque el
proceso de implementación fue menos consis-
tente de lo esperado. Ante el carácter represivo
de las políticas gubernamentales actuales,
resulta totalmente pertinente la presencia de
organismos internacionales que afirmen lo que
todos los colombianos saben pero no se atre-
ven a decir con respecto a los derechos huma-
nos en el país: que la situación sigue siendo
crítica, ya que durante el año 2004 se registra-
ron denuncias de violaciones de los derechos a
la vida, a la integridad, a la libertad, a la seguri-
dad personal, al debido proceso, al respeto de
novaetvetera71
p e n s a m i e n t o y v i d a
la vida privada y de la intimidad, y a las liberta-
des fundamentales de circulación, residencia,
opinión y expresión.
La presencia de estos organismos en el
seguimiento de la prevención y protección de
los derechos humanos en Colombia se con-
vierte en una fuente de la cual emana la posibi-
lidad de mantener una dependencia directa
del país con respecto a las exigencias globales;
y al mismo tiempo, representa un espejo que
refleja nítidamente aquello que acontece en el
país, sin correr el riesgo de ser desvirtuado por
posturas polarizantes y autoritarias.
Políticas y acciones gubernamentales
de derechos humanos contradictorias
en sí mismas
Todo tipo de intervención en torno a la
promoción y defensa de los derechos huma-
nos, desprovista desde su interdependencia
teórica y vivencial es un esfuerzo aislado sin
impacto a largo plazo. La “ratificación de ins-
trumentos por parte del Gobierno Colombia-
no, como el convenio de la OIT sobre la
eliminación de las peores formas de trabajo
infantil y el protocolo para prevenir, reprimir y
sancionar la trata de personas, especialmente
mujeres y niñas” (ONU, 2005), es un valioso
avance en materia de derechos humanos, pero
no garantiza que los niños y las niñas de esca-
sos recursos, que son la mayoría del país, no
continúen sometiéndose a trabajos de alto
riesgo que vulneran sus derechos, para satisfa-
cer sus necesidades básicas.
Una clara ilustración de otra contradicción
interna entre políticas y acciones gubernamen-
tales de derechos humanos es que el gobierno
actual ha dicho que su política de derechos
humanos es su misma política de seguridad
democrática. Ésta, además de privar a los
72novaetvetera
colombianos de derechos individuales para
proteger unos colectivos, incumple las normas
del derecho humanitario, ya que involucra a la
población civil en el conflicto armado.
Otra objeción que aflora entre las políticas
gubernamentales de derechos humanos gira en
torno a las acciones implementadas, supuesta-
mente, en pro de los derechos económicos,
sociales y culturales, que “en lugar de propender
por una mejoría del disfrute de los derechos
económicos, sociales y culturales en la pobla-
ción, tienen como consecuencia aumentar las
condiciones de inequidad, exclusión y pobreza
en las que vive la mayoría de los habitantes del
país” (Comisión Colombiana de Juristas, 2003, p.
47). De manera incongruente, el Gobierno ha
dado prioridad al acatamiento de pactos finan-
cieros con el FMI sobre el diseño de políticas
públicas desde la perspectiva de satisfacción de
los derechos. El panorama, entonces, es que el
Estado privilegia la inversión en lo económico y
en lo militar sobre lo social.
Lo anterior refleja una visión de lo econó-
mico aislada de lo social, reforzada por la idea
de dar prioridad a la inversión en la solución
armada del conflicto, sin precaución de su
impacto sobre el tejido social, ni por la dismi-
nución del gasto público de inversión social.
Según la Comisión Colombiana de Juristas,
mientras que el Gobierno proyecta un aumen-
to del porcentaje del PIB destinado al gasto
militar de 3,5% en 2002 a 5,8% en el 2006, reco-
noce en el Plan Nacional de Desarrollo que no
está dispuesto a aumentar el gasto destinado a
inversión social, que en la actualidad es insufi-
ciente para garantizar el cumplimiento de sus
obligaciones en materia de derechos humanos.
Esta situación da cuenta de una visión de des-
arrollo social segmentada de la economía, que
se evidencia con la reducción de la inversión

social en el gobierno actual; y del
mismo modo, indica una visión eco-
nomicista del desarrollo social, que
aumenta las condiciones de inequi-
dad y exclusión social.
El fortalecimiento de la sociedad
civil liderado por las ONG,
en pro de la democracia;
encuentra dificultades
para consolidar estrategias
de cogestión con el Estado
Las ONG cumplen algunas funciones del
Estado en problemáticas de derechos huma-
nos relacionadas con los ámbitos social, eco-
nómico, político y ambiental. Despliegan
programas que intentan como prioridad, res-
ponder a las demandas micro y macro del
contexto nacional en materia de derechos
humanos, sin perder de vista la constitución
de un Estado social de derecho en Colombia.
Éste es un componente transversal en sus
objetivos y en los ejes de intervención; en
consecuencia, proponen estrategias de coges-
tión con instancias estatales para su ejecu-
ción. Infortunadamente, más allá de la
voluntad política de las administraciones y
sus funcionarios, surgen obstáculos inheren-
tes a la capacidad instalada del Estado en
materia de derechos humanos, en tanto que
su impacto en términos de sostenibilidad es
verificable en la sociedad civil, pero en la
mayoría de los casos, en términos de susten-
tabilidad mediante la cogestión con instan-
cias estatales, se ve malogrado.
Estas tensiones que subyacen ante la con-
fluencia de lo global, lo nacional y lo local, en la
protección de los derechos humanos en
Colombia son indicadores de tres efectos que
mantienen la fragmentación de las respuestas
frente a los derechos humanos en Colombia:
p e n s a m i e n t o y v i d a
E n las cinco tensiones sugeridas se
hace evidente que en la actualidad colombiana es difícil
articular los sentidos emergentes sobre los derechos
humanos en las diferentes instancias que trabajan en
torno a su promoción y protección, debido entre otras
cosas, a la refundación de la esfera pública.
• Las instituciones internacionales se super-
ponen ante el funcionamiento del Estado
mediante relaciones horizontales y unidi-
reccionales.
• El gobierno implementa políticas de dere-
chos humanos que difícilmente son soste-
nibles en pro del bienestar social de la
población desde un enfoque holístico.
• Las ONG suplantan al Estado en algunas
temáticas de derechos humanos para apo-
yar a la sociedad civil.
En las cinco tensiones sugeridas se hace
evidente que en la actualidad colombiana es
difícil articular los sentidos emergentes sobre los
derechos humanos en las diferentes instancias
que trabajan en torno a su promoción y protec-
ción, debido entre otras cosas, a la refundación
de la esfera pública. En consecuencia, resulta
forzado pensar que una perspectiva de los dere-
chos humanos desde lo público podría ofrecer
elementos de comprensión e integración de las
realidades sociales emergentes en la temática.
Algunas de las tensiones que sustentan esta pro-
posición, son la privatización de lo público y la
pérdida del sentido de lo público en Colombia.
La privatización de lo público
La privatización de lo público aflora a tra-
vés de diferentes contradicciones salvaguarda-
das, entre otras cosas, por el carácter inverosímil
novaetvetera73
p e n s a m i e n t o y v i d a
de la labor del Estado ante la crítica situación de
derechos humanos, y por la falta de unificación
de criterios para su promoción, con organismos
internacionales y ONG. Por lo tanto, para efectos
del presente análisis se cita una tendencia que
sobresale al respecto, se trata del dudoso carác-
ter público de la administración estatal. Frente a
esta tendencia, Molina (2004) afirma que en
Colombia se exhibe una significativa falta de
racionalidad pública de la administración esta-
tal; al relacionar el concepto de lo público con la
racionalidad administrativa, señala como
algunos obstáculos de ésta frente al ejercicio de
la democracia en Colombia: el clientelismo, la
corrupción y la burocratización.
En Colombia los asuntos públicos se con-
vierten en asuntos exclusivos del gobernante de
turno, debido a una lógica “donde coexisten el
supuesto beneficio colectivo, por una parte, y la
racionalidad clientelar de beneficio privado, por
la otra” (Molina, 2004, p. 7), que comporta una
“repartición privada de lo que por misión es de
naturaleza pública: El Estado” (Gutiérrez, 1999).
Esta situación contradictoria con la administra-
ción pública genera otras situaciones que desle-
gitiman aún más la función del Estado como
garante del bien público, como el hecho que las
relaciones clientelares son estrictamente instru-
mentales, lo que disminuye la calidad de los ser-
vicios ofrecidos por aquellos funcionarios
públicos que ascienden en la administración
pública por dichos medios.
Este análisis desdibuja aquellas dimensio-
nes de lo público que se refieren al manejo de
lo que atañe con el propio bienestar. Así, los
temas tratados por el Estado “supuestamente
por y para el bien común”, o sea, públicos,
pasan por el filtro de la racionalidad privada
que en la actualidad suplanta la racionalidad
pública del Estado colombiano.
74novaetvetera
Por lo anterior, la promoción y protección
de los derechos humanos en Colombia no
puede ser vista como un asunto público por
simple suposición de obviedad. No en vano, en
la actualidad no hay políticas gubernamentales
que den cuenta de ello. Bien podría decirse que
la noción de lo público como punto conver-
gente para la promoción y la protección de los
derechos humanos se está reconfigurando en
la modernidad, con la influencia de vicios
acentuados de la política tradicional como el
clientelismo, la corrupción y la burocracia, y
por la transición que vive Colombia de Estado
absolutista a Estado democrático.
La pérdida del sentido de lo público
Son varios los autores que coinciden en
que en la actualidad en la cultura occidental
hay una gran pérdida de símbolos y de creati-
vidad, al observar una tendencia de “reencau-
che” de vivencias pasadas, porque las
exigencias de la globalización no permiten
reflexiones sobre el “sí mismo”, sino la bús-
queda insaciable de satisfacción de necesida-
des y pseudonecesidades. No en vano, el
sociólogo Pierre Bourdieu afirma que los tem-
plos modernos son los centros comerciales.
La influencia de organismos internacionales
y las respuestas actuales del Estado ante sus
demandas han llevado a que el discurso del desa-
rrollo esté circunscrito a la lógica de la producti-
vidad capitalista. Un claro ejemplo de ello son
los cortes abruptos que se hacen entre cada
periodo de gobierno, con el afán de mostrar pro-
ductos inmediatos que mantengan la populari-
dad; el accionar político se centra en el hacer,
mas no en la reflexión sobre los seres humanos a
quienes se supone que representan.
Hoy en día, cada quien gira en torno a sus
propios intereses y el sentido de lo público se

difumina en ello. En ocasiones, se convierte en
una conveniente fachada para los grupos de
poder, que dicen “velar por lo público”, pero
actúan en beneficio propio o de particulares; tal
es el caso de las lógicas clientelistas, corruptas y
burocráticas –problemas políticos–, que diluyen
el rol del Estado como garante del bien público.
La construcción de sentidos en torno a lo
público, se crea y se recrea, en la interacción
cotidiana de los diferentes actores del Estado y
la sociedad civil, no es un asunto que se man-
tiene estáticamente, por ello, ante las actuales
condiciones de derechos humanos en Colom-
bia, los discursos se desvanecen ante la desave-
nencia de las realidades sociales.
Conclusiones
En las realidades fragmentadas que emer-
gen en torno a la promoción y la protección de
los derechos humanos en Colombia como un
asunto público se sitúan aspectos convergen-
tes que podrían ser parte del iceberg que se
asoma en la actual perspectiva frente al tema,
entre la polaridad de algunos discursos que se
sustentan sobre los derechos humanos en el
país y la exclusión de las reflexiones ajenas a los
planteamientos del Gobierno. Estos puntos de
encuentro son: la visibilización de los diferen-
tes intereses que mueven a las instituciones a
trabajar en torno a los derechos humanos en
Colombia y el manejo de los problemas desde
sus manifestaciones, no en la comprensión de
sus causas.
Visibilización de los diferentes intereses que
mueven a las instituciones a trabajar en torno a
los derechos humanos en Colombia
La ausencia de escenarios de disertación
sobre los derechos humanos en Colombia,
entre el Gobierno, diferentes instancias mino-
ritarias de la sociedad civil y las ONG, perpetúa
p e n s a m i e n t o y v i d a
la fragmentación de la realidad y la interven-
ción dispersa en la materia. No es posible pen-
sar el mundo de lo social sin ubicarse en él; sin
embargo, en la actualidad colombiana se pro-
ponen metas desde la mirada sesgada de unos
pocos. Esto lleva a que cada vez se aclare más el
“pasaje a una nueva forma de soberanía que
parece avanzar hacia una codificación totalita-
ria de la vida social” (Useche, 2002, p. 7); lo cual
sustenta un contrasentido constante entre el
dinamismo de la vida social y la “imposición”
de políticas gubernamentales en nombre de
los derechos humanos, homologándolos con la
“seguridad democrática”.
Es muy complejo hablar de derechos
humanos desde lo público, si su concepción se
está reconfigurando como asunto de pocos y
exclusión de la mayoría, sin diferenciarlo de la
esfera de lo privado. Es preciso dar significado
a las bases de la promoción de los derechos
humanos en Colombia, para que se reconoz-
can las diferentes concepciones existentes, en
aras de incluir sus múltiples significados en un
contexto tan dispar como el colombiano.
No se trata de una homogenización de un
discurso de los derechos humanos. Se trata del
reconocimiento de las diferentes miradas que
en torno a éstos surgen por parte de la sociedad
civil, el Estado, las ONG y organismos interna-
cionales, en aras de ofrecer elementos teórico-
prácticos, orientados hacia la construcción de
una cultura de los derechos humanos en
Colombia y a superar la fragmentación actual,
mantenida por los discursos polarizados que
se excluyen entre sí.
Resulta indignante para los colombianos
que los informes tanto nacionales e internacio-
nales de entidades competentes en el tema de
los derechos humanos se centren en el caso
novaetvetera75
p e n s a m i e n t o y v i d a
omiso que el gobierno actual hace de sus suge-
rencias, no porque éste deba hacer lo que dicen
dichas instancias, sino porque de fondo ello da
cuenta de una ausencia de consenso en un tema
de interés común –siendo coherente con la pers-
pectiva de desarrollo que promueve el PNUD–,
al partir de las percepciones de bienestar y pro-
greso de las personas. En el informe de la Comi-
sión Colombiana de Juristas titulado Garantías
en creciente ausencia, se plantea que la situación
de derechos humanos y derecho humanitario en
Colombia continúa deteriorándose. Las violacio-
nes a los derechos humanos y al DIH han
aumentado drásticamente: las sugerencias de la
ONU no han sido atendidas; por el contrario, los
gobiernos de los periodos analizados (1997-
2003), han implementado medidas que van en
abierta contravía de tales sugerencias.
Así el Gobierno desarrolle políticas como
representante del pueblo, éstas carecerán de
sentido y de efectividad, si en su formulación,
los destinatarios no son tenidos en cuenta.
Incluso, algunas de ellas repercutirán negativa-
mente en la sociedad civil, tal como se observa
en una valoración de la situación de derechos
humanos y del derecho internacional humani-
tario durante el año 2003, realizada por la
Comisión Colombiana de Juristas. En ella se
ilustran acciones estatales que no tienen como
prioridad la protección de la integridad de la
sociedad civil, tales como el desconocimiento
del principio de distinción entre combatientes
y no combatientes, en tanto que el Gobierno
llama a los “soldados campesinos” combatien-
tes; considera terroristas a los guerrilleros y
paramilitares. Esta postura impuesta por el
Gobierno ha producido profundas confronta-
ciones en la sociedad civil y en los organismos
nacionales e internacionales, por sus implica-
ciones en la vinculación impuesta de la socie-
dad civil en el conflicto, y por su consecuente
76novaetvetera
violación del principio del DIH. Pero además
de estas consecuencias, lo más relevante es que
la medida no fue concertada ni producto de
negociación de sentidos de vida colectivos. La
figura de un Estado de excepción, no se puede
quedar en la forma, ya que por más crítica que
sea la situación, la vida de las personas conti-
núa, no se congela hasta que se solucione la
crisis, ni mucho menos queda sólo a disposi-
ción del factor detonante.
La actual búsqueda de la paz mediante la
militarización de la existencia, se convierte en
otro factor que destruye las fuentes de sentidos
de vida colectivos. Son suficientes los argu-
mentos de la academia y otras instancias, para
afirmar que la guerra afecta el tejido social.
Mientras se continué monopolizando la vio-
lencia, como uno de los “esfuerzos Estatales
por mantener el dominio territorial” (Gonzá-
lez, Bolívar y Vásquez, 2002), será imposible
pensar en una gestión pública estatal en torno
a los derechos humanos en Colombia, y per-
manecerá la crisis de sentido en el tema, al
igual que los retrocesos en el desarrollo social.
Esto es lo que acontece con las políticas imple-
mentadas en pro del bienestar público pero en
detrimento de los derechos individuales; así, se
mantiene una constante contradicción susten-
tada en la actual “seguridad democrática”, a
través de la cual, la “política gubernamental
traslada a la ciudadanía la obligación de garan-
tizar la seguridad y la utiliza como un instru-
mento para ganar la guerra” (Comisión
Colombiana de Juristas, p. 15).
El manejo de los problemas desde sus manifesta-
ciones y no en la comprensión de sus causas
Es necesario romper el círculo vicioso en
el cual sólo se abordan algunas consecuencias
de los problemas, pero no las causas. Esta
situación, al parecer, resulta de gran beneficio

para algunos grupos de poder que mantienen
su posición de contribuyentes activos a la
cadena de la exclusión y la desigualdad. El
Gobierno debería proponerse como prioridad
ocuparse de las causas, para ofrecer una autén-
tica seguridad ciudadana.
En tanto no se ausculte más allá de las for-
mas de vulneración y violación de los derechos
humanos, éstas permanecerán, de diferentes
maneras y con otros nombres; pero el proble-
ma de fondo, que es la reflexión de los derechos
humanos como un asunto de todos, seguirá
aplazado. En Colombia, la división entre la
acción y la reflexión a la hora de ejecutar pro-
blemas es evidente, en concordancia con una
política pública, por ello en cuanto a
…la conexión entre la paz y el respeto a los
derechos humanos, a pesar de ser dos políti-
cas claramente interrelacionadas y bajo la
dirección y coordinación del ejecutivo, su
ejecución y desarrollo no necesariamente
han sido complementarios. Los esfuerzos por
la paz se han concentrado en la firma de
acuerdos que garantizan la desmovilización
de los grupos alzados en armas y el tema de
derechos humanos pasa a un segundo plano,
bien porque se considera que hace parte del
programa político del grupo reinsertado y
que por lo tanto será objeto de debate por
medio de los canales democráticos, o porque
la negociación implica la aceptación del
modelo democrático y por extensión de la
visión estatal imperante sobre el tema de los
derechos humanos (Peláez, 2002, p. 185).
En la actualidad del país, es inevitable
citar el análisis de los derechos humanos cen-
trado en el conflicto armado, como un ejemplo
de abordaje de las consecuencias y no de las
causas. Al parecer, esto ha resultado conve-
niente para evitar que se expongan otros facto-
res que también afectan la crisis actual en la
temática. Si bien es cierto que el conflicto
armado ha permeado las dinámicas estructu-
p e n s a m i e n t o y v i d a
rales macro y micro del contexto nacional, no
es el único factor que incide en los derechos
humanos –a excepción del derecho internacio-
nal humanitario, cuyo incumplimiento sí está
totalmente ligado con éste y con la forma como
lo afronta el Gobierno–. El análisis de los dere-
chos humanos debe observarse más allá del
conflicto armado, claro está, sin excluirlo. Por el
contrario, si se sitúa en relación con las otras
manifestaciones de vulneración de los dere-
chos humanos, se logra reconocer un punto de
intersección, que algunos analistas han consi-
derado como la fuente de la aparición del con-
flicto armado: la exclusión y la desigualdad
social, que cada vez se acentúa más en lo local
y en lo global. En otros casos, se ha reconocido
que el conflicto armado surge como respuesta
a un problema de derechos humanos; por lo
tanto, su manejo circunscrito al conflicto
armado se convierte en un sofisma de distrac-
ción, que evita hablar de asuntos pendientes
cuya atención puede esclarecer el análisis fren-
te a la exclusión y la desigualdad social.
Profundizar en la problemática de derechos
humanos en Colombia desde una perspectiva del
desarrollo humano pondría al descubierto los
motivos por los cuales resulta conveniente que el
conflicto armado permanezca, al igual que la
pobreza, la exclusión y la desigualdad. Pensar en
una puesta en escena de los intereses de los dife-
rentes grupos de poder del país implicaría gran-
des transformaciones, para las cuales hay
muchas resistencias; no sólo porque un cambio
en la conciencia social únicamente es posible a
largo plazo, sino porque a los grupos de poder en
los cuales está concentrada la riqueza no les con-
vendrían cambios orientados a la equidad, como
la justicia distributiva, entre otras.
Las sendas para la promoción y la protec-
ción de los derechos humanos en Colombia ya
novaetvetera77
p e n s a m i e n t o y v i d a

están indicadas. El PNUD propone reformas

institucionales en combinación con políticas
económicas, de educación y de protección
social, para mejorar las condiciones de pobre-
za y desarrollo humano. Tanto la sociedad civil
como las ONG y algunas instituciones del Esta-
do coinciden en la necesidad de incluir las
miradas de estos actores que, si bien no repre-
sentan el Estado, son su razón de ser. Por lo
tanto, hay que crear y recrear aquello que Moli-
na (2004) menciona como esferas públicas,
que produzcan sentidos colectivos que doten
la racionalidad pública de la administración
estatal. Lo público debe ser entendido como la
confluencia de intereses de las diferentes ins-
tancias que el Estado representa, es decir,
como el “bien común”, por lo cual éste se cons-
tituye en su garante oficial, más no el único,
porque lo público es asunto de todos los
colombianos.

Si no se reconoce la importancia de la
reflexión sobre la realidad y sus aportes a la for-
mulación e implementación de políticas públi-
cas en materia de derechos humanos, con la
participación activa de la sociedad civil, ésta
seguirá sufriendo las consecuencias de la
comodidad de los grupos de poder y la deslegi-
timación del Estado democrático continuará.
Como resultado, se acentuará aquello que
viene ocurriendo hace varias décadas en torno
a la segmentación del tejido social: mientras
algunas colectividades siguen luchando por
reivindicar sus derechos construyendo senti-
dos de vida al margen de lo institucionalizado,
otros colombianos continúan batallando de
manera individualizada por sacar adelante su
proyecto de vida, en medio de la indolencia y el
fatalismo.

78novaetvetera
 p e n s a m i e n t o y v i d a

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novaetvetera79
e s c r i t o s p a r a l e l o s

Simón Hampton Ruiz, fotografía: Tumba en piedra, Turquia, 2004.

Sociedad civil
¿la ilusión necesaria?
Víctor de Currea-Lugo
Médico (Universidad Nacional.de Colombia). Especialista en Derechos Humanos (Esap). Magíster en América Latina
(Universidad de Salamanca). y Doctor por el Instituto Ortega y Gasset y la Universidad Complutense de Madrid. Ha
trabajado en ONG humanitarias y de derechos humanos en Colombia, España, Suecia y Palestina.

Resumen
El debate sobre el concepto de la sociedad civil, sus límites y sus composición, es un debate que
se ha ha intensificado desde el mismo auge de la sociedad civil en la década de los 80. La llamada
sociedad civil sólo podría existir: tiene autonomía en relación con el Estado, existen ciudadanos,
existe opinión pública y derechos humanos.

En el caso colombiano, tal debate se complica aún más, por el uso masivo de la expresión socie-
dad civil, las particularidades que a tal debate le añade el conflicto colombiano y sus tareas. Mien-
tras en muchas partes la llamada sociedad civil contribuye, teóricamente, a la democracia, en
Colombia su eje fundamental es la paz, eje que a su vez presenta nuevos elementos de discusión
como las interacciones entre la sociedad civil y las partes del conflicto armado y la participación
en acuerdos de paz.

Una de las estrategias de más renombre pero de poquísimo impacto es la de “neutralidad activa”.
Esta estrategia es usada por una sociedad civil rural y/o pobre, mientras existe otra sociedad civil
urbana y con recursos económicos. Luego, pareciera que la sociedad civil no logra su esfuerzo por
negar la categoría de clases sociales. Además, la estrategia de neutralidad activa ha significado,
sobre todo, la renuncia a la categoría jurídica y política de población civil.

Pareciera pues que la sociedad civil es un imposible que sin embargo, existe; pareciera que la
sociedad civil no supera sus propias contradicciones internas, sin embargo avanza en varias
direccciones sin caer en la quietud pesimista; pareciera que fuera una ilusión necesaria que es tan
indefinida como su propio nombre.

Palabras clave

Sociedad civil, conflicto armado, neutralidad activa.

e s c r i t o s p a r a l e l o s
Contexto general
U
na de las nociones que ha cobrado
más auge en los últimos años es la de
“sociedad civil”. Y aunque tal denomi-
nación viene de siglos anteriores, su puesto
empieza a cobrar sentido en América Latina a
partir de la década de 1980, con posterioridad
al fracaso de la derecha por resolver los proble-
mas políticos desde dictaduras militares y al
fracaso de la izquierda por construir partidos
y/o vanguardias revolucionarias capaces de
garantizar los cambios que levantaba como
bandera.
Desde la derecha, las salidas militaristas y
la violación de derechos humanos han genera-
do desgaste de su propio discurso. Las históri-
cas relaciones clientelistas que permitían el
mantenimiento de las prácticas políticas den-
tro de límites estrechos empiezan a naufragar
acompañadas de una creciente incredulidad
de la sociedad ante los partidos tradicionales,
lo que los obliga a nuevos nombres, mayores
aperturas y a la innovación de un algo social
donde se amortigüe la tensión social, un espa-
cio para nuevas formas de mediación entre el
Estado y la sociedad que remplacen (o refor-
mulen) otras ya caducas (populismo, corpora-
tivismo, clientelismo): la sociedad civil1.
El fracaso de los modelos dictatoriales dio
paso a una democracia frágil que ahora se ve
enfrentada a la aplicación de medidas neolibe-
rales: estabilización y ajuste estructural, en lo
económico, y modernización del Estado con
reducción de la inversión pública, en lo político;
cambios en los cuales “los avances del mercado
debilitan de por sí los frágiles mecanismos de
cohesión social” (Lechner, 1995, p. 12). En este
espacio, el neoliberalismo también echa mano
de la figura de la sociedad civil para reivindicar
que, en la necesidad de diferenciación del Esta-
82novaetvetera
do con la sociedad, está también inmersa la
(entonces, necesaria) diferenciación del Estado
con el mercado y da a éste, como a la sociedad
civil, las riendas de su destino y su propia auto-
nomía.
En el caso de la izquierda, la pobreza y la
exclusión no hicieron parte de su análisis del
continente (Rodríguez, 1995). Las lecturas eran
por demás monolíticas: los obreros como un
todo, los indígenas puros, el campesinado
como igual, con iguales motivos de moviliza-
ción. Las posibilidades del triunfo nacían de
vanguardias que dirigían la sociedad contra la
burguesía y sus ejércitos. La noción de demo-
cracia aparecía reducida a la de democracia
burguesa y la “inclusión o la exclusión política
de las clases populares era lo que definía el
carácter democrático o progresista de un régi-
men” (Olvera y Avritzer, 1992, 228), luego ¿para
qué hablar allí de sociedad civil? Ahora, en los
reductos de la izquierda, con el fracaso del
socialismo soviético, reaparece la sociedad
civil, como una nueva consigna rejuvenecedo-
ra (Castañeda, 1995).
La noción de sociedad civil se muestra
como algo informe que, de acuerdo con cada
país, adquiere cierta materialización, cierto
rostro, unas partes que la componen y una lista
de tareas que ha de cumplir. Lo que sí parece
común es su urgente invocación, un afán des-
medido por darle a la sociedad civil la respon-
sabilidad de responder las preguntas que no
hallaron respuestas en la dictadura, en las teo-
rías de izquierda, ni en la naciente y frágil
democracia.
Definición de sociedad civil
La sociedad civil emerge entre un grupo de
actores sociales que se resisten a ser reducidos
a la categoría de clase (o ante la negación de la

existencia de clases sociales) y en medio del
auge de los movimientos sociales. Alberto
Olvera et al. conceptúan a la sociedad civil
como “eje de un nuevo modo de pensar el
espacio de lo político” (1992, p. 228). Ese nuevo
modo de pensar pasa por reconocer la urgen-
cia de salvar la democracia, construir ciudada-
nos y definir puentes entre la sociedad y el
Estado.
En Brasil, una primera aproximación ponía
a la sociedad civil en el otro extremo de la balan-
za de la sociedad “militar” (Moisés, 1988), milita-
rizada o propia de las dictaduras, entendida ésta
última como determinada por órdenes ajenas a
su propia dinámica y sin posibilidad de debate
ni de espacios democráticos, como es el ámbito
de lo militar. Esta caracterización tuvo su puesto
en la noción de sociedad civil que se manejó en
las movilizaciones contra las dictaduras. Igual
lectura tuvo en otros países del Cono Sur, donde
la sociedad civil se contrapone al Estado autori-
tario (Lechner, 1995).
Para otros autores, se parte de un plano
triangular donde los ángulos están ocupados
por el Estado, la economía y la sociedad (Olve-
ra, 1992). Hay dos nociones del concepto de
sociedad civil que se deben mencionar: 1)
como movimientos sociales autolimitados
(Cohen y Arato, citados en Olvera, 1992, p. 232)
donde se discute la organización del Estado y
del mercado, y 2) como “concepto teórico-his-
tórico cuyo fundamento es la comprensión de
la sociedades modernas” (Habermas, citado en
Olvera, 1992), donde se discuten las identida-
des culturales, la formación de solidaridades y
los mecanismos de socialización.
Para Gramsci, el modelo marxista de
infraestructura-superestructura se mantiene,
pero con modificaciones: se divide la superes-
e s c r i t o s p a r a l e l o s
tructura en dos partes: a) el Estado y b) la socie-
dad civil, que tiene un eje en las asociaciones
(lo público) y otro en la familia (lo privado)
(Olvera, 1992). La sociedad civil es entonces el
terreno de la lucha proletaria, donde los “inte-
lectuales orgánicos” vierten su aporte.
En general, este nuevo “eje de un nuevo
modo de pensar el espacio político”, tendría,
por lo menos, las siguientes características: a)
un carácter autónomo frente al Estado, b) un
carácter, en principio, no violento de las orga-
nizaciones que lo conforman y, por tanto,
opuesto a lo militar, y c) una práctica interna de
tolerancia y de respeto a la diferencia. Adicio-
nalmente, hay un tema en discusión: su rela-
ción con el mercado (si lo incluye o lo excluye),
lo que da origen a las dos siguiente posiciones,
utilizando las categorías de Lechner (1995):
a) La teoría comunitaria, que aboga por una
sociedad civil independiente del Estado
(por definición) y también del mercado y
sus agentes, y
b) La teoría neoliberal de la sociedad civil, que
aboga porque el mercado como “parte” de
la sociedad civil también se separe del
Estado.
En la teoría neoliberal (que se apropia del
planteamiento de Hegel2) la sociedad civil es “el
espacio social situado entre la familia y el Esta-
do creado por la modernidad” (Olvera, 1992, p.
233), y su institución fundamental es el sistema
de necesidades: la economía. En ese sentido,
algunos integran en el concepto de sociedad
civil a las sociedades económicas (Arizmendi,
1995) y, por tanto, la separación de la sociedad
civil del Estado lleva consigo la separación del
mercado del Estado.
En la teoría comunitaria, la sociedad civil
debe no sólo diferenciarse del mercado y sus
novaetvetera83
e s c r i t o s p a r a l e l o s
agentes, del poder económico, sino que debe
ser protegida del mercado (Olvera, 1992). Lo
cierto es que el Estado en América Latina, más
que separarse del mercado, ha hecho interven-
ciones altamente benéficas para agentes eco-
nómicos cercanos a sus intereses; más que una
ruptura Estado-economía ha generado una
“reconvención estatal”: el Estado pasa de agen-
te económico a facilitador de procesos econó-
micos de la burguesía3 (si fue que algún día
dejó de serlo).
Otro modelo presentado por Arato y
Cohen, basado en Habermas, muestra dos
susbsistemas: a) el subsistema Estado, y b) el
subsistema Mercado; el primero es lo adminis-
trativo, el poder, y el segundo lo económico, el
dinero. Dentro de estos dos subsistemas apare-
ce un “mundo de vida” presentado como el
espacio de lo sociocultural y la socialización
(Olvera, 1992). En este modelo, la sociedad civil
se asocia con el mundo de vida y por tanto se
diferencia del mercado. Aquí se parte de aceptar
que en el mundo de vida, sus individuos pueden
desarrollar formas de interacción ajenas al Esta-
do y al margen de las necesidades del mercado.
La sociedad civil es, para algunos, equipa-
rable con “movilización” entendida como la
“parte formalmente organizada de la sociedad”
(Olvera, 1992, p. 228) y por tanto apunta a los
nuevos movimientos sociales. En la teoría
comunitaria, “en lugar de identificar a la socie-
dad civil con la sociedad de mercado se desta-
ca, por el contrario, el desarrollo de redes de
solidaridad que contrarrestan las fuerzas del
mercado” (Lechner, 1995, p. 6).
En Colombia, se dice que la sociedad civil
es el conjunto de las organizaciones sociales y
nuevos movimientos que centran sus esfuerzos
en la reivindicación del derecho a la paz (discu-
84novaetvetera
sión principal) y en la construcción de ciuda-
danía y (re)construcción del Estado-Nación,
sin tener del todo claro su separación/vincula-
ción con el mercado (discusión secundaria).
Esta ambigua noción es la que cotidianamente
entienden los intelectuales (que no entran en
el complejo problema de su definición más
concreta), los medios de comunicación y las
mismas organizaciones de la “sociedad civil”
(sindicatos, organizaciones de derechos huma-
nos, ecologistas, organizaciones feministas,
etc.). Entrarían además en esta lista los “movi-
mientos sociales o populares” (Marsiglia, 1994,
p. 136), concepto bastante difuso.
Partes y límites de la sociedad civil
La sociedad civil se definió, en las épocas
dictatoriales, sobre la idea de que la articula-
ción social era posible “por fuera del Estado” y
contra el poder (Castañeda, 1995, p. 234); así, el
ejercicio de la lucha determinaba el puesto en
la llamada sociedad civil. En Colombia, la
sociedad civil se ha configurado sobre la idea
de las partes y/u organizaciones activas de los
procesos sociales relacionados con el proceso
de paz y la lucha contra la violencia.
Paradójicamente, hablar de la sociedad
civil no resuelve la pregunta acerca de su exis-
tencia ni por su unidad interna. “El crecimiento
de la sociedad civil, implica a su vez la intensifi-
cación de perspectivas corporativistas particula-
res, ya que cada fragmento de la sociedad se
aferra a sus intereses particulares en detrimento
de los intereses de la sociedad en general” (Gun-
ter, 1995, p. 68), lo que implica el reconocimien-
to de tensiones en el seno de la llamada
sociedad civil, incluso de antagonismos, lo que
hace más compleja su lectura y la construcción
de democracia en ella, pero a su vez hace posi-
ble una lectura más real y menos maniquea.
Incluso, una de las mayores críticas a la sociedad

civil es que ésta, en cuanto establece nuevas
reglas y/o vías de comunicación en la relación
entre Estado y persona, termina por negar la
igualdad de las personas frente al Estado, por
suplantarlas y por tanto por negar la noción
misma de la democracia. Es decir que la socie-
dad civil, o los llamados “nuevos movimientos
sociales”, no serían sino una nueva versión de lo
que antes se llamaba “grupos de presión”.
Las organizaciones no gubernamentales (ONG)
Uno de los problemas es el uso intercam-
biable de figuras como “organizaciones de
base”, “ONG” con “sociedad civil”, lo que impli-
ca que la indefinición persista. ONG es, por
definición, todo lo no gubernamental, pero eso
no necesariamente quiere decir “por fuera del
ámbito del Estado”, ni que correspondan a la
sociedad organizada. A las ONG se les critica,
en general, porque reducen su trabajo a los
efectos de la injusticia y la desigualdad y no a
sus causas, cuando la sociedad civil demanda
la acción contra las causas.
En el caso especial de las pocas ONG que
defienden abiertamente la impunidad del
paramilitarismo, ¿serían parte de la sociedad
civil? Las víctimas del paramilitarismo y las
ONG de derechos humanos insisten en tres
palabras claves: verdad, justicia y reparación.
Pero varios líderes del gobierno plantean una
peligrosa dicotomía: paz con impunidad o
guerra, al tiempo que promueven la acepta-
ción social de los crímenes (perdón, olvido y
hasta justificación). Es decir la sociedad tiene
que escoger entre la paz y la justicia; esto nos
llevaría a juicios de valor a la hora de evaluar la
pertenencia o no a la sociedad civil.
Los partidos políticos
Con los procesos de modernización y
reorganización de los Estados latinoamerica-
e s c r i t o s p a r a l e l o s
nos, que se acompañan de procesos de descen-
tralización, las autonomías locales han ido
demostrando la posibilidad de acceder al poder
político no sólo por fuera de la organización
partidaria tradicional sino contra ella. Esto se
observa en la aparición en escena de candidatos
de grupos de ecologistas, feministas, religiosos,
profesores, militares (como en Venezuela, Boli-
via y Ecuador), movimientos cívicos (Colombia)
y hasta reinas de belleza. Los partidos, para
actualizarse y responder a estas nuevas dinámi-
cas, cambian de nombre, sufren divisiones (PRI,
en México) crean figuras de alianzas multiparti-
distas o suprapartidistas, sin lograr recuperar la
confianza de la sociedad como sus interlocuto-
res ante el Estado.
En tanto los partidos políticos sigan con
modelos tradicionales de relación con el Estado
(corrupción) o con la sociedad (clientelismo),
ésta seguirá creando opciones que trascienden
de lo social a lo político (Moises, 1988) y entran
en pugna con los partidos políticos en la lucha
por el poder, con lo que los límites entre la socie-
dad civil y los partidos políticos prácticamente
se diluyen. En principio: “los partidos políticos
tienen el monopolio de la representación social
de los ciudadanos, pero en la práctica las corpo-
raciones tienden a sustituirlos o, en el mejor de
los casos compiten con ellos, expresándose
directamente en el interior del Estado” (Moises,
1988, p. 59).
El mercado y los empresarios
En una economía de mercado y con Esta-
dos débiles y/o no intervencionistas, pocos son
los mecanismos existentes para amortiguar las
fallas del mercado. Si “el llamado al fortaleci-
miento de la sociedad civil se contrapone a la
desintegración del tejido social” (Lechner, 1995,
p. 5), desintegración que viene de la mano de la
globalización, no podríamos incluir dentro del
novaetvetera85
e s c r i t o s p a r a l e l o s
concepto de sociedad civil a aquellos grandes
agentes económicos, representantes de mono-
polios y de la gran banca, cuyas obvias priori-
dades poco tienen que ver con la agenda de la
sociedad civil.
La Iglesia
Según Bobbio, la sociedad civil también
ha significado una forma de designar un ámbi-
to de competencia diferente al de la sociedad
religiosa (1985, p. 59). En América Latina, la
iglesia de los pobres, las comunidades eclesia-
les de base, los teólogos de la liberación y otras
organizaciones religiosas similares tienen cabi-
da en la sociedad civil por su forma de enten-
der la iglesia4, pero no hay consenso sobre el rol
de los altos jerarcas de la iglesia. En América
Latina, donde el poder de la iglesia sobrepasa
en lo privado al del Estado y a veces le compite
en lo público (derechos de las personas homo-
sexuales, políticas sobre anticoncepción, abor-
to, regulación del matrimonio, injerencia en
políticas educativas, etc.), los jerarcas eclesiás-
ticos –muchas veces opuestos a los grupos cris-
tianos de base– serían no sólo freno sino
desmovilizadores de la sociedad civil. Además,
la histórica identidad de intereses entre las
altas jerarquías de la iglesia y los gobiernos de
turno, haría que éstos se manifestasen en con-
tra de la autonomía de la sociedad civil5. No en
vano cierto intelectual llamaba a la iglesia “el
partido clerical”.
Particularidad colombiana:
los actores de conflictos armados
Es obvio que al aceptar la separación entre
el Estado y la sociedad civil, la fuerza pública
(ejército y policía) no pertenece, por definición,
a la sociedad civil. La discusión se ha centrado
sobre si los grupos guerrilleros o incluso los
paramilitares hacen parte de la sociedad civil o
no, sin que para esta inclusión/exclusión sea
86novaetvetera
suficiente su validez discursiva o la simpatía
que generen. En el caso colombiano se hace
aún más complejo el panorama cuando los
actores armados se autodenominan “el brazo
armado de la sociedad civil” o simplemente
parte de ella. La distinción entre categorías de
civil y de militar no puede derivar de la justifi-
cación de sus intenciones sino de su modus
operandi concreto: acciones civiles o acciones
militares. Pero, esto no quiere decir que a la
sociedad civil le está negado el derecho a la
protesta, pues éste es un legítimo derecho y no
un acto de guerra.
El carácter no violento que se le reconoce
a la sociedad civil implica que las partes arma-
das de un conflicto (entendidas así según el
derecho internacional humanitario, DIH, y
además opuestas a la categoría de “población
civil”) no son parte de la sociedad civil. Como
en el caso citado de Brasil, el concepto de
sociedad civil implica, entre otras cosas, una
oposición al Estado en sus formas autoritarias
y a otras organizaciones que perpetúen prácti-
cas militares. La idea del ciudadano armado
fue importante durante buena parte del siglo
XIX pues la guerra era una forma de participa-
ción política y, para algunos, la única vía de
oposición efectiva en el siglo XX, pero la nueva
sociedad civil colombiana renuncia a la idea
del ciudadano armado6, pues va contra la gue-
rra que define su eje, sus actividades y su razón
primordial de ser.
Los grupos paramilitares
El concepto de sociedad civil también
implica una noción de “autodefensa” princi-
palmente frente al Estado. Sin embargo, en los
casos colombiano, mexicano (Guardias Blan-
cas) y peruano hay un discurso de los grupos
paramilitares como la respuesta de la sociedad
civil a la violencia guerrillera. Éstas, como en el

caso de las cooperativas Convivir (en Colombia)
o de los ronderos del Perú7 se revisten de un
marco jurídico para legitimar sus acciones y se
presentan a la comunidad internacional como
respuestas autónomas de la sociedad que, sin
embargo, aparentemente no violan el orden
constitucional y buscan resolver problemas al
margen y hasta por encima de las posibilidades
del Estado, en un discurso de “auto-gestión vio-
lenta para la búsqueda de la paz”. Incluso, los
paramilitares colombianos presentan ahora un
discurso altamente político, con una cara de
autonomía frente al Estado, lo que hace más
complejo el panorama, pues recogen hasta rei-
vindicaciones de la izquierda, como reforma
agraria y paz. Pero más allá de estas argumenta-
ciones, es claro que la noción de sociedad civil
en cuanto “civil” renuncia a la organización mili-
tar para el cumplimiento de sus objetivos y/o la
reivindicación de sus banderas.
Los grupos guerrilleros
La militarización de la izquierda, por volun-
tad propia y/o por el empuje represivo efectua-
do desde la derecha (a manera de “encerrona”),
es un paso atrás en la formación de la sociedad
civil. En Colombia, la criminalización de la pro-
testa popular es tan vieja como la guerra de gue-
rrillas (Pizarro Leongómez, 1989) y la opción
militar tan vieja como la nación. Eduardo Piza-
rro habla de la “insurgencia crónica” perpetuada
en el paisaje político (1991, p. 8), que sumada a
una rápida militarización de la izquierda llevó a
una frágil izquierda urbana legal; si se suma a
esto los mecanismos antidemocráticos del Esta-
do, se explica la inexistencia de una oposición de
izquierda legal por años (ilegalización del PC en
la década de 1960, exterminio de la Unión
Patriótica, UP, en la de 1980, grandes limitacio-
nes a los grupos guerrilleros reinsertados para su
participación electoral, etc.). Esto, más las
numerosas muertes de reinsertados de dife-
e s c r i t o s p a r a l e l o s
rentes guerrillas, muestra que la vía de la socie-
dad civil –como espacio de construcción de
salidas sociopolíticas– no seduce a las guerri-
llas, pues “la represión a la izquierda colombia-
na y la magnitud de sus pérdidas no tienen
parangón en la historia moderna de América
Latina” (Castañeda, 1995, p. 137).
Pero ¿cuál debería ser entonces la relación
y/o las demandas desde la sociedad civil con
respecto a las guerrillas? Al igual que la socie-
dad civil no puede, de facto, impedir el uso de
la fuerza por parte del Estado para la represión
de los grupos armados ilegales y tampoco es su
deber impedir las acciones de la insurgencia
(en una visión policiva e instrumental de la
sociedad civil que sectores de extrema derecha
defienden en Colombia), sí puede exigir la paz,
el cumplimiento y el respeto a los derechos
humanos y al debido proceso para los inculpa-
dos, no sólo para beneficio de los inculpados
sino para ahondar en la democracia y garanti-
zar el Estado de derecho, por ejemplo, frente al
actual proceso de paz con los paramilitares.
Presupuestos sociales
para la existencia de la sociedad civil
Autonomía frente al Estado
Sin autonomía frente al Estado es imposi-
ble hablar de sociedad civil, lo que no significa
que la sociedad dé soluciones a todos sus pro-
blemas al margen de las responsabilidades del
Estado. Así pues, el Estado debe:
• Posibilitar el funcionamiento de la socie-
dad civil y no reducirla a la confrontación
Estado-sociedad civil, sino que debe per-
mitir el juego democrático. Esto implica un
Estado que renuncie a relaciones con la
sociedad a través de la corrupción, el clien-
telismo y el populismo, y que no intente
novaetvetera87
e s c r i t o s p a r a l e l o s
luego perpetuar estas relaciones con la
naciente sociedad civil organizada.
• Respetar la autonomía de la sociedad civil,
sin convertirla en un apéndice más o en un
espacio de manipulación política.
• Garantizar el cumplimiento de los dere-
chos humanos, sin los cuales no hay demo-
cracia.
En Colombia no existe esa autonomía
frente al Estado, por múltiples factores, a
saber:
• La noción según la cual el Estado en cuan-
to administración política es uno y en
cuanto aparato represivo (ejército, policía)
es otro, hace que en las actividades por la
reivindicación de la paz frente a los actores
armados, el Estado aparezca como civil o,
dicho en el contexto, sin vínculo con los
actores del conflicto armado, es decir, con
las partes armadas.
• La noción de violencia legítima y violencia
ilegítima o de violencia “buena” y violencia
“mala”, que hace que en varias actividades
por la paz (como desfiles y concentracio-
nes) concurran fuerzas militares y/o de
policía con sus bandas de guerra, sin que
esto se perciba como una contradicción,
pues aparecen no como parte de la guerra
sino simplemente como una víctima más.
• La noción difundida de que nadie es gobier-
no, ni nadie es Estado. Así, es fácil escuchar
a militares, gobernadores, alcaldes y hasta
ministros hablando del gobierno como un
ente ajeno al que no pertenecen. De tal
modo que, por ejemplo, el Procurador
General de la Nación, el Defensor del Pue-
blo, Magistrados de la Corte Constitucional
y parlamentarios, han firmado documentos
a nombre de la sociedad civil8. No es sólo
una broma sino un síntoma cuando dicen
88novaetvetera
que Colombia tiene un vicepresidente de la
sociedad civil (Francisco Santos).
Existencia de ciudadanos
El orden democrático se funda en la comu-
nidad de ciudadanos, lo que implica la existen-
cia de personas iguales ante la ley, no sólo de
habitantes. Ahora bien, hay diversas corrientes
relacionadas con la ciudadanía como concepto
y en las cuales se gira sobre varios niveles: la ciu-
dadanía jurídica (reconocimiento de los dere-
chos civiles y de la libertad individual), la
ciudadanía política (reconocimiento del dere-
cho al voto y en general a la participación electo-
ral), y la ciudadanía social (relacionada con la
vigencia de los derechos económicos, sociales y
culturales) (Pérez, 1998).
En el debate sobre si ciudadanía implica el
ejercicio de derechos económicos y sociales, se
observan dos tipos de sociedad civil:
• La organizada desde los medios masivos de
comunicación, urbana en su mayoría y
compuesta principalmente por la clase
media, que acepta la violencia estatal (o por
lo menos no censura sus extralimitaciones,
como es el caso del respaldo a la impunidad
en el proceso con el paramilitarismo) y que
reduce su reclamación de ciudadanía civil a
las libertades que la guerra más afecta (por
ejemplo, la libertad contra el secuestro, que
es su lucha más socorrida, pero con un lla-
mativo silencio frente a la desaparición que
sufren principalmente los opositores políti-
cos al gobierno).
• La sociedad civil de la provincia, los barrios
pobres y las zonas rurales, para quienes la
existencia de ciudadanos presupone dere-
chos humanos (incluidos los derechos eco-
nómicos y sociales) y la paz con “justicia
social”, su principal reivindicación. Incluye

también reivindicaciones de la ciudadanía
civil pero con énfasis en el derecho a la opo-
sición política históricamente inexistente en
Colombia, debido a prácticas cotidianas
como: desaparición; asesinatos de líderes
populares, sindicales, estudiantiles y cam-
pesinos; persecución militar de partidos de
izquierda, etc. La bandera de justicia social
(distributiva) tiene pocos seguidores más
allá del 54% de población pobre y de los
18,5 millones sin salud (De Currea-Lugo,
2003); el problema es que esta gran mayoría
poco cuenta en el debate.
Estas dos sociedades se mezclan, no
corresponden ni a compartimientos cerrados,
ni estáticos.
Opinión pública
La existencia de una “esfera pública en la
que los asuntos de interés colectivo puedan
discutirse” (Olvera, 1992, p. 238), es base de la
sociedad civil. Esto se materializaría, por lo
menos, en la existencia de una opinión pública
y de medios de comunicación objetivos. Sin
embargo en América Latina las relaciones
entre los medios de comunicación y el poder
político (del Estado) y económico (del merca-
do) es de absoluta dependencia. El caso más
llamativo es el de México, donde el PRI se
“fusionó” al Estado y a la vez manejaba con
total monopolio “Televisa”.
La existencia de una opinión pública per-
mite a su vez la existencia de mecanismos que
permitan la solución pacífica de conflictos y la
consolidación de prácticas y formas democrá-
ticas, de cultura democrática, en la sociedad.
En palabras de Bobbio: “sin opinión pública –lo
que significa más exactamente sin canales de
transmisión de la opinión pública– que se con-
vierta en ‘pública’ en cuanto trasmitida al
e s c r i t o s p a r a l e l o s
público, la esfera de la sociedad civil está desti-
nada a perder su función y, finalmente, a des-
aparecer” (1989)9.
En Colombia no existe opinión pública, no
sólo por el control férreo de monopolios de
periódicos y revistas sino por la imposibilidad
real de opinar respecto a lo público en el espa-
cio público. Basta mirar las estadísticas de pro-
fesores universitarios, investigadores y
periodistas asesinados para entender por qué
se afirma que en Colombia no es posible la opi-
nión pública.
El problema de los derechos humanos
La sociedad civil no se define solamente
en la lucha por los derechos humanos, sino que
necesita de un mínimo de su vigencia para su
propia existencia, no antecede a éstos sino que
los sigue, coexisten en el tiempo. Sin igualdad
real ante la ley, por ejemplo, no hay posibilidad
de hablar de ciudadanos, y esa relación dife-
renciada de las personas con respecto al Estado
produce grandes obstáculos en la buscada
autonomía frente al Estado.
El Estado es el responsable de los derechos
humanos. Esto no nace de una visión paterna-
lista, sino que se deduce de la definición de
derechos humanos y de los compromisos y
pactos internacionales. Sin embargo, hay un
afán por responsabilizar a la sociedad civil de la
garantía de sus propios derechos (especial-
mente de los sociales, económicos y culturales)
con argumentos como la renuncia al “Estado
paternal”, el culto a la autogestión o la sobreva-
loración de los procesos de descentralización.
Así, una cosa es el derecho de la sociedad civil de
participar en el diseño de estrategias y alternati-
vas en materia de derechos humanos y la super-
visión de la gestión estatal, y otra muy diferente
la aplicación del “sálvese quien pueda” ante un
novaetvetera89
e s c r i t o s p a r a l e l o s

A
nte la globalización de la economía
(aparentemente desligada de la política), busca presen-
tarse una política autorreferenciada y reducida al ámbi-
to de lo local gracias a los procesos de descentralización.
Los procesos de modernización debilitan al Estado y
favorecen el ingreso de las trasnacionales, ante las cuales
dad, generaron –o por lo menos ali-
mentaron– estas formas de corrup-
ción recíproca, de justicia privada y
otros métodos ilegales de resolución
de conflictos. Ahora, a estas socieda-
des rodeadas de prácticas autorita-
rias se les pide que den cuenta de los
problemas de la gobernabilidad.

lo local tiene muy poco poder, y obligan a buscar un

nuevo eje: la sociedad civil.
programado naufragio del Estado. La idea de
que los derechos humanos son “responsabilidad
de todos” va en ese camino.
La situación de derechos humanos en
Colombia es dramática en cifras y sin garantía
de derechos no hay ciudadanos, sin ciudada-
nos no hay personas iguales ante la ley, no hay
formaciones democráticas sino retrocesos en
los embriones de éstas, en últimas, no hay
sociedad civil. Arato y Cohen definen la socie-
dad civil como “el marco institucional de un
moderno mundo de vida estabilizado por dere-
chos básicos y que incluye en su ámbito las
esferas de lo público y lo privado” (citados por
Olvera, 1992, p. 238).
Otros roles de la sociedad civil
Pero, además de lo dicho, hay dos tareas
más para la sociedad civil. Una de ellas es más
general: la gobernabilidad, y la otra es específi-
ca para países con conflictos armados: la bús-
queda de la paz.
El debate de la gobernabilidad
Las formas no democráticas no nacieron
en las sociedades gratuitamente, sino que fue-
ron heredadas de prácticas estatales. La corrup-
ción y la impunidad, como dos fenómenos de lo
estatal con repercusiones directas en la socie-
Un modelo de círculos crecientes
presentado por Maihold (1995),
ubica en primer lugar a los organis-
mos del gobierno (responsables directos de la
gobernabilidad), segundo y en un círculo más
grande, a los otros componentes del Estado y al
mundo empresarial y laboral, y tercero a la
sociedad civil. Este modelo atribuye un grado
de responsabilidad en el éxito o fracaso de la
gobernabilidad a la sociedad civil, pero no deli-
mita los espectros de responsabilidad y, ade-
más, reconoce a la política un rasgo de mayor
autonomía frente a la economía.
Del reduccionismo económico de las teo-
rías de la dependencia (década de 1970), se
pasa al reduccionismo de lo político, donde la
política se explica y se determina a sí sola
(década de 1990). Ante la globalización de la
economía (aparentemente desligada de la polí-
tica), busca presentarse una política autorrefe-
renciada y reducida al ámbito de lo local
gracias a los procesos de descentralización. Los
procesos de modernización debilitan al Estado
y favorecen el ingreso de las trasnacionales,
ante las cuales lo local tiene muy poco poder, y
obligan a buscar un nuevo eje: la sociedad civil.
Ciertamente, el surgimiento de nuevas
formas de exclusión hacen que un proyecto de
gobernabilidad choque con el costo social de
las medidas económicas. Un elemento que se
presenta como clave de la ingobernabilidad es

90novaetvetera

la aparente sobrecarga del Estado, a la que se
busca responder, también, con la invocación
de la sociedad civil. Así, el Estado busca trasla-
darle a la sociedad civil los pilares de la gober-
nabilidad, la legitimidad y la eficacia.
La sociedad civil tendría un espacio en la
supervisión de los procesos de gobernabilidad
y en el respeto al contrato social, pero no del
gobierno mismo. El co-gobierno es una tram-
pa. La sociedad civil puede trabajar en el con-
trol del gasto, las oficinas de quejas y reclamos,
la organización de asociaciones de usuarios, la
revocatoria del mandato, las veedurías ciuda-
danas, pero no el co-gobierno. “La invocación
de la sociedad civil sirve para recordar las pro-
mesas incumplidas de la democracia como, por
ejemplo, la participación ciudadana y la trans-
parencia en los asuntos públicos” (Lechner,
1995, p. 7).
En América Latina, a diferencia de Europa,
el concepto de sociedad civil se construye a la
par de la democracia, acompasada por una cri-
sis de los partidos políticos y de la ingeniería
democrática. En palabras de Olvera: “nuestras
sociedades atraviesan por el período de la for-
mación de sus sociedades civiles, mientras que
en el mundo desarrollado se vive una etapa de
redefinición entre sus sociedades civiles madu-
ras y un sistema político que se está agotando”
(1992, p. 238).
La búsqueda de la paz
En los países con conflictos armados la
figura de sociedad civil ha buscado tener un
puesto en los procesos de paz (Colombia, Méxi-
co, El Salvador y Guatemala). Estos procesos se
han reducido a los actores armados y por tanto
la agenda se ha reducido a lo político-militar y a
los problemas de la guerra, dejando de lado los
problemas de la agenda socio-económica
e s c r i t o s p a r a l e l o s
(Morales, 1995). Es decir, como en el caso
colombiano, subyace al concepto de sociedad
civil su formación por sectores sociales (no
combatientes) en el conflicto10.
Tareas como la búsqueda de la verdad11, la
supervisión del respeto de los derechos huma-
nos, la intermediación ante organizaciones
internacionales12, y la verificación de los acuer-
dos de paz, podrían ser actividades de la socie-
dad civil. Sus integrantes podrían trabajar
como veedores ciudadanos ante acuerdos de
responsabilidad, principalmente de las partes
en conflicto, sin permitir que éstas vuelquen
sobre la sociedad civil el peso de la reconstruc-
ción de una paz por causa de una guerra de la
que no fueron protagonistas sino víctimas.
En el caso colombiano muchas han sido
las experiencias de comunidades que desde
municipios pequeños se han organizado con-
tra todos los actores armados generando movi-
mientos por la paz, proyectos de convivencia y
alternativas organizativas ausentes de actores
violentos, pero éstos reiteradamente han trata-
do de alinear estos procesos con su correspon-
diente enemigo o los han desarticulado a partir
del asesinato de sus dirigentes. Además, pro-
blemas puntuales, como la reciente reinserción
guerrillera que en Colombia supera ya los 5.000
hombres (Moncada, s. f., p. 85), no pueden ser
delegados a la sociedad sin apoyo real de las
instituciones del Estado.
Una de las experiencia más conocidas de
comunidades de paz es el de La India, en Lan-
dázuri (Santander). Hace varios años, a través
de la Asociación de Trabajadores Campesinos
del Carare (ATCC), los pobladores dieron un
mensaje claro a las partes del conflicto: “A la
guerra, no le jalamos”. La población fue galar-
donada en 1990 con el Premio Nóbel Alternati-
novaetvetera91
e s c r i t o s p a r a l e l o s
vo de Paz, pero ahora ha vuelto a ser escenario
de combates, al punto que lo máximo que se
consigue es “desplazamientos concertados”
(el Tiempo, 25 de abril de 2003). La estrategia
previa no sirvió más. Habría que mirar, sin
apasionamientos, si el triunfo previo depen-
dió sólo de la movilización de la ciudadanía o
si ésta simplemente coincidió con coyunturas
propias de los grupos armados. Sin embargo,
la noción de las comunidades de paz no es
uniforme, va desde la presentación de la
comunidad de paz como el rechazo a toda
forma de violencia y la construcción de auto-
nomías de convivencia social, hasta denun-
cias de que la geografía de las comunidades
de paz con apoyo gubernamental guarda rela-
ción con la geografía de las zonas donde la
guerrilla ha sido expulsada o donde el proyec-
to paramilitar busca consolidarse en lo políti-
co13. En todo caso, ese debate sobrepasa los
alcances del presente trabajo.
La movilización por la paz
En el caso colombiano, el concepto de
sociedad civil ha logrado: desplazar el concep-
to de “población civil” (propio del DIH), ganar
un puesto en la formulación de acuerdos con
los actores armados, generar un espacio –aun-
que indefinido– de participación en el proceso
de paz y movilizar a la población colombiana
en torno a la exigencia de la paz. A nombre de
la sociedad civil se ha dado una serie de movili-
zaciones del orden nacional (en las que se ha
incorporado el Estado) y que podrían caracte-
rizarse por:
• Movilización bajo banderas bastantes gene-
rales que hasta los actores armados apoyan:
la paz, la justicia y la solidaridad. Banderas
tan amplias, que su respaldo masivo no sig-
nifica, en profundidad, la claridad necesaria
para entender qué mueve a la sociedad civil.
92novaetvetera
• Movilizaciones que obedecen a convocato-
rias desde los medios masivos de comunica-
ción más que a procesos de base o a procesos
locales (a las movilizaciones locales nos
referiremos más adelante).
• Las movilizaciones como hechos puntuales,
“casi” fruto de la espontaneidad y no como
procesos orgánicos (elemento que se expli-
ca, en parte, por la ausencia de una sólida
coordinación entre las organizaciones de la
llamada sociedad civil y, también, por los
históricos problemas de articulación de gru-
pos sociales que se observa en Colombia).
• Las consignas de la movilización dentro de
la lógica de una violencia “buena” y una
“mala”, lo que hace que, por ejemplo, no se
condene desde cierta sociedad civil el estre-
cho vínculo entre paramilitares y militares,
las trabas a la existencia de una ley contra la
desaparición forzada (delitos que, por defi-
nición, sólo comprometen a agentes del
Estado), o las violaciones de los derechos
humanos hechas por fuerzas militares y de
policía.
• Estas movilizaciones crean una forma “políti-
camente correcta” de comportarse en la
sociedad civil, y por tanto la exigencia de
atención a desplazados, las huelgas o las
manifestaciones –que no se dan en domin-
go– no son correctas14. El Estado y sus voceros
facilitan la participación de una sociedad
civil pero no de “la otra”, con lo cual empuja
aún más a ésta última a acciones de fuerza
para ser escuchada (Camacho, 1999).
Estas movilizaciones se han acompañado
de un gran halo de triunfalismo y, a pesar de ser
realmente concurridas, no han generado cam-
bios importantes por parte de los actores
armados con riesgo, entonces, a quedar en lo
meramente simbólico o anecdótico.
 e s c r i t o s p a r a l e l o s

La intermediación: acuerdos de paz además, la llamada sociedad civil no forma

Dentro de la idea de humanizar el conflic-
to y ante el desgaste de la guerra como meca-
nismo debido al empate negativo o infinito al
que se había llegado15, la forma más digna –y
quizás más práctica– para reconvertir a la gue-
rrilla es un proceso de paz, y el precio de no
hacerlo es el desprestigio político. Pero como
un paso previo, por el fracaso de procesos ante-
riores, se puede avanzar mediante la formula-
ción de “acuerdos humanitarios” que permitan
evitar, o al menos disminuir, el impacto de la
guerra en la población civil.
parte del conflicto en el sentido que lo entien-
de el DIH (como parte combatiente), que fue
precisamente el marco invocado para la for-
mulación de dichos acuerdos.
En el caso de los paramilitares agrupados
en las Autodefensas Unidas de Colombia y
como parte del proceso de acercamiento de la
llamada sociedad civil a los actores armados, se
produjo un documento con grupos paramilita-
res, llamado Acuerdo del Nudo de Paramillo.
Este acuerdo16 firmado en julio de 1998 (once
días después del Acuerdo de Puerta
del Cielo, con el ELN), tiene el

E n el caso de los paramilitares

y como parte del proceso de acercamiento de la llamada
mismo problema de fondo. Pode-
mos concluir que ambos acuerdos
son realmente cartas de intención,
sociedad civil a los actores armados, se produjo un docu- llamamientos o declaraciones políti-
mento llamado Acuerdo del Nudo de Paramillo, firmado cas pero no acuerdos humanitarios,
en julio de 1998 (once días después del Acuerdo de Puer- pues la sociedad civil no puede com-
prometer de hecho a las partes de la
ta del Cielo, con el ELN). Podemos concluir que ambos
guerra, ni una parte puede firmar un
acuerdos son realmente cartas de intención, llamamien- acuerdo con alguien que no es parte
tos o declaraciones políticas pero no acuerdos humani- combatiente del conflicto armado.
tarios, pues la sociedad civil no puede comprometer de
hecho a las partes de la guerra, ni una parte puede firmar Vale la pena repetir que en estos
acuerdos estuvieron a nombre de la
un acuerdo con alguien que no es parte combatiente del
sociedad civil representantes de los
conflicto armado. grupos económicos y otros como el
Procurador General de la Nación, el
Defensor del Pueblo, un magistrado
Con este propósito, el Ejército de Libera- de la Corte Constitucional y parlamentarios (sin
ción Nacional, ELN, se reunió en Maguncia ningún proceso de designación popular); por
(Alemania, 1998) con voceros de la llamada ello, no pueden firmar a nombre de la sociedad
sociedad civil y de allí salió un documento ni de la sociedad civil y tampoco a nombre del
conocido como Acuerdo de la Puerta del Cielo. Estado y de sus Fuerzas Armadas porque no
Este acuerdo tiene un elemento de fondo cues- iban como voceros de éste. No hubo campesi-
tionable (además de otros de forma que no dis- nos, ni indígenas, ni voceros de las comunida-
cutiremos aquí): los acuerdos humanitarios des negras, ni pobladores de barrios ni de
son firmados por las partes que intervienen en pequeños pueblos que conforman la llamada
un conflicto, y allí no estuvo presente el Estado; “otra” sociedad civil.

novaetvetera93
e s c r i t o s p a r a l e l o s
En el caso de las Farc no ha existido un
intento de acuerdo como los ya mencionados,
en buena parte por la actitud de este grupo y su
noción leninista de ser vanguardia. pues no
tendría por qué hacer acuerdos con su natural
“retaguardia”, a la que dice interpretar correcta-
mente: la sociedad.
Los acuerdos firmados no se han cumpli-
do; los voceros de la llamada sociedad civil no
tuvieron una participación seria en las nego-
ciaciones entre las Farc y el gobierno anterior
(1998-2002). Se los convoca más para “apagar
incendios” que para tener un puesto definido
en el proceso de paz, y se han ido desdibujando
para quedar de rehenes o de razoneros de los
actores armados.
Otros intentos por contribuir a la paz
desde la sociedad civil han sido las reuniones
efectuadas en julio de 2000, en Madrid, y la
realizada en octubre de 2000 en San José de
Costa Rica. Estas reuniones juntaron a repre-
sentantes de una sociedad civil más amplia
que la que se ha reunido con el ELN y las AUC,
y que ha pasado con mucha más fuerza al
terreno propositivo.
Para algunos, sin embargo, las metas finales
de estas reuniones no fueron del todo las espe-
radas: en el primer caso, en Madrid, la Unión
Europea finalmente decidió respaldar la política
estadounidense materializada en el Plan
Colombia, a pesar de la audiencia que tuvieron
con voceros de la sociedad civil. En el segundo
caso, el esfuerzo de Costa Rica, en el que partici-
pó el ELN y hubo representantes del gobierno
nacional, no contó con la presencia de las Farc,
que siguen arrogantes frente al problema de la
formulación de acuerdos humanitarios, lo que
deja en entre dicho el reconocimiento y el respe-
to de esta guerrilla por la sociedad civil.
94novaetvetera
Cuando se rompió el diálogo con las Farc
(2002) se levantó la consigna de “resistencia
civil a la guerra”. Las comunidades indígenas
del Cauca y el alcalde Antanas Mockus en
Bogotá fueron sus protagonistas más destaca-
dos; pero Mockus en cuanto gobierno no es
sociedad civil; además, no se oponía a la vio-
lencia estatal sino que la respaldaba abierta-
mente. El problema aquí volvió a ser parecido:
¿qué es resistencia? ¿la de Nelson Mandela?
Mandela nunca ha renunciado al uso de la vio-
lencia, uso que intentó poco antes de ser cap-
turado y que, en el contexto del Apartheid, es
muy difícil deslegitimar. Incluso el pacifismo
de Gandhi es discutible cuando apoyó la guerra
contra el nazismo (lo que podrá ser correcto,
pero no pacifista) y cuando ordenó la expul-
sión mediante la fuerza de las tropas portugue-
sas radicadas en Goa (India).
La neutralidad activa: estrategia de la socie-
dad civil rural y pobre17
La ya mencionada “otra” sociedad civil
(que lidera procesos democráticos y que se ha
organizado en diferentes procesos locales y/o
regionales, con diferentes estrategias) levanta
una bandera conceptual: la neutralidad activa
(Durán, 1999). En esta categoría se mezclan
erróneamente nociones del DIH con una per-
manente indefinición de fronteras entre socie-
dad civil y población civil; este es un proceso
que obedece más al lícito instinto de supervi-
vencia.
La neutralidad apareció como un término
militar ahora aplicado de manera mecánica a
la vida civil, pues la neutralidad se entendía
simplemente como el “no participar en las
hostilidades”, pero la cosa ha trascendido más
allá y ha creado todo un debate sobre su vali-
dez, unos supuestos marcos jurídicos, unos
adjetivos (“activa”), una conversión del dere-
 e s c r i t o s p a r a l e l o s

cho a ser neutral (indiscutible, en cuanto dere- la solución aporta al problema, pues, indepen-
cho) en el “deber” de ser neutral. diente de las palabras con que se nombre, las
medidas tomadas por una sociedad que lleve a
La neutralidad en el DIH apareció en el sustraer a sus miembros de la discusión políti-
Convenio de Ginebra de 1864, para caracterizar ca (para evitar así ser identificado como próxi-
a los servicios de salud que acompañaban a los mo a alguno de los actores armados y por tanto
ejércitos, pero esta noción ya desapareció. Su como no neutral), del derecho a opinar, a reu-
uso en el DIH se reduce al “derecho a la neutra- nirse, es un retroceso en el ejercicio de los dere-
lidad” que pueden alegar los Estados ajenos a chos humanos. La neutralidad activa es, así,
un conflicto armado y que deciden permane- una puerta a la negación del derecho a ser civil,
cer de esa manera, y al Movimiento Internacio- a participar en la vida colectiva y en la toma de
nal de la Cruz Roja18. En ningún documento decisiones; niega el derecho a asumirse como
actual del DIH ni en los textos de interpreta- ser político, pues la política es el espacio de la
ción hay mención alguna de la obligación de opinión. Esos métodos para forzar la renuncia
neutralidad de los civiles ni de las ONG;
por tanto, su invocación a la luz del DIH
sólo refleja desconocimiento. Una cosa
es la neutralidad activa y otra muy dis-
L a “neutralidad” más que aportar a
la solución aporta al problema, pues, independiente de
tinta las nociones de “población civil” o
la de “no combatiente”.
las palabras con que se nombre, las medidas tomadas
por una sociedad que lleve a sustraer a sus miembros de
La noción ha sido útil y ha genera- la discusión política (para evitar así ser identificado
do experiencias sin duda valiosas y como próximo a alguno de los actores armados y por
positivas19, pero también otros proble-
tanto como no neutral), del derecho a opinar, a reunirse,
mas anexos. Primer argumento en con-
tra: en Colombia, resulta peligroso que
es un retroceso en el ejercicio de los derechos humanos.
la neutralidad (activa) se ha ido convir-
tiendo en requisito indispensable para respetar deliberada a los derechos civiles y políticos de
a la población civil, dentro de una noción inco- las personas obran en el mismo sentido que lo
rrecta del DIH. El desconocimiento del DIH ha busca el miedo sembrado por los fusiles. La
llevado a “negociar” derechos reconocidos. Así, neutralidad activa así, no es un “primer paso
pues, inventarse asideros jurídicos sólo sirve para la reinversión de la democracia” sino su
para generar falsas expectativas frente a nor- negación, pues contribuye a confundir la pro-
mas inexistentes y descuida la noción de testa social (lícita) con los actos de guerra20.
“población civil”, que sí tiene un claro marco
legal; la neutralidad más que una “ingeniosa Un tercer argumento, en contra es el rela-
manera de matizar el DIH” (como alegan algu- cionado con que la protección buscada con su
nos) es una peligrosa manera de interpretarlo. invocación no ha sido tal, y el costo pagado ha
sido muy elevado. Los campesinos del Carare
Un segundo argumento en contra de la fueron los primeros en apostarle a la neutrali-
neutralidad se da en materia de derechos dad activa, pero no por eso se detuvieron los
humanos. La “neutralidad” más que aportar a muertos (¿hubiese cambiado sustancialmente

novaetvetera95
e s c r i t o s p a r a l e l o s

el resultado si en vez de declararse “neutrales Algunos plantean que en las comunidades

activos” se hubiesen declarado “población
civil”?) La Declaración de los cabildos indíge-
nas y de la organización indígena de Antioquia
(Medellín, 1996), plantea unas posturas de cara
a la guerra que no son ni más ni menos que las
propias de la población civil. Otras comunida-
des reivindican el derecho a “hacer trabajo
comunitario, a rechazar la injusticia y la impu-
nidad, a no tomar parte en las hostilidades, a
no entregar información a las partes”, todo eso
es simplemente ser población civil.
indígenas es posible la neutralidad afirmando
que ellas, en cuanto tales, son “diferentes” y
entonces su neutralidad tiene posibilidades.
Esa tesis es ingenua y peligrosa pues “permite”,
o por lo menos no cuestionaría, el ataque con-
tra personas no indígenas por cuanto éstas no
son “diferentes”. Es una forma de argumenta-
ción basada no en la condición de persona sino
en la idea iguales/diferentes, bajo la cual se ali-
menta, también paradójicamente, la “limpieza
social”.

L a neutralidad activa no ha evitado

los muertos en Urabá, Aguachica ni el Carare. No se
Hace años, cuando formulé el pro-
grama de protección a la misión
médica (De Currea-Lugo, 1999), la
Ministra de Salud de turno proponía
quiere de ninguna manera negar aquí la validez de sus
declarar unos hospitales “neutrales”
reivindicaciones ni el heroísmo de su lucha, se quiere como si el resto no lo fueran; aunque
mostrar que esas mismas reivindicaciones eran posibles la intención puede ser correcta el
desde la declaración de la población civil, sin la renuncia mensaje es contraproducente: “hay
a los derechos que implica la neutralidad. hospitales que no serían neutrales”.
Decir “comunidad de paz” ¿qué signi-
Los ataques a las comunidades de paz de fica para las comunidades que no se llamen así?
Urabá se fundamentaron en presentar la neu-
tralidad como una “estrategia de la guerrilla” y Argumentar que la paz llegó a algunas de
así, en vez de otorgar la protección buscada, esas regiones únicamente por la acción de las
aumenta los riesgos. Recuerdo cuando me comunidades neutrales es desconocer que los
encontré en el aeropuerto de Medellín con actores armados imponen o contribuyen a
voceros de ONG que viajaban a Urabá con el nuevas dinámicas; no podemos negar que en
fin de firmar su declaración de “neutralidad algunos casos (aceptando que no es así en
activa”, casi asumiendo que sin tan declaración todos) la pacificación de ciertas zonas recayó
eran “lícitamente” objetivos militares. principalmente en la decisión de los actores
armados por conveniencias políticas y/o mili-
La neutralidad activa no ha evitado los tares.
muertos en Urabá, Aguachica ni el Carare. No
se quiere de ninguna manera negar aquí la vali- Otro precio que encierra asumir la noción
dez de sus reivindicaciones ni el heroísmo de de neutralidad activa es el de evadir temas para
su lucha, se quiere mostrar que esas mismas no convertirse en “parte del conflicto”, como
reivindicaciones eran posibles desde la decla- las políticas petroleras (para no parecer del
ración de la población civil, sin la renuncia a los ELN), la reforma agraria (Farc), la extorsión y el
derechos que implica la neutralidad. chantaje (AUC), o la soberanía y la defensa de

96novaetvetera

las instituciones (Fuerza Pública). En ese senti-
do, la idea expresada por algunos docentes, de
“comunidad educativa neutral” equivaldría a
renunciar al derecho a la libertad de cátedra y
al abordaje académico de ciertos temas, cuan-
do, por lo menos teóricamente, bastaría la
defensa de la Universidad como tal.
Dos de esas consideraciones (no evitar los
muertos y ser acusados de falsos neutrales) ha
empujado a que algunas de estas mismas
comunidades piensen en el camino de las
armas como una forma de defensa, lo que
argumenta más en contra de la neutralidad
activa que en su defensa. Una comunidad que
no puede expresarse es una comunidad empu-
jada a la guerra como vía de debate, con lo cual
se cerraría el círculo. Y más peligroso aun expli-
car otra idea de la neutralidad activa en la que
se dice “no” a los actores armados al margen de
la ley, pero se colabora de manera decidida con
la Fuerza Pública, como en las declaraciones
de neutralidad “por decreto” de Urrao y Mutatá
(concepto de neutralidad promovido, entre
otros, por Álvaro Uribe Vélez).
Pero la instrumentalización de Uribe al
concepto de sociedad civil y su ”contribución”
a la dilución de la frontera entre la población
civil y los combatientes no termina en la neu-
tralidad activa por decreto que promovió cuan-
do era gobernador de Antioquia y rechazaba la
violencia guerrillera, pero respaldaba la violen-
cia oficial sin cuestionar la paramilitar. La
estrategia de redes civiles de informantes que
faciliten información con implicaciones milita-
res (captura del enemigo, ubicación, movi-
mientos, etc.) va en esa misma línea. Otro
ejemplo es la política de soldados-campesinos
o la idea de que Colombia es “un ejército de
más de 40 millones”. Un último ejemplo es la
negación directa por parte de Uribe de la exis-
e s c r i t o s p a r a l e l o s
tencia de un conflicto armado en Colombia,
con lo cual sólo habría terroristas y ciudada-
nos. En cierta ocasión, el Alto Comisionado
para la Paz, Luis Carlos Restrepo, dijo “mi ofici-
na, por ejemplo, capacitará a los soldados de
apoyo en solución pacífica de conflictos, tole-
rancia y convivencia”; los soldados haciendo la
paz y los civiles haciendo la guerra.
Contra el mito de la sociedad civil
La posición de Foucault no aceptaría
como válida la división entre lo público y lo pri-
vado que, por ejemplo, presenta Gramsci, o la
división entre lo político (lo público) y lo social
(lo privado) que presenta Marsiglia, pues desde
la noción de los micropoderes (Foucault, 1979)
se muestra la presencia del Estado o la imposi-
ción de sus formas de pensamiento y represen-
tación en los ámbitos no sólo de lo hasta ahora
llamado público (escuela, administración, par-
tidos políticos) sino también en lo llamado pri-
vado (familia, sexualidad, etc.) y plantea una
invitación a no caer en la dicotomía Estado /
Sociedad civil, sino en trascenderla.
“Las grandes máquinas acondicionadoras
–familia, escuela, iglesia, ejército-” (más la
publicidad, las encuestas y el mercadeo) (Ramo-
net, 1996, pp. 18-21) garantizan la imposibilidad
de independencia de la sociedad civil frente al
mercado y frente al Estado y, por ende, también
de los individuos que la compondrían. Foucault
no ve pues posible la construcción de relaciones
autónomas del poder del Estado tan fácilmente,
ni al margen de las necesidades del mercado.
En este sentido, el “mundo de vida” haber-
masiano no sería autónomo frente al susbsiste-
ma Estado y al subsistema económico, sino que
estaría subsumido en ellos, y aun las formas de
organización de la sociedad civil (sindicatos,
organizaciones populares, etc.) reproducirían
novaetvetera97
e s c r i t o s p a r a l e l o s
las formas de poder del Estado (Foucault, 1988),
con lo cual la sociedad civil no tendría impor-
tancia como concepto sino que sería funcional
al Estado. Es decir, los miembros de la sociedad
civil serían “juzgados, condenados, clasificados,
obligados a competir, destinados a vivir de un
cierto modo o a morir en función de discursos
verdaderos que conllevan efectos específicos de
poder” (1988, p. 140).
Conclusiones
El uso indiscriminado y poco reflexionado
de la categoría sociedad civil ha terminado por
generar resultados incluso contradictorios,
como perpetuar vocerías donde no las hay,
denominar aparentes procesos como demo-
cráticos cuando realmente unos pocos deci-
den, instaurar políticas neoliberales contrarias
a los mismos intereses de la llamada sociedad
civil (comunitaria), desviar responsabilidades
en la gobernabilidad, dar visiones hegemóni-
cas que niegan la mismas contradicciones en el
seno de la sociedad y, por último, crear un
clima falso de civilidad que, además, desvía las
responsabilidades de los Estados en la cons-
trucción de sus sociedades.
Al comparar la noción de sociedad civil de
Colombia y la de los teóricos, el problema es
que estamos ante dos cosas distintas con una
misma denominación, con algunos elementos
en común: la reivindicación de la ciudadanía y
la participación política. En el caso colombia-
no, tal sociedad civil no se separa del Estado ni
del mercado y además centra su principal ban-
dera en la oposición a los actores armados y la
búsqueda de la paz.
En la sociedad civil “local” (colombiana),
tampoco se logra un consenso. Existen dos sec-
tores principales: una sociedad civil mayorita-
riamente urbana y/o susceptible de los medios
98novaetvetera
de comunicación (por no decir cooptada), y
otra rural y/o pobre que esgrime la bandera de
la neutralidad activa para frenar las acusacio-
nes de complicidad provenientes de todas las
partes del conflicto armado, bandera que a
nuestro juicio representa más desventajas que
ventajas.
Ser neutral así es ceder por miedo, no
actuar por convicción sino por supervivencia;
si no fuera por el terror de los actores armados
para con la población civil no habría otra razón
para declararse neutrales. Sin embargo, lo más
importante para resaltar de la neutralidad acti-
va es que ha generado un espacio –de validez
indiscutible pero de eficacia relativa– como rei-
vindicación del derecho a no participar en la
guerra.
Las listas de denominaciones y de catego-
rías son un mal típico de Colombia. En Madrid
hubo acalorado debate sobre si proponer un
alto al fuego o un cese de hostilidades, discu-
sión que cayó en posturas peligrosas y ridícu-
las. Las “comunidades de paz” y “neutrales
activos”, tienen en el derecho internacional un
nombre propio que no les lleva a renunciar a
sus derechos ni a sugerir ideas sobre los no
neutrales: población civil.
Un resumen de: espontaneidad en las
acciones de la sociedad civil que lleva al des-
gaste, fragmentación de los diferentes procesos
locales, la criminalización de la noción de neu-
tralidad activa (para los paramilitares la neutra-
lidad es una herramienta de la guerrilla), la
manipulación por parte de los medios de
comunicación y el uso instrumental por parte
de los actores armados para buscar legitimi-
dad, hace que crezca el escepticismo frente a la
reivindicación de la sociedad civil. Sociedad
civil que, en todo caso, existe y se mueve, gene-

ra procesos, gana espacios de participación y
representa ya un interlocutor más por recono-
cimiento social del fenómeno que por alguna
norma que lo garantice.
A la par con la paz aparecen otras tareas
para la sociedad civil. Es tal el derroche de tare-
as que parece que la noción de sociedad civil es
una especie de concepto catch-all que debe
dar cuenta no de sus propias tareas sino de las
tareas ajenas, como la gobernabilidad.
La noción que predomina en las calles
colombianas sobre los líderes de la sociedad
civil nacional, es que, más allá de la buena o
mala intención de estas personas, lejos de ser
voceros autorizados, son representantes de
intereses definidos –algunos sólo se represen-
tan a sí mismos- y no han logrado aglutinar
más sectores a su alrededor. Es decir, el espacio
de esa sociedad civil, la mayoritariamente
urbana, repite los mismos vicios heredados de
la clase política: exclusión y ausencia de pro-
puestas generales. Y la otra sociedad civil, la
pobre y/o rural, se diluye en la lista de despla-
zados y víctimas de las masacres.
Por supuesto estas dos sociedades sólo sim-
plifican algo que es más complejo que lo aquí
presentado. Las partes de la sociedad civil
colombiana usan puertas giratorias y además las
puertas tienen diferentes ejes como para decir:
he aquí la puerta o he aquí el eje. Pero su invoca-
ción, aún en tiempos de guerra, parece no ser
una razón suficiente para comprobar su existen-
cia. Pareciera pues que la sociedad civil es un
imposible que, sin embargo, existe; pareciera
que la sociedad civil no superara sus propias
contradicciones internas, sin embargo avanza en
varias direcciones sin caer en la quietud pesimis-
ta; pareciera que fuera una ilusión necesaria, tan
indefinida como su propio nombre.
e s c r i t o s p a r a l e l o s
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Notas
1 Ver, para el caso brasilero: J. A. Moisés. (1988). Sociedad civil,
cultura política y democracia. Revista Mexicana de Sociolo-
gía, 3, 40 y ss.
2 Sobre el concepto hegeliano de la sociedad civil, ver: N. Bob-
bio. (1985). Stato, governo, società. Per una teoria generale
della Politica. Turín: Giulio Einaudi editore. Edición consul-
tada: Bobbio, N. (1989). Estado, Gobierno y Sociedad. Por una
teoría general de la política. Traducción de José F. Fernández
Santillán. México: FCE.
3 Ver, para el caso mexicano, Olvera (1992), p. 244.
4 En las diferentes fuentes consultadas, se incluyen los grupos
eclesiales de base de El Salvador, Guatemala, Nicaragua,
Brasil y Chile, pero no se mencionan las altas autoridades
religiosas.
5 Ver, para el caso brasilero: Moisés (1988), 38
6 Ver el desarrollo de esta noción para el caso boliviano en: V.
Peralta (1999). El mito del ciudadano armado. La semana
magna y las elecciones de 1844. En H. Sábato (ed.). Ciudada-
nía política y formación de las naciones. Perspectivas históri-
cas en América Latina. México: Fondo de Cultura
Económica, 231-252.
7 Cfr C. I. Degregori et al. (1996). Las rondas campesinas y la
derrota de Sendero Luminoso. Lima: IEP y C. Tapias. (1997).
Las Fuerzas Armadas y Sendero Luminoso: dos estrategias y
un final. Lima: IEP.
8 Cfr. El Acuerdo de Puerta del Cielo, firmado entre el Ejército
de Liberación Nacional, ELN; la Sociedad Civil y el Comité
Nacional de Paz. Würzburg (Alemania), el 15 de julio de
1998.
9 En general, para el análisis de Bobbio sobre sociedad civil,
ver: Bobbio (1985), pp. 39-67.
10 Se entiende esta participación directa en el conflicto, no en
términos de implicaciones político-sociales sino de contri-
bución directa en los actos propios de la guerra, tal como lo
entiende el DIH.
11 Ver, para el caso salvadoreño: Comisión de la Verdad 1992-
1993: Informe. De la locura a la esperanza. La guerra de 12
años en El Salvador. Colección Universitaria. San José de
 e s c r i t o s p a r a l e l o s

Costa Rica: 1993. Informes similares se han hecho o busca-

do hacer, por lo menos, en Chile, Argentina, Colombia y
Guatemala.
12 Sobre el papel de la ONU en el caso centroamericano, ver:
Morales (1995), 125 y ss.
13 Una muy bien argumentada opinión al respecto fue presen-
tada en el Seminario-Taller “Balance y perspectivas de las
relaciones políticas y de cooperación entre la Unión Euro-
pea y Colombia”, por Bettina Reis bajo el título La estrategia
de la cooperación de la UE en Colombia con énfasis en los
laboratorios de paz: objetivos, resultados, viabilidad y pers-
pectivas. Lleida, julio de 2004.
14 Sobre la crítica a la forma “políticamente correcta de protes-
tar”, ver: J. Habermas. (1988). Ensayos políticos. Barcelona:
Ed. Península. Traducción de Ramón García Cotarelo.
15 El empate negativo no implica empate militar sino imposi-
bilidad de una fuerza de derrotar militarmente a la otra. Ver:
H. Valencia. (1993). La justicia de las armas. Una crítica nor-
mativa de la guerra metodológica en Colombia. Bogotá: Ter-
cer Mundo Editores, 81. Al respecto, ver además: E. Pizarro
Leongómez. (1991). Elementos para una sociología de la
guerrilla en Colombia. AP, 12, 7.
16 Acuerdo del Nudo del Paramillo, firmado entre representan-
tes del Consejo Nacional de Paz, la sociedad civil y las Auto-
defensas Unidas de Colombia, julio 26 de 1998.
17 Pobre o “con” los pobres. No es lo mismo ser campesino des-
plazado que campesino terrateniente. Estas consideracio-
nes sobre neutralidad activa aparecen en mi libro (2002, en
coautoría con Francisco Rey): El debate humanitario. Barce-
lona; Icaria, 33-36.
18 En realidad, a las ONG que trabajan en conflictos armados
no internacionales, el DIH sólo les pide que sea “un organis-
mo humanitario imparcial” y nada dice de exigirles neutra-
lidad; lo que pasa es que la Cruz Roja ha adoptado por
voluntad propia tal principio, con una interpretación que,
por ejemplo, se diferencia de la de Médicos Sin Fronteras.
Ver: Numeral 2, artículo 3 común a los Cuatro Convenios de
Ginebra de 1949.
19 Por citar un solo ejemplo, ver: La comunidad de paz de Villa
Hermosa. La táctica es ser neutrales. El Espectador. 5 de
octubre de 1999.
20 Sobre la diferenciación entre desobediencia civil y resisten-
cia contra el Estado, ver la clara exposición de Habermas
(1988). Ensayos políticos. Barcelona: Ed. Península. Traduc-
ción de Ramón García Cotarelo. pp. 49-89.

novaetvetera101
o t r a s v o c e s

Simón Hampton Ruiz, fotografía: ventana rústica, Estambul, Turquía 2004.

Homosexualidad:
identidad, cuerpo
y discurso
José Miguel Segura Gutiérrez
Diploma de Mención en Historia de la Universidad del Rosario. Líder del semillero de Investigación Género y Cultura
Política de la Esap. Ex asistente de investigación de la Línea en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario. Asis-
tente de investigación de la Esap.

Resumen

El presente texto busca ofrecer un primer acercamiento a una importante discusión que ha sido
vedada dentro de la esfera social-política colombiana, y es la que tiene que ver con: a) los pro-
cesos de construcción y definición de la identidad sexual, b) el uso y manejo responsable del
cuerpo y c) la creación-manifestación del discurso homoerótico masculino gay. Hoy, fenó-
menos que evidencian la configuración de nuevas dinámicas y formas de socializar ante la
compleja realidad social, caracterizada por la existencia de actores políticos (individuos-colec-
tivos) que demandan del Estado políticas y hechos jurídicos viables, ante los problemas de
incoherencia entre los fines a los que aspiran de manera individual y los fines de la sociedad
–estructura– que los engloba.

Palabras clave

Diversidad sexual, derechos humanos y ciudadanía.

o t r a s v o c e s
L
a sociedad está permeada por pará-
metros patriarcales, que deben ser
acatados, en orden a cumplir con los
roles que les han sido asignados culturalmente
a hombres y mujeres. De manera que una des-
viación genera sanciones formales e informa-
les, dirigidas a mantener un control social
necesario para alcanzar comportamientos
esperados. En este sentido, el presente ensayo
esboza posibles relaciones entre los conceptos
de identidad sexual, cuerpo y discurso que,
sustentado en una lectura social donde la per-
sona y su entorno –las relaciones entre el ejerci-
cio libre de la sexualidad y los valores sociales–
buscan responder a la pregunta por el sentido
de la vida del individuo desde su mismidad,
desde esa instancia “responsabilizadora” en el
fortalecimiento o la contravención de los pre-
ceptos familiares y los sistemas tradicionales de
relación. En la actualidad, los diferentes actores
y esferas de la democracia entablan un diálogo
pasado-presente en aras de construir y partici-
par de relaciones de convivencia, espacios de
tolerancia, mecanismos de protección e instru-
mentos de garantía de derechos iguales para
sujetos diversos en Colombia.
Introducción
En todas las épocas y colectividades, el
sexo y la edad constituyen la base de distincio-
nes culturales con importantes consecuencias
para los propios afectados. Las ideas y repre-
sentaciones asociadas tienen contenidos muy
diversos en las sociedades que conocemos,
pero en la totalidad de ellas dichas característi-
cas biológicas son usadas con objeto de esta-
blecer rangos y derechos sociales (Flaquer,
1998). Por ello, se orientan dispositivos hacia la
formación de comportamientos, prácticas,
símbolos, signos y formas de pensar y de rela-
cionarse con los otros de acuerdo a los modelos
que la sociedad y la cultura mayoritaria recono-
104novaetvetera
cen como tal. “La evidencia de lo plural, lo
heterogéneo y la multinserción son hoy ingre-
dientes fundamentales en los procesos de
construcción de la identidad (Laclau, 1987)
además, delinean las características funda-
mentales de los conflictos sociales modernos”
(Dahrenford,1990).
No obstante, este proceso de definición
revela desde el punto de vista político el sinto-
mático posicionamiento en cuanto a la com-
prensión y experiencia de la homosexualidad en
la realidad social actual, como cierta forma de
subjetividad, producida y expresada, entre otros,
por la adopción de ciertos valores tanto indivi-
duales como de grupo, y de concepciones de
realización personal, que se encuentran en los
linderos de las prácticas culturales de la postmo-
dernidad1. En efecto, estos factores determinan
que en las nuevas reglas del juego político sea
más difícil la definición de las relaciones entre lo
que se es, lo que se puede hacer y lo que se espe-
ra que uno cumpla (Foucault, 1976). Sin embar-
go, el acercamiento al mundo de los hombres
que tienen sexo con otros hombres y en especial
al colectivo gay, así como a otros colectivos
minoritarios (lesbianas, travestís, transexuales y
bisexuales), permite descubrir en los actores de
uno y otros los paradigmas y las lógicas que los
hacen particularmente vulnerables –en función
de sus condiciones sociales, culturales y psicoló-
gicas– frente a la producción social positiva de la
identidad homosexual masculina, dado el estig-
ma de ser portadores de infecciones de transmi-
sión sexual (ITS)2 y del VIH-sida.
Los reclamos políticos que hoy se dispersan
en múltiples direcciones indican que la legitima-
ción que requiere el poder no coincide con otra
legalidad que también le ha sido asignada al
individuo. En nuestros días, se constata a menu-
do cómo las formas de legitimación ofrecidas

por el ejercicio del poder son rechazadas en
nombre de los derechos humanos y del derecho
a tomar decisiones autónomas sobre el cuerpo o
sobre la sexualidad. Todas ellas son formas de
rechazo puntuales que afectan el campo nor-
mativo de la autonomía del sujeto o de la igual-
dad de los individuos, es decir, dominios
específicos de la configuración de la subjetivi-
dad moderna (Pérez, 1997). “En las sociedades
modernas el individuo tiene la posibilidad de
escoger su propio plan de vida, con sus propios
intereses e ideales. Un elemento central de
dichos planes de vida es la necesidad de ser
reconocido como persona que no está sujeta a
los caprichos y deseos de los demás” (Taylor,
1995).
La “construcción” de la democracia
A partir de la vigencia de la Constitución
Política de 1991, las particularidades de nuestro
país han contribuido, a que el concepto de
democracia deba ser entendido como algo que
excede la simple participación electoral para
ubicarse en la discusión de todos los ámbitos
que interesan a los posibles afectados con deter-
minada decisión. Este aspecto es una clara
manifestación de las finalidades esenciales del
Estado, desarrolladas a partir del constituciona-
lismo liberal y cristalizadas en la protección a los
individuos que integran la comunidad política
frente a cualquier injerencia en su esfera perso-
nal de autonomía legítima. Es decir, la esfera del
cuidado mínimo suficiente para proteger el
núcleo de convicciones del individuo, el de la
dignidad inherente a todas las personas. “Todas
las personas tienen derecho al libre desarrollo
de su personalidad sin más limitaciones que las
que imponen los derechos de los demás y el
orden jurídico” (artículo 16 de la C. P.).
No obstante, en la construcción de la
democracia influyen muchos factores. Uno de
o t r a s v o c e s
ellos es la sociedad civil, y dentro de ella, la coo-
peración, la justicia y la solidaridad como cate-
gorías morales de una cultura política
favorable al cambio de entorno de cada indivi-
duo. El individuo acude al poder estatal tanto
para la protección y salvaguardia de su vida y
de su esfera de libertad, como para obtener
ciertas garantías en cuanto a la disponibilidad
de los bienes indispensables para la satisfac-
ción de sus necesidades básicas. Apela al Esta-
do de Derecho, es decir a la instancia que posee
el monopolio de la coacción, para la protección
de su libertad, y al Estado Social de Derecho
para asegurar las condiciones de una vida
digna (Papachini, 1994). Desde esta perspecti-
va, el ordenamiento jurídico vigente consagra
una serie de derechos para el conjunto de habi-
tantes del territorio nacional, los cuales afian-
zan su carácter Social y de Derecho. El
ordenamiento establece, igualmente, un con-
junto de deberes que cada individuo debe
cumplir, como presupuesto para la conviven-
cia y para el cumplimiento de los fines que el
mismo consagra. Son estos deberes los que
enriquecen y dan sentido al nuevo tipo de ciu-
dadanía presupuesto por la Constitución:
Colombia es un Estado Social de Derecho,
organizado en forma de república unitaria,
descentralizada, con autonomía de sus enti-
dades territoriales, democrática, participati-
va y pluralista, fundada en el respeto a la
dignidad humana, en el trabajo y la solidari-
dad de las personas que la integran y en la
prevalencia del interés general (artículo 1 de
la C. P.).
Esta reflexión sobre la transformación y
definición de aquello que se quiere transfor-
mar implica procesos de delimitación de la
otredad como espacio de lo “desviado” y lo
“excluido”, pero que al mismo tiempo manten-
gan el carácter político de la acción social hacia
la transformación (Montenegro, 2001). Aun
novaetvetera105
o t r a s v o c e s
cuando puede ser cierto que hoy día segmen-
tos significativos de la sociedad aceptan la
posibilidad del deseo homoerótico y la modifi-
cación de arreglos sociales para acomodarlo,
proposiciones acerca del desvanecimiento
hétero-homo, y del repudio a la obligación por
parte de las parejas de permanecer inmutables,
continúan siendo vistas como más allá del
límite de la legalidad y de la decadencia (Foster,
1997).
Como colombianos, los gays comparten
las costumbres, cultura y hábitos de sus conciu-
dadanos, pero en su entorno más inmediato
viven bajo el discurso homofóbico-machista
que celebra cualquier manifestación de repudio
–y justifica la violación de derechos y espacios
individuales– para salvaguardar una posición
viril, que a través de estrategias de marginación
y rechazo social logra obstaculizar el encuentro
de un espacio cívico para la construcción de
ciudadanía desde lo individual. Esta margina-
ción se presenta a pesar de que muchos de
estos sujetos han manifestado su disposición a
tomar parte activa del proceso social colombia-
no y han expresado la necesidad de que se les
reconozca como portadores de los valores que
la sociedad nacional proclama.
Creer, entonces, que esta situación ofrece
una perspectiva de estudio interesante en el
área de los derechos humanos y particular-
mente en el ejercicio de la acción ética para
construir tejido social invita a reconocer en el
individuo gay a un sujeto-actor emprendedor,
democrático y solidario en la lucha por cons-
truir un tipo de sociedad basado en el concep-
to ético aplicable de la equidad y la diversidad
de y entre hombres. Un Estado democrático es
aquel capaz de garantizar a sus ciudadanos y
ciudadanas el respeto a sus derechos, en espe-
cial a la vida, la libertad y la integridad perso-
106novaetvetera
nal, más aún si se trata de actores sociales agru-
pados en la definición de una verdadera rela-
ción práctica con la legitimidad y sus valores.
En este sentido, la propuesta de una
democracia radical de Mouffe (1996) desarrolla
una teoría del sujeto descentrado, “constituido
en la intersección de una multiplicidad de
posiciones subjetivas [que] requieren del reco-
nocimiento de la diferencia, de la particulariza-
ción de lo universal”. En está propuesta, la
ciudadanía deja de ser vista apenas como un
estado legal y pasa a ser comprendida como la
identidad política común de personas que
pueden estar empeñadas en muchas iniciati-
vas con finalidades diferentes y con diversas
concepciones de lo bueno, aunque en la bús-
queda de su satisfacción y en la ejecución de
sus acciones, acepten someterse a las normas
prescritas por la república.
Nuestra supervivencia en este planeta está
amenazada no sólo por las degradaciones
ambientales, sino también por la degenera-
ción del tejido de solidaridades sociales y de
los modos de vida psíquicos que conviene
literalmente reinventar. No se puede conce-
bir una recomposición colectiva de los socios
sin una correlativa resignificación de la sub-
jetividad, sin una nueva manera de concebir
la democracia política y económica, en el res-
peto a las diferencias culturales y sus múlti-
ples revoluciones moleculares (Guattari,
1996, p. 14).
La identidad sexual
Salmeron (1996) afirma que la identidad
comprende toda la vida del sujeto como enti-
dad física y mental, con su capacidad reflexiva
y su relación con las otras personas desde una
tradición cultural en su concreción. Por tal
motivo, el proceso de identidad se inicia prácti-
camente con el nacimiento y para la inmensa
mayoría de las personas su desarrollo se confi-
gura en estrecha interacción con el sexo bioló-

gico, y su adquisición se completa durante la
infancia; una vez establecido es bastante difícil
de modificar (Barbera, 1998). Desde esta pers-
pectiva, Parales (2003) afirma que el concepto
de identidad es primordial en el estudio de las
dinámicas sociales, puesto que la identidad
necesariamente comprende socialización y
proponer que toda identidad social implica el
reconocimiento de procesos de categorización
que son el resultado de construcciones colecti-
vas. Sin embargo, el fenómeno de la identidad
puede entenderse y presentarse a diferentes
niveles: individual-personal, interpersonal y
macrosocial.
Desde la perspectiva personal se establece
la relación con la pregunta acerca de quién soy.
En un nivel distinto se sitúa la perspectiva
interpersonal caracterizada por la incompati-
bilidad de los propósitos perseguidos, y que no
permite la agrupación de las identidades per-
sonales. Por último, la perspectiva macrosocial
sostiene que a partir de la cualificación de las
condiciones de lo social emergen singularida-
des, que aseguran el permanente reajuste de
las normas sociales y las relaciones de poder.
“El mundo de lo social (como totalidad de las
relaciones interpersonales legítimamente regu-
ladas), [...] sólo es posible desde la perspectiva
del participante”. (Habermas, 1999, p. 41).
Con respecto a la construcción de la iden-
tidad de los sujetos, el rol de género es parte de
otros aspectos como la identidad sexual, la
orientación erótica, las condiciones biológicas
y su identidad con ellas, y la conducta sexual3.
Obviamente la homosexualidad, como orien-
tación sexual, se vive desde el rol de género
como red de símbolos culturales, conceptos
normativos, patrones institucionales y ele-
mentos de identidad subjetivos que a través de
un proceso de construcción social, diferencian
o t r a s v o c e s
los sexos, al mismo tiempo que los articulan
dentro de las relaciones de poder sobre los
recursos.
Analizar entonces la construcción de la
identidad sexual de los homosexuales masculi-
nos gays implica hablar de subjetividad, pero
también del acercamiento a la esfera microsocial
de las particularidades en las relaciones sociales y
específicamente de la relación existente entre la
experiencia de los sujetos (recordatorios de afec-
to, contactos eróticos y genitales con personas de
su mismo sexo o de diferente sexo que han cons-
tituido su conciencia de individuo), su discurso y
el modelo cultural existente –que, como marco
de referencia conceptual ordena sus vidas, las
reconstruye y describe “estructurando” sus rela-
tos/experiencias–.Tal es así, que la identidad per-
sonal (autocomprensión) tiene su origen en la
enunciación misma que un sujeto hablante hace
de un significado (concepto) que le es propio
(saberse homosexual), pero que al ahondar un
poco más en la dinámica social, lo aboca a com-
prenderse como un sujeto plural en la comuni-
dad política y en el mismo colectivo gay en
cuanto referencia (imagen significante de una de
las múltiples realidades en las que participa).
Desde esta óptica, las percepciones de los actores
sociales respecto a la homosexualidad vivida
desde lo individual es positiva (se tolera su pre-
sencia y participación en espacios microsocia-
les). Sin embargo, la representación social de lo
gay se produce de forma negativa (demandas de
control, disciplina, regularización) debido a la
mediación no responsable que hacen los medios
de comunicación en torno al fenómeno homoe-
rótico actual y, por ende, a la posibilidad de cons-
truir una imagen tolerable de lo que implica su
homosociabilidad.
En varias regiones de nuestro país una de las
formas de hablar de la homosexualidad mas-
novaetvetera107
o t r a s v o c e s
culina [...] oponen dos categorías dicotómi-
cas: el cacorro –hombre que penetra a otro
hombre– y el marica –el penetrado–; la dife-
rencia es que mientras el primero no pierde
su condición masculina el segundo sí, pues la
penetración lo feminiza y lo hace “el homose-
xual”. Del hombre marica se espera que se
comporte amanerado, que quiera ser mujer o
por lo menos parecerse a ella y que guste de
ocupar un papel “pasivo” en las relaciones; el
cacorro al mantener comportamientos con-
siderados como masculinos no pierde su
lugar, más cuando se ufana de “comerse” a
los maricas. (Serrano, 1997, p. 69) .
Este proceso de asignación social pone
en evidencia el papel preponderante que los
factores externos al propio sujeto desempe-
ñan en la construcción del proceso de identi-
dad personal. Al recién nacido hombre o
mujer se le induce en un proceso de sociali-
zación, en hacer de él o ella lo que la socie-
dad espera de acuerdo con los modelos
establecidos o internalizados en la cultura.
Sin embargo, el proceso de identidad se vin-
cula principalmente con aspectos afectivos y
motivacionales que van estructurando men-
talmente al sujeto, y lo hacen pertenecer a un
grupo de asignación sexual y verse excluido
de otro. En esta línea, la construcción de la
identidad sexual responde a un proceso que
se configura bajo una dinámica relacional, ya
que su elaboración le implica vivir rupturas y
negaciones, acercamientos y distanciamien-
tos entre lo que “se es” y lo que se “desea ser”,
dada la continua vigilancia familiar y social.
Aquí, el homosexual gay es identificado por la
manera en que se construye a sí mismo
sexualmente; por su manera de portarse (pro-
yecto de identidad) respecto al género o debi-
do a determinadas “prácticas eróticas”, que en
el argot popular y en el transcurrir diario de su
cotidianidad llevan a que su particularidad le
permita autoidentificarse con otros indivi-
duos que comparten su proyecto de vida; así
108novaetvetera
como por su manera de delinear y pulir las
diferentes formas de comunicar su “código
privado” como símbolo de identidad.
Se dirá entonces que existe en la vida de los
hombres una extraña combinación de poder y
privilegios, dolor y carencia de poder. Por el
hecho de ser hombres, gozan de poder social y
reconocimientos, pero esto causa dolor, aisla-
miento y alienación, no sólo a las mujeres, sino
también a ellos mismos (Kaufman, 1995); esto,
en palabras de Palacio (1999), se expresa en
que la socialización masculina es un proceso
que gira entre el privilegio del poder y la nega-
ción de los afectos. Con estas referencias,
vemos que la sexualidad ha sido un dispositivo
social e histórico que a través del tiempo ha ido
configurando corrientes de pensamiento para
su estudio y comprensión, pero que en el caso
del proceso de definición e identidad sexual de
los homosexuales masculinos gays ha conduci-
do a dos posturas opuestas y complementarias
a la vez. Por una parte, una concepción cuasi-
funcionalista de lo social donde las estructuras
de dominación patriarcal y heterosexual pro-
ducen identidades socio-sexuales perfecta-
mente adaptadas, que a su vez contribuyen a
reforzar el funcionamiento de la totalidad
estructural; por otra parte, la reintroducción de
una subjetividad fundante y autónoma bajo la
forma de diversos tipos de voluntarismo políti-
co: un sujeto exterior al género capaz de decidir
qué género actúa, o un sujeto capaz de eludir la
interpelación social, la asignación de una iden-
tidad sexual (Córdoba, 2003).
La identidad homosexual en nuestro contex-
to histórico-cultural existe ya desde siempre
[…]. El mito de la no-identidad, la creencia de
que los y las homosexuales no comparten
identidad alguna, es tan sólo eso, un mito, un
acto de fe. Se podrá o no estar de acuerdo con
lo que el término “homosexualidad” implica,

pero es absurdo pretender que no existe y
que no influye en la vivencia que cada cual
tenga de sí mismo a nivel personal y/o colec-
tivo. (Llamas y Vidarte, 1999, p. 283).
A sabiendas de que uno se convierte en lo
que es en la medida en que reconoce y descubre
en su interior lo que ya desde siempre ha sido,
son las propias actuaciones (performances) en
su repetición compulsiva las que producen el
efecto-ilusión de una esencia natural (Córdoba,
2003). La producción del sujeto homosexual
implica la inscripción de una naturaleza singu-
lar en el cuerpo del sujeto, pero también en la
constitución y definición tanto vivida como vin-
culada al sexo. En ese sentido, se observa que en
la construcción de la identidad sexual homoeró-
tica masculina influyen como condiciones pre-
vias en el análisis de la cultura del autocuidado y
el cuidado de otros, factores tales como los esce-
narios, las prácticas y las significaciones.
El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un
personaje: un pasado, una historia y una
infancia, un carácter, una forma de vida; así
mismo una morfología, con una anatomía
indiscreta y quizás misteriosa fisiología. Nada
de lo que él es in toto escapa a su sexualidad.
Está presente en todo su ser: subyacente en
todas sus conductas puesto que constituye su
principio insidioso e indefinidamente activo;
inscrita sin pudor en su rostro y su cuerpo por-
que consiste en un secreto que siempre se trai-
ciona. Le es consustancial, menos como un
pecado en materia de costumbres que como
naturaleza singular [...]. La mecánica del poder
que persigue a toda disparidad no pretende
suprimirla sino dándole una realidad analíti-
ca, visible y permanente: la hunde en los cuer-
pos, la desliza bajo conductas, la convierte en
principio de clasificación y de inteligibilidad,
la constituye en razón de ser y orden natural
del desorden (Foucault, 1976, p. 56-57).
El cuerpo
El punto de partida para entender la
sexualidad homoerótica y las formas de adoc-
o t r a s v o c e s
trinamiento del cuerpo que se aplican a sus
protagonistas hoy lo constituyen representa-
ciones colectivas que tanto sujetos individuales
como sociales despliegan con relación a este
tipo de conducta, y que se caracterizan por un
encasillamiento atentatorio de lo social: trans-
gresiones a la moral, contravención a los siste-
mas de relaciones, preceptos familiares y
régimen patriarcal propios de nuestro medio.
Desde está perspectiva, Guattari (1979) afirma
que el cuerpo considerado como nuestra pri-
mera realidad, tanto fisiológica como social
nunca deja de estar inscrito en su historicidad
y su cultura. Cada sociedad secreta su imagen
social del cuerpo, que se traduce en códigos
estéticos, ritos relacionales (cortesías), prácti-
cas amorosas y sexuales, y aun de clase; imáge-
nes que se hacen evidentes en las diferentes
maneras como las clases sociales exponen su
cuerpo. Es imposible una práctica natural del
cuerpo: éste es una construcción social. Bajo
esta óptica, el caso de los gays se constituye en
una nueva forma de sociabilidad, en donde los
gestos van configurando un código corporal,
una disciplina que lleva a que el sujeto aprenda
a comportarse de modo conveniente en ciertos
lugares, pero también aprenda a expresar sus
sentimientos, la amistad o el amor sobre patro-
nes de urbanidad, de conducta preestablecida.
“[...] el orden social permite establecer [...] que
los actos y espacios íntimos no están desliga-
dos de toda la dimensión social [por el contra-
rio éstos] se miden en relación con los actos
públicos, considerando el “estado” social de
cada personaje [...]”. (Garcés, 1992, p. 248).
Al observar los gestos, los modos de vestir,
de lucir el cuerpo, de pasearse por la ciudad de
este colectivo social diferenciado, se aprecia la
conquista que las nuevas identidades han
hecho de los espacios sociales, políticos y cul-
turales. Pero también se refleja la pervivencia
novaetvetera109
o t r a s v o c e s
de un cruce complejo entre nuevas realidades
junto a antiguas formas de pensamiento, que
dada la existencia de representaciones sociales
(imágenes, sentimientos, prácticas) con que
cada subjetividad construye su cotidianidad,
van instaurando unas condiciones y atributos
para el moldeamiento de la conducta e historia
de estos sujetos con relación al ejercicio de su
sexualidad.
Los ciudadanos deben poder experimentar el
valor de uso de sus derechos [...] y [del] reco-
nocimiento recíproco de las diferentes for-
mas de vida culturales. La ciudadanía
democrática desplegará una fuerza integra-
dora, es decir, creará solidaridad entre extra-
ños, si se hace valer como mecanismo con el
que se realiza de facto, los presupuestos para
la existencia de las formas de vida deseadas.
(Habermas, 1999).
Hasta aquí, vemos como el cuerpo no es
un dato pasivo, sino la potencia que hace posi-
ble la participación en el sexo y la incorpora-
ción al género, así como a la interrelación que
éste tiene con los escenarios, las apariencias,
las escenificaciones y las prácticas sexuales y
de protección sexual que enmarcan el proceso
de acercamiento y contacto homosexual:
La vista, sin duda es agradable, pero no es más
que un primer momento, después viene el
tacto que invita a todo el cuerpo al goce.
Luego el beso, que tímido al principio se vuel-
ve lleno de consentimiento. La mano mien-
tras tanto, no está ociosa; corre bajo las ropas,
aprieta un poco el pecho, baja a lo largo del
vientre firme, alcanza la flor de la pubertad y
finalmente pega en el blanco (Seudo-Luciano,
citado por Foucault, 1987, p. 53).
A este nivel, cabría entonces preguntarse
por el tipo de relación y significantes que la
corporeidad genera dentro de esa masa hetero-
génea que es el mundo gay; pero también por
la participación que las identidades particula-
110novaetvetera
res-individuales tienen dentro de la misma
dinámica. “Pues a sabiendas que el cuerpo y en
especial el órgano masculino [...] es significan-
te de todo un haz de relaciones y actividades
que fijan el estatuto del individuo en la ciudad
y en el mundo, [figurando] entre ellas la familia,
la riqueza, la actividad de palabra, el estatuto, la
vida política, la libertad, y finalmente el nombre
mismo del individuo” (Foucault, 1976, p. 34).
Indicar que los escenarios del cuerpo son múl-
tiples (la calle, los bares, discotecas y saunas) y
por lo tanto su exposición en los mismos posee
diferencias que se evidencian en clases sociales
(alta/baja), generaciones (viejo/joven) y cultu-
ras regionales (Bogotá/Provincia) (Lafaury,
2002) que intensifican el goce, permite traer a
colación algunos ejemplos:
a) En la calle, los actores se lanzan al encuentro
con el sexo, se observa un manto generaliza-
do de banalización e instrumenta- lización
de la vida personal, y en este caso, del propio
cuerpo y erotismo [...] (Marín, 1998).
b) En la mayoría de bares gay de Bogotá,
hombres con cuerpos exuberantemente
desarrollados “rudos” y “bien parecidos” se
desnudan ante sus congéneres en un acto
en el cual el erotismo y el baile se entrela-
zan (Góngora, 2004).
De manera simultánea, la observancia de
apariencias (masculino-femenino) de los parti-
cipantes que asisten a estos lugares, evidencian
la concepción de realización personal que cada
participante posee, construye y desarrolla al
entrar en contacto con el medio social. Pero
también y de acuerdo con Sevilla (1997) permi-
te visualizar las demandas de los propios
impulsos y deseos individuales, de tal modo
que cada práctica implica un halo significativo
que registra internamente como expresión
subjetiva de la vivencia de su autopercepción.

Siguiendo con esta línea de exposición, en lo
que respecta a las escenificaciones (travestí, des-
nudista, transformista) podemos decir que estás
se entienden como aquellas actuaciones o mani-
festaciones en las cuales, dentro de una espacio-
territorialidad múltiple, un sujeto determinado
despliega una gama de actitudes y gestos que lo
subordinan a participar de un libreto específico,
en la escogencia y goce de los cuerpos que tiene y
se le presentan a su alrededor.
En la puesta en escena del stripper, no hay
cosméticos, ni plumas, ni extravagantes ves-
tidos, sin embargo su cuerpo o mejor el cuer-
po que se para en el escenario es también un
artificio, un simulacro, un intento de querer
tomar una apariencia idealizantemente mas-
culina y ofrecerla a los otros como objeto de
deseo. (Góngora, 2004, p. 34).
Sin embargo, resaltar el papel en las prác-
ticas sexuales (activo/pasivo) como un aspecto
para calificar el papel sexual y el desempeño
social que puede tener un individuo en su vida
resulta interesante y peligroso a la vez, dado
que esas dimensiones aparecen como básicas
en el juego sexual, pero también como combi-
naciones que permiten relacionarse de múlti-
ples formas con otros sujetos a través de
postulados normativos y culturales que cada
sujeto-participante lleva a la escena.
El acto de penetración aparece como califica-
dor de todos los actos sexuales, con sus pocas
variaciones de posición y sobre todo sus dos
polos de actividad y pasividad [...]. El acto de
penetración, es percibido dentro de una
escenografía social. En donde el acto sexual
en primer lugar aparece como un juego de
superioridad y de inferioridad: la penetración
coloca a los dos coparticipantes en una rela-
ción de dominación y de sumisión; es victo-
ria por un lado, derrota por el otro, es derecho
que se ejerce para uno de los coparticipantes,
necesidad que es impuesta al otro; es estatu-
to que se hace valer o condición que se
soporta (Foucault, 1987, p. 31).
o t r a s v o c e s
En lo que concierne a la protección
(autocuidado y cuidado de los otros) que tie-
nen estos conciudadanos en la realización de
sus prácticas sexuales podemos decir que
éstas se hallan condicionadas por conceptos
éticos, relaciones de poder y actitudes educa-
tivas que portan los participantes que acuden
al acto. Sin embargo, el desarrollo de una cul-
tura sexual de tales dimensiones en los mis-
mos haría necesario que se evidenciara una
realidad común a todos, y la capacidad de
razonamiento (diálogo) que comparten los
individuos-miembros. También haría necesa-
rias herramientas pedagógicas que expusieran
y ahondaran el conocimiento de sí mismo
(intuiciones, percepciones, inclinaciones, ins-
tintos) como armonía total del individuo.
El discurso
“Las distintas razas, pueblos, personas de
las que ahora sabemos con mayor detalle e
inmediatez gracias al capitalismo informacio-
nal [y] los medios de comunicación han vivi-
do dentro de un conjunto de construcciones
conceptuales dadoras de un sentido de vida
social e individual. [Como] mínimo común
[para la] potencialización de la intersociabili-
dad” (Gómez, 2001). No obstante, dichas
construcciones conceptuales, se originan y
desarrollan dentro de estructuras sociales,
constituidas por individuos sujetos4 que
mediatizan sus deseos, símbolos e intereses
personales a través de marcos de referencia
(significados) que ofrecen las prácticas socia-
les, instituciones y organizaciones; y que con-
figuran la comprensión que las personas
tienen de sus propios roles sociales y de cómo
influyen en sus actividades. “Lo que acaba
uniendo a un nombre (gay, lesbiana) con un
conjunto de sujetos no son una serie de rasgos
esenciales que comparten todos ellos y que son
invariables en el tiempo, sino el acto mismo de
novaetvetera111
o t r a s v o c e s
su nominación o la identificación con ese
nombre” (Córdoba, 2003, p. 91).
Sin embargo, examinar de qué modo las
estructuras de significado hacen posibles ciertas
formas de conducta permite comprender cómo
se generan los discursos que estructuran las
actividades de los agentes sociales, cómo fun-
cionan y cómo cambian (Howarth, 1997). En
otras palabras, provee de realidad la lucha entre
poder y contrapoder, en tanto que permite dife-
renciar los límites de las voluntades y da forma a
los intereses. Analizar, entonces, bajo esta óptica
el fenómeno homosexual como elemento cons-
titutivo de una realidad compleja implica obser-
var la producción narrativa (relatos), las
posiciones de sujeto involucradas (participante,
coparticipante, grupos) en tal experiencia y el
ofrecimiento que determinados contextos
(escenarios, instituciones) tienen para “obligar”
al sujeto a tomar un carácter relacional, produc-
tivo y negociado ante el rechazo social.
En América Latina prevalece el Código Napo-
leónico que garantiza la privacidad del cuer-
po, con la consecuencia de que la homofobia
latinoamericana tiende a limitarse a las
manifestaciones públicas de disidencia y la
transgresión –es decir, a la visibilidad–, razón
por la cual la exhibición pública de la cultura
homoerótica, en el espectáculo y en espacios
públicos, es un imperativo tan apremiante
hoy en día en el activismo político por los
derechos de los gay (Foster, 1997, p. 2).
Ahora bien, afirmar que los relatos “repre-
sentan” la forma en que los participantes com-
prenden el fenómeno del cual participan
resulta erróneo, dado que éstos son el resultado
de actos de habla constatativos, en donde cada
participante expresa y describe su experiencia
particular del fenómeno, sin que se produzcan
efectos de reconocimiento (actos performati-
vos o realizativos) y posicionamiento en la red
112novaetvetera
de relaciones que estructuran al individuo en
lo social (poder y exclusión).
[...] los sistemas sociales están estructurados
según normas del discurso, lo cual acentúa el
carácter simbólico de las relaciones sociales.
[No obstante,] los discursos son histórica-
mente contingentes y [...] se construyen polí-
ticamente (Howarth, 1997, p. 130).
Estas observaciones distinguen, entonces,
el grado de relativización (contextualización) a
que ha dado lugar el lenguaje dentro de las for-
mas específicas, locales, personales y comunita-
rias de la praxis social. Pero en el caso de los
gays, éste ha constituido un elemento de cam-
bio individual (subjetivo) en la forma de apreciar
sus relaciones de amistad, pareja, etc. dado el
ofrecimiento de conceptos como goce y dolor, y
la formación de conciencia moral5 (inclusión
ciudadana) ante el continuo hacer de juicios
morales (resentimientos, indignación, senti-
mientos de culpa y de vergüenza) que caracteri-
za los ámbitos intersubjetivos y políticos.
La consigna moderna de una sustitución pro-
gresiva y diferenciada de la individualidad
por la subjetividad, solicita de operaciones
deconstructivas –desplazamiento de algunas
de las condiciones de posibilidad y el desarro-
llo de nuevas posibilidades que trascienden
cualquier cosa que pudiese ser caracterizada
como la aplicación de una categoría (Laclau y
Mouffe, 2000).
Por eso, la mediación dialéctica permite
visibilizar las implicaciones emocionales en la
construcción de actores colectivos, pero tam-
bién refleja la urgente necesidad de ampliar el
marco de significación del concepto de ciuda-
danía en los términos de un concepto relacio-
nal con un sistema político frente a unos
poderes y a otros conciudadanos que percibi-
mos como iguales a nosotros. “Los discursos se
entienden como estructuras abiertas con signi-
 o t r a s v o c e s

cursos en las instituciones modernas (de la

ficados limitados, no por la forma de su agen- escuela a la familia, pasando por el cine o el
cia, sino por la particularidad de sus condicio- arte) y una mutación de los cuerpos (Precia-
nes de posibilidad” (Laclau y Mouffe, 1985). do, 2003, p. 7).

Conclusión Con lo anterior, no es exagerado afirmar

Como se puede observar, las relaciones
entre identidad sexual y ciudadanía en el con-
texto geopolítico colombiano plantean con
urgencia que la sociedad civil y las instituciones
democráticas son medios efectivos de garanti-
zar nuestra igual dignidad humana, nuestra
que la homosexualidad es un proceso indivi-
dual y relacional que permite la creación de
filiación(es) a través de la interacción social,
pero que también anima y hace plausible el
fomento del desarrollo moral (avance cogniti-
vo y emocional) de los seres humanos a través
de la valoración de la identidad y la
autonomía personal como orienta-

N o es exagerado afirmar que la

homosexualidad es un proceso individual y relacional
dores de la búsqueda de igualdad
ciudadana. “La moral sexual exige
aún y siempre que el individuo se
que permite la creación de filiación(es) a través de la someta a cierto arte de vivir que defi-
interacción social, pero que también anima y hace plau- ne los criterios estéticos y éticos de la
sible el fomento del desarrollo moral (avance cognitivo y existencia, pero este arte se refiere
cada vez más a principios universa-
emocional) de los seres humanos a través de la valora-
les de la naturaleza o de la razón, a
ción de la identidad y la autonomía personal como los que todos deben plegarse de la
orientadores de la búsqueda de igualdad ciudadana. misma manera, cualquiera que sea
su estatuto” (Foucault, 1987).
autonomía y nuestro poder de autodirección, el
compromiso de propiciar espacios abiertos y
dinámicos de conocimiento, análisis y trata-
miento de aspectos del ámbito privado de las
personas, como la sexualidad y su relación con
la subjetividad –como búsqueda de esencias,
terreno de conflicto y lucha, de liberación y sub-
yugación–, pero en su inmediatez generan inte-
rrogantes sobre las relaciones de éstos para con
la enunciación, garantía y acceso efectivo de los
ciudadanos gays tanto al ejercicio de derechos,
como a la actuación o la toma de decisiones
novedosas en el conglomerado social (subjetivi-
dad política).

la toma de palabra por las minorías queer es

un acontecimiento no tanto post-moderno
como post-humano: una transformación en
la producción y en la circulación de los dis-

novaetvetera113
o t r a s v o c e s
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Notas
1 Entiendo por postmodernidad el desafío de grupos únicos y
diferenciados a los imaginarios sociales, las tradiciones y los
sistemas de dominación propios de la ilustración (la imagen
del hombre perfecto), desarrollan como estrategia para la
implementación de una participación más directa en las
decisiones
2 ITS: Son aquellas infecciones que se transmiten por contac-
to sexual, genital, anogenital u urogenital, ante la carencia o
ausencia de métodos de protección y definición de una
única pareja.
3 Cfr. Serrano. (1997). Entre negación y reconocimiento. Estu-
dios sobre homosexualidad en Colombia. p.77.

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novaetvetera115
 o t r a s v o c e s

Simón Hampton Ruiz, fotografía: Correo, Noruega 2002.

Itinerarios sin Cosmos
Construcción y vivencias
de la categoría de desplazado*
Gregorio Hernández Pulgarín
Antropólogo de la Universidad de Caldas. Administrador de Empresas de la Universidad Nacional de Colombia. Inves-
tigador al Grupo de Investigación Territorialidades de la Universidad de Caldas y profesor catedrático del Departamen-
to de Antropología y Sociología.

Paula Andrea Velásquez López

Trabajadora Social de la Universidad de Caldas. Estudiante de la Maestría en Investigación Social de la Universidad de
Buenos Aires. Investigadora del Grupo de Investigación Territorialidades de la Universidad de Caldas.

Resumen
En este artículo se analizan algunas implicaciones y consecuencias que se derivan de la construc-
ción de la categoría desplazado, las cuales se ven materializadas en marcos de acción y compren-
sión a los que están sujetos tanto las instituciones como la población afectada directa o
indirectamente con la problemática. Uno de los propósitos es develar algunos mecanismos ideo-
lógicos implícitos en el ejercicio estatal de construir la Ley para abordar la realidad del desplaza-
miento y la categoría desplazado. El otro propósito es poner en evidencia elementos que van
más allá de lo estipulado en el ordenamiento jurídico, lo cual implica enfocar la vida social de
los desplazados, a partir de representaciones sociales y de los escenarios a los que se ven aboca-
dos en sus necesarios tránsitos. Esto se concreta mediante la etnografía y la cartografía semióti-
ca, que logran mostrar in situ la problemática misma, e inscribirla en un contexto de causalidad
que permite distanciarla del aspecto circunstancial y la acerca al análisis de las lógicas y diná-
micas específicas de una colectividad inscrita en un territorio, como resultado de la combina-
ción de referentes simbólicos y de prácticas socioespaciales de problemáticas móviles, flotantes
y emergentes.

Palabras clave

Desplazamiento, desplazado, transposición socioespacial, vida cotidiana, resarcimiento y

ordenación.
o t r a s v o c e s
Introducción
U
no de los propósitos de este artículo es
dilucidar la categoría desplazado, en
tanto que mecanismo retórico-opera-
tivo del Estado, funcional en términos prácti-
cos para “administrar” una problemática
social, pero inconveniente a la hora de abordar
dicha problemática en contextos históricos y
de reconocimiento de las particularidades de
los procesos de socialización que tienen lugar
en la dinámica del desplazamiento. En esa
medida, un vistazo superficial a la Ley 387 de
1997 es suficiente para deducir que la categoría
desplazado está inscrita en lo que Fabian
(1983) concebiría como la utilización estratégi-
ca del recurso tiempo para construir un Otro (el
desplazado), en este caso, inteligible y maneja-
ble a partir del ordenamiento legal, pero inevi-
tablemente situado en el sin tiempo de la
coyuntura.
El segundo propósito lo define el interés
por vislumbrar los tiempos y lugares del des-
plazamiento, en trayectorias que contienen la
experiencia vital de los tiempos y espacios,
tanto institucionales (enmarcados en la ley)
como cotidianos, desde una perspectiva etno-
gráfica y semiótica.
Ambos propósitos confluyen en la inten-
ción por poner de manifiesto la necesidad de
considerar una problemática que, en su reali-
dad más cotidiana, está marcada por matices
emocionales, desde una perspectiva en la que
se trascienda el marco de comprensión legado
por la atención institucional de la tragedia. Con
esto se busca promover la reflexión acerca del
desplazamiento como problema histórico con
manifestaciones sociales, territoriales, políticas
y económicas que lo dimensionan. La perspec-
tiva propuesta pone en evidencia tiempos y
lugares del “desplazamiento” en una dimen-
118novaetvetera
sión humana que va más allá de la tragedia e
intenta buscar regularidades significativas; es
decir, se constituye en una propuesta de inter-
pretación inscrita en un interés por desentra-
ñar algunos de los elementos (los procesos
sociales y la historicidad del fenómeno) que
configuran la problemática y que, de paso, tra-
tan de dejar sin fundamentos cuestionamien-
tos como: ¿Es posible negar las líneas de
causalidad y las consecuencias de las formas de
organización y control social, por ejemplo,
dentro de estos difíciles procesos de movilidad
espacial? ¿Podemos prescindir de creaciones
culturales como aquellas que construyen los
vínculos con territorios sobre los cuales se cier-
nen la muerte, el estigma, o una estabilidad
que oscila entre lo efímero y lo duradero?
El gráfico 1 es una abstracción temática y
conceptual, por medio del cual se muestran las
diferentes posturas/discursos que configuran la
categoría institucional y cotidiana desplazado.
La categoría desplazado, como toda cate-
goría, se erige como una construcción social en
la cual convergen elementos discursivos de múl-
tiple naturaleza. En primer lugar, en el marco del
ejercicio político del Estado Social de Derecho
que constituye el proyecto de Nación en Colom-
bia, el poder central ha producido una serie de
mecanismos jurídicos (ver gráfico 1) que legiti-
man una visión particular de las condiciones en
las cuales operan las rupturas territoriales, susci-
tadas en el curso del conflicto entre los grupos
armados, visión que acoge una serie de estrate-
gias de recomposición y asistencia, encamina-
das al aseguramiento de los niveles básicos de
bienestar que comprometen su responsabilidad
legislativa con las poblaciones afectadas.
En este sentido, es posible hablar de un
discurso estatal configurado a partir de ciertos
 o t r a s v o c e s

Gráfico Nº 1. Configuración de la categoría desplazado.

• Concepción jurídica del desplazado (ley 387 de 1997)

• La Organización institucional
Discurso
• Acciones concretas de recomposición
estatal • Ciudadano
• Organización de base - ejercicio ciudadano

Atención
humanitaría • Seguridad
• Insentivos Discurso
• Proyectos productivos académico
Retorno • Legalización
• Alimentación • Fortalecimiento del
• Salud capital social y humano
Configuración
• Refugio • Proceso de emigración a
de la categoría
• Rehabilitación partir de la DES-LOCAIZACIÓN
de desplazado • Empleo de emergencia Estabilización
de los actores sociales
• Fortalecimiento • Desplazado como sujeto sin
del capital social y tiempo y lugar
humano • Tierra (rural)
• Subsidio • Vivienda
• Proyectos productivos
Reubicación
• Infraestructura
• Fortalecimiento del DESPLAZADO COMO
capital social y humano SUJETO HISTÓRICO

• Relaciones familiares
laborales y de vecindaje
Discurso de la
• Actor social
cotidianidad
• Experiencia
de la alteridad

Fuente: J. Yepes y P. Velásquez (2004). Trabajo de campo. Manizales.

criterios fundamentales que se cristalizan en la Esta definición formal de la condición de

ley 387 de 1997, la cual define al desplazado
como:
Toda persona que se ha visto forzada a
migrar dentro del territorio nacional, a
abandonar su localidad de residencia o acti-
vidades económicas habituales porque su
vida, su integridad física, su seguridad o su
libertad personal han sido vulneradas o se
encuentran directamente amenazadas, con
ocasión de cualquiera de las siguientes
situaciones: conflicto armado interno, dis-
turbios y tensiones interiores, violencia
generalizada, violaciones masivas de los
derechos humanos, infracciones al Derecho
Internacional Humanitario, u otras circuns-
tancias emanadas de las situaciones que
puedan alterar o alteren drásticamente el
orden público (Artículo 1).
los desplazados se erige como la herramienta
primordial que permite el reconocimiento de
una situación histórica del país. Esto implica, en
un orden básico del análisis, un instrumento de
legitimación de la especificidad coyuntural de
quienes por diversos motivos (relacionados con
crisis de índole social, económica o política) han
abandonado sus territorios de origen en busca
de nuevos contextos de acogida. El ser desplaza-
do es, desde esta retórica, la vivencia directa de
alguno de los enunciados acotados en la formu-
lación de la ley, más allá, por ejemplo, de las con-
diciones particulares que se derivan de la
historia individual y colectiva de los directamen-
te implicados en esta problemática. Se supone
entonces, de manera preliminar, que la catego-

novaetvetera119
o t r a s v o c e s
ría desplazado, desde el discurso estatal, es una
categoría inclusiva –léase homogeneizante–
que cobija a una enorme diversidad de indivi-
duos y colectivos que comparten por sus con-
diciones actuales una cualidad jurídica común.
Para dotar de instrumentos de ejecución a
las políticas sociales de atención al desplazado
el Estado ha construido además, un modelo
organizacional representado en un aparato
administrativo encargado de operativizar la
Ley1, esto por medio de un registro de la pobla-
ción afectada y de la canalización de los recursos
que hacen efectivas dichas políticas. La creación
de estos espacios de canalización de recursos
expresa la operativización de un intrincado
cuerpo institucional, del cual hacen parte múlti-
ples órganos (tanto gubernamentales como no
gubernamentales) que administran las políticas
de reconocimiento del desplazado. Dicho cuer-
po condiciona en gran parte las dinámicas de
adaptación de los afectados en los contextos
receptores y, al mismo tiempo, facilita –en algu-
nos casos– el desarrollo de actividades econó-
micas tendientes al reacomodamiento de las
poblaciones afectadas en las nuevas condicio-
nes, por medio de la puesta en marcha de pro-
gramas de capacitación y del acompañamiento
en la elaboración de proyectos productivos.
El intrincado marco organizativo definido
por la Ley sólo entra en funcionamiento a par-
tir de la experiencia concreta del desplaza-
miento. Dicha experiencia trasciende las
tipologías asignadas por las disposiciones
organizativas, y se convierte en un profuso
campo de significados y de relaciones sociales
parcialmente evidenciados en este artículo
mediante el uso de dos modelos de descripción
de una realidad (escenarios etnográficos y
mapas semióticos) para pensar la dinámica del
desplazamiento desde otras orientaciones.
120novaetvetera
Cuestiones de principio
Referirnos a la categoría desplazado trae
consigo varias posiciones y perspectivas que
consideramos necesario explicar para no con-
vertir procesos históricos y estructurales en
simples hechos asociados sólo al conflicto
armado. Esto quiere decir que tal categoría no
surge como proceso sine qua non de la guerra,
sino que obedece a diversas realidades empíri-
cas y construcciones discursivas emanadas del
ejercicio del Estado, de instituciones de apoyo,
de la academia y de los contextos sociales. En la
concreción de dichos discursos que intentan
hacer inteligible esta realidad tiene un valor
significativo el papel de la norma; en este caso
particular, la Ley 387 de 1997. Ésta se presenta a
la vez como una fórmula limitada para com-
prender el problema del desplazamiento forza-
do (ordenar los hechos) y como una
herramienta útil en el manejo de la problemá-
tica (ordenar la acción). Así mismo –y esto en
cierta medida constituye nuestro énfasis– la
norma se presenta funcional al ordenar las
relaciones cotidianas de aquellos sobre los que
recae el poder de la representación inherente a
la categoría desplazado y sobre aquellos otros
miembros (vecinos, familiares, conciudada-
nos) de la sociedad que mantienen relaciones
efímeras o duraderas con éstos, en los diferen-
tes escenarios que implica esta recurrente
movilidad.
Creación de la realidad del desplazamiento
¿Podríamos afirmar de manera categórica
que el desplazamiento es una realidad reciente
en la historia del país, sin incurrir en un acto de
negación de la historia? Esta pregunta necesa-
riamente desemboca en una disyuntiva funda-
mentada, por un lado, en el reconocimiento de
la similitud existente entre las formas de movi-
lidad generadas por las manifestaciones con-
flictivas sucedidas a lo largo de la historia del

país y, por el otro lado, en la aceptación (por la
eficacia simbólica) de la creación de una
“nueva” realidad, mediante el contundente
acto de proclamación de una Ley que supone
dotar de cualidades la realidad específica que
se está tratando, y darle la apariencia de nove-
dosa.
Referir la historia de los conflictos políticos
es manifestar múltiples y frecuentes formas de
movilidad poblacional en Colombia. Las dispu-
tas entre conservadores y liberales del siglo XIX
y la manifestación posterior de esta eterna con-
frontación en la “violencia política” de media-
dos del siglo XX constituyen apenas dos hitos
del desarraigo de una larga historia de desplaza-
miento. Los procesos de crecimiento poblacio-
nal de las ciudades acaecidos durante el siglo
pasado estuvieron signados por disputas que
implicaban un control territorial. Esta movili-
dad poblacional a través de la deslocalización
inducida ha implicado la fractura de la conti-
nuidad de la vida social en un contexto de vida
“inicial”, y la construcción de referentes signifi-
cativos y relaciones duraderas en los lugares de
instalación y de adaptación posteriores. Las
poblaciones deslocalizadas por las numerosas
confrontaciones que han tenido lugar en la his-
toria del país, llamadas migrantes, a falta de una
nominación legal que instaure un reconoci-
miento particular de este problema social, hoy
han recibido el bautizo institucional (con el aval
del ordenamiento jurídico) que las designa
como “desplazadas”.
La categoría desplazado es ambivalente.
Por un lado, se convierte en un instrumento de
discriminación positiva mediante el cual se
busca el resarcimiento por parte del Estado
para una población cuyos derechos, por acción
u omisión, han sido vulnerados. Por otro lado,
se convierte en un estigma social que recae
o t r a s v o c e s
sobre la población que recibe esta denomina-
ción. Una condición adicional de esta catego-
ría, esbozada en la pregunta formulada en
párrafos anteriores, alude a su particularidad
para erigirse en acto fundacional de una reali-
dad en apariencia nueva.
Al margen de la intención de los legislado-
res, la Ley 387 de 1997 ha propiciado una ruptu-
ra de la continuidad histórica y la fragmentación
de un fenómeno de insoslayables consecuen-
cias: el desplazamiento. En términos pragmáti-
cos, la ley tiene una justificación razonable al
facilitar (restringiendo e incluyendo) la aten-
ción, es decir, la búsqueda de un resarcimiento
eficaz. Sin embargo, ese énfasis en la atención
favorece la negación de los procesos estructura-
les que se encuentran en relación directa o indi-
recta con el tipo de movilidad poblacional que
nos interesa abordar aquí. Así las cosas, el marco
de acción definido por las normas jurídicas ins-
piradas en principios del pragmatismo y de una
particular visión humanística ha tendido a una
reducción de la dimensión humana, en la que el
sujeto de la Ley, reconocido como “desplazado”
aparece, paradójicamente, como un actor sin
historia. Así, el fenómeno mismo del desplaza-
miento es desprovisto de un sólido vínculo de
causalidad o de continuidad, y se lo inserta en
categorías que se refieren concretamente a los
momentos de urgencia, emergencia y restable-
cimiento.
El contenido retórico de la condición de
“desplazamiento” es, a su vez, un instrumento
de legitimación de la especificidad coyuntural
de quienes han abandonado forzosamente sus
territorios de origen en busca de otros escena-
rios de acogida. El ser desplazado constituye,
desde esta retórica, la vivencia directa de algu-
no de los enunciados acotados en la formula-
ción de la Ley, más allá, por ejemplo, de las
novaetvetera121
o t r a s v o c e s
condiciones particulares que se derivan de la
historia individual y colectiva de los directos
implicados en esta problemática. No es difícil
inferir, desde lo anterior, que la categoría des-
plazado halla su operatividad en la condición
inherente a la Ley: la homogeneización, es
decir, la cualidad y necesidad de reunir en una
realidad ideal a una enorme diversidad de indi-
viduos y de grupos sobre los que recae la cons-
tricción de un ordenamiento jurídico común.
El argumento esbozado hasta ahora, sobre
la capacidad de la Ley para construir una reali-
dad desprovista de historia, carece de cual-
quier pretensión iconoclasta: no es una crítica
al Estado o a un gobierno en particular. Se trata
de una propuesta en la que se hace necesario
comprender algunos mecanismos que inter-
vienen en la construcción de categorías de
inclusión y de representación social como lo es
la de desplazado. Para tal efecto, y con el fin de
sustentar dicha tesis, se presentan los argu-
mentos de dos autores que aportan claridad
sobre el tema. Fabian (1983) propone el con-
cepto de alocronía para referirse a la construc-
ción de un ámbito de pensamiento vacío de
historia, que resulta funcional en términos de
los propósitos perseguidos por la construcción
discursiva hecha en dicho ámbito. Si bien su
crítica se refiere concretamente a la construc-
ción sin consideración del tiempo de la teoría
antropológica, su aplicabilidad resulta eviden-
te en un contexto de creación discursiva igual-
mente normativo y mucho más funcional,
como lo es el del derecho. Siguiendo esta tradi-
ción de pensamiento, próxima a los cuestiona-
mientos hechos por Foucault a la carga política
inherente a los discursos que construyen la
modernidad, se podría inscribir el segundo
argumento. Según Cárdenas (2002, p. 39): “la
Ley es una realidad que se cuenta para institu-
cionalizar el olvido”, el derecho, en cierta medi-
122novaetvetera
da, “ejerce el monopolio de la narración de las
múltiples realidades regionales”. Esta concep-
ción es acogida, con ciertos matices, para inter-
pretar la ley en mención. No obstante, es
necesario precisar que, ante lo inevitable de
este proceso ideológico de la construcción de
una realidad concreta, sobrarían las críticas
hacia un ordenamiento jurídico que, entre
otras cosas, resulta operativo para administrar
la complejidad del problema.
La autonomía condicionada
por la categoría desplazado
La decisión, forzada o automotivada, de
hacerse móvil dentro de un plano cartesiano
implica siempre traer consigo bagajes desde el
punto A, que afectarán la estancia en los pun-
tos B o C de transición o de arribo. Cuando
pensamos en bagajes, es evidente que no esta-
mos figurándonos sólo las formas cargadas de
melancolía que lleva el viajero, o los planifica-
dos bienes que transporta el turista, estamos
hablando de objetos de memoria a partir de los
cuales se definen las particularidades cósmicas
y geográficas determinantes en la construcción
del sujeto movilizado en un plano. Esta cons-
trucción está mediada por dos condiciones
inherentes a las situaciones del extrañamiento
geográfico: la evocación del territorio que
ahora es lejano –menos en sus referentes sim-
bólicos que en la recurrencia cotidiana a los
espacios que constituyen la elaboración
demarcativa y subjetiva de aquello que llega a
ser territorio–, y las contingencias relacionales
que determinan las nuevas dimensiones que
van definiendo culturalmente los espacios de
destino. Este último proceso oscila (en virtud
del tiempo y de los sucesos que permiten la
sedimentación de sentidos atribuibles al espa-
cio) entre la construcción de un lugar y la
vivencia distante y casi anodina de un sin lugar,
en los términos que lo entiende De Certeau

(2000), es decir, espacios cargados de una deci-
dida ausencia de significación en muchas de
las acciones emprendidas por los usuarios de
lo que, en estos términos, llega a ser primor-
dialmente una extensión geográfica escasa en
hitos potencializadores de la creación cultural,
para quienes sus referentes están más ubica-
dos en los predios de una evocación melancó-
lica que remite a las ideas de los lugares
abandonados.
El desplazarse como consecuencia de esas
constricciones que confluyen en los dominios
de lo bélico, lo político, lo territorial y lo econó-
mico es una forma de extrañamiento signada
por la marginalidad, por la exclusión y por una
extrema heteronomía2, condiciones detonan-
tes de una construcción de circuitos de movili-
dad (y de restablecimiento) indeseados,
carentes de las proyecciones y estrategias nece-
sarias para la organización previa del itinerario
de los “desplazados” y, en consecuencia, coad-
yuvantes en la desestructuración de un mundo
que difícilmente puede ser reorganizado a tra-
vés de formas similares a las contenidas por
aquellos que estaban delimitados por sus luga-
res de partida.
En este punto es vital destacar el papel de
la heteronomía. Ésta tiene lugar en diferentes
momentos de la vida de los “desplazados”, aun
desde antes que adquieran esta condición-
estigma. Una vez los actores (militares, guerri-
lleros, paramilitares) y factores (hostigamientos,
miedo, desestructuración económica) del con-
flicto hacen su aparición (desde luego nunca
espontánea) en zonas rurales de los municipios
de Pensilvania, Samaná, Riosucio o en cualquie-
ra de los municipios donde la situación de des-
plazamiento es álgida, se restringe la capacidad
de decisión de los individuos y de las familias,
incluso en asuntos fundamentales en la ideolo-
o t r a s v o c e s
gía occidental y su estructura jurídica, como la
libertad de quedarse en sus predios bajo unas
mínimas condiciones de seguridad garantiza-
das por el Estado. Posterior a los impedimentos
para quedarse en sus espacios culturizados, la
partida de los “desplazados” está marcada una
vez más por determinantes externos que dan
forma a las trayectorias sucesivas y a la experi-
mentación de otros escenarios problemáticos
(de confrontación con vecinos, de alienación).
Instituciones como la Red de Solidaridad
Social o las redes sociales y de parientes son
algunas de las instancias que generan y repro-
ducen la heteronomía de los “desplazados”,
dada la necesidad de acudir a ellas. Las condi-
ciones heteronómicas en las que se toman
decisiones inherentes al desplazamiento forza-
do devienen transformaciones de los universos
simbólicos e implican la generación de expec-
tativas y conductas objetivamente ajustadas a
frágiles y cambiantes condiciones sociales
caracterizadas por los tránsitos que tienen
lugar en los desplazamientos forzados. En
dichos tránsitos se va definiendo un sujeto, a
través de la puesta en juego de algunos referen-
tes de identificación y desde la aprehensión y
dotación cognitiva del orden/caos a la exterio-
ridad. Estos recorridos de lo que se ha dado lla-
mar desplazamiento forzado implican una
periódica segregación de alteridades, y la nego-
ciación o la imposición discursiva de percep-
ciones del Otro, como causa y consecuencia de
la exclusión.
Representaciones y escenarios disímiles
determinados por la categoría
desplazado
Una manifestación de la compleja urdim-
bre de conexiones existentes entre los diversos
niveles de causalidad (social, territorial, econó-
mica y política) y las múltiples consecuencias,
novaetvetera123
o t r a s v o c e s
se ubica en un plano de análisis etnográfico, en
el cual es posible evidenciar, por ejemplo, las
constricciones políticas institucionales, pues-
tas en juego con las disposiciones consuetudi-
narias, tanto en un espacio de relaciones, de
encuentros y desencuentros (espacio social),
como en el espacio geográfico. La perspectiva
etnográfica es complementada con la utiliza-
ción de mapas semióticos, es decir, con planos
de representaciones múltiples en los que con-
vergen productos (discursos, percepciones,
concepciones) de procedencia disímil (institu-
cionales, cotidianos, académicos). Dicha con-
junción analítica y metodológica, que se
presenta a continuación, pretende ofrecer un
asidero empírico, que permita desentrañar
algo de esa realidad, constituida en parte por el
discurso institucional, en parte por la práctica
social.
Escenarios alternativos desde la etnografía
La vida social de los “desplazados”, una vez
inician su recorrido, está signada por el cambio
continuo de espacio. Un ejercicio analítico per-
mite sistematizar algunos momentos significa-
tivos dentro de esas trayectorias que pueden
organizar la vida de los “desplazados”. Sugeri-
mos la utilización del término categorías de
transposición socioespacial de la población en
situación de desplazamiento, como una herra-
mienta útil para comprender cuatro escenarios
temporales diferentes, que articulan los con-
juntos de representación a través de los cuales
se hace objetivable una porción de la compleji-
dad del orden adquirido en dicho recorrido. El
primer escenario es el de las condiciones pre-
vias al desplazamiento, un pasado idílico que
narra los lugares originales a través de discur-
sos y representaciones, en los que se excluyen
(o por lo menos se atenúan mediante el discur-
so) las condiciones inmediatas al desplaza-
miento, esto es, las presiones de los actores
124novaetvetera
armados3 y los factores de desestabilización. En
los discursos testimoniales y narrativos de la
población en desplazamiento, la recurrencia a
estos referentes idílicos que dan forma pretéri-
ta al topos original es escasa. Estos escenarios
tienen cierta correspondencia con las expecta-
tivas de retorno a ese lugar incorrupto por la
acción de los agentes del desorden. Así, su evo-
cación se halla limitada a los intersticios que le
deja un discurso construido usualmente en
torno a un pasado inmediato, un presente
doloroso y un futuro incierto.
En conversaciones sostenidas con sujetos
que han experimentado la emigración forzosa,
prima la evocación de eventos que han resulta-
do relevantes en la situación problemática del
desplazamiento que se ha venido naturalizan-
do, al tiempo que se han satanizado sus suje-
tos; es decir, un segundo escenario que
connota un estado de fragmentación. Los dis-
cursos constantemente remiten a los momen-
tos inmediatos al desplazamiento, a las historias
desgarradoras que marcan la fractura de la coti-
dianidad y la discontinuidad de los espacios de
vida (Di Méo 1998), o lo que es lo mismo, aque-
llos espacios frecuentados y recorridos con cier-
ta regularidad.
Un vecino que nosotros teníamos, lo martiri-
zaron los paracos, lo pensaban matar, los
paramilitares, si pues, esa gente, no sé, como
que cualquier problemita, cualquier defecto
que tenga una persona le dan un escarmien-
to, a unos inclusive hasta los mataban, es una
tortura, que mejor dicho, los niños quedan…
a mi hermano le dio muy duro. Mi hermano
cuado llegó por acá… él venía del colegio y
tenían un señor amarrado frente al colegio, a
él le tocó ver y todo. Después a la media hora
que quedaba la casa de nosotros, en un filo,
unos quince minutos antes, después allá en
el filo, estaban también los paramilitares,
entonces pues a él le dijeron que él no podía
seguir, y les contestó que por qué no podía

seguir a la casa de él, y no, que no podía
seguir, y se le llegó como hasta las seis y trein-
ta de la tarde, y lo tenían detenido en un palo,
contra un filo, y no, no lo dejaban venir, si no
lo dejaban pasar, y como ese caso, es que no
tiene sentido uno contar, ese caso se veía a
diario, de detener estudiantes, de los niños
que si se han muerto, tenerse que quedar
callado el que estuviera viendo, muchos
casos así (Entrevista Trabajo de Campo. A. S.,
adulto. Manizales, 2004).
La casita la dejamos allá con la mayoría de
cosas (...) en esos mismos tiempos fue en que
mi hermano pues ya decía “no voy al colegio
porque eso está muy peligroso”, y que uno lo
tenía que dejar y que inclusive la profesora
tenía que mandar a decir que no los manda-
ra. Y en esos mismos tiempos se oyó un
comentario, que donde vivieran más de tres
hijos se llevaban dos, o hasta los tres, y en la
casa éramos seis, claro que todos no queda-
mos bajo condición de desplazados, porque
unos se vinieron adelante, pues, uno se casó
y se vino y así, se habían ido los que igual-
mente veían por mi mamá (Entrevista Traba-
jo de Campo. Adulto. Manizales, 2004)
La recurrencia en los relatos sobre las cau-
sas inmediatas del desplazamiento pone en
evidencia, por un lado, las persistentes huellas
memorísticas resultantes de la significación de
los dispositivos de fractura social, de extraña-
miento geográfico y, en consecuencia, de caos,
ante la alteración de los códigos que ordenan la
vida cotidiana. Por el otro lado, permite apre-
ciar cómo paulatinamente dichos relatos van
articulando referentes de identificación-estig-
ma del desplazado, y cómo este fluye a través
del discurso explícito4, un discurso que poco a
poco y con el concurso de las instituciones de
apoyo (tanto gubernamentales como privadas
o del tercer sector), inevitablemente se va capi-
talizando en los imaginarios de la población
desplazada y de los Otros, sus próximos pero
distantes vecinos, los habitantes de las ciuda-
des y de los pueblos, quienes basados en esos
o t r a s v o c e s
referentes de conflictividad y de transgresión
relacionados con el momento de ruptura, van
ordenando en sus esquemas de valoración y de
clasificación del Otro, al desplazado, como un
agente de caos, perturbador, signado por las
contingencias de su propia génesis.
Las complejas circunstancias que rodean
los desplazamientos forzados y los discursos de
evocación de la fragmentación del desplazado
generan múltiples efectos. Uno de ellos es movi-
lizar una vasta y poco eficaz estructura burocrá-
tica estatal5 con la que se pretende hacer frente a
una situación dramática, no sólo por los conte-
nidos de las historias particulares y familiares,
sino por la cantidad de éstas y por el panorama
que parece calcarse del presente desolador. Otro
efecto que se puede identificar es aquel relacio-
nado con la generalizada construcción de
nociones tipificadas en torno a ese desorden
primordial del que hablábamos atrás y del cual
emana la condición ontológica del desplazado.
Castillejo plantea la construcción del desplaza-
do como una “alteridad radical”, como aquel ser
distante, “irreconocible” e “indefinible” en el
espacio social; como elementos de una taxono-
mía des-historizada, tipificada, repleta de sím-
bolos de alteridad construidos por ejemplo a
partir de su misma condición de usurpador de
espacios que escasamente fueron planeados
para él (2000, 130-148), pero también por su
incorporación en el cuerpo social del caos y de la
tragedia puesta en escena cotidianamente
mediante el discurso explícito expresado frente
a aquellos que los interpelan en diferentes con-
textos de acción simbólica: en una entrevista
con un etnógrafo, en la interacción en los
barrios, y sobre todo, frente a funcionarios de las
instituciones que les prestan atención.
La evocación de la fragmentación es pues
una representación que imbrica el espacio y el
novaetvetera125
o t r a s v o c e s
tiempo en un proceso de subjetivización. La
construcción metafórica sobre estas categorías
desde la proyección existencial de los “despla-
zados”, está cargada emotivamente de una
fatalidad en torno a la cual espacio y tiempo,
fragmentados por las causas del desplazamien-
to y por la emigración misma, resultan poten-
cialmente desdeñados, en contraste con lo que
ocurre con las evocaciones idílicas que apare-
cen con el implícito deseo de retorno.
El tercero de los escenarios temporales en
que tienen lugar las categorías identificadoras
de transposición socioespacial, es el de los des-
plazamientos transitorios previos a la “conso-
lidación y estabilización socioeconómica”6, es
decir los momentos inherentes a la ausencia de
sedimentación de las rutinas constitutivas de la
vida cotidiana (Juan, 2000; Lefebvre, 1972; Lin-
dón, 2000).
En esta etapa donde la itinerancia se hace
más evidente, es imposible establecer un sólido
vínculo con el espacio físico y solidificar los ele-
mentos constitutivos del espacio social que
implicarían una relación medianamente armo-
niosa entre individuos y colectivos poseedores
de acervos culturales disímiles. Se estaría frente
a una ausencia de cosmos, emergente por el vér-
tigo de las migraciones y las tensiones manteni-
das en los espacios “usurpados” por los
“desplazados”. Esto no implica una concepción
del espacio a manera de categoría vacía –una
obsecuente tabula rasa– de dinámicas de poder
y desprovista de algunos trazos reveladores de
construcciones culturales de quienes lo han
ocupado históricamente. Por el contrario, es evi-
dente que, como lo plantea Lefebvre: “el espacio
es político e ideológico. Es un producto literal-
mente lleno de ideologías” (citado en Oslender,
2000, 194). El matiz adquirido por los encuen-
tros (resultaría más acertado desencuentros) en
126novaetvetera
este escenario de itinerancia-desarraigo está
marcado por la multivocalidad perceptiva de lo
que es un espacio de tránsito (para los “recién
llegados”), o un espacio históricamente dotado
de sentidos para otros (los habitantes usuales).
Dicha multivocalidad encierra tensiones y dis-
paridad en las representaciones que se generan
tanto del espacio mismo, como del Otro con
quien está en juego en el espacio social desde
donde se construye una vida cotidiana que ha
sido fragmentada con el solo encuentro:
[...] en una ocasión nos sacó sacados a la calle
en momentos que no teníamos pues nada,
nada con qué colaborar nos sacó. Ha sido
muy duro para nosotros todo eso, y, y tener
que volver a pedir, tener que volver a pedir
que nos dejen estar ahí por las niñas ha sido
todavía más duro. (Entrevista Trabajo de
Campo. Adulto. Manizales, 2004).
Otra desplazada forzada mostraba la tena-
cidad de la ciudad para con los itinerantes o los
foráneos:
El que llega a la ciudad es como arrimado...
la ciudad es buena para las personas que tie-
nen su casa, trabajo y que han nacido y se
han criado acá; no así como pa’ nosotros
que estamos enseñados, nacidos y criados
en el campo, es duro, para mí es duro.
(Entrevista Trabajo de Campo. Adulta. Mani-
zales, 2004).
No es, pues, el espacio donde tiene lugar
la mise-en-escène de las tensiones y construc-
ciones inherentes a este escenario –que
hemos denominado de itinerancia y desarrai-
go– una simple extensión física y geográfica
que contiene cuerpos desprovistos de histo-
rias (mancilladas, arraigadas, enaltecedoras, y
en general, divergentes y diversas por las par-
ticularidades propias del evento) y de inten-
ciones marcadas que entran en la dinámica

social de restablecimiento fugaz, pero a su vez
de ruptura, de las rutinas de la cotidianidad. En
los espacios de habitación transitoria se radica-
liza la demarcación de fronteras contorneadas
por la creencia en ciertos “derechos inmanen-
tes”, que se sobreponen a las disposiciones lega-
les de propiedad y de ocupación de los suelos
que definen el “uso del territorio” (en términos
jurídico-administrativos). Pero
esta radicalización de fronteras, en
tanto que es una manifestación de
conflicto social devenido de la
cionadas con la atención (de emergencia: alimentación,
causa y distribución de derechos y
albergue, educación y salud), operan de manera contin-
deberes del espacio (García,
1991b), también revela la existen- gencial y coyuntural, que muchas veces resultan no ser
cia de ciertos atenuantes de la ten- útiles en la solución de la repetida itinerancia.
sión, que no alcanzan a engendrar
ninguna fuerte cohesión entre los antiguos
pobladores y aun entre emigrantes-itinerantes,
quienes, a pesar de poseer como elemento
común la condición-estigma de “desplazados”,
provienen de espacios diversos. Los atenuan-
tes de la conflictividad por el uso del espacio
(usurpación desde la perspectiva de algunos
de los protagonistas) son débiles y adquieren
la forma poco duradera de caridad entre los
forzados vecinos (lo que se evidencia aun en
los casos más o menos reiterados de acogida
de familiares o de acogida por vecindad o afi-
nidad previa).
Las instancias gubernamentales relacio-
nadas con la atención (de emergencia: alimen-
tación, albergue, educación y salud), operan de
manera contingencial y coyuntural, que
muchas veces resultan no ser útiles en la solu-
ción de la repetida itinerancia. El carácter
“inesperado” del desplazamiento forzoso (por
la percepción de quienes apoyan, su falta de
herramientas que garanticen el control del
territorio, en términos del derecho) signa de
inestabilidad y fragilidad la vida de unos “des-
o t r a s v o c e s
plazados” que ven desarticularse las redes
sociales constituidas de antemano, que servían
de soporte para esa lógica de la cotidianidad,
importante por contener los sentidos del
mundo social y como medio eficaz en el man-
tenimiento de las condiciones materiales de la
existencia.
L as instancias gubernamentales rela-
El cuarto escenario aludido aparece más
difuso al estar marcado por una mayor indife-
rencia de quien ahora no es afectado y por la
desesperanza del receptor de un don7 muchas
veces indeseado o de consuelo ante la pérdida
total y la obstinación por seguir adelante. La
indiferencia se sobrepone a la lástima y al repu-
dio generado por seres andrajosos y mendican-
tes que fragmentaban la plácida continuidad
de los ritmos de la ciudad. El “desplazado”
parte con su estigma de nuevo a su territorio
(que no será el mismo de siempre), o hacia un
nuevo predio ambiguamente representado
como espacio que se irá codificando cultural-
mente, con la necesaria evocación emotiva de
la nostalgia propia del desterrado, y deja de
lado la “ausencia de cosmos” de los dos escena-
rios anteriores, es decir, halla la posibilidad de
dotar de orden un espacio que empieza a ser
apropiado.
Este cuarto escenario está enmarcado en
las políticas de consolidación y estabilización
socioeconómica, definidas en la Ley 387 de
1997 como las acciones y medidas de mediano
novaetvetera127
o t r a s v o c e s
y largo plazo dirigidas a generar condiciones de
sostenibilidad económica y social para la
población desplazada, en el marco del retorno
voluntario o del reasentamiento en otras zonas
rurales o urbanas.
Se trata de un don otorgado desde el ejer-
cicio legal, que adquiere diversas connotacio-
nes. En primer lugar recordamos con Cárdenas
que “la ‘Ley’ hablando ante el presente, efectúa
el simulacro de evocar el pasado con la preten-
sión de ofrecer la felicidad y la abundancia del
porvenir” (2002, 33); en esa medida, las institu-
ciones que encarnan el discurso legal conside-
ran la dotación de la vivienda (bien mediante
las modalidades de reubicación o de retorno) y
el restablecimiento de las condiciones de vida
(redes familiares y sociales, empleo, acceso a
servicios básicos) como la solución definitiva a
los problemas de los “desplazados”. Esto tiene
varios matices que pasan por la necesaria reali-
zación del sin lugar de la ley. Los recursos con
que cuentan las instituciones para atender el
desplazamiento, que sólo en el Departamento
de Caldas supera las 20.000 personas en 5 años,
no permiten operativizar todo lo planteado en
la ley; en esa medida, los programas y planes
resultan insuficientes en la resolución de los
problemas afrontados por los pobladores.
Por otra parte, el retorno, en ocasiones
(principalmente en los desplazamientos indi-
viduales o “gota a gota”), plantea problemas a
algunos campesinos, que cualifican y dan sig-
nificado de diversas formas al espacio poten-
cialmente recuperable. Así, la idea de que todos
los desterrados sueñan con regresar a sus tie-
rras es un equívoco cuando se considera la pro-
babilidad de que la evocación del lugar de
deslocalización esté signada por imágenes de
destrucción y de caos que orientarán la percep-
ción de dichos lugares:
128novaetvetera
El retorno que han prometido, mucha gente
se ha ido por las promesas de ayuda pero el
gobierno no les ha dado ninguna retribución,
que sí, que vuelvan que por allá están las
mejores ayudas, pero no, que le dan remesa
por seis meses, que le dan a uno machetes;
pero hay mucha gente que no se va, hay
mucha gente que dice que no vuelve por allá.
Póngale cuidado, es que a principiar de
nuevo, fincas acabadas, los cafetales todos
acabados, ya con uno o dos años casi... Si le
dan guadaña de pronto, con guadaña sí. Para
ver que en dos años vuelva la violencia y vuel-
va y sálgase porque no, otra vez desplazado,
perdiendo plata y todo eso; lo que trabaja
uno en un año lo pierde en un rato. Y el Esta-
do muy contento, es que ellos viviendo bien
[…] (Entrevista Trabajo de Campo. Adulto.
Manizales, 2004).
El carácter de don indeseado aparece en
este tipo de casos, o en aquellos en los que ni
siquiera se puede garantizar la vida de quienes
retornan, porque para nadie es un secreto que
se han presentado casos de personas que lo
han hecho y han sido asesinados. Un rechazo
similar a lo otorgado dentro de la lógica de res-
tablecimiento de las condiciones socioeconó-
micas tiene que ver con la imposibilidad de
regresar a las tierras dejadas atrás. Este caso ha
sido más recurrente entre unos “desplazados”
que ven cómo sus territorios siguen inmersos
en la lógica del conflicto, independientemente
de sí se han sumado o restado actores.
La insatisfacción parece ser el común
denominador de este cuarto escenario, en
buena medida por la espera de lo utópico, pero
principalmente porque las huellas dejadas por
el proceso de desplazamiento (causas y conse-
cuencias) son ineluctables. No hay posibilidad
de restituir al sujeto alguna condición anterior
a la desencadenada por el fenómeno. La histo-
ricidad imprime en el desplazado categorías
devenidas de una experiencia sensible evoca-

dora del desorden, de la desesperación y la des-
esperanza.
Juegos sociales de la instalación y la adaptación
desde la perspectiva de los mapas semióticos
Los mapas semióticos constituyen, en este
caso, una modalidad de comprensión del
orden instaurado en los contextos de desplaza-
miento. Se basan en la superposición de múlti-
ples representaciones que permiten apreciar
en diferentes escalas, colores y símbolos, la rea-
lidad y traduce el discurso textual, oral y proxé-
mico a instancias de imagen que vuelven
accesible (a quienes han vivido la experiencia
en forma directa y a funcionarios, por ejemplo)
la realidad representada en esas formas discur-
sivas, sin perder la complejidad de las dinámi-
cas sociales. Además, sigue siendo posible la
ampliación de esa lectura mediante la exégesis
Mapa 1. Dinámicas de recepcion y adaptación del desplazamiento en Manizales.
Fuente: Trabajo de campo, 2003-2004.
o t r a s v o c e s
académica, que permite una mejor compren-
sión, sin ser condición indispensable en la
representación cartográfica semiótica.
Como se muestra en el mapa 1, elaborado
para abordar algunas dinámicas del desplaza-
miento en la ciudad de Manizales entre los
años 1999 y 2003, hay un ejercicio de múltiples
representaciones: por un lado, el mapa mismo
expresa diferentes situaciones de interés en la
configuración de esa realidad particular; por el
otro, está la representación académica que
trata de ahondar en matices, ya no desde el
símbolo, sino desde el concepto .
La interpretación del mapa semiótico
parte nuevamente de la consideración del
“desplazado” como Otro; esto, en términos del
mínimo de conocimiento y vivencias compar-
novaetvetera129
o t r a s v o c e s
tidas con los afectados, y la estigmatización8
que los representa en los discursos locales. Así,
los “desplazados” deben adoptar formas alter-
nativas que les permitan insertarse en los espa-
cios a los que llegan, evitando aludir a su
condición jurídica –es decir, su condición de
“desplazados”– en su trato cotidiano. Eminen-
temente excluyente, el discurso de la cotidiani-
dad en los lugares de llegada y de instalación
atribuye una suerte de doble condición a la
categoría que nos convoca: por una parte, ins-
trumento de reconocimiento jurídico, por otra,
fuente de exclusión y representación estigmati-
zada de la población itinerante.
En este nivel es necesario abordar la cons-
trucción de la otredad como la posibilidad de
que existan referentes estatuidos para generar
redes de vecindad, actores sociales y de tomar
posesión de y posición en un nuevo espacio.
Aquí los conceptos del otro enemigo, el otro
extraño y el otro mismo son útiles para propor-
cionar un juego teórico y social que sustenta la
condición sociocultural de la transformación
del territorio. Dicha transformación está dada
por la negación de la otredad (diferencia cultu-
ral), de la mismidad (principio de ser humano
que nos hace comunes) y de la alteridad (el
paralelismo identitario que nos permite reco-
nocernos como distintos en y a través del otro
en colectivo o individual) en las relaciones
establecidas entre las poblaciones designadas
con el rótulo de “desplazados” y otras poblacio-
nes obligadas a asumir el encuentro.
Dichas confrontaciones sutiles están aso-
ciadas con características estigmatizadas
–“peligroso”, “pobre”, “delincuente”, entre
otros–, y tienen que ver con la posibilidad de
insertarse de una u otra forma en los espacios
de instalación. Así las cosas, la marcada itine-
rancia de la población “desplazada” evidencia-
130novaetvetera
da en la ciudad de Manizales (ver mapa 1) obe-
dece a diversas manifestaciones de dichas con-
frontaciones. Las múltiples direcciones de las
flechas observadas en el mapa 1 son posibles en
virtud de factores diversos (objetivos y subjeti-
vos): los relatos que indican la percibida “falta
de oportunidad para los desplazados”, un cierto
confinamiento a sectores periféricos y margina-
les y el establecimiento de redes de relaciones
en los ámbitos familiares, laborales y de vecin-
dad que posibilitan (o dificultan) un cierto
grado de legitimidad a habitantes (definitivos o
temporales) de un espacio determinado.
El establecimiento de fuertes redes, la
posibilidad de acceder a un medio de vida con
relativa estabilidad y la valoración subjetiva de
las condiciones “reales” por parte del “despla-
zado” dan forma al surgimiento de prácticas
nuevas asociadas a la adaptación de la pobla-
ción. Esta adaptación dista mucho de ser el
acto mecánico de perduración en el espacio
geográfico. Si se entiende el espacio social
como el conjunto de posiciones socioespaciali-
zadas, construidas y representadas por los
actores desde su cotidianidad, podríamos decir
que mediante la adaptación se adquiere un
cierto posicionamiento dentro de las condicio-
nes emergentes en la coyuntura del “desplaza-
miento”. Esto posibilita al afectado el acceso a
nuevos espacios como persona, es decir, como
legítimo miembro, representado, ya no en refe-
rencia a la identidad suministrada por el Esta-
do, sino en referencia a su lugar en los campos
familiares, laborales y de vecindad, entre otros.
En esa medida, el mapa 1 muestra la adapta-
ción en ubicaciones específicas del plano de la
ciudad de Manizales, donde hay una marcada
frecuencia de los factores que posibilitan esta
nueva condición del “desplazado”. Se convierte
en un instrumento para desgeneralizar la ciu-
dad (o los barrios marginales) como “lugar

informe de acogida”; a partir de un ejercicio de
disgregación cualitativa en el que se pueden
localizar tanto los discursos cotidianos que dan
cuenta de esa forma importante de condición
de identidad constituida por la adaptación,
como de algunas condiciones objetivas subsi-
diarias de este proceso.
Siguiendo un orden de exposición que no
se atiene a la secuencia deslocalización-llega-
da-instalación-adaptación, referimos nueva-
mente los sitios de llegada ubicados en el mapa
semiótico como aquellos donde hay una con-
junción de factores subjetivos aunados a la pre-
sencia de las instituciones que forman parte de
la respuesta estatal para mitigar o resolver la
magnitud de esta problemática. En estos sitios
se promueve un nivel básico de ciudadanía,
posibilitado por la categoría desplazado, allí se
empieza a concretar el nuevo orden subyacen-
te a la construcción normativa de “miembros
legítimos”, algo inobjetablemente relevante en
la dimensión identitaria y jurídica que les per-
mite ser nombrados como ciudadanos en
derecho.
En general, las representaciones zonales,
puntuales y lineales de este mapa semiótico
permiten apreciar las condiciones para esta-
blecer nuevos modelos de apropiación de los
espacios, que, a su vez, a través de la incorpora-
ción de los referentes culturales (históricos,
simbólicos, identitarios y territoriales) apre-
hendidos en el proceso de desplazamiento,
permiten “fabricar el ahora”, y se implican en
una suerte de combinación de las experiencias
vividas. De allí se desprenden unas ciertas
ganancias pedagógicas territoriales, es decir,
asumir poco a poco que se está en tierras dis-
tintas con una reglamentación y consuetudi-
nariedad igualmente diferente, hecho que
induce a los “desplazados” a ver sus situaciones
o t r a s v o c e s
como propias y no desde dependencias más
globales y complejas en la sociedad. Este ejerci-
cio del “desplazado” puede constituir, en suma,
una experiencia movilizante que le permite
apropiarse de esa nueva vida.
El pensar los tránsitos del “desplazamien-
to” atendiendo a condiciones subyacentes y
yuxtapuestas a los programas concretos de
atención humanitaria permite trabajar a partir
de la “historia incorporada”, por medio de la
cual los “desplazados” diferenciados –no pen-
sados como una masa problemática– repre-
sentan el pueblo, la ciudad o el Estado mismo,
como una cuestión colectiva y no como la
separación aislada de la atención parcelada en
inmediato. Por otro lado, sería más productiva
la inversión de todo tipo si los programas, más
que a resolver lo circunstancial del problema
durante largos periodos –cuando en realidad
forman parte de un primer momento–, se
encaminaran a superar la concepción del
“lugar prestado”, por la de inserción en un
hábitat. Esta inserción debe estar concebida
desde el actor social activo y gestor de una
reconfiguración territorial a gran escala, como
es la ciudad o el pueblo, y a menor escala,
como lo es la comuna o el barrio.
Esto si se tiene en cuenta que el “desplaza-
do” asume la realidad sociocultural del territo-
rio histórica, ideológica, económica y
políticamente, a partir de su singularidad, de
sus referencias y consecuencias. En esa medi-
da, el ejercicio de la ley orienta muchas de estas
disposiciones, pero no tiene que convertirse en
el único lente para abordar la problemática, así
como no se convierte en la única fuerza dina-
mizadora de la vida social de estas poblaciones.
Esta amplitud en la comprensión, si se hiciera
general, muy probablemente alejaría a ese que
aún denominamos inapropiadamente “despla-
novaetvetera131
o t r a s v o c e s
zado”, del lugar del estigma, de la negación y de
la reducción a un frío indicador; en últimas, le
restituiríamos una dimensión humana que va
más allá del drama.
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132novaetvetera
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en Manizales. Imaginarios sobre territorios urba-
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México: Universidad Autónoma del Estado de
Morelos – Universidad Autónoma Metropolitana,
335-344.
Notas
* Este artículo se realizó en el marco del proyecto de investiga-
ción “Mapas semióticos para la comprensión de los territo-
rios de emigración forzosa en Caldas”, Cedat y Grupo de
Investigación Territorialidades de la Universidad de Caldas
(2004), adelantado en los 27 municipios del departamento
de Caldas. El aporte de Beatriz Nates, Stephanie Raymod,
Juan Pablo Yepes y Juliana Morales ha sido imprescindible
para la preparación de este artículo.
1 Dicha atención estatal está enfocada, en un primer momen-
to, en la atención humanitaria, asumida como el proceso
que se debe llevar a cabo para ofrecerle al afectado, desde el
inicio de la des-localización, los recursos necesarios para el
restablecimiento temporal de sus “condiciones básicas de
vida”. Posterior a esta atención, viene la etapa de estabiliza-
ción, la cual está pensada desde la reubicación y el retorno;
la primera busca la estabilización en los lugares de acogida,
y el segundo, la posibilidad de regresar a los lugares de
donde partieron inicialmente para, desde allí, iniciar un
proceso de normalización.
2 Es necesario entender esta noción, como la permanente suje-
ción del desplazado al Otro o a lo Otro. Él carece de autono-
mía para organizar su vida; ya no estamos hablando de la
corriente necesidad de interacción y de interdependencia
que puede hallarse entre personas que no pertenecen a la
categoría desplazado, sino de aquellas personas que perma-
necen durante un buen tiempo tratando de reconstruir su
vida con una marcada necesidad de auxilio.
3 Entendemos que por su accionar se desencadenan reaccio-
nes subjetivas, como el miedo, y condiciones objetivas
como el peligro o la agresión. Para comprender mejor la dis-
tinción entre estos estados consultar Ramírez (2003, pp. 335-
336).
4 Este concepto de García es un mecanismo de enunciación
discursiva que “tematiza la pertenencia común y la diferen-
ciación colectiva de los otros […] no es normalmente emiti-
do por el nativo o, por lo general, siempre aparece en
 o t r a s v o c e s

presencia del de fuera. Es básicamente un discurso compa-

rativo, en el que el nativo, ante un cuestionamiento exterior,
se ve obligado a responder. Es igualmente un discurso que
destaca las diferencias” (1991a, p. 114).
5 Y efectivamente muchas organizaciones multilaterales
(OIM, PNUD, ACNUR) y ONG, que se articulan a esa trama
urdida para gestionar e intervenir en la resolución y mitiga-
ción de los efectos del desplazamiento forzado.
6 Aquí seguimos la idea de restablecimiento planteada en la
Ley 387 de 1997.
7 Entendido éste en el sentido de dar, como un acto social de
reciprocidad.
8 Desde la perspectiva de Castillejo (1999) la estigmatización
de los “desplazados” puede explicarse en términos de la dis-
tancia cognitiva, es decir, el nivel de conocimiento, entre los
detentadores legítimos de los espacios y los Otros –“despla-
zados”-, quienes llegan a este espacio de forma imprevista y
ocasionan una suerte de ruptura social que de alguna forma
debe ser restituida. La estigmatización hace posible, en este
orden de cosas, incorporar de algún modo al extraño, repre-
sentándolo por medio de imágenes culturales concretas.

novaetvetera133
r e s e ñ a s

Simón Hampton Ruiz, fotografía: Ventanas, Estambul, Turquía, 2002.

Por: David Suárez Rivero

Muertes violentas:
la teatralización del exceso
Elsa Blair (2005)
Medellín: Editorial Universidad de Antioquia,
Colección Antropología.
245 pp .
r e s e ñ a
C
on el propósito de “desentrañar las tra-
mas sobre la muerte que se tejen en las
narrativas producidas por esta socie-
dad” (p. xv) y ofrecer una lectura sobre la violen-
cia política en Colombia que vaya más allá de
un mero registro estadístico de los actos produ-
cidos en su contexto, Elsa Blair, socióloga de la
Universidad de Antioquia e investigadora del
Instituto de Estudios Regionales (Iner), acaba de
dar a la luz una investigación. Su título, Muertes
violentas: la teatralización del exceso, indica cla-
ramente el objeto y sugiere de alguna manera el
enfoque desde el cual se explora esta dimensión
oscura y trágica de nuestra realidad nacional.
“Teatro” y “exceso” son conceptos que remiten
intuitivamente al campo de los estudios cultu-
rales, al universo de los símbolos y las mediacio-
nes (políticas, éticas, religiosas y sobre todo
estéticas) en las que podría estarse cifrando la
comprensión del conflicto y de sus efectos sobre
el conjunto de la sociedad.
Blair declara en las páginas introductorias
que ha intentado “aprehender las acciones de
muerte desde una perspectiva que sobrepasa
[su] dimensión física” para adentrarse “en sus
contenidos simbólicos” (p. xvi). Y, en efecto,
esta indagación por el intercambio de símbo-
los que viene implicado en los escenarios de la
violencia colombiana es conducido de la mano
de Clifford Geertz, teórico del que la autora
asume la perspectiva etnográfica y el concepto
de cultura que ilumina su interpretación. Cul-
tura, en la concepción geertziana, es la “trama
de símbolos con la que interactúan significati-
vamente los seres humanos” (Geertz, citado
por Blair, p. xviii).
Desde esta mirada, que procede de la
antropología cultural, la investigadora procura
superar críticamente una literatura producida
en el país que, si bien es un antecedente de
136novaetvetera
inapreciable valor, tiene en su contra la “sobre-
dimensión de lo político en el análisis de la vio-
lencia”. Responsabiliza a este enfoque de una
producción investigativa que reduce su alcan-
ce a las causas estructurales de la violencia,
pero ignora otros ámbitos –“los aspectos sub-
jetivos”– que permiten “interrogar” el fenóme-
no y comprender su sentido (p. xviii). Con tal
reorientación metodológica se trata, en Muer-
tes violentas, de ir al encuentro de otros com-
ponentes inexplorados o escasamente
comprendidos, como son los sujetos –víctimas
y victimarios–, los “circuitos culturales” en que
se produce y reproduce la violencia, y las “lógi-
cas o ‘racionalidades’ que parecen sostener
cada una de esas muertes”.
Por tratarse de una simbología del “exce-
so”, Blair hace uso de una intertextualidad
donde las aportaciones de la crítica artística, las
narrativas literarias y musicales, los artefactos
producidos por las artes plásticas y las expre-
siones y metáforas de la comunicación cotidia-
na, entre otras múltiples formas del sentido, se
imbrican en una compleja red de referencias
mutuas para posibilitar una interpretación del
insuficientemente explorado código de las
muertes violentas. Y aquí hay ya una apuesta.
Decir código, texto, interpretación, es aproxi-
marse como interlocutor de la violencia, y no
como espectador. Ni siquiera como quien
denuncia un acto, sino como alguien que asis-
te al “juego” de la masacre, del exterminio, del
genocidio y del abuso en calidad de intérprete.
Pero hay una dificultad, y es la exacerbada pro-
liferación de la misma violencia que se intenta
comprender. Desbordante bajo cualquier
ángulo que se la registre: en cantidad obedece
al orden de la desmesura y en calidad al de la
hipérbole. También produce una carga de sig-
nificación inconcebible. Por eso Blair recurre al
exceso como clave de acceso a una violencia

multiforme que sobrepasa los límites cotidia-
namente aprehensibles en tiempo y número.
En efecto –nos dice–, es por “la vía del
exceso” por donde va a marchar nuestra inter-
pretación sobre las tramas de significación de la
muerte violenta. La muerte en Colombia es
excesiva, no sólo por la cantidad de muertos
producidos (…) sino por lo excesivo de la carga
simbólica inscrita en las maneras utilizadas
para ejecutarla, y de las formas simbólicas (el
lenguaje, el arte, la imagen) para nombrarla y
para narrarla. Y es, finalmente excesiva, en los
ritos funerarios que utiliza para tramitarla, ritos
que terminan por agotar la eficacia simbólica
que los asiste al volverse cotidianos, esto es, al
hacer de algo extraordinario una práctica ruti-
naria” (p. xix).
Es quizás en la sobresaturación de mensajes
que produce esta violencia donde radica la clave
de la indiferencia cívica o de un aturdimiento
que culmina en sopor e inacción. La hipótesis
del acostumbramiento social ante la crueldad y
el dolor sostenidos a lo largo de tanto tiempo
tiene el sabor del escándalo. ¿Bostezamos ante el
escándalo? ¿O no será más bien que del largo
comercio con la violencia hemos aprendido a
tramitarla culturalmente? Hay una manera de
convivir con su exceso: nombrándolo y recreán-
dolo se busca neutralizarlo. “Las significaciones
que son posibles de reconstruir a partir de este
exceso –arguye la autora– tienen […] una lógica
en la cual el exceso sobre lo real tiene también la
capacidad de negarlo” (p. 6). De ahí que el “exce-
so” sea la puerta de entrada y el principio de uni-
dad para el análisis de la violencia, su esquema
único de aprehensión.
La “teatralización” o “puesta en escena”
de la violencia, con sus excesivas connotacio-
nes, es la otra vía para la comprensión del
r e s e ñ a
fenómeno en estudio. Según Blair, éste implica
un acto: el de dar la muerte, acto que en el
momento de su ejecución se trasciende a sí
mismo “’en otros momentos’, a la manera de
dramas puestos en escena en los que [intervie-
nen] otros actores, y con ellos nuevas significa-
ciones” (p. xxv). Interpretación, divulgación y
ritualización son los tres momentos que cons-
tituyen la estructura de una trama que la
investigadora persigue en los disímiles escena-
rios de la muerte violenta: la guerra, los oscu-
ros laberintos de la mal llamada “limpieza
social”, los conflictos urbanos protagonizados
por jóvenes y las muertes anónimas que lle-
van el sello de la violencia política y la nomen-
clatura de las violaciones a los derechos
humanos.
Sería difícil en esta breve reseña advertir en
detalle la rigurosa y espléndida estructuración
conceptual y metodológica de este importante
libro que nos regala la actual coordinadora del
Grupo de Investigación sobre Cultura, Violen-
cia y Territorio, de la Universidad de Antioquia.
Es un estudio “excesivo” frente al cual sólo se
justifica una actitud: la invitación a su lectura.
novaetvetera137
Por: David Suárez Rivero

Derecho Internacional
de los Derechos Humanos:
normativa, jurisprudencia y
doctrina de los sistemas
universal e interamericano.

Daniel O’Donnell.
Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos. Bogotá, 1064 pp . (2004).

E
n los últimos años, la Oficina en
Colombia del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos
Humanos ha venido publicando una serie de
libros que reúnen lo que cabría denominar el
compendio indispensable y esencial de los
instrumentos, la doctrina y la jurisprudencia
en materia de Derechos Humanos, Derecho
Internacional Humanitario y Derecho Interna-
cional Penal. Algunos de los textos publicados
por la Organización no se quedan en la divul-
gación, sino que abocan el análisis de otras
herramientas y mecanismos prioritarios para
la defensa y promoción de los derechos
humanos, como son la educación, las políticas
públicas nacionales y el estudio de los mismos
sistemas internacionales de protección en la
perspectiva de los derechos a que se orienta su
acción. De tal naturaleza es precisamente la
obra del eminente jurista Daniel O’Donnell
que ahora se pone en manos del público
colombiano. Sin lugar a dudas, un invaluable
trabajo de difusión y esclarecimiento del fun-
cionamiento de los sistemas de protección de
los derechos humanos, pero igualmente un
manual que estudiantes, investigadores,
defensores y activistas de derechos humanos
no podrán menos que utilizar en su trabajo y
formación. El libro es una reedición actualiza-
da de un texto publicado hace quince años con
el auspicio de la Comisión Andina de Juristas,
cuyo título era La protección internacional de
los Derechos Humanos (Lima, 1989). La
imposibilidad de encontrar en la actualidad
ejemplares en las librerías del país, y probable-
mente del continente, habla del éxito de esta
edición.
En un investigador como O’Donnell se
une la experiencia en la asesoría y aplicación
de los derechos humanos con una nada des-
preciable trayectoria académica en los princi-
r e s e ñ a
pales centros de educación superior que dis-
cuten el tema. Así lo acredita su trabajo en la
dirección de investigaciones de la Comisión de
Esclarecimiento Histórico de Guatemala en
1997 y como director adjunto del equipo de
investigación del Secretario General de las
Naciones Unidas en la República del Congo
durante el año siguiente; las consultorías real-
izadas en importantes organismos e institu-
ciones de las Naciones Unidas, de la
Organización de Estados Americanos y de
varias ONG, y su desempeño como profesor en
cursos dictados en el Instituto Internacional de
Derechos Humanos de Estrasburgo, en el Insti-
tuto Internacional de Derechos Humanos de
San Remo y en la Academia de Derechos
Humanos y Derecho Humanitario de la Ameri-
can University en Washington.
Derecho Internacional de los Derechos
Humanos resulta un libro imprescindible, no
sólo porque refleja la pericia con que el autor
maneja un tema al que ha consagrado largos
años de estudio y práctica comprometida, sino
por la manera en que éste aborda su objeto y
orienta el trabajo sobre un material que ofrece
dificultades por igual al lego y a los más experi-
mentados, dada la diversidad y cantidad de
fuentes a que es necesario recurrir para la
apropiada documentación de cualquier caso.
Pocos campos del Derecho han sufrido un
mayor desarrollo normativo, doctrinal y
jurisprudencial en un lapso tan corto como el de
los derechos humanos, pero también son pocos
los que han crecido bajo el impulso de una pre-
sión histórica tan considerable y ambigua,
como la que representan las modificaciones en
los esquemas políticos tradicionales, la recom-
posición de la dinámica geopolítica global, la
perentoria necesidad de solucionar conflictos
sociales y armados nuevos y la edición de prob-
lemas y respuestas nunca planteados ante una
novaetvetera139
r e s e ñ a
comunidad internacional todavía en construc-
ción. Vale sin embargo destacar que, al lado de
los cambios que ponen bajo franca sospecha –al
decir de algunos tratadistas– un desarrollo
aparentemente incuestionable en el sentido de
progreso orientado por los valores refrendados
en la Carta de San Francisco, que tampoco han
sido escasos los logros obtenidos normativa e
institucionalmente en los años recientes y que
aparecen signados por un conato de eficacia en
la promoción y garantía de los principios inspi-
radores del gran giro humanista plasmado en las
Declaraciones Universal y Americana de 1948.
Así lo demuestra tanto la entrada en vigor de
nuevos instrumentos (convenciones y protoco-
los facultativos) relativos a derechos contenidos
en los Pactos Internacionales de 1966, como el
papel cada vez más significativo del orden
jurídico de los derechos humanos en el orde-
namiento interno de muchos estados, situación
que evidencia la acción de los tribunales consti-
tucionales en muchos países y de la Corte Con-
stitucional en Colombia. Pero así mismo es
innegable la transformación, requerida aun de
ulteriores estudios a la luz de su evolución, que
implica la aprobación y ratificación en múltiples
naciones del Estatuto de la Corte Penal Interna-
cional. Si bien estos cambios operados en un
ritmo vertiginoso que abarca los últimos quince
años, periodo que media entre la primera y la
segunda edición del texto de O’Donnell, justifi-
can de sobra su actualización en el contexto del
presente milenio, testimonian algo más profun-
do aunque menos tangible: la conciencia gana-
da en torno a los derechos humanos en el país y
el compromiso de las organizaciones interna-
cionales en su difusión y defensa.
El libro, pese a su extensión de más de mil
páginas y su intención de brindar la “apre-
ciación global” de un conjunto amplio de dere-
chos a la luz de sus fuentes, producción
140novaetvetera
doctrinal y jurisprudencia, se limita casi exclu-
sivamente a los derechos civiles y políticos
reconocidos en los dos sistemas de referencia
–esto es, los contenidos en los 22 artículos de la
parte III del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos y en los 23 artículos de la
Convención Americana–, sin entrar a analizar
los derechos económicos, sociales y culturales,
algunos de los cuales son apenas vistos de
forma complementaria al examen de los
primeros. El capítulo 16, el último del libro, se
consagra a la consideración de los estados de
excepción, tema que no ha perdido actualidad
a escala mundial y menos aún en Colombia, si
se tiene en cuenta el abusivo recurso a su
declaratoria bajo la invocación de disímiles cir-
cunstancias.
Ninguno de los derechos o temas a los
cuales explícitamente O’Donnell deja de aludir
en este enjundioso trabajo es, no obstante,
óbice para resaltar su utilidad y pertinencia a la
luz del tiempo actual, ni para oscurecer su
claro sentido de oportunidad en la defensa y
promoción de los derechos humanos en una
época de incertidumbre como la que hoy se
vive. Es un texto necesario tanto para el profe-
sor en el aula como para el activista de las orga-
nizaciones sociales, para el operador de la
justicia como para el asesor de políticas públi-
cas, para el funcionario que se desempeña en
las instituciones del Estado como para la
sociedad civil en general.
Por: Maribel Garzón Martínez

Los Derechos Humanos

desde la Periferia

Escuela Superior de Administración Pública

Territorial Caldas
249 páginas
Noviembre de 2004

novaetvetera141
r e s e ñ a
E
ste libro es uno de los resultados que
arrojó el proyecto “Promoción, difu-
sión, formación y divulgación en dere-
chos humanos para la construcción de
territorios de paz con poblaciones vulnera-
bles” en la territorial Caldas, de la Escuela
Superior de Administración Pública –ESAP–,
cuya coordinación estuvo a cargo de la psicó-
loga Diana Rico Revelo. El trabajo se realizó
con diversos actores de la sociedad civil, en
los municipios de Aguaduas, Dos quebradas
y la comuna nueve de Manizales, por repre-
sentar lugares de alta vulnerabilidad en mate-
ria de derechos humanos.
Como prefacio del libro se incluyó la
ponencia del Senador Carlos Gaviria Díaz, la
cual fue presentada en el marco de socializa-
ción del proyecto en la ESAP, territorial Caldas,
el día 29 de noviembre de 2004. Dicha diserta-
ción se desarrolla a través de lúcidas afirmacio-
nes que sustentan su tesis central “en Colombia
no hay democracia”. Pero para Gaviria esto no
es para desestimular a la gente sino para que
construyamos entre todos la democracia
colombiana, en la cual –si se pretende sea una
auténtica democracia– debe prevalecer un
interés común: la paz, como “precondición
para que los derechos humanos se puedan
ejercer” (2004, p. 33). De ahí que habría que
comenzar –propone Gaviria– por preguntarse
¿por qué son tan importantes los derechos
humanos?
En Conflicto y Pobreza: la otra Roya del
eje cafetero –primer capítulo–, Mariela Már-
quez Quintero, plantea el entendimiento de la
realidad actual de la región, a través de tres
aspectos: el historicismo, la cultura como tal y
la praxis. A partir de allí va develando una rea-
lidad que al parecer y según la autora tiende a
empeorar: el desgaste social, económico y
142novaetvetera
político que se ha venido manifestando en el
eje cafetero, que en época de antaño se carac-
terizó por ser la “región modelo de Colombia”.
Representaciones Sociales de los Dere-
chos Humanos en territorios de conflicto
armado (un ejercicio etnográfico); Influencia
de la Represión y el Terrorismo en los Dere-
chos Humanos; Sonido y huella de la atroci-
dad; Entre el fatalismo y la resiliencia, la virtud
que supera el sufrimiento; constituyen los
siguientes cuatro capítulos, en los cuales las
voces de sus protagonistas –diversos actores
de la sociedad civil– acerca de los derechos
humanos, conforman el eje integrador de
estas páginas, constituyendo esto el mayor
aporte que ofrece este trabajo: el rescate del
testimonio de aquellos que nunca hablan, de
aquellos que prefieren callar por miedo a ser
silenciados, “nadie escucha, nadie habla y
nadie ve, si se quiere continuar respirando”
(2004, p. 68), lo cual desde la perspectiva psi-
cosocial –manejada por los autores del libro–
es entendido como la estética del temor,
entendiendo estética como “el impacto pro-
fundo que produce en los individuos las dife-
rentes imágenes que adquieren los fenómenos
sociales…” (2004, p. 66).
Jaime Mejía Gutiérrez, resultado de su
contribución como tallerista de uno de los
módulos en el proyecto, elabora el sexto capí-
tulo. En el plantea la urgencia de una Admi-
nistración Pública comprometida en la
promoción y defensa de los derechos huma-
nos, a través no sólo “de un gobierno fuerte…
sino también de una justicia activa, diligente,
comprometida en una ética pública, de volun-
tad férrea contra los delitos de lesa humanidad
y contra las acciones violentas programadas
desde instancias subversivas, delincuenciales y
de institucionalidad estatal.” (2004, p. 171).

La experiencia del grupo de derechos
humanos de la ESAP, territorial Quindio–Risa-
ralda en el proyecto “Promoción, difusión, for-
mación y divulgación en derechos humanos
para la construcción de territorios de paz con
poblaciones vulnerables”, también queda plas-
mada en este libro en su séptimo capítulo. El
coordinador del proyecto, Ricardo Jaramillo
Díaz, presenta las conclusiones que se obtuvie-
ron durante el proceso, una de las cuales es la
necesidad de una gestión pública en constante
accionar con la cultura de derechos humanos,
como el soporte que fundamenta el desarrollo
humano; dicha cultura se sustenta a través de
una democracia local fuerte que aborde, de
manera colectiva, las soluciones a las proble-
máticas sociales que se presentan en la región.
En el último capítulo de este trabajo, “El
poder de uno: entre la muerte que se impone
y el miedo que paraliza, la opción es la Vida”,
su autora Martha Cardona López, nos presen-
r e s e ñ a
ta un canto a la Vida como la única opción de
resistencia a la guerra, a la barbarie y a la
muerte que se imponen. Optar por la Vida es
“…aventurarse a trabajar todos los días por:
una concreción de los derechos humanos que
vivencie la universalidad de la diferencia y del
disenso… una interpelación a la justicia que
legitime la memoria como la senda que ha de
recorrerse en la búsqueda de lo correcto” (2004,
p.213).
Cierra este libro, Amalio Blanco, catedráti-
co de Psicología social en la Universidad Autó-
noma de Madrid, quien resume –a mí parecer–
lo que constituye la esencia de este trabajo: el
rescate del testimonio como una puerta abier-
ta a la esperanza. Y es precisamente por lo cual
Blanco califica esta publicación como “un libro
valiente”, por borrar la desmemoria, por alum-
brar el perfil de muchas siluetas anónimas, y
sobre todo por recuperar la voz de los que hace
mucho tiempo están callados.
novaetvetera143
Por: Paola Pacheco Ríos

Cultura de Derechos Humanos

en las Instituciones Públicas

Proyecto de Cultura.
Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH. Colombia,
Documentos de Trabajo 2004 y 2005.

D
esde el mes de junio de 2004, el Pro-
grama Presidencial de Derechos
Hu–manos y DIH ha venido impul-
sando un proyecto que permite articular los
esfuerzos de las diferentes instituciones públi-
cas, de todos los sectores, en un propósito
común: Promover y Consolidar la Cultura de
Derechos Humanos al interior de las Institu-
ciones. Dicha propuesta parte de la necesidad
de “humanizar” la gestión pública para encon-
trar los verdaderos efectos de la misma en el
plano social y cultural del país.
Sin embargo el trabajo interdisciplinario e
interinstitucional desarrollado por el proyecto
ha permitido determinar tres puntos críticos:
a. La gestión pública ideal no es posible, dado
que las características de la Cultura Organi-
zacional de las instituciones públicas no
permiten que los funcionarios se reconoz-
can como sujetos de derechos, debido a las
condiciones materiales y a la instrumenta-
lización de su labor.
b. Los programas y proyectos en las institucio-
nes públicas están sujetos a cambios desde
instancias administrativas que varían de un
periodo a otro, lo que dificulta que los fun-
cionarios se sientan comprometidos con
procesos sostenibles, que además represen-
ten resultados sociales concretos.
c. La gestión pública ideal para la construc-
ción de una cultura de derechos humanos
no ha sido posible, debido a que los pro-
gramas de formación dirigidos a la totali-
dad de los funcionarios son inexistentes en
algunas instituciones y en las que se impar-
ten son repetitivos, desarticulados de las
labores que desempeñan y resultan insufi-
r e s e ñ a
cientes frente a las problemáticas a las cua-
les debe responder la entidad respectiva.
Pese a que el Estado Social de Derecho
determina los principios y crea el marco en el
cual debe desarrollarse la gestión pública, las
políticas diseñadas para atender las problemá-
ticas en cada uno de los sectores carecen, en su
gran mayoría, de elementos que permitan iden-
tificar su concepción desde la perspectiva de los
derechos humanos. Dicha carencia nace, como
se mencionó anteriormente en la cultura orga-
nizacional de las instituciones y se encuentra
asimilada por los funcionarios públicos.
La apuesta por construir una cultura de
derechos humanos se convierte en estrategia
para disminuir los índices de violación a los
derechos humanos, inscritos fuera del conflic-
to armado pero mucho más importantes, en
tanto contribuyen a fortalecer de manera
estructural la gestión pública y hace más sólida
la base de su acción.
Para el Programa Presidencial “hablar de
una cultura de derechos humanos (CDH),
supone hacer referencia a todo el sistema de
sentidos, significados y prácticas que, basadas
en valores reconocidos universalmente, fun-
dan la defensa y protección de la dignidad
humana a través de acciones que promuevan
el ejercicio, respeto, el reconocimiento indivi-
dual y colectivo de los derechos de los seres
humanos en los marcos: social, político, cultu-
ral y económico dentro del Estado”, de esta
forma la gestión pública garantizaría, debido al
convencimiento de sus ejecutores, la finalidad
de su acción.
Esta cultura de derechos humanos cobra
vigencia al interior de las instituciones públicas
novaetvetera145
r e s e ñ a
cuando se reconoce que el sentido de la gestión
pública está dado en la protección, vigencia y
promoción de los derechos humanos de los
ciudadanos, dando sentido y fundamento a los
postulados y principios del Estado Social de
Derecho.
Una propuesta de sensibilización e inclu-
sión de la variable derechos humanos en la
gestión pública nace de las correlaciones que
se puedan establecer entre: los servidores
públicos, las funciones y acciones instituciona-
les orientadas al bienestar social y las proble-
máticas con sus impactos diferenciales en la
vigencia y protección de los derechos huma-
nos. Entender el funcionamiento del Estado
desde la dinámica relacional de estos elemen-
tos es un resultado de la construcción de la cul-
tura de derechos humanos al interior de las
instituciones públicas.
Lograr que el total de los funcionarios y
servidores públicos sientan el desempeño de
sus funciones como el vehículo de la acción
pública y por ende respondan a la solución de
las problemáticas sociales, permitirá que éstos
se constituyan en agentes comprometidos con
la consolidación y puesta en marcha de una
cultura en derechos humanos.
Si bien es claro el propósito del proyecto
de cultura, las estrategias a seguir para lograrlo,
de acuerdo con los puntos críticos identifica-
dos y al diseño de un posible plan de acción a
seguir con las instituciones activamente vincu-
ladas durante los dos años, son:
a. Promover ejercicios de fortalecimiento de
la cultura organizacional de las institucio-
nes públicas con perspectiva en derechos
humanos, lo cual involucra decididamente
al personal directivo de las instituciones,
146novaetvetera
especialmente a los encargados de las uni-
dades de personal.
b. Incluir dentro de los programas de capaci-
tación de las instituciones públicas la
temática de derechos humanos, tanto rela-
cionada específicamente con el sector de la
institución como a nivel general. Dicha
capacitación debe partir de los procesos de
inducción en los cuales los servidores
públicos entienden su labor a partir de los
principios del Estado Social de Derecho.
Dado que no existe una estrategia para
garantizar la sostenibilidad de las líneas pro-
gramáticas, crear conciencia y prácticas coti-
dianas institucionales coherentes con los
derechos humanos, permiten que éstos sean
pilares de la acción estatal.
Partiendo de la concepción anterior, el
programa presidencial ha logrado unir esfuer-
zos de entidades como el Departamento Admi-
nistrativo de la Función Pública, el Ministerio
de Educación Nacional, La Defensoría del Pue-
blo y la Escuela Superior de Administración
Pública como apoyo permanente y compro-
metido en el desarrollo de la propuesta, y de
igual forma ha logrado involucrar en las sesio-
nes de trabajo a más de 15 instituciones, con-
tando con el apoyo de profesionales con la
capacidad de irradiar la apuesta por la cons-
trucción de una cultura de derechos humanos
a la totalidad de sus instituciones.
m e t á f o r a s v i v a s

Desde Irak

Respóndeme, político, ¿por qué

quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?

Blanca Andreu*

* Voz de la actual poesía española, Blanca Andreu nació en La Coruña en 1959.

novaetvetera REVISTA DE LA FACULTAD DE INVESTIGACIONES
–DERECHOS HUMANOS–
La Revista Nova et Vetera busca convertirse
en un espacio abierto a la discusión alrededor
de los derechos humanos, razón por la que la
formulación clara de los problemas, enfoques y
metodologías de abordaje de las cuestiones tra-
tadas en sus páginas, son un insumo importan-
te para devenir ese foro abierto que se pretende
hacer de ella.
Criterios, de evaluación:
1. Debe mostrar una relación explícita con el
tema de derechos humanos. En el país exis-
ten múltiples revistas que abordan diferentes
temas que pueden resultar o parecer relacio-
nados con los derechos humanos; por ejem-
plo, artículos que versan sobre las relaciones
internacionales, la coyuntura política, los
debates entre teorías políticas y filosóficas,
los diagnósticos acerca de aspectos disímiles
de la realidad social, las cuestiones relativas a
la violencia social, política, interpersonal, las
tendencias y problemáticas de la comunica-
ción, la cultura y la psicología, etc. Esta situa-
ción implica y, en alguna medida, justifica que
toda revista busque una identidad propia,
conato al que no escapa Nova et Vetera.
Al decir que Nova et Vetera se ocupa de
temas relacionados con los derechos humanos,
se quiere significar que el tratamiento de cuestio-
nes como la violencia, la exclusión, el análisis de
políticas públicas y los debates y aplicación de
teorías éticas, sociológicas y psicológicas, por
citar algunos de los múltiples asuntos que pue-
den guardar relación con los derechos humanos,
deben abordarse en una perspectiva no amplia,
sino restringida: es decir, mostrar que la proble-
mática tratada entraña una relación directa con
el tema. Esto implica que se debe mostrar (hacer
explícito) que la argumentación se desarrolla en
la perspectiva de los derechos humanos.
2. Perspectiva explícita de los derechos huma-
nos. Una pregunta que necesariamente nos
hacemos una vez expresada la anterior exi-
gencia, es la de qué significa asumir en un
artículo una perspectiva basada en los dere-
chos humanos. Es difícil responder, por
cuanto los derechos humanos no son una
disciplina sino un campo de problemas.
Quiere esto decir que las discusiones acerca
de los derechos humanos constituyen un
terreno en el que más bien se entrecruzan
diversas disciplinas o enfoques (antropolo-
gía, ética, psicología, sociología, ciencia polí-
tica, derecho, etc.), esto es, son un campo
interdisciplinar y transdisciplinar; y aunque
esta situación nos favorece, también dificul-
ta el trabajo, al punto que en muchos casos
puede conducir a confusión. La confusión en
cuestión es que se cree que el análisis o deba-
te alrededor de un asunto relacionado con la
vida, la libertad, la política, la violencia, asu-
mido desde la perspectiva de una disciplina
cualquiera en la que se inscriban las discu-
siones en torno a los derechos humanos,
hace ya de este análisis o debate una tarea
también legítima de derechos humanos. No
es así. De serlo, se incurriría en el error de
 extender hasta el infinito el marco de refle-
xión de los derechos humanos y, consecuen-
temente, desdibujarlo.
De lo que se trata, en estos casos –si se quie-
re continuar dentro de la perspectiva de los dere-
chos humanos–, es de explicitar que se aborda un
problema específico de derechos humanos y que
la perspectiva o enfoque asumido ofrecen una
explicación, interpretación o esclarecimiento del
problema dado. Si no se hace explícita (y al
mismo tiempo se justifica) en el artículo la rela-
ción entre problema de derechos humanos y
enfoque asumido para su estudio, solución, aná-
lisis, interpretación o lo que se quiera, no queda-
rá claro para el lector de la revista hacia dónde
conduce el artículo, ni por qué es la revista el
espacio para discurrir sobre tal asunto.
3. Formulación clara del problema o hipótesis y
de la estrategia de desarrollo del artículo.
Una manera de evitar las ambigüedades y
confusiones a que anteriormente se hacía
referencia, consiste en expresar dentro del
texto del artículo qué es lo que se quiere. Esto
es una exigencia común a cualquier escrito,
pero en este caso lo es más, teniendo en
cuenta que no resulta fácil expresar la rela-
ción anotada en la precedente exigencia.
Conviene entonces dejar muy claro en el artí-
culo (en sus primeras páginas) cuál es el pro-
blema de derechos humanos que se quiere
solucionar, o al que se quiere aportar, o en
torno al cual se desea reflexionar, así como su
relación con la disciplina o enfoque desde el
que se quiere desplegar el análisis. Al mismo
tiempo, importa señalar cuál es la estrategia
de análisis o desarrollo del artículo. Es decir,
por ejemplo, primero se presentará tal cosa,
luego se discutirá tal otra y, por último, se
hará esto y esto. Este plan es fundamental
para orientar al lector y, simultáneamente,
impide las divagaciones inútiles en torno a
cualquier tema.
4. Dejar formuladas, de manera clara las posi-
ciones desde las cuales se entienden los dere-
chos humanos cuando éstas pretenden ser
disidentes del discurso validado universalmen-
te. Existen posiciones establecidas, digamos,
canónicas, sobre los derechos humanos. Una
de ellas es la que hace referencia a la responsa-
bilidad estatal respecto de las violaciones de
derechos humanos, otra es la que establece
una relación específica entre derecho y moral
en torno al fundamento de los derechos huma-
nos, otra más es la que determina la validez de
unos sistemas políticos internacionales para su
protección, etc. Cualquier posición distinta de
las que son ya casi unánimemente aceptadas
requiere de una justificación y clarificación adi-
cional. El autor debe expresar con mucha clari-
dad su posición y fundamentarla. Es lógico que
si se quiere contradecir la visión clásica (acep-
tada por la ONU o la Comisión Interamericana
de los Derechos Humanos), hay que fundar
muy bien sus planteamientos. De lo contrario,
se incurre en una ofensa infundada.
5. Claridad argumentativa. Muchos artículos
presentados a la redacción de la revista son
a veces incoherentes, se contradicen en su
desarrollo discursivo, no concluyen clara-
mente sus planteamientos o se desvían de la
línea argumentativa exigida por las premi-
sas establecidas. Es necesario que haya una
armazón lógico-discursiva sólida en el artí-
culo presentado.
COLABORACIONES
Nova & Vetera, publicación especializada en
derechos humanos de carácter crítico, universi-
tario, académico y también periodístico invita
tanto a docentes como investigadores a partici-
par con sus artículos, los cuales deberán acoger-
se al siguiente formato:
a. Características del artículo: Debe presentarse
en word, especificando si se trata de resultados
de investigación, texto clásico (ensayos o
debates), avances de investigación, crítica o
reseña de libro y remitirse en medio magnéti-
co, con una copia impresa a doble espacio o
por correo electrónico dirigido a las siguientes
direcciones: derechos.humanos@esap.edu.co y
maribel.garzon@esap.edu.co
b. Extensión: La extensión máxima de los artí-
culos será de 30 cuartillas, tamaño carta a
doble espacio, letra Times New Roman en 12
puntos.
c. Presentación: Todo artículo deberá venir pre-
cedido de una hoja en la que aparezca, ade-
más del título del trabajo, el nombre del
autor, una breve reseña biográfica (media
página), entidad en la que labora y otras
publicaciones. Se solicita además un resu-
men (no mayor de 200 palabras), en el que se
sinteticen los propósitos y conclusiones prin-
cipales del trabajo.
d. En el caso de ponencias presentadas a even-
tos, especificar nombre del evento, institucio-
nes convocantes, ciudad y fecha en la que se
llevó a cabo. Las notas, así como el número
de cuadros, gráficos e ilustraciones, deben
restringirse a lo estrictamente necesario.
e. Después del título, el artículo debe llevar
cinco “palabras claves” o descriptores para
identificar informativamente los artículos.
f. Las citas y referencias que se incluyan en el
texto deben aparecer en el formato: Autor, fe-
cha, por ejemplo: (Beauvoir, 1983).
g. Los artículos deben ser inéditos, salvo que
hayan sido publicados en el extranjero, en
cuyo caso, se podrá considerar su publica-
ción.
h. Las críticas y reseñas de libros tendrán una
extensión máxima de cinco páginas, especifi-
cándose el autor, título, editorial, lugar y fecha
de publicación de la obra, así como el nombre,
apellido y profesión de quien realiza la crítica o
reseña.
i. En caso de que el artículo ya hubiese sido
publicado en revistas internacionales, se debe-
rá incluir el nombre y la fecha de la publica-
ción y la autorización de su reproducción por
parte del autor o editor.
j. Al final del artículo deberán aparecer las refe-
rencias bibliográficas, cuyo formato es el
siguiente:
Calderón, Fernando. (1995). Movimientos
sociales y política. Ciudad de México: Siglo XXI.
Todos los documentos serán evaluados por los
integrantes del Comité Editorial de la revista y por
un árbitro externo. A partir de estos conceptos, se
decidirá la aceptación o el rechazo del artículo.
Los conceptos emitidos por el Comité Editorial y
el árbitro serán remitidos a los autores para los
ajustes pertinentes.