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DIEZ TESIS ACERCA DEL IMPERIO

El Cuarto Reich
23 de julio del 2003

Kiva Maidanik

Lo del desgaste del modelo neoliberal ya suena como verdad de Perogrullo. La


etapa de su hegemonía casi absoluta quedó atrás en los años 90, durante la
primera fase de la transición actual. Esa fue la fase fácil.

Al aparecer en nuestro mundo hace treinta años, precisamente a través de


América Latina, por la estrecha puerta chilena, el neoliberalismo está
demostrando hoy, aquí mismo con mayor nitidez, sus límites y su fracaso. En
Argentina y Brasil, Ecuador, El Salvador, Uruguay, Bolivia, en la Venezuela de
1989-92, y de nuevo en la Venezuela del 2002-03, país campeón al respecto.
Por algo se proclamó en América Latina, desde el Foro de Porto Alegre, el
lema «otro mundo es posible».

Todo eso ya no pertenece al terreno de la discusión científica. Querría


comenzar por donde termina el espacio de lo reconocido, planteando una
«hipótesis de trabajo», sobre uno de los temas en discusión hoy, desde hace, a
mi parecer, un par de años.

Primera tesis:

Los procesos revolucionarios o renovadores antes mencionados, no son los


únicos que se disputan el legado de la hegemonía dejado por los neoliberales
en el escenario mundial, o sea, a escala mundial.

Al lado de los procesos de renovación estructural, democrática, social, de


rescate de soberanías -y otros que representan la inercia todavía vigente del
pasado inmediato del neoliberalismo ortodoxo-, ya se están perfilando dos
variantes más de la transición, de la globalización, etc.

Una, la revisionista del neoliberalismo, la del post Consenso de Washington, de


Stiglitz, Soros y otros; mas este no es objeto de mi planteamiento. Otra, sin
nombre científico universalmente reconocido aún, pero que, en la jerga política,
periodística y propagandística, ha sido bautizada como Proyecto Imperial, o
Imperio.

Segunda tesis:

La cristalización forzada del proyecto imperial en su fase embrionaria abarca


los años 80 y 90: junta el reaganismo con el memorando de Wolfowitz.
Entonces se trataba más bien de una tendencia colateral, al lado de la
hegemoníca -la neoliberal-. Ya en 1999, esa tendencia imperial en ciernes
emerge a la superficie del desarrollo político global con la guerra de
Yugoslavia. Sin embargo, la «ruptura» decisiva hacia la nueva política se
produjo sólo con la imposición del bushismo (invierno 2001-2002). Es decir, con
la legitimación del criterio unilateralista de estrategia, proyecto y acción
estadounidense, por doquier, con cualquier propósito, contra quien fuese,
ignorando intereses y oposiciones de donde viniesen.

De hecho -y de derecho- un gobierno nacional usurpó la plenitud del poder de


decisión a escala global, en aras de imponer al mundo su proyecto universal,
basado sólo en su interés nacional, su seguridad nacional, a corto, mediano y
largo plazo. Eso es El Imperio. Al menos a primera vista, tal como se proyecta.

Tercera tesis:

En la retrospectiva y perspectiva histórica, el proyecto imperial de la


transición/globalización/sistema estable nuevo, se ve como continuidad y al
mismo tiempo mutación (y hasta negación) del modelo neoliberal ortodoxo
dominante durante el decenio de los 90. Este intento de imposición significa
que estamos frente al nuevo desafío global, al nuevo problema global, que
puede resultar tan importante y peligroso para la humanidad como el desafío
Norte-Sur. Es el problema de la compatibilidad «imperio-mundo», problema de
la existencia impositiva de un único estado soberano dentro -o encima- de un
mundo globalizado.

Tal vez se trata de la amenaza más inmediata y mayor para el futuro de la


humanidad. Comparado con esta, el tan cacareado problema del terrorismo
internacional parece de poca monta. Y lo que es más importante: su derivado.

Cuarta tesis:

El surgimiento e imposición incipiente del imperio, obedecen, creo, a tres


grupos de factores. Dos son obvios:

1) cierta tradición nacional (cultural, política, psicológica y hasta religiosa) que


los latinoamericanos conocen demasiado bien. Entre un sin número de citas,
me referiré sólo a dos: en 1906, Mark Twain relata la definición de
«anglosajón» emitida por un retirado militar de alto rango ante la delirante y
entusiasta «crema de la sociedad» presente, en estos términos: «es una
persona que cuando quiere o necesita algo, va y lo toma».
La otra cita es de El Talón de Hierro de Jack London, otro «antiamericano». A
ella me referiré más adelante.

2) la situación de desbalance total de fuerzas que fue cristalizándose a escala


global a partir de 1998 y durante la década de los 90, en lo militar, científico,
informativo, tecnológico, económico; y al mismo tiempo, la toma de conciencia
respecto al carácter transitorio, algo frágil, coyuntural de la situación con
respecto y a favor de los Estados Unidos, por la acumulación paulatina de
problemas no solucionados o emergentes en cuanto a recursos, rupturas y
desniveles económicos; a China y a la posibilidad de resucitación de centros
rivales de decisión. De allí el imperativo de una carrera contra reloj para la
consolidación «manu militaris» urgente -y para siempre- del status quo del fin
de siglo: la eternización del instante magnífico.

La razón número tres es, a mi juicio, más de fondo. Constituye el núcleo de la


«hipótesis de trabajo» en la que me ubico. Se trata del cambio objetivo dentro
del proceso histórico universal que se produjo al empalme de siglos. Su fase
inicial está tocando su fin. Fue la fase fácil de la transición. Es la del «fin de la
historia» , del desmontaje de lo esencial del sistema anterior (el del estadismo
dominante) que conserva algunos elementos del pasado; desmontaje
«pragmático» como el wellfare state en países avanzados, y «espinoso»,
ideologizado, fundamentalista -en la semi-periferia. Se impone entonces la
nueva fase, crítica, turbulenta del proceso global.

Se trata de la fase de crisis estructural que, dentro de las transiciones de ciclos


anteriores, precede la formación de nuevos sistemas integrales estables. Es la
fase en la cual se superan definitivamente los bloques y la lógica del sistema
anterior, y se cristalizan las variantes y alternativas condicionantes del sistema
nuevo. Se da la pugna entre ellos por la hegemonía, por un proyecto único de
salida de la crisis. En esa pugna se impone el más fuerte.

Así sucedió en los años 30-40 del siglo pasado, así parece ocurrir en el umbral
del siglo XXI -con enormes diferencias, pero dentro del mismo «framework». En
mi «hipótesis de trabajo», la cristalización de las variantes viables para salir de
la crisis anterior es lo que constituye el tercer factor condicionante y modelador
de la variante imperial.

Quinta tesis:

Por el momento, están a la vista tres o cuatro variantes de la solución definitiva


de la «fase crítica» y del proyecto a mediano plazo (para los próximos 40-50
años):
--el post-Consenso de Washington o neoliberalismo «revisado»;
—el «otro mundo es posible», o Foro Social Mundial de Porto Alegre, las
manifestaciones del 15 de febrero en todo el orbe, y los procesos renovadores
en América Latina;
--El Imperio (de Irak en adelante).

La mayor parte de los proyectos para el futuro post-neoliberal se basan hoy día
-al menos a nivel declaratorio-, en estructuras horizontales, en redes:
incluyentes o excluyentes; más o menos democráticas; con un papel mayor o
menor asignado a las soberanías nacionales. El proyecto imperial sólo se ve
como vertical, piramidal y cerrado, con niveles de democracia a escala global y
soberanías nacionales en todas las sociedades menos una, tendientes a cero.
Lo que pasó en Irak y en torno a Irak sirve de ejemplo.

Sexta tesis:

Sin embargo, existe un imperativo histórico que es el denominador común a


todos estos modelos, que los distingue a todos del modelo neoliberal
orthodoxo: la superación del espontaneismo dominante inherente a la década
neoliberal, al proyecto de la «sociedad de mercado».
Todas las propuestas antagónicas en la confrontación entre ellas, inherentes a
la fase actual de la globalización, de uno u otro modo plantean la necesidad de
una regulación, encauzamiento, administración, gobernabilidad de los procesos
escapados al control nacional e internacional, en los años 80-90. Sea a través
de la acción del Estado, o de organizaciones transnacionales, o de la sociedad
civil global. Sea en interés de la humanidad, de las mayorías -o de la mejor
gerencia del capitalismo de redes financieras, económicas, etc.,
internacionales, o en los intereses de países del Tercer Mundo, o en aras de la
imposición del superestado (elegido y guiado sin intermediarios por Su Dios) Ni
hablar de que en el último caso, El Imperio, la medicina resulta infinitamente
peor que la enfermedad, casi cualquier caos es preferible al Orden Imperial
(léase al respecto El Talón de Hierro de Jack London).

Empero, lo de realizar en forma perversa e infame cierto imperativo histórico


constituye un factor más de lo peligroso y estructural de la amenaza imperial.
Lo que da más fuerza aún al otro imperativo: el de la movilización urgente y
global de todas las fuerzas y propuestas antagónicas al imperio. Movilización
que puede apoyarse, a mi juicio, en la experiencia y las enseñanzas de la
historia. No sólo la reciente.

Séptima tesis:

Es que no se trata del primer intento -o proyecto– imperial en la historia


contemporánea. Hace 50 años, durante la crisis sistémica anterior, también se
cristalizaron distintas variantes de regulación y encauzamiento de procesos que
habían escapado al control y posibilidades de las tendencias dominantes del
capitalismo de comienzos del siglo XX. Todas aquellas variantes o alternativas
-la keynesiana (rooseveltiana), la del Frente Popular y la nazi-hitleriana-
también tuvieron algo en común: la intervención y la imposición más o menos
drástica del Estado (reformista, revolucionario o retrógrada). En aquel entonces
nacional.

Parece obvio cuál de esas variantes de los años 30 tiene más rasgos de
afinidad estructural con el bushismo, con el Proyecto Imperial del Siglo XXI (IV
Reich). Conocemos también (especialmente nosotros, los de la ex -URSS) el
precio pagado por la humanidad por borrar esta variable de la historia y la
geografía del planeta. Es aquí que se impone la lectura de El Talón de Hierro
de Jack London

Hay que reconocer que tal vez, en el pasado, abusamos de las referencias al
fascismo. Mas de una vez nos vimos en el rol del pastorcito de la triste suerte
(viene el lobo, viene el lobo...) Lo mismo tal vez sea cierto con algunos
planteamientos respecto a la política imperialista (no imperial) de los Estados
Unidos (caso Carter). Pero esta vez, se trata definitivamente del lobo,
tremendo, real. Además, del de la raza más peligrosa de verdad.

El parentesco entre las dos variantes de la solución imperial -la hitleriana y la


bushista- la que preconizaba el imperio global de una raza biológicamente
elegida, y la de Un Estado elegido por Dios (sin intermediarios), se ve como
estructural por:

-lo común de su génesis histórica (dos «hijas de la crisis»).


-lo común de su misión histórica objetiva (encauzar y controlar por la fuerza del
Estado los procesos nacionales e internacionales que se habían escapado al
control sistémico anterior).
-lo común de y en los proyectos del futuro, de la práctica internacional llamada
a realizarlos, de cierta mística maníaca-.
-lo común en el descaro, el irrrespeto absoluto al derecho e instituciones
internacionales, vidas humanas, etc. etc.

Octava tesis:

Lo común entre la amenaza nazi y la del Imperio presupone y condiciona lo


común en la lucha contra ellas. O sea, tanto las tendencias objetivas de
resistencia al imperio, como las estrategias de «los que resistan», son
paralelas, en algunos aspectos análogas a la lucha anti-nazi de los años 30-40.

Planteándolo de otro modo: la resistencia al imperio («hincar la barra de hierro


entre las mandíbulas de la fiera») se perfila como «la heredera», no sólo de las
luchas anti-imperialistas y democráticas de la segunda mitad del siglo XX, sino
-y quizás más aún- de la lucha anti-nazi y anti-fascista de los años 30 y 40 del
mismo.

Claro que por el momento existen tres factores fundamentales que diferencian
estas situaciones y tendencias: uno, sumamente desfavorable para el presente:
la ausencia de la URSS, del Ejército Rojo, etc., o sea, del factor decisivo de la
resistencia ubicado fuera del sistema en crisis. Otros, al contrario, están
jugando en contra del Imperio: la fuerza del movimiento global de masas (15 de
febrero, Porto Alegre, etc.); y la democracia representativa, siempre imperante
en EEUU. Así que lo que se impone no es la reproducción literal, total de la
estrategia y práctica de la lucha anti-nazi, sino más bien su mística, basada en
lo total del carácter de esta lucha, por un lado; y muchas enseñanzas prácticas
más concretas de esto.

Novena tesis:

Tanto el carácter de suicidio global que tiende a adquirir el nuevo Armageddon


(el nuevo Stalingrado) dentro de la confrontación armada con el Imperio, como
el desbalance actual de las fuerzas bélicas, plantean, creo, el imperativo de
derrotar el proyecto imperial esencialmente en el terreno político (cultural,
económico, etc.). O sea, lograr que sea la población de los EEUU mismos que
rechace este proyecto sumando sus adversarios actuales (las «costas», las
minorías) y una parte de los «patriotas» que hoy día están apoyando y
empujando el proyecto imperial.

Actualmente, se están perfilando dos líneas magistrales de acción global,


llamadas a imponer esta posición, esta opción, este reto: una, a través del
aislamiento más o menos total de los adeptos al imperio a escala global
(manifestaciones, lucha político-electoral, etc), el llamado a la razón y a la
moral. Otra, mediante la resistencia tenaz (incluida la armada) de los agredidos
por el imperio; la derrota de sus proyectos concretos (derrota que no
necesariamente significa la victoria militar de los resistentes, pero sí lo elevado
del precio pagado por su acción, precio económico y sobre todo,»humano»
(entre comillas por la incertidumbre de si se puede llamar humanos a los
invasores del Imperio). Quizás sea esta «segunda línea» (resistencia/derrota),
la que llama al instinto de conservación y a sopesar costos y beneficios, la que
resulte más eficaz para convencer a los que hoy constituyen el «núcleo duro»
de los partidarios del proyecto imperial (los «patriotas», los de «Heartland»,
«Bible Belt», etc.) poco sensibles al rechazo político que viene «de afuera», o a
los argumentos racionales y éticos.

Décima tesis:

Apoyarse en la experiencia y enseñanzas de la lucha anti-nazi no se reduce,


claro, al impacto emocional de las denuncias y comparaciones respectivas, a
las consignas llamativas («¡No pasarán!»), y a los recuerdos de las
bestialidades nazi, aunque todo eso sea de suma importancia. Se trata también
de algunas enseñanzas políticas, que son importantes precisamente porque
acentúan las diferencias respecto a estrategia, táctica, discurso anteriores, para
superar la inercia de estas últimas. Me referiré sólo a los problemas de la lucha
anti-nazi o contra el fascismo global; el doméstico (o periférico) merece un
análisis aparte.

Se trata de un problema algo más complejo de lo que parece, porque abarca y


combina enfoques formalmente contradictorios. Una de las enseñanzas
(exigencias) de la lucha contra el imperio .tal vez la principal- es el imperativo
de la máxima amplitud de alianzas y coincidencias (mayor que la de la
confrontación contra el neoliberalismo, amén del capitalismo) contra el
adversario común. Algo esquemáticamente: contra el imperio, contra «el talón
de hierro», no hay aliado malo o inadmisible. Además, se trata de alianzas,
coaliciones, etc., a escala universal, sin roles y hegemonías pre-establecidos.

Al mismo tiempo, se trata de la lucha despiadada, sin compromisos, contra los


cómplices del Imperio: no se trata de los adversarios políticos o sociales, sino
de la «quinta columna» del enemigo mortal. Se impone a veces posponer la
solución de las contradicciones sociales, políticas e ideológicas de ayer y de
mañana en aras de ganar la batalla del presente, confinar la fiera a su jaula, de
combinar la máxima flexibilidad con respecto a los aliados, por provisorios que
sean, sin olvidar que los aliados, tratados así, podamos también ser nosotros,
no obligatoriamente «los otros» con una política intransigente, con el mínimo
minimorum de componendas hacia el Imperio. No solo ni tanto por razones
éticas y morales, sino porque la lógica del Imperio es totalizadora, no le
satisface nada menos que la dominación total del terreno que haya escogido.

Hay muchos puntos más al respecto que merecen, al igual que el problema de
los fascismos y el de los Quisling’s locales, un análisis aparte. Sin embargo,
hay algo que me parece estar poco a poco emergiendo de la zona de las
discusiones. Lo mismo que el problema de la hegemonía neoliberal: por ahora,
y tal vez por un decenio más, el problema del Imperio, de la imposición, derrota
o abandono del proyecto imperial, se presenta ante la humanidad como El
Problema. Es decir, como condicionante, como el que necesariamente debe
ser solucionado antes de que se enfrente otros desafíos, amenazas, peligros,
etc. globales. Esta solución hoy tiende a determinar el futuro de la humanidad.
En ambos sentidos: cómo será ese futuro, y si será.

O al rechazar el proyecto recesivo y suicida de los anglo-sajones modernos


(léase Mark Twain) la humanidad arrancará por el camino de la solución de
otros problemas globales imperantes (y aquí, las vías de los aliados anti-
imperio, necesariamente se bifurcarán), o se enfrentará a la vorágine de su vía
crucis última.

Caracas, abril 2003

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