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and
Internal Migration in Developing Countries
La Urbanización en México en el
Último Cuarto del Siglo XX
Marina Ariza
Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM
2
violencia criminal en un conjunto seleccionado de ciudades mexicanas. Este
aspecto, un rasgo emergente y generalizado de las sociedades latinoamericanas
de nuestros días, habla de las cortapisas del modelo económico en curso y de loa
magras oportunidades que ofrece a su población.
En las páginas que siguen exponemos las transformaciones principales
ocurridas en cada uno de los ámbitos señalados: urbanización, mercado de
trabajo, y violencia social, destacando los aspectos de continuidad y cambio y los
procesos o factores con que los que se asocian en cada caso, con cual
obtenemos tres ángulos de lectura del proceso de urbanización mexicano en las
dos últimas décadas del siglo XX.
2
En este importante incremento incide naturalmente el efecto acumulado de las altas tasas de
crecimiento poblacional.
3
Como en el caso anterior, en esta desaceleración influye también la baja en el crecimiento
poblacional.
3
excepción de las ciudades de entre medio millón y menos de un millón de
habitantes, las que salen a relucir como las grandes ganadoras del período. En
estas décadas finiseculares de 1970 a 2000, tanto las ciudades medias (de
50,000a 499,000) como las pequeñas (de 15,000 a 49,000) ven reducir
sistemáticamente su representación en el entramado de la jerarquía urbana
nacional: las primeras descienden de 9.2 a 2.6 su porcentaje en el universo
urbano; las segundas, de 34.8 a 21.4 (cuadro 1.1). Los centros urbanos de
500,000 a 999,999 habitantes, por el contrario, lo incrementan de 2.8% en 1970, a
19.2% en el año 2000. En otras palabras, esto quiere decir que el número de
ciudades grandes de este rango se multiplicó 19 veces en el período en cuestión
(cuadro 1). Las llamadas metrópolis (de más de 1 millón de habitantes), por el
contrario no muestran una tendencia tan unidireccional. Entre 1970 y 1990 se
observa una inflexión de su posición relativa (de 50.0 % 43.6%), que es
recuperada de nuevo en el año 2000. Así, aún cuando ocurrieron variaciones
importantes en el interregno, tanto al principio como al fin del período, las
metrópolis de más de un millón de habitantes concentran el mismo porcentaje de
población urbana: la mitad (50%), sólo que ahora éste se distribuye entre un
número mayor de localidades de este rango, nueve en vez de las tres que existían
en 1970, lo que quiere decir que ocurrió un cierta redistribución de la población
hacia otras metrópolis de la república. Es importante tomar nota, sin embargo, de
este punto de retroceso en la tendencia concentradora del crecimiento de las
grandes ciudades, pues el mismo dará pie a numerosas interpretaciones sobre el
curso de la urbanización en México que retomaremos en el siguiente apartado.
En suma, la observación del proceso de urbanización en México en las
últimas décadas del siglo XX da cuenta tanto de la desaceleración del ritmo de
urbanización como de la duplicación de los centros urbanos junto a la considerable
expansión del número de habitantes residiendo en estas localidades, en parte por
la inercia del crecimiento demográfico y por el efecto de las migraciones internas
en la conformación de las ciudades4. Esta proliferación de los asentamientos
urbanos ha implicado la diversificación del número de metrópolis, y el
ensanchamiento en general de la malla urbana, desde un modelo claramente
unipolarizado a otro multicéntrico o, a lo sumo, con varias constelaciones centro-
periferia. Sin excepción, todos los tamaños de ciudades que conforman la
jerarquía urbana se han multiplicado, desde las muy pequeñas (15,000 a 19,000)
que pasaron de 115 a 234, a las muy grandes (más de un millón), de tres a nueve.
No obstante, en lo esencial la estructura –vista a través de la jerarquía urbana- da
cuenta de una enorme continuidad al mantenerse, y aún consolidarse, la
tendencia a la mayor concentración de población en las localidades grandes en
detrimento de las pequeñas y medianas, a pesar de que las primeras se han
diversificado contrabalanceando así la hegemonía de la ciudad principal. Como se
señaló con anterioridad, entre 1970 y 2000 se ha producido una reducción
paulatina y sistemática de la magnitud de la primacía urbana en la Ciudad de
México, ya sea que ésta se compare con la segunda ciudad o con las tres
siguientes. En estricto sentido, esta reducción venía anunciándose ya desde el fin
4
Ellas fueron responsables de cerca de la mitad del crecimiento urbano de las ciudades de
México, Guadalajra y Monterrey antes de 1970 (Aguilar y Graizbord, s/f :157)
4
del período anterior, concretamente desde 1960. En coherencia con ello, el
porcentaje de población urbana que absorbe ha descendido desde cerca del 40%
a poco más de una cuarta parte (27.3%). Esta reducción ha favorecido
principalmente a otras metrópolis, hecho que ha movido a algún autor a afirmar
que México es hoy en día básicamente un país metropolitano (Olivera Lozano,
1997). Otros aspectos como la evolución de las tendencias migratorias internas
confirman por otra vía la pérdida de importancia de la Ciudad de México, y en
particular del Distrito Federal, el que desde hace ya bastante tiempo expulsa más
población de la que atrae (Ariza, 1998).
La pérdida de la capacidad de concentración y atracción poblacional
parece no ser un fenómeno privativo de la Ciudad de México, sino que empieza a
manifestarse de manera incipiente en otros centros metropolitanos del país.
Suscribiendo el modelo de urbanización planteado por Geyer y Kontuly (1993),
según el cual las ciudades de tamaño grande, intermedio y pequeño atraviesan
por ciclos de crecimiento rápido y lento que reflejan una pauta secuencial de
cambio hacia la concentración primero, y la dispersión o desconcentración
después5, CONAPO (s/f), constata con base en la Encuesta de la Dinámica
Demográfica un balance migratorio desfavorable de las ciudades de Guadalajara,
Puebla y Torreón en el quinquenio 1992-1997, en equilibrio para la ciudad de
Toluca, adyacente a la Ciudad de México, y positivo únicamente en Monterrey6.
En cada caso, los saldos migratorios negativos representaron una reversión del
comportamiento observado en el quinquenio 1987-1992, de atracción neta con
excepción de la Ciudad de México, para todas las ciudades analizadas. De seguir
las tendencias en curso, y de acuerdo con este esquema analítico, México
transitaría en el mediano plazo hacia un patrón de desconcentración relativamente
más maduro, en el que el espacio jerárquico no sería necesariamente continuo y
tenderían a predominar los movimientos de filtración jerárquica de mayor a menor
jerarquía en el conjunto del sistema urbano nacional, invirtiéndose así el patrón
característico de la etapa concentradora (Ibídem).
En el panorama descrito coexisten por tanto tendencias de uno y otro signo,
con niveles, intensidades, y ritmos distintos, y ello ha sido objeto de acaloradas
discusiones, como a continuación expondremos.
5
de 1970 marcaría un parteaguas en el curso seguido por el proceso de
urbanización. Para otros, entre los que destaca Garza (1999; 2000a; 2000b;
2002), dichas tendencias, lejos de obedecer a una suerte de desconcentración
“espontánea”, como apresuradamente se ha querido ver, responden a una
acentuación de la tendencia concentradora y a un cambio en el nivel de la
concentración, de la metrópolis a la megalópolis (solapamiento de al menos dos
metrópolis).
Los detentadores de la primera posición sostienen que tanto la disminución
de la velocidad del proceso de concentración urbana, como el carácter
crecientemente expulsor del Distrito Federal, el elevado incremento demográfico
de un grupo de ciudades medias, la multiplicación de las opciones migratorias, la
pérdida de importancia de los deplazamientos campo-ciudad, y el hecho de que
las tasas de crecimiento de algunos centros medios hayan sido en algún momento
superiores a las de la ciudad capital, son elementos suficientes para afirmar que el
proceso concentrador, tal y como se había verificado antes de 1970, ha llegado a
su fin. En lo esencial, dicho proceso se caracterizaba por la atracción casi
exclusiva de las grandes zonas metropolitanas del país, en especial, de la Ciudad
de México. Ahora, no sólo ella ha cedido espacio a otras ciudades de diverso
rango, sino que han emergido nuevos patrones de distribución territorial, entre los
que destacan: la frontera norte, algunas zonas costeras, y las regiones petroleras
del Golfo de México (Negrete, 1999).
Partiendo de una crítica incisiva a la concepción del crecimiento urbano
como una tendencia inelectuble hacia una concentración cada vez mayor, algunos
de estos autores enmarcan sus reflexiones en planteamientos teóricos que
visualizan el proceso de urbanización en etapas las cuales describen una curva
tipo U invertida, común por lo demás a la mayoría de los procesos de desarrollo
(Graizbord, 1992, apoyándose en Alonso, 1980 y en Williamson, 1965). De
acuerdo con ella, el curso de la urbanización se mantendría estable durante un
largo período, para acelerarse en el momento en que el sistema sufre un cambio,
hasta alcanzar el punto más alto y volver a desacelerarse y alcanzar estabilidad de
nuevo con posterioridad. En la actualidad México habría entrado en la tercera
etapa de este proceso, en la que las metrópólis nacionales pierden población
absoluta en sus núcleos centrales y en sus anillos circundantes o suburbanos, a
favor de sus hinterlands no urbanos o de las localidades urbanas de sus periferias
(Graizbord, 1992). Estos cambios se manifestarían en la expansión de las
regiones periféricas, de las áreas rurales, y de las ciudades medias y pequeñas,
las que pasarían a convertirse en el destino principal de los flujos migratorios
internos (Ibídem).
En un interesante trabajo empírico en el que evalúa el proceso de
desconcentración poblacional tomando en cuenta dos escalas de observación,
estatal y municipal, Negrete (1999) afirma, apoyándose en la menor de estas dos
aglomeraciones, que en los años 1990-95 se generaliza y acelera la tendencia a la
desconcentración urbana iniciada en la década de 19707. Tan sólo en este lustro,
7
Cuando el análisis se hace sustentado en la observación en el nivel estatal, la conclusión es que
efectivamente la región Centro ha crecido encima del promedio nacional, lo que quiere decir que
ha concentrado población.
6
cinco veces más municipios atrajeron población que en los veinte años
transcurridos entre 1950 y 1970, hecho que estuvo acompañado de una expansión
considerable de la superficie que comprenden. La autora hace además una
puntualización importante respecto de la naturaleza que reviste el proceso
desconcentrador en países como México, de bajo nivel de desarrollo. En ellos, a
diferencia de los países del primer mundo, la ausencia de alternativas adecuadas
de infraestructura urbana y económica que permitan un efectivo y exitoso
crecimiento lejos de las metrópolis tradicionales, obliga a que la desconcentración
se verifique en la periferia cercana a la ciudad principal, por un simple problema de
economías de escala (Ibídem).
Para Garza (1999, 2000ª y b; 2002), por el contrario, estas aseveraciones
descansan en una interpretación apresurada, cuando no errónea, de algunas
variaciones observadas en la década de los 80, por lo demás coyunturales.
Fueron dos evidencias empíricas, la baja en la tasa de urbanización intercensal
entre 1980 y 1990, de 1.3 a 0.8, y el descenso en la participación porcentual de las
ciudades de más de un millón de habitantes, de 51.3 a 45.0, las que animaron a
los investigadores a proclamar no sin entusiasmo el fin del proceso concentrador.
Desde su mirada, ambas evidencias no constituyen más que una manifestación
espacial de los efectos de la llamada crisis de los ochenta, que en México - es
menester recordar -adquirió tintes muy severos. Como prueba de que la
evaluación fue precipitada señala que ambas tendencias se revertieron en el lustro
siguiente, 1990-95: la tasa de urbanización repuntó, a la vez que ascendió la
participación porcentual de las ciudades más grandes a 47.28. Estos aspectos lo
llevan a enunciar que lejos de haberse producido un crecimiento urbano menos
desequilibrado o uniforme, o una desconcentración espontánea, lo que ha tenido
lugar es un cambio en el ámbito de la concentración hacia conglomerados
megapolitanos y regiones urbanas policéntricas. El paso de una a varias áreas
metropolitanas y su creciente papel en la jerarquía urbana serían indicios
inequívocos del cambio en el modo de concentración. En sí mismo, el desarrollo
del complejo megapolitano es un proceso de largo plazo que podría llevar décadas
o siglos. En México, a finales del siglo XX sólo existía en sentido estricto una
megalópolis, producto del solapamiento de la Ciudad de México y Toluca, capital
del Estado de México, y ello aconteció allá por los años ochenta. Las demás
regiones policéntricas hegemónicas en México en la actualidad serían el
Occidente, con vértice en la ciudad de Guadajalara; y el Noreste, con Monterrey
como núcleo principal.
Hasta aquí hemos descrito los principales puntos de un debate no
concluido. A través del análisis de la evolución seguida por cada tamaño de
ciudad, de la distribución regional de las primeras 99 ciudades y los cambios
ocurridos en ellas, y de una mirada más cercana a las primeras 25 ciudades,
trataremos de acercarnos empíricamente a la discusión de estos puntos de vista
contrapuestos.
8
Los datos para 1995, hechos con base en el Conteo Nacional de Población y Vivienda, no figuran
en el cuadro anexo.
7
Evolución por tamaño de localidad
El cuadro 1.2 recoge el cálculo de las tasas de crecimiento de las ciudades según
su tamaño en tres períodos intercensales. Para controlar el efecto del llamado
“sesgo de filtración jerárquica”9 se tomaron las siguientes precauciones
metodológicas: 1) se seleccionó a la localidad, y no al municipio (el que se basa
en una definición administrativa y puede contener por tanto, lejos de la cabecera
municipal, zonas rurales) como base para la contabilidad; 2) se identificó cada
localidad al inicio del período de estudio, y se hizo un seguimiento puntual a lo
largo de cada momento censal; 3) en el caso de las áreas metropolitanas se tomó
la composición de éstas al final del período y se evaluaron entonces, hacia atrás,
los cambios ocurridos en ella, para ver cuáles localidades fue absorbiendo10.
Mucho del debate actual acerca del sentido de la urbanización partió de la
evaluación de cuál era el tamaño de ciudad que lidereaba el crecimiento en cada
momento histórico. Fue en parte la percepción de que las ciudades medias habían
desplazado en los 80 a las metrópolis como ejes del crecimiento, lo que llevó a la
proclamación del fin de la época concentradora. Los datos contenidos en el cuadro
1.2, en los que se incluye también el período intercensal 1960-70, corroboran e
dinamismo diferencial de las ciudades según su tamaño. En la primera de estas
décadas (1960-70), y como expresión del contexto demográfico de alto
crecimiento poblacional que la enmarca, la mayoría de las ciudades registra tasas
de crecimiento realmente elevadas, del orden del 4 y sobre el 5% anual. Sin
embargo, son las ciudades grandes (500,000-99,000) y las metrópolis las que se
expanden a un mayor ritmo relativo. En los dos decenios siguientes (1970-1990),
las metrópolis y ciudades grandes ceden su lugar a las ciudades medias, las que
indiscutidamente comandan el proceso en esos años de todavía elevado
dinamismo poblacional.11 Al llegar al primer lustro de los 90 son las ciudades
grandes de nuevo, y las más numerosas de las medias (100,000 a 499,000) las
que mayores ritmos de crecimiento muestran, bastante lejanos de los valores
exhibidos entonces por las metrópolis. En el último quinquenio de la década de los
90, y en oposición a lo que ocurría al principio del período de observación, las
tasas de crecimiento denotan el cambio a la baja en la dínámica demográfica
9
El sesgo de filtración jerárquica ocurre cuando, por no controlar por el tamaño de localidad al
inicio del período de evaluación, se atribuye a la ciudad subsiguiente en orden de tamaño un
crecimiento que en estricto sentido obedece a la expansión del tamaño de ciudad inmediatamente
anterior entre un censo y otro. Como habitualmente la contabilidad no se realiza a partir del
seguimiento de cada ciudad o localidad a través de los diferentes períodos censales, sino que
simplemente se contabiliza cuántas son de cada tamaño en cada momento censal, no se sabe
quién nutre a quién o qué movimientos se dieron entre ellas. Se incurre así en la falsa imputación
de atribuir a la ciudad siguiente una expansión que es parcialmente producida por el efecto de
crecimiento de la ciudad inmediatamente anterior en rango-tamaño , que fue objeto de
reclasificación al final del periódo de observación (véase Solís, 1997 y CONAPO s/f).
10
El cálculo de estos datos implica un laborioso proceso de trabajo de las fuentes censales en
cada año. En el año 1997 Patricio Solís (1997) lo hizo para el período 1960-1995, muy gentilmente
accedió a completar la información para el año 2000 y a permitir su publicación en este texto.
11
Es habitual en México obviar la información censal del año 1980, o sustituirla por otra, debido a
su baja calidad. La evaluación de los períodos 1990-95 y 1995-2000 se hizo con base en los
censos y el Conteo Nacional de Población y Vivienda 1995, de perfecta comparabilidad .
8
global: todos los valores se encuentran por debajo del 2%. Sin embargo, continúan
siendo las ciudades grandes (500,000-999,000) y las medias de mayor tamaño las
que más rápidamente se expanden, seguidas ahora muy de cerca por las
ciudades pequeñas de menos de 20,000 habitantes y por las metrópolis. Es de
destacar que en este escenario de desaceleración del crecimiento poblacional
nacional ha ocurrido una suerte de convergencia en los ritmos de expansión que
exhiben las ciudades que se mostraron más dinámicas a lo largo de los últimos
cuarenta años (metrópolis, medianas, grandes, y algunas de las pequeñas). Visto
de otra manera, podemos afirmar que mientras las metrópolis tuvieron su mayor
ritmo de crecimiento relativo en los años 60, hecho que coincidió con las tasas
más altas de urbanización registradas por México durante el siglo (Garza, 2002),
las ciudades medias y pequeñas continuaron expandiéndose con ritmos por
encima de las urbes situadas en la cúspide de la jerarquía urbana durante los 70 y
80, e incluso en algunos casos hasta principios de los 90. La distancia en el
crecimiento entre todos los tamaños de ciudad se aminora a finales de los años
90 producto de los cambios dictados por el curso de la transición demográfica, con
una tendencia a la convergencia en la velocidad de expansión anual de todos los
tamaños de ciudad, que no logra sin embargo anular todas las diferencias
preexistentes.
12
Consejo Nacional de Población.
9
en la década de los 80 la región Centro (V) disminuye el porcentaje de población
que absorbe de 46.6% a 42.9%, y (a 42.2% en los 90); una reducción menor se
observa ya desde los años 70 en la región Norte Centro (II); 2) las ciudades
ubicadas en las regiones con menor desarrollo relativo (Pacífico Sur, y Península
de Yucatán) aumentan de manera considerable su representación porcentual.
Estas diferencias, que además se manifiestan en las tasas de crecimiento medio
anual de cada una de las regiones aquí consideradas son la expresión de diversos
procesos simultáneos, entre ellos las discrepancias regionales en el descenso de
la fecundidad todavía prevalecientes en el país, el grado urbanización diferencial
entre ellas, y el cambio en la relocalización de las actividades productivas hacia
una mayor diversificación espacial (Olivera Lozano, 1997; Bendesky, 2003).
Con independencia de la región en que se ubiquen, las 99 ciudades
contempladas exhiben el mismo patrón general en su evolución por tamaño
poblacional (cuadros 1.4 y 1.5): un ascenso gradual y sistemático desde los
peldaños inferiores de las ciudades pequeñas, a los de las ciudades medias –
mayormente-, y grandes y metrópolis, en menor medida. En cada momento
censal, son las ciudades medias las que concentran el mayor número de núcleos
urbanos, por lo que no es arriesgado afirmar que las 99 principales urbes del país,
de las 350 que integran el mapa urbano nacional, son básicamente ciudades
medias (de 50,000 a menos medio millón de habitantes). Si a través de este
conjunto de ciudades evaluamos el curso seguido por el sistema urbano, tenemos
que los cambios más pronunciados se produjeron en la década de 1970-80
(cuadro 1.6), cuando se modificó alrededor del 70% del total de ellas, casi
siempre a través del paso de ciudad pequeña a media (38%). De 1980 en
adelante el sistema urbano, visto a través de este subconjunto de ciudades,
prácticamente se estabiliza, y es más lo que permanece que lo que cambia. En
efecto, entre 1980 y 2000, sólo modifican su categoría de tamaño entre el 10 y el
15% de las 99 ciudades, y lo hacen principalmente a través del tránsito de ciudad
media a ciudad grande y, en menor medida, metrópoli.
10
multitud de puntos de escasa población relativa. Treinta años después, en el año
2000, entre estas veinte y cinco ciudades figuran siete metrópolis; mientras todas
las ciudades medias sin excepción ascendieron al rango de grandes centros
urbanos, 17 en total. Vale la pena destacar que la Ciudad de México redujo en
cerca de 9 puntos porcentuales la cantidad de población que absorbía en el
conjunto de ellas, pasando de 50 a 41.7%; es decir, se produjo un proceso de
redistribución o desconcentración relativa desde la ciudad principal a las ciudades
medias. En términos absolutos, sin embargo, y por efecto mismo del crecimiento
vegetativo de un contingente tan vasto, la ciudad principal más que duplicó el
número de sus efectivos.
Ahora bien, entre uno y otro momento del tiempo ocurrieron cambios en la
jerarquía aquí presentada; en otras palabras, las primeras 25 ciudades de 1970 no
son las mismas que en 2000: seis de ellas fueron sustituidas. Así, Cajeme, Saltillo,
Durango, Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, cedieron su lugar a Toluca,
Cuernavaca, Querétaro,Tlaxcala, Orizaba y Villahermosa. En este proceso de
cambio, la región III (Noreste, donde se ubica la ciudad de Monterrey) perdió
cuatro de sus siete lugares; las regiones I (Mar de Cortés) y II (Norte Centro y
asiento de Ciudad Juárez), perdieron uno cada una; y las regiones V (Centro) y
VI, (Golfo) ganaron seis, cuatro y dos respectivamente. ¿Qué nos dicen estas
transformaciones de los procesos socio-económicos y demográficos que le
subyacen?
Si reagrupamos los núcleos que integran esta jerarquía de puntos urbanos
por tamaño13 en 1970 y 2000, en un conjunto de centros metropolitanos y sus
respectivas series de ciudades subsidiarias (o dependientes), tal y como figura en
los diagramas 1 y 2, algunas cosas salen a relucir. De las 25 ciudades emergen
con claridad, ya desde 1970, cinco centros metropolitanos cuya vigencia se
conserva en uno y otro momento del tiempo. Así, las ciudades de Tijuana, Juárez,
Monterrey, Guadalajara y México, constituyen los nodos o puntos gravitacionales
alrededor de los cuales se aglutinan una serie de centros urbanos menores en las
regiones I, II. III, IV y V, respectivamente. Desde el punto de vista geográfico
emergen entonces nítidamente dos ejes: el fronterizo y el norte, y el centro y
centro occidente (en un sentido amplio), como los vértices alrededor de los cuales
se diseminan las cinco metrópolis principales y sus constelaciones; ejes que
además se cruzan entre sí. Las ciudades de Mérida y Veracruz, que en 1970
integran parte de la jerarquía urbana, escapan a esta geografía.
Treinta años después, tres aspectos pueden ser observados: 1) un
fortalecimiento extraordinario del conjunto formado por la metrópoli de la ciudad
principal y los núcleos urbanos que la rodean; 2)el mantenimiento del
conglomerado conformado por la ciudad de Guadalajara y sus satélites; 3) la
delineación de un sexto centro metropolitano regional, ajeno al enorme poder
gravitacional del centro y norte del país, situado esta vez en la región Golfo: la
ciudad de Veracruz y sus adláteres Villahermosa y Orizaba. En efecto, el conjunto
13
Llama la atención que con base en la densidad de llamadas telefónicas como indicador de cierto
grado de intercambio interurbano, Aguilar y Vázquez (1998) encontraran prácticamente las mismas
ciudades en la jerarquización por rango e índice de centralidad que hicieran para un conjunto de 26
centros urbanos en 1990.
11
metropolitano formado por la Ciudad de México y las urbes circunvecinas pasó de
contener 3 a 7 de las 25 primeras ciudades del país. A Puebla y Acapulco se
sumaron en el 2000 Querétaro, Toluca, Cuernavaca, y Tlaxcala como centros
urbanos que responden al enorme poder de atracción de esta macro ciudad
latinoamericana. Dicha reagrupación se hizo a expensas de los demás centros
regionales destacados, con excepción del conformado por Guadalajara en la
región Centro Norte y Occidente, y del que emerge en la región Golfo, lidereado
por Veracruz.
En lo que atañe al papel económico de estas ciudades, Tijuana y Juárez
son esencialmente ciudades maquiladoras, rasgo que define la especialización
económica del sistema urbano fronterizo al que pertenecen, el que además no
fortuitamente ha tenido el mejor desempeño económico en el contexto nacional en
la última década (Zenteno, 2002). Guadalajara, epicentro de la región Centro
Norte y Occidente, asiento tradicional de la pequeña producción artesanal, ha
emprendido un proceso de diversificación de su planta industrial desde la pequeña
industria artesanal a empresas de mayor tamaño y a la producción de bienes de
capital e intermedios. En los últimos años ha sido también receptáculo de la
inversión extranjera vía la industria maquiladora de exportación (García y Oliveira,
2001; Zenteno, 2002). Monterrey, tradicionalmente un vértice importante de la
industrialización mexicana, eje de la industria pesada y de bienes de capital, ha
sufrido un proceso importante de reestructuración económica que le ha permitido
reposicionarse competitivamente en la arena internacional, no sin antes sufrir los
embates del quiebre económico de mediados de los 90 (Alba,1998). Mérida, a
mayor distancia del centro, ha recibido recientemente un vigoroso impulso
económico con el aumento del empleo maquilador (Zenteno, 2002). A su vez,
Veracruz, perteneciente al grupo de ciudades portuarias, ha visto fortalecer las
actividades económicas vinculadas a los servicios y el turismo (Ibídem). Resta la
Ciudad de México, centro gravitacional del sistema urbano nacional, que en el
contexto de la nueva geografía espacial ha sufrido un agudo proceso de
desindustrialización relativa acentuando su vocación terciaria y de intermediación
comercial (Parneiter, 2002).
En el lapso 1980-88, fueron las ciudades y regiones más vinculadas a la
inversión externa y a los servicios de exportación (Norte y, en menor medida,
Centro Norte) las que se vieron favorecidas por el nuevo impulso industrializador
vinculado al mercado externo. En cambio, las grandes metrópolis del Noroeste
(Monterrey) y Centro (Ciudad de Mëxico), resultaron perdedoras netas (Ibídem)14.
Baste como ejemplo el impacto diferencial de la crisis de 1994 sobre el espacio
urbano regional: mientras en la industria maquiladora su impacto fue nulo, Ciudad
México, Jalisco, Nuevo León, Guanajuato y Puebla, exhibieron los mayores
volúmenes absolutos de despido de personal (Alba, 1998; Zenteno, 2002).
Producto de los cambios señalados, los seis estados fronterizos, en contraposición
con los del sureste, tuvieron tasas de crecimiento promedio del PIB superiores a la
14
De acuerdo con Olivera Lozano (1997), los sectores líderes dentro del nuevo modelo de
económico (exportadoras de vehículos, de autopartes, maquinarias no eléctricas, hierro, acero,
industria química…), ubicados en la región Norte, mostraron tasas de crecimiento por encima del
promedio nacional de 3.6. Por su localización espacial, resultaron favorecidas de manera
particular ciudades como Chihuahua, Monclova y Saltillo.
12
media nacional que fue del alrededor 3.6% entre 1995 y 2000 (Bendesky, 2003).
Sobre algunos estos aspectos volveremos en el apartado 2 de este capítulo
15
En ese contexto, las migraciones campo-ciudad contribuían en el conjunto de América Latina
con alrededor del 40% del crecimiento urbano (Lattes, 1994)
13
Pero en la medida en que el sistema urbano es expresión de una “división del
trabajo productivo”, de la distinta funcionalidad y/o especialización de las ciudades
en un entorno socioeconómico dado, como acabamos de constatar, la distribución
espacial expresa la lógica de uso espacial que rige a una estrategia de producción
dada, la que se esfuerza por aprovechar las “ventajas “geográficas y/o
económicas existentes. Queda claro que en el nuevo esquema de crecimiento
existen fuerzas que propenden hacia una desconcentración relativa del espacio
urbano al determinar la localización espacial de la producción fuera del histórico
centro del país; estas, sin embargo, son contrarrestradas por la arraigada
tendencia a aprovechar las economías de escalas preexistentes. Ello explica
quizás el fortalecimiento de la constelación metropolitana ubicada en el ámbito de
la ciudad principal en los últimos años.
Finalmente, y como una adenda a la discusión, las aseveraciones sobre el
carácter mayormente concentrado o no de la urbanización se sustentan con
frecuencia en el uso de indicadores disímiles, que no siempre evalúan lo mismo o
no lo miden adecuadamente. A su vez, en la evaluación del proceso de
concentración se utilizan de distintas escalas de observación (regional, municipal,
megapolitana etc.) con implicaciones distintas para el análisis; cuando de espacio
se trata, la escala es muy importante16. Hemos visto que es posible afirmar
verazmente al mismo tiempo que la ciudad principal absorbe tendencialmente
menos población, y que a escala regional continúa ejerciendo atracción. ¿En qué
punto se encuentra el límite para hablar de concentración, qué escala de
observación es la pertinente?
En resumen, ni hiperconcentración megalopolitana ni desconcentración
niveladora, y en cierto modo algo de las dos. La dinámica demográfica, las
tendencias económicas actuales, y el momentum de la urbanización, promueven
la desconcentración relativa del espacio urbano; pero los profundos desequilibrios
regionales preexistentes,y la necesidad de aprovechar las economías de escala
en un contexto de desigual dotación de infraestructura e inequittiva distribución del
ingreso, actúan en el sentido inverso. Estaríamos así ante lo que Aguilar y
Vázquez (1998) denominan un proceso de desconcentración concentrada.
A. Tendencias generales
Es probable que haciendo un ejercicio de comparación histórica, sean pocos los
períodos económicos que encierren tantas y tan decisivas transformaciones en los
mercados de trabajo en México como los que acotan las décadas de 1980 a 2000.
Dos grandes crisis y sendos períodos de tímida recuperación económica, tres
devaluaciones monetarias, un profundo cambio en el esquema de crecimiento
16
Es sabido que en el caso de la migración, por ejemplo, a menor unidad espacial, mayor
movilidad; así, la migración intermunicipal registrará invariablemente más movimientos que la
interestatal.
14
hacia la apertura externa, la reorientación y diversificación espacial del sector
manufacturero, la acentuada terciarización y feminización de la fuerza de trabajo,
una caída prácticamente irrecuperable de los salarios reales acompañada de su
dispersión, la proliferación de las actividades no asalariadas, la desprotección
laboral, la polarización, y el deterioro en la calidad del empleo son, a grandes
rasgos, los eventos que resumen el período. A continuación haremos una breve
mención a los más relevantes de ellos.
La década de los ochenta principia, en efecto, con una aguda contracción
económica que no fue más que la escenificación tardía en el caso mexicano de un
episodio más de la llamada crisis de la deuda, la que azotó a la mayoría de los
países latinoamericanos desde los tempranos años de los 70.17 Las
manifestaciones de esta crisis resultaron ostensibles en la pronunciada caída del
producto per cápita y del salario real, en la traumática devaluación monetaria, y en
la no menos importante alza inflacionaria18 (Tello, 1987; Ros, 1985; Oliveira y
García, 1996 y 1998). En el mediano plazo, sin embargo, la crisis no fue más que
la antesala de un cambio más radical aún, el que habría de transformar el
esquema de crecimiento económico desde un modelo sustentado en la protección
del mercado interno y la industrialización por sustitución de importaciones -
hegemónico grosso modo entre 1940 y1970- hacia otro cuyos ejes descansan en
la comercialización, la reorientación del papel del Estado en la economía, la
apertura y competitividad externas. Sería 1986 el punto de arranque de una serie
de medidas decisivas que crearían la plataforma institucional necesaria para el
despegue del nuevo modelo económico.
Es quizás el freno en el crecimiento industrial el rostro más evidente de los
decisivos cambios estructurales a que hemos hecho mención. El mismo resulta
evidente en la pérdida de importancia de la manufactura como generadora de
empleo a nivel nacional: entre 1980 y 1986, el porcentaje de ocupación
correspondiente a este sector en los establecimientos fijos descendió de 46% a
37% (Garza, 1991; Oliveira y García, 1996). Fueron las empresas destinadas a la
producción de bienes de capital y de consumo duradero las más severamente
afectadas por la crisis, de ahí que las ciudades donde ellas eran importantes
(Monterrey, Ciudad de México) registraron la mayor contracción relativa del
empleo (Olivera Lozano, 1997)19. Los datos disponibles muestran una reducción
de 21.2 % a 17% de la PEA industrial entre 1979 y 1991, que tiende a recuperarse
a finales de los 90 20 (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001). En esos primeros años de
los noventa, y por primera vez en la historia reciente de México, se revierte la
tendencia a la rápida expansión del sector industrial iniciada en los años 50. Entre
1991 y 1995 éste se crece con un ritmo inferior al del sector terciario. La
devaluación del orden del 100% ocurrida en 1995 terminó por apuntalar el nuevo
17
El boom petrolero del período 1979-81 permitió a México retardar ficticiamente por unos años el
severo impacto de la crisis.
18
La moneda se devaluó cerca de 40 veces entre 1982-1986; la inflación rebasó el 100 %,
mientras la tasa se desempleo abierto llegó al 12% a mediados de 1983 (Ros, 1985).
19
A diferencia de la Ciudad de México, Monterrey lograría años después relanzar un proceso de
reestructuración exitoso y revertir parte de la tendencia desindustrializadora (Alba, 1998).
20
De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Empleo, en el año 2000 el sector industrial
manufacturero absorbía al 19.3 de la fuerza de trabajo.
15
patrón de crecimiento forjado a principios de los 80, contribuyendo a reestructurar
los sectores productivos, la competitividad de las empresas y los costos de la
fuerza de trabajo, como una de las principales “ventajas comparativas” que ofrece
el país a escala internacional (Bendesky, 2003).
Pero el golpe al sector industrial fue contrabalanceado por el auge de las
exportaciones manufactureras (maquilas), puntal decisivo del nuevo esquema de
crecimiento. Estas experimentaron una extraordinaria expansión desde mediados
de los 80 en adelante, y sólo disminuyeron su crecimiento a principios del siglo
XXI cuando las secuelas negativas de la onda recesiva de la economía
estadounidense la obligaron a recortar la planta industrial y cerrar incluso algunos
establecimientos.21 En los últimos años ha tenido lugar un importante proceso de
expansión territorial de la industria maquiladora por el cual las menos competitivas
se han desplazado hacia el centro del país en procura de salarios más bajos y
condiciones más atractivas22 (Fleck, 2001); de modo que ahora no son sólo las
ciudades fronterizas las beneficiarias de la inversión extranjera en este dinámico
sector de la actividad económica. Es característico del llamado patrón emergente
de distribución territorial de la maquila, iniciado en la década de los 90, su
ubicación preferencial en las ciudades medias, e incluso, e algunas localidades
rurales (Carrillo y De la O, 2002)23.
Como fue señalado en el apartado anterior, el proceso de cambio
económico ocurrido en México desde mediados de los 80 estuvo acompañado por
una reorganización espacial de la producción que terminó por conformar una
nueva geografía económica en el país (Olivera Lozano, 1997; Bendesky, 2003).
Esta nueva geografía expresa un cambio en la especialización económica de
algunas ciudades y puede ser sintetizado en un desplazamiento de la actividad
productiva desde los estados del centro del país a los del norte. Es interesante
observar que a pesar de los procesos socioeconómicos comunes que han vivido,
la Ciudad de México y Monterrey preservan todavía sus diferencias: en la segunda
es más fuerte la presencia del sector industrial, el que ha ido de la mano de la
expansión de las empresas medianas y grandes; en la Ciudad de México, si bien
han crecido las grandes empresas capitalistas y de servicios, también han
proliferado los micronegocios y el autoempleo (García y Oliveria 2003). Un rasgo
que las unifica, sin embargo, es el descenso del empleo público. Estos factores
explican tal vez el hecho de que en los albores del siglo XXI la ciudad
regiomontana ofrezca mejores ingresos relativos que la ciudad principal (Ibídem).
Otra de las tendencias que se ha afirmado con más fuerza en las décadas
postreras del siglo XX , ha sido la creciente terciarización de la economía. En
efecto, el porcentaje de fuerza de trabajo alojada en el sector servicios no ha
dejado de crecer entre 1980 y 2000 (cuadro 2.1), absorbiendo en este último año
21
Entre 1980 y 1998, el número de empleados en la maquila pasó de 101,020 a 817,877; en el año
2000 sobrepasaba el millón. (1,307,982). Sin embargo, por efecto de la recesión norteamericana
se perdieron 226 mil empleos y se cerraron 253 establecimientos entre diciembre del 2000 y
diciembre del 2001 (Fleck, 2001; Carrillo y De la O, 2002, e INEGI,2002).
22
Entre 1979 y 1998 el porcentaje de industrias maquiladoras en la frontera descendió de 88.0% a
62 % (INEGI, 1991 y 1998).
23
Así, por ejemplo, la industria textil maquiladora ubicada en municipios no fronterizos pasó de 27
establecimientos en 1985 a 783 en el 2000 (Carrillo y De la O, 2000).
16
alrededor del 52% de la población ocupada (ENE, 2000)24. Alcanzado este nivel,
México entra en el concierto de las llamadas economías terciarias, aquéllas en las
que al menos la mitad de la fuerza de trabajo encuentra inserción en dicho sector
de la actividad económica. En contraste con lo que fue la pauta de crecimiento del
terciario durante los años de auge del modelo por sustitución de importaciones, en
el prolongado período de crisis y reestructuración económica abierto entre 1983 y
1995, no son los subsectores modernos y más dinámicos de los servicios (sociales
y al productor) los que liderean el crecimiento, sino los más heterogéneos y los
que peores condiciones laborales ofrecen a la fuerza de trabajo (los personales y
el comercio)25 (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001).Entre 1991 y 1995, por ejemplo, el
comercio fue el subsector más dinámico dentro del terciario. En ese último año, y
por primera vez en la historia reciente del país, la fuerza de trabajo en el comercio
al por menor (o al detalle) era igual a toda la mano de obra ocupada en la
industria, la minería y el sector energético (García.1996).
A pesar de constituir un rasgo general de la economía en los últimos años,
la ampliación del terciario ha seguido una pauta diferencial según las regiones:
creció mucho menos en los estados del Norte (Chihuahua, Coahuila y Durango)
que en los de las regiones Golfo (Veracruz y Tabasco), Peninsular (Campeche,
Quintana Roo, Yucatán) y Pacífico Sur (Chiapas, Guerrero y Oaxaca). Con la
posible excepción de la región Peninsular, y en particular del estado de Quintana
Roo. El resto, de menor desarrollo relativo, fueron las que menos dinamismo
económico registraron durante el período (1980-1998). En su conjunto la
diferencia en la participación del terciario en el PIB regional entre uno y otro
momento histórico en estas tres regiones fue de al menos veinte puntos
porcentuales (Ibídem). Es de suponer que las actividades del terciario que en se
expanden en los ámbitos económicos menos diversificados son las de sus
subsectores menos modernos (servicios personales y comercio)26.
Como sucede en otros contextos sociales, la progresiva ampliación del
terciario ha ido de la mano de la creciente feminización de la fuerza de trabajo. Se
estima así que entre 1991 y 2000, de cada diez puestos de trabajo femenino, 3.7
se crearon en las actividades del terciario (incluido el servicio doméstico), y 2.8 en
la manufactura, muy probablemente maquiladora (Salas y Zepeda, 2003). La
presencia relativa de mujeres no ha dejado de aumentar desde la década de los
70. En el año 2000 el índice de feminización era de 51.85 mujeres por cada cien
hombres, una magnitud realmente importante si se considera que el porcentaje de
mujeres en el conjunto de la fuerza de trabajo oscilaba alrededor del 35% (Ariza y
Oliveira, 2002). Ello resulta coherente con el incremento de las tasas de
participación económica femenina las que, como es sabido, se han más que
24
En el año 1979, el porcentaje de trabajadores en el conjunto de los servicios apenas llegaba al
34.2% (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001).
25
Parnreiter (2002) llama la atención sobre el crecimiento reciente de los servicios al productor, en
particular en la Ciudad de México. Su impacto sobre la fuerza de trabajo es sin embargo limitado
debido a la baja proporción de población que absorben.
26
En el caso de la región Peninsular el crecimiento extraordinario del terciario medido a través de
la participación de éste en el PIB regional, el que pasó de 28.8 a 70.8 de 1980 a 1998, se
relaciona claramente con el desarrollo del turismo, la llamada “industria sin chimenea” (Salas,
2003).
17
duplicado en el período 1970-2000. La ampliación del terciario favorece la
inserción de las mujeres en la actividad económica extradoméstica, no sólo porque
muchas de sus actividades les permiten compatibilizar mejor las funciones
productivas y reproductivas tradicionalmente asignadas a ellas, sino porque el
carácter sexualmente segregado del mercado de trabajo imprime a este sector un
tinte particularmente femenino: las ocupaciones que en él predominan son
aquéllas concebidas como propias de su sexo.
Después de la aguda contracción del lapso 1982 a 1988, la economía
empezó a dar visos de recuperación a principios de la década los 90, pero una
nueva onda recesiva en 1994 sumió al país en la crisis económica más severa de
que se tiene memoria desde los años 40. El producto bruto interno se contrajo en
casi un 7%, la moneda se devaluó un 44%, la inflación se elevó al 52%; el
desempleo abierto, históricamente bajo en México, alcanzó la cifra récord de 7.6%
en agosto de ese año, magnitud sólo equiparable a los valores alcanzados en los
momentos más severos de la crisis de la deuda. Ese mismo año, 22,186
empresas suspendieron sus cotizaciones al Instituto Mexicano del Seguro Social
(García, 1996), los salarios mínimos se redujeron en un 12%, y los
correspondientes a los grandes establecimientos manufactureros en un 20%,
quedando sin efecto la frágil recuperación lograda entre 1991-1993 (Zepeda,
2002).
A partir de 1996 y hasta el 2000 al menos, se abre un período de breve
repunte del crecimiento económico observable en la recuperación relativa de los
salarios, la que no alcanzó sin embargo a remontar los niveles previos a la crisis
de mitad de la década. Así, se estima que el salario mínimo real del año 2000
representa tan sólo una tercera parte del monto de 1980 (Zepeda, 2002; Salas y
Zepeda, 2003). De acuerdo con cifras de la Secretaría del Trabajo, entre 1995 y
1998 el producto interno bruto creció a una tasa media anual de 5.6%, mientras la
población ocupada lo hizo al 4.5%. Tal situación se reflejó en una reducción de la
tasa de desempleo abierto hasta el 3.2% en 1999 (STPS, 2000). No obstante, esta
mejoría no se tradujo en una elevación de las condiciones laborales. Así, entre
1995 y 1998, la tasa de condiciones críticas de ocupación (TCCO) que mide la
proporción de población en situación precaria27, se mantuvo estable en 23.8%
(STPS, 2000). Otros indicadores como el porcentaje de trabajadores sin
prestaciones sociales que en México se sitúa por encima del 55%, o de aquéllos
que devengan menos de dos salarios mínimos al mes –por encima del 60% de la
población trabajadora- arrojan un panorama todavía menos esperanzador en
cuanto a la calidad de las ocupaciones en el México finisecular.
Uno de los rasgos sobresalientes de la economía en estos años de cambio
y transformación ha sido la tendencia a una mayor dispersión salarial (Feenstra y
Hanson, 1997; Ian Cragg y Epelbaum, 1996; Salas y Zepeda, 2003). Esta
dispersión salarial se manifiesta en que algunos salarios crecen muy poco y otros
lo hacen enormemente28. Así, en los últimos veinte años, el ingreso relativo de los
27
La que trabaja menos de 35 horas a la semana por razones de mercado, más la que labora más
de 48 horas semanales ganando menos de dos salarios mínimos al mes, o que trabaja más de 33
horas semanales con ingresos inferiores al salario mínimo.
28
Es materia de controversia la causa estructural de esta creciente dispersión. Algunos autores
argumentan que ella se relaciona directamente con la inversión de capital extranjero (Feenstra y
18
trabajadores más escolarizados mostró una sistemática tendencia al ascenso,
siendo ellos casi exclusivamente los beneficiarios de las pocas mejorías salariales
ocurridas en esos años (Ibídem). Estos datos son coherentes con los cambios
ocurridos en el perfil de la fuerza laboral mexicana en los noventa hacia el
aumento de la participación de quienes culminaron la secundaria o tienen estudios
de nivel medio y superior, en detrimento de los que se sitúan en el resto de los
niveles educativos, los que vieron disminuir su participación (Llamas Huitrón y
Garro Bordorano, 2003). 29 La dispersión salarial es también verificable en las
distintas ramas de actividad. Los autores citados documentan un aumento
progresivo del coeficiente de variación de los salarios medios por rama entre 1991
y 1999, quedando así la petroquímica, el sector eléctrico, las comunicaciones y las
finanzas como los que retribuyen los mejores salarios en el conjunto del sector
manufacturero y los servicios30.
A lo largo de la década de los 90 el ingreso real por hora disminuyó para el
conjunto de los trabajadores urbanos, y los salarios de las mujeres se mantuvieron
por dejabo de los obtenidos por los hombres (García y Oliveira 20023b). En ese
lapso de tiempo los empleados públicos fueron los únicos que incrementaron sus
niveles salariales en las áreas urbanas del país31. Es interesante notar que entre el
principio y el fin de la década se revirtió una de las tendencias caracerísticas de fin
de los 80: el mayor ingreso relativo de los cuenta propia no profesionales sobre los
asalariados privados (Ibídem). El bosquejo de la situación salarial de los distintos
grupos de trabajadores deja a los empleados en el servicio doméstico y en los
micro negocios como los que se encuentran en una situación más desventajosa;
mientras los asalariados, los empleados en establecimientos de seis o más
personas, y los gerentes, estarían mejor retribuidos (Salas y Zepeda, 2003). De
todos, son los patrones en grandes y pequeños establecimientos, y los cuenta
propia profesionales, los mejor remunerados en el conjunto de la fuerza de trabajo
urbana (García y Oliveira, 2003b).
Las transformaciones señaladas han tenido como consecuencia un
incremento gradual de los trabajadores no asalariados (principalmente cuenta
propias y familiares no remunerados) en el conjunto de la fuerza laboral, los que a
fines de los 90 constituyen alrededor del 37% del conjunto de los ocupados.
Hanson, 1997) , concretamente con la mayor demanda de trabajo calificado que ella supone; otros
corrigen esta afirmación argumentando que la dispersión se relaciona más bien con la disimilitud
de los cambios ocurridos en los salarios y el empleo en las distintas industrias y ocupaciones en
una economía en transición (Cragg y Epelbaum, 1996). En ese contexto, la oferta de profesionales
y gerentes es relativamente limitada, en un momento el que sus habilidades son más requeridas,
ello dispararía la diferencia salarial entre los profesionales y los trabajadores menos calificados,
siendo entonces más bien un problema de distintas elasticidades relativas en un entorno de
cambio socioeconómico. Finalmente, hay quienes desmienten el hecho de que es una elevación en
la productividad de algunos sectores, como la industria exportadora, lo que motiva la dispersión
salarial, pues, afirman, ésta se sustenta principalmente en los salarios bajos, y no en el
fortalecimiento de la competitividad y las capacidades de los trabajadores (Salas y Zepeda, 2003).
29
No obstante dichos cambios, el nivel educativo de la población trabajadora es realmente bajo:
entre 1991 y 1999 el 51.1% tenía como toda escolaridad un nivel de secundaria o menos (Ibídem).
30
Los peores salarios se pagarían en la confección de prendas de vestir, restaurantes, hoteles y
servicios varios (Salas y Zepeda, 2003).
31
Se refiere a las 16 ciudades contempladas en la Encuesta Nacional de Empleo Urbano, ENEU,
INEGI.
19
Muchos de esto aspectos resultan más inteligibles al echar una rápida mirada a la
evolución reciente del sector informal.
32
Sin embargo, una encuesta realizada en 1976 específicamente para medir informalidad en el
nivel de los hogares, arrojó una cifra del 38% (Jusidman, STPS, 1993).
33
El concepto de sector informal que se maneja aquí es una combinación del criterio del tamaño
de establecimiento con el de situación en el empleo. Incluye a los empleadores, asalariados y
trabajadores a destajo que laboran en establecimientos con cinco o menos personas; a los
trabajadores domésticos, a los cuenta propia, y los sin pago. De la categoría de trabajadores en
empresas con hasta cinco personas se excluye a los que se encuentran en ramas que se definen
como formales. De los cuenta propia y trabajadores sin pago, se excluye a los profesionistas,
considerados no informales, y a los trabajadores domésticos para evitar una doble contabilización
(STPS, 2000).
34
Si en vez del criterio tradicional aquí empleado, que combina el tamaño de establecimiento con
la situación en el trabajo (cuenta propia, asalariado, no remunerados), se recurre a una concepción
alternativa en la que se incluye a los asalariados sin prestaciones, el porcentaje de informalidad
sería en México del orden del 49.8% en el año 2000 (ver cuadro 2.7). Por razones de
comparabilidad con la información ya generada en el país, conservamos en lo esencial el criterio
anterior.
20
términos absolutos estas cifras significan que 7 millones 475 mil personas, dos
quintas partes de la población ocupada en actividades no agropecuarias en las
áreas urbanas, obtienen su modus vivendi en el sector informal de la economía,
con todas las implicaciones que ello encierra. En valores absolutos ello representa
un millón 694 mil personas más que a inicios de la década (1993). En el año 2000,
y a pesar de la reducción en la participación del sector informal en el conjunto de
la economía, todavía más de 7 millones de personas, del total 19 millones, 515 mil
que conformaban la población ocupada generaban su ingreso en el circuito
informal de la economía (cuadro 2.2).
De acuerdo con la distribución por sector de actividad económica las
mayores tasas de informalidad se encuentran en el comercio al menudeo –un
subsector, dicho sea de paso, extraordinariamente feminizado-, y los servicios,
sobre todo hoteles y restaurantes. Pero también son elevadas en la construcción y
en el transporte. En el comercio y en los servicios en general, se encuentra más
de las dos terceras partes de todos los informales urbanos en México, tanto a
principios como a finales de 1990 (cuadro 2.3). La tasa de informalidad en los
distintos subsectores presenta fluctuaciones que recogen con fidelidad los
vaivenes de la actividad económica durante el período. Así, tanto en la industria
como en el comercio y los servicios, la tasa de informalidad, esto es: el peso de
ésta en el conjunto de la economía (sector formal +informal), presentó incrementos
importantes en 1995 y en 1998, que retornaron dos años después a los niveles
previos a la crisis. Naturalmente, estos subsectores difieren en el grado de
informalidad, si bien en la industria manufacturera los valores oscilan entre el 25%
y el 30% de la fuerza de trabajo ocupada en ella, en el comercio al detalle y en los
servicios se coloca por encima del 50%.
La observación de la distribución del número de empleos por tamaño
establecimiento (cuadro 2.4) revela –como era de esperarse- que los informales se
concentran principalmente en unidades conformadas por 2 a 5 personas, hecho
que ha permanecido inalterado en los últimos años: Se observa, sin embargo, un
ligero incremento de los trabajadores en establecimientos unipersonales entre las
mujeres, en el lapso 1995-2000. Más adelante retomaremos este aspecto al tomar
como unidad de análisis los establecimientos económicos.
Una mirada al nivel de ingresos de los trabajadores informales muestra
cuatro aspectos relacionados (cuadro 2.5): a) el peso importante de los
trabajadores sin remuneración en el conjunto de los informales; b)sus menores
ingresos respecto de los formales; c) la mejor situación de la población masculina
trabajadora respecto de la femenina; d)y una relativa mejoría de los ingresos entre
1993 y 2000, más acentuada entre los hombres, y en el sector formal de la
economía. Esta mejoría se expresa entre otras cosas en la disminución de los
trabajadores sin remuneración en el conjunto de los informales, y en el mayor
porcentaje de los que reciben más 3 salarios mínimos entre sus opuestos, Dicha
mejoría tuvo -al menos en el caso de los informales- un punto de inflexión en el
año 1995.
El cuadro 2.7 confirma en lo esencial las diferencias más habituales en el
perfil sociodemográfico de la población ocupada en los sectores formal e informal
de la economía, en este caso para el año 2000: mayor edad de los informales, y
mayor escolaridad de los formales. Las diferencias son de dos años de edad entre
21
los hombres y más de cuatro entre las mujeres, y de 3.4 y 4.6 años de
escolaridad, respectivamente. Llama la atención el mayor porcentaje de jefas de
hogar entre las mujeres del sector informal, que sólo en parte obedece al mayor
envejecimiento en la estructura por edad que les es característico.35
Con base en la Encuesta Nacional de Micronegocios (ENAMIN), es
posible conocer algunas de las características de los establecimientos de hasta 6
personas.36 De acuerdo con ella, alrededor del 35% del total del empleo urbano
tiene lugar en este tipo de negocios, magnitud que en cifras absolutas envuelve a
un total de 6,693.7 personas. Visto de otro modo, 4. 2 millones de micronegocios
generan la tercera parte del empleo urbano a nivel nacional. La abrumadora
mayoría de éstos, el 84%, son unipersonales o utilizan trabajadores familiares a
los que no otorgan remuneración alguna (INEGI, 2000). Sólo una tercera parte
lleva a cabo sus actividades en locales, la inmensa mayoría o deambula en la vía
pública, o hace y deshace diariamente un pequeño puesto callejero, o bien toma al
propio domicilio o el de sus clientes como centro de operaciones (INEGI, 2000).
En un 85% de los casos el financiamiento para la realización de la actividad
provino de recursos propios, y la finalidad perseguida era casi siempre obtener un
mejor ingreso que en el trabajo asalariado y/o disfrutar de flexibilidad en el horario
durante la jornada laboral. El otro móvil mayormente expresado era obtener un
complemento al ingreso familiar (datos no incluidos en los cuadros, INEGI, 2000).
Como era de esperarse, el grueso de estos establecimientos carece de registro
ante las autoridades correspondientes. La observación de la distribución del
número de horas trabajadas por tipo de trabajador en los micronegocios (cuadro
2.6) revela un escenario mixto de subempleo y sobre trabajo, con porcentajes
importantes de la población en jornadas inferiores a las 35 horas o superiores a
40. Menos del 10% posee con seguridad social, y apenas un 15% cuenta con la
estabilidad que proporciona un contrato escrito (datos no presentados en los
cuadros). La información recabada a partir de esta fuente confirma la peor
situación relativa de las mujeres en el universo de los micronegocios: los
establecimientos dirigidos por ellas reciben ingresos mensuales inferiores a los
que encabezan los hombres, y contratan en menor medida fuerza de trabajo
asalariada. Es interesante constatar que el antedecente laboral más común de los
35
Se obtuvo la misma información a partir de la definición alternativa de informalidad que incluye a
los asalariados sin prestaciones, y se encontró un perfil bastante similar: mayor escolaridad entre
los formales y un porcentaje mayor de jefas de hogar entre los informales. Las únicas diferencias
sustantivas fueron una edad promedio más elevada entre los hombres del sector informal que
atenúa las diferencias entre ellos y sus iguales del sector informal, y una escolaridad superior entre
las mujeres del sector formal (datos no contenidos en los cuadros).
36
La Encuesta Nacional de Micronegocios de 1998 es representativa de todas las áreas urbanas
de 100,000 habitantes y más. La muestra seleccionada fue de 16 mil micronegocios. El informante
fue el patrón o trabajador por cuenta propia seleccionado, y no otro miembro de la familia. Se
consideraron en forma operativa a las unidades económicas de hasta seis personas en las
actividades de la industria extractiva y de la construcción, el comercio, los servicios y el transporte.
En lo concerniente al sector manufacturero se tomó a las unidades de hasta 16 personas,
incluyendo al dueño y a los trabajadores, remunerados o no, debido a que en general se requiere a
un mayor número de personas para operar este tipo de negocios. Como la selección de los
micronegocios se realiza con base en la Encuesta Nacional de Empleo Urbano, una encuesta de
hogar, es posible incluir negocios que escapan a las encuestas, a establecimientos y a los Censos
Económicos. Se conforma así una encuesta mixta hogares-establecimientos.
22
propietarios de establecimientos de sexo masculino es el trabajo asalariado
permanente (41.4%) o eventual (23.8%), mientras que el de las mujeres es el
cuidado de la familia (45.2%) o la condición de asalariada (permanente o eventual,
31.2%) (Román, 2001).
Datos provenientes de la misma encuesta levantados durante los años
1992, 1994, 1996 y 1998, parcialmente recogidos en el cuadro 2.9, dan cuenta de
la evolución seguida por los micronegocios en México en la última década del siglo
XX. Los mismos denotan algunos de los efectos de la crisis de mitad de la década
en el conjunto de ellos: a) aumento de los trabajadores por cuenta propia, con
ritmos anuales de entre el 7 y el 8 %, y descenso de los asalariados (Román,
2001); b) crecimiento de los establecimientos que poseen un solo trabajador (del
59% al 65%), así como de los que trabajan sin local. Se reporta también un
incremento de las unidades económicas que declararon haber tenido pérdidas, y
del porcentaje de trabajadores que dedica más de 48 horas semanales a la
actividad del establecimiento, los que aglutinaban a más de la mitad de la fuerza
laboral empleada en ellos en 1998. La competencia excesiva, la falta de clientes, y
las bajas ganancias, son los tres problemas a que con mayor frecuencia se
enfrentan los micro establecimientos al final del siglo XX (Román, 2001).
En el análisis que sobre ellos lleva a cabo, Román constata (2001) que sólo
un 18.5 % de los micronegocios se rige por una lógica de acumulación y no de
mera sobrevivencia, como es el caso de la inmensa mayoría de las unidades, a
las que califica de “cuasi-domésticas”37. A diferencia de los segundos, los
primeros- francamente minoritarios- recurren a créditos de instituciones bancarias
(y no sólo a ahorros personales o préstamos familiares), contratan más de un
trabajador, poseen objetivos de inversión, cuentan en su mayoría con locales
donde realizar la actividad, y sobreviven más allá de los dos a cinco años, que es
un lapso crítico para las micro unidades. Vale la pena anotar que
independientemente de la lógica por la que se guíe el establecimiento, y del sexo
del propietario, “ganar más que como asalariado” y “completar el ingreso familiar”,
fueron los motivos aducidos en más del 50% de los casos para dar pie al inicio de
la actividad (datos no presentados en los cuadros).
Los aspectos reseñados rearfiman la naturaleza extraordinariamente
precaria de estas pequeñas unidades económicas, cuya proliferación colma casi
por completo el universo de los informales. Revelan también que aún así, para
ciertos sectores sociales, estas frágiles y precarias unidades económicas
constituyen una mejor opción que el trabajo asalariado.
Los cuadros 2.10 y 2.11 recogen los resultados del ajuste de cuatro modelos de
regresión logística para medir la probabilidad de ser un trabajador informal, de
37
La autora distingue entre los micronegocios de subsistencia (65.9%), que no cuentan con mano
de obra subordinada y son en su mayoría unipersonales, y los que sí cuentan con ella y se rigen
por una lógica de reproducción simple con capacidad de acumulación . Entre estos últimos
distingue a los que utilizan mano de obra familiar casi siempre no remunerada (15.2%), de los que
contratan asalariados (18.5%). Son a estos últimos a los que nos referimos cuando hablamos de
“lógica de acumulación” en estricto sentido.
23
acuerdo con dos definiciones distintas (llamadas aquí “tradicional” y “alternativa”,
en las áreas más urbanizadas de México en el año 200038.
En ambos casos, el primer modelo lo comprende una serie de variables
individuales de carácter sociodemográfico: sexo, edad, escolaridad y relación de
parentesco con el jefe de hogar. El segundo incorpora a éstas dos, variables de
mercado: el tipo de ocupación (manual o no manual) y la rama de actividad
económica. En los dos casos el segundo modelo mejora sustantivamente la
capacidad explicativa del primero, llegando a dar cuenta de alrededor de un 25 a
un 28 % de la varianza (Nagelkerke R cuadrada).39
En lo que se refiere a los rasgos sociodemográficos, queda claro que –
con base en la definición tradicional de informalidad, y en contra de lo que pudiera
sugerir el sentido común- ser hombre y no mujer tiene un impacto positivo y
moderado en la probabilidad de ser un trabajador informal en las zonas urbanas
del país. Lo mismo sucede si se está en una situación de parentesco distinta a la
de jefe del hogar, principalmente si se es cónyuge; en esa condición el chance de
ser informal es una vez y media mayor que si se es jefe del hogar. En lo que
concierne a la escolaridad, contrastados contra el nivel máximo (16 años o más),
todas las categorías educativas inciden positiva y muy fuertemente, a juzgar por el
valor de los coeficientes, en la posibilidad de convertirse en un trabajador informal,
y –como era de esperarse- la magnitud de los coeficientes se incrementa de
manera considerable conforme descendemos en la jerarquía educativa. De este
modo, cuando una persona carece de escolaridad, la probabilidad de que se
encuentre laborando en el circuito informal de la economía es 18 veces mayor que
la de aquella persona que tenga al menos 16 años de estudio aprobados. En
cuanto a la edad, cada uno de los intervalos contemplados (35-44, 45-54, 55 y
más), impacta positivamente entre una y dos veces la posibilidad de ser informal
cuando son contrastados con el grupo de los más jóvenes, los de 12 a 24 años. Es
en el último tramo de edad, cuando se tiene 55 años y más, que el coeficiente
presenta su máximo valor, de modo que el chance de ser informal en ese
momento de la vida es 2 veces mayor que cuando se tiene de 12 a 24 años. Este
último aspecto, la edad, es el único que marca (en algunas categorías de la
variable) una diferencia con el ajuste obtenido con base en la “definición
alternativa” de informalidad (cuadro 2.11). En efecto, de acuerdo con ella tener 25
a 34 o 45 a 44 años (en lugar de 12 a 24) disminuye (en vez de elevar) la
probabilidad de ser informal. Cuando se tiene 55 y más, sin embargo, el
comportamiento de la variable es positivo en ambos conjuntos de resultados. Sin
embargo, es de destacar que –controlados los demás factores- el impacto relativo
de aquellas categorías de las variables que más inciden en la probabilidad de ser
informal en México en el año 2000 (sexo, edad y escolaridad), es mayor en el
modelo ajustado con base en la definición alternativa.
38
De las dos definiciones aquí manejadas, la que combina tamaño de establecimiento y situación
en el trabajo (“tradicional”), y la que, con base en la situación en el trabajo, incluye a los
asalariados sin prestaciones (“alternativa”), se obtuvo un coeficiente de correlación de Pearson, el
que mostró una alta asociación entre ellas (0.714). Ello quiere decir que -a pesar de sus
diferencias- ambas definiciones recogen una serie de factores comunes y apuntan a medir
esencialmente el mismo fenómeno.
39
La variable dicotómica dependiente es 0= formal, 1= informal.
24
Al incorporar las variables de mercado (rama de actividad y tipo de
ocupación), las características individuales conservan su sentido aunque
disminuyen su magnitud (con excepción de la relación de parentesco). Como era
de esperarse, encontrarse en la manufactura en vez de en el comercio o los
servicios, impacta negativamente la probabilidad de ser informal; trabajar en
actividades económicas dentro del sector de la construcción, agua, gas y
electricidad, también la disminuye, pero mucho menos. Este es otro punto de
discrepancia con la medición realizada a partir de la definición alternativa, pues en
ella francamente los trabajadores de la construcción (y demás actividades del
sector) tienen un chance 1.488 veces mayor de ser informales que los que se
encuentran en el comercio y los servicios. Por último, en lo que concierne a la
ocupación, ambos modelos arrojan resultados similares: contrastadas contra las
ocupaciones manuales no calificadas, las no manuales disminuyen la probabilidad
de ser informal, pero las manuales la aumentan en al menos una vez.
De este modo, y en un esfuerzo de síntesis, podemos decir que en México
a principios del siglo XXI, cuando las personas residentes en las áreas más
urbanizadas del país sean del sexo masculino, tengan 55 o más años de edad,
posean menos de16 años aprobados de escolaridad, trabajen en los servicios y/o
el comercio, y en algunos casos en la construcción (agua, electricidad y gas), y
pertenezcan a ocupaciones manuales, serán muy probablemente trabajadores
informales.
25
(COPARMEX, IMECO, y Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la
Justicia Penal, 2003).40
Entre los estudiosos de la criminalidad existe consenso acerca de la
relación entre ciertos factores sociales y la mayor proclividad a la violencia social.
Así, la densidad poblacional, la estructura por edad, la deprivación material, la
composición étnica, la estructura familiar y las diferencia regionales, podrían incidir
de manera variable en el nivel de homicidios e inseguridad que una sociedad
experimenta (Villareal, 2002). Se argumenta incluso que en una sociedad en
proceso de transición hacia formas democráticas de gobierno, el debilitamiento de
las relaciones tradicionales de patronazgo y la creciente competencia electoral
pueden, en una fase inicial, estimular los conflictos y –por ende- la criminalidad
(Ibídem).41
Tanto en a México como en el resto de América Latina, las investigaciones
disponibles confirman la veracidad de algunas de estas relaciones, sobre todo las
que atañen a variables demográficas como la edad y el sexo, y a las diferencias
regionales. En efecto, uno de los rasgos aparentemente “universales” del perfil de
víctimas y victimarios es que son desproporcionadamente adultos jóvenes, y
además, hombres. Algunos estudios constatan no sin pesar un aumento de la
participación de los más jóvenes en algunos países de América Latina como Chile,
por ejemplo (Arriagada, 2001). Si bien en las mujeres también las tasas de
homicidio han sufrido alguna elevación, por razones eminentemente socio-
culturales, los hombres siguen siendo los innegables protagonistas de la mayoría
de los hechos violentos en nuestra región.
Fuera de estos aspectos, la pertinencia de factores sociales como la
densidad poblacional o la deprivación de recursos han sido más difíciles de
corroborar. Las evidencias al respecto son mixtas y muchas veces controversiales,
pero su discusión es una asignatura obligada cuando se trata de dilucidar la
frecuente asociación entre vida urbana, violencia e inseguridad. 42 Se especula así
que la creciente fragmentación social que por diferentes vías promueve el modelo
económico en curso (menguada ciudadanía laboral, caída de los niveles de
bienestar, debilitamiento de los canales tradicionales de movilidad, pérdida de
centralidad de las identidades colectivas, etc..) estaría en la base de la ruptura de
la solidaridad social y la espiral ascendente en la criminalidad que hoy en día
enfrentan nuestras sociedades.
Escapa a los objetivos y posibilidades de este informe el esclarecimiento de
tales relaciones. Sería interesante conocer en qué medida ellos explican algunos
de los rasgos emergentes en el escenario delictivo de América Latina. Estos
refieren al carácter crecientemente organizado de la violencia, perpetrada cada
40
En la valoración del robo de vehículos la comparación se hace no con el número de habitantes,
sino con el tamaño del parque vehicular (Ibídem).
41
El estudio se refiere precisamente a México. Villarreal (202) encuentra que las municipalidades
rurales con mayor competencia electoral y fraccionamiento de los partidos, tienen hoy en día tasas
de homicidio más altas. El hallazgo resulta consistente con la hipótesis de que ello obedece al
debilitamiento de los cacicazgos locales.
42
Algunos de estos aspectos serán retomados en la discusión de la información relativa a México
en el siguiente apartado.
26
vez con más cálculo y premeditación y mayor número de agresores, al uso
creciente de armas de fuego, al aumento de delitos como los secuestros, a la
extensión del consumo de drogas, del tráfico de órganos y personas, y a la
prostitución infantil (Arriagada, 2001). Sirvan estos aspectos
como contexto para enmarcar la exposición de los datos disponibles sobre México
que a continuación hacemos.
27
el país se desplaza rápidamente al primer lugar (Consejo Ciudadano para la
Seguridad Pública, COPARMEX e IMECO, 2002). Así, en el año 2000 se
cometieron 642 secuestros o plagios, algunos de los cuales culminó con el
asesinato de la víctima43. La misma fuente aquí citada destaca dos de los rasgos
recientes que ha adquirido este ilícito: la persistencia de elevados niveles, en
especial en algunas entidades federativas, el creciente grado de crueldad de parte
de los victimarios. La mutilación, la tortura, y los malos tratos, son prácticas
habituales en la perpetración de estos actos violentos. Se ha señalado incluso la
tendencia cada vez mayor a elegir como blanco de sus acciones a menores de
edad, como una manera de ejercer mayor presión sobre los familiares (Ibídem).
A pesar de la importancia relativa del secuestro en el contexto de su
incidencia respecto a otros países, si se echa una mirada a la distribución de los
delitos violentos cometidos en México en el año 2002, estimados en 442,772
ilícitos, se observa que el robo con violencia (42.55%) y las lesiones dolosas
(51.15%) son los que totalizan más del 90% de ellos (cuadro3.1). En el caso
particular del robo con violencia, el 72.04% de ellos se concentra en la sustracción
de vehículos, rubro en el cual México ostenta el octavo lugar a nivel mundial en
números absolutos, y en el asalto transeúntes; el resto consiste en asaltos a casa
habitación (10.9%), negocios (10.7%) y transporte de carga (6.2%) (Consejo
Ciudadano para la Seguridad Pública, 2003). La magnitud de estos delitos nos
proporciona una clara idea de que el principal móvil de la acrecentada violencia
urbana en el México de nuestros días es el daño patrimonial; es decir, el ilícito que
se practica con la finalidad de hacerse del patrimonio o la propiedad de otros. Lo
que llama la atención es los tintes extraordinariamente violentos que ha adquirido.
De ahí que algunos autores destaquen que más que el incremento del número de
delitos, es la violencia con que son cometidos lo que ha registrado una mayor
vertiginosidad (Ibídem).
Aun cuando puede decirse que esta mayor incidencia delictiva es un rasgo
que envuelve a toda la sociedad mexicana, la información disponible permite
delinear algunas diferencias territoriales. Sobresalen así el noroccidente, el
centro norte, centro-sur y el valle de México, como las regiones más violentas
(Villareal, 2002). En coherencia con ello, son el Distrito Federal, Morelos y el
estado de México (en el centro); Chihuahua y Baja California (en el norte y
noroeste); Guerrero, Tabasco (centro Golfo) Quintana Roo (peninsular); y Nayarit
y Jalisco (en el noroccidente), los diez estados que ostentaron los mayores índices
delictivos en el año 2001 (ver cuadro 3.2 A; ICESI, 2002). En el extremo opuesto
se encuentran Durango, Zacatecas, Colima, Puebla y Tlaxcala, como las
entidades de más baja incidencia (Ibídem). Para dar sólo un ejemplo, el 71.4% de
todos los secuestros denunciados en México en el año 2000 se cometieron en tres
ciudades: México, Cuernavaca, y Guerrero, la mayoría de ellos, por supuesto, en
el Distrito Federal (46.3%) (COPARMEX y Consejo Ciudadano para la Seguridad
43
Estos datos provienen de la Conferación Patronal de la República Mexicana y del Consejo
Ciudadano para la Sesguridad Pública (A.C). Fueron recabados a partir de fuentes de diversas:
periódicos, datos de algunas procuradurías, e informes de sus propias organizaciones, por lo que
su confiabilidad es limitada. El sector empresarial se queja de la poca transparencia del Estado en
lo que se refiere a la delincuencia, y en particular, a los secuestros. El empresariado mexicano,
blanco continúo de estos ilícitios, se ha organizado para enfrentarlos.
28
Pública, 2002); este aspecto habla de una concentración espacial del
comportamiento delictivo en el contexto nacional.
Producto del escenario que acabamos de describir, el 47% de los
mexicanos se siente inseguro en el lugar en que reside. De ellos, lógicamente, son
los habitantes del Distrito Federal los que muestran un mayor grado de
desconfianza respecto a la seguridad en su ciudad (80%). Es quizás este aspecto
lo que explica el que confrontados con la pregunta “¿Si tuviera la oportunidad le
gustaría vivir en otro lugar fuera de la Ciudad de México?”, la mayoría de los
capitalinos (57%) contestara que sí44 (Termómetro Capitalino, Este País, 2000). El
mismo escenario ha ocasionado además que cerca de una cuarta (23%) parte de
la población haya modificado sus hábitos de vida con la finalidad de evitar un
segundo (o tercer) episodio. Tales nuevas pautas se reducen a: evitar salir de
noche (81%), llevar dinero en efectivo consigo (44%); utilizar o exhibir joyas (37%),
y visitar a parientes o amigos cuyas residencias se encuentren a una distancia
considerable (27%) (ICESI, 2002). Estos aspectos se relacionan sin duda con la
alta tasa de impunidad que registra el país, cuyos valores sobrepasan el 90% a
nivel nacional. Se estima que la tasa de delitos aclarados, con presentación de
presuntos responsables, no alcanza ni siquiera al 15% de total de delitos
cometidos en la república (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública, 2003b).
44
Al 43 % le gustaría vivir en otra ciudad y al 14% en el extranjero.
29
en el caso de estos últimos el porcentaje es mucho más alto (83%). Se trata
también en la mayoría de los casos de personas jóvenes (61%) (Ibídem).
El panorama que nos deja ver la evolución de las tasas de homicidio no es
menos desconsolador. Entre 1981 y 1995 éstas registraron un incremento del
90%, al pasar de 10.2 a 19.5 homicidios por cien mil habitantes, mismo que se
verificó en todos los grupos de edad y en ambos sexos. En la mayoría de los
casos los homicidios obedecen a riñas, a las que siguen los robos (SEMEFO, BID,
1998); y son las armas de fuego las más empleadas para cometerlos, aunque
también tienen relevancia las llamadas armas blancas. El 50% de estos crímenes
tiene lugar en la delegación de residencia de la víctima, lo que confirma que el
espacio barrial se ha convertido en un entorno amenazador para sus habitantes.
En consonancia con esta evolución, el homicidio intencional ha ido ganando
terreno al no intencional o accidental, que era el responsable de la mayoría de
este tipo de delitos en México.
Obviamente existe una relación entre robo y crimen. En el año 1995, más
de la mitad de los homicidios dolosos cometidos fueron consecuencia de un robo.
Por encima del 50% de los robos que se perpetran en el Distrito Federal se
realizan en presencia de la víctima y, de acuerdo con las estimaciones del BID
(1998), esto es causa a su vez de 25,000 delitos más.
En las investigaciones sobre violencia es frecuente calcular un indicador
que mide simultáneamente los daños provocados por las muertes prematuras y
por las secuelas de la violencia en sí (expresadas éstas como discapacidad
funcional). Ese indicador es conocido con el nombre de AVISA, años de vida
saludable perdidos. Los datos elaborados por el Banco Mundial (1999) y el BID
(1998), ya citados, indican que en el año 1995 se perdieron en el Distrito Federal
57, 673 mil años de vida saludables producto de homicidios y/o lesiones
infringidas intencionalmente, y 10,308 por suicidios y/o lesiones autoinfringidas. El
84% de estos AVISA corresponde a años perdidos por muerte prematura, y 15% a
años vividos con discapacidad. Estas magnitudes varían dependiendo de la causa
externa que provocara la muerte. En general, la letalidad es mayor con las armas
de fuego, y la discapacidad aumenta cuando son otros los medios que se emplean
para infringir el delito (armas blancas, golpes, estrangulación, sumersión,
envenenamiento, etc..). (cuadro 3.4)
Las distintas informaciones recabadas han permitido trazar un mapa de la
ciudad según el nivel que alcanzan los índices delictivos45. De acuerdo con estos
datos, y como era de esperarse, la más alta incidencia (tasas superiores a los
2000 delitos por 100000 habitantes) corresponde al centro de la ciudad. En ella es
la delegación Cuauhtémoc la que presenta mayor peligrosidad social, con una
tasa de 7,989 delitos por cada cien mil habitantes en 1997. Las de menor índice
delictivo (menos de 1000 delitos por cada cien mil habitantes) se encuentran en el
extremo opuesto y colindan con la zona sur de la ciudad Tienen un crecimiento
poblacional lento y mucho menor actividad comercial que las restantes. Entre ellas
destacan las delegaciones de Cuajimalpa, Tláhuac y Xochimilco.
Las distintas fuentes consultadas coinciden en destacar el carácter
crecientemente organizado de los delitos que se cometen en la Ciudad de México.
45
Esta clasificación fue realizada por el Banco Mundial en el informe ya varias veces citado.
30
Oscila entre dos y tres el número de personas que en promedio agreden a un
individuo con la intención de robarle. Se ha incrementado además el uso de
estupefacientes y de armas de fuego. Entre los delitos organizados que más
asolan a la Ciudad de México figuran los secuestros y los asaltos bancarios. Los
primeros son realizados no sólo en contra de personas acaudaladas, sino de
medianos comerciantes o incluso, de transeúntes a los que se les priva de libertad
por unas horas con la finalidad de agotar las posibilidades de retiro de sus tarjetas
bancarias (el llamado “secuestro express”).
De acuerdo con las estimaciones del Banco Mundial (1999), los
desempleados tienen un riesgo de ser víctimas cuatro veces menor que los
empleados. La probabilidad de los hombres es un tercio mayor que la de las
mujeres, y se incrementa a medida que el nivel de escolaridad aumenta. Al mismo
tiempo, el hecho de vivir en una delegación con alto desempleo eleva la
probabilidad de ser objeto de agresión. Serían los empleados con mayor
escolaridad, de sexo masculino y que residen en delegaciones con alto
desempleo, los que tienen una mayor probabilidad de ser víctimas de un delito en
la Ciudad de México. Todos estos aspectos contrastan con la baja tasa de
denuncia de los habitantes de esta gran urbe (cuadro 3.5). La abrumadora
mayoría de ellos no denuncia los delitos de que son víctima, tanto por el
descreimiento y la falta de confianza en los resultados, como por los enormes
obstáculos burocráticos que han de salvar, no obstante el hecho de que las
denuncias no implican costo alguno (son gratis). De acuerdo con la Encuesta de
Victimización señalada, sólo el 17% de las víctimas se tomó el trabajo de
denunciar el delito ante alguna autoridad competente. Otras fuentes como la
Primera Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades
Federativas, 2001, ya citada, arrojan porcentajes de denuncia más altos para todo
el país, del orden del 34%. Muestran también que son los estados con mayor
índice delictivo los que menos denuncian los ilícitos. Tal es el caso del Distrito
Federal, el Estado de México, Guerrero y Morelos, cuyas porcentaje de no
denuncia están por encima del 70% (ICESI 2002).
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36
MAPA 1
37
Diagrama 1
PRINCIPALES ÁREAS METROPOLITANAS DE MÉXICO
REGIÓN Y CIUDADES ADYACENTES, (1970)
REGION V: Centro
Veracruz
CD. México
Mérida
Puebla Acapulco
Torreón S.L.P.
25 Primeras Ciudades
DIAGRAMA 2
PRINCIPALES ÁREAS METROPOLITANAS DE MÉXICO Y CIUDADES ADYACENTES (2000)
REGIÓN I : Mar de Cortés REGIÓN VI: Golfo REGIÓN II: Norte- Centro
Veracruz
Cd. Juárez
Culiacán Tijuana Hermosillo
Villa Hermosa Orizaba
Mexicali Chihuahua
REGIÓN V: Centro
Puebla Tlaxcala
Mérida
Cuernavaca CD. México Toluca
Acapulco Querétaro
Torreón Tampico
León S.L.P.
25 Primeras ciudades
38
Cuadro 2.10
Coeficientes de regresión logística para el sector informal,
México, áreas más urbanizadas (medición tradicional)
Modelo 1 Modelo 2
Variables
Coeficientes B Exp (B) Coeficientes B Exp (B)
Sexo
Hombre 0.105* 1.111 0.055* 1.056
Mujer ------ -----
Edad
12 a 24 ----- ----- ----- -----
25 a 34 0.023 1.024 0.011 1.011
35 a 44 0.170* 1.185 0.177* 1.193
45 a 54 0.350* 1.419 0.408* 1.503
55 y más 0.699* 2.012 0.742* 2.101
Escolaridad
Ninguno 2.891* 18.016 1.777* 5.914
1 a 6 años aprobados 2.519* 12.419 1.501* 4.487
7 a 9 años aprobados 1.962* 7.112 1.032* 2.805
10-12 años aprobados 1.457* 4.293 0.672* 1.958
13 a 15 años aprobados 1.343* 3.829 0.730* 2.075
16 años y más ------ ----- ----
Relación de parentesco
Jefe ----- ----- --- -----
Cónyuge 0.450* 1.568 0.478* 1.613
Hijos del jefe 0.177* 1.194 0.203* 1.225
Rama de actividad
económica -1.379* 0.252
Manufactura -0.294* 0.745
Construc, Elec, Agua, Gas ----- -----
Comercio y servicios
Ocupación
No manuales calificados -1.944* 0.143
No manuales semicalificados -1.648* 0.192
No manuales -0.414* 0.661
Manuales 0.162* 1.176
Manuales no calificados -------
2 log Likelihood 122985.258 112896.457
Nagelkerke R square .180 .289
39
Cuadro 2.11
Coeficientes de regresión logística para el sector informal,
México, áreas urbanas más urbanizadas (medición alternativa)
Modelo 1 Modelo 2
Variables
Coeficientes B Exp (B) Coeficientes B Exp (B)
Sexo
Hombre 0.214* 1.239 0.163* 1.177
Mujer ------ ----- ----- ------
Edad
12 a 24 -------- ----- ----- ------
25 a 34 -0.306* 0.737 -0.328* 0.721
35 a 44 -0.221* 0.802 -0.233* 0.892
45 a 54 -0.023 0.978 0.009 1.009
55 y más 0.443* 1.558 0.463* 1.589
Escolaridad
Ninguno 2.578* 13.167 1.656* 5.238
1 a 6 años aprobados 2.082* 8.019 1.274* 3.574
7 a 9 años aprobados 1.454* 4.279 0.752* 2.122
10-12 años aprobados 1.036* 2.818 0.461* 1.586
13 a 15 años aprobados 0.981* 2.667 0.558* 1.748
16 años y más ------ ------ ----
Relación de parentesco
Jefe ----- -------. --- -----
Cónyuge 0.443* 1.557 0.453* 1.573
Hijos del jefe 0.334* 1.397 0.349* 1.418
Rama de actividad
económica -1.040* 0.353
Manufactura 0.397* 1.488
Construc, Elec, Agua, Gas ----- ----
Comercio y servicios
Ocupación
No manuales calificados -1.413* 0.243
No manuales semicalificados -1.326* 0.266
No manuales -0.329* 0.719
Manuales 0.007* 1.007
Manuales no calificados -------
2 log Likelihood 130398.679 122447.426
Nagelkerke R square .164 .250
*Significativas con 95% de confianza Fuente: Encuesta Nacional de Empleo, II trimestre, INEGI.
40
Cuadro 1.1
Evolución del sistema de ciudades. Indicadores seleccionados, México, 1970-2000
1970 1980 1990 2000
Abs. % Abs. % Abs. % Abs. %
Pob. urbana (miles) 22,730 36,739 51,491 65,653
Grado de urbanización 47.1 55.0 63.4 67.3
Tasa de urbanización 2.0 1.5 0.8 0.6
Ciudades Pequeñas
15,000-19,000 43 3.3 55 2.5 80 2.7 70 1.8
20,000-49,000 72 9.3 96 7.8 124 7.3 164 7.3
Subtotal 115 12.6 151 10.3 204 10.0 234 9.1
Ciudades Medias
50,000-100,000 25 7.7 24 4.3 39 5.4 46 5.0
100,000-499,000 30 27.0 44 27.3 42 21.3 42 16.5
Subtotal 55 34.7 68 31.6 81 26.7 88 21.5
Ciudades Grandes
500,000-999,000 1 2.8 4 6.8 15 19.6 19 19.2
1,000,000 y más 3 50.0 4 51.3 4 43.6 9 50.2
Subtotal 4 52.8 8 58.1 19 63.2 28 69.4
Gran total 174 100.1 227 100.0 304 99.9 350 100.0
Evolución de la Ciudad de México, indicadores seleccionados, 1970-2000
1970 1980 1990 2000
Indice de primacía
Dos ciudades(a) 5.83 6.11 5.10 4.89
Cuatro ciudades (b) 2.57 2.57 2.10 2.04
Porcentaje de la
población urbana 37.94 36.83 29.57 27.37
Porcentaje de la
población total 17.88 20.71 18.74 18.43
(a) Ciudad de México en relación a Guadalajara; (b) Ciudad de México en relación a Guadalajara, Monterrey y Puebla
Fuentes: elaborado con base en Garza, Gustavo (2000 y 2002).
Cuadro 1.2
TASAS DE CRECIMIENTO INTERCENSAL DE LAS CIUDADES SEGÚN TAMAÑO,
México, 1960 - 2000
Tamaño de
Ciudad 1960 - 1970 1970 - 1990 1990 - 1995 1995 - 2000
TOTALES 17,562,135 37,843,615 47,772,813 59,359,598 100.0 100.0 100.0 100.0 7.97 2.35 2.19
Fuente: Elaborado en base a Censos Generales de Población y Vivienda 1970, 1980, 1990 y 2000.
Cuadro 1.4
TOTAL 43 52 1 2 98 5 83 7 4 99 - 78 17 4 99 - 72 19 8 99
Fuente: Elaboración en base a Censos Generales de Población y Vivienda 1970, 1980, 1990 y 2000
Cuadro 1.5
Participación regional de las 99 primeras ciudades con respecto a la población total, México, 1970-2000
100 100 100 100 100 100 100 100 0 100 100 100 0 100 100 100
Fuente: Elaboración en base a Censos Generales de Población y Vivienda 1970, 1980, 1990 y 2000
Nota: CP (Ciudad Pequeña), CM (Ciudad Mediana), GC (Gran Ciudad), MT (Metrópoli)
Cuadro 1.6
Evolución del sistema urbano 1970 - 2000, México
( 99 Primeras Ciudades)
Pequeñas 5 0 0
Medianas 45 73 72
Grandes 0 7 13
Metrópolis 2 4 4
Subtotal 52 84 89
Subtotal 47 15 10
Total general 99 99 99
Fuente: elabordo con base en los Censos de Población y Vivienda, 1970 a 2000
Cuadro 1.7A
Distribución de las 25 primeras ciudades de México, participación porcentual, 1970 y 2000
1970 2000
Participación Participación
Ciudad Región Rango Población % Ciudad Región Rango Población %
Cd. México V MT 6874165 50.04 ZM Ciudad de México V MT 17809471 41.07
Guadalajara, Jal. IV MT 1193601 8.69 ZM Guadalajara IV MT 3665739 8.45
Cd. Monterrey, N.L. III GC 858107 6.25 ZM Monterrey III MT 3243466 7.48
Ciudad Juárez, Chih. II CM 407370 2.97 ZM Puebla V MT 1701151 3.92
Puebla, Pue. V CM 401603 2.92 ZM León IV MT 1235081 2.85
León, Gto. IV CM 364990 2.66 Ciudad Juárez II MT 1218817 2.81
Tijuana, B.C.N. I CM 277306 2.02 Tijuana I MT 1210820 2.79
Mexicali, B.C.N. I CM 263498 1.92 ZM Toluca V MT 1142426 2.63
Chihuahua, Chih. II CM 257027 1.87 ZM Torreón III GC 915262 2.11
San Luis Potosí, IV CM 230039 1.67 ZM San Luis Potosí IV GC 850828 1.96
S.L.P.
Torreón, Coah. III CM 223104 1.62 ZM Mérida VIII GC 842188 1.94
Veracruz, Ver. VI CM 214072 1.56 ZM Querétaro V GC 787341 1.82
Mérida, Yuc. VIII CM 212097 1.54 Mexicali I GC 764602 1.76
Cajeme Son. I CM 182904 1.33 ZM Tampico III GC 746417 1.72
Aguascalientes, Ags. IV CM 181277 1.32 Cualiacán I GC 745537 1.72
Tampico, Tams. III CM 179584 1.31 Acapulco V GC 722499 1.67
Hermosillo, Son. I CM 176596 1.29 ZM Aguascalientes IV GC 707516 1.63
Acapulco, Gro. V CM 174378 1.27 ZM Cuernavaca V GC 705405 1.63
Culiacàn, Sin. I CM 167956 1.22 Chihuahua II GC 671690 1.55
Saltillo, Coah. III CM 161114 1.17 ZM Tlaxcala V GC 644092 1.49
Morelia, Mich. IV CM 161040 1.17 Morelia IV GC 620532 1.43
Durango, Dgo. II CM 150541 1.10 Hermosillo I GC 609829 1.41
Nvo. Laredo, Tams. III CM 148867 1.08 ZM Orizaba VI GC 606232 1.40
Reynosa, Tams. III CM 137383 1.00 ZM Villahermosa VI GC 600580 1.39
Matamoros, Tams. III CM 137383 1.00 ZM Veracruz VI GC 593181 1.37
Totales 13736002 100.00 43360702 100.00
Fuente: elaborado con base en los Censos de Población y Vivienda, 1970 y 2000
Cuadro 2.1
Distribución porcentual de la población ocupada por sector de
actividad económica, México 1970-2000
Sector de actividad
1970 1979 1991 1995 2000
Cuadro 2.2
Evolución del sector informal, 1993-1998
México, áreas urbanas (100,000 habitantes y más)
Dimensión Población ocupada Tasa de participación Tasa de crecimiento media anual
(en miles de personas)
1993 1995 1998 2000 1993 1995 1998 2000 1993-95 1995-98 1998- 2000
(%) (%) (%) (%) (%) (%)
Población ocupada 14923.0 15161.2 17936.9 19515.1 100.0 100.0 100.0 100.0 0.8 5.8 4.3
Sector formal 9141.9 8445.5 10462.0 12580.1 61.3 55.7 58.3 63.3 -3.9 7.4 9.6
Sector informal 5781.1 6715.7 7474.9 7093.1 38.7 44.3 41.7 36.7 7.8 3.6 -2.6
Fuente: Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2000 y Encuesta Nacional de Empleo 2000.
Cuadro 2.3
Evolución del sector informal por actividad económica localidades
de 100,000 habitantes y más México, 1993-1998
Sector de actividad Composición del sector Tasa de informalidad*
1993 1995 1998 2000 1993 1995 1998 2000
Total 100.0 100.0 100.0 100.0 38.7 43.1 41.2 36.7
Cuadro 2.5 A
Distribución de la población ocupada en los sectores formal e informal
Por nivel de ingreso, localidades de 100,000 habitantes y más
México, 1993-2000
Nivel de ingreso Sector formal Sector informal
1993 1995 1998 2000 1993 1995 1998 2000
Población total 100.0 1000 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Sin remuneración 0.3 0.1 0.0 0.28 12.1 12.0 11.9 9.09
Hasta 50% del SML 0.8 1.1 0.5 0.68 3.8 5.9 2.8 3.81
Más de 50% a 1 SML 2.9 5.0 1.1 3.56 11.3 15.4 6.7 13.44
Demás de 1 a 2 SML 32.8 34.4 10.8 25.05 35.3 37.7 24.1 34.23
De más de 2 a 3 SML 24.4 24.4 20.9 26.06 17.3 14.5 20.2 16.90
Más de 3 SML 34.6 35.1 66.7 40.92 17.3 14.5 34.3 19.80
No especificado 4.1 0.0 0.0 3.45 2.9 0.0 0.0 2.75
Fuente: elaborado con base en Secretaria del Trabajo y Previsión Social, 2000 y Encuesta Nacional de Empleo, 2000, segundo
trimestre, INEGI.
Cuadro 2.5 B
Distribución porcentual de la población ocupada en el sector informal
Por tamaño de establecimiento y sexo
México, áreas más urbanizadas 1995-2000
Nivel de ingreso 1995 1998 2000
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
Sin remuneración 7.2 18.9 7.1 19.4 4.8 15.7
Hasta 50% del SML 2.7 8.2 2.5 10.3 1.8 7.0
Más de 50% a 1 SML 14.5 23.3 13.5 25.0 9.2 20.1
De más de 1 a 2 SML 38.6 36.0 37.7 31.2 32.8 36.4
De más de 2 a 3 SML 18.6 7.0 18.1 6.2 21.5 9.7
Más de 3 SML 16.1 4.8 17.3 5.2 26.6 9.1
No especificado 2.3 1.8 3.7 2.7 3.2 2.0
Total 100.0 100.0 100.0 100.0 99.9 100.0
Fuente: elaborado con base en Encuesta Nacional de Empleo, 2000, segundo trimestre, INEGI.
Cuadro 2.6
Porcentaje de informalidad según distintas concepciones, México, áreas más urbanizadas, 2000
Medición tradicional* Medición alternativa**
Formal Informal Formal Informal
63.3 36.7 50.2 49.8
34.13 37.02 34.63 35.7
11.4 7.6 11.7 8.2
*Con base en la combinación del tamaño de establecimiento y la situación en el trabajo.
** Con base en la combinación de la situación en el trabajo y el acceso a seguridad social.
Fuente: elaborado con base en Encuesta Nacional de Empleo, 2000, segundo trimestre, INEGI.
Cuadro 2.7
Perfil sociodemográfico de la población ocupada según condición de informalidad y sexo,
localidades de 100,000 habitantes y más México, 2000 (medición tradicional)
Características Sector formal Sector informal
Sociodemográficas Hombre Mujer Hombre Mujer
Edad % % % %
12-24 22.8 25.7 23.3 22.9
25-34 31.6 33.6 25.4 23.2
35-44 24.3 25.2 22.0 23.6
45-54 13.8 11.8 15.8 17.5
55 y más 7.6 3.7 13.7 12.8
Total 100.0 100.0 100.0 100.0
Edad promedio 34.8 32.95 36.95 37.13
Escolaridad % % % %
Ningún año aprobado 0.7 0.3 2.0 2.2
1 a 6 años 21.3 15.8 41.7 49.0
7 a 9 años 27.3 20.5 30.3 24.6
10 a 12 años 20.4 30.3 16.6 17.3
13 a 15 años 7.0 7.6 4.8 3.4
16 años y más 23.3 25.4 4.6 3.4
Total 100.0 100.0 100.0 100.0
Escolaridad promedio 11.2 11.9 7.88 7.3
Relación de % % % %
Parentesco
Jefe del hogar 66.1 16.1 65.1 21.3
Cónyuge 0.9 37.5 1.1 46.7
Hijos del jefe 25.0 37.8 26.7 23.1
Otros parientes 7.1 7.5 6.6 8.1
Otros no parientes 0.9 1.0 0.5 0.7
100.0 100.0 100.0 100.0
Fuente: Encuesta Nacional de Empleo, 2000, segundo trimestre, INEGI.
Cuadro 2.8
Micronegocios por posición en el trabajo y jornada laboral, áreas urbanas, México, 1998
Posición en el trabajo y Total negocios (%)
jornada laboral (en miles)
Posición en el trabajo
Total 4218.6 100.0
Patrones 689.1 16.3
Cuenta propia 3529.5 83.7
Fuente: Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades Federativas, 2001,ICESI
Cuadro 3.2 B
Tasa de homicidios* de hombres y mujeres Distrito Federal, 1990-1995
Motivo Hombres Mujeres Hombres Mujeres
1990 1990 1995 1995
Riñas 15.3 2.0 15.9 1.2
Robos 10.3 0.8 16.3 1.1
Resto 0.9 0.3 2.4 1.1
Total 26.3 3.0 34.6 3.4
*Tasas por 100,000 habitantes Fuente: SEMEFO, varios años, BID, 1998.
Cuadro 3.4
Años de vida perdidos por muerte prematura y años de vida con discapacidad
por causas en los homicidios y lesiones a terceros México, D.F., 1995
Causa Muerte prematura Discapacidad Avisa
% % No.
Arma de fuego 77.4 22.6 28,945
Otros medios 68.9 31.1 12,638
Arma blanca 53.8 46.2 10,130
Golpes 31.7 68.3 4,302
Estrangulación 99.7 0.3 1,063
Sumersión 100.0 0.0 268
Niño maltratado 43.3 56.6 228
Envenamiento 99.3 0.7 97
Total 866 712 706 795 751 1,017 1,593 1,830 1,831
Fuentes: PGJDF, Información Básica sobre Indices Delictivos y Procuración de Justicia. Oficialía Mayor,
1989-1997. FUNSALUD, 1999.
MAPA 2
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE LAS 99 PRIMERAS CIUDADES SEGÚN TAMAÑO,
DE LOCALIDAD, MÉXICO 1970.
ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA
GOLFO DE MÉXICO
OCEANO PACIFICO
MAPA 3
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE LAS 99 PRIMERAS CIUDADES SEGÚN TAMAÑO DE
LOCALIDAD, MEXICO 1980.
GOLFO DE MÉXICO
OCEANO PACIFICO
MAPA 4
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE LAS PRIMERAS 99 CIUDADES SEGÚN TAMAÑO
DE LO CALIDAD, MÉXICO 1990
ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA
GOLFO DE MÉXICO
OCEANO PACIFICO
GOLFO DE MÉXICO
OCEANO PACIFICO
Cuadro 1.7B
INDICADORES SELECCIONADOS DE LAS 25 CIUDADES PRINCIPALES DEL PAÍS, MÉXICO (1970 - 2000)
Inversión en Obra Pública y Fomento
Ciudades por Región Población Población Ocupada del municipio, en si mismo.
Tasa de Tasa de Tasa de Participación Participación Participación Participación millones de pesos (1994=100)
Región I crecimiento crecimiento crecimiento % % % %
Mar de Cortés (1970-1980) (1980-1990) (1990-2000) 1970 1980 1990 2000 1970 1980 1990 1999
Tijuana B.C.N. 5.22 4.94 4.94 0.54 0.56 1.12 1.07 9.8 26.7 46.2 76.1
Mexicali B.C.N. 6.83 1.66 2.42 0.49 0.60 0.86 0.73 9.5 26.3 58.1 69.7
Culiacán, Sin. 12.79 0.71 2.17 0.34 0.62 0.80 0.70 2.6 10.7 55.4 42.2
Hermosillo Son. 6.79 2.79 3.10 0.34 0.42 0.63 0.60 8.5 6.7 19.5 23.2
Región II Norte Centro
Ciudad Juárez Chih. 3.36 3.47 4.31 0.77 0.74 1.21 1.23 15.7 10.5 116.1 79.6
Chihuahua, Chih. 4.69 2.69 2.38 0.52 0.50 0.77 0.69 21.2 10.4 46.1 80.2
Región III : Noreste
ZM Monterrey, N.L. 8.87 2.61 2.22 1.99 2.36 3.65 3.28 129.8 8.5 62.1 132.3
ZM Torreón, Coah. 9.33 3.83 1.46 0.44 0.70 1.04 0.87 1.6 14.8 19.6 55.7
ZM Tampico, Tams. 11.72 1.99 1.19 0.40 0.63 0.84 0.71 5.4 - 21.7 20.8
gión IV Centro Norte y Occidente
ZM Guadalajara, Jal. 6.85 2.58 2.07 2.72 2.83 4.07 3.77 5.2 31.7 103.5 151.6
ZM León, Gto. 7.07 3.12 2.32 0.95 1.13 1.18 1.20 14.8 30.3 43.1 148.8
ZM San Luis Potosí, S.L.P. 7.44 3.41 2.59 0.45 0.53 1.04 0.81 7.6 3.9 47.8 10.2
ZM Aguascalientes, Ags. 7.80 3.59 2.60 0.35 0.40 0.72 0.68 9.1 15.5 69.7 90.5
Morelia, Mich. 8.16 3.39 2.32 0.29 0.39 0.61 0.59 5.2 - 5.5 50.8
Región V Centro
ZM Ciudad de México 7.27 0.81 1.69 8.18 19.96 21.27 17.62 5302.2 17496.8 3419.7 1630.5
ZM Puebla, Pue. 9.73 2.74 2.49 0.90 1.16 1.69 1.60 5.2 42.9 22.5 124.9
ZM Toluca, Méx. 17.88 4.34 2.37 0.26 0.66 1.02 0.80 10.8 22.5 25.6 41.5
ZM Querétaro, Qro. 12.40 4.33 3.55 0.24 0.43 0.71 0.76 0.111 5.5 72.4 118.4
Acapulco, Gro. 8.90 3.77 (0.15) 0.34 0.47 0.78 0.65 2.1 3.7 16.8 3.8
ZM Cuernavaca, Mor. 11.12 3.44 2.72 0.30 0.47 0.70 0.69 1.9 10.5 26.6 84.7
ZM Tlaxcala, Tlax. 32.60 (1.04) 6.94 0.02 0.20 0.23 0.57 0.065 0.087 - 0.0054
Región VI Golfo
ZM Orizaba, Ver. 17.20 1.29 1.67 0.20 0.52 0.65 0.57 0.486 3.4 3.6 1.1
ZM Villahermosa, Tabs. 10.92 4.54 3.22 0.21 0.49 0.57 0.56 5.3 45.6 - -
ZM Veracruz, Ver. 5.57 2.57 2.29 0.48 0.45 0.66 0.60 2.1 8.7 45.5 14.9
egión VIII Península de Yucatán
ZM Mérida, Yuc. 8.50 3.34 2.39 0.41 0.59 0.92 0.87 3.8 17.7 6.1 60.1
Fuente: Secretaria de Programación y Presupuesto: La población en México, su ocupación y sus niveles de bienestar, 1979.
INEGI: Finanzas Públicas Estatales y Municipales de México 1970-1982, 1989-1990, 1996-1999.
INEGI, Censos Generales de Población 1970, 1980, 1990 y 2000
INEGI: Encuesta Nacional de Empleo 2000.
Nota: En este listado no apareció ninguna ciudad correspondiente a la región VII Pacífico sur, cuyos estados son Chiapas y Oaxaca
La regionalización aqui tomada es la plantaeada por CONAPO en Desigualdad Regional y Marginación Municipal en México , CONAPO, 1990.