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Aborígenes

La historia cultural de los aborígenes que


ocuparon el territorio venezolano durante
la época prehispánica, está basada en la
reconstrucción arqueológica. Hubo
migraciones desde el continente asiático
que penetraron en el Nuevo Mundo por el
estrecho de Behring y llegaron hasta
Alaska, dirigiéndose luego al E y al S,
hacia las llanuras centrales de
Norteamérica. De ahí se dispersaron a
México, Centroamérica y Suramérica, y
se ha podido establecer que las primeras
poblaciones que ocuparon el territorio
venezolano datan de la época paleoindia,
15.000 años a. C. En un clima frío y
templado, los aborígenes paleoindios
subsistieron de la cacería de enormes
mamíferos y de la recolección de frutos
silvestres. Los paleoindios habitaban en
cuevas o en campamentos no permanentes
y sus instrumentos eran de hueso y piedra.
Puntas de proyectil lanceoladas, artefactos
cortantes o lascas obtenidas al golpear
trozos de cuarcita, raspadores, hojas
bifaciales usadas como hachas y hojas con
pedúnculo, han sido encontrados en los
principales yacimientos de esa época:
Muaco y Taima-Taima y El Jobo en el
estado Falcón, Manzanillo en la península
de la Guajira y Rancho Peludo en el río
Guasare al NO de Maracaibo. En esos
yacimientos el material arqueológico ha
aparecido conjuntamente con los restos de
osamentas de mastodontes y megaterios y
la determinación de las fechas ha sido
posible gracias al radiocarbono. La época
paleoindia terminó cuando se modificaron
las condiciones del clima alrededor de
5.000 años a. C. A partir de ese momento,
la temperatura se volvió cálida, se fueron
extinguiendo hasta desaparecer los
enormes mamíferos que servían de fuente
de alimentación a los paleoindios y tuvo
su inicio la época mesoindia. La
subsistencia de los mesoindios dependió
entonces de la pesca y de la explotación
de recursos del ecosistema del manglar.
Restos de esta época son los concheros o
depósitos de desperdicios de comida de
los estados Falcón y Sucre. Conchas,
restos de equinodermos y huesos de
animales han sido encontrados en esos
yacimientos, conjuntamente con puntas
óseas que fueron utilizadas como
anzuelos o flechas, y con puntas de
proyectil, raspadores o gubias hechos con
conchas. Los mesoindios eran expertos
navegantes, construían embarcaciones con
las que recorrían las costas y las islas
vecinas. La recolección de plantas
silvestres y la práctica de una agricultura
incipiente complementaban la dieta de esa
época. En el año 1000 a. C. el clima era
similar al actual y los aborígenes
comenzaron a practicar una agricultura
intensiva y a fabricar cerámica
iniciándose así la época neoindia. Ésta
terminó alrededor de 1500 con la
Conquista. Si bien para ese entonces
persistían en el territorio núcleos de
población paleoindia y mesoindia, la
mayor parte de los aborígenes neoindios
cultivaban especies comestibles. Los
asentamientos humanos fueron más
estables y además de la cerámica de uso
práctico, fabricaron instrumentos líticos
pulidos y objetos ceremoniales. Los
neoindios dieron origen a una dicotomía
cultural basada en el cultivo del maíz en
occidente y de la yuca en oriente. La
cerámica occidental estuvo caracterizada
por vasijas multípodas y bases anulares
altas, incisiones sin modelado y pintura
negra sobre blanco. Los diseños fueron
hechos con líneas gruesas. Metates y
manos de moler para pilar el maíz,
mintoyes y urnas acompañadas de objetos
votivos y ceremoniales tales como
figurinas de barro, incensarios y amuletos,
sugieren un desarrollo cultural específico
para el occidente. En contraste, en el
oriente del país han sido encontrados
budares para la preparación del casabe de
yuca amarga, y una cerámica de bases
anulares simples, boles abiertos, bordes
de pestaña, asas acintadas e incisiones
pintadas en blanco sobre rojo. Los
hallazgos neoindios sugieren que el maíz
y la yuca fueron fuentes básicas de
alimentación en occidente y en oriente
respectivamente, y que alrededor de
ambos cultivos se formaron 2 centros
extremos de desarrollo cultural, mientras
que en el centro del país hubo una zona de
transición en la que coincidieron rasgos
occidentales y orientales. Con el contacto
europeo a partir del 1500 se inició la
época indohispana la cual aún perdura.
Comenzó así el registro en crónicas y
otras fuentes etnohistóricas de las
poblaciones aborígenes que encontraban a
su paso los colonizadores europeos y la
consecuente identificación de los
diferentes grupos indígenas. Durante la
conquista, las poblaciones aborígenes que
habitaban el territorio venezolano,
pertenecían en su mayor parte a los
grupos caribe y arawak. Los caribes
estaban localizados en la costa, entre
Paria y Borburata y en los alrededores del
lago de Maracaibo; también ocuparon las
islas vecinas al N de la isla de Trinidad y
las márgenes del Orinoco y sus afluentes.
Los caribes eran temidos por su destreza
en la guerra, por la práctica del
canibalismo y por el comercio de
esclavos. Los arawak estaban localizados
en el golfo de Paria y se concentraban
desde el S del delta del Orinoco, hasta la
desembocadura del Amazonas. Estos
indígenas conocidos por su mansedumbre
y docilidad con los conquistadores
españoles, fueron aguerridos enemigos de
los caribes: «…los aruacas [arawak] es
gente muy amiga de los cristianos y de
otros indios siempre que no coman carne
humana, y son enemigos mortales de
otros indios que se llaman caribes, y los
odian…» Los arawak tenían sus
asentamientos en las riberas de los ríos.
«…Dicen que vinieron de donde sale el
sol en unos navíos y costearon aquella
costa, y porque hallaron aquellos ríos tan
fértiles (...) se metieron en ellos e hicieron
amistad con los caribes que los poseían.
Que viendo las costumbres de los caribes
que eran malos y comían a otros indios, se
alzaron contra ellos y en grandes guerras
los echaron de los dichos ríos, y se
quedaron ellos como posesores y
poblados en ellos», escribía Rodrigo de
Navarrete en 1750.
Otros grupos aborígenes que también
ocupaban el territorio venezolano cuando
se produjo la conquista fueron, entre
otros, los sálivas, los maipures, los
guamos, los otomacos, los guahíbos, los
yaruros y los guaraúnos. Las lenguas de
estas poblaciones, junto a las caribe y
arawak, fueron identificadas por Felipe
Salvador Gilij en 1780-1784, como
matrices de la región orinoquense. José
Gumilla en 1741 se refirió a estos
indígenas destacando sus rasgos
etnográficos. Así, los sálivas,
localizados en el Orinoco medio entre
los ríos Sinaruco y Guaviare, creían
que eran hijos de la tierra y que un
enviado del cielo venció y mató una
serpiente horrible que devoraba seres
humanos. Ellos contaban que de las
entrañas corrompidas de este animal
surgieron gusanos que se fueron
convirtiendo en caribes «bravos,
inhumanos y crueles». Fueron
perseguidos y esclavizados por caribes y
españoles hasta su extinción definitiva.
Los maipures: localizados en los
alrededores de Cabruta, se destacaban por
«…la afabilidad y amorosidad con que
tratan a los extranjeros. De aquí el amor
que les tienen todos los europeos que los
conocen». A comienzos del siglo XIX, los
maipures eran entre los indígenas del
Orinoco «…los más racionales (...) su
color mixturado, morenos y blancos (...)
el pelo ellos y ellas tejidos en clinejas, los
hombres con calzón y camisa, y las
mujeres fustán terciado, hablan unos y
otros el castellano claro y ellas muy
afectas a los españoles…» Los guamos:
localizados también en los alrededores de
Cabruta, son conocidos por las
deformaciones corporales que se
practicaban, por sus laboriosas artesanías
de algodón y por fiestas que hacían de
ellos «…juglares bailarines (...) desnudos
de rubor y vergüenza de cuantos hemos
visto desde las bocas del Orinoco hasta
éstas de Apure». Los otomacos: eran
vecinos de los guamos, se casaban con
ellos y entre sus rasgos etnográficos
destacaban el llanto ritual en honor a los
difuntos y el juego de pelota. Los
otomacos, «…quinta esencia de la misma
barbaridad, barbarísimos entre todos los
bárbaros de Orinoco (...) de un valor
brutal y temerario: salían a pelear con los
caribes a campaña rasa, y jamás
volvieron pie atrás hasta que los aterraron
las armas de fuego; antes de la batalla se
excitaban y enfurecían cada uno contra sí
mismo, hiriéndose con puntas de hueso el
cuerpo», para luego decir: «cuenta que si
no eres valiente, te han de comer los
caribes». En Venezuela, los maipures,
guamos y otomacos, al igual que los
sálivas, se han extinguido. Los guahíbos,
cuya lengua según Gilij era semejante a la
de sus vecinos chiricoas, estaban
localizados en los márgenes del Meta:
«…bien musculados de talla abultada (...)
el carácter de estos indígenas es guerrero
y sanguinario (...) prefieren la vida errante
(...) y no cultivan la tierra». Guahíbos y
chiricoas eran grupos que practicaban el
nomadismo y la recolección de alimentos.
Los yaruros, localizados también en las
márgenes del Meta, fueron conocidos
como apáticos, sociables y hospitalarios,
pero además «…esta nación (...) gusta de
la vida sedentaria, y se aplica a las artes,
su industria se halla ceñida a algunos
tejidos de esteros y hamacas (...) fabrican
flechas, y canjean estos artículos con las
tribus inmediatas. Las personas adultas de
ambos sexos usan del colorido, y se
pintan de encarnado y negro (...) su talla
es corpulenta y bien constitucionada (...)
en suma estos indios son guerreros y
valientes, sin ser sanguinarios…» Los
guaraúnos: tenían viviendas palafíticas en
los márgenes de los caños del delta del
Orinoco y explotaban la palma del
moriche (Mauritia flexuosa), que era
fundamento de la subsistencia: «…todo su
vivir, comer, vestir a su modo, pan,
vianda, casas, aperos de ellas y todo los
menesteres para sus piraguas y pesquerías
(...) sale de las palmas que Dios les ha
dado en aquellas islas, con una
abundancia increíble de ellas; que llaman
en su lengua murichi». Otros grupos
aborígenes de la cuenca del Orinoco que
igualmente Gumilla describe, fueron los
achaguas, anabalis, atabacas, betoyes,
guaybas, guayquiris, jiraras, mapoyes y
tunebos.
En lo que respecta a las poblaciones
aborígenes del occidente de Venezuela
los grupos más importantes fueron los
motilones, los guajiros y los caquetíos.
Los motilones, de los valles de
Machiques, del río Catatumbo, y de la
sierra de Perijá, realizaban continuas
invasiones en los siglos XVII y XVIII a
los asentamientos españoles de las costas
del lago de Maracaibo y aterrorizaban a la
población perturbando las labores
agrícolas en las fértiles haciendas de
cacao situadas en las riberas de los ríos.
Sometidos a las misiones capuchinas en el
siglo XVIII fueron descritos por fray
Andrés de los Arcos como una «…nación
fiera e implacable contra los españoles,
que lo mismo es verles que disparar
contra ellos una infinidad de flechas». Los
guajiros: fueron descritos por fray Pedro
Simón como «gente desnuda del todo,
hasta las partes de la honestidad, que
también traían descubiertas hombres y
mujeres, salteadores, vagabundos (...)
pues siempre andan a noche y mesón,
estando 4 días debaxo de un árbol y 2 a la
sombra de otro, y desta suerte pasan su
vida, tan holgazanes que no cultivan
tierras, ni les siembran cosa alguna, por
bastarles para su sustento los frutos de los
árboles (...) desde Bahía Honda y El
Portete, hasta el Cabo de la Vela y de éste
hasta el río de La Hacha, que son 12
leguas, es toda tierra despoblada y sin
agua; y algunos indios que en ella hay,
que se llaman los goajiros, no tienen casas
ni sitios ciertos ni labranzas, se sustentan
de pesquerías y de la casa de venados y
conejos». Entre los aborígenes que
habitaban las riberas del lago de
Maracaibo, los onotos fueron descritos
por Juan Pérez de Tolosa como «señores
de la laguna y pescan con redes y
anzuelos mucho género de pescado (...)
muy excelente, y lo venden en sus
mercados a los indios bubures (...) a
trueque de maíz, y otras cosas. Y de esta
manera, los unos y los otros tienen
pescado y maíz. Estos indios onotos
tienen sus casas dentro de la misma
laguna. Son hombres valientes, y pelean
con arcos y flechas y macanas». Otras
poblaciones vecinas de los onotos, según
Juan Pacheco Maldonado fueron los
zaparos, aliles, ambaes, toas y quiriquires,
indios «alzados, que no se han podido
reducir a servidumbre, ni a verdadera paz,
a costa de muchas vidas de españoles que
ha costado el dicho alzamiento, y [de]
muchas haciendas que han consumido,
robándolas en la barra de esta laguna, en
la cual impedían que no (se pudiera entrar
ni salir por ella) [sic]». Los caquetíos:
estaban localizados en la costa entre Coro
y el lago de Maracaibo: «Esta costa, a
sotavento y barlovento, solía estar
poblada de indios de nación caquetíos, y
tenían pueblos medianos y mucha caza y
pesca, y ropa de hamacas. Es gente muy
pulida y limpia, y muy amiga de los
españoles (...) sustentan a los españoles
que residen en Coro, de caza y pesca,
porque son indios muy domésticos»,
según el recuento de Juan Pérez de
Tolosa. Por esa mansedumbre
característica, la extinción de estos
indígenas fue una de las más rápidas.
En la cordillera andina había, para la
época de la Conquista, 20 o más grupos
independientes de toponimia Mucu y en
el valle del río Chama estaban ubicados:
los mucuchíes, mucurubaes, mucujunes,
mucaquetaes, mucarias, mucusiríes,
mucutucúas, mucumbaes, mucusquis,
mucuunes, mucutíes, mucuñoques,
mucubaches, mucurandaes, tabayes,
tateyes, escaqueyes, chichuyes, guaques y
jajíes. Chamas y giros con sus respectivos
subgrupos, estuvieron localizados en
Mérida mientras que en Trujillo
predominaron los cuicas y los timotes.
Los indígenas andinos eran agricultores
sedentarios y fueron conocidos por la
construcción de andenes, terrazas y
sistemas de riego para prevenir la erosión
en los campos de cultivo.
Las evidencias etnohistóricas han
demostrado que los aborígenes
prehispánicos mantuvieron estrechas
relaciones interétnicas gracias al
comercio. Los llanos de Barinas,
Portuguesa, Cojedes y Apure fueron una
encrucijada estratégica entre la cordillera
andina, la costa caribe y la cuenca del
Orinoco. Allí se produjeron contactos
culturales y comerciales en los que se
utilizaba como medio de canje monedas
de conchas de caracoles de agua dulce o
quiripa. Estos intercambios tenían lugar a
través del establecimiento de redes
comerciales, como fue el caso de las
playas de tortugas y el mercado de
pescado del Orinoco medio, las playas de
tortugas del río Guaviare y el mercado de
curare del alto Orinoco.
A partir de 1545, las poblaciones
aborígenes fueron sometidas al régimen
de encomiendas y los caribes en
particular, fueron sujetos de cautiverio y
esclavitud por real cédula de agosto de
1503. Durante el siglo XVIII era
frecuente que los aborígenes huyeran de
los conquistadores buscando la protección
de la selva y que la población decreciera,
entre otras causas, por las enfermedades,
las guerras, los maltratos o los servicios
personales prestados en las encomiendas.
Durante la Independencia, la población
aborigen que sobrevivió al mestizaje y a
la destrucción cultural permaneció en su
mayor parte en las regiones selváticas del
país, al margen de los principales
acontecimientos históricos que
condujeron a la emancipación. En 1815,
Simón Bolívar, al afirmar la nacionalidad
y el destino de la patria, en la Carta de
Jamaica, reconoció que para ese entonces
la población venezolana ya no era ni
indígena ni europea sino
fundamentalmente americana: «…mas
nosotros, que apenas conservamos
vestigios de lo que en otro tiempo fue, y
por otra parte no somos indios ni
europeos, sino una especie media entre
los legítimos propietarios del país y los
usurpadores españoles». En una sociedad
colonial en la que predominaba una élite
criolla que tomaba en cuenta la «limpieza
de sangre» y el color de la piel, los negros
esclavos ocupaban la posición más baja
en la jerarquía social y fueron ellos y no
los indígenas quienes, llamados a
combatir, dejaron el trabajo esclavo en las
haciendas para formar filas en el ejército
patriota.
Durante el siglo XIX, las poblaciones
aborígenes, aisladas del resto del país,
fueron visitadas por viajeros naturalistas,
tales como Humboldt, Michelena y Rojas,
Codazzi o Schomburgk, entre otros,
quienes dejaron registros en sus informes
de las costumbres que encontraban a su
paso. Desde el comienzo del siglo XX y
hasta 1950, un grupo de precursores de
los estudios antropológicos modernos se
dedicó a revisar, compilar e interpretar,
según las orientaciones evolucionistas y
positivistas, el conocimiento que existía
sobre las poblaciones aborígenes en
crónicas y obras dispersas escritas hasta
ese momento. Arístides Rojas se refirió a
los caribes; Gaspar Marcano hizo una
reconstrucción cultural de los indígenas
de los valles de Aragua y Caracas, de los
guahíbos, de los guajiros y de los timotes
y cuicas; Lisandro Alvarado presentó una
compilación para la mayor parte de los
grupos indígenas, en cuanto a la cultura
material, la organización social y política
y los rituales religiosos; Julio César Salas
y Tulio Febres Cordero describieron a los
aborígenes andinos, Theodor Koch-
Grünberg a los indígenas del Orinoco y
Vicenzo Petrullo estudió exhaustivamente
a los yaruros. Estos trabajos, junto a la
obra de Alfredo Jahn, Tulio López
Ramírez, Gilberto Antolínez y Walter
Dupouy, sirvieron de antecedente a los
estudios, que basados en trabajos de
campo y en las orientaciones teóricas y
metodológicas de la antropología
moderna, fueron ejecutados a partir de
1950 por profesionales de esta disciplina.
El censo indígena de 1992 estimó la
población aborigen en 315.815 individuos
(1,5% de la población total del país). En
lo que se refiere a su distribución en el
territorio, las mayores proporciones están
localizadas en Zulia (63%), Amazonas
(12%), Bolívar (11,2%) y Delta Amacuro
(6,6%). De un total de 28 grupos
indígenas ubicados en el territorio
nacional, los mayores volúmenes de
población corresponden a los wayuu
(guajiros) 53,7%; waraos (guaraúnos) 7,6;
pemones, 6; añús (paraujanos) 5,5;
yanomamis, 4,7; guajibos, 3,6 y piaroas,
3,6%. Estas etnias agrupan el 84,4% del
total de la población indígena del país y
de ese total, un 48% está ubicado en
áreas urbanas. Durante los últimos 30
años, a raíz de los profundos cambios
económicos y sociales ocurridos en el país
con la transformación económica y la
consecuente expansión urbana provocada
por las migraciones internas los procesos
de aculturación han sido más intensos
entre los indígenas. Asimismo, el
mestizaje, cuyas raíces históricas se
remontan a la conquista, ha contribuido a
acelerar aún más en el presente la pérdida
del modo de vida tradicional de los
grupos todavía existentes.
La población aborigen actual está
distribuida en 4 familias lingüísticas:
caribe: akawaio, mapoyo, yabarana,
yekuana, eñepa (panare), pemón, kariña y
yukpa; arawak: aruaco, wayuu (guajiro),
añú (paraujano) y los arawak del río
Negro (curripaco, guarekena, baré,
piapoco y baniva). Independientes:
guahíbo, warao (guaraúno), cuiva,
yanomami, hoti y yaruro; y chibcha: barí.

Lengua caribe: Los akawaios: son apenas


unos 800 individuos llegados a Venezuela
del Esequibo, a raíz de la rebelión de
Rupununi en 1969 y actualmente están
ubicados en San Martín de Turumbán,
frente a Anacoco y en caseríos dispersos a
lo largo del eje carretero El Dorado-Santa
Elena de Uairén. Sumamente aculturados,
los akawaio han desarrollado cultivos
comerciales con formas de organización
introducidas por el Estado.
Los mapoyos: son un grupo muy reducido
y también muy aculturado, que no llega a
200 individuos. Localizados en las
cercanías de los panares, en un caserío
ubicado en las sabanas entre los ríos
Caripo y Villacoa en el distrito Cedeño
del estado Bolívar, estos indígenas han
tenido en lo que va de siglo una brusca
aculturación a raíz del establecimiento en
la zona de empresas extractivas de
sarrapia, balatá y chicle. Los mapoyos
hablan castellano, y sus cosechas de arroz,
maíz, yuca, caraota, ñame y batata son
comerciales. Los yabaranas: localizados
en las cercanías de San Juan de
Manapiare en el estado Amazonas,
conforman un grupo de unos 300
individuos en vías de extinción.
Los yekuanas (maquiritares): localizados
en las riberas de los ríos Caura y Paragua
y sus afluentes, en el estado Bolívar, y en
las márgenes del Ventuari, Cunucunuma,
Padamo y Cuntinamo y sus afluentes, en
el estado Amazonas, con un total de
población que en 1974 no llegaba a los
4.500 individuos. Maquiritare es una
designación de los misioneros, mientras
que yekuana es una autodenominación
que expresa un origen común; estos
indígenas creen que sus antepasados
provenían de un cerro de los alrededores
que tenía ese mismo nombre. Los pueblos
de las cabeceras de los ríos han estado
más alejados del contacto con la
población criolla que los pueblos
ribereños. La economía combina la
recolección de especies comestibles, la
horticultura, la caza y la pesca siendo
además artesanos de una cestería de gran
valor estético. El pueblo es una unidad
política que reúne unas 60 personas bajo
el control de un jefe con un liderazgo que
«…es legítimo pero carente de coerción».
En otras palabras, el jefe no puede
cumplir su voluntad si encuentra
oposición entre los pobladores. Su
sabiduría consiste en dar el ejemplo y
persuadir a los demás para lograr
decisiones equilibradas en beneficio del
bien común y de la armonía. En la
sociedad yekuana las divergencias y
conflictos son superados mediante
estrategias definidas, tales como poner a
circular rumores o chismes; efectuar
monólogos en los que el agraviado, de
madrugada y cuando sus familiares
permanecen en sus hamacas, expone en
voz alta sus quejas para que todos le
escuchen o, en casos extremos, recurrir al
aislamiento temporal emprendiendo viajes
imprevistos a buscar alimentos. En la
actualidad y a raíz del contacto, han
surgido entre estos indígenas grupos
evangélicos y católicos.
Los eñepas (panares): están localizados al
S de Caicara del Orinoco en un área de
18.000 km2 entre los ríos Cuchivero y
Suapure en el estado Bolívar; la
población, dispersa entre los
asentamientos criollos de la zona, alcanza
unos 3.000 individuos. Estos indígenas
son agricultores de tala y quema, pescan,
cazan y recolectan frutos silvestres, y
mantienen con los criollos desde
comienzos de siglo relaciones comerciales
muy estrechas. La fabricación de cestos,
realizada por los hombres, es la actividad
comercial por excelencia. Los ingresos
que de ella derivan les ha permitido
adquirir productos industriales, sin alterar
sus formas de organización económica
tradicional. Al incrementarse la demanda
de esta artesanía las técnicas de
elaboración se diversificaron y los
motivos decorativos aumentaron su
riqueza estilística. La cestería representa
así, para estos indígenas, el principal
vehículo para establecer sus relaciones
sociales y comerciales con las
poblaciones criollas de los alrededores.
Los pemones: localizados en la región SE
del estado Bolívar en la Gran Sabana,
abarcan aproximadamente 20.000
individuos. Desde 1930 los capuchinos
han adelantado entre ellos un programa
misional muy intenso y han fundado 4
centros de importancia: Santa Elena
(1931), Kavanayén (1942), Kamarata
(1945) y Uonkén (1959). A la influencia
del catolicismo se suma la influencia
protestante en el S de su territorio, y con
ella, la formación de comunidades pemón
típicamente adventistas que difieren
radicalmente del resto de la población.
Entre los pemones han surgido
movimientos religiosos tales como el
Aleluya, el Chochimuh y el San Miguel,
los cuales han dado origen a un
sincretismo en el que se combinan
elementos éticos, espirituales,
cosmológicos y prácticas rituales de la
cultura pemón y de las nuevas religiones.
No obstante los cambios ocurridos a raíz
de los programas misionales, el
parentesco y las relaciones comerciales
siguen siendo entre los pemones fuentes
de integración social.
Los kariñas: localizados en los llanos
orientales en la zona central, tienen una
población que alcanza los 11.000
individuos. A raíz de la explotación
petrolera y la extracción del hierro, estos
indígenas han sobrevivido a uno de los
más drásticos procesos de cambio
sociocultural, ocurridos entre las
sociedades aborígenes venezolanas en lo
que va de este siglo. Los yukpas:
conocidos en la literatura como los
«motilones mansos», abarcan unos 4.000
individuos y habitan en la sierra de Perijá,
en el estado Zulia. Integrados por los
subgrupos irapa, japreria, macoíta, parirí,
shaporú, viaski, wasana y el pueblo de la
misión del Tukuko, este es el grupo caribe
localizado más al O del país, por lo que
se supone que sus antepasados migraron
desde el Amazonas al hábitat actual. Los
subgrupos, integrados por familias
extensas, forman unidades políticas
independientes presididas por un jefe. Los
hombres son excelentes artesanos de
cestos y cerámicas y las mujeres hilan y
tejen el algodón en telares verticales. La
economía de los yukpas está basada en el
«cultivo rotativo» según el cual, alternan
períodos cortos de cultivo con largos
períodos de descanso en los que la tierra
permanece en barbecho. Los cultivos de
cambur, yuca, maíz, ocumo, caraotas y
legumbres son realizados de acuerdo con
un ciclo que cubre las fases de selección
del conuco, tala, quema, cosecha y terreno
baldío. La agricultura, fundamento de la
subsistencia, es practicada conjuntamente
con la caza, la pesca y la recolección de
plantas silvestres.

Lengua arawaka: En lo que se refiere a los


grupos de lengua arawak, todavía
sobrevive un pequeño grupo de aruacos,
localizados en la frontera con Guyana
conocidos como los jokonos en el Delta
Amacuro; estos indígenas, cuyo número
no llega al centenar de individuos, se
encuentran sumamente aculturados.
Además de hablar el castellano, conocen
algún vocabulario de inglés y se han
integrado lingüística y culturalmente a sus
vecinos los waraos.
Los wayuu (guajiros): localizados entre
Paraguaipoa y Castilletes en la estrecha
franja que corresponde a Venezuela en la
península del mismo nombre, tienen una
población cercana a los 170.000
individuos. Los guajiros se
autodenominan wayuu y designan como
kusina a otros grupos indígenas de los
alrededores (motilón, yucpa) y usan el
término alijuna para referirse a cualquier
otra persona que no sea ni guajiro, ni
indio. Wayuu quiere decir «persona» o
«gente». Los guajiros están organizados
socialmente en grupos exogámicos de
descendencia matrilineal (linajes y
clanes), llamados por la población criolla
«castas». Existen en la actualidad 25
clanes, cada uno de los cuales tiene un
ancestro animal común. Estas unidades de
parentesco no son iguales entre sí, puesto
que unas tienen, como es el caso de los
clanes del tigre o del perro, mayor
preponderancia económica y social que
las demás. Se pertenece a estas unidades
de parentesco por nacimiento. El guajiro
no ha escapado tampoco a la
transformación urbana y la tradición
cultural de aquellos que han estado
expuestos a la influencia de las ciudades
ha recibido profundos cambios que cada
día les integran más y más a sus vecinos,
los alijunas de Maracaibo. Las mujeres
guajiras han tenido una posición
preponderante en su contexto social, en
razón del criterio de descendencia
matrilineal que rige el parentesco, y de la
norma de matrimonio matrilocal o
uxorilocal, según la cual el esposo viene a
residir en la casa de la esposa o en las
cercanías de la suegra. Es necesario notar
que los mitos y cuentos guajiros, de una
gran riqueza, se refieren al camino que
sigue a la muerte, evocan la sexualidad, la
adolescencia y las frustraciones de una
realidad social, en la que también existen
fantasmas.
Los añús (paraujanos): cercanos a los
17.000 individuos, habitan viviendas
palafíticas en la laguna de Sinamaica, al
NO de Maracaibo, en el estado Zulia;
hablan el castellano, se han casado con los
criollos y no se distinguen de las
poblaciones vecinas.
Los arawak: localizados en el estado
Amazonas, están integrados por los
kurripakos, ubicados en las riberas de los
ríos Isana y Guainía y sus tributarios.
Estos indígenas constituyen un subgrupo
dialectal de los wakuénai. Sumamente
apegados a sus ritos, poseen un sistema de
expresión musical en el que los símbolos
son códigos para interpretar la conducta
social. La cosmología, las curaciones de
enfermos, la conceptualización de lo
crudo y lo cocido, el mundo espiritual, el
intercambio ceremonial de comida entre
grupos, persisten en el presente a pesar de
la traducción al kurripako del Nuevo
Testamento por los misioneros
protestantes, y a pesar de todos los
agentes de cambio sociocultural que
existen en la zona. Los guarekenas,
localizados en el Casiquiare en la
población Guzmán Blanco, en el río
Guainía, estado Amazonas, no pasan de
150 individuos. Anteriormente ocuparon
asentamientos densamente poblados en el
caño San Miguel o Itinivini, tributario del
río Negro, pero de estos poblados hoy
sólo quedan huellas y una abundante
toponimia que en guarekena designa
sitios, vueltas del río, lajas, flora y
accidentes topográficos. Los guarekenas
son plurilingües: hablan castellano,
portugués y otras lenguas arawak de los
grupos vecinos. Además, poseen un
pensamiento mítico caracterizado por la
presencia de un movimiento circular entre
los puntos cardinales, el cual se pone de
manifiesto en la práctica ritual. Los
barés: sumamente aculturados, alcanzan
un millar de individuos localizados en su
mayor parte en Santa Rosa de
Amanadona, un pequeño pueblo a orillas
del río Negro, en el estado Amazonas. La
lengua baré conocida todavía por un
reducido grupo de indígenas, se encuentra
en vías de extinción. Los piapocos,
cercanos también al millar de individuos
y en vías de desaparición, están a unos 30
km al S de Puerto Ayacucho; en territorio
colombiano persisten todavía algunos
núcleos de esta población. Los piapocos
tienen conucos para la subsistencia, visten
ropas adquiridas a los comerciantes
criollos y hablan castellano. Forman
familias extensas, practican la poligamia y
la residencia postmatrimonial es
patrilocal. Los banivas alcanzan
igualmente el millar de individuos y,
localizados en el pueblo de Maroa y en el
alto Isana, se han integrado a la población
criolla.

Independientes: En lo que se refiere a los


grupos independientes, los guahíbos están
repartidos entre los llanos de Apure, los
llanos orientales de Colombia, el valle del
Manapiare y las riberas del Orinoco entre
Santa Rosa y la desembocadura del Meta.
Los guahíbos tienen una población
aproximada de 11.500 individuos, los
cuales son sobrevivientes de poblaciones
aborígenes que en los llanos mantenían
importantes redes comerciales. Estos
indígenas se han adaptado al hábitat
llanero de acuerdo con 3 estrategias de
subsistencia: la caza y la recolección en
las zonas interfluviales, el cultivo
estacional en los ríos tributarios y los
cultivos cíclicos en las riberas de los ríos
Meta y Orinoco. Organizados en bandas
locales de cazadores y recolectores, estos
grupos llegan a tener entre 20 y 50
individuos cuando son nómadas y
seminómadas, y pueden pasar de 100
cuando son agricultores sedentarios. La
banda local es un grupo basado en nexos
de parentesco y en relaciones sociales
informales y flexibles, presidido por un
jefe que bien puede ser el más anciano o
el más capaz del grupo. Las bandas
locales se forman alrededor de un núcleo
básico de parientes al cual se van
agregando otras familias emparentadas
por nexos consanguíneos o de
matrimonio. La descendencia en estos
grupos de parientes es bilateral puesto que
se toma en cuenta tanto la línea materna
como la paterna. Varias bandas locales
integran bandas regionales las cuales,
circunscritas en un territorio específico,
aumentan el contexto de las relaciones
sociales. Gracias a esta modalidad de
organización social tan particular,
pudieron sobrevivir hasta el presente. Los
waraos (guaraúnos), cuya población ha
sido estimada en 24.000 individuos,
ocupan en el delta del Orinoco la zona
intermedia de baja salinidad y la franja
costera. Pescadores y recolectores, los
waraos en la actualidad habitan todavía
viviendas palafíticas en las márgenes de
los ríos. La organización económica,
basada tradicionalmente en la recolección
de los productos del árbol del moriche,
pudo adaptarse a los cultivos recientes de
ocumo chino (Colocasia antiquorum) para
la subsistencia y de arroz para la
comercialización, pero no pudo soportar
sin disgregarse la introducción del trabajo
asalariado y de los créditos agrícolas.
Ambos factores al individualizar el
trabajo del warao, no sólo debilitaron los
vínculos de solidaridad y ayuda mutua
que basados en el parentesco, eran
fundamento de la cohesión social y
económica de la familia extensa, sino que
afectaron también la jerarquía tradicional
entre jefes y trabajadores, las creencias
mágico-religiosas y la importancia social
de los curanderos. Los yaruros,
localizados en un número aproximado de
5.000 individuos en los llanos del Apure
en las márgenes de los ríos Capanaparo y
Sinaruco, se autodenominan pumé (seres
humanos). Nómadas, cazadores,
pescadores y recolectores, la rusticidad de
los yaruros contrasta con la riqueza de sus
recuentos míticos y con la profundidad
religiosa de sus creencias cosmológicas.
No obstante, los cantos ceremoniales han
comenzado a extinguirse y con ellos el
mundo de los chamanes mediante el cual
habían podido hasta ahora enfrentarse a la
muerte y a las enfermedades. Los hotis,
cuya población no llega a los 700
individuos, están localizados en el río
Kaima y en los caños Majagua e Iguana
en la serranía de Maigualida en la zona
limítrofe de los estados Bolívar y
Amazonas. La subsistencia de estos
indígenas está basada en el cultivo de
conucos en los que siembran plátano y
maíz, en la cacería de animales pequeños,
y sobre todo, en la recolección de «miel,
larvas, frutas de palma y cangrejos».
Organizados en bandas locales, la familia
nuclear es «la unidad económica básica».
Las mayores presiones aculturativas que
en el presente perciben los hotis,
provienen de las misiones protestantes
establecidas en la zona desde hace más
de una década. Los yanomamis, cuya
población ha sido estimada en unos
15.000 individuos, están localizados en
los ríos Mavaca, Manaviche, Orinoco,
Ocamo y en el alto Siapa y alto Matacuni
en el estado Amazonas. Este es uno de los
grupos aborígenes venezolanos que ha
permanecido más aislado de las presiones
aculturativas que ejerce la sociedad
nacional. Hasta hace apenas unos 50 años,
los yanomamis utilizaban hachas de
piedra para desbrozar los conucos y sus
cultivos de tala y quema tenían una
importancia fundamental en la economía.
Los nexos de parentesco aún tienen
particular relevancia. Así, la comunidad
de los parientes es indispensable para
ellos, hablan continuamente de su familia,
de lo que hacen o dejan de hacer, cada
pariente resulta insustituible en este
marco de relaciones. Los conflictos entre
los grupos locales son violentos porque se
producen entre parientes tan ligados entre
sí, que no puede haber entre ellos
sentimientos neutros: o son solidarios en
la amistad o tienen conflictos matizados
por el odio. Los yanomamis tienen
además una sabiduría que se vuelca en
los mitos. Los chamanes conocen largos
repertorios míticos que relatan en forma
dramática, bajo el efecto de alucinógenos
y con la influencia que ejercen sobre
ellos, los espíritus animales, vegetales o
naturales llamados hekura. Los piaroas,
localizados en el Orinoco medio y sus
tributarios, también en el Sipapo y en los
márgenes del Ventuari, tienen una
población estimada en 11.500 individuos.
Estos indígenas poseen entre 12 y 15
unidades políticas o territorios, cada uno
de los cuales está integrado por unos 5 o
6 grupos locales separados por senderos
en la selva que son recorridos por
jornadas a pie que duran hasta medio día.
El grupo local o unidad residencial,
alcanza unos 50 individuos en una gran
vivienda de forma cónica, conocida
comúnmente como la «churuata». Este
grupo local, integrado por familias
emparentadas, desempeña en la sociedad
piaroa, diversas funciones puesto que
constituye no sólo una unidad de
parentesco, sino también una unidad
económica, política y ceremonial. Los
conucos, distribuidos alrededor de la
vivienda comunal y principal fuente de
subsistencia son sujetos de derecho de
propiedad individual. La caza, la pesca y
la recolección de alimentos como un
complemento, varían con las estaciones a
lo largo del año. El intercambio
matrimonial es la institución más
importante en el logro de la cohesión
social y la perpetuación del grupo.

Lengua chibcha: Los barís, localizados en


la sierra de Perijá, en el estado Zulia en la
frontera colombo-venezolana, son
conocidos también como los motilones
«bravos»; la designación de motilón
aparece por primera vez en fuentes
históricas del siglo XVIII y tiene por
significado «cortarse el pelo» en clara
alusión a la costumbre de estos indígenas
de llevar el cabello muy corto. Los barís
han sido objeto de un largo proceso de
contacto y pacificación desde que la zona
fue colonizada entre 1529 y 1622. Las
primeras referencias a los motilones datan
de esa época. La pacificación tuvo lugar
entre 1772 y 1818 y, con la explotación
petrolera, entre 1913 y 1960. En la
actualidad, la población barí alcanza unos
1.500 individuos. La vivienda, centro de
la vida social, es el resultado de una
laboriosa construcción en la que se
compromete el trabajo colectivo de los
hombres. La disposición de las puertas de
acceso y la distribución del espacio entre
hamacas, los fogones y utensilios, reflejan
los fundamentos de la organización
social. El jefe de la vivienda barí ha sido
el intermediario en las relaciones
extraétnicas con misioneros y visitantes.
Los conucos, en los que siembran yuca,
cambures, papas, piñas, aguacates y caña
de azúcar para la subsistencia, operan de
acuerdo con ciclos de cultivo y están
localizados alrededor de las viviendas
colectivas. La cosmovisión de estos
indígenas en la que destacan el origen del
universo y de todo lo que los rodea, es
expresada en sus recuentos míticos. El
ritual, por su parte, tiene gran importancia
en la vida social, puesto que la mayor
parte de los acontecimientos diarios tales
como matrimonios, el fin de la
construcción de las viviendas, la pesca, la
cacería, la fabricación de hamacas y
guayucos, o la fabricación de flechas, son
realizados efectuando cantos rituales para
la ocasión. Además de los aborígenes
descritos, existen 2 grupos de filiación
lingüística desconocida en el alto Paragua
del estado Bolívar: los arutanis y los
sapés. Asimismo, todavía existen en la
isla de Margarita, en los alrededores de
Porlamar, vestigios étnicos de
poblaciones guaiqueríes. Ahora bien, en
lo que se refiere a las relaciones entre los
indígenas y la sociedad venezolana, el
artículo 77 de la Constitución señala que
«…la ley establecerá el régimen de
excepción que requiere la protección de
las comunidades indígenas y su
incorporación progresiva a la vida de la
Nación…»
Es por tanto, responsabilidad del Estado
velar por la protección de las poblaciones
aborígenes con miras a su integración. El
proceso de aculturación ha transformado a
las comunidades aborígenes en
poblaciones rurales y urbanas, y los
cambios socioculturales han sido de tal
magnitud, que pareciera que la
desaparición étnica y cultural es
inevitable. Los aborígenes pertenecen a
una historia que se remonta a 15.000 años
a. C. y como están localizados en
regiones fronterizas de gran valor
estratégico en términos de seguridad y
defensa, o en núcleos urbanos y rurales
donde se encuentran en pleno proceso de
«criollización», es indudable que, ahora
más que nunca, la intervención del
Estado, de acuerdo con el mandato
constitucional que así lo establece, deberá
abocarse en los próximos años a lograr
una síntesis armoniosa y profundamente
humana entre el deber de proteger y el
deber de integrar. M.M.S.

Poblamiento

Prehispánico
La utilización conjunta de las evidencias
arqueológicas, lingüísticas y
etnohistóricas para analizar las
características del poblamiento
prehispánico de Venezuela, muestra, en
todos los casos, la presencia de
influencias culturales de múltiple
procedencia que se fusionaron dentro del
actual territorio nacional. Los estudios
realizados entre 1935 y 1944 por distintas
misiones arqueológicas señalan, por una
parte, la presencia de un eje occidental N-
S, a través del cual habrían llegado
influencias tanto de América Central
como del O de Suramérica y por la otra, la
existencia de un eje cultural N-S en el
oriente de Venezuela que habría
canalizado las influencias provenientes
del E de Suramérica de paso hacia las
Antillas, así como también las
provenientes del NE de Suramérica que se
habrían difundido hacia el SE del
subcontinente. Tanto en el oriente como
en el occidente de Venezuela, estos
grandes ejes migratorios dieron origen a
la penetración de patrones diversos, los
cuales posteriormente entraron en
contacto al producirse movimientos
migratorios transversales E-O y viceversa.
Se conformó así un patrón de rutas de
poblamiento y dispersión cultural que se
asemejaría a la forma de una «H». Sobre
la base de esta teoría de las migraciones
prehispánicas venezolanas, se han
elaborado otros modelos
complementarios, según los cuales la
existencia de estas 2 grandes rutas
migratorias N-S en el E y el O
respectivamente, habrían dado origen a
una dicotomía cultural: las poblaciones de
occidente se habrían caracterizado por el
cultivo del maíz y una alfarería decorada
con motivos pintados policromados; en
contraste, las poblaciones del oriente
cultivaban la yuca y tenían una alfarería
decorada con motivos y modelado
incisos. La historia de las sociedades
agricultoras precolombinas habría estado
determinada en consecuencia por la
interacción de influencias culturales que
se cruzaron entre oriente y occidente. Otra
hipótesis parecida en relación con el
poblamiento de Venezuela, plantea que
las oleadas migratorias formaron 2
troncos: uno occidental caracterizado
principalmente por movimientos de
grupos humanos e influencias culturales
provenientes del O de Suramérica y
América Central que habrían originado
culturas como la timoto-cuica, la achagua;
y otro oriental, cuyo origen estaría
localizado en la cuenca amazónica. Las
oleadas migratorias prehispánicas
también han sido caracterizadas como
pertenecientes a 2 grandes familias
lingüísticas suramericanas: la arawak y la
caribe, cuyos orígenes más remotos han
sido ubicados en la región central de
Suramérica. En general, se ha considerado
que los grupos sedentarios más antiguos
que se asentaron en el actual territorio
venezolano eran de filiación lingüística
arawak y a ellos se les atribuye la
introducción y desarrollo de la
agricultura. Estas poblaciones arawakas
habrían constituido una especie de estrato
étnico básico para Venezuela, que se
habría roto o fragmentado con la irrupción
posterior de una oleada migratoria
oriental, que también se habría extendido
hacia el occidente de Venezuela pasando
por el territorio actual de Colombia,
originando así una división cultural entre
caribes orientales y caribes occidentales.
Se supone que la presencia continua de
toponímicos dispersos desde el Orinoco
hasta la región central de Venezuela,
podría inferir en ésta la presencia de
enclaves de población de posible filiación
caribe. Asimismo, se puede explicar la
influencia caribe hacia el occidente, por la
presencia de grupos indígenas de esa
filiación en el lago de Maracaibo y la
sierra de Perijá. Conjuntamente a estas
grandes corrientes migratorias de
arawakos y caribes pudo haber otras
migraciones, quizás de menor intensidad,
que también dejaron su huella. Es el caso
de algunos rasgos mesoamericanos como
el juego de pelota, autosacrificio de
sangre o el uso de la barba que estuvieron
presentes entre los guamos, otomacos y
guamonteyes del Orinoco y el de los ritos
de sacrificio y degollamiento de víctimas
humanas, entre los caribes, muy similares
al denominado tlacaxipeualiztli de los
nahuas mexicanos.
Tal como hemos visto, la etnología,
relacionando datos lingüísticos,
etnográficos y arqueológicos, ha podido
determinar un modelo de migraciones
prehispánicas en el que resaltan los
movimientos efectuados a lo largo de 2
ejes N-S, ubicados al E y el O de
Venezuela y una serie de líneas de flujo
entre uno y otro, las cuales constituirían
movimientos de población expansivos,
cíclicos o esporádicos. Desde el punto de
vista arqueológico esta teoría se enriquece
al señalar, además de estas grandes líneas
de flujo migratorio, puntos culturales
nodales en el territorio. Con la evidencia
arqueológica, Venezuela deja de ser una
simple encrucijada o zona de paso de las
oleadas migratorias, y se convierte en un
centro de confluencia de un importante
número de grupos humanos, los cuales,
por los procesos de adaptación a los
nuevos ambientes donde se asentaban, y
el mestizaje de culturas, produjeron
formas sociales nuevas que sirvieron de
arquetipos a otras poblaciones de
territorios vecinos. En tal sentido,
podemos establecer 3 grandes períodos
histórico-sociales para el análisis de las
corrientes de población que contribuyeron
a conformar la sociedad precolombina
venezolana:
a) Migraciones de cazadores: Las
evidencias arqueológicas más antiguas
nos indican que las primeras oleadas de
población que penetraron el territorio
venezolano por lo menos 15.000 años a.
C., estuvieron constituidas por grupos
humanos que derivaban su subsistencia de
la caza de mamíferos y de la recolección
de frutos y raíces silvestres. Al parecer,
los antiguos cazadores convivieron al
menos durante cierta época, con una
megafauna caracterizada por mastodontes,
caballos, megaterios y gliptodontes.
Como consecuencia del fin de las
glaciaciones alrededor de 12.000 años a.
C., reinaban condiciones climáticas
distintas a las actuales. Posiblemente
hubo mayor humedad, y la flora más
abundante permitía la sobrevivencia de
los hervíboros de la megafauna. Los
cazadores de esa época formaron parte de
la oleada migratoria que vino de
Norteamérica, adonde habían llegado
desde Asia atravesando el estrecho de
Behring en una fecha que podría
estimarse entre 28.000 y 40.000 años a. C.
Las puntas de proyectil que fabricaban
estos cazadores eran confeccionadas con
núcleos de piedra, y sus formas recuerdan
los artefactos que fabricaban los grandes
cazadores de la llamada «tradición plana»,
la cual está caracterizada por puntas para
armas arrojadizas de forma oval, con
lados paralelos y ambos extremos
aguzados. La presencia de dichas puntas
en el sur de Norteamérica, Mesoamérica y
el litoral Pacífico de Suramérica, deja
entrever la existencia de migración
humana en dirección NS. Pero, ¿en qué
momento y cómo se dispersa de ese grupo
principal la rama que se desvía hacia el
NE de Venezuela y cuyos principales
exponentes los encontramos hasta el
presente en sitios arqueológicos
tempranos del estado Falcón? La ruta
terrestre más obvia pasaría por
Centroamérica, entraría al subcontinente
por Colombia y de allí se dirigiría hacia el
NE alcanzando a Venezuela. Pero las
evidencias halladas hasta el presente en
Colombia no comprueban que hubiese
existido esa vía migratoria, ya que los
hallazgos realizados hasta hoy por los
arqueólogos colombianos sólo indican la
presencia, desde 12.000 a 14.000 años a.
C., de cazadores que poseían una industria
lítica y ósea muy rudimentaria, totalmente
distinta al instrumental especializado de
los cazadores del NE de Venezuela.
b) Migraciones de recolectores: El fin de
la sociedad de cazadores, parece haber
sido coetáneo con el clímax de los
grandes cambios climáticos que
marcaron el desarrollo del Cuaternario.
Posiblemente ocurrieron extensas
modificaciones del antiguo litoral
venezolano como consecuencia del
levantamiento general del nivel del mar,
por lo cual muchas de las antiguas zonas
costeras fueron sumergidas por las aguas,
cambiándose quizás también las
características de la fauna y la flora en
dichas regiones. Estos cambios
determinaron, por una parte, la
desaparición de la megafauna que hasta
entonces parece haber estado asociada
con los cazadores y por la otra, que
tuviera lugar una redistribución general de
la fauna terrestre, la cual pudo haber
influido para que aquellas poblaciones o
parte de las mismas, buscaran su
subsistencia en la fauna marina. La
abundancia y relativa estabilidad de los
recursos marinos le dieron tanto a los
recolectores venezolanos como a los del
resto del continente, la oportunidad de
formar comunidades más sedentarias.
Hasta el presente, las evidencias
arqueológicas indican que el área de
mayor concentración de estos grupos
recolectores era en el N de Venezuela.
Estuvieron presentes en la península de
Paria, alrededor de los 4.000 a 5.000 años
a. C., y se supone que tuvieron una
industria rudimentaria de piedra tallada,
posible supervivencia de técnicas
utilizadas por los antiguos cazadores. Los
sitios arqueológicos localizados en las
costas de los estados Sucre y Anzoátegui
y en la isla de Cubagua testimonian el
desarrollo de una sociedad especializada
en la explotación del ámbito marino, la
cual abandonó la piedra como materia
prima, para fabricar artefactos de conchas
de caracol gigante (Strombus gigas) tales
como escoplos, raspadores, puntas de
proyectil, recipientes, etc. Esta capacidad
adaptativa, que parece haber incluido
también el arte de navegar, permitió la
expansión de los recolectores marinos
hacia las islas antillanas, muchas de las
cuales se encontraban todavía
deshabitadas, convirtiéndose por tanto en
descubridores y primeros pobladores de
las tierras insulares. Hubo grupos de
recolectores que posiblemente migraron al
S, siguiendo el litoral Atlántico del NE
de Suramérica dando origen al desarrollo
de nuevas comunidades que conservaron
muchas de las características ancestrales
tales como el uso de la piedra para
fabricar artefactos de trabajo.
c) Migraciones de agricultores: Los 2
últimos milenios antes del inicio de la era
cristiana constituyeron para los indígenas
suramericanos la fase final de la
experimentación con el cultivo de plantas
el cual fue fundamento del desarrollo
ulterior de la agricultura. Este período fue
también de reajuste y consolidación social
para muchas etnias; el paso de una
economía recolectora a una economía
agrícola implicaba igualmente la
búsqueda de nuevas tierras que
permitiesen desplegar las tecnologías de
una nueva forma de vida social. Fue
posiblemente en este contexto cuando
tuvieron lugar los movimientos
migratorios en Suramérica que iban a
determinar las características finales del
poblamiento prehispánico venezolano.
En el oriente de Venezuela, la cuenca del
Orinoco constituyó uno de los polos de
atracción para grupos humanos con una
alfarería cuya caracterización permite
establecer relaciones con otras culturas
del O de Suramérica y de la cuenca
amazónica. Estos grupos humanos
trajeron consigo técnicas de cultivo y
procesamiento de la yuca amarga
(Manihot utilissima), ya conocida por
grupos indígenas del NE de Suramérica.
Sobre la base de la agricultura vegetativa,
se formaron 2 importantes centros de
población, cuya cultura había luego de
irradiar hacia el oriente de Venezuela,
merced a los desplazamientos humanos
que ocurrieron en períodos posteriores. En
el bajo Orinoco, el sitio ancestral de
Barrancas, originó lo que conocemos
como tradición Barrancas, alrededor de
1.000 a 600 años a. C., cuyos portadores
se difundieron hacia la costa central de
Venezuela formando o contribuyendo a
formar nuevos asentamientos humanos en
la región del lago de Valencia y en el
litoral del actual estado Carabobo
alrededor de 200 años a. C. Otros grupos
barrancoides migraron hacia el NE de
Suramérica invadiendo el N de la cuenca
amazónica y la región oriental de
Venezuela. En el Orinoco medio, para
fecha similar, la región de Parmana al S
del estado Guárico constituye el asiento
de pequeñas aldeas tipificadas por los
sitios de la gruta Ronquín, a partir de los
cuales se desarrolló una nueva tradición
cultural conocida como Saladero. Al igual
que los barrancoides, estos individuos
iniciarán hacia comienzos de la era
cristiana, un movimiento migratorio hacia
el NE de Venezuela, fusionándose con
los grupos barrancoides que ya habían
llegado también a dicha región y
desplazando o absorbiendo a las viejas
poblaciones recolectoras que aún para esa
fecha ocupaban el litoral y las islas del
oriente de Venezuela. De la confluencia
de estas tradiciones, surgió una nueva
tradición conocida como saladoide
costero, cuyos portadores iniciaron un
rápido movimiento migratorio a lo largo
del arco insular antillano, desplazando y
absorbiendo a su vez a los recolectores de
dichas islas, y llegando a Puerto Rico
alrededor de 200 años a. C. Estos
emigrantes provenientes del territorio que
luego sería Venezuela, llevaron a las
Antillas el conocimiento de la alfarería, la
agricultura y las pautas de vida sedentaria
que luego serían fundamento de la vida
social de las etnias precolombinas de
dicha región.
Durante los primeros siglos de la era
cristiana, el Orinoco medio recibió una
nueva oleada de población conocida como
tradición Arauquín, cuyas características
alfareras permiten señalar a la cuenca
amazónica como el área posible de
origen. Los recién llegados dieron
muestra de poseer una cultura vigorosa y
organizada, ya que introdujeron
importantes cambios en el modo de vida
de las poblaciones indígenas autóctonas.
Partiendo del Orinoco medio, grupos
pertenecientes a esta tradición emigraron
hacia los valles de Aragua y la cuenca del
lago de Valencia ocupando, para finales
del período prehispánico, prácticamente
todos los valles del litoral central
incluyendo el valle de Caracas. Por otra
parte, los arauquinoides comenzaron a
desplazarse hacia el bajo Orinoco
alrededor de 200 años d. C., buscando
quizás asentarse en las riberas fértiles que
bordeaban el río pero que estaban
ocupadas por las etnias barrancoides. Este
movimiento río abajo parece haber sido
lento, pero culminó en el siglo XVI de
nuestra era con el ejercicio del control
total del hábitat orinoquense por parte de
los arauquinoides. Aunque no podemos
establecer un paralelo entre estas
poblaciones y las etnias conocidas
históricamente, si es posible decir que las
aldeas tardías del Orinoco donde se ha
encontrado alfarería arauquinoide fueron
asiento de grupos humanos históricos de
lengua caribe. Lo mismo podemos decir
del lago de Valencia, los valles de Aragua
y el valle de Caracas, hecho que puede
darnos una base de análisis para
comprender la importancia de esta onda
migratoria orinoquense en el poblamiento
prehispánico venezolano.
Al SO de Venezuela, en los últimos siglos
antes de Cristo, los llanos altos
occidentales acogieron otra oleada
migratoria conocida como complejo Caño
del Oso y complejo La Betania, cuyo
punto de partida puede ser ubicado al NE
de Colombia o del Ecuador. Estos
individuos lograron diseñar y ejecutar
complejas obras de terracería que incluían
montículos para viviendas, calzadas que
servían como vías de comunicación y
diques para el control de las inundaciones
y campos de cultivo formados por largos
camellones artificiales de tierra que
servían para preservar las plantas del
exceso de agua durante las crecidas de los
ríos. Estos grupos humanos se
extendieron sobre gran parte del territorio
de los actuales estados Barinas, Apure y
Portuguesa, correspondiendo en sentido
general con el territorio ocupado
históricamente por los grupos indígenas
conocidos como achaguas y betoyes. En
la región S del lago de Maracaibo, las
evidencias arqueológicas señalan para 600
años a. C., la llegada de grupos de
inmigrantes emparentados posiblemente
con las etnias que habitaban el litoral
Caribe colombiano desde el siglo XII. Al
igual que los del Orinoco, cultivaban y
consumían la yuca amarga y se asentaron
a lo largo de los ríos que descienden de la
vertiente occidental de la cordillera
andina. Por otra parte, alrededor de 1.100
años a. C., otros grupos inmigrantes,
conocidos como fases El Danto y El
Guamo, afiliados también posiblemente a
etnias que habitaban el N de la actual
Colombia, se asentaron a lo largo de los
ríos Escalante y Zulia, dando origen a
grandes poblados donde se cultivaba no
sólo la yuca, sino también el maíz. Es
posible que las ondas migratorias ya
señaladas, estén en el origen de las
actuales poblaciones indígenas del
occidente del lago, afiliados a la familia
lingüística caribe y otros a la chibcha. El
NE de Venezuela parece que fue puerta
de entrada de una de las corrientes
migratorias que tuvo mayor influencia en
la conformación ulterior de la cultura
aborigen de la región centro-occidental de
Venezuela. Los grupos que llegaron con
ella, procedían posiblemente del
occidente de Suramérica e introdujeron
prácticas agrarias con el cultivo del maíz.
Sus antecesores más remotos, pueden ser
ubicados en la fase Hokomo, en la Guajira
venezolana, alrededor de 1.000 años a. C.,
y en la fase Lagunillas en la costa NE del
lago de Maracaibo, alrededor de 400 años
a. C.. Estos inmigrantes así como los
grupos autóctonos a los que dieron origen
se distribuyeron a lo largo de los valles
bajos del NE de Venezuela, formando
grandes aldeas agrícolas que tenían un
marcado carácter ceremonial. Prueba de
ello son los grandes cementerios o
necrópolis encontrados en sus poblados,
en los que se evidencia una importante
producción artesanal, destinada
particularmente a satisfacer las
necesidades religiosas. Asimismo,
convirtieron muchas grutas y pequeñas
cuevas en adoratorios o cementerios,
donde también se depositaba una gran
riqueza de material votivo. El modo de
vida de estos grupos humanos influyó
grandemente en las comunidades que
ocuparon el territorio de los actuales
estados Lara, Falcón, Yaracuy y Trujillo,
puesto que para el siglo XVI en esa zona
existían aldeas densamente pobladas,
caracterizadas por un extraordinario
desarrollo artesanal y productivo, las
cuales sirvieron de sostén a la
colonización española. Alrededor del
siglo IX o X d. C., se hicieron presentes
en las regiones altas de los Andes
venezolanos, grupos humanos conocidos
como fases San Gerónimo, Mucuchíes y
Miquimú. Éstos poseían técnicas
agrícolas y cultivos especializados que les
permitieron colonizar los valles altos y las
tierras vecinas a los páramos. Construían
pequeñas aldeas, cada vivienda poseía
silos subterráneos para almacenar las
cosechas, practicaban el cultivo en
terrazas y el empleo de estanques y
canales de regadío para irrigar las
sementeras. Todos estos elementos
relacionan dichos grupos con las
sociedades andinas prehispánicas del NE
de Suramérica cuyo modo de vida se
expandió a lo largo de los ecosistemas
montañosos del occidente de Suramérica.
M.S.O./I.V.
Siglos XVI-XX
El proceso poblador del territorio actual
de Venezuela se inició desde los lejanos
tiempos de la aparición del hombre en el
NO del subcontinente suramericano. En
ese largo proceso, que comenzó hace más
de 12.000 años, se distingue claramente la
etapa del predominio absoluto de los
Aborígenes en la ocupación del espacio
geográfico venezolano, de aquélla que
inauguró la penetración de la población
hispánica. Durante los milenios en que el
poblamiento indígena fue el único que se
extendió sobre la superficie del país,
quedó establecido el patrón que hasta
ahora ha regido la distribución espacial de
los habitantes. La presencia aborigen
antes de la llegada de los españoles se
mostraba, en primer lugar, en el arco
costero-montañoso que bordea de NE a
NO la extensa cuenca orinoquense, en
segundo lugar, en la amplia región de los
Llanos y en tercer lugar, en las riberas de
los principales ríos de la Guayana. En
ninguna de esas zonas existió un
poblamiento autóctono homogéneo, ya
que en ellas, por el contrario, coexistieron
formas de ocupación del territorio muy
diversas, las cuales reflejaban la variedad
de los modos de vida, la diferente
evolución tecnoeconómica de las
comunidades y las desiguales condiciones
ambientales donde éstas actuaban.
En la franja costero-montañosa se
desparramaba en la época del contacto
inicial con los europeos, la población
aborigen con los tipos de hábitat más
complejos, tanto por la intensidad de la
presencia humana como por la estabilidad
de las agrupaciones que la misma
formaba. En tal franja, las manchas de
poblamiento se ubicaban esencialmente
en los Andes y el sistema coriano, y de
manera secundaria, en las zonas centro-
costera y costero-oriental y en la cuenca
del lago de Maracaibo. El poblamiento
indígena de los Andes y el sistema
coriano constituyó la cobertura humana
más importante de Venezuela antes de la
incorporación de los españoles. Los
conquistadores encontraron allí las
comunidades más numerosas y los
asentamientos más estables. En la región
andina, según los datos aportados por los
cronistas y la investigación arqueológica
reciente, se desarrollaron aldeas más o
menos permanentes, gracias al
surgimiento de una tecnología agrícola de
cierta eficiencia. La construcción de
andenes o terrazas para cultivar las
pendientes, el uso de silos subterráneos
para reservar alimentos, el empleo de
estanques o diques para almacenar el agua
de los ríos, las quebradas o las lluvias
utilizada en el riego de los cultivos,
fueron elementos tecnoeconómicos que
hicieron brotar una vida sedentaria en el
seno de núcleos de proporciones
modestas. Los timotes y los cuicas, que se
extendían principalmente por el territorio
que en forma aproximada corresponde
hoy a los estados Mérida y Trujillo,
dejaron constancia de su sedentariedad en
la toponimia de numerosos sitios.
Localidades actuales como Timotes, Jajó,
Mucuchíes, Mucurubá, Mucutuy, Tabay,
Chiguará, Acarigua, Torondoy, fueron
aldeas de las indiadas de esas
denominaciones. Muchos pueblos y
ciudades andinos que hoy llevan nombres
impuestos por los conquistadores, se
fundaron en los caseríos precolombinos.
La ciudad de Mérida se halla emplazada
en la mesa donde los indios tatuyes tenían
su vecindario llamado Tatuí; el actual
pueblo de El Morro constituyó el asiento
principal del grupo indígena mirripú; la
pequeña ciudad de Lagunillas era
simplemente la aldea que los naturales
llamaban Zamu o Jamun o Xamue. En las
tierras que ahora forman el estado
Táchira, centros poblados como
Queniquea, Capacho, Seboruco, Táriba,
Lobatera, Borotá, recuerdan los núcleos
de comunidades de extracción aruaca o
caribe. La aparente profusión de las
aldeas y comunidades precolombinas de
los Andes no permite calificar su
poblamiento de denso o muy denso, según
el sentido que esos términos tienen en las
sociedades modernas. Las características
morfológicas del paisaje andino y la
sencillez de los elementos técnicos de que
disponían sus pobladores, sólo podían
tolerar asentamientos humanos muy
pequeños, cuya importancia se deriva,
más que de sus magnitudes, de su
carácter estable. En estrecha conexión
con el poblamiento autóctono de los
Andes se hallaban las comunidades
ubicadas en el sistema coriano y sus
espacios vecinos. En esta región, los
europeos encontraron poblaciones
indígenas casi tan importantes
numéricamente como las de la zona
andina. La presencia humana la
impusieron allí los caquetíos y jiraharas,
junto con los gayones, cuibas, coyones,
achaguas, ayamanes y cuicas. Casi todas
esas tribus, por depender a menudo de
actividades sedentarias, tejieron con
aldeas de relativa permanencia la red
fundamental de su poblamiento. Tanto los
conquistadores como los cronistas se
mostraron impresionados por la
frecuencia de los caseríos aborígenes en
muchos lugares de esta comarca.
Particularmente Nicolás de Federmann,
quien entre 1530 y 1531 recorrió casi todo
ese territorio, tuvo ocasión de comprobar
en las tierras que hoy forman los estados
Falcón, Lara y parte de Yaracuy, la
existencia de diversos asentamientos de
cierta estabilidad, y gran número de
habitantes. Este tipo de hábitat,
evidentemente, se estructuró porque
algunos de estos grupos desarrollaron
prácticas agrícolas basadas en la
utilización de embalses o represas para
regar con las aguas de ríos o quebradas
los campos de cultivo. Por esos los
caquetíos, a la llegada de los españoles, se
agrupaban en aldeas, algunas de las cuales
se transformaron en ciudades, villas o
pueblos durante el período colonial.
Centros actuales como Coro, Capatárida,
Cumarebo, Zazárida, Cabure, Adícora,
fueron núcleos que aquellos indígenas
designaban con iguales o parecidos
nombres. Muchos otros vecindarios
desaparecieron con la Conquista, como
Todariquiba, Jurejubero, Jurraque,
Tomadoré, Carona, Carao. Formaron
también los caquetíos núcleos en el valle
del Turbio y las sabanas de Barquisimeto,
los cuales, junto con los que tenían en la
costa oriental del lago de Maracaibo y a lo
largo del río Yaracuy, confirmaban la
importancia de este poblamiento.
El hábitat autóctono de las zonas centro-
costera, costero-oriental y de la cuenca
del lago de Maracaibo, en el momento del
contacto inicial con los españoles, no
mostraba mayor complejidad, ni por su
vigor ni por la estabilidad de sus
asentamientos. En general, las
parcialidades indígenas de las 2 primeras
zonas, como los caracas, tomuzas,
chaymas, cumanagotos, píritus, y de la
cuenca del lago de Maracaibo, como los
onotos, bobures, quiriquires, pemenos,
chinatos, obtuvieron sus subsistencias de
actividades muy sencillas, tales como una
agricultura errante, la explotación de
recursos marinos, la caza y la recolección
en los bosques, la pesca en ríos y lagunas.
Estas condiciones tecnoeconómicas
originaron un poblamiento
semipermanente, integrado por caseríos
muy pequeños que se desplazaban, dentro
de ciertos límites territoriales, en función
del traslado de los cultivos. Por tal razón,
la ocupación del espacio en esas regiones
era muy poco consistente. Ni siquiera en
los sitios donde los conquistadores y
cronistas señalan las comunidades más
numerosas, como en los valles de Aragua
y Caracas, la costa oriental, los
alrededores del lago de Valencia y la
orilla meridional y el N del lago de
Maracaibo, existieron asentamientos
estables. La cobertura humana estuvo aquí
representada por una dispersión de aldeas
minúsculas, formadas por 3 a 6 bohíos,
con niveles muy bajos de permanencia.
En la región de los llanos el hábitat
precolombino se caracterizó por cierta
diversidad, en virtud de los diferentes
grados de eficiencia de las comunidades
para obtener sus recursos. En los llanos
bajos predominó el poblamiento disperso,
integrado por bandas nómadas cuyas
subsistencias provenían de actividades
predatorias. En los llanos altos se
localizaban, en cambio, parcialidades
indígenas que por combinar la
recolección, la caza y la pesca con
actividades agrícolas, se mantenían
estables durante casi todo el año.
Formaban así estos aborígenes, sobre todo
los que se ubicaban cerca del piedemonte
de los Andes, vecindarios que en algunos
casos adquirieron dimensiones de alguna
importancia, como sucedió con Acarigua,
pueblo que Federmann calificó de gran
villa y donde convivían caquetíos y
cuicas. Sin embargo, no prevaleció en
estos llanos un hábitat agrupado, ya que
los niveles tecnoeconómicos de sus
pobladores no garantizaban una total
sedentaridad. En las extensas tierras de la
actual Guayana existió un poblamiento
prehispánico muy inestable y de reducido
volumen. En general, la margen derecha
del Orinoco y las riberas de sus
principales afluentes, eran los sitios
preferidos por las bandas errantes que
obtenían sus provisiones de formas
diversas de recolección. Sus caseríos
tenían, por consiguiente, el carácter
transitorio que imponía una frágil
adaptación al medio. El nomadismo
predominante en esta región se tradujo en
la dispersión inestable de sus pobladores
autóctonos.
La etapa iniciada por la incorporación del
componente demográfico hispánico en el
poblamiento de Venezuela estuvo
fuertemente condicionada por el diseño
geográfico que trazaron los pobladores
precolombinos. No obstante, impusieron
los europeos sobre ese diseño formas
novedosas de ocupación del espacio, las
cuales respondían al modo de vida que
con ellos trajeron. Dos características
fundamentales reflejó desde sus
comienzos ese nuevo hábitat. En primer
lugar, los conquistadores implantaron
unidades de poblamiento que se
constituyeron en centros de toda la vida
social y por supuesto, en núcleos
necesariamente estables. En segundo
lugar, esas unidades sólo podían
funcionar y desarrollarse en estrecha y
continua conexión, lo cual inició la
formación de una verdadera red de
asentamientos humanos. Los primeros
contactos hispánicos con el territorio que
más tarde sería Venezuela, hicieron
surgir pequeñas manchas de poblamiento
europeo muy periféricas. Este periferismo
respondió, por un lado, a la necesidad de
fundar establecimientos de posición, es
decir, que sirvieran de bases para explorar
los espacios desconocidos del interior, y
por otro, al carácter comercial y
expoliador de las expediciones que
realizaron, con la autorización de la
Corona, empresas españolas particulares.
Este último rasgo predominó en los
móviles de la creación y en las
características del funcionamiento de
todos los núcleos que los conquistadores
establecieron durante las 4 décadas
iniciales del siglo XVI. El rescate con los
indígenas, la rapiña de sus productos, el
rapto y la compra de indios para
esclavizarlos, la búsqueda de minerales y
otras riquezas, dieron origen a pequeños
caseríos de europeos costaneros muy poco
estables. Nueva Cádiz, en Cubagua, que
surgió hacia 1514 como una ranchería
hispana de buscadores de perlas, se
expandió en pocos años para desaparecer
en 1544 con el agotamiento de los
ostrales. Sirvió, sin embargo, la efímera
Nueva Cádiz para impulsar el proceso
poblador de la isla de Margarita, porque
de ésta obtenían los neogaditanos diversas
provisiones. Aparecieron así en el
territorio margariteño los centros
hispánicos permanentes más antiguos de
Venezuela. En sus pequeños valles
prosperaron los cultivos de plantas
autóctonas y europeas, y la ganadería
adquirió cierto desarrollo. El efecto de
esta situación fue tal que en 1538 ya
vivían en Margarita unos 400 vecinos o
jefes de familia. El hábitat de esa isla
sirvió, además, de base para explorar
otras zonas, sobre todo la que sería
después el oriente venezolano.
En Tierra Firme, la ocupación del espacio
geográfico por los españoles la inició
Alonso de Ojeda con la fundación en
1502 del caserío de Santa Cruz. Este
asentamiento, que se ha supuesto
establecido junto a la laguna de Cosinetas,
en la pequeña bahía de Los Castilletes,
como base para «…desde allí ir a
descubrir…», no tuvo influencia alguna
en la formación del hábitat venezolano
porque desapareció antes de cumplir 6
meses. Después de haber fracasado el
intento poblador de Ojeda en 1502,
transcurrieron más de 20 años sin que los
europeos levantaran pueblos en las tierras
no insulares de Venezuela. Los ensayos
colonizadores de los misioneros
dominicos y franciscanos en las costas de
Cumaná antes de 1525, concluyeron sin
dejar muestra de algún establecimiento
permanente. Es sólo en 1527, con la
fundación de Coro, cuando se implanta el
núcleo que sirvió de base para impulsar el
poblamiento del territorio continental
venezolano. No constituyó Coro un
asentamiento muy vigoroso, pues durante
mucho tiempo funcionó como un centro
para comprar o capturar esclavos y para
rescatar con los indios oro y perlas por
fruslerías de Castilla. El arrendamiento de
la provincia de Venezuela a los Welser
influyó mucho para que Coro no se
hubiese convertido en un foco poblador
de gran actividad. Los alemanes no
ocultaron el afán mercantilista por el oro
y la plata que prevaleció en diversos
países europeos en los siglos XVI y XVII,
haciendo de Coro, entre 1528 y 1548, el
punto de partida de las operaciones que
efectuaban para esclavizar aborígenes y
recolectar minerales. Por eso cuando en
1549 llegó a esa ciudad el obispo Miguel
Jerónimo Ballesteros, la encontró «…con
40 vecinos, más o menos, muy pobres y
algunos enfermos…» Coro dejó salir con
todo una fuerza demográfica inicial que,
aunque muy débil, logró crear una base
firme para la expansión del hábitat
permanente del interior, con la fundación
de El Tocuyo en 1545. El Tocuyo
inauguró la fase de la estructuración
definitiva de la red de asentamientos
estables en Venezuela. Tal hecho resultó
del aprecio que fue ganando el trabajo de
la tierra entre los españoles ante el
derrumbe de la ilusión minera. La
búsqueda de la riqueza fácil no
desapareció del todo en el siglo XVI, pero
dejó de ser un obstáculo para que
emergieran pueblos, villas y ciudades en
la amplia geografía venezolana.
Empezóse desde entonces a satisfacer la
intención pobladora que siempre existió
en los monarcas hispanos. La provincia de
Caracas comenzó rápidamente a cubrirse
de núcleos permanentes. De El Tocuyo
salían vecinos a fundar pueblos en las
comarcas cercanas y surgieron antes de
1555, Borburata (1549), Barquisimeto
(1552) y Valencia (1553-1555). A medida
que se aclimataban los cultivos exóticos y
se perfeccionaban los autóctonos, se
ensanchaba la energía pobladora hacia
nuevas zonas. La cadena de
establecimientos se extendió por todo el
arco costero-montañoso, a la zaga, por lo
general, de las aldeas agrícolas indígenas.
No se buscaba ya la tierra para satisfacer
codicias transitorias, sino para asegurar el
sustento permanente. Los valles
costaneros y las mesetas andinas sintieron
el impulso de las fundaciones hispánicas.
Por eso al finalizar el siglo XVI había
surgido la mayoría de las ciudades que
serían muy significativas en la vida
económica y social de Venezuela.
Además de Coro, El Tocuyo,
Barquisimeto, San Felipe y Valencia, se
levantaron Trujillo (1557), Mérida (1558),
San Cristóbal (1561), Cumaná (1562),
Caracas (1567), Carora (1569), Maracaibo
(1569), La Grita (1576), Barinas (1577),
San Sebastián de los Reyes (1585),
Guanare (1591) y Boconó (1592). Todos
esos núcleos y otros más de menor
importancia, hallábanse situados en los
lugares que siempre prefirieron los
habitantes precolombinos. Fuera de la
zona costero-montañosa no se detuvieron
los conquistadores en aquella centuria
para dejar asientos perdurables. Sólo
Santo Tomé de Guayana (1595)
constituyó una excepción importante.
El poblamiento europeo del siglo XVI no
tuvo mayor significación cuantitativa, ya
que las ciudades eran simples caseríos con
muy pocos españoles. Ninguno de esos
asentamientos sobrepasó al final de esa
centuria los 2.000 h. Las localidades más
pobladas cuando ya se había iniciado el
siglo XVII, contaban entre 60 y 150
vecinos o cabezas de familia, como
Mérida (150 vecinos), Trujillo (más de
100), Caracas (100), Barquisimeto (60),
Coro (60) y Maracaibo (60). Los indios
encomendados, que generalmente se
ubicaban bastante lejos de las ciudades,
comunicaron mayor realce a las
magnitudes de este hábitat. Comenzó a
ser también notoria en este período la
cobertura demográfica de indígenas y
negros que, por no someterse al dominio
de los blancos, formaron en las pendientes
de las montañas y en los bosques caseríos
dispersos clandestinos. Las fundaciones
hispanas impusieron, no obstante, la
necesidad de la agrupación estable. En
esos centros poblados se resumió la vida
legal, social, económica y cultural de los
habitantes que estaban dentro y fuera de
ellos. De casi todos los actos que
afectaban a los individuos, desde el
nacimiento hasta la muerte, quedaban en
tales centros firmes testimonios. Los
españoles introdujeron así en el siglo XVI
el poblamiento con sentido histórico. La
escasa capacidad para generar excedentes
de las actividades agrícolas del siglo XVI,
sólo amplió en forma limitada la
presencia humana europea, puesto que era
difícil impulsar a través del comercio, el
funcionamiento hacia afuera de la
economía que exigía la condición
colonial. Esta situación adquirió en el
siglo XVII nuevas perspectivas con el
desarrollo de la ganadería y los cultivos
de tabaco y cacao. Las exportaciones de
los productos que provenían de esas
labores, empezaron a constituir una base
sólida para la acumulación de riquezas
que estimuló la explotación de nuevas
tierras e incitó el traslado de españoles a
la poco atractiva colonia venezolana de
esos tiempos. Se vieron también
favorecidos estos 2 hechos por el fin,
prácticamente desde 1600 en la mayor
parte del territorio, de la cruenta guerra de
conquista. Esta circunstancia fue decisiva
para el despliegue de la acción pobladora
de los misioneros, quienes en los años de
paz se convirtieron en los más activos
fundadores de pueblos y ciudades.
En la primera mitad del siglo XVII el
proceso poblador se concentró todavía,
casi exclusivamente, en las áreas
montañoso-costeras, donde la cría de
ganado mayor y menor, los cultivos de
tabaco, algodón y caña de azúcar
estimularon las exportaciones de
productos como cueros, tabaco, azúcar,
lienzo de algodón, los cuales procedían,
principalmente, de las zonas de la costa,
los valles de Aragua, las feraces tierras
regadas por los ríos Tocuyo, Turbio y
Yaracuy, y los alrededores de Maracaibo.
En los Andes, el cultivo del trigo jugó en
ese lapso un gran papel en la expansión de
su poblamiento y el del cacao inició
modestamente en ese aspecto el efecto
que habría de multiplicarse más tarde.
Los asentamientos que ya existían
recibieron el mayor aliento de aquellas
actividades. Caracas tornóse capital de la
gobernación y sede de la diócesis de
Venezuela; Barquisimeto, El Tocuyo,
Valencia, San Sebastián, Mérida,
Trujillo, San Cristóbal y Maracaibo, se
transformaron en pequeños centros
artesanales y comerciales. Las
fundaciones de nuevos núcleos antes de
1650 no fueron muy significativas,
aunque superaron en número a las que se
efectuaron en el siglo XVI. Unos 40
pueblos y villas, casi todos en el arco
costero-montañoso, se edificaron de 1600
a 1650 entre los cuales sobresalen
Turmero (1603), Timotes (1607) Sanare
(1608), Barbacoas (1610), Quíbor (1620),
Guacara (1624), Niquitao (1625), Nirgua
(1628), Montalbán (1630), Cumanacoa
(1637), Barcelona (1638) y Carúpano
(1645). En la segunda mitad del siglo
XVII se amplió el esfuerzo poblador de
los españoles, particularmente a través de
los misioneros franciscanos. Ese
dinamismo fue el resultado del auge de
las exportaciones de cueros, cacao y
tabaco. El desarrollo de las faenas
agropecuarias exigido por esas
exportaciones impulsó necesariamente el
poblamiento de las zonas más aptas para
tales labores. Los llanos altos, sobre todo
los occidentales y los centrales, vieron
nacer numerosos pueblos donde con cierta
frecuencia coincidían la cría de ganados y
el cultivo del tabaco como fuentes
económicas fundamentales. En las tierras
de los actuales estados Barinas,
Portuguesa, Cojedes y Guárico surgieron
por el esfuerzo casi exclusivo de los
misioneros, diversos asentamientos, entre
los que resaltan Cabruta (1643), Acarigua
(1653), Chaguaramas (1653), Tinaco
(1658), San Juan de los Morros (1675),
San Carlos (1677), Mijagual (1680), Ortiz
(1687), Pedraza (1610), Araure (1659), El
Pao (1691), El Baúl (1692), Altagracia de
Orituco (1694), Barinitas (1628) y
Tucupido (1699). El desarrollo de las
haciendas de cacao y la presencia siempre
del tabaco y la ganadería en zonas de la
cordillera del N, estimularon la formación
de centros poblados como Píritu (1650),
Clarines (1667), El Pilar (1674), Pozuelos
(1680), Charallave (1681), Cúa (1690),
Ocumare del Tuy (1693), Marigüitar
(1694) y Maracay (1697). A pesar de que
en el siglo XVII se fundaron más de 120
pueblos y ciudades, la intensidad del
poblamiento venezolano en esta centuria
no revistió caracteres sorprendentes, lo
cual se explica porque el crecimiento
demográfico fue muy lento y la
inmigración española se mantuvo en
niveles muy moderados. Caracas en 1696,
que tenía más de medio siglo como
capital de la gobernación de su nombre,
apenas presentaba unos 6.000 h. Ninguna
de las demás ciudades alcanzaba esa
cifra.
En esos núcleos de escasas magnitudes
brotó, no obstante, un nuevo impulso
económico cuyo efecto poblador se haría
sentir fundamentalmente entre 1700 y
1810. El incremento de la actividad
comercial exportadora que el cultivo del
cacao había venido estimulando, impuso
en el siglo XVIII en Venezuela, formas de
producción directamente ligadas con las
operaciones económicas internacionales.
En esta centuria, el valor retornado de las
exportaciones de cacao a Nueva España
bastaba para garantizar la formación de
fortunas capaces de movilizar nuevas
fuerzas productivas. En los centros
poblados las transacciones comerciales se
tornaron más complejas y variadas,
gracias a la mayor capacidad de
importación adquirida. La población
creció en esos núcleos a un ritmo
ligeramente más acelerado que los
observados anteriormente, por la
influencia de la dinámica demográfica
interna y de la inmigración española y
africana. Diversos asentamientos se
desarrollaron hasta alcanzar, según los
valores de la época, dimensiones y vida
verdaderamente urbanas. En ciudades
como Caracas, Maracaibo, Barquisimeto,
Cumaná, Barcelona, Guanare, San
Carlos, Barinas y San Sebastián de los
Reyes, se congregaban hacendados y
ganaderos prósperos, factores y
cargadores que exportaban frutos
coloniales (cacao, tabaco, cueros, añil) e
importaban productos españoles y
mexicanos (vino, aceite, ropas, frutas
secas, licores, oro y plata amonedados,
pólvora, harina, loza). El vigor adquirido
por el quehacer económico de las
ciudades del siglo XVIII, acrecentó sus
funciones políticas, administrativas,
culturales, religiosas y militares, hasta el
punto que la mayoría de los núcleos
urbanos se convirtieron en centros
dominantes de las zonas vecinas. Aquel
conjunto de circunstancias volcó
nuevamente hacia la región montañoso-
costera la energía pobladora, al propiciar
el aumento del número de habitantes de
casi todas sus ciudades y al hacer emerger
numerosas localidades en las tierras cuyo
aliento económico provenía directamente
del cacao (costa de Caracas, valles del
Tuy, entrada de los llanos), el algodón, el
añil y el azúcar (valles de Aragua), el
ganado y el contrabando (valles y
serranías de Coro). Por ello en el período
del predominio del cacao, sobre todo
después de 1750, muchos núcleos urbanos
de aquella zona sobrepasaron los 5.000 h
y algunos llegaron por primera vez a tener
más de 10.000, como puede verse en los
siguientes datos:
---------------------------------------------------
----------------------------
Ciudades Año Poblac. Año
Poblac.
---------------------------------------------------
----------------------------
Caracas 1772 18.669 1800
40.000
Maracaibo 1775 10.312 1801
22.000
Barquisimeto 1779 8.777 1804
11.300
Cumaná 1792 10.740 1800
12.000
Mérida 1780 7.000 1804
11.500
El Tocuyo 1777 7.959 1804
10.200
Barcelona 1773 3.762 1804
14.000
Valencia 1782 7.237 1810
10.000
Coro 1773 5.823 1804
10.000
---------------------------------------------------
----------------------------

Los pueblos costero-montañosos


formados bajo la nueva dimensión
agroexportadora venezolana se ubicaron
fundamentalmente en las áreas que hoy
corresponden al Distrito Federal y a los
estados Miranda, Carabobo, Falcón,
Trujillo, Lara y Zulia. El cultivo del cacao
estimuló allí, directa o indirectamente, la
formación entre 1700 y 1810, de
asentamientos como Guatire (1701),
Canoabo (1704), Naiguatá (1710), Santa
Lucía (1710), Güigüe (1711), Villa de
Cura (1717), Curiepe (1732), Caucagua
(1732), Panaquire (1737), Macuto (1740),
Urama (1723), Dabajuro (1775), Los
Teques (1777), Higuerote (1790), Río
Chico (1790) y Villa del Rosario (1800).
En este período quedó definitivamente
estructurado el poblamiento de la faja
montañoso-costera. Desde entonces, serán
los cambios en las magnitudes de las
localidades ya existentes los que
reflejarán los nuevos contextos
socioeconómicos. Fuera de aquella zona,
el enriquecimiento producido por las
exportaciones de cacao incrementó entre
1700 y 1810 el poblamiento de los llanos
y la Guayana, porque permitió a muchos
hacendados centranos invertir en el
establecimiento de hatos en las comarcas
llaneras, y a las Arcas Reales, suministrar
a los misioneros mayores recursos para
sus diligencias pobladoras en la amplia
cuenca del Orinoco. En las llanuras que
actualmente corresponden a los estados
Anzoátegui, Apure, Guárico, Barinas,
Monagas, Cojedes y Portuguesa se
fundaron núcleos que conservan una
inconfundible vocación ganadera, como
Maturín (1760), Nutrias (1711), Calabozo
(1723), El Sombrero (1725), Pariaguán
(1742), Zaraza (1740), Guasdualito
(1750), Tinaquillo (1769), Achaguas
(1774), Guanarito (1768), Valle de la
Pascua (1772) y San Fernando de Apure
(1789). Fue este período para la región de
los llanos el de mayor aliento poblador,
ya que durante el mismo surgieron allí
unos 100 pueblos, los cuales comunicaron
al hábitat llanero la estructura que aún
mantiene. En la Guayana, donde casi no
hubo durante los siglos XVI y XVII
aporte poblador hispánico, sembraron los
misioneros entre 1700 y 1810 unos 30
núcleos, muchos de los cuales, con el
correr de los años, se transformaron en los
componentes esenciales del escaso
poblamiento guayanés. Fue entonces
cuando se edificaron en la margen
derecha del Orinoco y en las riberas de
sus principales afluentes, Las Bonitas
(1730), Maripa (1737), Upata (1739), La
Urbana (1746), Guasipati (1757), San
Fernando de Atabapo (1764), Caicara del
Orinoco (1767), y Tumeremo (1788). En
ese período, incluso, la vieja Santo Tomé
de Guayana fue trasladada, con el nombre
de Angostura (1764), al sitio que hoy
ocupa como Ciudad Bolívar. Entre los
rasgos esenciales del hábitat que impuso
la economía exportadora venezolana
basada en el cacao, se destaca la
profundización de la desequilibrada
distribución geográfica del poblamiento
que venía desde los tiempos
precolombinos. La franja montañoso-
costera acaparó más del 55% de unos 280
núcleos que se fundaron entre 1700 y
1810, y se absorbió la mayor parte del
incremento de la población producido por
las nuevas condiciones. En ese lapso,
además, la pequeña zona del centro-norte
(Distrito Federal y estados Aragua,
Miranda y Carabobo) empezó a
constituirse, dentro de aquella franja, en
un área con una intensa ocupación del
espacio. La presencia allí de los
principales cultivos de significación
comercial y el acceso relativamente fácil
a la vía marítima, dotaron a ese pequeño
territorio de la carga de fuerzas
productivas más densa de Venezuela.
Caracas, que fue su foco mayor, comenzó
también a despegarse de las demás
ciudades venezolanas, para transformarse
luego en el centro dominante del
poblamiento de todas las regiones.

La prolongación de la economía agraria


entre 1810 y 1925 mantuvo las
características esenciales que la
repartición de los asentamientos humanos
exhibió en el siglo XVIII. La faja costero-
montañosa siguió concentrando la mayor
parte de los habitantes, puesto que la
sustitución del cacao por el café como
primer producto de exportación, no sacó
de esa faja la carga fundamental de
fuerzas productivas. Dentro de ella, sin
embargo, la pequeña zona del centro-
norte disminuyó su importancia
demográfica, mientras que la región de
los Andes la aumentó, como consecuencia
de aquella sustitución. El centro-norte del
país, que en 1847 alojaba en sus pueblos y
ciudades el 37,8% de la población, redujo
esa proporción a 22,2% en 1920, cuando
comenzaba a opacarse la Venezuela
agropecuaria. En los Andes esos valores
variaron en los mismos años de 11,4 a
18,6%. Con todo, el centro-norte
conservó, e incluso amplió
particularmente a través de Caracas, su
posición dominante. Ese breve espacio, de
apenas 20.944 km2, profundizó en el
transcurso del siglo XIX su función de
centro primordial de contacto con el
exterior, lo cual le concedió importantes
ventajas. Los puertos de La Guaira y
Puerto Cabello afirmaron su predominio
en la actividad exportadora, y Caracas
permaneció como el foco de un gran
comercio que realizaba con toda
Venezuela y con naciones extranjeras, tal
como lo señaló Agustín Codazzi en 1841.
Las áreas de más intenso poblamiento
continuaron, por tanto, entre 1810 y 1925
en la faja costero-montañosa, puesto que
allí estaban los espacios de mayor
actividad económica y social. En aquella
franja, como corolario de las actividades
señaladas, se produjo la acción pobladora
más importante del período citado, tanto
por las nuevas localidades que surgieron,
como por el desarrollo de las ya
existentes. De unos 150 pueblos que se
fundaron entre 1810 y 1925, se ubicaron
en el arco montañoso-costero más de 75,
de los cuales la mayor parte fue absorbida
por la zona del centro-norte y la región de
los Andes. No fueron los más de estos
núcleos de gran significación económica
o demográfica; algunos de ellos
desaparecieron y muchos sobreviven
como simples caseríos. Con las
excepciones moderadas de Caracas y
Maracaibo, el crecimiento de los centros
poblados no fue más relevante que la
creación de aquellos pueblos. Pocas
localidades lograron, en realidad,
dimensiones importantes. Sólo 10
ciudades costero-montañosas presentaban
en 1926 más de 10.000 h, y de ellas las 4
siguientes fueron las únicas que
alcanzaban más de 20.000:

---------------------------------------------------
--------------
Ciudades Población
en 1926
---------------------------------------------------
--------------
Caracas (área metropolitana) 167.941
Maracaibo
74.767
Valencia
36.804
Barquisimeto
23.109
---------------------------------------------------
---------------

En los llanos y la Guayana, el período


dominado por la exportación del café no
fue un gran poblador. En ambas regiones,
los asentamientos que ya existían se
estancaron y sólo en la primera de ellas
tuvo cierta importancia la fundación de
nuevos núcleos, ya que allí aparecieron
entre 1810 y 1925 unos 60 pueblos. Pero
éstos ejercieron poca influencia en el
poblamiento llanero, salvo los caseríos de
Palmarito (1842), El Amparo (1856),
Elorza (1859) y Bruzual (1875) que se
constituyeron en núcleos de alguna
influencia en el escaso hábitat apureño.
Ninguna de las ciudades llaneras pudo en
la Venezuela del café, subir siquiera a
10.000 h. San Carlos, que fue la más
importante, llegó apenas en 1926 a 6.789
almas. En la región de Guayana la
actividad pobladora fue tan limitada entre
1810 y 1925 que sólo es digno de
mencionarse en ese período la fundación
de El Callao (1853) y el desarrollo
demográfico de Ciudad Bolívar, la
antigua Angostura, que de 6.600 h que
tenía en 1800 pasó a 16.762 en 1926. El
breve progreso del poblamiento entre
aquellos años no correspondió al nivel de
los recursos que generaron las nuevas
exportaciones. La Guerra de
Independencia alteró, indudablemente, en
la primera mitad del siglo XIX las
interacciones normales que se establecen
entre los procesos productivos y los
demográficos. Ese conflicto redujo la
población aproximadamente en un 30% e
impidió la formación de no pocos núcleos
y la expansión de algunos asentamientos,
sobre todo en los llanos, que fue una de
las regiones más afectadas por aquella
contienda. Agregóse a esa causa
despobladora el terremoto de 1812 y los
frecuentes brotes de paludismo, viruela y
otras enfermedades que redujeron aún
más las menguadas dimensiones de
muchas localidades. La Guerra Federal,
las epidemias desoladoras y los continuos
enfrentamientos fratricidas empeoraron
después de 1850 el cuadro anterior, por lo
que resulta casi sorprendente que entre
1810 y 1926 Caracas y Maracaibo
hubiesen obtenido las dimensiones
citadas.
Después de 1925, cuando el valor
retornado de las exportaciones de petróleo
sobrepasó el de las agropecuarias, se
inicia en Venezuela un modelo de
poblamiento opuesto en muchos sentidos
a los que prevalecieron en las etapas
precedentes. Ese modelo, por responder a
condiciones de producción basadas en el
trabajo no agrícola, reflejó
fundamentalmente el ensanchamiento
enorme de la vida urbana a través de la
expansión rápida de un gran número de
pueblos y ciudades. El mecanismo de ese
proceso ha consistido en la orientación
hacia los principales centros poblados de
los recursos económicos y financieros que
se derivan de la exportación petrolera. En
esa evolución se distinguen 2 fases que se
extienden antes y después de 1945. En los
primeros 20 años de amplio dominio de la
renta petrolera, el nuevo esquema de
ocupación del espacio geográfico
comenzó a operar tímidamente, pues
seguían actuando diversos obstáculos de
la Venezuela anterior. En general, el
cuadro epidemiológico desfavorable
persistía, al igual que la crónica ausencia
de medidas concretas para atraer la
inmigración extranjera, por lo que el
incremento demográfico antes de 1945 se
mantuvo en niveles modestos. Ese
crecimiento fue, en gran parte, absorbido
por las ciudades mayores que empezaban
a concentrar los abundantes recursos
provenientes del subsuelo y a atraer a los
pobladores rurales de todas las regiones.
Caracas descolló en este aspecto y por eso
ya en 1941 ascendió a 354.138 h en los
límites de su área metropolitana. Fue en
este período cuando la combinación
formada por el petróleo y el paludismo
menguó muchos pueblos y pequeñas
ciudades de los llanos, los valles de
Aragua, los Andes y los valles del Tuy.
En la fase posterior a 1945 se profundizó
la formación de grandes ciudades, pero al
mismo tiempo se multiplicaron las
medianas y pequeñas, como consecuencia
de la elevación del crecimiento
demográfico que fue consecuencia de la
desaparición del paludismo y otras
endemias y epidemias, y de un aporte
significativo de inmigración europea y
latinoamericana. En 1971 había ya 100
ciudades con 10.000 y más habitantes, las
cuales abarcaban el 65,2% de la población
venezolana. De ellas, 10 eran centros con
dimensiones superiores a 100.000
personas cada uno, entre los que resaltaba
Caracas con más de 2.000.000. El
constante aumento de los ingresos
petroleros y la permanencia de altas tasas
de aquel incremento, terminaron por
formar en este período un poblamiento
bastante denso en algunas áreas de la faja
costero-montañosa, como la pequeña zona
del centro-norte, la parte noroccidental y
la costa oriental del lago de Maracaibo,
los Andes, la zona costero-oriental y los
valles de los ríos Tocuyo, Turbio y
Yaracuy. En esas regiones, algunos viejos
núcleos, casi todos fundados en el siglo
XVI, alcanzaron en 1990 magnitudes
demográficas que nunca imaginó la
Venezuela agropecuaria, como se
contempla en las ciudades que se
mencionan a continuación:

---------------------------------------------------
------------------------
Ciudades
Población en 1990
---------------------------------------------------
------------------------
Caracas (área metropolitana)
3.433.000
Maracaibo
1.249.670
Valencia
903.621
Barquisimeto
625.450
Maracay
354.196
Barcelona
221.792
San Cristóbal
220.675
Cumaná
212.432
Mérida
170.902
---------------------------------------------------
-------------------------
En las demás zonas del país la población
se ha inclinado también a concentrarse en
grandes centros urbanos, sobre todo
después de 1960. El surgimiento de
estrategias de desarrollo impulsó después
de ese año el mejoramiento económico y
social de las diferentes regiones a través
de programas concretos de inversión. En
los llanos se ensancharon numerosas
ciudades que no pasaban de dimensiones
casi aldeanas, como Maturín, Barinas,
Guanare, Acarigua, San Carlos, Calabozo,
San Juan de los Morros, San Fernando de
Apure. Las más de ellas superaron
después de 1990 los 70.000 h, e incluso
Maturín tiene ya más de 200.000. En la
región de Guayana, las considerables
inversiones realizadas en la explotación
del hierro, la industria siderúrgica y el
aprovechamiento hidroeléctrico del río
Caroní, hicieron emerger el más
importante poblamiento urbano que haya
alcanzado nunca esa zona. Crecieron sus
viejos centros poblados y brotaron
algunos nuevos. Ciudad Bolívar, que en
1941 se había reducido a menos de
20.000 h, sobrepasó en 1990 las 225.000,
y campos mineros formados después de
1950, como Puerto Ordaz y su barrio
Castillito, Matanzas y Caruachi se
ampliaron rápida y desordenadamente.
Con esas comunidades y la localidad de
San Félix se fundó en 1961 una ciudad
con el histórico nombre de Santo Tomé de
Guayana, cuya población en 1990 era
superior a 450.000 h.
La Venezuela del petróleo, al concentrar
sus grandes recursos en las ciudades,
inauguró y afianzó el predominio del
hábitat urbano. Durante todas las etapas
económicas anteriores, el poblamiento
rural ejerció un dominio absoluto en todo
el territorio, hasta el punto que todavía en
1926, cuando comenzó a preponderar el
ingreso petrolero, los pobladores rurales
representaban el 85% de la población
total, según se observa en las
proporciones de población rural y urbana
de diferentes años:

---------------------------------------------------
-------
Años Población rural Población
urbana
---------------------------------------------------
-------
1926 85,0% 15,0%
1936 71,1% 28,9%
1950 52,1% 47,9%
1961 37,5% 62,5%
1971 26,9% 73,1%
1990 15,9% 84,1%
---------------------------------------------------
-------

Aquellas nuevas situaciones no han


logrado, sin embargo, introducir cambios
notables en la distribución geográfica del
poblamiento, ya que la tendencia secular
de los habitantes a concentrarse en la
franja costero-montañosa se ha
profundizado, de acuerdo con esta
repartición de la población en las 3
grandes zonas del país:

---------------------------------------------------
------------------------------------------
Zona 1873 1920
1936 1950 1971 1990
---------------------------------------------------
------------------------------------------
Costa-montaña 65,6% 74,2% 76,8%
79,7% 80,1% 78,8%
Llanos 31,2% 21,1%
19,1% 16,8% 16,1% 5,8%
Guayana 3,2% 4,7%
4,1% 3,5% 3,8% 5,4%
---------------------------------------------------
------------------------------------------

La evolución más reciente observada en


el tamaño de los centros urbanos de los
llanos y la Guayana, parece indicar que
aquella tendencia en la ubicación del
poblamiento venezolano se modificará, si
se intensifican las acciones económicas
que están cambiando en esas regiones las
dimensiones de las ciudades. J.E.L.

Casas, Bartolomé de las (De Las Casas,


Bartolomé)
Sevilla (España) 1474 _ Madrid, julio
1566
Sacerdote dominico, teólogo, escritor,
defensor de los indios y promotor de una
segunda colonización en las costas de
Cumaná (hoy estado Sucre). Su padre,
Pedro de Las Casas, era mercader de
linaje de conversos, y su madre, Isabel de
Sosa, descendía de cristianos viejos. A los
11 años frecuentó una escuela de primeras
letras dirigida por su tío paterno, el
canónigo Luis de Peñalosa. Tenía 19 años
cuando pudo contemplar, en 1493, el
regreso de Cristóbal Colón que acababa
de descubrir América; a los pocos meses,
en julio y agosto, se hicieron los
preparativos para el segundo viaje del
Almirante y tanto su padre como otros 2
tíos, hermanos de éste, partieron en la
segunda expedición. Entre tanto él
frecuentaba la escuela de latinidad del
célebre Antonio de Nebrija. Participó
asimismo, hacia 1497, en las milicias de
Granada. Su primera experiencia con los
habitantes del Nuevo Mundo la tuvo a
través de un taíno, indio antillano que le
regaló su padre, recibido de Colón; el
aborigen permaneció con su dueño hasta
1500, cuando tuvo que devolverlo por las
órdenes impartidas por la Corona
referentes a la libertad de los indios. Se
embarcó hacia Santo Domingo en 1502
para desempeñar allí el oficio de
doctrinero; para ello había recibido en
Sevilla la clericatura. Encontró mucha
convulsión en la isla por algunas
insurrecciones de los indios; tomó parte
como militar en tales circunstancias bajo
el mando de Nicolás de Ovando. En 1506
regresa a Sevilla y sigue a Roma.
Recibido el subdiaconado y diaconado,
verosímilmente en la Ciudad Eterna,
regresó a las Antillas en 1508. En La
Española (hoy República Dominicana y
Haití) recibió un repartimiento de indios,
en La Concepción, que empezó a
evangelizar como doctrinero hasta 1512.
Por este tiempo debió de recibir el
presbiterado y se suele afirmar que fue el
primer sacerdote ordenado en el Nuevo
Mundo. Tuvo ocasión de escuchar a fray
Pedro de Córdoba y a los dominicos que
estaban protestando valientemente por el
maltrato infligido a los indios. En 1513
pasó a Cuba como capellán de la gente de
Pánfilo de Narváez, pero se separó de
éste después de la matanza de Caonao; en
la isla obtuvo un nuevo repartimiento que
progresó extraordinariamente, pero en
1514 la visita de 3 frailes dominicos
venidos de La Española le suscitó dudas
sobre la legitimidad del sistema de
encomienda y renunció a cuanto había
obtenido. En un sermón predicado el día
de la Asunción de María, 15 de agosto de
1514, denunció la iniquidad de todos
estos procedimientos. En 1515 regresó a
La Española resuelto a retornar a España
para exponer ante la Corte la situación de
los indios; en Santo Domingo le alentará
en sus propósitos fray Pedro de Córdoba.
La tesis que defendería en la Península y
la que siempre mantendría, era la de que
España y las Indias conformaban una
unidad indivisible y que el deber y razón
de la colonización española en el Nuevo
Mundo era la de llevar a éste la luz del
Evangelio, ya que consideraba a España
un instrumento de la Providencia para
realizarlo. A fines de 1515 se entrevista,
en Plasencia, con Fernando el Católico,
quien lo remite a los encargados de
asuntos indianos, Rodríguez de Fonseca y
Lope Conchillos. A raíz de la muerte del
Rey (1516) encuentra receptividad en los
cardenales Francisco Jiménez de Cisneros
y Adriano de Utrecht, este último futuro
papa Adriano VI; presenta a éstos 2
memoriales de agravios y remedios
(Memorial de catorce remedios, marzo y
abril de 1516) y luego otro de denuncias
examinados por una junta. El resto del
año, protegido por el buen sentido de
Cisneros, colabora en la nueva política
que se quiere emplear en las tierras
descubiertas y en septiembre es nombrado
protector de los indios. Su partida a La
Española fue estorbada por las intrigas de
los partidarios de los encomenderos y
sólo llegó a Santo Domingo en enero de
1517. Allí se vio bloqueado por las
maniobras de sus adversarios y por la
actitud de los frailes jerónimos que,
enviados a poner remedio a las injusticias,
no apoyaron sin embargo a Las Casas,
que las combatía. Ante esta situación
regresa el mismo año a España, pero no
logra ser recibido por Cisneros, entonces
muy enfermo y tal vez influido por los
jerónimos. De julio a diciembre de 1517,
los pasó en el colegio de los dominicos de
Valladolid, estudiando problemas
jurídicos relacionados con los indios. Con
el ascenso al trono español de Carlos I de
España y V de Alemania, entra en
contacto con sus consejeros flamencos y
logra el apoyo del canciller Sauvage. Sus
puntos de vista fueron públicamente
conocidos en la sesión real del 11 de
diciembre de 1517. Permanece en España
hasta 1520, tratando obstinadamente de
reformar el sistema de encomiendas
implantado en América. El 19 de mayo de
1520 firma en La Coruña una capitulación
con Carlos I mediante la cual se
comprometía a colonizar y evangelizar
una faja de costa de 300 leguas desde
Paria (Edo. Sucre) hasta Santa Marta
(Colombia); a fundar 3 ciudades con
privilegios para los colonos sin excluir el
tráfico de otros españoles. En esa
capitulación se declaró la libertad
personal del indio y se decretó la creación
del Consejo de Indias. Zarpa de Sevilla en
diciembre de 1520, llega a Puerto Rico en
enero de 1521 y luego pasa a Santo
Domingo. Abriga la esperanza de que en
las Misiones franciscanas y dominicas de
Tierra Firme se pueda ensayar una
colonización pacífica, suspendiendo las
encomiendas, permitiendo la libertad de
los indígenas y no utilizando para nada las
armas. Allí se entera de los
acontecimientos ocurridos en Cumaná
donde los indios habían destruido las 2
misiones y habían dado muerte a
religiosos y españoles en venganza de una
expedición esclavista realizada en
septiembre del año anterior. Dadas las
circunstancias se ve obligado a asociarse
con Diego Colón y los miembros de la
Real Audiencia de Santo Domingo y debe
permitir a éstos la esclavización de indios
antropófagos y parte de los beneficios de
la colonización; a cambio se le
proporciona el mando de la expedición y
el apoyo de la hueste de Gonzalo de
Ocampo. Partió en julio de 1521 a Nueva
Toledo (hoy Cumaná). Su intento de
colonización pacífica fracasará, debido a
la deserción de casi todos sus hombres, a
la falta de receptividad de los indígenas y
a las continuas rencillas con los vecinos
de Cubagua. Todo esto hizo que regresara
a Santo Domingo en diciembre de ese año
después de permanecer en Cumaná unos
5 meses. Decidió entrar a la orden de
Santo Domingo en enero de 1523.
Permaneció en el silencio y la meditación
hasta 1527, pues por sus recientes
intervenciones contra lo que se cometía
por parte de traficantes y captores de
indios esclavos, había sido alejado de la
vida pública. Retirado al norte de La
Española en 1527, escribió su Historia de
Indias que fue en 1552 dividida en
General y Apologética o natural. El
obispo de México, fray Juan de
Zumárraga, y el de Tlaxcala, fray Julián
Garcés, lo pidieron en 1529 como
reformador de los dominicos de México.
Mal recibido, tuvo que regresar a La
Española. En 1534 partió al Perú; pero la
nave fue arrojada a las costas de
Nicaragua; desde allí dirigió cartas al
Emperador para exponer la situación de
Indias y para enjuiciar los títulos de
dominio sobre el Nuevo Mundo. Sus
protestas valientes y vehementes lograron
que la Emperatriz difiriera por 2 años la
expedición de Rodrigo de Contreras a
Centroamérica. Entre tanto, colabora con
el obispo de Tlaxcala en la redacción de la
obra De unico vocationis modo, con la
que se obtuvo la bula Sublimis Deus de
Paulo III (2.6.1537), en la que el Papa,
suponiendo obviamente la naturaleza
humana de los indios, los declara
totalmente aptos para la fe, pero ésta
debía ser recibida en la total libertad.
Hubo de enfrentar nuevas oposiciones,
incluso de algunos de sus correligiosos.
Su experimento de Tuzulutlán falló
(1539) y en noviembre de 1539 partió
para España a continuar la lucha. Gracias
a su tesón se publicaron Las leyes nuevas
en 1542 y se reorganizó el Consejo de
Indias. Quedaban suprimidas las
conquistas y las encomiendas. En 1543
fue presentado para el Obispado de
Chiapas que aceptó, rechazando el de
Cuzco, con la esperanza de renovar su
experiencia de Tuzulutlán y, ordenado
obispo en Sevilla, partió con más de 40
jóvenes dominicos; su llegada y
permanencia estuvieron colmadas de
sinsabores. En 1546 logró realizar una
reunión de los obispos de Nueva España
(hoy México) que se pronunciaron a favor
de los indios; pero ante la oposición de
muchas fuerzas conjuradas contra él,
prefirió regresar a España en 1547. En
1550 y en 1551 se presentó a debatir con
el aristotélico y cortesano Juan Ginés de
Sepúlveda, que sostenía un régimen «con
vara de hierro» para los indios. El
Consejo de Indias acoge las ideas de Las
Casas. Se esforzó en recomendar celosos
obispos y en promover el envío de
numerosos y fervientes misioneros; a
partir de 1552 se entrega a la redacción e
impresión de sus obras, teniendo a su
disposición, además de su excelente
memoria y su gran erudición, a veces
desorbitada y farragosa, la biblioteca de
Hernando Colón. Algunos escritos ya
estaban esbozados o elaborados
anteriormente. Residió sus últimos años
en Sevilla, y después, en 1564, se
estableció en Madrid, ciudad donde
murió. E.C.

Rebelión de Andresote
(Andresote) (López del Rosario, Andrés)

Movimiento armado que estalla en 1731


contra la Compañía Guipuzcoana,
liderado por Andrés López del Rosario,
conocido como el zambo Andresote. La
rebelión tuvo por escenario la región del
Yaracuy, especialmente la zona donde
desemboca el río de ese nombre y las
costas de Puerto Cabello y Tucacas. En
1728, se creó la compañía, la cual en
cierto modo subrogó el monopolio
comercial que era privativo de España, y
el rígido control que estableció dio por
resultado la reacción de los criollos
quienes se veían privados de ciertos
privilegios. Por otra parte, la compañía
combatió severamente el contrabando que
desde varias décadas atrás se llevaba a
cabo con Curazao, intercambiando cacao
y tabaco por productos manufacturados
europeos. Andresote, en los valles del
Yaracuy, era instrumento de los
productores y cosecheros criollos para
burlar la vigilancia de las autoridades y
lograr la salida de los frutos al exterior.
En septiembre de 1731, ya la gobernación
de Venezuela estaba conmovida por la
acción de Andresote, por lo que Pedro
José de Olavarriaga, juez pesquisidor y
director general de la compañía, inició
averiguaciones y diligencias para
capturarlo. El zambo se declaró en
rebelión abierta contra las autoridades
provinciales y contra la Compañía
Guipuzcoana, a la cabeza de muchos
indios, mestizos, mulatos y negros
cimarrones, armados de picas y de
flechería, así como armas de fuego y
blancas. Comete graves insultos, robos y
asesinatos, todo a fin de mantener el
contrabando con los extranjeros,
fundamentalmente los holandeses, en las
costas. El gobernador y capitán general
de la provincia de Venezuela Sebastián
García de La Torre, desde Caracas, mueve
la maquinaria guerrera y envía en primer
lugar a Luis López de Altamirano a
combatir a Andresote. Luego lo seguirán
Luis Lovera, Juan Romualdo de Guevara
y otros, sin lograr someterlo. Una
expedición muy bien organizada, al
mando de Juan Manzaneda, quien tenía
como segundo a Juan Ángel de Larrea,
persigue al zambo y sus hombres por las
montañas de Guabinas, «...país lóbrego, y
para nosotros melancólico, montuoso,
pendiente, suelo de piedras que cortaban
los pies...» Andresote los derrota y los
obliga a retirarse. Ante ese hecho, el
gobernador asume personalmente la
dirección de las operaciones y se
encamina hacia Yaracuy. El 11 de febrero
de 1732 ya estaba en el lugar de los
hechos. Andresote no le dio el frente,
posiblemente por falta de elementos de
guerra y por la superioridad ofensiva de
su perseguidor. Este trató de localizar al
zambo en diversos puntos, y supo que
ante la presencia de la expedición había
huido por el río Yaracuy y embarcado en
el puerto de Chichiriviche en una nave
holandesa, rumbo a Curazao, donde murió
algún tiempo después. Una parte de sus
seguidores le acompañaron en su huida,
pero otros se escondieron en las montañas
vecinas. Como todavía había gente
armada, fue enviado en su persecución
Juan Fuentes. Nuevas acciones guerreras
se suceden, sin alcanzar la completa
pacificación hasta que en agosto de 1732
el obispo de Caracas, José Félix Valverde,
confió a los sacerdotes capuchinos Tomás
de Pons y Salvador de Cádiz la misión de
pacificar los ánimos. El gobernador
García de la Torre ofreció un indulto a los
rebeldes que entregasen sus armas al
teniente de justicia de Nirgua y luego
siguiesen a Caracas a los 2 capuchinos. La
predicación tuvo éxito. Entre noviembre y
diciembre de 1732, se entregaron más de
160 rebeldes, con bastantes mujeres y
niños. Al llegar a Turmero circuló el
rumor de que en Caracas no se les
mantendría la promesa del indulto. Fray
Tomás de Pons decidió marchar hacia el
Orinoco, y la mayoría le acompañó hasta
Parmana en febrero de 1733. Una vez allí,
una parte de los rebeldes huyó; el resto,
entre quienes había hombres libres y
esclavos, se quedó con el padre Pons,
quien en abril de ese mismo año se
trasladó a Caracas para pedir a las
autoridades que les dejasen tranquilos.
Así se hizo. Este movimiento de
Andresote no puede considerarse como de
tipo independentista, pero sirvió, como
otros tantos ocurridos en Venezuela, para
establecer vínculos de solidaridad entre
sus habitantes y demostrar que era posible
enfrentarse a las autoridades enviadas de
España. Andresote no tuvo ideales
concretos. Fue un hombre rudo y
combativo, dedicado al contrabando, pero
el haber puesto en guerra una región
venezolana le dio fama. C.F.C.

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