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Niklas Luhmann

¿Qué es Comunicación? (*)

Mi propósito es criticar lo que se entiende comúnmente por


comunicación y reemplazarlo por una versión diferente. Pero, antes de
empezar, querría hacer algunas consideraciones sobre el contexto
científico en el que este cambio debe cumplirse. Puedo comenzar desde
un hecho incuestionable. La bien conocida distinción entre psicología y
sociología, y por más de cien años de investigación especializada, ha
llevado a la idea de que los sistemas psíquico y social no pueden ser
integrados más allá de un punto. Ningún investigador puede examinar
todo el cuerpo de conocimiento en cada una de estas disciplinas. Con
todo, esto resulta claro, en ambos casos tenemos que ver con sistemas
que poseen estructuras altamente complejas y cuyas dinámicas, para
cualquier observador, son opacas e imposibles de ser reguladas. No
obstante, siempre hay conceptos y teorías que ignoran esto o tratan de
ocultarlo sistemáticamente. En Sociología, los conceptos de acción y
comunicación pertenecen al residuo de un intento tal. Normalmente,
son empleados con referencia a un sujeto. Esto significa que asumen un
autor, caracterizado como un individuo o un sujeto al que se atribuyen la
acción o la comunicación. Por esto, los conceptos de 'sujeto' e 'individuo'
funcionan como fórmulas vacías para un estado de sucesos, altamente
complejo en sí mismo, que cae en el dominio de la psicología y no
conciernen ya a la sociología. Si uno desafía esta interpretación -y eso es
lo que intento hacer- entonces uno se encuentra habitualmente con la
objeción de que quienes actúan o comunican son, en última instancia,
personas, individuos o sujetos. Por el contrario, yo querría sostener que
sólo la comunicación puede comunicar y que sólo en una red de
comunicación tal es creado lo que entendemos como acción. Mi segundo
alcance preliminar concierne alinteresante desarrollo reciente en teoría
general de sistemas o la cibernética de los sistemas auto-referenciales,
que más tempranamente hallamos bajo el título de auto-organización,
pero que están corrientemente bajo el título de autopoiésis.

El presente estado de la investigación misma es incompleto y


controvertido. Pero está a la vista una reformulación
epistemológicamente satisfactoria de los instrumentos teóricos de la
investigación -que incluye a la biología, la psicología y la sociología.
Aquellos que prefieren una arquitectura multinivel pueden, en este caso,
observar una reformulación teórica que ocurre en diversos niveles
diferentes al mismo tiempo y que pone en cuestión la distinción de
niveles que la lógica sugiere. Contrariamente al supuesto básico de la
tradición filosófica, la auto-referencia (o reflexividad) no es una
propiedad peculiar del pensamiento o de la conciencia sino, en vez de
eso, un principio general de formación de sistemas con especiales
consecuencias para la estructura de la complejidad y la evolución. Una
consecuencia inevitable de esto es que hay muchas posibilidades
diferentes de observar el mundo, dependiendo del sistema de referencia
que se tome como básico. O, en otras palabras, la evolución ha
conducido a un mundo que tiene muchas posibilidades diferentes de
observarse a sí mismo, sin caracterizar a ninguna de estas posibilidades
como la mejor. Toda teoría que recurre a este tema debe hallarse a sí
misma al nivel de observaciones observantes -al nivel de cibernética de
segundo orden, en el sentido de Heinz von Foerster (1981). Mi problema
ahora es: ¿qué sucede con una teoría sociológica de los sistemas sociales
si trata seriamente de recurrir a estos desarrollos teoréticos? Mi sospecha
es que uno no debe empezar con el concepto de acción sino con el
concepto de comunicación. Pues no es la acción sino más bien la
comunicación la que es una operación social inevitable y, al mismo
tiempo, una operación que necesariamente entra en juego toda vez que
surgen situaciones sociales. En la parte principal de mi presentación me
gustaría tratar de presentar un concepto conveniente de comunicación
que evite toda referencia a la conciencia o a la vida, porque está situado
en un nivel diferente de la realización de los sistemas autopoiéticos.
Pero, al mismo tiempo, debo advertir que no se considere como
significando que la comunicación es posible sin vida y sin conciencia.
Tampoco es posible sin carbono, sin temperaturas moderadas, sin el
campo magnético del planeta o sin la cohesión atómica de la materia. En
vista de la complejidad del mundo, no todas las condiciones de
posibilidad de cualquier estado de eventos puede ser incluida en este
concepto porque, entonces, perdería todo contorno y aplicabilidad en la
construcción de teorías.

II

Justamente como la vida y la conciencia, la comunicación es una


realidad emergente, un estado de cosas sui generis. Surge a través de una
síntesis de tres selecciones diferentes, a saber: selección de información,
selección de la expresión de esta información y una selectiva
comprensión o mal entendimiento de esta expresión y de su
información. Ninguno de estos componentes puede ser presentado por sí
mismo. Sólo en conjunto pueden crear comunicación. Sólo juntos -y eso
quiere decir sólo cuando su selectividad puede hacerse congruente. De
aquí que la comunicación ocurre solamente cuando es entendida una
diferencia de expresión e información. Esto la distingue de la mera
percepción de la conducta de otros. En el entendimiento, la
comunicación comprende una distinción entre el valor informativo de
su contenido y las razones por las cuales el contenido fue expresado. De
este modo, puede enfatizar uno u otro lado. Puede interesarse más por la
información misma o más por la conducta expresiva. Pero siempre
depende del hecho de que ambos son experienciados como selección y,
de este modo, distinguidos. En otras palabras, uno debe ser capaz de
asumir que la información no es auto-entendida sino que requiere una
decisión separada. Esto es verdadero también cuando el que se expresa,
expresa algo acerca de sí mismo o sí misma. En la medida en que estas
decisiones no sean hechas, estamos tratando con una mera percepción.
Es de considerable importancia retener esta distinción entre
comunicación y percepción, aunque e incluso precisamente porque la
comunicación proporciona muchas posibilidades para una percepción
acompañante. No obstante, una percepción permanece ante todo como
un evento psíquico sin existencia comunicativa. Dentro del proceso
comunicativo es incapaz de conexión inmediata. Lo que otro ha
percibido no puede ser ni confirmado ni repudiado, ni preguntado ni
contestado. Permanece encerrado dentro de la conciencia y opaco para
el sistema de comunicación tanto como para otra conciencia. Por
supuesto, puede convertirse en ocasión externa para una comunicación
sucesiva. Los participantes pueden mencionar sus propias percepciones y
las interpretaciones acompañantes de la situación en la comunicación,
pero solamente de acuerdo a las leyes propias del sistema de
comunicación; por ejemplo, sólo en la forma de lenguaje, sólo tomando
en consideración el monto de tiempo implicado, sólo apareciendo,
haciendo sentir la presencia de uno y expresándose uno mismo -de este
modo, bajo circunstancias desalentadoramente difíciles. Junto con la
información y la expresión, el entendimiento es, también, una selección.
El entendimiento no es nunca la mera duplicación de la expresión en
otra conciencia sino una condición de conexión con comunicación
ulterior en el sistema de comunicación, esto es, una condición de la
autopoiésis de los sistemas sociales. Lo que sea que los participantes
puedan entender en sus conciencias autoreferencialmente cerradas, el
sistema de comunicación trabaja su propio entendimiento o mal
entendimiento. Y con este propósito, crea sus propios procesos de auto-
observación y auto-control. Uno puede comunicar acerca de lo
entendido, lo mal entendido y lo no entendido -por supuesto, sólo bajo
las condiciones altamente específicas de la autopoiésis del sistema de
comunicación y no simplemente como querrían los participantes. De
este modo el pronunciamiento 'tú no me entiendes' permanece
ambivalente y comunica esta ambivalencia al mismo tiempo. Por un
lado, dice, 'tú no estás listo para aceptar lo que yo quiero decirte' e
intenta provocar la admisión de este hecho. Del otro, es la expresión de
la información de que la comunicación no puede continuar bajo esta
condición de mal entendido. Y en tercer lugar, es la continuación de la
comunicación. Es, así, una comunicación paradójica. La técnica normal
para enfrentar dificultades de comunicación es simplemente la
investigación ulterior y la clarificación en la normal y rutinaria
comunicación sobre la comunicación, sin carga emocional alguna. Y esta
rutina normal es quebrada por aquellos que intentan transferir el fracaso
o el daño del fracaso de la comunicación a la comunicación misma. 'Tú
no me entiendes' sólo oculta la dificultad del problema de aceptar o
rechazar con una semántica que sugiere que el problema ha de ser, no
obstante, resuelto a través de la comunicación acerca de la
comunicación.

III

¿Qué es lo nuevo en este concepto I de comunicación? ¿Y cuáles son las


consecuencias de la innovación?. La distinción de los tres componentes
(información, expresión y entendimiento) no es nueva. Una distinción
similar se halla en la obra de Karl Bühler (1934), en relación a las
diferentes funciones de la comunicación lingüística. Pensadores como
Austin (1962) y Searle (1969) han desarrollado esta distinción en una
teoría de tipos de actos y actos de habla. Y Jürgen Habermas (1979) ha
agregado a esto una tipología de pretensiones de validez que están
implícitas en la comunicación. Todo ello empieza, sin embargo, con una
comprensión de la comunicación en términos de acción y, así, concibe el
proceso de comunicación como una transmisión exitosa o no exitosa de
mensajes, información o expectativas de entendimiento. Sin embargo, en
una aproximación teórico sistémica lo que es enfatizado es la real
emergencia de comunicación. Nada es transmitido. La redundancia se
crea en el sentido de que la comunicación crea una memoria que puede
solicitada por muchas personas de modos completamente diferentes.
Cuando A anuncia algo a B, la comunicación ulterior puede ser dirigida a
A o a B. El sistema late en una creación continua de superabundancia y
selección. Cuando se inventaron la escritura y la imprenta, este proceso
de formación de sistemas fue incrementado enormemente con
consecuencias para la estructura social, la semántica, en verdad para el
lenguaje mismo, que sólo gradualmente entró en la esfera de la
investigación. Así, los tres componentes (información, expresión y
comprensión) no deben ser interpretados como funciones, actos u
horizontes de pretensiones de validez, aunque uno puede admitir que
son modos posibles de aplicarlos. No hay bloques de construcción de
comunicación que existan independientemente y que sólo requieran ser
reunidos por alguien (¿un sujeto, acaso?). En vez de eso, es una cuestión
de diferentes selecciones cuya selectividad y dominio selectivo están
constituidos por la comunicación misma. No hay información fuera de la
comunicación, no hay expresión fuera de la comunicación, no hay
comprensión fuera de la comunicación - y no simplemente en elsentido
causal para el cual la información es la causa de la expresión y la
expresión es la causa de la comprensión sino más bien en el sentido
circular de presuposición reciproca. Un sistema de comunicación es, por
ello, un sistema completamente cerrado que crea los componentes más
allá de los cuales surge a través de la comunicación misma. En este
sentido, un sistema de comunicación es un sistema autopoiético que
(re)produce todo lo que funciona como una unidad para el sistema a
través del sistema mismo. Por supuesto, esto puede ocurrir sólo en un
entorno y dependiendo de las restricciones del entorno. Formulado más
concretamente, esto significa que el sistema de comunicación especifica
él mismo no sólo sus elementos -cualesquiera sean las unidades últimas
de la comunicación- sino también sus estructuras. Lo que no es
comunicado no puede contribuir en nada a ello. Sólo la comunicación
puede influir en la comunicación. Sólo la comunicación puede romper
las unidades de comunicación (por ej., analizar el horizonte selectivo de
información o buscar las razones para una expresión). Y sólo la
comunicación puede controlar y reparar la comunicación. Como puede
verse rápidamente, la práctica de desarrollar tales operaciones reflexivas
es extraordinariamente exigente y está restringida por las características
de la autopoiésis de la comunicación. Hay un límite para la exactitud que
pueda ser alcanzada. Tarde o temprano, y usualmente es más temprano,
se alcanzan los límites de la comunicación o la paciencia (esto es, la carga
que el entorno psíquico puede aceptar) se agota. O sobreviene,
finalmente, un interés en otros temas o en otros participantes.

IV

El argumento del cierre autopoiético, circular, del sistema no es fácil de


aceptar. Se requiere alguna experimentación conceptual antes de que
puedan verse sus ventajas. Lo mismo es verdadero para un segundo
argumento estrechamente relacionado con este. La comunicación no
tiene propósito o fin, ni entelequia inmanente. Ocurre o no ocurre -esto
es todo lo que puede decirse al respecto. De este modo, la teoría de la
autopoiésis no está en el espíritu de Aristóteles sino más bien en el de
Spinoza. Por supuesto, dentro del sistema de comunicación pueden
formarse episodios dirigidos a un propósito, en la medida en que la
autopoiésis funciona, en la medida en que la conciencia puede establecer
propósitos episódicos sin hacer del poner propósitos un propósito del
sistema. Toda otra interpretación tendría que justificar el por qué el
sistema continúa después de haber alcanzado su propósito. O uno
tendría que decir, y no por primera vez, que la muerte es el propósito o
el fin de la vida. En muchos casos, se asume implícitamente que la
comunicación va tras el consenso, busca el acuerdo. La teoría de la
racionalidad de la acción comunicativa desarrollada por Habermas
(1979) está construida sobre esta premisa. Pero, de hecho, es
empíricamente falsa. La comunicación puede ser usada para indicar
disensión. La disputa puede buscarse. Y no hay razón para suponer que
la búsqueda de consenso sea más racional que la búsqueda del
disentimiento. Esto depende completamente de los temas y los
participantes de la comunicación. Por supuesto, la comunicación es
imposible sin algún consenso. Pero es igualmente imposible desprovista
de todo disentimiento. Lo que se presupone necesariamente es que la
cuestión del consenso o el disentimiento puede ser dejada de lado en
relación a aquellos temas que no son tópicos momentáneamente. E
incluso en el caso de temas actuales -incluso cuando uno, finalmente,
encuentra estacionamiento y después de una larga caminata llega, en
Roma, al café donde puede encontrarse y disfrutarse el mejor café
¿dónde están el consenso o el disentimiento, en la medida en que el
disfrute no es estropeado por la comunicación? La teoría de sistemas
reemplaza la entelequia del consenso dirigido por otro argumento: la
comunicación conduce a una decisión sobre si la información expresada
y comprendida ha de ser aceptada o rechazada. Un mensaje es creído o
no lo es. Esta es la primera alternativa creada por la comunicación y con
el riesgo del rechazo. Fuerza a tomar una decisión que no ocurriría sin la
comunicación. En este sentido toda comunicación implica riesgo. El
riesgo es un factor morfogenético muy importante porque lleva al
establecimiento de instituciones que garantizan la aceptabilidad, incluso
en el caso de comunicaciones improbables. Pero, por otra parte, puede
también incrementar la sensibilidad -y este parece ser el caso, para mí,
de las culturas del lejano Oriente. La comunicación con probabilidad de
rechazo es evitada o uno trata de satisfacer-deseos antes de que se
expresen. Y es precisamente de este modo cómo uno puede indicar
restricciones. La comunicación prosigue en la medida en que no
encuentra contradicción o no es perturbada por una indicación de
aceptación o de rechazo. En otras palabras -un importante punto
repetido con frecuencia- la comunicación bifurca la realidad. Crea dos
versiones -una versión Sí y una versión no- y por ello fuerza a la
selección. Y es precisamente en el hecho de que algo debe suceder
(incluso si es que hay un quiebre de la comunicación explícitamente
comunicado) es en lo que reside la autopoiésis del sistema, garantizando
para sí mismo su propia continuidad. Focalizarse en la alternativa de
aceptación o en la de rechazo es, por esto, nada más que la autopoiésis de
la comunicación misma. Identifica la posición de la conexión para la
comunicación siguiente que puede ahora construirse sobre un consenso
ya alcanzado o buscar el disentimiento. O puede intentar ocultar el
problema e impedirlo en el futuro. Nada que pueda ser comunicado
escapa a esta bifurcación difícil y fija con una excepción: el mundo
(entendido en el sentido fenomenológico) como el horizonte último en
el que todo ocurre pero que no puede ser él mismo cualificado positiva o
negativamente, aceptado o rechazado, y que es coproducido en toda
comunicación significativa como la condición de accesibilidad de la
comunicación ulterior.

Ahora, déjenme testear esta aproximación teorética general en una


cuestión particular. A través de los esfuerzos del neokantismo y Jürgen
Habermas nos hemos habituado a conjeturar la presencia de
pretensiones de validez en este punto y estamos envalentonados para
testearlas. La verdad del asunto es, a la vez, más simple y más
complicada. Lo que es empíricamente observable es, primero que todo,
que los valores están comprometidos en la comunicación por
implicación. Se asumen, se dan por entendidos. Por ejemplo, nadie dice
directamente: "Estoy por la paz. Valoro mi salud". Esto no ocurre por
razones bien conocidas: bifurcaría en las posibilidades de aceptación y
rechazo, que es exactamente lo innecesario en el caso de los valores -o
así piensa uno, en cualquier caso. Los valores se sostienen a través de
asumir su validez. Nadie que comunica de este modo disfruta una suerte
de bono valórico. Pues, entonces, es responsabilidad del otro el decir si
está o no de acuerdo. Uno opera, por decirlo así, bajo el escudo de la
belleza y bondad de los valores, y profita del hecho de que todo aquel
que desea protestar debe asumir la carga de la complejidad. El o ella
asumen la carga de la argumentación. El o ella corren el riesgo de tener
que pensar innovadoramente y de ser aislados. Y puesto que siempre es
el caso que más valores implicados pueden ser tematizados en el próximo
movimiento, la selección. el rechazo y la modificación son tomados en
cuenta casi sin esperanza. Por ello, en vez de valores, se discute sobre
preferencias, prescripciones y programas. Nada de esto significa que
existe un sistema de valores y que los órdenes de valores están
estructurados transitiva o jerárquicamente. Ni significa, y esto es
importante, que los valores son un asunto de estructuras
psicológicamente estables. Por el contrario, los valores parecen llevar
una existencia psicológica extraordinariamente lábil. Son usados en una
ocasión y no en otra, sin estar respaldados por una estructura psicológica
profunda. Su estabilidad, como me gustaría formularlo
provocativamente, es un artefacto exclusivamente comunicativo. Y el
sistema autopoiético de conciencia trata con ellos como le guste. Es
precisamente porque las estructuras de la autopoiésis del sistema social
operan en este caso que la semántica de los valores es apropiada para ser
usada en la presentación de los fundamentos de un sistema social. Su
estabilidad descansa en la asunción y testeo recursivos de la semántica
con la que ésta funciona todo el tiempo. La base de la validez es la
recursividad, reforzada por la desventaja comunicativa de la
contradicción. Lo que la conciencia piensa, es una cuestión enteramente
diferente. A su debido tiempo llegará el reconocimiento de que el
consenso valórico es tan inevitable como inocuo. Pues no hay
autoejecución de valores. Y todo lo que ellos parecen requerir puede
permitirse ser dejado en la ejecución, por supuesto en el nombre de los
valores.

VI

Una revisión tan profunda de la malla conceptual de los sistemas


comunicacionales tendrá consecuencias, seguramente, para el
diagnóstico y la terapia de los estados de los sistemas que son vistos como
patológicos. El autor no pretende ningún tipo de competencia en esta
área, sobre todo en esa clase de auto-corrección automática que surge de
una familiaridad con el medio. No obstante, en un tipo de estilo sumario,
querría aclarar diversos puntos que pudieran servir como una ocasión
para reconstruir fenómenos bien conocidos. Primero que nada, este
recuento enfatiza la diferencia entre el sistema psíquico y el sistema
social. El primero opera sobre la base de conciencia, el otro sobre la base
de la comunicación. Ambos son sistemas auto-referencialmente
cerrados, que están limitados a su propio modo de reproducción
autopoiética. Un sistema social no puede pensar y un sistema psicológico
no puede comunicar. Hay, sin embargo, inmensas y altamente complejas
interdependencias causales. El cierre no significa que no exista
reciprocidad o que tales interconexiones no puedan ser observadas y
descritas por un observador. Se requiere, no obstante, que la situación
inicial de cierre autopoiético entre en la descripción. Esto significa que
uno debe tomar en cuenta el hecho de que los efectos pueden surgir sólo
a través de la cooperación del sistema que los experimenta. Y uno debe
recordar también que los sistemas son opacos el uno para el otro y, por
ello, no pueden guiarse recíprocamente uno al otro. Una consecuencia
de este recuento es que la conciencia sólo contribuye a la comunicación
con ruido, confusión y perturbación, y viceversa. De hecho, si usted
observa un proceso de comunicación, usted tiene que tener familiaridad
con la comunicación precedente, en última instancia con sus temas y
con lo que puede ser dicho significativamente acerca de ellos. En tanto
tal, usted no tiene que tener conocimiento de las estructuras conscientes
de los individuos. Pero, por supuesto, este punto de partida necesita
refinamiento, puesto que los sistemas de comunicación con frecuencia
tematizan personas, puesto que la conciencia se ha acostumbrado a
preferir ciertas palabras, a contar ciertas historias y a identificarse ella
misma, en parte, con la comunicación. Así, un observador puede
reconocer interdependencias altamente estructuradas entre el sistema
psíquico y el sistema social. No obstante, la selectividad psíquica de los
eventos comunicativos en la experiencia de los participantes es algo
completamente diferente de la selectividad social. La sola consideración
de lo que nosotros mismos decimos basta para volvernos seguros de cuán
cuidadosamente debemos seleccionar en orden a ser capaces de decir de
lo que puede decirse, de la medida en que una palabra emitida no es más
lo que se pensó y se entendió, en qué medida nuestra propia conciencia
baila alrededor de las palabras como fuego fatuo, usándolas y mofándose
de ellas, significándolas y no significándolas al mismo tiempo, dejándolas
surgir y morir, cómo se las tiene en la punta de la lengua y
desesperadamente se quiere decirlas y, entonces, sin ninguna buena
razón, no se hace así. Si tratáramos de observar nuestra propia
conciencia moviéndose de pensamiento en pensamiento, en verdad
estaríamos fascinados por el lenguaje. Pero también experimentaríamos
el uso no comunicativo y puramente interno de los símbolos lingüísticos,
y una genuina profundidad de actualidad consciente en el background,
uno en el que las palabras navegan como pequeños barcos conectados
unos con otros pero sin ser ellas mismas conscientes. Esta superioridad
de la conciencia sobre la comunicación (a la que corresponde, en el
sistema de referencia converso, por supuesto, una superioridad de la
comunicación sobre la conciencia) se vuelve completamente clara
cuando uno comprende que la conciencia no sólo tiene que ver con las
palabras, palabras vagas e ideas proposicionales, sino también y
preeminentemente con la percepción y con la imaginativa descripción y
pérdida de las imágenes. Incluso mientras se habla, la conciencia tiene
que ver incesantemente con percepciones. En mi propio caso, ocurre con
frecuencia que en el acto de formular veo las imágenes de las palabras
escritas (un estado de hechos que, según puedo ver, nunca ha sido
notado por la investigación sobre la transposición cultural en la forma
escrita [Verschriftlichung]). Y la medida en que uno puede ser desviado
de la observación de los otros por la propia habla de uno, o el ser capaz
todavía de procesar impresiones sensoriales mientras atiende al curso de
la conversación, varía de una persona a otra. Todo esto hace necesario
adaptar la comunicación a la conciencia cuando cambiamos otra vez el
sistema de referencia al del sistema social de la comunicación. Por
supuesto, esto no significa que la comunicación conlleva conciencia
parte por parte. En vez de eso, la conciencia -lo que sea que otro pueda
estar pensando- es llevada por la comunicación a una situación de
elección forzada. O, al menos, así es como aparece desde el punto de
vista de la comunicación. La comunicación puede ser aceptada o
rechazada de un modo que es comunicativamente comprensible. Y,
naturalmente, el rango de temas puede ser multiplicado de modo que
una decisión se quiebra en varias decisiones. La autonomía autopoiética
de la conciencia, por así decirlo, es representada y compensada, en la
comunicación, por la binarización. Una decisión que puede ser manejada
en la comunicación toma el lugar de un entorno de decisión
absurdamente ruidoso, por ejemplo, sí o no, investigación ulterior,
hesitación tal vez, dilación, duda. En otras palabras, la comunicación
puede ser perturbada por la conciencia e incluso anticipar esto; pero esto
ocurre siempre de modos que pueden ser conectados con la
comunicación ulterior y, así, puede ser sostenido comunicativamente.
De este modo, se impide una confusión de la autopoiésis de los sistemas,
a pesar del alto grado de coevolución e interacción recíproca. Estoy bien
seguro que este análisis todavía no es suficiente para describir lo que
experimentamos como un estado patológico del sistema. En términos de
esta teoría, el ruido recíproco, la confusión, la perturbación y lo demás,
son el caso normal para el cual existen una intercepción normal y una
capacidad de absorción, tanto psíquica como socialmente.
Supuestamente, un sentido de lo patológico ocurre cuando ciertos
umbrales de tolerancia son trascendidos. Uno pudiera decir,
posiblemente, cuando la memoria del sistema entra en juego y las
experiencias de confusión son almacenadas, combinadas, representadas
otra vez, y amplificadas por el reforzamiento de la desviación y la
hipercorrección, y cuando es demandada una ampliada capacidad para lo
mismo. Como sea que ello pueda ser, desde la posición teorética que he
intentado bosquejar, uno tendría que distinguir claramente entre
patología psíquica y patología social y ser especialmente cuidadoso si se
quiere concebir una de ellas como indicador o, incluso, causa de la otra.

Este artículo está reproducido con la expresa autorización del autor. Ha


sido traducido del inglés por el Prof. E. Otero. La traducción ha sido
revisada por el Prof. Miguel Chávez, sociólogo, y por Annette Wetzel,
M.A. en literaturas románicas, comparándola con la terminología
original alemana característica del autor.

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