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la justicia
Área: Neurología — Martes, 17 de Octubre de 2006
Un experimento muy interesante pone de manifiesto que una región de nuestro cerebro
controla el sentimiento de justicia.
Todas las sociedades dependen de los individuos para determinar lo que es justo y lo que no
lo es. Si vemos una acción injusta realizada por otra persona tendemos a censurarla o
incluso a castigarla con el sistema penal. En todo caso este sentido de la justicia
proporciona una suerte de nexo entre todas las personas que componen una sociedad.
Pero todos tenemos tendencias egoístas, y hay situaciones en las que podemos sacar ventaja
si rompemos las reglas. ¿Qué es lo que nos impide sucumbir a nuestros deseos y engañar a
los demás? Obviamente, el castigo que los demás nos puedan imponer.
Ahora un equipo de economistas y neurólogos han identificado la región del cerebro que
juega el papel principal en todo este asunto. Este trabajo de investigación, publicado en
Science recientemente (Knoch D., Pascual-Leone A., Meyer K., Treyer V.y Treyer V. Science,
doi:10.1126/science.1129156, 2006), arroja luz sobre cómo los humanos cooperamos entre
nosotros, pero además tiene implicaciones en nuestro entendimiento de la economía y de
los desórdenes mentales.
Los resultados están basados en un precioso experimento de economía que ya se realizó en
el pasado y que se denomina “juego del ultimátum”.
En el juego del ultimátum participan dos personas y se juega con dinero real. Al llamado
proponente se le da una cierta cantidad de dinero que tiene que dividir en dos partes no
necesariamente iguales y quedarse con la que se le antoje. El respondedor tiene entonces
dos opciones: quedarse con la parte que ha dejado para
él el proponente o decidir que los dos se quedan sin
nada. Los dos conocen las reglas del juego previamente
y el respondedor conoce el reparto realizado por el
proponente. Además, el juego es a solamente una
mano. Aunque se puede repetir, no será con los mismos
jugadores.
Según la teoría de juegos, que se utiliza en economía
desde Nash, el segundo jugador debe de aceptar cualquier oferta pues el dinero que gane
será siempre gratis y sobre cero. Sin embargo, lo que el experimento dice es que cuando la
parte que se le deja al respondedor es considerada pequeña por éste, entonces rechaza la
oferta y nadie gana.
En el pasado se realizó este experimento en varios países con diversos resultados. En
algunos casos si la cantidad dejada al respondedor era un porcentaje pequeño nadie
ganaba, aunque a veces esa parte era el salario mensual medio del país. Pero había
diferencias culturales. Por ejemplo, en países donde hay gran tradición por el regalo no se
aceptaban porcentajes por debajo del 60%, en occidente no se aceptaba algo no igualitario
que bajase del 40%, y ciertos granjeros de la Sudamérica tropical aceptaban casi cualquier
oferta por pequeña que fuera.
En este caso aquí tratado se daba al proponente 20 francos suizos a dividir en dos partes.
Éste tenía que mantener un equilibrio entre la tendencia a ganar el máximo dinero y el ser
castigado sin ganar nada. Si por ejemplo dejaba sólo 5 de esos francos para el respondedor,
éste lo rechazaba por considerarlo insultantemente injusto y en consecuencia decidía
castigar al proponente aunque perdiera esos 5 francos. El respondedor estaba dispuesto a
castigar al proponente aunque le costase dinero, es decir, en contra de su propio interés.
Teniendo en cuenta sólo al individuo, el sentido de la justicia es difícil de entender en
términos evolutivos porque no es obvio ver las ventajas reproductivas de castigar al que es
injusto. Incluso ese acto de castigo puede poner en peligro al justiciero, con lo que la
pervivencia de sus genes no estaría clara. Desde este punto de vista sería más lógico pensar
que la tendencia a mirar en nuestro propio interés tendría más éxito reproductivo y los
genes “egoistas” (no en el sentido de Richard Dawkins) tenderían a seleccionarse.
Se sabía, gracias imágenes de resonancia magnética nuclear funcional, que la región
derecha del córtex prefrontal dorsolateral (o CPFDL) estaba implicada en el proceso que
controla este tipo de juego.
Estos investigadores de la Universidad de Zurich utilizaron los pulsos magnéticos de una
técnica conocida como estimulación magnética transcraneal (consistente es unas bobinas
aplicadas sobre la cabeza) para detener la actividad del CPFDL temporalmente.
Cuando los individuos así condicionados jugaban al juego del ultimátum como
respondedores eran más proclives a tomar el dinero, aunque éste representase un
porcentaje pequeño. Si el porcentaje era realmente muy pequeño entonces también lo
rechazaban.
Los investigadores concluyen que esta parte del córtex cerebral está relacionada con el
sistema del cerebro que determina el sentido de la justicia y que ayuda a suavizar los deseos
racionales de tomar cualquier cosa que sea ofrecida.
El resultado además apoya la teoría de que las emociones, que incluye el sentido de la
justicia, juegan un papel importante en la toma de decisiones económicas. Aunque esto sea
un poco de sentido común, en los economistas todavía prevalece la idea de que las
decisiones son racionales y que creemos que un franco es un franco y que hay que tomarlo
en cualquier circunstancia.
El interés propio es importante en el ser humano, pero también lo es el sentido de justicia.
Esta región del cerebro relacionada con el manejo de la “ética” está expandida sólo en los
humanos y podría explicar por qué los animales no tienen esta clase de comportamientos.
Es una parte que madura tarde en los adultos, alrededor de los 20 o 22 años, quizás por eso
los adolescentes son menos proclives a seguir las reglas de los adultos. El sistema penal ya
tiene en cuenta este hecho cuando la aplicación de la ley es diferente por debajo de los 16 o
18 años de edad.
Algunos expertos dicen que este hallazgo puede además ayudar a entender cierto tipo de
desórdenes mentales. Las personas con autismo o esquizofrenia juegan a este juego de
manera diferente, quizás porque luchan para entender las emociones que su oponente
pueda sentir.
Todavía queda por saber cuáles son los mecanismos neurológicos subyacentes a este
fenómeno, así como dar explicación a las diferencias culturales.
Parece que dependiendo de la cultura el sistema que controla el sentimiento de justicia es
cargado con las reglas locales, y una vez hecho esto nos comportamos para defender unos
derechos que pertenecen al grupo social. Somos seres sociales y aceptar 1 franco de los 20
puede mandar el mensaje erróneo de que está bien engañar a los demás. Un individuo que
se aprovecha de la sociedad en la que vive, pone a ésta en peligro, y por extensión a las
personas que la forman. El sentimiento de justicia sería por tanto un producto social que
protegería a largo plazo a la sociedad en su conjunto, aunque se tenga que sacrificar a corto
plazo el beneficio de uno de los individuos que la forman. El sujeto excesivamente egoísta o
que permite el egoísmo, al ser castigado por la sociedad, tendría por tanto menos éxito
reproductivo. La selección natural vendría dada por el ambiente creado por el grupo social.
Quizás la genética de poblaciones lo pueda explicar.
La generalización de una ética laxa, relajada o excesivamente tolerante para los demás
condicionaría para mal a la sociedad en su conjunto. Bajo esta hipótesis las sociedades más
justas con un sistema más meritocrático deberían de ser las más avanzadas. Sería
interesante correlacionar el sentimiento de justicia medido de esta manera con el éxito
social o económico de los países.
¿Qué porcentaje ofrecería usted como proponente en el juego del ultimátum?
Descubiertas las bases neurológicas de la agresión
humana
Las personas violentas presentan anomalías en regiones
concretas del cerebro
Dos estudios llevados a cabo con individuos violentos han podido demostrar que
sus cerebros presentan anomalías en regiones muy concretas. Adolescentes
considerados violentos reaccionan con miedo y pierden capacidad de
razonamiento cuando se les muestran imágenes de rostros amenazantes. En
otro estudio se comprobó que la corteza prefrontal es más pequeña en
asesinos y personas de comportamiento antisocial. Estos estudios centraron
el debate de la reciente conferencia anual de la Society for Neuroscience
norteamericana, donde también se puso de manifiesto que la estructura
cerebral, que depende mayormente de la genética, no siempre es
determinante para que un individuo sea violento, ya que el entorno puede
asimismo modificar su estructura. Por Olga Castro-Perea.
Las actitudes violentas y la agresividad tienen un origen neuronal detectado por recientes
investigaciones en el campo de la neurología. Déficits muy concretos en la estructura del
cerebro parecen subyacer bajo las tendencias violentas y demasiado impulsivas, y su
conocimiento podría servir para desarrollar tratamientos preventivos, así como para
diagnosticar posibles futuros comportamientos violentos en niños y adolescentes, según un
comunicado de la Society for Neuroscience norteamericana.
Aunque estos descubrimientos podrían tener un doble filo a nivel ético (el riesgo de
estigmatizar a individuos analizados antes de que puedan hacer algo “malo” o de reducir la
responsabilidad moral de asesinos o agresores por su condicionamiento neurológico), los
neurólogos enfatizan que los análisis cerebrales sólo pueden predecir riesgos y que, en
última instancia, como señala el neurólogo Craig Ferris, de la Northeastern University de
Boston (Estados Unidos): “no somos esclavos de nuestra biología”.
Raine y sus colegas descubrieron que en los primeros la corteza prefrontal del cerebro era de
menor tamaño en comparación con la corteza prefrontal de los individuos capaces de
controlarse. Un meta análisis, presentado en el mismo encuentro anual antes mencionado,
de 47 estudios con imágenes cerebrales de adultos, confirmó el descubrimiento de Raine: las
personas con un comportamiento antisocial, particularmente aquéllas con un historial de
violencia, presentaban deterioros tanto estructurales como funcionales en dicha región
cerebral. En este grupo, la corteza prefrontal era más pequeña y menos activa.
Además, estos mismos individuos tendían a presentar daños en otras estructuras cerebrales
vinculadas a la capacidad de hacer juicios morales, mayormente en la corteza prefrontal
dorsal y ventral, en la amígdala y en el gyrus angular (relacionado con el lenguaje y la
cognición).
Los científicos señalan que aún se desconoce cómo se producen estas anomalías cerebrales.
La genética condiciona en gran medida la estructura cerebral, pero también pueden
contribuir a su desarrollo los abusos que sufra un individuo durante la infancia y la
adolescencia.
El cerebro no es determinante
De hecho, investigaciones realizadas con animales y humanos han sugerido que las
influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, tanto para bien como para
mal, porque se ha demostrado que en individuos con predisposición genética a la violencia,
el afecto y el cuidado maternos o de cualquier índole en la infancia reducen el riesgo a que
se conviertan en adultos agresivos.
Guido Frank asegura que, por tanto, la biología y el comportamiento pueden cambiarse y
que la imaginería del cerebro debe combinarse con la terapia y el control individualizado para
conocer y modificar los progresos de cada individuo. En el comunicado de la Society for
Neuroscience, Craig Ferris declaró por otro lado que la comprensión de la confluencia de
elementos, tanto ambientales como biológicos, que producen actos violentos, han sido
considerados por educadores, profesionales de la salud y científicos durante décadas.
Además, afirmó que “las tecnologías de imágenes cerebrales y los modelos animales están
ayudando a los neurocientíficos a identificar los cambios en la neurobiología cerebral
asociados a los comportamientos agresivos. Esta información debería ayudarnos a
desarrollar nuevas estrategias de intervención psicosocial y psicoterapéutica”.
Antecedentes
En última instancia, toda interacción binaria es una confrontación en sincronía entre dos
cableados cerebrales diferentes, el de A versus el del B.
La máquina cerebral
Por sí solo, cada cerebro es una máquina praxeológica, es decir, un sistema de producción de
respuestas a los estímulos que le vienen del mundo exterior.
Esquemáticamente, la máquina cerebral posee unas memorias (o redes) perceptuales que
reciben y tratan las entradas de información, y otras memorias ejecutivas que gestionan las
salidas o respuestas. Y entre ambas tienen lugar unos intensos procesamientos intermedios.
Aunque tenga cierto valor pedagógico, no sería riguroso imaginar al cerebro como un
conjunto de procesadores en serie en una línea de fabricación. En realidad su “modus
operandi” es el de un procesamiento gradual con bucles, como una orquesta que elabora
iterativa, progresiva y conjuntamente los temas melódicos, privilegiando por momentos
conjuntos instrumentales particulares.
Disfunciones
• Las señales que se refieren a un mismo “objeto” del mundo exterior son múltiples y
emergen dispersas en la topología del cerebro. Provienen del cortex sensorial y de
asociaciones de memorias preexistentes. Esos miles de señales tampoco aparecen en
simultaneidad. Por eso es necesario que algo agregue e integre esa diversidad de señales
“intencionalmente” asociadas a un mismo objeto.
Disfunciones
• El cerebro representa mal las situaciones. Percibimos al Otro como quizás no es. Las
percepciones del mundo son incompletas. Por eso las memorias asociativas y declarativas
preexistentes tienen que colmar los « agujeros » en lo “dado” (das Gegebene) y proveer el
marco global interpretativo. Resultado indeseable: esas añadiduras activas del cerebro
deforman a veces la imagen « objetiva » del objeto.
Instancia límbica
Disfunciones
Las perturbaciones emocionales que causan disfunciones tienen multitud de causas posibles.
Por ejemplo:
• el “recalentamiento” límbico,
• el estrés, la fatiga,
• la intolerancia de los efectos de la somatización de las emociones por la vía del sistema
autónomo (simpático-parasimpático).
• Los estados emocionales pueden ser inhibidos de una de dos maneras: 1) A la raíz, por una
cooperación límbico amigdalina preconsciente, para conseguir volver al estado de
homeostasis emocional y biológica. 2) Al nivel consciente, el neocortex junto con la región
baso lateral amigdalina inhiben los “incendios” emocionales.
• El decisor perplejo. No hay programa en las memorias ejecutivas disponible para responder
a los estímulos y que haya sido evaluado como deseable o adecuado por el complejo límbico-
neocortical. En ese caso, predomina un estado de indecisión y hasta de miedo al riesgo que
impide a los ganglios basales enviar mensajes al lóbulo frontal y hace posible la difusión de
emociones vagas y confusas y los comportamientos incoherentes.
2) Es más preocupante que esas disfunciones cerebrales afecten a los gobernantes. Algo que
queda de manifiesto a través del análisis lógico de su estructura de discurso y de su
comunicación no verbal, que hoy nos es dado realizar delante del televisor.