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Liceo José Toribio Medina

Subsector de Filosofía
Cuartos años MITO DE LA CAVERNA
Metafísica Libro VII, “La República” de Platón

Sócrates - “Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a
la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que se encuentran en ella desde niños,
atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante,
pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en un
plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual supón que ha
sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por
encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
Pues bien, imagínate ahora, que del otro lado de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de
objetos, cuya altura sobrepasa la pared, y estatuas de hombres o animales...; entre estos portadores habrá,
como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
Glaucón - ¡Qué extraña escena describes –dijo- y qué extraños esclavos!
Sócrates - Se parecen, sin embargo, a nosotros punto por punto. Por lo pronto, ¿crees que puedan ver otra
cosa de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que van a producirse enfrente de ellos en el
fondo de la caverna?
Glaucón -¿Ni cómo habían de poder más, si desde su nacimiento están precisados a tener la cabeza
inmóvil?
Sócrates – Y respecto de los objetos que pasan detrás de ellos ¿pueden ver otra cosa que las sombras de los
mismos?
Glaucón – No.
Sócrates – Si pudieran conversar unos con otros ¿no convendrían en dar a las sombras que ven los
nombres de las cosas mismas?
Glaucón – Sin duda.
Sócrates – Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco que repitiese las palabras de los transeúntes ¿no
imaginarían oír hablar a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos?
Glaucón – Sí.
Sócrates – En fin, no creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas sombras.
Glaucón – Es cierto.
Sócrates – Mira ahora lo que naturalmente debe suceder a estos hombres, si se les libra de las cadenas y se
les cura de su error. Que se desligue a uno de esos cautivos, que se le fuerce de repente a levantarse, a volver
la cabeza, a marchar y mirar del lado de la luz; hará todas estas cosas con un trabajo increíble; la luz le
ofenderá a los ojos, y el alucinamiento que habrá de causarle le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras
veían antes. ¿Qué crees que respondería si se le dijese que hasta entonces sólo había visto fantasmas y que
ahora tenía delante de su vista objetos más reales y más aproximados a la verdad? Si enseguida se le muestran
las cosas a medida que se vayan presentando y a fuerza de preguntas se le obliga a decir lo que son, ¿no se le
pondrá en el mayor conflicto y no estará el mismo persuadido de que lo que veía antes era más real que lo que
ahora se le muestra?
Glaucón – Así es.
Sócrates – Y si se les obligase a mirar al fuego ¿no sentiría molestia en los ojos? ¿No volvería la vista para
mirar las sombras, en las que se fija sin esfuerzo?¿No creería hallar en éstas más distinción y claridad que en
todo lo que ahora se le muestra?
Glaucón – Seguramente.
Sócrates – Si después se le saca de la caverna y se le lleva por el sendero áspero y escarpado hasta
encontrar la claridad del sol ¡qué suplicio sería para él verse arrastrado de esa manera! ¿Cómo se enfurecería!
Y cuando llegara a la luz del sol, deslumbrados sus ojos con tanta claridad, ¿podría ver ninguno de estos
numerosos objetos que llamamos seres reales?
Glaucón – Al pronto no podría.
Sócrates – Necesitaría indudablemente algún tiempo para acostumbrarse a ello. Lo que distinguiría más
fácilmente sería, primero, las sombras; después, las imágenes de los hombres y demás objetos pintados sobre
la superficie de las aguas; y por último, los objetos mismos. Luego, dirigiría sus miradas al cielo, al cual
podría mirar más fácilmente durante la noche a la luz de la luna y de las estrellas que en pleno día a la luz del
sol.
Glaucón – Sin duda.
Sócrates – Y al fin podría, no sólo ver la imagen del sol en las aguas y dondequiera que se refleje, sino
fijarse en él y contemplarlo allí donde verdaderamente se encuentra.
Glaucón – Sí.
Sócrates – Después de esto, comenzando a razonar, llegaría a concluir que el sol es el que crea las
estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible y el que es en cierta manera la causa de todo lo
que se veía en la caverna.
Glaucón – Es evidente que llegaría como por grados a hacer todas estas reflexiones.
Sócrates – Si en aquel acto recordara su primera estancia, la idea que allí se tiene de la sabiduría y sus
compañeros de esclavitud, ¿no se regocijaría de su mudanza y no se compadecería de la desgracia de
aquellos?
Glaucón – Seguramente.
Sócrates - ¿Crees que envidiaría aún los honores, las alabanzas y las recompensas que allí se daban al que
más pronto observaba las sombras a su paso, al que con más seguridad recordaba el orden en que marchaban
yendo unas delante y detrás de otras o juntas, y que en este concepto era el más hábil para adivinar su
aparición; o que tendría envidia a los que eran en esta prisión más poderosos y más honrados? ¿No preferiría
pasar la vida al servicio de un pobre labrador y sufrirlo todo antes que recobrar su primer estado y sus
primeras ilusiones?
Glaucón – No dudo que estaría dispuesto a sufrir cuanto se quisiera antes que vivir de esa suerte.
Sócrates – Fija tu atención en lo que voy a decirte. Si este hombre volviera de nuevo a su prisión para
ocupar su antiguo puesto en este tránsito repentino de la plena luz a la oscuridad, ¿no se encontraría como
ciego?
Glaucón – Sí.
Sócrates – Y si cuando no distingue aún nada, y antes de que sus ojos hayan recobrado su aptitud, lo que
no podría suceder sin pasar mucho tiempo, tuviese precisión de discutir con los otros prisioneros sobre estas
sombras ¿no daría lugar a que éstos se rieran, diciendo que por haber salido de la caverna había perdido la
vista, y no añadirían, además, que sería de parte de ellos una locura el querer abandonar el lugar en que
estaban, y que si alguno intentara sacarlos de allí y llevarlos al exterior sería preciso cogerle y matarle?
Glaucón – Sin duda.
Sócrates – Y bien, mi querido Glaucón, {esta es precisamente la imagen de la condición humana. El antro
subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que sube a la región
superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible. He aquí, por lo menos, lo que
yo pienso. En los últimos límites del mundo inteligible está la Idea del Bien, que se percibe con dificultad;
pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo
que hay de bello y de bueno en el universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz; que en el
mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia.
Glaucón – Soy de tu dictamen.
Sócrates – Admite, por lo tanto, y no te sorprenda, que los que han llegado a esta sublime contemplación,
desdeñan tomar parte en los negocios humanos, y sus almas aspiran sin cesar a fijarse en este lugar elevado.
Así debe suceder si es que ha de ser conforme con la pintura alegórica que yo he trazado.
Glaucón – Sí así debe ser.
Sócrates - ¿Es extraño que un hombre, al pasar de esta contemplación divina a la de los miserables objetos
quer nos ocupan, se turbe y parezca ridículo, cuando antes de familiarizarse con las tinieblas que nos rodean,
se vea precisado a entrar en discusión ante los tribunales o en cualquier otro paraje sobre sombras y fantasmas
de justicia y explicar cómo él las concibe delante de personas que jamás han visto la justicia en sí misma?
Glaucón – Lo que dices es muy razonable.
Sócrates – si todo esto es cierto, debemos concluir que la ciencia no se aprende de la manera que ciertas
gentes pretenden . Se jactan de poder hacerla entrar en un alma donde no existe, poco más o menos del
mismo modo que se volvería la vista a un ciego.
Glaucón – Es cierto.
Sócrates – Lo que digo es que cada cual tiene en su alma la facultad de aprender mediante un órgano
destinado a este fin; y que todo el secreto consiste en llevar este órgano, y con el alma toda, de la vista de lo
que nace (mundo sensible) a la contemplación de lo que es (mundo de las Ideas) hasta que pueda fijar la
mirada en lo más luminoso que hay en el ser mismo, es decir, según nuestra doctrina en el Bien.
Glaucón – Sí.
Sócrates – En esta evolución, que se hace experimentar al alma, todo el arte consiste en hacerla girar de la
manera más fácil y más útil. No se trata de darle la facultad de ver, porque ya la tiene; sino que lo que sucede
es que su órgano está mal dirigido y no mira donde debía mirar, y esto es precisamente lo que debe
corregirse”.
Actividad

Objetivo: Interpretar el Mito de la Caverna a la luz de los conceptos platónicos planteados en clases.
1.- Señale que representan en la Teoría Platónica los siguientes elementos expresados en el “Mito de la
Caverna”:
a.- Las cadenas:
b.- Las sombras:
c.- Los objetos proyectados
d.- Los prisioneros
e.- El sol (luz)
f.- La caverna.
2.- Explique la metáfora del ciego.
3.- Asocie la condición humana reflejada en el texto a la situación actual del hombre.

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