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Cómo la misión y la comunidad cultivan el encanto de la vida religiosa

Alejandra Malet
Religiosa misionera de Cristo Resucitado

Me sorprendió mucho la invitación a escribir este testimonio. Después de rezarlo,


pensarlo y animada por amigas/os y hermanas/os, lo hago con alegría y con la
convicción de que compartiendo nuestras experiencias nos nutrimos unos a otros. iY
sobre todo quiero que esto sea parte del magníficat que canto agradecida por tanto
amor!

Mientras pensaba por dónde comenzar, recordé la carta que una joven me escribió
hace tres años con motivo de mi vigésimo aniversario de consagración. Allí, repasando
algunos momentos importantes de su proceso de vida, y de un caminar que habíamos
compartido durante bastante tiempo, ella me cuenta que culminaba una etapa de su
discernimiento vocacional con la convicción de sentirse llamada a la vida consagrada
y decidida a corresponder con su sí. Al volver a leerla ahora, además de disfrutar de la
frescura de sus expresiones, me pareció que reflejaba, en parte, algo de lo que me
sugerían escribir a modo de testimonio para esta revista. Por lo tanto, escribo yo pero
recogiendo vida y experiencia de otros. Tomo pasajes literales de esa carta (con el
consentimiento de quien la escibió) que, de alguna manera, también hacen eco de lo
compartido con tantas personas con quienes, desde su originalidad, nos hemos
enriquecido y nutrido en nuestro caminar.

Alégrense conmigo porque encontré...

Soy uruguaya, tengo 43 años y 23 de consagración en una comunidad muy joven que
está por cumplir recién 30 años de existencia. Los últimos 13 años los viví en Chile, y
desde marzo de este año vivo en Buenos Aires, Argentina.

El entusiasmo con que comencé mi caminar como misionera de Cristo Resucitado


evidentemente no es el mismo de ahora, ha pasado mucha agua bajo el puente y las
crisis personales y comunitarias no han faltado. Pero soy una agradecida de que hoy,
aún en medio de muchas búsquedas y preguntas, pueda sentirme como esa mujer del
Evangelio que habiendo perdido su moneda, se alegra “al encontrarla y llama a las
vecinas y amigas y les dice: Alégrense conmigo...” (Lc 15, 8-9). Como ella, yo también
tuve mi tiempo para “encender una lámpara, barrer la casa y buscar con mucho
cuidado hasta encontrarla”. La pérdida de algo valioso, como lo es el sentido, el “para
qué” o el “amor primero”, es angustiante; los caminos equivocados por los que uno se
pierde parecen imposible de desandarse; pero la llama –aunque sólo parezca una
mecha humeante- inunca se apaga! Esa es mi experiencia: siempre hay un camino a
casa... una comunidad-familia-cuerpo, que acoge, espera y abraza. Y a Dios también lo
ves y reconoces en las hermanas y hermanos a los cuales te envía y entre quienes se
gesta el nuevo nacimiento, donde renace y se reaviva el amor a Jesús y su Reino.

Mientras escribo esto me vienen recuerdos –de esos que de verdad “vuelven a pasar
por el corazón”- de personas, situaciones, palabras, lugares, textos, celebraciones...
en los cuales reconozco la pedagogía y la presencia de Dios para reconquistarme.

Son hechos que se fueron dando en mi historia entrelazada con la vida e historia de
otras y de otros y que se siguen dando, porque es allí, en una “misión” que trasciende
y supera las “actividades pastorales” puntuales, donde sigo descubriendo los rasgos
de Jesús Nazareno, al que hoy reconozco más que nunca en la gente, en actitudes, en

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necesidades, en la vida que mantiene de pie a quien la injusticia “lo tiene por el piso”.
La experiencia de “lo recíproco” nutre. Yo lo vivo entre hermanas y hermanos con
diálogos que interpelan, con quienes también aprendo a trabajar en conjunto,
buscando caminos para vivir el Evangelio. Aprendo entre ellos y con ellos a
reconocernos hijos y hermanos y así asombrarnos juntos de lo “nuevo” (Is 43, 19) que
Dios inventa en y con nosotros. El regalo de poder “notarlas”, como dice el texto del
profeta Isaías, hace arder mi corazón y reafirma el sentido de mi consagración. iY eso
se contagia!

Su rostro en sus preferidos...

Un horizonte nuevo empecé a vislumbrar cuando comunitariamente comenzamos a


trabajar de manera más comprometida en una población de un sector de escasos
recursos en la V Región de Chile. Partimos con un voluntariado, pero fuimos haciendo
proceso de inserción e integración, y lo que en un comienzo fue un “servicio para”
otros, se convirtió en el espacio donde comencé a reconocer de una manera particular
el rostro de Dios en los humildes y en los que sufren. De ir algunas veces a la semana,
pasamos a mudarnos, instalarnos y vivir allí. El hecho de convivir en aquella sencilla
casa mujeres consagradas con laicas jóvenes, siendo unas vecinas más del barrio,
preocupándonos y soñando junto con los más antiguos y los recién llegados a la zona,
con los ritmos y estilos propios del lugar, participando en lo que los nucleaba (junta de
vecinos, capilla, festejos barriales, etc.), en la intimidad de las casas donde nunca
faltaba el rico tecito que mediara sencillas y muy íntimas conversaciones... con
adultos, jóvenes y niños, creyentes y no creyentes... evidentemente produjo muchos
cambios internos que me llevaron a la larga a buscar y encontrar lo esencial de mi
vocación.

En ese lugar, en esos hermanos, descubrí nuevos rasgos de Jesús y que me volvía a
atraer aún en medio de crisis personales y comunitarias. Vislumbré el Evangelio en
otras dimensiones: el que se leía en la Palabra y se tocaba en la vida de quienes
teniendo muy poco son ricos en sensibilidad a las necesidades de sus hermanaos que
pasan más hambre y que se les llueve la casa. Evangelio que se saboreaba en un pan
casero, recién horneado, que se comparte. Evangelio que también se palpaba y
cantaba en las celebraciones dominicales con “el cura Pepo”, donde cobraban
renovado valor los hechos cotidianos y nos impulsaba a encontrarnos con Jesús que
hoy camina, sufre y se alegra a nuestro lado, en cada hermana, en cada hermano.
iCuántas personas, nombres, rostros... cuántos hechos sencillos y tremendamente
significativos que los recojo en el corazón y en la memoria y que querría escribir y
agradecer uno a uno!

Ese contexto también me llevó a despejarme. Hoy, como entonces, me estremece


reconocer a Jesús que entra y se pone cómodo: pasando, tocando, besando mis
pobrezas, limitaciones, inconsistencias y debilidades como si tuviera un tesoro en sus
manos. iCuánto amor y delicadeza! iY con cuánto realismo!

Y cuando en un momento parecía que mi amor se dispersaba en esos, mis propios


límites y bajezas, allí apareció él, o mejor dicho, mis ojos lo pudieron reconocer...
como cuando María Magdalena estaba llorando afuera del sepulcro y escucha su
nombre pronunciado por el Maestro y se lanza a sus pies (Jn 20, 11-17).

Casa y corazón abiertos, amistad que refresca...

En otro período y lugar, se dio la posibilidad de tener mi pieza en una localización de


la casa donde la entrada y salida de personas no afectaba directamente la intimidad
de la vida comunitaria. Esa pieza se convirtió también en “casa abierta” para recibir a

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quien llegaba y en las condiciones que llegara: cansancios, búsquedas, frustraciones,
alegrías, proyectos... Ese espacio creo que logró reflejar mi disponibilidad para recibir,
escuchar, contener y, en la medida que podía, caminar juntas/os.

Todavía me conmueve el recuerdo de algunos que llegaban con el corazón destrozado


por sentimientos de fracaso o incertidumbres, las lágrimas derramadas, las preguntas
y discusiones y el llanto desconsolado y de impotencia por no poder reconocer a Dios
ni cerca ni lejos... Otras veces fue una invitación a pasar y simplemente “descansar”,
hacer silencio, dar tiempo... y cuando brotaba o se veía que era el momento oportuno,
compartir mis certezas o la más simple de las intuiciones, y ien todo momento saber y
sentir que Jesús estaba allí!

Mi preocupación no estaba en darles consejos, soluciones ni “evangelizarlos”, sino


juntos disponernos para poder descubrir por dónde estaba pasando Dios. Es
conmovedor sentirse como aquellos caminantes de Emaús... con la certeza de saber
que Jesús estaba ahí, caminando con y entre nosotros, y mientras charlábamos,
discutíamos y tratábamos de entender... el Resucitado iba haciendo arder nuestro
corazón.

Esos gestos, tan simples pero sinceros sé que repercutieron de diversas maneras en
aquellas/os compañeras/os de camino. Algo lo reflejan estas palabras de la carta
mencionada, donde me dice:

“Fui recordando muchísimos momentos que hemos compartido: en la misión entre los
jóvenes, en la población, y tantos otros lugares, en situaciones problemáticas, en
minutos de muchas preguntas, en momentos de dolor y también de alegría. Al
recordarlas me fui percatando que sin darme cuenta he adquirido una forma de vivir
la fe y mi relación con Jesús que en gran parte ha venido de tu mano... fue entonces
cuando descubrí... que quería vivir mi consagración de esa misma manera: las garras
con las que has luchado por ella y por tu familia (la comunidad)... la fidelidad, la
confianza, el espíritu de búsqueda, la alegría constante más allá de las dificultades, la
cercanía, la cotidianidad, la amistad que entablas con la gente... para mí es
particularmente de esa manera donde uno experimenta “el paso de Dios” en la vida.
Es así como Jesús se encarna hoy... y se sirve de nuestras fortalezas y debilidades
para regalarse, ahí es donde se presenta y ide qué manera!!.... y recuerdo bien que
cuando en medio de mis desiertos necesité refrescarme me diste tu amistad...!”.

iCómo no estar agradecida a Dios! A veces me siento como caminando hacia una
tierra prometida. Y como miembro de una institución que recién está en sus primeros
años de vida, redefiniéndonos y buscando los caminos y expresiones, soy consciente
que seguramente no llegaré a “ver” plasmado el sueño de vida consagrada que me
impulsa a seguir de esta manera a Jesús. Pero me anima y llena de esperanza no solo
constatar que Dios sigue llamando a más jóvenes para caminar juntas desde este
estilo de vida, sino que hacemos Iglesia, construimos el Reino y formamos el Cuerpo
de Cristo, todas y todos los que vivimos nuestro discipulado atraídos por el amor
entrañable de un Dios que hoy sigue naciendo, entregándose, muriendo y resucitando
entre nosotros en el rostro de sus preferidos...

Al terminar quiero hacer presente a mis hermanas, Misioneras de Cristo Resucitado, a


quienes agradezco los años de vida que venimos compartiendo, la alegría de la
consagración junto con las búsquedas, certezas, intuiciones, pruebas... porque
seguimos siendo comunidad en aprendizaje para seguir en fidelidad a Jesús y su
propuesta de vida.

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Cortesía de Vidimus Dominum – El Portal para la Vida Religiosa
Sito: www.vidimusdominum.org

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