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Notas sobre una identidad en repliegue.
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6 RESUMEN.
8 AGRADECIMIENTOS.
10 PRESENTACIÓN
45 Motivaciones en desencuentro
51 Un choque entre dos mundos
64 El retorno al inicio: necesidades y afectos
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97 A MODO DE CONCLUSIÓN
106 BIBLIOGRAFÍA.
114 NOTAS
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Si históricamente la escuela secundaria ha ocupado un lu-
gar central en la agenda educativa, actualmente esta cen-
tralidad gira alrededor de la idea de pérdida de integridad
sistémica en el marco de una declarada “crisis” del nivel.
Durante los últimos años diversos estudios han analizado
los procesos de fragmentación que parecen atravesar los
procesos institucionales y las propuestas académicas de las
escuelas secundarias. En este marco, el estallido identita-
rio de los profesores constituye una hipótesis de fuerte pre-
sencia en el debate educativo.
Tomando estas ideas como punto de partida, en este traba-
jo de investigación me propongo profundizar el análisis de
la configuración de la experiencia laboral de los docentes
en el contexto de las escuelas secundarias y en los efectos
que esta configuración tiene tanto en los modos de cons-
trucción de la identidad docente como en las formas y sen-
tidos de la misma institución escolar.
Sostenido en la intención de obtener cierto grado de com-
parabilidad del tema en distintos contextos, este estudio
realizado a nivel nacional se orienta por algunas preguntas
6
centrales a indagar desde la perspectiva de los profesores:
¿Cómo viven hoy los docentes el trabajo de enseñar a los
jóvenes? ¿Qué piensan de la escuela secundaria? ¿Qué
cuestionan y qué expectativas y demandas tienen? ¿Qué
elementos configuran su experiencia de trabajo y cómo in-
fluyen estos en la construcción de su propia identidad?
¿Cómo dialoga este proceso con la delimitación de aquello
que hoy se reconoce como escuela secundaria?
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Este libro es producto de una tesis que realicé en el marco
de la Maestría en Ciencias Sociales con Orientación en
Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias So-
ciales, presentada bajo el mismo título. El tribunal integra-
do por Inés Dussel, Gabriel Kessler y Margarita Poggi
dictaminó su aprobación en julio de 2008.
Lo que hoy tiene forma de libro, en verdad es el último pa-
so de un recorrido intenso de trabajo. Por eso quiero agra-
decer a quienes me han acompañado en este proceso.
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A los colegas del Área de Educación de FLACSO-Argentina
por sus aportes en los distintos momentos de nuestra ta-
rea. En particular agradezco a Sandra Ziegler por invitar-
me, desde la maestría, a escribir este libro.
En el recuerdo, a Cecilia Braslavsky, por su insistencia en
la importancia de continuar mi proceso de formación y por
su generosa transmisión. El rigor en el análisis y el cuida-
do en la escritura que intenté poner en juego en este traba-
jo forman parte de sus enseñanzas.
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La atención y la preocupación social y educativa por la es-
cuela secundaria adquirieron fuerte visibilidad a partir de
los procesos de masificación del nivel producidos en la se-
gunda mitad del siglo pasado. Frente a una situación que
comenzaba a dar señales de complejidad, el interés en la
escuela media fue acrecentándose y, actualmente, da cuen-
ta de la profundización y la resignificación de una situa-
ción problemática que, en el marco de una agenda
compartida a nivel internacional (Braslavsky, 2001), pre-
senta características particulares.
Más allá de los énfasis y perspectivas, los puntos comunes
señalados por los estudios más recientes refieren a una es-
cuela media caracterizada por la fragmentación y la pérdi-
da de sentido que, en el caso de nuestro país, se enmarca
en un proceso político y social más amplio de desgaste que
hizo eclosión en la profunda crisis económica, política y so-
cial sufrida recientemente en la Argentina (Kessler, 2002;
Tenti, 2003; Tiramonti, 2004; Jacinto, 2006; Gallart,
2006).
Tal proceso imprimió marcas particulares en los procesos
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de escolarización trazadas por la pérdida de integridad
sistémica que, en el caso de la escuela media, se había visto
acentuada a partir de las reformas educativas de los noven-
ta. Un proceso de implementación de las modificaciones
estructurales propuestas sujeto a las posibilidades de los
distintos contextos e instituciones, por un lado, y los efec-
tos de la incorporación de los alumnos afectados social-
mente en sus contextos familiares sobre la dinámica de las
escuelas y sobre el trabajo de sus docentes, por otro lado,
subrayaban este fenómeno.
Teniendo en cuenta este escenario, abordar el tema de los
profesores de la escuela secundaria implica bordear un
riesgo interpretativo y es aquel que parte de un supuesto
social común y compartido sobre la identidad de aquellos
que asumen la tarea de enseñanza en este nivel.
Los debates actuales señalan que uno de los rasgos más sa-
lientes y desestructurantes del nuevo mapa político, social
y cultural configurado desde hace algunas décadas podría
localizarse (si localizarse es el verbo correcto) en el estalli-
do identitario (Dubar, 2002). Se plantean nuevos escena-
rios con nuevas identidades donde, tal como lo
demuestran los vínculos virtuales, hasta la simulación vale
en los procesos de configuración social.
Teniendo en cuenta estos cambios me interesa detenerme
en qué significa hoy hablar de los “profesores de la escuela
secundaria” no dando por supuestas ni la inmutabilidad de
su configuración ni tampoco un efecto total de estallido de
su constitución identitaria2. Sin desconocer que la identi-
dad de los docentes, como cualquier otro proceso de confi-
guración de identidades, muta a través del tiempo y
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encuentra diferencias según cuáles sean las condiciones y
las reglas de los contextos sociales en los cuales se constru-
ye, considero arriesgado afirmar que es imposible recono-
cer trazos comunes en la forma a través de las cuales los
mismos profesores se definen y configuran sus procesos
identitarios.
Por eso, me interesa desplegar el análisis desde algunas
preguntas orientadoras: ¿de qué modo se configura hoy la
experiencia profesional de los docentes de la escuela secun-
daria?, ¿cómo se articula esta experiencia en la construc-
ción de la identidad docente?, ¿es posible hablar de tantos
profesores como realidades existen o aún hoy la identidad
docente resiste a los efectos diaspóricos y centrífugos pro-
pios de estos tiempos?
Así, atendiendo a la brecha que parece configurarse entre
lo “prescripto” y lo “real” del trabajo de los profesores de la
escuela secundaria, en este trabajo intentaré analizar des-
de su perspectiva la configuración de su experiencia labo-
ral en el contexto de las escuelas secundarias y en los
efectos que esta configuración tiene tanto en los modos de
construcción de la identidad docente como en las formas y
sentidos de la misma institución escolar.
Particularmente, profundizaré en el discurso de los docen-
tes haciendo foco en los elementos y fuentes que hacen a
su construcción y en la identificación de un retorno recu-
rrente de ideas que refuerzan una identidad docente más
tradicional.
En este sentido guiaré mi análisis desde la idea de un “re-
pliegue identitario” que, en un intento defensivo y de auto-
sostenimiento, reafirma aquello que históricamente
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configuró el rol docente en las sociedades. Se trata de un
efecto de repliegue y de reforzamiento propio de los proce-
sos de fragmentación social más generales en los que la
exacerbación de la identidad individual constituye una
suerte de reacción al fenómeno de desintegración del lazo
social del que antes esa identidad era constitutiva (Dubet,
2006; Martín Barbero, 2004).
Desde esta perspectiva sostendré que la defensa de lo que
se es (o de lo que se supo ser), entendido de un modo ho-
mogéneo, es lo que oficia de ancla o de amarre en un con-
texto donde se encuentran pocas referencias. Pero, al
mismo tiempo, en muchas ocasiones este repliegue sólo
consigue acentuar el desencuentro entre las expectativas y
lo que concretamente sucede en las escuelas.
El libro se organiza en tres capítulos en los cuales se desa-
rrolla una serie de tensiones desde las que puede ser leída
la configuración de la experiencia de los profesores en la
escuela secundaria actual. Así, tomando como eje su pro-
pia perspectiva, en el primer capítulo se analizan los diver-
sos sentidos asignados a la idea de contención, función
hace tiempo adjudicada a la tarea de la institución escolar.
El segundo capítulo aborda la tensión entre la percepción
de un desorden cultural que obstaculiza el ejercicio de la
principal función del trabajo de enseñanza -transmitir co-
nocimientos- y la convicción en la necesidad de restaura-
ción de un orden moral y de la relación afectiva con los
alumnos para que tal función sea posible.
Finalmente, el tercer capítulo se centra en las expectativas
que los profesores tienen respecto del futuro imaginado de
la escuela secundaria. Sobre esta cuestión me interesa ana-
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lizar el peso de las representaciones históricas sobre la es-
cuela secundaria y sobre la función del profesor en diálogo
con las lecturas del presente.
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“Es el aliento promisorio de toda sociedad, ahí está la
fuerza de la edad. El desafío para los docentes es
grandísimo porque no llegás de la misma manera
que hace veinte años atrás, tenés que llegar parado
de otra manera, pero al mismo tiempo, necesitás mu-
cho más apoyo que antes. Ahora empezás a ver que a
medida que pasan los años y que no se ha hecho un
trabajo fino hay chicos desbandados, que a lo mejor
cuando están estrellados contra una pared por ahí te
levantan la vista y te dicen “quiero pero no puedo”,
yo quiero aprobar pero no sé cómo, porque no saben
sentarse ni cuarenta minutos delante de un libro, na-
die le enseñó a hacerlo entonces, cuando quiere, no
sabe. Son chicos sin contención afectiva, no tienen pa-
dres tiempo completo, no tienen cariño, no tienen lí-
mites, no han tenido riendas entonces están
desbandados, y ellos mismos estrellados miran hacia
arriba a ver quién les tiende la mano. Eso es maravi-
lloso, lo que pasa es que uno solo no puede”.
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centrado solamente en la búsqueda de confirmaciones so-
bre lo que ya no es o, al menos, ya no tiene eficacia.
Si bien incluyendo ese diagnóstico, más bien me interesa
atender a los elementos que configuran la actual experien-
cia profesional de los docentes en el nivel medio analizan-
do el cruce de sentidos desde los cuales se piensa hoy el
trabajo escolar. Desde aquí, intentando capturar la oscila-
ción entre diversas significaciones del “contener” y en sus
articulaciones y puntos de fuga con la tradicional función
de “enseñar” que hoy parece signar la experiencia profesio-
nal de los docentes, el propósito es acercarme a las dinámi-
cas que hoy caracterizan la cotidianeidad de la tarea
docente en la actual escuela secundaria .
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Casi como prólogo o introducción al análisis de la escuela
secundaria actual, la referencia a la cuestión de la “conten-
ción” aparece de modo recurrente en las voces de los profe-
sores. Presente en distintas formas y matices, el tema
insiste y hasta es posible encontrar similitudes en las for-
mas discursivas a través de las cuales se lo caracteriza.
La “contención” que hoy se construye como una demanda
hacia los docentes aparece contextualizada en un proble-
ma mayor que involucra a la crisis social general y, específi-
camente, a la crisis familiar. En estos puntos críticos se
encuadra la imagen abandónica con la que la profesora ci-
tada al inicio de este capítulo describe a ese alumno a
quien es necesario tenderle la mano y, para lo cual, tam-
bién ella necesita apoyo. Su afirmación condensa acertada-
mente la sensación de los profesores según la cual las
escuelas parecen volverse cajas de resonancia de los pro-
blemas derivados de la descomposición familiar en un con-
texto de cambios sociales más amplios afectando
particularmente las relaciones entre adultos- docentes y jó-
venes- estudiantes.
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La denuncia de este panorama viene acompañado del desa-
cuerdo con que este rasgo de contención forme parte de las
cuestiones atendibles por el trabajo de enseñanza de un
profesor de escuela secundaria pero, al mismo tiempo, con-
lleva la aceptación de su innegable presencia y adopción
implícita.
19
“Nosotros somos la mosca blanca, cuando los chicos
tienen algún problema en la casa los primeros en sa-
berlo somos nosotros. O vienen los chicos y te dicen:
´- Profe, ¿usted tiene que dar algo nuevo? - No, ¿por
qué? - Porque tenemos un problema, ¿podemos ha-
blar?´. Entonces nos sentamos en el piso y nos cuen-
tan cada historia!!, que nosotros decimos: ´En
buena hora que los tenemos acá, aunque sea dos ve-
ces por semana, por lo menos para contenerlos.”
20
“Yo estoy haciendo un curso de estrategias de en-
señanza y hay un tema que es la articulación con la
sociedad, clases dentro y fuera del aula; y habla de
las habilidades familiares y cualidades especiales del
docente, es una parte más psicológica el crear esa
habilidad”.
Profesora escuela privada, Corrientes.
21
sin distinción de sectores sociales- de aquellos cuidados li-
gados al afecto y a la necesidad de referencias adultas.
Según los profesores, en un mapa general de descomposi-
ción social las familias parecen abandonar y delegar en las
escuelas su función afectiva y socializadora básica:
La necesidad de contención afectiva y de referencias adul-
tas ante la ausencia de las familias se refuerza en la consi-
deración de la adolescencia y la juventud como una etapa
crítica de formación valorativa para la trayectoria futura y,
como veremos en el capítulo siguiente, condiciona la cons-
trucción del vínculo entre docentes y alumnos. Sus argu-
mentos, encuadrados en una anomia generalizada y en la
irremediable pérdida de valores morales asociados al res-
peto y a la autoridad, evidencian la operatoria de externali-
zación de los problemas que aquejan a la escuela. La
trasgresión de la ley, el no respeto a la autoridad, la pérdi-
da de valores sociales son elementos denunciados desde
un sentimiento de indignación y desde una posición de
bastión de batalla.
22
plicación subjetiva en relación con sus alumnos retorna en
los docentes bajo la demanda de un reconocimiento exter-
no no sólo del cumplimiento de aquello que tradicional-
mente le fue asignado -la transmisión del conocimiento
escolar- sino, también, que valore las nuevas pruebas que
se imponen para el logro de tal función. En esta búsqueda,
el trabajo docente se convierte en un desafío para el reco-
nocimiento de uno mismo (Dubar, 2002).
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En las voces de los profesores de escuela secundaria la de-
nuncia por el desplazamiento de las funciones básicas de
socialización hacia la escuela no es la única referencia al
papel de las familias posible de escuchar. También se ha-
bla de su presencia en las escuelas, aunque una presencia
particular.
En principio se trata de una presencia desconocida ya que,
como se sabe, en contraposición a una escuela primaria
más bien asociada a la idea contención y “segundo hogar”
donde la comunicación con las familias alimentaba la idea
de continuidad en la socialización, la escuela secundaria se
sostuvo en una estructura de tipo patriarcal, vertical e im-
personal, desprovista de rasgos familiares y reticente a su
ingreso. Y en este punto radica uno de los puntos más álgi-
dos que hace tambalear la estabilidad de la identidad de
los profesores en tanto supone una directa interpelación
de las familias a la autoridad docente.
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dres lo que, en términos amenazantes, es vivido como de-
safío y trasgresión de la propia autoridad.
La identificación recurrente de una interpelación por parte
de las familias se manifiesta, al decir de los profesores, en
situaciones puntuales y ligadas al reclamo sobre hechos o
decisiones concretas. Se trata de una presencia específica y
esporádica que lejos está de la idea de un acompañamiento
más sostenido y continuo de las familias en la trayectoria
de los alumnos o de una presencia comprometida en la ins-
titución. Por el contrario esta forma, que en perspectiva de
los profesores sería necesaria, está ausente. Coincidiendo
con otros estudios (Noel, 2007), los profesores denuncian
la delegación de la responsabilidad educativa de las fami-
lias hacia la escuela sin chances de contar con su colabora-
ción en el proceso de formación de los jóvenes.
25
además, donde al mismo tiempo que las familias deman-
dan más de las escuelas, las escuelas demandan más de las
familias, la alianza entre la familia y la escuela parece des-
plazada hacia otras coordenadas.
En este sentido, Hunter (1998) plantea una inversión del
panorama: si antes la escuela fue pensada como instru-
mento de civilización y disciplinamiento de las familias,
hoy es la familia la que disciplina y “civiliza” en nuevos va-
lores (los del mercado y la accountability, la rendición de
cuentas de los propios actos) a la escuela. Así, es la familia
la que introduce una lógica que interrumpe la organización
burocrática de la escuela transformando los modos de legi-
timación de la autoridad de los docentes.
26
obligados a dar cuenta de sus actos pedagógicos. En este
marco, retorna la sensación de desprotección vivenciada
por los profesores y la demanda de reconocimiento.
27
autonomía en sus tareas, fueron posicionados en un lugar
de observación, cuestionamiento y juicio por los efectos, di-
rectos o indirectos, de sus acciones y asumiendo, de modo
asociado, el doble papel de causa y efecto de la “crisis” del
sistema escolar. Dicha situación encarnó no sin efectos en
la mirada de los profesores sobre su propia posición y so-
bre el ejercicio de su tarea.
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La necesidad de contención afectiva y de referencias valora-
tivas que los profesores marcan como paso condicional a
su trabajo “real” de enseñanza puede asumir otra lectura si
la ubicamos en el nuevo mapa de la escuela secundaria. Y
para entender sus coordenadas resulta interesante tomar
como punto de partida las expectativas de los profesores
respecto de sus alumnos.
29
comportamiento necesario para asumir la condición de
alumno y desde allí contribuir a sostener las formas de la
apariencia escolar (Finocchio, 2003).
30
Lo que inicialmente es interpretado por los profesores co-
mo una carencia de los jóvenes cuyas causas se encuentran
en una anomia generalizada de corte social con efectos en
lo familiar, al traspasar las fronteras de la escuela se con-
vierte en un problema de difícil resolución. A la manera de
una frustrada “cita a ciegas”, los docentes comprueban que
los alumnos ya no son los esperados y que, además, se
muestran poco proclives a adoptar los rasgos requeridos
por la escena escolar. Frente a esto, y encarnando el desen-
canto, los profesores ensayan distintas formas de ubicar a
los jóvenes en la tradicionalmente entendida categoría de
“alumno” orientados por estrategias personales y por sus
atributos individuales.
31
dos aquellos quienes la enfrentan, una actitud que eviden-
cie empeño.
32
Se trata de escenas con un costo particular en tanto gene-
ran frustraciones al reconocer que no necesariamente el
control de estas situaciones problemáticas deriva en éxito.
Para los profesores, contener las escenas cotidianas escola-
res no garantiza ni una solución estable -en tanto mucho
tienen que ver con factores exógenos que exceden a la es-
cuela- ni un aplacamiento de la demanda social y familiar,
ni tampoco asegura el trayecto exitoso de los alumnos en
el futuro.
33
los profesores -dictar clases- interpela la firmeza de la iden-
tidad docente tradicionalmente entendida, produciendo
una sensación de desborde ante lo imprevisible y también
de desgaste y agotamiento ante la falta de recursos conoci-
dos a los que apelar. Y aquí, la idea de “contención” asume
otro sentido pareciendo centrarse en un trabajo de limita-
ción sobre un escenario de poco control.
Junto con la perplejidad o indignación provocada por la
desorientación, las respuestas de los profesores suelen con-
tener argumentos o explicaciones acerca de cómo ejercer
esa tarea de “contención” que, insistimos, mucho tiene de
estrategia individual y de implicación personal. Sin embar-
go, la referencia a los visos de solución que este problema
podría tener es casi nula (Noel, 2007).
34
la sensación más ligada a evitar el desborde de una escena
que se escapa de lo conocido y para cuyo dominio se cuen-
ta con pocas herramientas.
35
¿daré hoy lo que está planificado?”
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Y es que, retomando el planteo inicial, la tensión entre la
fuerza prescriptiva de una identidad a la que cada vez se le
delegan más, nuevas y superpuestas tareas en un escenario
donde éstas encuentran dificultades para realizarse hace
que hoy la docencia en la escuela secundaria sea, a diferen-
cia de su imagen histórica, un trabajo que se percibe como
precario, devaluado socialmente y que provoca un grado
importante de desgaste personal.
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De modo casi sorprendente, aún reconociendo los efectos
de agotamiento causados por el cúmulo de tareas sobre-
puestas, para los profesores el espacio escolar representa
un territorio donde algunos elementos controlables, cier-
tos márgenes de regularidad y mejores sensaciones perso-
nales son posibles.
Es así que de manera coincidente y sin grandes diferencias
las imágenes de pertenencia a la escuela son predominan-
tes e identificadas por los docentes con imágenes o pala-
bras relativas a la idea de contención y protección (“como
mi hogar”, “comodidad”, “solidaridad”, “mi segundo ho-
gar”, “mi familia”, “comunidad”, “inclusión”, “parte impor-
tante de mi vida”, “protectora”, “seguridad”, “cálida”,
“contención”, “cariño”, “pertenencia”, entre otras).
El predominio de estas imágenes positivas lleva a repensar
el alcance de la cuestión de la contención. Y es que al asu-
mirse casi como un efecto innegable e irreversible del esce-
nario social actual asumir dicha función configura el hacer
cotidiano de los docentes al mismo tiempo que reactiva su
dimensión afectiva, parte estructurante de los discursos vo-
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cacionales y de la matriz pastoral de la docencia (Popke-
witz, 1998).
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nuevo contexto local y mundial impactan tanto en los jóve-
nes/alumnos y en sus familias como en los adultos/docen-
tes. Esto adquiere una particular y específica dimensión en
nuestro contexto, en tanto los ecos de la conmocionante
crisis política, social y económica del 2001 también resue-
nan en la vida de los profesores, en sus trayectorias perso-
nales, en sus contextos familiares y, en consecuencia, en la
disposición frente a sus tareas cotidianas.
40
ción entre la dimensión laboral y la personal propia del tra-
bajo docente y el carácter redentor de la vocación, prioriza
la lectura del panorama social en la vida de los alumnos
por sobre su inclusión en dicho escenario.
La incorporación de esta perspectiva en el análisis ilumina
la identificación de la contención, la protección y la perte-
nencia como rasgos atribuibles por los profesores a la pro-
pia escuela. Frente a los avatares de un escenario incierto y
fluctuante, la escuela entendida como espacio contenido y
con ciertas reglas es percibida como “puerto de resguardo”
(Bauman, 2002).
41
nales y renueva el sentido propio del trabajo diario en un
escenario de principios y valores compartidos propio de
una identidad comunitaria aliviando, de este modo, el peso
del trabajo.
42
en juego del compromiso y el entusiasmo en la tarea es-
colar en tanto el “adentro” escolar es considerado un espa-
cio donde la demanda del despliegue personal que
conlleva el trabajo docente encuentra, en su realización, la
satisfacción individual por aquello logrado.
43
“Siento gratificación por parte de los alumnos.”
“Siento alegría.”
“Voy bien porque el colegio es muy acogedor y hay
armonía.”
Profesores escuelas públicas, Corrientes.
44
“Creo que la decadencia es del ser humano, el proble-
ma de la educación es que no enfrenta sus cambios.
A mí me cuesta entrar en el mismo idioma que los
chicos, me faltan herramientas para ponerme a la al-
tura de ellos. Yo noto que hay ciertas cosas que están
pasando, la gente se está cuestionando cosas.”
45
carentes de sentido para los alumnos, propuestas que de-
muestran su ineficacia para la continuidad de los estudios
o para la inserción laboral de los jóvenes son algunos de
los “males” que colocan al nivel medio de la enseñanza en
un lugar bastante alejado del prestigio con el que fue iden-
tificado históricamente.
Los profesores vivencian esta situación de un modo par-
ticular. Pertenecientes a una generación donde el saber se
define desde ciertas coordenadas históricas, son interpela-
dos por el retorno a una escuela secundaria que garantice
el acceso a la cultura en tiempos donde la misma idea de
cultura no admite significados claros. Una cuestión central
si se trata de pensar alrededor del cuerpo de saberes que
hoy le toca transmitir a la escuela.
En este capítulo me centraré en la lectura que los profeso-
res hacen de este nuevo escenario atendiendo a la identifi-
cación de los horizontes hacia los que ellos entienden sería
necesario orientarse y a las condiciones en los que esto se
produce. El punto de partida será la percepción de la dis-
tancia entre ellos y los jóvenes con los que trabajan diaria-
mente. De esa distancia, y de la desorientación para
acortarla, es la que nos habla la profesora a la que le “cues-
ta entrar en el mismo idioma que los chicos”. Me interesa
entonces seguir el rumbo que los docentes marcan en ese
camino y de los efectos que ese recorrido conlleva en la
construcción de su identidad.
46
Como desarrollara en el capítulo anterior, el cuadro de de-
valuación educativa al que refieren los profesores encuen-
tra causas en un origen externo, esto es, la crisis social
general y su impacto en las familias. Ahora bien, el último
golpe de esta cadena de efectos parece condensarse en lo
que efectivamente pasa en las aulas a la hora de concretar
la función más pura y tradicionalmente educativa: la en-
señanza y el aprendizaje. En estas escenas los jóvenes, has-
ta ahora sólo representantes indirectos de la crisis general,
se recolocan “cuerpo a cuerpo” con los docentes y parecen
asumir directamente el enfrentamiento y cuestionamiento
del afuera hacia la escuela. Aquí el discurso, al menos en el
comienzo, resulta antagónico y esto se manifiesta en el cho-
que entre aquello que los profesores tienen para ofrecer -el
conocimiento- y que los alumnos parecerían no estar dis-
puestos a recibir. Un desencuentro entre motivaciones pa-
rece obstaculizar lo esperable en la escena escolar. Esta no
correspondencia encuentra explicación en la imposibilidad
de “hablar sobre lo mismo” porque, según los docentes, los
jóvenes no cuentan con una base de conocimientos míni-
47
mos e indispensables para acceder a aquellos propios de la
escuela secundaria -y la culpabilización de esto vuelve so-
bre el nivel primario- ni tienen la necesaria valoración ha-
cia el conocimiento, base tradicional de la autoridad
docente. También, y sumando argumentos, los profesores
encuentran explicaciones en la cultura facilista de estos
tiempos enemiga del esfuerzo que supone el acceso al sa-
ber -como veíamos, rasgo altamente valorado en la vida es-
colar- y contra la valoración de dicho saber como bien y
sinónimo de progreso social.
48
ción y el interés de los alumnos, y de este modo encontrar
reconocimiento, implica la búsqueda de la propia motiva-
ción.
49
cuela con valores y principios situados “fuera del mundo”
(Dubet, 2004) y una autoridad legitimada en una concep-
ción trascendente del conocimiento.
50
La percepción y reconocimiento de desencuentro entre
alumnos y docentes en la escuela secundaria no es nueva.
Entendido desde los marcos del conflicto generacional, el
juego de confrontación entre aquello que los profesores
ofrecen y lo que los alumnos piden o rechazan caracteriza
a la cultura escolar y atraviesa las biografías de todos aque-
llos que recorrieron el camino del nivel medio de la en-
señanza
.
Esta confrontación se aloja en la histórica forma a través
de la cual la escuela fue pensada. La idea de transmisión
cultural que orientó la creación de los sistemas educativos,
y en particular la escuela secundaria, se asentó sobre los
supuestos de ser incompleta y carecer de pautas cultura-
les propias por parte de niños y jóvenes. También se desa-
rrolló sobre la base de concepciones unívocas de la cultura
adulta, sujetos supuestamente homogéneos, y sobre la esta-
bilidad de las formas de producción del conocimiento y de
las escuelas como principal vía de transferencia cultural
(Braslavsky, 2001). Todos estos supuestos diseñaron una
51
escuela secundaria resistente a reconocer lo específico y a
la vez diverso de un grupo cultural, y produjeron intentos
recurrentes de los jóvenes en la búsqueda del reconoci-
miento y de la liberación del encorsetamiento escolar (Ga-
gliano, 1992).
Pero sabemos que hoy y desde hace algunas décadas ese or-
den cultural lejos está de la idea de estabilidad e inmutabi-
lidad. Por el contrario, los cambios culturales se producen
a ritmos exponenciales produciendo una revolución en los
modos de producción, circulación y apropiación del saber
(Simone, 2001; Martín Barbero, 2002, 2004) y haciendo
perder fijeza a la autoridad cultural de la escuela. Aunque
amplificada por el impacto del presente hoy se habla de un
proceso de revolución cultural en el que la innovación téc-
nica marca buena parte del rumbo. Nuevos modos y len-
guajes modelan formas de uso de la técnica y disparan
otras tantas de apropiación pero, en cualquier caso, el do-
minio y cercanía a ellos es tanto más cercano y familiar pa-
ra los jóvenes cuanto más lejano y extraño para los adultos
(Meirieu, 2006).
52
De allí que resulta importante atender a la lectura que ha-
cen los profesores sobre los cambios de este nuevo escena-
rio cultural y sus efectos en la escuela secundaria. Para
esto, las consideraciones que los docentes hacen sobre la
influencia de la cultura mediática y de las nuevas tecno-
logías sobre los jóvenes resultan una entrada interesante.
53
“- Ellos tienen más herramientas informativas tam-
bién, son no lectores pero consumidores de informa-
ción por Internet o TV.
- Para nosotros, como profesores, es un arma de do-
ble filo porque estamos explicando un tema y ellos
están pensando en lo que viene porque la máquina
es 'tac tac' y ya está.
- Yo creo que no tienen la capacidad de pensar en el
próximo tema.
- La explicación necesita un tiempo de maduración
de los contenidos y tampoco pueden esperar ese tiem-
po.
- Pero eso no sólo se da en el colegio, eso se da en la
vida cotidiana con la TV, con los canales que van pa-
sando y van cambiando.
- No terminas de dar un tema que otro ya te pre-
guntó otra cosa.”
Profesores escuelas privadas, Ciudad de Buenos Aires.
54
mundos reales que ellos van a vivir”.
55
ubicando a los docentes y a los alumnos en extremos
opuestos. Y detrás de esta identificación se deja entrever la
disputa por el monopolio de un saber que, históricamente
depositado en la escuela, hoy aparece (des) localizado en
otros agentes. Las transformaciones son procesadas en cla-
ve de devaluación de los valores culturales sobre los que se
asienta el imaginario fundante de la escuela secundaria y
cuya posesión estuvo delegada en la figura de los profeso-
res.
La lectura de la presente escena cultural se asienta en pa-
res opuestos: velocidad vs. maduración, conocimiento su-
perficial vs. aprendizaje pensante, comunicación formal
vs. pobreza de vocabulario y expresión, avance vs. retroce-
so, herramientas vs. valores, escuela vs. vida cotidiana.
56
ble función, por un lado, de modernización cultural y, por
otro, de compensación de diferencias culturales ya que la
técnica compensó la ausencia de cultura letrada en ciertos
sectores. Promovidas desde diarios y revistas en el espacio
de la creciente industria cultural, las nuevas “técnicas” -
asociadas a un “saber hacer”- supusieron un acto de avan-
ce sobre la cultura que reorganizó su jerarquía hasta ese
momento monopolizada por una élite. Se conformaba así
un nuevo conjunto de saberes (Sarlo, 1992) alternativo a
aquel legitimado por la escuela. Una reorganización cultu-
ral dialogaba con un proceso de reacomodamiento social
en el acceso y distribución a un cuerpo cultural. Y la escue-
la, en ese marco, mantenía firmes sus muros en defensa
del monopolio de una cultura letrada destinada a unos po-
cos.
57
Y es fácil imaginarse la intensidad de este golpe si conside-
ramos que los procesos de descentramiento y deslocaliza-
ción del saber producidos en el nuevo escenario cultural
no sólo sacuden las certezas de la tradición humanista so-
bre la que sentó sus bases la escuela secundaria sino, y de
modo asociado, la misma idea de cultura que la sostenía
como así también la clasificación de los saberes en discipli-
nas y su organización como un cuerpo estructurado, rígido
y definido. Esta misma organización disciplinar que, recor-
demos, fue la que permitió a los profesores fortalecer su
posición en la disputa por el reconocimiento de su estatus
profesional (Goodson, 1995).
En la actualidad, las lógicas del mercado y de la tecnología
barren con los límites conocidos de las jerarquías cultura-
les y, en el marco de una producción deslocalizada y ampli-
ficada en diversos sentidos y escalas, “el mapa del
conocimiento total parece una fantasía de la ciencia fic-
ción” (Sarlo, 2007). Las dimensiones del cambio no son fá-
cilmente asibles y esto interroga, de modo particular, a los
profesores que asumen, en presente, la transmisión de la
herencia cultural.
58
Los cambios culturales son identificados de forma directa
con los cambios tecnológicos y comunicativos y, de este
modo, adquieren visibilidad y son cuestionados a través
del uso que hacen y de los efectos que traen en los jóvenes,
específicos portadores de dichos cambios. Desde aquí las
nuevas generaciones son entendidas como los nuevos esla-
bones de una cadena fallida en su transmisión. Y la eviden-
cia se encuentra en la desvalorización de la cultura que
ellas parecen demostrar.
59
tancia de la inclusión de las nuevas tecnologías de la infor-
mación y la comunicación en la escuela y, dentro de este
reconocimiento, la instancia donde se considera pertinente
dicha inclusión es en la enseñanza de todas las materias.
Las nuevas tecnologías son consideradas, en general, como
avances beneficiosos.
Sin embargo, al indagar sobre este consentimiento de en-
trada se advierte el peso de la jerarquía cultural escolar.
60
“A mí me parece que el que sea mas fructífero depen-
de más del docente y cómo encara la tarea, si se va a
conformar con que lleve las hojas no sirve para nada
porque aumenta la vagancia.”
61
siglos el libro fue el depositario del saber escolar cuyo do-
minio requería necesariamente la mediación del docente.
La práctica del comentario, que encuentra origen en el sis-
tema universitario pero que adquirió luego fuerte anclaje
en la escuela media, constituía así una escena donde la au-
toridad del docente se sostenía con firmeza en el control
de lectura de los alumnos. Dentro de este esquema, morali-
zación y conocimiento iban de la mano.
Sin embargo este binomio de marca escolar no aparece na-
turalmente asociado en los procesos de dislocación del sa-
ber. Entonces, la admisión de los cambios culturales
requiere de una impronta escolar propia que los coloque a
la altura y al servicio de aquello que se considera transmisi-
ble.
Muestra de esto es que, como principal aporte de su tarea
de enseñanza frente a las nuevas tecnologías, los profeso-
res señalan la selección de la información disponible en In-
ternet. Sin demasiadas orientaciones sobre sus formas
pero sí sobre su convicción en la necesidad de orientar este
proceso, la pregunta “¿de qué sirve el profesor?” en estos
tiempos de transformación cultural (Eco, 2007) parece res-
ponderse desde el lugar histórico de mediación y aduana
entre el afuera y el adentro escolar. Sin descartar lo especí-
fico de una estrategia de lectura cuya enseñanza corra por
cuenta de la escuela, lo señalable es que los profesores en-
fatizan su lugar de mediación respecto de aquello que pro-
cede del afuera escolar conservando la concesión de
legitimidad a tal saber. Reservándose el derecho de admi-
sión, la forma escolar insiste en extender su dominio sobre
otras formas de lo social (Vincent, Lahire y Thin, 2001) ha-
62
ciendo valer sus juicios sobre aquello que puede ser consi-
derado conocimiento.
Desde aquí, los cambios culturales son interpretados en
términos de un desorden valorativo re- ubicando a la trans-
misión cultural en las coordenadas de lo moral.
63
La percepción de un desajuste entre la propuesta escolar y
las nuevas coordenadas culturales manifestada en la des-
motivación de los alumnos encuentra eco en el reconoci-
miento de los profesores de la necesidad de actualizar la
vigencia de los contenidos escolares.
Sin embargo la cuestión del conocimiento aparece teñida
por la necesidad de restauración de un clima moral. Tal
alianza vuelve a aparecer al analizar cuáles son los temas
necesarios de incluir que, desde la perspectiva de los do-
centes, actualmente no se enseñan en la escuela secunda-
ria.
En este marco tres son los puntos principales considerados
por los profesores: los contenidos asociados a campos del
conocimiento científico (artes, lengua, ciencias sociales,
matemática, ciencias biológicas, filosofía, tecnología, idio-
mas, informática), la educación sexual y para la salud, y
los valores.
64
culan distintas necesidades y prioridades sin que necesa-
riamente exista coherencia interna o un sentido específico
y común que se considera necesario imprimir a la escuela
secundaria. Es así que, por un lado, la escuela secundaria
estaría necesitando incluir más contenidos desde la lógica
tradicionalmente entendida, actualizados pero organiza-
dos a través de las disciplinas escolares que históricamente
estructuraron la propuesta del nivel e imprimieron su
carácter enciclopedista. Por otro lado se hace necesaria la
inclusión de la educación sexual y para la salud, probable-
mente dados los múltiples problemas que provoca la caren-
cia de información sobre este tema en la vida de los
alumnos jóvenes4. Por último la cuestión de los valores cu-
ya enseñanza, en el marco de los problemas señalados por
los profesores, adquiere un doble sentido; resultan una
condición previa para el desarrollo del trabajo de enseñan-
za y, a la vez, constituyen una condición futura para su vi-
da en un mundo social convulsionado. Así, los profesores
refieren a la responsabilidad, la ética, la conducta, el cum-
plimiento de normas, la educación para el amor, la moral,
o los valores en general, como elementos con centralidad
en la escuela secundaria.
65
de escuela secundaria se repliega en sus fuentes delimitan-
do su figura en la conducción de un proceso de desarrollo
que, con una autoridad sustentada en lo sagrado, facilita la
interiorización del mundo cultural y espiritual que rodea al
alumno (Braslavsky y Birgin, 1992). Se trata de un escena-
rio propicio para el reforzamiento de una vocación docente
que, centrada en la dimensión motivacional y personal de
la figura del profesor y priorizando el despliegue personal
de su carisma, asume la responsabilidad de conducción
moral de los alumnos.
66
modo histórico a los profesores y, como tal, orientó su ha-
cer profesional. Sin embargo parecería que este atributo
hoy encarna en dicho hacer de un modo mucho más inten-
so marcando, así, su identidad.
67
deran que, en el marco de un buen vínculo con sus alum-
nos, es el aula el espacio donde reconocen sentirse más có-
modos en su escuela.
Ahora bien, si tenemos en cuenta el rechazo que parecería
atravesar el encuentro entre profesores y alumnos en el au-
la y el esfuerzo que superar tal situación demandaría en los
primeros, parecería estamos frente a una contradicción.
¿Cómo entender el reconocimiento de un buen vínculo con
los alumnos y la comodidad manifestada por los profeso-
res en el espacio compartido con ellos?
68
especificidad en el contexto escolar: la transmisión del sa-
ber.
69
locan en el centro de búsqueda de una satisfacción no al-
canzada y su encuentro depende del esfuerzo personal y la
propia persistencia (Bauman, 2005) redoblando, en el ca-
so de la docencia, los rasgos redentores del oficio. Y en es-
ta búsqueda, tal como lo muestran los relatos de los
profesores acerca de sus estrategias para acercarse a sus
alumnos, las reglas y acuerdos de esos vínculos se vuelven
“discursivos” (Beck y Beck-Gernsheim, 2001); es decir, re-
sultan objeto de conversación, negociación, acuerdo de ses-
go coyuntural y, en modo asociado, de escasa estabilidad.
Demás esta referir al jaqueo que esta forma de relación
produce en la firmeza de la autoridad docente.
70
- Yo tengo una relación como de madraza con los chi-
cos y jamás he tenido problema con los alumnos. Yo
reconozco que soy medio desestructurada, medio de
mamá pero con respeto. Ellos me dicen, ¿la puedo tu-
tear? No porque soy tu profesora.”
Profesores escuelas privadas, Mendoza.
71
cuáles son mis pautas y las cumplen a los chicos hay
que llevarlos a la realidad, hablarles. A veces parece
que no escuchan pero escuchan, hay que darles ejem-
plos de vida y decirles las cosas como son y no men-
tirles.”
72
“Yo, y te puedo asegurar que es difícil, son muy du-
ros y la satisfacción a uno le da es que parece que no
pero te escuchan. Es conflictivo pero cuando ellos se
entregan es bueno.”
73
concreciones, visibles y palpables, en el hacer cotidiano
con los alumnos. La puesta en juego de una fuerte impli-
cancia subjetiva y personal para captar la motivación de
los alumnos y lograr su interés en aquello que los docentes
tienen para transmitir hacen que su alcance sea vivido co-
mo una conquista de orden personal.
74
“Yo trabajo en una escuela de un barrio marginal y
vienen los chicos con problemas graves entonces co-
mo que no tienen ganas de estudiar y lo dicen direc-
tamente: ´ ¿para qué voy a estudiar?, ¿para qué me
sirve?´. Yo me quedo tranquila porque yo sé que les
sirve como personas, primero, y eso ya es mucho. A
lo mejor en este momento, como hay tanta competen-
cia, un título secundario no es nada y no le da posibi-
lidad, salvo la posibilidad de seguir estudiando. Pero
yo me quedo tranquila en el sentido de que él se está
formando primero como persona.”
75
sobrepuestas, resuenan en una experiencia profesional ti-
roneada por diversos mandatos.
De allí que, como un modo de profundizar en esta expe-
riencia y de su configuración en la vida de la escuela secun-
daria actual, me interesó indagar en las representaciones y
percepciones de los mismos docentes sobre la prospectiva
de este nivel de enseñanza.
76
Una de las cuestiones que los profesores señalan con ma-
yor énfasis es la referida a la situación edilicia de las escue-
las. Junto con otros tópicos más variables, este tema
resulta el denominador común de aquello que se entiende
como una mejor escuela.
77
presente los valores morales.”
78
estéticamente sea armónico para que el espíritu se
nutra y se predisponga al aprendizaje.”
79
problemas edilicios que obligaron a la suspensión de clases
-inicialmente en escuelas del nivel secundario de la ciudad
de Buenos Aires y luego en escuelas de todo el país-, el te-
ma ha adquirido presencia pública y orientado la toma de
decisiones y acciones de parte del nivel político. Lo señala-
ble es que no se trata de la denuncia por la necesidad de
creación y construcción de nuevos edificios sino que lo que
adquiere visibilidad es la decadencia material de aquello
que, hasta hace un tiempo, parecía brindar bases sólidas.
Con fuerte impronta de la crisis del 2001, el señalamiento
de este problema por parte de los docentes condensa la re-
significación de la percepción histórica sobre una institu-
ción sólida y sin fisuras por otra que admite debilitamiento
y precariedad (Pineau, 2003).
80
alumnos (Finocchio, 2009). Junto con la formación de
nuevos maestros y la organización de un cuerpo cultural
común a través del cual desarrollar la tarea civilizatoria,
los ladrillos escolares fueron otro pilar básico sobre el que
se asentó la empresa educativa moderna constituyendo la
muestra más visible de las fronteras simbólicas entre el
“adentro” y el “afuera” escolar.
81
“En un edificio lo suficientemente amplio para como-
didad de la comunidad educativa, con docentes res-
ponsables y solventes, bien remunerados y en
permanente capacitación”.
82
la con salarios dignos, directivos coherentes y abier-
tos a la propuesta de los docentes, capacitación más
profunda para los docentes pero en horarios adecua-
dos y con puntaje adecuado.”
83
ción de los contenidos de la propia disciplina y la renova-
ción de las metodologías de enseñanza son aspectos que re-
sultan coincidentes con otros estudios (Serra, 2004). Sin
embargo, lo que me interesa remarcar son algunos supues-
tos relativos a la configuración de la identidad docente que
operan tras esta demanda de capacitación. Por un lado, y
frente a la percepción de un escenario para cuyo dominio
no se cuentan con herramientas disponibles, la capacita-
ción opera como el elemento salvador a través del cual re-
vertir tal situación. Lo que llama la atención aquí es la
apelación a una instancia de formación externa que orien-
te la intervención en un contexto donde los discursos exter-
nos, especialmente aquellos que provienen del nivel
político oficial, son rechazados por su distancia con lo que
sucede en terreno escolar. Como se ha escuchado de modo
recurrente, las escenas escolares parecen controlarse a
través de una alquimia particular y personal en la que los
docentes combinan conocimientos formales con otra bue-
na dosis de ensayos y estrategias del orden de lo artesanal.
Dicha tarea se sostiene en la percepción de una escena que
sólo es posible captar y a la cual solo es posible enfrentarse
“en situación”. Y aún con el desgaste que eso supone, o
quizás justamente con ese ingrediente, el dominio de tal es-
cena y su concreción en pequeños logros es lo que parece
dar fortaleza a la propia tarea y configurar el saber actual
de los docentes en contraposición a otros saberes prove-
nientes del afuera escolar.
Descontando lo que de experiencial y práctico tiene el tra-
bajo docente, hoy más que nunca la identidad pedagógica
de los profesores del nivel medio parece una construcción
84
“a medida y a los golpes”. Sin embargo, el esfuerzo que di-
cha exigencia conlleva no parece encontrar correlato en el
reconocimiento externo. Buena parte de la queja de los do-
centes se sustenta en la puesta en juego de un esfuerzo per-
sonal y de nuevas habilidades frente a la transformación
de su tarea que no es reconocida en términos de califica-
ción laboral. La demanda por ser considerados “profesio-
nales de la educación” puede escucharse en esta clave.
Desde esta perspectiva, la capacitación puede ser entendi-
da como una de las formas a través de las cuales opera la
búsqueda de este reconocimiento.
Al respecto cabe recordar que en los discursos político-edu-
cativos de las últimas décadas la profesionalización de los
docentes resultó el foco en el que se depositó la posibilidad
del cambio educativo. Reconociendo y amplificando el de-
terioro de la imagen docente, estos discursos colocaron a
los profesores en el centro de la escena convirtiéndolos en
causa y, a la vez, en la solución del problema educativo. En-
tre otros y junto con la retórica de la autonomía docente, la
profesionalización encontró en la formación y actualiza-
ción permanente una de las piezas claves para revertir la si-
tuación.
85
dunda en la obtención de una base sólida para sostenerse
en el mercado de trabajo. En el marco de un proceso auto-
conducido de aprendizaje permanente y a lo largo de toda
la vida (Lawn y Ozga 2004), estar calificado laboralmente,
aún cuando tales calificaciones no resultan elementos ex-
cluyentes en el ámbito de la docencia, resulta un sostén se-
guro en un mapa laboral que, material y simbólicamente,
se presenta incierto.
86
Aún con la alta identificación de la comodidad y la conten-
ción como rasgos a través de los cuales los profesores iden-
tifican su estar en la escuela, la mejora del clima escolar no
parece responder solamente a las buenas condiciones ma-
teriales. En este sentido, varios puntos configuran una es-
cuela secundaria deseada.
87
“Que los padres participen y se involucren con la
educación. Los docentes trabajando en una sola insti-
tución, más y mejores materiales para el trabajo en
el aula.”
88
cuestiones comentadas en los capítulos anteriores. Estruc-
turadas por la nostalgia, la escuela ideal supone la vuelta a
ciertos valores perdidos en la expectativa de un clima es-
colar restaurado.
Las condiciones que permiten tal regreso son, entre otras,
la colaboración de las familias, la disposición de alumnos
que respondan a lo que tradicionalmente fue entendido co-
mo tal, la vuelta a ciertos valores perdidos -respeto, hones-
tidad, responsabilidad, esfuerzo, perseverancia- como base
de un intercambio armónico, entre otros, constituyen ele-
mentos que, anclados en un imaginario histórico, configu-
ran aquello que se entiende como deseable.
89
cia en la escuela. La nostalgia también gira alrededor de
otro tema nodal del imaginario escolar.
90
Profesora escuela pública, Santiago del Estero.
91
tes de la propia identidad, la convicción en la igualdad de
oportunidades para todos los alumnos se asienta en los
sentidos que los docentes adjudican a la escuela secunda-
ria. En este marco, las expectativas asociadas histórica-
mente al sentido propedéutico del nivel secundario siguen
teniendo fuerte peso en las representaciones de los docen-
tes. Le siguen, en orden de importancia, la consideración
de la escuela secundaria como posibilidad de inserción en
el mercado laboral y, a la par, como instancia de formación
de cultura general.
92
al currículum escolar basado en la cultura humanista y de
su concreción en un canon de fuerte jerarquización de los
saberes de la elite letrada cosmopolita, más bien conserva-
dor y resistente al ingreso de otros saberes (Dussel, 1997).
Es importante recordar esto ya que la afirmación de que la
escuela debe brindar “cultura general” aparece poco pro-
blematizada en las referencias a la “falta de cultura” de los
jóvenes. En los rasgos que conformarían la “escuela ideal”,
el sentido y las características del cuerpo cultural a trans-
mitir en la escuela secundaria resultan más bien un silen-
cio que, como desarrollé en el Capítulo 2, se enmarca en la
sensación de desorden y de escasa claridad del escenario
cultural. En cualquier caso, y probablemente como res-
puesta autodefensiva frente a los embates sociales que de-
nuncian la decadencia cultural de la escuela secundaria, la
función de formación cultural históricamente asignada si-
gue siendo sostenida por los docentes como bastión de
identidad del nivel.
93
La predominancia de las funciones asociadas a las tradicio-
nes históricas y fundantes del nivel secundario condensa-
da en estos tres aspectos -continuidad de estudios,
formación en cultura general e inclusión en el mundo labo-
ral- condice con la sensación de nostalgia y melancolía con
la que los docentes miran el pasado glorioso del nivel y su
devaluación actual. Esto es, parecería que los docentes si-
guen identificando y valorando las funciones que configu-
raron el sentido de la escuela secundaria, y por tanto el
perfil de los alumnos que ella estaba destinada a formar,
por sobre otros nuevos sentidos quizás más acordes a lo
que los nuevos escenarios sociales plantean como posible
para la inserción social de los jóvenes y, también, con lo
que esperan o resultaría promisorio para los nuevos jóve-
nes que hoy habitan esos escenarios. Se trata de una mira-
da que, sabemos, no es adjudicable en forma exclusiva al
cuerpo docente sino que abarca al conjunto de la sociedad
en sus voces más variadas.
94
la desigualdad el mito escolar sigue operando desde la po-
sibilidad de que todos ingresen a la escuela compartiendo
ciertos principios de igualdad.
Quizás una de las pruebas más evidentes de ello es la im-
portancia otorgada al acceso igualitario al saber cuando,
como hemos visto, los elementos reales que se despliegan
bajo esta aspiración distan bastante del ideal declarado. Y
es que en el cruce de las coordenadas de la identidad do-
cente con la realidad escolar el conocimiento escolar pare-
ce más atado a un ideal procesado en clave personal donde
la tradición escolar opera con fuerza, y su transmisión que-
da reducida a los márgenes de lo posible. Consecuentemen-
te, no aparece la posibilidad de pensar en un cuerpo
cultural común ni tampoco la idea de una distribución
equitativa de dicho saber.
95
alumnos como un principio inaugural sigue traccionando
las expectativas y el trabajo diario de los profesores.
Algo de esta dinámica deja entrever las palabras de la pro-
fesora citadas al comienzo del capítulo: “A lo mejor en este
momento, como hay tanta competencia, un título secunda-
rio no es nada y no le da posibilidad, salvo la posibilidad
de seguir estudiando. Pero yo me quedo tranquila en el
sentido de que él se está formando primero como perso-
na.”
96
Los elementos hasta aquí descriptos conforman un contex-
to de escasa estabilidad institucional y de fuertes reclamos
sociales por la “crisis” de la escuela media. En este escena-
rio, la experiencia profesional de los profesores se desarro-
lla tensionada entre aquello prescripto y aquello que
efectivamente demanda su tarea, produciendo efectos de
desgaste personal y de precariedad laboral.
El panorama no desconoce matices. Por el contrario, en es-
tos trazos es posible recorrer ciertos rasgos contrastantes o
contradictorios que pincelan la construcción identitaria ac-
tual del trabajo de los profesores. Una combinatoria de cla-
roscuros donde lo afectivo y lo normativo de toda
identidad profesional adquiere, en el marco de la institu-
ción de la escuela secundaria, una forma particular. Así, a
través de los distintos aspectos indagados ha sido posible
hallar, entre otras, diferencias entre docentes de distintas
regiones geográficas del país y deslindar allí los efectos de
las nuevas configuraciones sociales y culturales. También
ciertas diferencias entre los docentes más jóvenes y los de
más experiencia: la menor experiencia de los primeros y el
97
mayor desgaste de los segundos, sin dudas, condiciona la
mirada. Otras diferencias han sido identificadas entre
aquellos profesores que trabajan cotidianamente con el
desborde y la imprevisibilidad propia de contextos social-
mente críticos y aquellos cuyos escenarios escolares man-
tienen cierta estabilidad.
Sin embargo, he trabajado sobre un efecto más amplio
que, entiendo, se construye alrededor de la escuela secun-
daria actual y del lugar de los profesores en ella.
En este sentido, algunas marcas fuertes de este efecto de
repliegue y de sus efectos en la experiencia profesional de
los profesores son:
98
ra” escolar que, orientada por la lógica del servicio, los arrinco-
na en la rendición de cuentas. Este asedio a la propia tarea se
localiza, principalmente, en las familias.
99
“buen docente”. Así, el trabajo de los profesores de la escuela se-
cundaria parece concentrarse en el reestablecimiento de un or-
den perdido como condición básica para garantizar la
transmisión del conocimiento.
100
miento y su delegación en la autoridad legítima del profesor.
101
identidad de los profesores. Con un tono emocional como
rasgo característico, esta forma se alimenta tanto de aque-
llos elementos de la práctica leídos en esa clave como, espe-
cialmente, de ciertos discursos sociales y educativos que,
centrados en estas narrativas, conforman un campo donde
la competencia emocional de los profesores corre el riesgo
de transformarse y reforzarse en objeto de clasificación y
estigmatización.
102
La delimitación de tal proceso me parece importante para
pensar en prospectiva tanto la investigación como la inter-
vención político-educativa sobre el trabajo de los profeso-
res de la escuela secundaria. En las últimas décadas, y
sostenidos en la retórica de la profesionalización, los do-
centes han sido objeto de propuestas de cambio que, po-
niéndolos discursivamente en el centro de la escena, los
dejaban desprovistos de la capacidad de acción y decisión
en el terreno escolar. Más recientemente, y cambiando el
centro de atención hacia la necesidad de transformación
de la escuela secundaria, los profesores han sido tracciona-
dos por políticas tendientes a colocarlos a la altura del vira-
je cultural contemporáneo quedando despojados de la
especificidad de su saber. En ambos casos, los profesores
han sido considerados como “variables de ajuste” de una
escuela secundaria cuyo cambio resultaba imperativo.
103
En este contexto, el malestar docente entendido como capi-
tal emocional puede funcionar como señal de advertencia
en tanto nos permite incluirlo como parte del problema de
análisis. En la conformación de este capital emocional es
necesario considerar el riesgo de cosificación y la estigmati-
zación social que esta identificación produce. Los capitales
emocionales hoy funcionan como una nueva frontera de la
jerarquización social. Determinadas sensibilidades colecti-
vas institucionalizadas en el marco de ciertas experiencias
delimitan un campo de emociones y percepciones sobre la
propia identidad y la relación con los demás y refuerzan el
propio sufrimiento que pretenden excluir. La superación
de tal situación queda sometida a las posibilidades de cada
clase de capital emocional.
104
105
Abramowski, A. (2006) “Un amor bien regulado: los afectos magiste-
riales en la educación”, en Frigerio, G. y G. (comp.) Educar: figuras y
efectos del amor. Buenos Aires, Del Estante Editorial, 81-98.
106
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da.
111
PE-Fundación OSDE- Altamira.
112
docentes”. Documento presentado en la Conferencia Regional “O De-
sempenho dos profesores en América Latina e Caribe: Novas priori-
dades” BID/UNESCO/MINISTERIO DA EDUCAÇAO. Brasilia, julio
2002. Buenos Aires, IIPE.
113
1- Al respecto, valga una aclaración. La referencia a experiencia profesional no
pretende profundizar en la conocida polémica sobre la docencia entendida como
profesión vs. otros sentidos asignados (oficio, artesanado, funcionario del Estado, entre
otros). El debate histórico ha sido profuso sobre este tema y como lo han señalado
algunos estudios, las mismas confrontaciones entre sectores docentes en la búsqueda
de un reconocimiento diferenciado y asociado al carácter elitista de ciertas profesiones -
como la medicina- han provocado, desde los tiempos fundantes del sistema educativo,
la imposibilidad de cohesión profesional y su debilitamiento frente a otros campos
laborales (González Leandro, 2001). El debate recorrió el siglo pasado y se renovó ante
las distintas configuraciones que la tarea de maestros y profesores asumieron en
distintas épocas según los diferentes sentidos asignados a la educación. En la década
de los noventa, fue actualizado ante la impronta de la retórica de la profesionalización.
Corriéndonos de esta línea de debate, utilizaremos el concepto de experiencia
profesional atendiendo a las configuraciones que el trabajo docente adquiere en el
contexto de la escuela secundaria.
114
en seis regiones (Área Metropolitana Buenos Aires, Cuyo, NEA, NOA, Pampeana,
Patagónica). La distribución de los docentes de acuerdo al tipo de gestión fue 71,5 %
docentes de escuelas de gestión pública y 28,5% del sector privado. La gran mayoría
de los docentes encuestados fueron mujeres (73%), mientras que un 27% fueron
docentes varones. En cuanto a la formación de los profesores encuestados, la muestra
incluyó a un 54,3% de docentes egresados de profesorados de nivel terciario, 9,4% de
docentes egresados de este nivel pero con estudios universitarios complementarios,
16,1% de egresados de profesorados de nivel universitario y 18% de docentes
ejerciendo con título universitario habilitante, siendo un 2,2% de los docentes
egresados de otro tipo de formación. Un 37,4% de los docentes encuestados realizó
estudios de posgrado y un 62,6% no dispone de tal formación. En cuanto a estudios de
capacitación (considerados aquellos realizados durante el último año), un 53,5% de los
docentes encuestados ha participado de tales instancias de formación continua y un
46,5% no lo ha hecho.
El abordaje metodológico incluyó la aplicación de una encuesta y, además, se
realizaron seis grupos focales organizados en tres jurisdicciones diferentes (Ciudad de
Buenos Aires, Ciudad de Corrientes y Ciudad de Mendoza), en cada una de las cuales
se previeron dos grupos, uno de profesores que trabajan en escuelas públicas y otro
que trabajan en escuelas privadas. Los grupos tuvieron entre seis y diez participantes.
Se buscó además que en cada grupo hubiese una combinación de distintas
disciplinas: humanidades y sociales, ciencias exactas y naturales, artísticas, idiomas y
educación física.
5-La pregunta sobre “la escuela ideal” fue tomada de un estudio inglés realizado en el
año 2001, que se basó en una encuesta del periódico The Guardian a niños y
adolescentes del Reino Unido. En esta encuesta (un concurso abierto) se pedía un
ensayo, escrito o dibujado, sobre la escuela que les gustaría (Burke y Grosvenor, 2003).
115
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